Los desplazados de los desastres

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CLARA DE LA HOZ DEL REAL

LOS DESPLAZADOS DE LOS DESASTRES

UN ANÁLISIS CRÍTICO DE LA CATEGORIZACIÓN DE PERSONAS EN SITUACIÓN DE DESPLAZAMIENTO TEMPORAL (PSDT) EN COLOMBIA

Los desplazados de los desastres

Pontificia Universidad Javeriana

Los desplazados de los desastres

Un análisis crítico de la categorización de personas en situación de desplazamiento temporal (psdt) en Colombia

Clara de la Hoz del Real

Traducido del francés por Jorge Enrique Palacio

Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana

© Clara de la Hoz del Real

Primera edición: Bogotá, noviembre de 2025

ISBN (impreso): 978-628-502-081-0

ISBN (digital): 978-628-502-082-7

DOI: https://doi.org/10.11144/Javeriana.9786285020827

Número de ejemplares: 300 Impreso y hecho en Colombia

Printed and made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Carrera 7.a n.° 37-25, oficina 1301

Edificio Lutaima

Teléfono: 320 8320 ext. 4205 www.javeriana.edu.co/editorial

Bogotá, D. C.

Traducción:

Jorge Enrique Palacio

Corrección de estilo: Ruth Romero

Diagramación: Carmen Villegas

Diseño de cubierta: Claudia Rodríguez

Impresión: Linotipia Martínez

Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación.

Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J. Catalogación en la publicación

De La Hoz Del Real, Clara Los desplazados de los desastres : un análisis crítico de la categorización de personas en situación de desplazamiento temporal (PSDT) en Colombia / Clara de la Hoz del Real ; traducción del francés por Jorge Enrique Palacio. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2025.

340 páginas ; 24 cm

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN: 978-628-502-081-0 (impreso) ISBN: 978-628-502-082-7 (electrónico)

1. Desastres naturales - Colombia 2. Desastres ambientales - Colombia 3. Desplazamiento por desastres ambientales - Colombia 4. Desplazamiento forzadoColombia 5. Políticas públicas - Colombia I. Palacio, Jorge Enrique, traductor II. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá.

CDD 363.34 edición 21

CO-BoPUJ 16/09/2025

Prohibida la reproducción total o parcial de este material sin la autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana y de la Universidad París-Saclay (UVSQ). Las ideas expresadas en este libro son responsabilidad de su autora y no reflejan necesariamente la opinión de la Pontificia Universidad Javeriana ni la de la Universidad París-Saclay (UVSQ).

Para Joachim y Jacob, quienes me enseñaron que el amor es la fuerza que hace posible lo que parece imposible.

Edilma Osorio Pérez

La temporalidad corta como característica de los desplazamientos por desastres

La identidad social como dimensión central de la experiencia del desplazamiento temporal

ii. Cuando el desastre se transforma en desplazamiento

Del desastre nacional al evento local: La Niña 2010-2011 en Colombia

El lugar donde ocurrió el desastre

iii. Abandonar su pueblo, convertirse en damnificado 135

El abandono del lugar de origen 135

Representaciones de las pérdidas: de los aspectos materiales a la ruptura social 144

iv. La llegada a los lugares de destino 159

La ciudad: entre llegada discreta e inserción precaria 159

Los municipios: una presencia marcada en un contexto precario 163

La carretera: un intento de mantener el vínculo social 165

Las representaciones de los lugares de destino y de sus ocupantes 166

Las representaciones de la supervivencia en los espacios de asentamiento 191

v. La construcción de categorías y sus impactos en la experiencia de las personas en situación de desplazamiento temporal (psdt) 213

La desactivación de la identidad social 214

La lógica de categorización institucional 224

Las lógicas informales de categorización 240

vi. En el umbral de la supervivencia 261

La producción de una condición social liminal 261

Mas allá del reconocimiento político, el reconocimiento social 275

vii. El estudio del desplazamiento temporal: una visión prospectiva

Integrar la dimensión colectiva de la identidad social en el estudio de las representaciones de la experiencia del desplazamiento temporal 293

El desplazamiento como experiencia total o la experiencia total del desplazamiento

Clara de la Hoz del Real en diálogo con Gustavo Wilches-Chaux

Siglas y abreviaturas

Acnur: Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados

cdkn: Climate and Development Knowledge Network

Cepal: Comisión Económica para América Latina y el Caribe

dane: Departamento Administrativo Nacional de Estadística

dnp: Departamento Nacional de Planeación

enos: El Niño (Oscilación del Sur)

fema: Federal Emergency Management Agency

grid: Global Report on Internal Displacement

iasc: Inter-Agency Standing Committee

icrc: International Committee of the Red Cross

move-lam: Observatorio Latinoamericano de Movilidad Humana, Cambio Climático y Desastres

nbi: necesidades básicas insatisfechas

oim: Organización Internacional para las Migraciones

Oneps: Observatoire National de la Pauvreté et de l’Exclusion Sociale

onu: Organización de las Naciones Unidas

pngrd: Política Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres

pnpad: Plan Nacional de Prevención y Atención de Desastres

pnud: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo

psdt: persona en situación de desplazamiento temporal

rs: representación(es) sociale(s)

sngrd: Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres

snpad: Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres

tic: tecnologías de la información y las comunicaciones

unep: United Nations Environment Programme

ungrd: Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres

Prólogo

Prólogo

Sucedió en Campo de la Cruz, departamento del Atlántico, el 30 de noviembre del 2010, cuando cerca de 17 000 personas del municipio tuvieron que abandonarlo todo; salieron a los poblados vecinos huyendo de una inundación imparable, provocada por la ruptura de un dique, en medio de una temporada muy fuerte de lluvias en el país. “El suelo parecía ser mantequilla con cuchillo caliente […]. Y, cuando yo vi la magnitud de ese chorro, con una boca de trescientos metros, yo dije: ‘De aquí no hay maquinaria ni poder humano que pueda detener estas aguas’”. Así cuenta Rómulo lo que sucedió ese día inolvidable a las tres de la tarde, cuando se rompió una pared del Canal del Dique —brazo artificial del río Magdalena, de cerca de cien kilómetros, que se ubica en una llanura aluvial caracterizada por múltiples ciénagas y humedales—, e inundó el municipio en unos pocos días (De la Hoz del Real, 2021). Ese y otros relatos reconstruyen la pesadilla colectiva vivida por mujeres y hombres que debieron dejarlo todo para tomar distancia de la certeza de un desastre y garantizar su supervivencia en medio de la incertidumbre.

Sobre este proceso de desplazamiento forzado temporal por razones climáticas, Clara de la Hoz del Real desarrolla su investigación doctoral, logrando “ver lo que todo el mundo ha visto y pensar lo que nadie más ha pensado”.1 Las inundaciones constituyen en Colombia una realidad muy frecuente en diferentes lugares del país. Son situaciones en las que la gestión del agua constituye el factor central que configura un riesgo de potencial desastre, el cual se caracteriza, usualmente, por afectar a una gran cantidad de personas y familias, con muy pocas víctimas mortales, afortunadamente.

1 Esta definición de qué es investigar se adjudica al premio Nobel de Medicina de 1937, Szent-Györgyi (1893-1986).

De la Hoz del Real le apuesta a comprender en profundidad, desde la voz y los testimonios de quienes vivieron esta experiencia concreta en Campo de la Cruz, indagando por el sentido y las representaciones que tales experiencias tienen para estas personas, así como por las consecuencias que se imponen en la construcción de su identidad social. Para esto, aborda su estudio, ofreciendo a los lectores, con generosidad, detalles de ese proceso investigativo, que resultan muy útiles para compartir e inspirar a otros estudiosos de las migraciones.

