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Revista Estudiantil de las Facultades de Ciencias Sociales y Ciencias Jurídicas
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Por: Revista Código
Perder el cuerpo y exp3riment4r nu3v4s f0rm45 de(l) s3r
Por: Maria Fernanda Pulido Martínez
Por Santiago Escobar
Por: Vanessa García Pineda
Por: Maria Fernanda Pulido Martínez
El cuerpo en la ciencia ficción, y en la vida actual, no puede ser entendido sin cruzarlo con la tecnología. La presencia de máquinas, luces azules, metadatos o inteligencias artificiales se disparan entre nuestras grietas corporales y textuales con una inmediatez propia de la urgencia contemporánea. Donna Haraway, en Manifiesto Cyborg (2017), reflexiona sobre los organismos cibernéticos, híbridos entre lo natural-animal y la máquina, que derriten de forma grotesca
y atrayente la categoría de lo humano. Bajo este pensamiento, que comparto como investigadora y escritora de ciencia ficción, surge la inevitable pregunta sobre los límites de lo humano (Vazquez, 2024). En mi opinión, esta pregunta se desarrolla de una forma muy interesante en la ciencia ficción escrita desde América Latina y el Caribe, con sujetos (y territorios) que, desde el encuentro colonial, nunca han sido considerados totalmente humanos.
“La rigidez empezó por congelar mis manos y pies, luego siguieron las piernas y no tardó para que toda ella se extendiera hasta mi centro. Las mais empezaron a idear el plan para mantener mis premoniciones en el tiempo, llegaron a la conclusión de que el papel, las paredes y mi mismo ser no serían suficientes. Necesitaban mi esencia en algo más perdurable que la carne. El piquete del conector en mi nuca no fue tan doloroso como lo imaginé, tal vez andaba encantada por la celebración que se llevaba a cabo a mi alrededor. No todos tienen la fortuna de ver su propio funeral, es decir, a las personas que se ama extrañándote; porque igual yo no me iría, serían ellas. Ese funeral no era para mí, luego lo entendí, era para ellas, de ellas. Y ahora, por los siglos de los siglos, yo sería un avatar, la prima de la inteligencia artificial, del ayudante electrónico. Sería la única pista, la pista dañada”.
Fragmento del cuento Plasmando Futuros
En este orden de ideas, la ciencia ficción latinoamericana y caribeña posee una corriente poshumanista que desnaturaliza el mismo concepto de humanidad, al especular sobre cómo la tecnología pone de manifiesto que lo humano ha sido desde el inicio una construcción artificial blanca, burguesa, cisheterosexual, europea, etc. La perspectiva que describo es supremamente diferente al transhumanismo, porque, más que interesarse por el mejoramiento del ser humano mediante la tecnología, el posthumanismo ciencia ficcional busca descentralizar al ser humano en las discusiones sobre el pasado, el presente y el futuro, para explorar otro tipo de posibilidades y aproximaciones (Vazquez,
»Creo que esa fue una de las noticias más importantes del año. Sí, en otras ocasiones se había oído que el Cristo redentor era un atractor de rayos impresionante, pero nunca había sido impactado en el corazón por uno de ellos. Siempre era en la cabeza o alguna de las manos. Lo bueno es que logramos lo cometido, por eso tenemos el robot. ¿Que sí funcionará? Te diré la verdad, no sé si sirva mucho, pero la guardia dice que nos mantendrá a salvo en caso de que quieran atacarnos y que puede servir para nuestra supervivencia mientras nos adecuamos a las nuevas condiciones de la tierra. Gracias por quedarte, yo tampoco quise irme, no podía dejar mi hogar. Supongo que es un asunto de fe, siempre lo ha sido en lo que respecta a nosotros”.
Referencias
Bastidas, R. (2019). En nuestro caso es encuentro. La ecdisis como herramienta crítica para el análisis de la ciencia ficción colombiana [Tesis de doctorado, Universidad de los Andes]. Séneca
Repositorio Institucional. https://repositorio.uniandes.edu.co/entities/publication/da58e863-b61d4b5c-9f32-451eaceb44ef
Haraway, D. (2017). Manifiesto Cyborg (M. Talens, Trad.). Titivillus. (Trabajo original publicado en 1984).
