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Cuento

Onceavo día

“Antonio se acostumbró a acompañarme sin mencionar palabra, sin quejas, sin confl ictos”.

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Cristina Monsalve Trujillo

Lic. en Lenguas Modernas con Énfasis en Inglés y Francés

DÍA 1.

Mis dedos en el borde. El agua ondea mostrando mi refl ejo. Todo en calma en el exterior. Escucho la melodía para no oír mis pensamientos. Suena a punto de estallarme los oídos Next to me de Imagine Dragons. Solo escucho antes de tener que bloquear el ruido externo, el que me puede desconcentrar justo antes de saltar al agua y dar mi mayor esfuerzo para volver al punto donde me encuentro lo más rápido posible.

Desde las graderías, Antonio me observa, pero en el momento me encuentro en otro mundo por lo que me cuesta apreciar su presencia en ese momento, aunque sé que lo necesito. Paciente, solo observa. Me acompaña en cada momento: desde que entro a los vestuarios hasta cuando salgo de ellos con el pelo mojado y algo despelucada.

Después de diez largos años, Antonio se acostumbró a acompañarme sin

“Al llegar, ella no venía con Antonio, pero como siempre, estaba en los momentos que más la necesitábamos.”

mencionar palabra, sin quejas, sin confl ictos. Cinco días a la semana en cada entrenamiento para ponerme en forma y poder llegar a la meta que ambos anhelamos. Cinco días en los que su apoyo era incondicional. Su presencia me permitía rendir más en el agua, que cada día fuese más rápido e intenso que el anterior.

Me miro una vez más en el agua. En ella veo el miedo que me generan esos dos minutos en los que estoy compitiendo por mi vida. Solo 800 metros. Solo un salto, siete giros y 24 respiros.

Tomo aire. Me subo a la plataforma. Imagine Dragons deja de sonar. Mi mente, mis oídos, mi mundo entero se enfoca en lo que estoy a punto de comenzar. Inhalo. Silbido. Salto. Brazo, torso, cadera, pierna. Brazo, torso, cadera, pierna. Brazo, torso, cadera, pierna. Respiro.

Nuevamente: brazo, torso, cadera, pierna… Me acerco a la T, me preparo para girar. ¡Llegas a la mitad, vamos! 400 metros más.

Giro, pero algo en mis ojos no está bien. Me desubico. Me pierdo. La visión doble me presiona la cabeza. Mi cuerpo comienza a descender a gran velocidad. Mi corazón a latir fuertemente. Parpadeo repetidas veces. Pierdo tiempo. Parpadeo de nuevo pausadamente. La densidad del agua me presiona, el fondo avisa. Me impulso con mis piernas hacia la superfi cie. Con difi cultad respiro. Nado en espalda unos cuantos metros, respiro profundamente, me recupero y sigo. Una piscina menos, me

preparo para girar. Mi entrenador me espera al borde, me detiene con un toque en la cabeza antes del giro. Paro. Al asomar mi cabeza, mi entrenador me susurra al oído que algo ha pasado. Giro y subo la mirada. En las graderías, Antonio no respira.

Tantas personas a su alrededor no me dejan ver, no entiendo. Respiro profundamente. Salgo de prisa hacia la gradería. Hago lo posible para llegar a él. Sin alcanzarlo, desde la distancia, veo que se lo llevan. Mi corazón se acelera; sin embargo, me acerco para que me alcance a ver. Su rostro me muestra la preocupación que lo invade. A pesar de coger un poco de aire, su respiración no alcanza a ser suficiente, lo escucho toser repetidas veces ¿A dónde se lo llevan?

Me acelero. Quiero hacer lo posible para llegar a él. Mientras intento subir a las graderías, una mano me detiene. Volteo, ahí parada está Lucia evitando que vaya detrás de él. Al llegar, ella no venía con Antonio, pero como siempre, estaba en los momentos que más la necesitábamos. Me indica que es mejor que vaya a cambiarme, que ella estará ahí para él.

Salgo de los vestuarios y no hay nadie esperándome ¿Dónde estás?, pienso.

A la salida del complejo me está esperando Lucia junto con otra enfermera. ¬¬—¿Dónde está?— pregunto. —El estado de Antonio no es bueno— me contesta. No entra en detalles.

DÍA 10.

Han pasado 10 días en los que las noticias que recibo de Antonio varían. Días de mejora, otros de nada. El silencio acelera mis niveles de ansiedad. Sin saber que ocurre, decido ir a entrenar, terminar esos 350 metros que quedaron faltando. Él en el hospital con una enfermedad incomprensible, yo tratando de seguir día tras día, esperando poder abrazar al amor de mi vida una vez más. DÍA 11.

Las buenas noticias me dejan dormir. Mi ansiedad disminuye y confío nuevamente que nos veremos una vez más. Sigo mi día, lo pienso a cada minuto. Entreno extrañándolo, pensando en que su cuerpo de gran tamaño con cabello negro y ojos color miel me observan. Salgo del agua y lo pienso con la esperanza de encontrarlo a la salida. ada. Recuerdo que está en el hospital, luchando por su vida.

Agarro mi toalla. Sentada en el borde de la piscina me seco, me retiro las gafas. Miro a mi alrededor.

A través de la gran ventana del complejo, la luz de la luna me observa. Mis ojos no enfocan, me mareo nuevamente. Me siento débil. No logro levantarme. Mi cuerpo se eriza, mi mente se eleva a un lugar desconocido. La ausencia de Antonio está presente. Pestañeo contantemente. No enfoco. No veo.

Un sonido me hace volver. Logro ver. Me ubico. Contesto el teléfono que suena con tanta insistencia. —¿Aló?— respondo sin ánimo. Al otro lado de la línea, un silencio seguido de la voz de Lucia. —Se nos fue, Emilia. Antonio se nos fue.

“La música puede ser vista como un referente de enseñanza y de aprendizaje, ya que eleva nuestros sentidos y nos permite entrar en un estado de consciencia superior”.

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