La autora teje un texto que protagonizan camperos y camperas —como se denominan los habitantes de Campo de la Cruz— en diálogo con hechos, cifras, autores y análisis. De esta manera, pone al descubierto vivencias marcadas por el miedo, el dolor, la nostalgia y la fortaleza, para enfrentar los desafíos de un giro radical en sus vidas, que los conmina, durante un tiempo incierto, a residir fuera de sus casas y de su pueblo, un entorno que les proporcionaba un sentido de pertenencia y de seguridad material y simbólica.

En medio de la miseria que acompaña el desplazamiento forzado, la vida debe recomenzar en otro lugar, dependiendo de instituciones y de otras personas, viendo cómo el tiempo corto pasa muy lentamente para convertirse en un tiempo largo, pleno de soledades, dificultades y añoranzas. Es ahí donde resulta claro que “el concepto tiempo no es una ‘reproducción’ conceptual de un río objetivamente dado, ni una forma de experiencia humana anterior a toda vivencia concreta” (Elias, 1989, p. 17).

La nueva cotidianidad se fragua con apuros en otros lugares, donde son “recién llegados” y “extraños”, pese a la proximidad geográfica y de vecindad entre los municipios, mientras se irrumpe en la vida de quienes ya están establecidos. Mientras tanto, esa patria chica, esa “matria” (González, 2003), queda desolada, vaciada de sus habitantes, que le daban vida, sumergida y en riesgo de desaparecer.

Además de los elementos fundamentales que caracterizan el problema de estudio, el texto nos va conduciendo, a través de la

Flor Edilma Osorio Pérez

riqueza testimonial de sus habitantes, por los diferentes momentos de ese duro proceso: desde la tarde de la inundación y sus días previos, en los que se desplegaron diversas estrategias para hacer seguimiento a las aguas y advertir el peligro, hasta su salida y llegada a los diversos lugares de paso que fueron encontrando en medio del azar y de las decisiones urgentes. Escuelas, cambuches, alojamientos individuales y albergues “oficiales”, en la ciudad, los pueblos o, simplemente, en algún punto de la carretera, se tornan en lugares de espera y también de desespero, de solidaridades y tensiones, de algunas seguridades y de varios temores, de ciertas posibilidades y de muchas restricciones. Junto con el inventario de pérdidas, el texto despliega los diferentes procesos de territorialidad, es decir, de construcción de esos territorios de paso, que se convierten en lugares para habitar transitoriamente, en medio de profundos sentimientos de pérdida de intimidad y de dignidad.

El inventario y el peso de las dificultades y los impactos ponen en evidencia un retroceso muy rápido y brutal, que se resuelve muy lento y parcialmente, y que puede, incluso, resultar irreversible. Se impone entonces esa fatigosa “inestabilidad estable”, un desfase en sus vidas de carácter permanente, que se va transformando en estructura (Lewkowicz, 2004). Una regresión que profundiza las brechas de desigualdad preexistentes desde antes de la inundación, desigualdad que configura, de manera silenciosa, mayores y nuevas posibilidades de vulnerabilidad. Todo esto se va instalando paulatinamente, marcando con fuerza cada detalle del espacio-tiempo de quienes viven estos éxodos forzados, mientras se vuelve imperceptible para el resto de la sociedad.

La simplificación que con frecuencia se hace de los impactos de las inundaciones tiene que ver, en buena parte, con un tiempo cronológico corto o mediano —dentro de las mediciones estandarizadas— y con la proximidad del entorno donde se establecerán temporalmente quienes se han tenido que desplazar. La vecindad cultural y geográfica y la posibilidad de un retorno próximo llevan

a subestimar, e incluso a ignorar, la complejidad de la experiencia vivida y la valoración de los impactos en sus vidas. No obstante, los desplazamientos forzados, por el hecho de ser obligados e imprevistos, imponen en la práctica una precariedad repentina, una dependencia no deseada, en medio de una esquiva certeza del retorno y de circunstancias poco controlables. Con toda la gravedad que tienen los daños materiales, De la Hoz del Real llama la atención sobre la pérdida de la trama social que provee a cada persona de referentes identitarios, un inaparente pero vital trasfondo, que genera alteraciones con implicaciones en los procesos subsiguientes a la salida, como el establecimiento temporal y, por supuesto, el retorno.

El desplazamiento temporal —concepto que acuña y desarrolla la autora—, comparado con un destierro definitivo, en el cual el retorno es imposible, resulta un mal menor. Aparentemente, solo se trata de tener paciencia y esperar que las condiciones climáticas regresen a la normalidad y los suelos se sequen. Pareciera que el costo de la supervivencia se paga con una condición liminal impuesta, que mina la dignidad y el sentido de sus vidas; como bien lo señala De la Hoz del Real, esta condición se deriva de la categoría de damnificado, con la cual son identificados y registrados en las listas para acceder a ayuda material de emergencia, promesa que, con frecuencia, no resulta ni oportuna ni adecuada y que a veces simplemente no llega.

La lectura de este libro ha suscitado un diálogo constante con otras experiencias de desplazamiento forzado, como las generadas por el conflicto armado y por proyectos de infraestructura y desarrollo, que he conocido en mi experiencia académica. A manera de pistas, y sin mayores desarrollos analíticos, aventuro tres ejes de reflexión que considero relevantes en este campo de investigación.

Categorías, estigmas y relaciones

Estar damnificado y estar desplazado, en cuanto condiciones, se convierten casi de inmediato en identidades estigmatizadas y estigmatizantes: ser damnificado y ser desplazado. Esas categorías y

denominaciones, usualmente generadas por las instituciones en su quehacer, se van sedimentando hacia equivalencias cargadas de menosprecio, ciudadanías de segunda o de tercera clase, que despojan de la capacidad de decidir y de actuar a quienes, antes de esa circunstancia, habían trabajado y sacado sus vidas adelante, a punta de esfuerzo propio y cotidiano. Damnificados de…, víctimas de…, afectados por…, sobrevivientes de… y otras categorías muy pronto condensan múltiples connotaciones negativas frente a su capacidad y autonomía, de modo que resultan tratados como incompetentes e incapaces, mientras que se duda de la veracidad de su experiencia, situaciones todas que implican una revictimización.

En el caso del conflicto armado, quienes sobreviven cargan además con la “sospecha moral” (Agier, 2002, p. 59) de que “algo hicieron o dejaron de hacer”; es decir, resultan señalados como los responsables de su situación, bajo el argumento común de que, “si uno está quieto y se porta bien, no le pasa nada malo”. Nada más falaz en medio de una guerra sucia como la que experimenta Colombia; desafortunadamente, ese argumento no solo proviene de los no desplazados, sino que incluso resulta común entre quienes han vivido la misma situación de destierro. Por ello, resulta importante seguir profundizando y ampliando la comprensión de cómo surgen y se acuñan esas identidades individuales y colectivas, cómo se tejen esas representaciones sociales sobre sí mismos y sobre las y los otros en medio del desplazamiento forzado; pero también cómo se transforman y se van reconfigurando con el paso del tiempo, en medio de las decisiones y condiciones de gran precariedad e incertidumbre que caracterizan los desplazamientos forzados temporales o permanentes, cualquiera que sea su causa. Un muy buen acercamiento a este desafío nos lo propone Clara de la Hoz del Real en su investigación. ¿Por qué y cómo se tejen las reacciones de nosotros frente a esos otros desterrados? Esto se puede responder usando diversos caminos teóricos y metodológicos. Indagar por las representaciones sociales, como lo ha hecho De la Hoz del Real, es una senda fértil,

