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Rincón del Maestro
Suspender lo suspendido
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Andrés Felipe Micán Castiblanco
Profesor Departamento de Lenguas
Los últimos meses han constituido un tiempo suspendido, que está deviniendo habitual, para las interacciones sociales, las formas de comunicarnos y las maneras en que habitamos los espacios con nuestras corporalidades. La pandemia de orden mundial puso en entredicho nuestros sistemas conocidos de ser y de existir, incluyendo el de la Universidad y la vida en el campus. Ante esto, individuos y grupos debimos adaptarnos, o al menos intentarlo, desde las claves tanto de la corresponsabilidad como de la autorregulación, a las disposiciones sanitarias del gobierno local y nacional. ¿Qué de la vida cotidiana con sus rutinas de trabajo y de estudio se está transformando o naturalizando? ¿Qué se mantiene y nos mantiene como humanidad en medio de los riesgos, las incertidumbres y las esperanzas? ¿Cuáles han sido las reacciones ante lo aparentemente nuevo de la enseñanza remota de emergencia o de los procesos mediados por las tecnologías y la virtualidad que, más bien, podrían dar cuenta de la variación de mediaciones y preguntas ya tratadas? ¿Cómo se instituyeron formas otras en nuestras prácticas educativas, en la relación entre el espacio público y el privado, en los acuerdos pedagógicos de formarnos como maestras y maestros o especialistas en un campo disciplinar? ¿Por qué preguntarnos e interrogar el tiempo presente desde las pistas que revelan las tramas del lenguaje? Lejos de contestar cada una de estas preguntas, propongo algunas aristas de refl exión.
Primero, considero que nuestras interacciones sociales y, en particular, aquellas del entorno educativo, puestas en alerta por la cercanía del contacto con los otros, tienden hacia su paulatina recuperación, a pesar de que el virus siga allí. Sin embargo, estas han revelado ciertos indicios que implican su transformación. Por ejemplo, parecía normal discurrir en los pasillos, estar en las cafeterías, compartir en las terrazas, habitar las aulas sin que la amenaza de lo imperceptible forzara un distanciamiento. Ahora, precisamos alejarnos, separarnos, desaprender sobre la habitabilidad de los espacios y el encuentro con los otros, ya que es improbable estar presencialmente reunidos
Suspender lo suspendido. Tomada de: shorturl.at/bmrKV “La pandemia de orden mundial puso en entredicho nuestros sistemas conocidos de ser y de existir, incluyendo el de la Universidad y la vida en el campus”
en los rituales de una clase. En este momento reconocemos de nuestros estudiantes y colegas lo que el visor de una cámara encuadra y solo imaginamos aquello que, como en el cine, sale de los bordes de la pantalla. Por supuesto, en estas condiciones también han surgido conexiones con personas de todo el mundo o clases transnacionales, se han llevado despliegues multimodales en el ámbito educativo y se han repensado las particularidades de la enseñanza y del aprendizaje.
Segundo, en estas modalidades contemporáneas fuertemente tecnologizadas, las clases devinieron cuadritos de alguna plataforma de videoconferencia. Los rostros de los otros se convirtieron en píxeles o en círculos con iniciales consonánticas o vocálicas. La realidad dejó de ser correlato de lo que todos vivimos y construimos corporalmente para fragmentarse en subpabellones en los que cada persona pertenece a una escena distinta: hay quienes podrían estar en una sala, o en una terraza, o en un carro, o en la cama, o al lado de un gato, o en medio de una discusión, o en una montaña… Aunque podamos vernos juntos y simular “estar allí o aquí”, es probable que no lo estemos. Pareciera un espectáculo espectral, en el sentido desarrollado por Barthes en La cámara lúcida, en el que la vitalidad es reducida, en el que los primeros planos, aunque simulen cercanía, reproducen ad infi nitum las ausencias. Vemos al otro, pero necesitamos completarle su fi gura. Podemos hablar, pero necesitamos activar nuestro micrófono. Podemos escuchar, pero precisamos silenciar. Podemos escribir/ digitar, pero los grafemas juntos parecieran palimpsestos de aquello que decimos o, tal vez, enunciaciones paralelas en un canal de chat.
Tercero, la proxemia se vio sometida al control de una silla, de un escritorio y de un lente. En realidad, estamos apartados, aunque vivamos en la casa o el conjunto residencial de al lado. Ya no usamos ni vitalizamos un espacio compartido. Por el contrario, a pesar de suponernos cerca, las sensaciones de soledad y de vacío se acentúan. La imperante necesidad de que alguien hable, proyecte algo o simplemente aparezca nos recuerda que solo es posible comprender a profundidad el “ser” y el “estar” en la interacción mediada con los otros. Podríamos mover las manos, ponernos de pie, transitar de un lado a otro y aun así la construcción de un marco espacial compartido se difi culta ya que ustedes y yo seguimos proyectados o atrapados en una pantalla. Tal parece que las manifestaciones de la existencia en la virtualidad requieren de acuerdos explícitos y de grupos humanos mucho más comprometidos y autónomos para que no seamos subyugados por la ilusión.
Por último, la kinésica y buena parte de nuestro lenguaje corporal quedó concentrado en el marco de la cámara o está aletargado. Nuestros rostros no reaccionan de la misma forma al no ver su refl ejo en los de los demás. Nuestras manos parecieran estar restringidas a los clics, al domino del ratón y del teclado. Nuestras posturas son las de cuerpos adormecidos por su obligada quietud. Nuestros gestos siguen signifi cando, aunque en muchos casos sean casi imperceptibles los de aquel que está del otro lado. Tal vez, cuando retornemos a lo que conocíamos identifi quemos modos de expresión distintos y algunos otros que dejaron de existir. Tal parece que necesitamos más pausas, más descansos, más miradas al horizonte.
En medio de estos cambios, todos, estudiantes y maestros, hemos continuado nuestras apuestas educativas. Cada uno, desde la creatividad, ha posibilitado formas de encarnar y actualizar su rol de acuerdo con las demandas de la virtualidad y las exigencias de una sociedad que rehúsa detenerse, a pesar de las contingencias. Me parece que, así sea por un instante, es necesario ralentizar las interacciones, las formas de comunicarnos, las maneras de habitar los espacios, las gestualidades y suspender, una vez más, aquello que se encuentra suspendido. Probablemente, luego de hacerlo, encontremos alternativas para continuar o cambiar el recorrido.
“Tal vez, cuando retornemos a lo que conocíamos identi quemos modos de expresión distintos y algunos otros que dejaron de existir”