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por Horacio Lonatti / Página

nuEva historia DE la pATrIA GrAnDE

por HORACIO LONAttI

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La historiografía americana nunca fue pacífica. Autores hispanos e ingleses discreparon ferozmente sobre cada acontecimiento que los tuvo de víctimas o victimarios. Los hubo nacionalistas acérrimos e, incluso, quienes sostuvieron la conspiración francesa en todas las revoluciones americanas. Estas diferencias aumentaron cuando se trató la cuestión de la Patria Grande, discutiéndose su origen en Bolivar, otros en el campo de batalla de Gettysburg o en el debate entre Hamilton y Jefferson o de la mano dura de Monroe.

Este cronista, que accedió al archivo de la Compañía de Jesús, dirá el momento fundante de la Patria Grande y quienes la promovieron. Hubo precedentes en los siglos XIX y XX, pero la fecha bautismal fue el 13 de setiembre de 2019. Ese día, Juan Rubio, electo Presidente de los Estados Unidos, produjo gestos sorprendentes. Al juramentar el cargo, anunció el abandono de su mujer, hijos y parientes, para evitar cualquier riesgo de nepotismo. Nombró sus ministros al azar, de una larga lista de funcionarios inferiores, a quienes exigió dejaran sus familias y sostuvieran sus propios gastos, incluso la ropa y la comida diaria. Estableció un presupuesto estricto, donde cada ingreso tenía imputación específica; eliminó publicidad y protocolo; anuló todo gasto reservado. Dispuso controlar su Gobierno, designando para esa tarea a diez ancianos elegidos por sorteo, quienes podrían incluso destituirlo, sin reservarse recurso alguno. En el primer discurso parlamentario, habló de la Patria Grande, cuidándose de no fijar sus límites territoriales.

Por cierto que el sosiego de los gobernantes, no es definitivo. Pareciera que Dios, siempre pone un obstáculo a los buenos Presidentes, para que recuerden su condición humana, mantengan el espíritu republicano y la austeridad de sus costumbres. La historia de Juan Rubio no fue la excepción. Sorpresivamente, el partido opositor denunció una falla enorme en la elección de Rubio: había adulterado su nacionalidad, no era norteamericano. Se trataba de un argentino, nacido en Córdoba, en el corazón de sudamérica, y en una familia que jamás escuchó una palabra inglesa. Por cierto, de uno y otro lado, se creyeron en presencia de una maniobra política descomunal.

El Presidente reaccionó como si fuera un heredero auténtico de los Padres Fundadores, venidos de ultramar. Negó el fraude de la nacionalidad, exigió respeto a su nominación, acusó al Gobierno Argentino de organizar el golpe destituyente, y mandó a la Escuadra del Comando Sur ocupara ese país, destruyera los registros natales e hiciera justicia militar en el territorio. Simultáneamente, encarceló a los opositores y ordenó su linchamiento. Donde faltó un árbol disponible, se usó el poste telefónico o la torre petrolera. Poco después, la opinión pública consideró razonable el procedimiento utilizado por el Presidente, y la cuestión fue olvidada.

Juan Rubio fue reelecto una y otra vez, haciendo gestos elocuentes de humildad y austeridad republicana. Los zapatos usados y la ropa de confección que exhibía, le dieron excelentes resultados. En su último discurso dijo, confusamente, que la pobreza era una cuestión de Estado, que eliminaría o, quizá, dijo que eliminaría a los pobres. Nunca se aclaró si fue una expresión sutil, o una ironía, dicha sin pretensión literaria.

Con los años se hizo manso, sin dejar de desconfiar de los subalternos. De estos, surgió una amenaza a su autoridad, que corrigió severamente. Fue la Comisión de Ancianos, molesta por sus escasas prerrogativas, quien exigió la aclaración definitivamente de la sospechosa nacionalidad del Presidente, pues no existía en el Registro Natal de Chicago, donde habría nacido, el texto original del documento.

