Antoshka por Layla Tazartès se distribuye bajo una Licencia Creative Commons AtribuciónNoComercial 4.0 Internacional.
Antoshka
Antoshka y los nísperos
Me sostengo como un trémulo níspero, agarrado a la tierra por una sola raíz; arpa de una sola cuerda, rasgada por unos diluvios que lloran.
Los solsticios son una rayuela pintada en el suelo.
El verano hace mis ojos con unas briznas de sangre seca. Los bosques trazan siempre los mismos puentes alrededor de mis párrafos.
Por la ventanilla de la llovizna veo unas ánimas conversando dentro de un reloj maltratado.
Sus frases flotan dentro de mis ojeras, sus pasos tiñen el invernadero que duerme en mis ascuas.
Cordelia me aconseja que las retrate, y yo intento dibujar unos hospitales apagados.
Las Semejanzas son un corazón que compartimos con la oscuridad. El veneno que nos lleva entre tus trigales.
Los ojos de esa iglesia muda aún no se desvanecen, se pierden los meses en sus balsas, y cruzan peces de cerámica por su pecho.
Arrancando espinas de tus dedos, iban pensativas estas arpistas de la arena, hablando de la paciencia y el viento.
El ayer es lámpara y alfabeto roto.
El invierno nos dice que los colores no son ciertos: una flauta esteparia guía mis frases, un renglón de llovizna y nada más.
¿Qué mano puede levantarlas?
¿Qué manzana soltaron?
Muda como luz, el yo es sólo una cruz.
Las estrellas descalzas en la hierba, aquí, en esta voz que no es mía, que dice al revés las palabras del viento.
Un campanario de papel son nuestras mentiras, mar mensajero al margen de todos los caminos.
Escribimos gentiles páginas para los muertos, hablamos y la niebla nos da sus manos, para devolverle a la marea sus ralas odiseas, deja, late, recupera, reja, raya y espera.
Mis certezas son viento: gacelas transparentes.
La Ambigüedad lleva unos vestidos muy antiguos y sus dedos desenredan distraídamente la cinta de una película muda.
Entre sus fotogramas distingo los risas de una gentileza marchita, las líneas de una muchedumbre dispersa en el iris de los almendros.
La veía recordar las palabras de una tempestad pasada.
Antoshka y ahora
Se reían de nuestros amuletos falsos en los conventos y en los desfiles, y para hablar de la noche sólo tapábamos los párpados de un acantilado.
Escuchábamos al oleaje contar historias de ciudades y gacelas heridas. Esperábamos en los escalones de unas capillas anónimas, y rojizos nos alcanzaban unos sepelios.
Las viajeras anónimas, que busca el azar en las líneas de nuestras manos, se asoman por mis ventanas rotas. que dejaron estas casas que ya no están, y los años arrancan las impacientes raíces de mis balanzas.
Arrastran trineos rotos al otro lado de las páginas en blanco, y nuestras tristes simetrías.
Tus epigramas advertían contra sonreírle a las rejas cerradas. Ya no existen los molinos y las ferias que fluían por la hierba, y en tus trazos apenas se percibe una distante alegoría sobre el insomnio y la mañana.
Sus oraciones nubladas de maleza y museos preguntan qué pasó con las malevolencias que describían tus borrosas cortesanas.
Tal vez éramos hijas del centeno, pero morimos sombras de trémulos caballos.
Nos han enterrado unas estrellas muy lejanas; el cielo arpegia el futuro con los ojos cerrados.
En cada impresión, unas artesanas tañen unas cítaras raídas.
Sí, mi boca es una antigua cornisa.
En las mejillas de los muertos son tantas las montañas que nos borran, ¿y hace cuánto caminamos por estas balanzas?
También de sol están hechas las preguntas.
A tus escribientes calladas, respondes con imperativos inconclusos, ¿van trazando unas ascuas o una brújula mis heridas?
Si un río borra tu nombre, una estatua se rompe.
Si tres ciudades se cruzan en tu nombre, tres preguntas te desdibujan en la arena.