dado que estas se constituyen en un puente invisible que conecta no solo lo que pensamos, creemos y sentimos por esos otros, sino lo que hacemos o dejamos de hacer en las relaciones con ellas y ellos. El asunto no es fácil, y Sontag así lo expone en Ante el dolor de los demás (2004). Centrada en el papel de la fotografía, e incluyendo los medios de comunicación, ella va mostrando las distancias y proximidades que establecemos con esas situaciones de dolor ajeno, un conocimiento que siempre estará mediado; en este caso, esa mediación la hace la cámara y quien decide detrás de ella. Reconocimiento, compasión, desinterés, miedo, temor, desamparo, cansancio, evitación e impotencia constituyen algunas de las respuestas que nos suscita como individuos el sufrimiento ajeno. “No podemos imaginar lo espantosa, lo aterradora que es la guerra; y cómo se convierte en normalidad” (Sontag, 2004, p. 144). Algo muy parecido podríamos decir acerca del dolor y de las múltiples pérdidas que provocan los desastres y la rapidez con la que los normalizamos. Habría que considerar también que

la categoría de víctima se superpone sobre una sociedad secularmente dividida en términos de estratos sociales, clase, etnia, género, edad, a las cuales hay que agregar las brechas construidas desde la polarización que genera la guerra, factores que no solo clasifican, sino que jerarquizan y excluyen. Las víctimas duplican de varias maneras las desigualdades presentes en la sociedad nacional mediante estigmas y respaldos, presencias y olvidos. Son evidentes las solidaridades diferenciadas que se traducen en que algunos daños convocan e indignan más a la sociedad, al margen de la magnitud de su impacto. (Osorio y Jaramillo, 2016, p. 212)

Reconocimiento legal y respuestas efectivas

Una de las primeras luchas que articuló diversos movimientos de derechos humanos y de víctimas de la guerra sucia —como se denominó en su momento— durante la década del ochenta fue lograr que se reconociera el desplazamiento forzado a través de una ley. Un largo recorrido que, finalmente, se concretó con la Ley 387 de 1997, y que ha seguido nutriéndose con otras disposiciones legales. Hoy en día, se está impulsando una ley que reconozca el desplazamiento forzado por razones ambientales, y muy seguramente en poco tiempo Colombia contará con una ley al respecto. Con toda la validez e importancia que esto tiene, quiero llamar la atención sobre la eficacia simbólica de la norma, cuyo juego reside en equiparar el decir con el hacer, y que tiene la perversidad de crear normas para ser promulgadas, pero no para ser aplicadas: “Mientras más dificultades existen para cambiar una realidad social, más frecuente es que los intentos de cambios se consagren en fórmulas jurídicas. A falta de cambios reales se tienen cambios simbólicos” (García, 2005, p. 61).

En el desplazamiento forzado por causa del conflicto armado, pese a la amplia normatividad, la atención estatal ha resultado marginal y a todas luces insuficiente e inoportuna. Por ello, la Corte Constitucional emitió la Sentencia T-025 de 2004, en la cual afirma que “hay un estado inconstitucional de cosas” en materia de desplazamiento forzado, lo cual constituye una violación “masiva, prolongada y reiterada” de los derechos de los desplazados, derivados de una asignación insuficiente de recursos y de la incapacidad institucional para poner en práctica dicha política. Una comisión para el seguimiento de la política pública de desplazamiento forzado se conformó desde la sociedad civil para construir indicadores e investigar con rigor la realidad de la población en desplazamiento forzado; desde allí, se produjeron varios informes nacionales, que dan cuenta de pocos avances y de una enorme deuda social que sigue vigente.

Ahora bien, para la efectividad de la norma es importante la presión y el reclamo de sus derechos por parte de las víctimas, lo

cual implica conocimiento e información previa y suficiente al respecto. En la mayoría de experiencias de desplazamiento forzado por la guerra ese conocimiento y esa información, aunque no existían previamente, resultaron en un aprendizaje acelerado, inicialmente de líderes y lideresas, que paulatinamente se fueron expandiendo a buena parte de los afectados. Pero, además, mientras que en el desplazamiento forzado por la guerra es posible señalar a los responsables, aunque el miedo no lo permita, esto se torna mucho más difuso en los desastres ambientales, dados sus vínculos con causas lejanas y procesos acumulados en tiempos largos. ¿A quién o a quiénes responsabilizar por las varias inundaciones que se han producido en las poblaciones vecinas al Canal del Dique? Pese a que varios estudios han mostrado cómo la actividad comercial de navegabilidad en el canal ha producido, entre otros daños, una sedimentación importante, parece poco probable que en el corto plazo se puedan imputar responsabilidades, al menos desde los mismos pobladores, pese a las posibles sospechas que puedan tener. Pero también hay otras lecturas de orden muy diverso, desde una conciencia mágica, un castigo o una prueba divina, un destino ya trazado, perspectivas que de muchas maneras condicionan su comprensión y análisis. Entonces, ¿cómo explicar estos hechos? Como lo señala García (1993), los desastres “constituyen el detonador de una situación social, económica y política crítica previamente existente” (p. 132). En ese sentido, el fenómeno natural, en este caso la inundación, inicia el desastre, pero no es la causa misma.

Identificar responsabilidades y responsables constituye, en el caso de la guerra, un requisito fundamental para favorecer la terminación del conflicto armado y la reconstrucción de la sociedad a través de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. Desde la experiencia colombiana, estas apuestas, si bien son un horizonte, resultan bastante esquivas en medio de lo lentos y contradictorios que pueden ser los procesos de paz. Para el caso de los desplazados ambientales, la justicia ambiental y la reparación

son, en principio, factores clave en los procesos de volver a empezar, junto con las otras disposiciones que queden consignadas en una posible ley. Además del reconocimiento estatal, será necesario construir mecanismos que garanticen el cumplimiento de las obligaciones del Estado de manera oportuna e integral, máxime cuando los desastres resultan tan frecuentes y los afectados tan numerosos. Igualmente, será clave contar con opiniones de expertos ambientales y legales que, con base en estudios rigurosos y en un compromiso claro con las comunidades —como ha sucedido en el caso de las luchas contra proyectos minero-energéticos en varios lugares del país—,21brinden información y asesoría oportuna para explicar las causalidades y responsabilidades de muchos de estos desastres.

Perspectivas analíticas clave para comprender el desplazamiento forzado

Los estudios sobre desplazamiento forzado por el conflicto armado en Colombia se han nutrido de diversos énfasis y perspectivas. Quiero destacar tres, que, desde mi experiencia, considero fundamentales en las investigaciones sobre las migraciones forzadas, cualquiera que sea su causa. Se trata, por una parte, de la perspectiva interseccional, un aporte de los estudios feministas, que permite comprender y situar la multiplicidad y simultaneidad de la opresión que viven las mujeres, comprendiendo que, como propone Viveros (2013) en un estudio sobre trayectorias de movilidad de mujeres y hombres afrocolombianos, “las relaciones sociales son consustanciales e interdependientes. Esto significa, por ejemplo, que el género no se estructura únicamente en la oposición hombre/mujer, sino en relación con categorías de clase y raza” (p. 194). Los entrecruzamientos de las diferentes formas de dominación, opresión y discriminación, incluyendo las categorías de género, raza, clase, edad y discapacidad, entre otras, permiten construir estudios que atiendan la diferenciación de los sujetos y analicen

2 Véase, por ejemplo, Quiñones (2019).

las interacciones entre sus diferentes identidades con las formas de poder y opresión estructural, para comprender las desigualdades sociales de forma más integral y compleja.