Los integrantes de la Comisión fueron acusados de traidores, presos y ejecutados por orden judicial. Poco después, la opinión pública aplaudió la represión y volvió el sosiego. No obstante, hubo grupos opositores que resistieron, alterando la paz pública, siendo castigados duramente y, muchos de ellos, no volvieron jamás a su hogares. Un sector del ejército, preferentemente soldados de la fuerza expedicionaria, protestaron por el terror policial ejercido contra los revoltosos, exigiendo una investigación parlamentaria. La Jefatura los desautorizó, ordenando fueran sometidos al Tribunal Militar. Aleccionados por las persecuciones recientes, se ocultaron, organizaron una fuerza rebelde que rápidamente constituyó un ejército operativo, que después de la memorable y terrible batalla de Michigan, ocupó la mitad del territorio nacional.

El Coronel Rafael Negri, identificado como Jefe del alzamiento, se popularizó debido a su destreza, valentía personal, y gestos de humildad y austeridad republicanas. En su primer discurso, defendió la causa de la Patria Grande. El Presidente, fue advertido por la inteligencia militar, que el oponente carecía de nacionalidad norteamericana. Realmente era un argentino, infiltrado en la fuerza naval, utilizando papelería fraudulenta. Incluso su lengua mostraba torpeza en el uso del idioma ingles, lo que evidenciaba sin lugar a dudas, su extranjería. La intención maligna de desprestigiarlo, lo indujo a un error político fatal. Pretendiendo reforzar su postura, buscó un aliado en la Corte Suprema, y fue sorprendido por ella. Los jueces establecieron que la nacionalidad patria del Coronel Negri era evidente, en razón que la Argentina, constituía un estado federal de Norte América, consecuencia de la ocupación territorial dispuesta por el Presidente.

La lucha arreció en todos los frentes de

pensar un pais con justicia social

batalla, superando la ferocidad y magnitud de la guerra de secesión del siglo XIX. Los contrincantes involucraron sin compasión a los países latinoamericanos; incluso Canadá fue sometida e incorporada a la contienda. En poco tiempo, toda América estaba en guerra, enfrentándose dos bandos, comandados por argentinos, pues el Presidente Rubio, aprovechando la sentencia de la Corte, confesó su origen.

Luego de largos años de combates, exhaustos, sin reservas de hombres y comestibles, debilitadas sus retaguardias, arruinadas las finanzas de una y otra facción, sin que ninguna de ellas predominara en la lucha, convinieron un armisticio, designando un mediador. Quiso el azar que eligieran al Papa, también argentino, lo que agradó a los guerreros, por cuanto facilitaría una discusión franca en la lengua común del nacimiento. El Papa resultó un interlocutor confiable, mostrando su naturaleza humilde, en los gestos simples del trato cotidiano y la indumentaria sencilla utilizada, unido a una personalidad sagaz y enérgica, que les permitió discutir abiertamente la realidad de la guerra y el futuro de sus pueblos, incluso el ideal de la Patria Grande que compartía con ellos. Beligerantes y mediador, prolongaron sus entrevistas por meses, pues el Papa no tenía urgencia y los contendientes iban y venían sin apurar la definición de la guerra, que el tiempo por si solo parecía extinguir.

Un día, almorzando los tres en la Capilla Sixtina, sede de las reuniones, comprobaron que habían agotado las cuestiones traídas a discusión y, el mediador, se había involucrado de tal manera con ambas partes, que le impedía resolverlas. Se miraron, comprendiendo que habían llegado el final de la entrevista y debían volver con una solución razonable. Finalmente, acordaron renunciar recíprocamente a sus pretensiones, abandonar el gobierno que ejercían y unificar la República Americana. Allí se decidió, con la bendición papal, crear la Patria Grande.

Poco después, otro argentino, cuyo nombre no interesa, fue ungido Presidente de la Unión America, quien designó a Miami, capital de la federación, extendida desde Alaska a Tierra del Fuego, incluida las islas Falkland. Juró sobre la Biblia, en presencia del Papa y dijo: “ Ejerceré el cargo con humildad y austeridad republicana, abandono a mi mujer, hijos y parientes y gobernaré la Patria Grande, para felicidad del pueblo. Government of the people, by the people, for the people.” El Papa, entusiasmado por el uso de diversas lenguas, dijo en latín: “ Homo proponit, sed Deus disponit “.

En el archivo de la Compañía de Jesús, no existen constancias que los siguientes gobernantes, hubieran sido republicanos, humildes, austeros y compasivos, como sus predecesores.

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