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BIBLIA Y MISIÓN
El mes de
María:
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La Iglesia, desde sus orígenes, ha sido acompañada por la presencia maternal de María (Jn 19, 26-27).
Las primeras comunidades cristianas son testigo de ello. La presencia de María en la comunidad que ora y espera la venida del Espíritu (Hch 1, 14) nos revela como la madre de Jesús esta presente en los primeros pasos de la Iglesia naciente. Su presencia en la comunidad cristiana nos recuerda el rostro de Jesús, siendo también signo de la fidelidad de la Iglesia a Cristo.
Esta presencia y cercanía de María ha sido siempre reconocida a lo largo de la historia de la Iglesia. Es por ello por lo que el amor y la devoción a la madre de Jesús es un elemento intrínseco del culto cristiano (Pablo VI, 1974). Prueba de ello son los múltiples títulos y advocaciones con los que veneramos e invocamos a María: refugio de pecadores, auxilio de los cristianos, consoladora de los afligidos, madre de la Iglesia, reina de la paz. Expresiones que reflejan cercanía, protección y reconocimiento de una presencia que anima y fortalece la vida y fe de la comunidad cristiana.
Encontrarnos con María significa, en último término, encontrarnos con Jesús mismo. Tal como nos recuerda la Exhortación apostólica
Marialis Cultus, «en la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El: en vistas a El, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad» (Pablo VI, 1974, n. 25) para realizar su proyecto salvífico en Cristo. En consecuencia, el culto y la devoción a María estan siempre en relación con Jesús y a su Evangelio. Esta referencia cristocéntrica hace más sólida la piedad hacia la Madre de Jesús y la transforman en «un instrumento eficaz para llegar al "pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta alcanzar la medida de la plenitud de Cristo"» (Ídem).
En la celebración del año litúrgico, en el cual hacemos memoria de los misterios de Cristo, en diversos momentos la Iglesia venera con amor a María (SC n. 103), sea a través de las fiestas litúrgicas establecidas que de los diferentes ejercicios de piedad mariana. Particularmente, la devoción popular ha llevado a la comunidad cristiana a identificar el mes de mayo con María, convirtiéndose en una tradición de mucho arraigo, cuyos orígenes se remontan a la Edad Media.
Durante este mes, la Iglesia venera con amor a María a través de diversas expresiones devocionales, especialmente con el rezo del rosario. Es así como, en muchos de nuestros templos, comunidades y familias, se elevan a María múltiples oraciones desde el profundo del corazón de sus devotos. En este sentido, María siempre ha sido refugio de las oraciones y súplicas de muchos cristianos antes las necesidades y peligros a los que se enfrentan la Iglesia y la sociedad. Un caso relevante, entre las innumerables invitaciones a recurrir a María en momentos de vital importancia para la Iglesia, fue la Carta Encíclica Mense maio escrita por Pablo VI en 1965. En esta el pontífice invitaba a recurrir a la intercesión de María por el momento histórico que la Iglesia vivía, un periodo de “aggiornamento” (actualización) impulsado por el Concilio Ecuménico Vaticano II, y por la difícil situación política y social que se vivía en el ambiente internacional.
Año con año, en el mes de mayo continúa siendo una ocasión propicia para hacer viva la memoria de María en la comunidad cristiana, celebrándose con fervor desde el seno de muchas familias y parroquias. Es también notoria la presencia de María en el magisterio de Papa Francisco, que nos invita a acercarnos a ella como Madre que acompaña y fortalece la vida de la Iglesia.
El 31 de mayo la Iglesia nos invita a celebrar la fiesta litúrgica de La Visitación. Con esta celebración se concluye el mes dedicado a María. Por este motivo nuestra reflexión se concentra ahora en el texto bíblico del relato de la visita de María a su prima Isabel (Lucas 1, 39-56), para iluminar nuestra vivencia de este mes dedicado a la madre de Jesús. Sin afán de presentar un análisis exegético exhaustivo, para interés de nuestra reflexión nos centramos en los versículos 39 «…María se puso en camino y fue a toda prisa…», 41 «…la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo...» y 44 «…Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre...».