Por otra parte, está la perspectiva territorial, que ha adquirido un lugar central para enriquecer las comprensiones sobre los impactos, los cambios y los procesos de despojo, destierro y recomienzo que se imponen por la vía de la guerra. Lecturas y análisis de la experiencia de habitar y de comprender lo que implica construir territorio, en esa profunda y cotidiana relación entre sociedad y naturaleza, y dar cuenta de la severa y veloz reconfiguración producida por el conflicto armado y también por proyectos minero-energéticos y de infraestructura y desarrollo han sido fruto de un prolífico encuentro, por ejemplo, con la geografía y la ecología. Hay un gran desafío de diálogo e inclusión de la problemática ambiental, incorporando diversas escalas temporales que permitan comprender mejor las dinámicas de apropiación de la naturaleza y sus consecuencias, que se impone con urgencia en el campo de los riesgos y desastres ambientales. Recordemos con Haesbaert (2011) que “las velocidades y los ritmos de cambio son siempre múltiples y, con ellos, pueden ser múltiples también las posibilidades que el espacio social nos proporciona para la reconstrucción de nuestros referentes territoriales, materiales e inmateriales, funcionales y simbólicos” (p. 308).

Otra perspectiva, quizá la más esperanzadora, en medio de tanto dolor y sufrimiento, es la comprensión de procesos colectivos de las víctimas, de esas dinámicas que los van configurando como actores sociopolíticos. Desde la capacidad para volver a empezar en medio de la precariedad y la adversidad; de convivir con la incertidumbre en su vida cotidiana, hasta la construcción colectiva de procesos de respuestas, protestas y propuestas, las víctimas van asumiendo protagonismos locales y regionales, a partir de su propia indignación y su cansancio frente a las promesas incumplidas y a la inercia institucional. Son variados los caminos analíticos para comprender y reconocer las múltiples capacidades y potencialidades de

estos procesos colectivos, que llegan a confrontar las estructuras de poder para exigir, pero también para construir y crear opciones. En medio de las urgencias de los recursos y por las exigencias de los trámites, van rehaciendo una noción de ciudadanía potencial, que implica su condición de sujetos de derecho —así no los disfrute—, una percepción del Estado como el “adversario” al cual reclamarlos —así no lo pueda hacer— y una pertenencia a una sociedad nacional mayor —así los rechace—. (Osorio, 2014, p. 44)

Los desplazamientos forzados, cualquiera que sea su origen, constituyen rápidos y profundos entrampamientos de empobrecimiento y miseria que, muy seguramente, afectarán a las generaciones futuras, perpetuando relaciones de dominación y despojo, cuya recuperación resulta terriblemente lenta y, a veces, simplemente imposible. En Colombia, quienes dejan sus territorios de manera involuntaria en muchos casos sobreponen en sus vidas múltiples destierros y despojos por causas diversas; en su trasegar, resultan reencontrándose y conviviendo en los mismos márgenes de las ciudades y poblados con los otros muchos desplazados. Así lo han mostrado diversos estudios y lo confirma De la Hoz del Real para el caso de Campo de la Cruz.

Este estudio es un aporte indudable al campo de las migraciones forzadas en Colombia y, específicamente, a aquellas que suceden por desastres de orden ambiental. Aunque un mayor conocimiento no constituye garantía de la resolución de un problema, como bien nos ha mostrado una guerra de más de medio siglo, es evidente que necesitamos conocer más y mejor sobre los riesgos y desastres ambientales derivados de saqueos acumulados y manejos inadecuados de los recursos, que, aunque generosos, tienen sus límites. Ante todo, urgen estudios comprometidos que involucren a las poblaciones en el conocimiento de sus propias realidades, sus riesgos y formas de prevención, para sistematizar y enriquecer un conocimiento propio

y ponerlo en diálogo con otros que contribuyan a darle más potencia, de frente a los procesos de reclamación y exigencia de intervención oportuna del Estado. En esta casa común estamos interconectados sistémicamente; por ello conviene que, además de los directamente afectados, todas y todos hagamos lo propio en nuestros territorios, para conocer no solo los riesgos, sino también los impactos que causan en los demás, nuestras prácticas de consumo, de uso y manejo de los recursos. La casa común exige un cuidado y una responsabilidad común, colectiva, un esfuerzo global, consciente y cotidiano, buscando “que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza” (Francisco i, 2015, p. 183).

flor edilma osorio pérez Mayo de 2023

Flor Edilma Osorio Pérez

Cuando el Dique suena…

El 27 de noviembre del 2010, una ligera lluvia caía sobre el municipio de Campo de la Cruz. Desde agosto, llovía continuamente. Los medios de comunicación nacionales y locales hablaban de una ola invernal sin precedentes en toda Colombia. Hasta ese momento, más de un millón de personas se habían visto afectadas por inundaciones y deslizamientos de tierra. En algunas zonas del país, la probabilidad de inundaciones aumentaba a medida que subía el nivel de los ríos. Esto no parecía de buen augurio para los camperos,1 los habitantes de Campo de la Cruz, quienes, desde hacía varias semanas, estaban sumidos en la zozobra por la amenaza de una crecida del río Magdalena o por un desbordamiento del Canal del Dique. Sin embargo, la mayoría de sus habitantes intentaba seguir con sus actividades cotidianas, a pesar de la lluvia que caía sobre el pueblo.2 Esa mañana, Shirley,3 con un extraño presentimiento, preparaba el desayuno para sus nietas, así que las sentó a la mesa mientras salió a charlar con su vecina, tal como era su costumbre. Ese día, la conversación giró naturalmente en torno a los rumores de una inundación. La señora Soraya, por su parte, se alistó para ir a la tienda del cachaco a comprar un poco de queso. A medida

1 Los habitantes de Campo de la Cruz se llaman a sí mismos camperos o campocrucenses. En este texto, utilizaré ambos términos, según su uso por parte de los participantes de la investigación.

2 En Campo de la Cruz, sus habitantes se refieren a su municipio con la palabra pueblo. Por esta razón, he optado por utilizar ambos términos a lo largo de este libro como equivalentes.

3 En este libro aparecerán los nombres cambiados de los participantes de este estudio, a excepción de aquellos que figuran en el apartado “Un repaso a la historia del lugar”, donde aparecen sin cambiar a petición suya. Por otro lado, he conservado los nombres de los distintos lugares, en particular los nombres de ciudades, pueblos y lugares de desplazamiento, para permitir la comprensión del contexto cultural y social específico en el que se desarrolló esta investigación.

que avanzaba, intentaba evitar los enormes charcos de agua que se habían formado a lo largo del camino embarrado que la llevaba hasta el centro del pueblo.

Mientras tanto, un grupo de hombres se había dirigido hacia los lados del Canal para vigilar el nivel del agua. Llegaban para ayudar a los que ya estaban presentes, intentando construir un muro con sacos de arena para evitar una posible inundación. Apostaban a que esto ocurriría en el tramo Santa Lucía-Villa Rosa, ya que era en ese lugar donde la amenaza parecía más seria. Algunos de los transeúntes filmaban la escena, como para atestiguar los inconmensurables esfuerzos de estos héroes anónimos. Por otra parte, Rómulo, después de terminar su programa radial matutino, decidió enviar unos motociclistas para que lo mantuvieran informado de lo que sucedía: “Les pedí que me dijeran la verdad de lo que estaba pasando, para poder decirle a la comunidad a través de la emisora que manejo acá”, dijo él.

