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Naturaleza de la crisis

Por: Pedro A. Jurado C.

Jefe del programa de Ciencia Política Facultad de Ciencias Sociales y Humanas Universidad de Medellín

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En las ciencias sociales se habla de crisis cuando se produce una ruptura en las formas en que nos percibimos a nosotros mismos, en nuestros hábitos cotidianos y en las relaciones con otras personas. Se dice que las alteraciones pueden adquirir una dimensión tan profunda, que no es posible pensar o esperar que el estado anterior en el que se encontraban nuestras vidas en esos tres ámbitos pueda llegar a ser restaurado. Por lo tanto, las crisis se perciben en distintos niveles de intensidad como momentos de miedo, incertidumbre o desesperación. De cualquier modo, estos sentimientos que se producen en las crisis sociales tienen la particularidad de expresar la vulnerabilidad de nuestras ideas, la apariencia de nuestros patrones de conducta y hasta la inoperatividad de nuestros sistemas e instituciones sociales. Lo más interesante del análisis que aportan las ciencias sociales sobre las crisis es que es posible darnos cuenta de que por fuera de esas circunstancias resulta muy difícil transformar los principios, normas e instituciones que no funcionan adecuadamente. Y, en consecuencia, las crisis sociales pueden proporcionar una gran oportunidad para modificar los ámbitos de la vida humana.

Sin embargo, este diagnóstico no debe tomarse con optimismos idealistas. La experiencia histórica enseña que una transformación positiva de la sociedad es bastante difícil. Por el contrario, la misma historia atestigua que las crisis terminan siendo resueltas por algún principio heredado al cual los individuos se aferran incuestionadamente, por alguna creencia tradicional heredada, o por una institución arbitrariamente impuesta. De hecho, el pasado de la humanidad también enseña que las crisis son conjuradas más frecuentemente por ideas de redención o venganza a las cuales los individuos desesperadamente se adhieren buscando una solución rápida y aparentemente verdadera. Y, también ocurre que las crisis no llegan a ser tan directamente deter minantes para las consciencias de las personas como para poner en evidencia que en el nivel estructural de la economía y la política es donde se necesitan los cambios dirigidos conscientemente. Siempre permanece la apariencia de un orden que proviene del anhelo inconsciente de una solución rápida para la incertidumbre. De esta manera, las crisis desenmascaran el malfuncionamiento y la arbitrariedad de nuestras mismas certezas, creencias e instituciones, pero no tienen la capacidad de generar por sí misma una transformación cualitativa de las mismas. Este aspecto debe convertirse en un campo de discusión política que en serio procure

el mejoramiento de las condiciones de existencia de la humanidad.

En la crisis generada por el Covid-19 se perciben las mismas condiciones e implicaciones de cualquier otra. La vida familiar -para quienes la tienen- es impedida, las prácticas culturales imposibilitadas sin importar su popularidad o estatus, las instituciones políticas de todo el mundo revelan su incapacidad y el sistema económico en su fase actual su implacable arbitrariedad. Por su parte, la inestabilidad presiona a los individuos a la histeria del acaparamiento de bienes en los supermercados y centros de abastecimiento, la perplejidad de los acontecimientos excepcionales refuerza las apreciaciones afanadas sobre las medidas sanitarias que hay o no que tomar, y el afán por no perder lo poco de las rentas y las ventajas en la inequitativa distribución del capital reproduce el antagonismo social que usualmente es maquillado por los discursos de emprendimiento o de esperanza en un equilibrio del mercado. Y, por supuesto, en esta crisis aparecen temas que no pueden revisarse (como el papel del sistema financiero como eje del sistema productivo) y se advierte sobre cosas imposibles de realizar (como la existencia de una infraestructura de atención a la altura del derecho universal a la salud). Sobre temas como estos se establecen las reglas y límites del discurso y de la acción en medio de la crisis, con la particularidad de que esto tiene efectos más allá de ella. De esta manera, no solamente existen algunos menos afectados que otros por la crisis, sino que además aparecen ya otros que saldrán favorecidos de la coyuntura (como las empresas e intereses del negocio de la tecnología).

Más allá de lo anterior, la crisis actual es especial en más de un sentido. Nuestra vida aparece abstraída y desorientada, nuestras creencias no alcanzan a ofrecer respuestas plausibles, el Estado actúa de dos maneras contradictorias -como benefactor y vigilante brutal-, y la fase actual del sistema económico correspondiente al capitalismo financiero se muestra profunda y estructuralmente afectada. Esta crisis es especial entonces porque no es uno que otro el ámbito que se presenta en crisis de manera aislada. ¿Cómo ha sido esto posible? Y, ¿qué podemos esperar?

La crisis viene aparentemente generada desde afuera por un virus que no ha sido creado por nosotros, pero, su peligrosidad y afectación a los seres humanos sí proviene de nuestra particular relación con la naturaleza. Más puntualmente, las muertes, el confinamiento, el miedo, la incertidumbre y la desesperación se deben al irracional y contradictorio funcionamiento de nuestro mundo de la vida social. El mundo natural (en el que se ha producido el virus) no es una dimensión aislada ni mucho menos pasiva de nuestras prácticas económicas, valores culturales y sistemas de producción. Su estado tiene tanto de social como nuestra vida de finitud natural. Si esto no se percibe de esta manera es simplemente porque en medio de la arbitrariedad, irracionalidad y falta de cuestionamiento de nuestra historia, se ha producido una inversión en la escala de valoración que pone al mundo natural al servicio del mundo social, y no al mundo social en el camino de la organización razonable de los desafíos y recursos naturales.

En ese sentido, la superación de aquella contradicción entre naturaleza y sociedad resulta apremiante y necesaria para el sostenimiento de la humanidad como especie. Mientras que en medio de la crisis dicha contradicción aparezca como un enigma irresuelto y gestionado por mecanismos burocráticos, económicos y policivos, el encerramiento en el círculo natural de nuestra crisis podrá seguir en operación sepultando muertos y cultivando errores. Sin embargo, las crisis también proveen de un pesimismo alentador cuando se presta atención a los riesgos y, con un poco más de virtuosismo, cuando se logra ver cuál es el tipo de valores e ideas que hay que defender, cuál es en realidad la función de nuestras instituciones políticas y cómo es posible una transformación racional del sistema económico. Nuestro miedo, incertidumbre y desesperación deben ser la fuerza política y reflexiva que indique cuáles son las respuestas apropiadas para salir de la prolongada crisis de la “naturaleza humana”.