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Carmen Beatriz Loza

Los kallawayas, terapeutas e intermediarios itinerantes de Suramerica

¿Cómo los kallawayas, un grupo de terapeutas indígenas, se insertan en la dinámica de la construcción de un campo de conocimiento médico que trasciende su núcleo geográf ico?, ¿Cómo podemos, de hecho, leer su predisposición para acudir o no al auxilio de gente indígena en el campo de la salud?, ¿Qué repercusiones tiene en la historia de los kallawayas su itinerancia como rasgo más característico de su organización desde tiempos preincaicos? y fi nalmente, ¿Cómo todo los logros acumulados en el tiempo se constituyen en acervo para lograr que su cosmovisión sea declarada como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por la UNESCO en el año 2003?

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La fama de los kallawayas por la actual Suramérica se construyó al paso de las caravanas que transitaban por los vericuetos del continente, que marchaban cargadas de objetos litúrgicos y ceremoniales, pero sobre todo de conocimientos en botánica y medicina. Solo sabemos que los grupos humanos asentados en las riberas orientales del lago Titicaca gozaron de las riquezas que ofrecía la región kallawaya, respondiendo a sus necesidades económicas, culturales y litúrgicas, desde antes de la expansión del imperio Inca. En efecto, los señores locales de varios grupos étnicos de las riberas del lago sagrado, se benefi ciaron de productos que extraían los kallawayas de su inmenso espacio natural, que se extiende desde las riberas del río Suches y las punas Umapampa hasta los llanos de Apolo. También sabemos que los kallawayas no se limitaron a satisfacer a sus vecinos, sino que sus intereses los condujeron a desplazarse cargados de productos apetecidos, desde la vertiente de la cordillera oriental hasta los confi nes del norte del actual Perú, adentrándose en Ecuador y las selvas de Colombia; y, desde la vertiente oriental de los Andes hasta los oasis costeños de Chile, penetrando también al noroeste de Argentina. Uno de los productos más preciado de esos viajes fue el acopio de conocimientos e informaciones locales acerca de aspectos medicinales y botánicos que obtenían en el contacto con diversos grupos étnicos. Con el pasar del tiempo los kallawayas fueron sintetizando ese acervo informativo en conocimiento propio, elaborando sus propias concepciones acerca de la salud, la enfermedad y la atención. En esos espacios de intercambio se construyó su reputación tanto de intermediarios como de médicos.

Fig. 1. El kallawaya Alex Calancha luce el poncho del ayllu Chari y junto a sus hijas enciende el brasero con incienso y copal.

Fig. 2. Mujer del ayllu quechua de Kaata que es influenciado por los ayllus kallawayas en la preparación de las ceremonias. Extiende las manos sobre el brasero para recibir la energía de las plantas.

Los kallawayas compartían su hábitat con grupos de pobladores locales, denominados genéricamente yungas y chunchos, agrupados muy cerca de una extensa calzada preínca que les permitía adentrarse en el piedemonte hasta el valle de Apolo y alcanzar rápidamente las tupidas selvas de Ixiomas. Ese importante acceso les posibilitó el intercambio de sal y metales por provisiones de alucinógenos, colorantes, laca, incienso, miel, insectos, almagre, coca y variedad de plantas medicinales. Todos esos elementos son útiles para preparar remedios y fueron codiciados desde tiempos anteriores a la expansión Inca (Browman situó el inicio de las actividades de los grupos kallawayas entre 300 a.C y 300 d.C.). Ya entonces movilizaban conocimientos, bienes litúrgicos y medicinas, acumulando capital cultural y simbólico que reinvirtieron en acrecentar su fama, que trascendió el espacio y el tiempo. Por eso no es extraño que el inca Pachacuti Yupanqui anexase el territorio de los kallawayas al Tawantinsuyu, afi anzándose el dominio bajo Topa Inca. Ambos líderes jugaron un papel esencial para lograr la adhesión y lealtad de los kallawayas, que contribuyeron a la expansión a las tierras bajas, mediante el fortalecimiento de los lazos con los señores locales de Apolo y de los llanos del Beni. Gracias a ello los incas lograron con más facilidad su expansión y la sujeción después en otras partes encontraron resistencia tenaz de los grupos selváticos. La entrada Inca a las tierras bajas fue progresiva. El primer paso fue la fundación de la provincia incaica de Calabaya, que sirvió de asiento y base de operaciones; de ahí, las tropas incaicas incursionaron en la selva con la ayuda de dirigentes kallawayas, logrando al fi nal la sujeción de los chunchos de las tierras bajas. La radicación de un descendiente de los incas del Cusco permitió el control de los lavaderos de oro y la organización del tributo de las poblaciones locales. Charazani ofreció músicos y cantores a los incas del Cusco, y también productos. Desafortunadamente, la disputa entre Huáscar, el inca de Cusco, contra Atahualpa el de Quito, dividió a los kallawayas en las luchas militares, pues unos apoyaron al Cusco (los ayllus de Curva), otros a Quito (el ayllu de Canlaya).

La situación de privilegio se revirtió durante la colonia española entre los siglos XVI y XVIII, cuando los kallawaya, particularmente las élites, fueron blanco de las campañas de extirpación de la idolatría. La constante sospecha de la continuidad de las prácticas religiosas andinas y de las curaciones tradicionales, obligó a las autoridades a separar a los ancianos de los niños, para que éstos residiesen en casas de españoles y se instruyesen en el cristianismo. Así se produjeron terribles desestructuraciones familiares que se vieron agravadas por la forzada limitación de la tradicional itinerancia y la movilidad por las antiguas rutas prehispánicas, mermando considerablemente los benefi cios de los intercambios de conocimientos y de prácticas. Desde entonces pesaría sobre ellos tanto el estigma de la brujería, como el descrédito y la persecución.

