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por Anahi Oviedo / Página

pensar un pais con justicia social

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hay un grito sabio en Venezuela

Llegué a Venezuela el 15 de marzo, día en el que el país despedía a Hugo Chávez Frías. Las calles de Caracas eran mar rojo, eran caras largas, lágrimas, tambor, encuentro y cantos. Las personas me hablaron tanto de él, vi tantos videos y fotografías suyas y leí tantas veces su nombre que casi no se sentía que él ya no estaba. Esa gente que se puso la revolución en el cuerpo me llenó de un llanto emocionado y pujante que me hizo descreer de la muerte… Tuve que pasar por su lápida para entristecerme por la pérdida de ese gran hombre Latinoamericano.

Los días siguientes me metieron socialismo por todos los sentidos.

Sentí la familiaridad de lo latinoamericano y del peronismo. Los patas en el suelo, nuevo horizonte del estado, eran los cabecitas, los descamisados; los escuálidos eran los gorilas; el antiimperialismo era el antiimperialismo… Dicotomía, paternalismo, populismo!, volverán a denunciar los estudiosos. Para luego extrañarme por los paisajes de un país distinto y los logros que el conservadurismo argentino no permitiría.

Militantes chavistas me corregirán: esto no es revolución, es un “intento de”, “estamos camino hacia”, “la estamos construyendo”. El mar rojo aquel y los carteles en las carreteras que anunciaban el tren Bolívar y presentaban tierras y fábricas de gas “liberadas”, que “antes era de pocos y ahora del pueblo”; me hacían dudar. Pero sí, los militantes, exigentes y críticos, saben que aún falta mucho, que aún el capitalismo estructura las vidas de los venezolanos y de toda América.

Las calles de Caracas te cuentan su historia, los montes llenos de barrios humildes, mientras el Este de la ciudad está edificado con la barita de la estética estadounidense. Entre medio, se asoma la redistribución de la riqueza: empresas recuperadas por sus trabajadores, cientos de nuevas viviendas sociales equipadas, centros de salud y educación gratuitos para los que no se requiere ni cédula de identidad para que te atiendan. No importa de dónde sos o si tenés dinero, es tu derecho no como ciudadano, que supone ciertas burocracias, si no como persona. Quizás por eso en Venezuela se encuentran tantos colombianos… La revolución es solidaria, quiere la unión de América Latina, que comparte una historia de opresión que entre todos podemos terminar.

Una doñita me relata el antes y después de Chávez: “¡Ahora podemos comer pollo! Antes, vísceras.” Mientras, me mostraba su alacena repleta gracias a los mercales, lugares establecidos por el gobierno con productos a precios muy accesibles. El alimento no es más un lujo. La información y el derecho a hablar tampoco.

En los buses, las plazas, en los hogares humildes, se respiraba un aire distinto; es una mayoría alegre, aliviada, con poder discursivo. Niño/as, jóvenes y adulto/as históricamente excluidos ahora empoderados no sólo por las alacenas con alimentos, si no por su poder de acceso a la información y la palabra por los nuevos medios de comunicación diversificados, por poder ocupar lugares de participación popular que como flores en primavera se abren permanentemente por todos lados. “Ahora no es como antes, ahora decide el pueblo”, se escucha en una discusión callejera a propósito de las elecciones que se acercaban. Incluso las personas de la oposición lo percibían, en las charlas reconocían el cantado triunfo de Nicolás Maduro (representando el Partido Socialista Unido de Venezuela) el 14 de abril. Así fue, no por tanto, pero la profecía del sentido común se cumplió. Todos sabían, por eso es tan poco creíble el show de la oposición liderada por Henrique Capriles, ellos sabían resignados que la revolución seguiría “construyéndose”. La violencia de estos días nada tiene que ver con el mensaje de unión, democracia y paz que Chávez y Maduro proclaman en sus discursos.

Es difícil para la oposición, se entiende, aceptar los últimos resultados. Es fuerte, es increíble, ver la fuerza popular gestada desde hace 15 años atrás. ¿Cómo concebir que “ya no es lo mismo que antes”? Las ollas golpeadas con la fuerza de una melancolía mezquina no dejan oír el grito hermoso que este país le está dando al mundo: un llamado al hombre y mujer nuevos, una invitación a la construcción de sociedades moldeadas por la fraternidad y la liberación. Dejen oir.

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