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TESTIMONIOS MISIONEROS

No tengas miedo de ser misionero

Soy el Diácono Tufan Mitra, originario de Bangladesh y en mi país casi nadie es cristiano, es decir 95% son musulmana y 0.02% son cristianos. El Papa Juan Pablo II ya nos advertía de esta situación y manifestaba que se deberían enviar nuevas fuerzas a este, mi continente, él nos decía: «En el continente asiático, en particular hacia el que debería orientarse principalmente la misión ad gentes, los cristianos son una pequeña minoría, por más que a veces se den movimientos significativos de conversión y modos ejemplares de presencia cristiana».

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Nací el 6 de abril de 1985, en Khulna, en el sur de Bangladesh. Soy el cuarto de cinco hermanos, viví en un ambiente totalmente católico, mi papa fue catequista en la iglesia. Mi familia desde cuando era niño me ayudó a vivir con la fe católica a través de la oración y de su testimonio de vida.

Como mi padre daba catequesis en la iglesia, creo que mi familia ha sido una fuente de amor, de inspiración y de aprendizaje. En mi casa desde pequeño aprendí con mis padres a escuchar el Evangelio, a rezar y agradecer al Señor por el don de la vida. Ellos me enseñaron el valor del respeto, de la amistad y de la ayuda recíproca entre las personas.

De mi infancia diré que crecí en una familia que me inculcó los valores cristianos, era un niño piadoso y creo que esto me valió para todo lo que viví posteriormente, porque ya en mi juventud esto se fue apagando.

Cuando entré en contacto con otras realidades, personas, las cosas del mundo me fueron seduciendo y atrayendo, experimentaba una verdadera lucha dentro de mí, pues quería agradar a mis padres, que no cesaban de llamarme la atención, dialogar y buscar formas de negociar conmigo, para que no me perdiera; pero también quería salir con amigos y pasar largos tiempos en charlas o

gastándonos el tiempo en el silencio de las noches, contemplando las estrellas, nuestra sed de inmensidad se aplacaba en esas misteriosas experiencias que no comprendíamos, pero que disfrutábamos mucho.

Así pasaron los años, tenía una vida hecha, un buen trabajo, bien remunerado, amigos y hasta una novia con quien creí compartiría toda la vida… pero algo muy dentro de mí, me hacía experimentar un vacío existencial, buscaba la felicidad, la verdad, me buscaba a mí, todo fuera de Dios, pero esto hacía cada vez más palpable el sin sentido de la vida.

Fue cuando hice un alto en el camino, tomé consciencia de que mi vida iba hacia la nada y por instinto, al abrir mis oídos para escucharme, mis ojos se elevaron al cielo y me di cuenta de que luchaba contra el único que me podía dar la felicidad. En este momento me ayudó un padre Xaveriano para tomar decisión.

Crecí consciente de que la vida no es mía, que no puedo hacer lo todo que quiero; me la ha dado Dios y, por lo tanto, debe ser cuidada bien y puesta al servicio de los demás. El testimonio de vida y de amor entre mis padres hizo nacer en mí el deseo de compartir con otras personas los dones que el Señor me ha dado.

Yo empezaba a sentir una gran inquietud y gratitud ante los misioneros que, a través de sus palabras y testimonios, me posibilitaban conocer mejor a Jesús. Sobre todo, por la osadía, por el coraje de haber dejado casa, familia, patria, todo, para ir hacia estos lugares tan lejanos a anunciar con alegría y amor el Evangelio de Jesús, especialmente sus vidas compartidas con los de mas.

Sentía que era afortunado al ver y oír los testimonios de los misioneros y por lo tanto, no podía quedarme indiferente ante esta situación.

Resalto que el testimonio de estos misioneros –la manera de rezar junto con los demás, la manera serena de relacionarse con las personas, la convivencia, el cuidado hacia cada persona,

la atención y la preocupación por la formación de los laicos, el entusiasmo y la alegría que les caracterizaba– me hizo desear seguir a Cristo como ellos lo seguían.

Cuando nos anunciaban el evangelio y decían que debíamos compartir la experiencia de la fe, dar testimonio de ella, anunciar el evangelio porque es el mandato que el Señor confía a cada uno de nosotros y a toda la Iglesia, todo eso, me hacía arder el corazón y pensar en lo que decía San Pablo: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (I Co 9, 16). Era consciente de que mi continente, mi país, mi pueblo había recibido el anuncio del Evangelio y que había dado fruto y que ahora me tocaba a mí anunciarlo a los demás. Nos toca a nosotros compartirlo.

Además, los misioneros Xaverianos me ayudaron mucho a conocer y hacer la experiencia de Cristo. Hicieron que me enamorara de la belleza de la misión. Me transmitieron la alegría de seguir a Cristo. Todo eso, me sirvió como estímulo.

Consecuentemente, agradezco a Jesús y a ellos, el haberme ayudado a tener una mentalidad y un corazón misionero. Hoy me siento un ciudadano del mundo y creo que si queremos podemos hacer del mundo una sola familia en Cristo Jesús.

Resalto también, un elemento principal en mi vida personal que me ayudó mucho a comprender mejor la llamada de Dios: la oración; la cual fue y continúa siendo una fuente de inspiración, un estímulo y la mayor fuerza en mi vocación.

Creo completamente que Dios desde que nací estuvo conmigo, me pensaba y me quería bien. Y en toda mi vida sentí y sigo sintiendo su presencia constante junto a mí. La oración es la primera actividad del misionero y yo vivo mi manera de rezar de modo constante, aunque a veces es difícil, pero intento ser fiel a mi proyecto personal. De este modo, la Eucaristía es el culmen de mi vida de oración, es mi base cotidiana. Todos los días me encuentro con el Señor a través de la comunión.

He hecho mi formación para ser misionero, parte en Bangladesh y parte en México. En 2013 he terminado mi estudio filosofía en Bangladesh y después fui destinado a México en 2015, para continuar mi camino vocacional. Hice mi noviciado en Salamanca, Guanajuato entre el 2015 y 2016, fue para mí un tiempo favorable para conocer mejor el carisma y la espiritualidad de los misioneros Xaverianos. Los estudios teológicos los hice en Ciudad de México. Hice mis votos perpetuos el 31 de octubre de 2020 y ordenación diaconal el 5 de diciembre de 2020.

Para terminar, me gustaría de compartir con todos ustedes mi alegría de seguir a Jesucristo, con estas palabras del evangelio de Mateo 13, 44: Así como el hombre que encontró el tesoro escondido en el campo, después va lleno de alegría, vende todos sus bienes y compra aquel campo, así como aquel ciudadano que vendió todo lo que tenía para comprar el tesoro porque encontró ahí un gran valor, así ocurrió conmigo.

Para mí, este tesoro es Cristo. Haberlo encontrado, conocido y haberlo seguido ha sido la mejor experiencia que he hecho en mi vida. Me ha abierto a una vida intensa, apasionante y llena de alegría. A Él quiero conformar toda mi vida, enraizar mi existencia en la suya, porque Él es mi tesoro, y su misión es mi alegría de vivir.

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