Al día siguiente, la lluvia no daba tregua. El 28 de noviembre, en Campo de la Cruz se escuchaban las campanas de la iglesia, tocadas por el cura a lo largo del día, como si anticipara la emergencia que se avecinaba. La preocupación entre los camperos crecía. Sin embargo, la mayoría de ellos no creía que ocurriría una inundación por los lados del Canal. Pensaban que era más probable que los inundara el río, como había ocurrido en el pasado, por lo que también vigilaban el nivel del Magdalena. Graciela intentaba mantener la calma. Prefería sentarse frente a su ventana para observar a los caminantes que se apresuraban hacia su destino. Su marido, agricultor, estaba en su finquita, cercana al pueblo. Había salido temprano esa mañana para intentar poner a salvo a sus animales, pero hasta esa hora no había encontrado un camión para transportarlos.

Al caer la tarde, el marido de Juanita tuvo un fuerte presentimiento. Miraba al cielo, encapotado desde hacía varios días, y la lluvia que no cesaba. Presentía que el pueblo se inundaría y decidió confiar en su intuición. Juanita estaba embarazada de ocho meses. No podría perdonarse que le pasara algo a su mujer y a su hijo que estaba

por nacer, así que decidió enviarlos a un lugar más seguro, mientras él se quedaba en el pueblo para cuidar su casa.

El 29 de noviembre, los hombres encargados de “vigilar” el Canal hicieron un último intento de levantar una barrera. En el resto del país, las emergencias seguían multiplicándose, y el número de personas afectadas no cesaba de aumentar. En el pueblo, las campanas de la iglesia repicaban durante todo el día. El ambiente se sentía pesado y los camperos, cada vez más nerviosos. Sin embargo, aún no había pasado nada y la vida debía continuar. Algunos de los lugareños temían que esta aparente tranquilidad fuera engañosa y abandonaron el pueblo, pero solo aquellos que tenían los recursos para permitírselo.

El 30 de noviembre, a las tres de la tarde, todo cambió bruscamente. El Canal del Dique cedió a la presión del agua y se abrió una brecha de más de doscientos metros en el tramo Santa Lucía-Calamar. Todos los esfuerzos de los días anteriores fueron vanos, en gran parte porque los habitantes se habían equivocado de lugar. La noticia de la ruptura del canal se extendió rápidamente por todo el país. La hermana de Rosalba la llamó desde la capital para ver cómo estaba. El agua se acercaba lenta pero peligrosamente al pueblo, aunque ella intentaba tranquilizarla diciéndole que el pueblo seguía “seco”.

Lidia vivía en un barrio bastante tranquilo. Por la mañana había notado un alboroto inusual, pero estaba lejos de imaginar un desastre. Su hijo había ido en motocicleta con su nieto unas cuadras más allá. Pero al cabo de unas horas, la cacofonía de bocinas y sirenas la traumatizó. Se dio cuenta de que algo raro estaba ocurriendo:

Y yo salí con un vara a buscarlo [a su hijo para reprenderlo], porque como eso estaba que se desbordaba [el Dique], y a mí me atacaron los nervios; yo salí corriendo detrás de él [su hijo] a buscarlo. Cuando yo voy por allá, por donde pasa el poco de motos, le digo: —Reinaldo, ¿qué estará pasando para allá?

—No, mami, usted todo se imagina lo malo, ¿qué puede estar pasando pa’ allá?

Le digo yo:

—¡Algo pasó para allá!

Cuando ya vengo con el nieto, es que me dicen: “¡Se reventó el Dique, se reventó el Dique!”. Y eso fue el alboroto, y carros seguían pitando, y la ambulancia, y todo eso.

Los héroes locales decidieron acudir al lugar para aportar su “granito de arena”. Como explica Ubaldo, se trataba literalmente de ayudar a lanzar sacos de arena para taponar la abertura, cada vez más grande. Pero los soldados les impedían continuar, como si trataran de ocultar algo. Rómulo, que acudió al lugar inmediatamente después de que se rompiera el canal, era uno de los que pensaban así. Para él, lo que estaba ocurriendo era tan “grande” que estaba casi seguro de que había manos criminales implicadas. La presencia de los soldados confirmaba sus sospechas, aunque unas horas después ya no pensaría en eso. Así que se quedó un rato, observando cómo se desarrollaba la delirante escena. Cuenta Rómulo:

Eso se fue agrandando, el suelo parecía ser mantequilla con cuchillo caliente; se fue agrandando, agrandando, pero una cosa… ¡bárbara! Y cuando yo vi la magnitud de ese chorro, con una boca de trescientos metros, yo dije: “De aquí no hay maquinaria ni poder humano que pueda detener estas aguas”.

Finalmente, en lugar de provocar el pánico alertando a la población, decidió irse del pueblo. Esperaba que su actitud inspirara a otros a hacer lo mismo. El alcalde del municipio también se marchó en ese momento, para no regresar. Los lugareños fueron abandonados a su suerte, y las zonas rurales fueron las primeras en inundarse.

Afortunadamente, contamos con el sacerdote, el padre Samuel, que se puso las botas y dio el frente a la situación, para ayudar a la población.

El que dio la talla en ese entonces, y la cara, es el sacerdote —explica

Ubaldo con cierta tristeza. —Tomó el lugar del alcalde, que prácticamente nos abandonó —agregó.

En la mañana del 1.º de diciembre, las aguas del Canal empezaron a ingresar lentamente a Campo de la Cruz. Los habitantes intentaron detener el avance de la inundación cavando zanjas a lo largo de las calles principales con ayuda de una máquina. Pero, con cada nuevo intento, los muros de tierra se derrumbaban, debido a la humedad y a las fuertes lluvias que caían sobre la zona. La normalidad de la vida cotidiana se detuvo y fue sustituida por la ansiedad y la incertidumbre. Otros vecinos intentaron construir muros de contención con ladrillos, pero nada funcionaba, y el agua entraba por todos lados. Los primeros afectados por la inundación fueron los barrios de Tabardillo, Carretico y El Carmen, donde el agua empezó a invadir las calles y las casas.

Regina, acostumbrada a enfrentarse a los desastres de la vida, no creía que ocurriría una inundación. Estaba bastante segura de que el agua no llegaría a su casa, pero por precaución construyó una pequeña zanja. Sin embargo, ese día, durante la noche, cambió de opinión, cuando un vecino llamó violentamente a su puerta:

—¡Regina!

Yo le contesté: —¿Qué?

Me dijo: —Este… ¡Levántate, que nos vamos a hundir!

Pero a mí me atacaron los nervios. Y me fui pal’ baño, y oriné y me acosté otra vez, porque yo vi que no había nada. Cuando, en eso, me dice la otra hija mía:

—¡Ya baja, que aquí está el agua en la puerta!

Cuando yo estoy, me levanto enseguida, ya el agua me daba aquí en los pies. Y yo le dije a las hijas mías, porque ya yo había pasado una creciente, esa y la del Piñón, cuando yo le dije a las hijas mías: “¡Vámonos!”.

En medio de la noche, empezó a recoger algunas cosas, las puso en una pequeña carretilla, y, ayudada por sus hijas, se puso en marcha. Pero cuando llegó a la carretera principal, empezó a llorar. Sus hijas también lloraban. Acababan de darse cuenta de que no tenían a dónde ir. Ni modo, la partida tendría que esperar hasta la mañana, así que regresaron al pueblo a esperar las primeras luces del día.