Vazquez, L. (2024). El cuerpo perdido: una aproximación al cuento de ciencia ficción latinoamericanocontemporáneo. Visitas al Patio, 18(1), 44-56. https://doi.org/10.32997/RVP-vol.18num.1-2024-4607
―aquí corpóreo, allá, quizás, la erupción de un volcán― sea una secuencialidad bien formada. La (de) formación de un rostro es aquí puramente contingente. Lo absoluto será siempre el “intolerable desbordamiento del ser”.
Y las carnes ajadas se nos antojan rajadas.
Como en la Venus de Didi-Huberman o la Madame Edwarda de Pierre Angélique, la desnudez convoca el filo mortal del cuchillo del carnicero.
Le es inevitable a la mirada no hallarse entre una geometría exacta del espacio que acaba derivándose en un encuentro con lo paralizante. La carne voluptuosa no sufre ningún tipo de agitación erótica por su forma, sino por su informe: operador descalificante por excelencia. La mirada desea apilar la carne, dar sentido a las colinas desplegadas sobre ―y por― cierto ser-de-masa; pero también, y con mayor frecuencia, acabará deseando aquello que antes se le apiló. Cuanto más apilado ―más voluptuoso―, más posible se hace el Otro de ser deseado.
Que irritante resulta asociar la mirada con un gesto del erotismo, pues esto la ubicará siempre en el costado del caos, del desorden: hay que desbocarse hacia algo. El rayito ocular, creyendo tener éxito al condensar el mundo
Código y devolverlo hacia sus facultades reflexivas, acaba no entendiendo nada. ¿Qué podremos develar si lo único que sentimos es el apaciguamiento de entender y no el estupor de amar? Llamaremos a esto una subjetividad por contagio: me retuerzo así como lo hace el obsesionado ojo que se desliza en su órbita.
Y no desconozcamos la naturaleza del ojo desorbitado que ahora piensa por sí mismo. Dentro de su nueva independencia se alza frente al intelecto y nos pide a gritos su extracción. ¿No fue esto lo que Lord Auch nos sugirió tan enfáticamente en la Historia del ojo?
Qué gesto más profundo y soberano sería fundirme con las cosas. Plantar en ellas la semilla de una creación renovada dirigida hacia los pies, hacia un dedo gordo sin uña: espacio tan sensible que se posa entre los ojos.
Se me desliza un pedazo de carne hasta el pecho. Mi nariz es culpable de todas mis penas. Es una deformación leve, pero suficiente para arrojarme al vacío.
El acto de ver con los propios ojos ―la autopsia de Stan Brakhage― es el estadio último de la mirada desorbitada. Entre el ojo y el rayo solo
Código hay una tierna e infranqueable barrera: la gravedad.
A pesar de todo, cada cuerpo se encuentra abierto.
A toda costa se produce la risa. La falta de gravedad cierra las heridas necesarias para sostener una experiencia digna. La banalidad es reina: nada queda al reflexionar sino curaciones y suturas. Pero el tejido nunca vuelve a ser el mismo (…) toda cicatriz implica una artificialidad de la materia. Preferimos mantener nuestras heridas abiertas, extenderlas aún más con los dedos y desgarrar el cuerpo hasta que la carne informe pase a ser la capa exterior: pura sensación, puro nervio (Deleuze) expuesto a los chorros de ácido que nos escupe la realidad más virulenta.
Pero esa mujer que es DIOS, es más que nada y por ello es más
No quiero hablar con nadie. Sé que nadie me quiere escuchar y lo que diga pesa menos que si decidiera, ahora mismo, cortarme la garganta con una navaja y pintar mi pared blanca de rojo cinabrio.
Bataille nos ha pedido siempre gravedad, seriedad y una tristeza mortal. Concedámosle algo, desnudémonos ante sus textos y, como las muñecas de Hans Bellmer, sepamos que la cabeza no es sino el espacio innombrable que yace entre dos piernas. ***
¿Existe algo así como una escritura correcta, bien formulada y nutritiva para el pensamiento? Si acaso existiera—hecho absolutamente vomitivo—, desnudémosla. Acerquémosla a la propia tensión que ella misma plantea: la de una forma intocable. ¿Y si la tocamos? Gran profanación sería esto, pero no por ello menos fértil. Estar en contacto con los bordes de una experiencia intelectual y una corporal es continuar tensando la trenza del saber y el no-saber.