Si cuatro velas queman tu nombre, cuatro años tarda el invierno en recuperar tu voz.
Si cinco juglares destejen tu voz, cinco idiomas pierden los desiertos, ¿y cuántas páginas nos separan todavía de las últimas llanuras?
Antoshka y la docta hiedra
Esta parda moneda es un arcoíris oxidado, se borraron todos los umbrales, se deshicieron en ellos plazas, calendarios, y el sol que siembra cicatrices en las hojas.
La Semejanza es una gemela de las montañas, es la única hija de los muertos, Que se nos pierden como cerros a lo lejos.
Sus árboles se llaman a sí mismos “el tiempo”.
En una cena con unos ciervos, dejé mi ojo envuelto en un paño, y nos vimos rezar dentro de un fragmento de granizo.
Muchos son tus rostros, como los de estas estatuas que se derrumban, tantos huertos, donde vaga la angustia, quien sostiene una trémula lámpara y se deja perder por los incendios.
Aquel día los pescadores regresaron con los fragmentos de un imperio desaparecido.
Para ella la borrasca era sólo otra máscara, y mi sangre seca apenas una mentirosa más persuasiva.
Hablas con ciudades extraviadas y llevas escondida en sus letras rojas los amuletos y números de Minerva.
He escrito una larga carta, tiene los rasgos de unas funambulistas que juegan, ¿bastaría sentirlas como una verdad?
“Las montañas parecen un quieto relámpago, donde un yo ilusorio se deshace entre las vocales de las grullas.”
¿Dónde olvidé todas esas notas hechas con innumerables refracciones?
La muerte sigue las esquirlas que dejaron todas tus tempestades, el aire muerto de mis clasificaciones.
Antes mi sensibilidad era una taxonomía y mi inteligencia una elusiva fauna.
Trenza raíz y música, burla y pincel, para que los parques fluyan.
La gravedad es una forastera, ilegible entre las vendimias. Nos percibimos como vendaval y penumbra, en el aire de los instrumentos quietos, unos difusos arpegios copian nuestras andanzas.
Pero dentro de mi sangre caminamos altivamente.
El sol es una tilde más en el dolor, apenas y percibe el mundo.
Antoshka y la fiesta de las cicatrices
Con una sola línea dibujaste todas las fiestas.
Tus pasos van trazando estas amapolas que contemplan el infierno.
Qué cerca ya los siglos, se mezclan ya sonrisa y desdén.
Las reliquias más preciosas de Bizancio se habían multiplicado como peces y peces, y ya nadie las quería.
Escribíamos falsas consolaciones para los enfermos, que después nunca leían.
En su respiración vivían grullas siamesas que guiaban barcos y solares.
Cada nueva forma es la sombra de un mundo que se va, la mirada de un incendio que se acerca callado.
El tiempo es un niño sin rostro, y un muerto que nadie recuerda; la viajera viuda que va dibujando todos los ríos y las iglesias de un continente extinto.
Aquellas monarquías parecían de lejos unas hermanas huérfanas que caminaban sin rumbo hacia un jardín abandonado. –decían los álamos blancos.
Los frutos del árbol de la culpa juegan allá entre los vocablos y la hiedra. Sus risas suenan como una esperanza negra y en ellas late una fauna tuerta y sonriente.
Otra infinitud te ata los dedos, dentro de tus linternas encontramos unas ciruelas podridas, una distante escuela de mitologías amarillentas.
Las Semejanzas son otro eclipse, ayer todos sabían las rimas del mar, ayer todos habían olvidado los espejos, eran árticas montañas caminando por la pupila de una casa deshojada.
La lluvia es el párpado cerrado del tiempo, y tu respiración va desamarrando tantas balsas.
El azar es una niña ciega a la que siempre invitan a jugar, y el futuro es una niña más grande y silenciosa, que nunca juega, sino que observa.
Un cuervo lleva siempre la niña ciega.
Otros tienen un perro; ella tiene un cuervo lazarillo.
Antes la llevaba una muchacha que terminó volviéndose una marea.