A pesar de la situación de caos naciente, algunas personas continuaron su vida con cierta despreocupación, prefiriendo encerrarse en sus casas. Elsy vivió una experiencia amarga cuando acudió a su vecino en busca de ayuda:

Por lo menos un vecino mío me tiró la puerta en la cara. Estaba la ambulancia y los pitos; como a las doce de la noche, yo salí y lo llamé a él para pedirle un auxilio:

[Un toque de puerta] —Señor Juaco, señor Juaco, ¡párese!

—¿Ahora qué?

—¡Vea que ya se reventó!

—¡No sea usted tan pendeja! ¡No friegue!

Y ¡pra! Me cerró la puerta y se fue. Me tiró la puerta, el señor Juaco me tiró la puerta.

El 2 de diciembre, el agua siguió subiendo, y las partes bajas del pueblo ya estaban medio inundadas. Regina consiguió encontrar un medio de transporte para salir, mientras que la señora Soraya observaba preocupada los remolinos que formaba la corriente de agua al entrar en su casa. Intentó, como pudo, sacar algunos chismes (utensilios u objetos de cocina) para llevárselos, dejándolos en un callejón a pocos

metros de su casa. Pero, cuando volvió, para dejar más cosas, las otras ya habían desaparecido, arrastradas por el agua. Su hijo, al ver los vanos esfuerzos de su madre, le rogó entre lágrimas que “lo dejara así” y que se marcharan cuanto antes: “—Mami, ¡sálgase de la casa, que ya cayó! Yo le dije: —No, si ya yo voy saliendo, ya yo estoy saliendo”. Así que se marchó a toda prisa, sin nada más que su cartera y algo de ropa, que metió en una bolsa de plástico, pensando: “¡No es justo! Este pueblo era todo para mí”, como si supiera que no podría volver pronto. Al mismo tiempo, Rosalba no quería dejar sus gallinas, que eran su medio de sustento, e intentaba encontrar un carro para transportarlas. Probó suerte yendo al colegio, donde varias personas esperaban a que vinieran a recogerlas, pero, cuando llegó, se dio cuenta de que el agua había empezado a entrar en el edificio: “Cuando estamos allá arriba en el colegio, nos dice la monjita: ‘Hay que evacuar, hay que evacuar, hay que evacuar, porque ya el agua está aquí y esto viene muy peligroso’”.

La gente empezó a salir a la calle. Al mismo tiempo, Ingrid cogió apresuradamente a su nieto junto con algunas cosas, mientras alertaba a sus vecinos, que hasta entonces no parecían preocuparse: “Pero se pusieron fue las manos en la cabeza, y me respondieron: ‘¿Y cómo vamos a hacer? ¡Vamos, vamos!’”. Mientras ella y sus vecinos se preparaban para abandonar sus hogares, vio a otros que iban en canoa con algunos muebles. Tenían la suerte de disponer de recursos para pagar el transporte de algunos de sus bienes, otros consiguieron vender parte de sus pertenencias o herramientas de trabajo para poder marcharse.

Mientras tanto, Mercedes aún no había tomado la decisión de marcharse. De hecho, no tenía a dónde ir. Hacia la medianoche, escuchó gritos en la calle, sirenas y bomberos, que anunciaban una evacuación inminente. Demasiado tarde para ella… No tuvo tiempo de sacar nada. Al día siguiente, resignada, caminó a contracorriente hacia la salida del pueblo. Durante ese corto trayecto, se cruzó con un aterrador desfile de animales muertos:

Y eso eran gallinas reventadas, cerdos así soplados, pasaban por encima de uno. Eso fue un desastre horrible, vea. Yo a cada rato pisaba vísceras de gallina. Y los marranos, verdes ya, a punto de reventar, así gordos, vea, pasaban por encima de nosotros.

Ese día, muchas personas aún no habían encontrado la manera de irse, y estaban instaladas en la iglesia, situada en la parte alta del pueblo, a la espera de ayuda. Shirley era una de esos refugiados. Ella observaba angustiada cómo subía el agua. Observaba la cara de preocupación del cura, que no sabía qué hacer para proteger a los lugareños. Hacia las ocho de la noche, se fue la luz, lo cual provocó el pánico. La oscuridad impedía comprender lo que ocurría afuera.

Entonces, hubo un largo silencio angustioso. El único sonido que escuchaba Shirley era el canto de los grillos y los sapos. Empezó a rezar mientras esperaba la ayuda, que tardaba en llegar.

Al otro lado del pueblo, Carmen tenía miedo. Se dio cuenta de que había sido demasiado ingenua al pensar que estaría a salvo de una inundación. Parientes cercanos que habían vivido otras inundaciones en Campo de la Cruz le habían dicho que “normalmente” las inundaciones eran menores, y que el agua solo llegaba a la altura de las rodillas. Así que confió en ellos y esperó, pero en ese momento se dio cuenta de que el agua no se detendría en sus rodillas.

En cuanto a Edilma, que ya había pasado por mucho dolor, no quería otro desastre en su vida. Ser desplazada por el conflicto armado ya era bastante duro. Pero ahora llegaba la inundación, y se enfrentaba a una decisión única, la de tener que irse de nuevo: “Dios mío, ¿para dónde vamos a agarrar nosotros si no tenemos pa’ donde agarrar? ¿Para dónde agarramos nosotros?”, recuerda desesperada. El 4 de diciembre, armada con el mismo valor que había demostrado en el pasado, salió de su casa, situada cerca del cementerio, diciéndose a sí misma que la vida era más valiosa que cualquier otra cosa. Antes de llegar a la carretera, se topó con unos obstáculos aterradores: “Los cajones se salían también del cementerio, boyaban. Y se encontraban

los huesitos de los muertos, y los metíamos en una bolsa para llevarlos después al cementerio”. Con el dinero que le prestó su primo de manera urgente, pagó un transporte, y consiguió salvar algunas de sus pertenencias.

Esa noche, Idris intentó desesperadamente también salvar algunas pertenencias, mientras su hija le ayudaba. Pero su marido permanecía inmóvil, con los brazos cruzados, así que no tuvo más remedio que insultarlo para hacerlo reaccionar en ese momento: “¡Desgraciado! ¿Que eres Uribe?, ¿que eres Santos?, ¿a que tú no me ayudas?”. Pero a su hija le costaba avanzar por el barro y el agua; era asmática, y empezó a asfixiarse, hasta el punto en que Idris se vio obligada a pedir ayuda para salvarle la vida, aunque esto le costara perder todas sus pertenencias.

Acurrucados encima del tejado de sus casas, algunos de los ancianos se negaban a marcharse. Era demasiado doloroso abandonar su pueblo y, de todas maneras, no sabían a dónde podrían ir. Otros, entre lágrimas, lloraban impotentes: “¿Qué hago?, ¿con qué comienzo?”. Olas de animales, canoas y los johnson (embarcación con motor fuera de borda) golpeaban las ventanas y las puertas de las casas. Para Rómulo, la situación tenía incluso un lado burlesco: resultaba gracioso ver perros aferrados a viejos neumáticos flotando, intentando salvarse a toda costa, y a otros sobre los tejados de las casas, esperando a que llegara la ayuda. Según él, la situación era tan absurda que daba risa. En cuanto a los gatos, fueron los primeros en marcharse, para no regresar.

Durante los siguientes días, la evacuación continuó siendo un caos. La palabra clave era el rebusque. Durante el día, los camperos navegaban por las calles del pueblo, convertidas en ríos, en busca de cualquier cosa que pudieran salvar. Por la noche, la mayoría de ellos se encontraban refugiados al borde de la carretera, a la espera de poder ir a algún albergue; otros ya estaban lejos, en refugios improvisados o con sus parientes de la ciudad o de los pueblos vecinos. La ayuda del Gobierno era lenta y tardía. Unos pocos policías

ayudaban sin descanso a los habitantes con los medios que podían. Proporcionaban algunas lanchas y, en grupos, ayudaban a las familias a evacuar. Pero esto no era suficiente. Había demasiados daños, demasiada gente que socorrer. Toda la parte rural del municipio estaba totalmente sumergida en el agua, y la pérdida de las tierras y los animales era inconmensurable.