Aquí comienza una revolución silenciosa: la de devolverle al cuerpo su lugar en la experiencia vital. Pensar con el cuerpo. Habitar la vida desde los gestos, desde el pulso, desde la respiración. Porque moverse, lejos de ser una distracción, es una forma de comprender. De integrar. De sanar. De decidir. De avanzar. Esta visión no es solo intuición ni deseo poético. La neurociencia lo confirma. El aprendizaje se potencia cuando el cuerpo participa activamente en la experiencia cognitiva (Ferrari & Vecchi, 2018). El movimiento fortalece funciones ejecutivas, estimula la neuroplasticidad, mejora la regulación emocional y refuerza la memoria de largo plazo (Cassilhas et al, 2016). Movernos libera dopamina, serotonina, endorfinas, y al mismo tiempo activa zonas cerebrales vinculadas con la toma de decisiones, la creatividad, la resolución de problemas. Es decir, moverte te vuelve más inteligente. Más atento. Más tú.
Cuando una persona se mueve con presencia, su sistema nervioso se reorganiza. El cuerpo no solo responde, propone. Te dice por dónde no es. Te empuja hacia lo que te enciende. La intuición no es magia: es una combinación de me-
moria corporal, lectura sensorial y conciencia. Y eso se entrena. La ciencia también lo muestra con claridad. En adultos mayores, el movimiento es clave para sostener la agilidad mental. La actividad física mejora la memoria, incrementa el volumen del hipocampo, e incluso ralentiza la aparición de enfermedades neurodegenerativas (Boa Sorte Silva et al., 2024). En adolescentes, mejora la autoestima, la capacidad de atención, y disminuye los niveles de ansiedad (Herting & Chu, 2017). El cuerpo, cuando se mueve, no solo sana: también previene, crea y expande. Por eso, no se trata de movernos solo para “vernos bien”. Se trata de movernos para vivir mejor. Para decidir mejor. Para amar mejor. Para pensar con todo el cuerpo. ¡Y qué distinto es pensar con el cuerpo!
El cuerpo es honesto. Si te duele, te lo dice. Si algo no va contigo, lo sabes en el estómago, en el pecho, en el ritmo de la respiración. Si algo te entusiasma, te eriza. Y si lo ignoras, se acumula. Y lo que se acumula se transforma en tensión, en bloqueo, en enfermedad. Por eso, la invitación es clara, involucra tu cuerpo en todo. En la toma de decisiones. En los procesos creativos. En los aprendizajes. En la
Referencias
manera como te relacionas. Porque el cuerpo tiene información que la mente a veces no alcanza. Y si no lo escuchas, no te escuchas.
Imaginemos una vida con el cuerpo como aliado, no como obstáculo. Una educación donde se aprende caminando, sintiendo, encarnando conceptos. Un trabajo donde se honra el descanso, el estiramiento, el juego. Una espiritualidad que no evade el cuerpo sino que lo celebra como templo.
Moverse es un acto de poder. De presencia. De elección.
Quien se mueve, cambia. Y quien cambia, transforma el mundo.
- Boa Sorte Silva, N. C., Barha, C. K., Erickson, K. I., Kramer, A. F., & Liu-Ambrose, T. (2024). Physical exercise, cognition, and brain health in aging. Trends in Neurosciences, 47(6), 402–407.
- Cassilhas, R. C., Tufik, S., & de Mello, M. T. (2016). Physical exercise, neuroplasticity, spatial learning and memory. Cellular and Molecular Life Sciences, 73(5), 975–983.
- Ferrari, M., & Vecchi, T. (2018). Embodied Cognition and Education. Routledge.
-Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar. Siglo XXI Editores.
Herting, M. M., & Chu, X. (2017). Exercise, cognition, and the adolescent brain. Birth Defects Research, 109(20), 1672–1679.
-Le Breton, D. (2007). El cuerpo y sus metáforas. Ediciones Nueva Visión.