Sūryasya Karṇikāraphalāni! - Ru'ya

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Ru’ya

S ū ryasya Kar ṇ ik ā raphal ā ni!

l e t e a

Sūryasya Karṇikāraphalāni!

Ru’ya

Traducción del sánscrito:

Indra C. Alarcón

Portada:

Archivo del Metropolitan Museum of Art

Edición y diseño:

G. D. J.

Sūryasya Karṇikāraphalāni por Ru’ya se distribuye bajo una Licencia Creative Commons

Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.

S ū ryasya Kar ṇ ik ā raphal ā ni!

Ru’ya

Ingresa textoTambién nuestros corazones son un ovillo que se deshace.

Caminábamos sobre un imperceptible ojo, y los ramajes, los caballos que desdibujaron los diluvios

¿a dónde van cuando nuestros símbolos se llenan de gente triste?

¿qué invierno buscan en tus manos cerradas?

Una forastera y su nombre se van separando como el desierto y la noche.

La exactitud no es una aguja, es un cielo abierto.

El sol es la más lenta de tus exhalaciones, y dentro de ella se desenvolvían unas raíces.

Estas amarillentas sátiras son un telescopio en nuestras manos.

Viene la alegría cantando a gritos sus frases sin sentido, y son tus brazos los caminos que dejaste atrás.

Tañes las cuerdas de la madrugada.

Sales de las plazas de tu prudencia, y a veces cabizbaja me preguntas qué es la moral:

“Este antiguo aguacero

¿qué borrasca imperceptible se la lleva?

¿qué ceros cuenta como retinas desprendidas?

¿Qué rostro dibujan tus decisiones igual que una despintada hiedra?”

Tus acordes ponían sal en los párpados de los muertos: “Ya no tengo corazón, se lo llevaron las hienas” me escribías en una carta.

Escucho a la oscuridad perder sus ríos; escucho al viento encontrar mi risa.

Hablo abstractamente para volverme un patio de gente sola bailando.

Me parezco a todos los payasos tristes, a la nieve que cae sobre los reyes muertos, a la noche que entierra criminales y monarcas, como si fueran la misma moneda.

La

perseverancia es una tranquila cantante que va por la hierba.

Perdíamos un amuleto o un incendio, y guardabas en tus venas unas navajas oxidadas, un sol de agua y la risa de las iglesias.

Eran unos peces distantes el horizonte y mi memoria.

Unos peces islámicos trazan geometrías en el agua.

Unas salamandras cristianas hacen un monasterio de hojarasca y guijarros.

Unas grullas taoístas guardan un estanque en sus párpados cerrados.

Dos voces son siempre un bosque.

Respondías con moralejas extranjeras y esta pregunta vacía era un escenario más cálido.

Para ti, la borrasca era una amapola, y alrededor de tus lámparas

crecía el infortunio su hierba, la cuidaba con un sol de granizo, sembraba en sus ojos fichas de un juego desconocido.

Pierdo en tus cuadernos, mi reflejos y mis brazaletes de hace muchos años.

¿Y recuerdas las cosas que respondían los tahúres?

¿No reman hacia acá con sus veladoras y sus hijas?

Somos un altar abandonado rojizo y la noche se descose.

Cada adiós es un vitral, y el puente

¿no era una cicatriz del cielo?

La certeza es un oleaje y no un amuleto.

Tantas

imágenes

me han

hecho más que un fantasma y menos que un animal.

Subíamos unos escalones que no terminaban nunca

¿estábamos dentro de una parábola?

¿éramos la otra tilde de una metáfora?

Íbamos callados por unos puentes índigos, y unos caballos nos seguían como si fuéramos humo.

La culpa hizo de tu corazón un océano, y unos barcos hundidos que van trazando círculos en el desierto.

El placer es una forastera siempre encapuchada en las Ventas, dice que recién regresa de las Indias y que una pensativa flecha vive en mi pecho.

Sus iglesias esféricas, sus mezquitas flotantes, se llaman Yo y Adiós.

Una música nos ve morirnos entrelazados, y digo cosas en las que estoy ausente de mí, y cuento monedas como espejos vacíos.

Tus rodillas rotas son unas montañas, y detrás de ellas ríe un clavicordio lluvioso.

Estás acostada y eres apenas unas líneas.

Nos enterraron en una desbandada de cuervos y un tumulto de caballos

Aquellos montañistas sin rostro

pintan soles en los dientes de los dioses muertos,

escalan sus cabezas incalculables y recorren los túneles de sus oídos apagados,

duermen en las cuencas vacías de sus ojos.

Tu boca es una sabiduría en blanco

¿pero quién habla aquí con ella?

¿y quién viaja en tus venas amarillas?

El sol lleva su luz como un ciego su rostro.

Los segundos son alguien que camina muy deprisa

¿adónde va?

Ru'ya (c. 1742–1791) fue una poeta hindú del siglo XVIII, originaria de Varanasi. Se conocen pocos detalles verificables sobre su vida. Según algunas fuentes, provenía de una familia de tejedores y recibió educación en sánscrito y persa. Se le atribuyen viajes por el norte de la India, aunque no hay registros claros al respecto. Sus últimos años y su su muerte son inciertos. Su nombre permanece asociado a la obra Sūryasya Karṇikāraphalāni!, aunque la autoría, y la existencia misma de la poeta, sigue siendo debatida.

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