Los habitantes se ayudaron entre sí; al menos los que tenían fuerzas para hacerlo. Nubia fue una de esas personas. Se subía a todo tipo de vehículos para negociar con los conductores el precio del trayecto. Le parecía injusto que algunos quisieran aprovecharse de la situación con precios exagerados, imposibles de pagar para la mayoría de los lugareños. También le parecía inaceptable que algunas personas hicieran de las suyas, robando los muebles de los tejados mientras los propietarios estaban afuera buscando refugio.

El 7 de diciembre, el agua alcanzó una altura de casi tres metros en El Piñoncito y otras zonas. En los días siguientes, algunos vecinos, como Rómulo, volvieron para ayudar a evacuar a los camperos que quedaban. El 11 de diciembre ya no quedaba prácticamente ni un alma en el pueblo. Rómulo recuerda la desolación que dominaba el paisaje: “En la noche, esto [el pueblo] parecía una cosa de brujas; aquí los perros aullaban encima de los techos, y nadie soportaba después de las seis de la tarde la soledad en la cual estaba Campo de la Cruz”.

El espectáculo era espantoso: la inundación convirtió el pueblo en un enorme río, borrando todo rastro del presente, como explica César. “Milagrosamente”, la inundación no causó víctimas humanas, pero en cierto modo significó la muerte del pueblo. En cuanto a los más de 17 0004 habitantes, el desastre los desplazó hacia lo desconocido, y lo único que el agua no les arrebató fueron sus recuerdos, dejándoles solo sus añoranzas de retorno y de reconstrucción.

4 Este es el número aproximado de habitantes en el momento de la inundación del municipio de Campo de la Cruz según los relatos de las personas que participaron en este estudio. Esta cifra es muy cercana a la que aparece en los datos oficiales que presento en el segundo capítulo.

En los últimos años, las llamadas migraciones climáticas o medioambientales se han constituido en un amplio y fértil campo de estudios en las ciencias sociales. Esto se debe en gran medida a un creciente interés científico, político, social y mediático por evaluar y resolver las repercusiones previstas del calentamiento global para la humanidad, entre las cuales se encuentran las migraciones como consecuencia de los daños y pérdidas provocados por la degradación medioambiental y otros desastres que usualmente afectan a las poblaciones más vulnerables. De ahí que académicos y especialistas de diferentes horizontes y disciplinas busquen comprender mejor estas migraciones para delimitar sus contornos y, eventualmente, influir en las decisiones políticas. Así, una abundante literatura intenta definir, describir y explicar estos flujos migratorios, lo cual sin duda ha contribuido a una comprensión más amplia del vínculo entre dos fenómenos complejos, como los cambios socioambientales y socioclimáticos y la movilidad humana en sus diversas formas. Con este libro, espero aportar mi piedra a este edificio.

En concreto, este manuscrito reúne una parte importante de los resultados de mi tesis de doctorado en sociología, realizada en el centro de investigación Cultures, Environnements, Arctique, Représentations, Climat (Cearc), de la Universidad París-Saclay, Universidad de Versailles Saint Quentin-en-Yvelines (Francia), publicada originalmente en francés en el año 2021. Esta investigación doctoral fue llevada a cabo entre 2015 y 2021, y se centró en el estudio de caso del desplazamiento de la población del municipio de Campo de la Cruz, al sur del departamento del Atlántico, en Colombia, tras una inundación masiva asociada con los efectos del fenómeno de La Niña entre 2010 y 2011.

Específicamente, con esta investigación intenté comprender los impactos de lo que llamo el desplazamiento temporal por desastres Presentación

(una de las formas más recurrentes de las migraciones climáticas y medioambientales) en la vida social de las personas que se desplazan, y, en particular, en su identidad social. Esto me llevó a interesarme en las representaciones que estas personas desarrollan y movilizan alrededor de su propia experiencia de estar desplazados. Una experiencia que a menudo es definida desde afuera, es decir, desde los Estados, las instituciones y otros actores sociales, a partir de una comprensión segmentada y limitada de la experiencia multidimensional de las personas que viven el desarraigo forzado a causa de factores socioambientales y socioclimáticos. Estas maneras externas de definir la experiencia, que contrastan de modo significativo con la experiencia vivida por las personas mismas, derivan en una serie de instrumentos políticos (marcos jurídicos, políticas públicas) construidos alrededor de categorías que resultan muchas veces contradictorias con las vivencias, experiencias y narrativas de las personas afectadas por tales situaciones, lo que trae consigo un conjunto de repercusiones sociales que pueden resultar dramáticas para las comunidades. Así pues, indagar por los efectos del desplazamiento en la identidad social de las personas afectadas me llevó a cuestionar el impacto de la categorización, en particular alrededor de la etiqueta de damnificado, movilizada para definir y atender a las personas afectadas por el desplazamiento temporal, que resulta ser, tanto en la teoría como en la práctica, un equivalente de la categoría institucional y social de desplazado. En suma, intento mostrar, a partir de un análisis crítico, la manera como las instituciones estatales y humanitarias definen la situación de las personas afectadas por la movilidad humana asociada con un desastre, y los nefastos impactos sociales que suponen estas definiciones para las comunidades durante la situación de desplazamiento, especialmente en lo relativo a la ausencia de reconocimiento social.

A pesar de que este estudio de caso se llevó a cabo hace algunos años,1 su contenido sigue siendo muy vigente dentro de este contexto que planteo, y no solo es relevante para el caso colombiano, del cual trata este libro, sino también para muchos otros dentro y fuera de la región.

Para los efectos de su publicación, la versión aquí presentada, que conserva un estilo académico, fue traducida al castellano por Jorge Enrique Palacio, a quien agradezco por su inestimable ayuda y meticulosidad para que el manuscrito conservara toda su esencia.

En este esfuerzo de síntesis, que alterna trabajo etnográfico y análisis sociológico, resultó necesario concentrarme en uno de los tantos aspectos de este fenómeno complejo que es el desplazamiento temporal.

Así pues, intenté integrar para la presentación del estudio de caso y su análisis las dimensiones que resultaron más significativas en la experiencia narrada y compartida por las personas que participaron en la investigación, a saber, en lo que ocurrió en su vida social dentro del espacio-tiempo corto del desplazamiento.

Así las cosas, la primera parte de este libro consiste en tres textos de introducción. El primero de ellos es un prólogo, en el cual Flor Edilma Osorio, quien me ha hecho el honor de escribirlo y a quien agradezco muy afectuosamente por su apoyo inestimable y generosidad, presenta el libro y sus mayores aportes en la perspectiva de los estudios del desplazamiento interno en el país, tema en el que Osorio se destaca como gran especialista. El segundo es un relato etnográfico del desastre ocurrido en el municipio de Campo de la Cruz construido a partir de los testimonios de los participantes en la investigación. En él, intento rescatar los momentos más significativos, desgarradores y, a la vez, profundamente humanos de los primeros instantes de la inundación, hasta el momento en el que la población

1 Dentro del texto, hago algunas actualizaciones cuando estas permiten una mejor comprensión del análisis desarrollado, además de esta nota introductoria y del epílogo, al final de este libro.

se vio forzada a abandonar su territorio de vida. El tercero y último consiste en esta presentación, en la que esbozo las grandes líneas analíticas del libro y su estructura.