El relato de la Visitación sigue al pasaje de la Anunciación (Lc 1, 26-38) y se encuentra dentro del capítulo 1 del evangelio según Lucas, en el cual se anuncia y prepara el nacimiento de Jesús, el Mesías. Por medio de Isabel y María, el evangelista evidencia la inauguración del estadio final de la historia de la salvación y del plan salvífico de Dios, que en Jesús alcanza su plenitud. Por otro lado, si en la Anunciación María ha sido presentada como la creyente y la sierva modelo que responde con todo el corazón al plan de Dios, en la Visitación será exaltada como la portadora de la alegría de la salvación, consecuencia de su fe y apertura plena al plan salvífico de Dios. Del dinamismo de la fe de María y de la gracia divina que le es implícita, en virtud del Mesías, se deducen entre otras, tres características de su “ser primera discípula” a las que hacemos referencia:
• Servicio (v. 39): María se muestra disponible al servicio y sale al encuentro con prontitud. El don recibido en demasía “impone”, casi instintivamente, la prontitud por comunicar la Buena Nueva allá donde pareciera que «¡No tienen vino!» (Jn 2, 3); donde la espera del Mesías reclama la generosidad del anuncio. En consecuencia, el servicio de María se fundamenta no en un mero ejercicio de preocupación social y de caridad sino en el gozo que nace del don recibido, que es Jesús mismo. Posteriormente, a través del mensaje de Jesús, comprenderemos que el servicio es el rasgo que ha de caracterizar la actuación de todo discípulo (Lc 22,27). En este sentido, la actitud de servicio de María responde anticipadamente a la llamada de Jesús a ponernos al servicio de los demás, convirtiéndose así en su primera discípula.
• Anuncio (v. 41): el saludo de María, como acto evangelizador, comunica la fuerza del Espíritu que permite a quien escucha, en este caso Isabel la anciana embarazada del precursor, la confirmación de la gracia de la salvación operante en cada historia personal. Por el don del Espíritu, Isabel reconoce el don de Dios y la misión del hijo que lleva dentro. Si-


guiendo el relato de la Visitación, María nos enseña un modo particular de evangelizar que no se vale únicamente de gestos y palabras sino de la experiencia fundante de llevar a Jesús y su Espíritu, como aspecto esencial del acto evangelizador.
• Alegría (v. 44): atendiendo al relato, la Iglesia encuentra en María un modelo de evangelización gozosa. Juan ha saltado en el vientre de Isabel porque María lleva en su seno a su Señor. El salto de Juan es la respuesta en reciprocidad y aceptación gozosa al cumplimiento de la promesa de salvación en Jesús. Alegría que trae consigo la llamada a una misión concreta. Para Juan será ser precursor del Mesías, y para cada uno de nosotros la alegría del discipulado. María, con su servicio, irradia la alegría de quien acoge la Buena Noticia de Jesús como proyecto de vida.
Esta reflexión sobre la presencia de María en la Iglesia y el culto a ella reservado en virtud de Cristo, sugiere algunos aspectos que cada uno de nosotros puede considerar para celebrar, personal y comunitariamente, el mes mariano.
La celebración del mes de María es una ocasión que nos permite descubrirla de manera especial como la primera discípula de Jesús. Se trata de un rasgo que no ha sido tan profundizado y que le otorga un lugar significativo en la comunidad cristiana, ya que releva los lazos de la fe con Jesús que trascienden con creces los lazos biológicos (Mt 12, 46-50; Lc 8,19-21). María es tipo y figura del camino de la fe, no por ser madre sino por ser verdadera discípula, que vive con prontitud y actitud de servicio el ser portadora de la alegría del Evangelio para los demás. Acentuar los rasgos maternales prescindiendo de aquellos característicos en virtud de la relación de fe resulta un empobrecimiento del lugar de María en la historia de la salvación. Comprendida María en este horizonte permite descubrir en ella mayores elementos que iluminan el camino de la fe de la comunidad cristiana.
El mes de María desde este cuadro bíblico, puede ser una oportunidad de reavivar nuestro discipulado en el seguimiento de Jesús. Caminando con María, que «parte deprisa», nos sentimos llamados a vivir nuestra vida como anuncio de Jesús en el servicio a los demás. El recuerdo amoroso de María, madre de la Iglesia y compañera en el camino de la fe, es una ocasión para realizar una relectura de nuestra experiencia de discipulado que, por el bautismo, estamos llamados a vivir con radicalidad según la vocación específica de cada uno.
Ciertamente, el discipulado como llamada al seguimiento de Jesús implica una misión personal ineludible de anuncio del Reino de Dios. De la mano de María la Iglesia descubre un estilo particular de llevar adelante su misión evangelizadora, caracterizada por la ternura y el cariño (EG, n. 288). Como afirma el Papa Francisco, en María descubrimos a una «mujer contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás «sin demora» (Lc 1,39). Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización» (Ídem).
En este mes de mayo pidamos a María que nos aliente a realizar un camino de profundización en nuestra llamada a ser discípulos y misioneros, que viven con alegría el anuncio de la Buena Nueva en el servicio a los demás.