Con instauración de la República, en 1825, dado que el cuadro de salud pública era crítico, como resultado de la

Guerra de Independencia, 1811-1825, los kallawayas reiniciaron sus aportes a la salud pública y sus actividades caravaneras.

Entre 1881 y 1885, su presencia fue muy destacada durante la apertura del canal de Panamá realizando exitosas curaciones de malaria. Las noticias de sus aportes médicos llegaron a oídos de científi cos extranjeros, los cuales sugirieron al Gobierno boliviano la preparación de una muestra herbaria de los kallawayas en la Exposición Universal de París entre 1889 y 1891. El herbario kallawaya mereció el reconocimiento internacional.

El mérito acumulado durante el siglo XIX, sobre todo el ganado en Panamá, les permitió amortiguar la dura condición de desempeño de sus actividades médicas cuando la biomedicina se afi anzaba con fuerza en Suramérica. El Estado boliviano censuró legalmente su práctica. Esto produjo la movilización hacia los países vecinos. En esa situación, uno de los kallawayas atendió con éxito a una de las hijas de Augusto Bernardino Leguía, Presidente de Perú (1909-1912) y, posteriormente, al propio gobernante. El prestigio ganado generó curiosidad en los médicos y farmacéuticos limeños quiénes se

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apropiaron de varias fórmulas y las pusieron al mercado.

Más tarde, durante la Guerra del Chaco (1932-1935) entre Bolivia y Paraguay, los kallawayas fueron reclutados para marchar al frente de guerra en calidad de asistentes de los biomédicos. Esta es una de las raras oportunidades en que el Estado boliviano reconoció sus servicios a la salud pública y los ubicó como médicos de la tropa indígena que combatía en el frente. Al retorno de la guerra se gesta un movimiento sociopolítico que desembocará en la llamada Revolución de 1952, generando importantes logros como la nacionalización de las minas, la abolición de la servidumbre, el voto universal, entre otros. En ese contexto se insertan a la nueva dinámica sociopolítica del país con la aspiración de educarse en las universidades para defenderse de la estigmatización, desprecio y censura que habían conocido sus antepasados. En el decenio de 1980, los primeros frutos de ese proceso son visibles. El kallawaya Walter Álvarez Quispe se tituló como médico de tradición y occidental en Cuba, y regresó a Bolivia para defender, legislar y conseguir la despenalización de las medicinas tradicionales indígenas desde el Parlamento Boliviano. Un proceso excepcional en América Latina y el

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Fig. 3. Vista de los cerros de Curva desde el centro ceremonial de Usichaman donde se congregan los kallawayas varias veces al año para las principales ceremonias.

Fig. 4. Fragmento de un preparado blanco para la salud y el bienestar donde resaltan las conchas de mullu que sirven de recipientes para incienso, algodón, dulces (pasteríos) y figurillas de plomo (chiwchi recado).

Fig. 5. Detalle de un pasterío rosado fuerte con pedazos de cebo de llama.

primero a escala suramericana. Desde entonces, se aprovecharon todos los foros para reivindicar el fortalecimiento, legalidad y respeto hacia los kallawaya, quienes en consenso se lanzaron al mundo en busca de reconocimiento de su cosmovisión1. El 7 de noviembre de 2003, la UNESCO efectivizó el reconocimiento de la cosmovisión kallawaya como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. A partir de ello, se desarrolló una agresiva campaña de desprestigio internacional que pretende mostrar a los kallawayas como «caníbales» que devoran a otros terapeutas indígenas. Así mismo, de haber mutado en sus prácticas al extremo de haberse especializado en la atención de las «clases medias urbanas internacionales» bolivianas. Lo

cierto es que la migración interna en Bolivia generó un fenómeno de creciente concentración de población campesina e indígena en las ciudades lo cual infl uye para que los kallawayas tengan mayor presencia urbana, sin que por ello hayan dejado de transitar por el mundo rural, al que siguen perteneciendo y por eso mismo donde desarrollan una intensa actividad. De todas formas, su presencia en las ciudades no es un fenómeno directamente atribuible a la declaratoria de la UNESCO. Recuérdese que ya en el siglo XVIII, ellos estaban recorriendo Buenos Aires para pagar sus tributos con la venta de sus plantas y en el siglo XIX habían logrado realizar similar práctica en Lima. Tanto es así que en esta última ciudad costeña habían mantenido puestos fi jos desde el siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX. No existe una especialización de los kallawayas en la atención de un grupo social específi co de pobladores en la sociedad boliviana. Los kallawayas como antaño siguen brindando sus conocimientos a quien se los solicite y no temen hacerlo en el encuentro con diversas clases sociales y los más diversos grupos étnicos; justamente la riqueza de su conocimiento radica en la interacción con los hombres de todas las condiciones, sin importar sus orígenes.

Fig. 6. Altar-mesa para los difuntos en una casa de Amarete en la jurisdicción de la provincia Bautista Saavedra donde se reunen kallawayas a acompañar a sus vecinos quechuas.

Fig. 7. Mujer k′awayu que expende medicinas para los preparados de los kallawayas con quienes interactua en la referencia y contrareferencia de pacientes.

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