La segunda parte del libro posiciona analíticamente el estudio de caso. Comienzo, en el capítulo 1, con una discusión alrededor de algunos de los principales debates históricos sobre las llamadas migraciones climáticas o medioambientales, los cuales han contribuido a construir interpretaciones y definiciones diferentes de este fenómeno, a partir de la causa o del entramado de causas que se asocian con él. A partir de estos debates, sitúo mi interés en los desplazamientos temporales, mostrando que estos movimientos resultan frecuentes a la hora de estudiar los casos de poblaciones afectadas por desastres.

Centrarme en estos desplazamientos de corta duración me llevó a poner en evidencia que esta forma de movilidad humana es, desde las instituciones, definida y asimilada con una situación de emergencia humanitaria. Me propuse entonces comprender este fenómeno en su dimensión social, apostándole al estudio de la identidad social como punto de entrada para el análisis, mostrando su pertinencia en cuanto permite vislumbrar las continuidades y rupturas de la vida social en su sentido más amplio dentro del escenario concreto del desplazamiento temporal. Este cuestionamiento me condujo a interesarme en la manera como las personas afectadas por este tipo de movilidad humana organizan y relatan su experiencia vivida, en sus aspectos objetivos y subjetivos.

Con base en lo anterior, el capítulo 2 se construye alrededor de una presentación detallada del estudio de caso. Para ello, hago un repaso del contexto nacional en el que ocurrió el desastre que desencadenó el desplazamiento de la población de Campo de la Cruz y la respuesta institucional, mostrando, a su vez, las especificidades a nivel local. Dentro de este contexto, en el país no existía un reconocimiento jurídico que contemplara las causas climáticas o medioambientales como motivo de desplazamiento, a pesar de la existencia de un marco jurídico sobre desplazamiento interno. En ese momento, y

hasta la fecha, los desastres y sus impactos, incluidos los que generan alguna forma de movilidad humana, eran atendidos por la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (ungrd). El capítulo continúa con una presentación del municipio de Campo de la Cruz, tanto en el momento de la investigación, es decir, cuatro años después del desplazamiento, como desde una perspectiva más histórica, que nos permite situar la memoria del lugar en relación con otras inundaciones, entre ellas la que desencadenó el desplazamiento de la población. Finalizo este capítulo mostrando las principales dinámicas de este desplazamiento y las características generales de los lugares de llegada y de asentamiento de las personas que participaron en la investigación.

Habiendo planteado este contexto, en los capítulos 3 y 4 me extiendo ampliamente sobre las representaciones que las personas afectadas por el desplazamiento temporal organizan alrededor de tres momentos de la experiencia: primero, en torno al abandono de su lugar de vida, que revela una ruptura social que acompaña la ruptura material provocada por el desastre (capítulo 3); segundo, lo que tiene que ver con la llegada, la ocupación y la inserción en los territorios de destino y de los espacios de asentamiento, que conduce a la movilización de representaciones con respecto a los diferentes actores y a los lugares del desplazamiento, y, tercero, lo relativo a la supervivencia, que caracteriza la nueva situación de estas personas en estos escenarios, significadas a través de las lógicas de clasificación, identificación y organización institucionales (capítulo 4).

En el capítulo 5, se trata cómo, en este contexto, las identidades sociales están sujetas a lógicas de categorización externas a las personas que se desplazan, las cuales alteran su continuidad y cohesión. Este proceso de construcción de categorías se expresa a través de dos lógicas en la situación de desplazamiento temporal: una institucional y una informal. La construcción de estas categorías pone de manifiesto el ejercicio de una forma de poder que se traduce concretamente en el trazado de una frontera social que se cristaliza en torno a una

jerarquía que determina las posiciones respectivas y permite afirmar o marcar la pertenencia o la exclusión de los individuos a determinados grupos.

A partir de este análisis, en el capítulo 6 me propongo mostrar la manera como estas lógicas de categorización tienen el efecto de determinar la condición social de las personas que se desplazan temporalmente, vinculada a las representaciones en cuanto a la situación material y a la posición social que ocupan dentro de la estructura de supervivencia. Esta condición, entendida en torno a la ausencia de reconocimiento social, permite mostrar que dichas lógicas no favorecen la continuidad de la identidad social ni el desarrollo de nuevas formas de identificación social, reconocidas por los demás actores, en los nuevos contextos del desplazamiento. Cierro, en el capítulo 7, con algunas propuestas de expansión del estudio de este tipo de movilidad humana, a partir de una visión prospectiva del estudio de caso.

La tercera y última parte del libro abarca un segundo relato etnográfico, en el que, retomando los testimonios de los protagonistas del desastre y del desplazamiento, intento llevar a los lectores al momento del retorno de la población desplazada a su lugar de origen, lo que supone unos retos sin precedentes para reconstruirse como personas y como comunidad. Para culminar, invité a Gustavo WilchesChaux, con quien he tenido el inmenso placer y privilegio de trabajar en los últimos años sobre este tema, a aportar su valiosa experiencia y conocimientos para ampliar la mirada crítica a este respecto, a través de un epidiálogo, en el que, juntos, buscamos reactivar algunas de las problemáticas que emergen de los resultados de este estudio.

Este proyecto de publicación se benefició del apoyo financiero del centro de investigación Cearc y del Instituto Pensar, de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (Colombia). Expreso mi más profundo agradecimiento a todas las personas de estas instituciones que participaron en las diferentes etapas de este proyecto, por su apoyo indefectible. Un enorme gracias a Ignacio Odriozola y a Gilles Hallé, por su lectura cuidadosa y revisión de las actualizaciones

realizadas en los capítulos 1 y 2 del libro. Agradezco especialmente a todo el equipo de la Editorial de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, por la edición y publicación de esta obra.

A todas las personas que participaron directamente en esta investigación, expreso mi inmensa gratitud por su disponibilidad, sinceridad y confianza para compartir sus historias de vida con el fin de ayudarme a comprender mejor su experiencia.

clara de la hoz del real Marzo de 2025

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Los desplazados de los desastres.

Un análisis crítico de la categorización de personas en situación de desplazamiento temporal (psdt) en Colombia se compuso con tipografía de la fuente Minion Pro. Se terminó de imprimir en los talleres de Linotipia Martínez en el mes de noviembre de 2025.

En Colombia, las inundaciones y otros desastres desencadenados por procesos de origen socionatural obligan a comunidades enteras a abandonar temporalmente sus territorios de vida. Este fenómeno de movilidad humana desvela grandes tensiones y contradicciones entre la experiencia vivida y narrada por las poblaciones afectadas y las categorías institucionales que intentan definir su supervivencia.

Clara de la Hoz del Real examina los impactos sociales de los desplazamientos por desastres, a través de las voces de quienes vivieron esta experiencia que trastoca su lugar en el mundo, de las personas en situación de desplazamiento temporal (PSDT).

Mediante un robusto trabajo etnográfico sobre el desplazamiento de la población de Campo de la Cruz (Atlántico), tras la ruptura del Canal del Dique en 2010, este estudio sociológico ilustra cómo las dinámicas de categorización convierten a estas poblaciones en damnificadas y demuestra cómo esta categoría se convierte, en poco tiempo, en sinónimo de una identidad estigmatizada, transformando la supervivencia en una condición que mina la dignidad y el reconocimiento social.

Los desplazados de los desastres ofrece una perspectiva que permite comprender las migraciones climáticas contemporáneas y construir respuestas y categorías más justas ante los crecientes desafíos de los desastres y el cambio climático.

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