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Cuerpos amanecidos

Por: Alejandro Jiménez Correa

No dormimos en las noches, pasamos construyendo nuestro rompecabezas interior. A nuestras madres les tocaba lidiar con el insomnio que padecíamos y la consecuente narcolepsia. Cambiamos todos nuestros hábitos oníricos porque soñábamos despiertos en las noches, al lado de nuestras pantallas, soñábamos con encontrar los besos que no se dieron y olvidar la tortura de tener a nuestros amados a escasos centímetros de los ojos, pero a kilómetros de presencia física.

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Ahora importaba ser profundos y aportarnos reflexiones cálidas. Muchas cervezas se quedaron sin tomar y las gaseosas perdieron su gas, las limonadas se aguaron y los lugares de reunión se transfiguraron a la virtualidad.

El necio aprendió poesía, la práctica halló al inconstante, los amores secretos brotaron y el tirano volvió a coquetearle a sus pasiones. Mientras, ajenas a nuestra percepción, marchaban las noches. En las calles ignoradas se libraba una guerra contra un enemigo mundial. Nunca pensamos que él se nos hubiese podido meter hasta la cocina, hasta las narices o hasta nuestros pensamientos. Pero de un lugar tan remoto como el del mismo amor que tal vez no sentimos en su momento por los que nos alegraron el confinamiento, llegó para darnos increíbles lecciones. Cuando el tiempo estuvo detenido nos pudimos dar cuenta de que la sensación de frío sin compañía es un auténtico dolor físico que repercute en lo más profundo del alma, y que el calor, gozando de la presencia de las personas que día a día nos parecía normal que estuviesen ahí, es una cucharada de amor que el destino nos regala en ese banquete insaciable y misterioso llamado vida.

El cielo lloró a rabiar por falta de contemplación en las noches sin rumbo; sin embargo, cuando más se creía que su pataleta iba a empeorar, fue cediéndole -por nuestras constantes súplicas- espacio al alba. Muchos nos sentimos como balsa tocando arena, algunos saltaron y besaron el suelo y el lugar de llegada. El ambiente nos recibió con una bruma azul que nos trajo sosiego. Sin lugar a dudas no seríamos los mismos, ahora teníamos nuestros cuerpos y espíritus amanecidos, reiniciados.

Fotografía por: Tomás Betancur Ig: tbetancurj