Discurso 16 de julio 2018 - Pedro Susz

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Intentaré en esta oportunidad ahondar un tanto en conceptos esbozados el 1 de julio en ocasión de la iza de la bandera paceña. La libertad, se sabe aun cuando se olvide a menudo, no es un Don heterónomo que nos sea dado de una vez y para siempre. Es, por el contrario, un derecho por el cual resulta indispensable dar pelea día a día y a cuyo siempre renovado disfrute estamos obligados a hacernos merecedores justamente por medio de la incesante puesta en acto de nuestra facultad autónoma constituyente. Concibiendo a su vez este último término como la atribución, individual y colectiva, de darse las propias normas. Tal principio es valedero por igual para cada uno y cada una de los y las ciudadanos y ciudadanas como para el colectivo del cual hacemos parte. Es asimismo, desde luego, el modo más pertinente para homenajear a los precursores y a las precursoras de la libertad en el cono sur del continente, desbordando los discursos , las ofrendas florales y otros rituales hace rato ya vacíos de sentido. Esa era por lo demás la manera cómo la concebían, la libertad digo, quienes en su tiempo se atrevieron a imaginar otras realidades posibles, trascendiendo los avatares de una cotidianidad en mayor o menor medida compleja y/o agobiante. Entiendo pertinente en tal orden de cosas volver sobre el pensamiento, no necesariamente en orden cronológico, de quiénes abrieron el camino. En principio sobre el de Mariano Moreno, cuando apostrofaba: “El gobierno antiguo nos había condenado a vegetar en la oscuridad y abatimiento, pero como la naturaleza nos ha criado para grandes cosas, hemos empezado a obrarlas, limpiando el terreno de tanto


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mandón ignorante. Es justo que los pueblos esperen todo bueno de sus dignos representantes; pero también es conveniente que aprendan por sí mismos lo que es debido a sus intereses y derechos. Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila”. Prosigo con algunas de las certeras aseveraciones de Dionisio Inca Yupanqui en su discurso ante las Cortes de Cádiz el 16 de diciembre de 1810 “….He venido a

decir a Vuestra Majestad verdades

amarguísimas y terribles…..Señor, la justicia divina protege a los humildes, y me atrevo a asegurar a V.M., que no acertará a dar un paso seguro en la libertad de la Patria mientras no se ocupe con todo esmero

y

diligencia

en

llenar

sus

obligaciones

con

las

Américas…Apenas queda tiempo ya para despertar del letargo y para abandonar los errores y preocupaciones hijas del orgullo y vanidad.…Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre.” No menciono la Proclama de nuestra Junta Tuitiva, por ser más conocida que los documentos y declaraciones precedentes y las que siguen, sin dejar empero tampoco de ponderar una vez más en estricta justicia el valor de los juicios allí expuestos. Pertenece asimismo al orden de lo justo, recordar un episodio de la lucha americana por la Independencia que muy a menudo ha sido echado al olvido, o, en el mejor de loa casos, si cabe decirlo, minimizado. A la Declaración de Independencia de Haití me refiero. Allí se lee: “¡Juremos vivir libres e independientes y preferir la muerte antes que permitir que nos vuelvan a encadenar! Hoy primero de enero de mil ochocientos cuatro y el 1er. día de la independencia de Haití, el general jefe del Ejército indígena….después de haber dado a


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conocer a los generales reunidos sus verdaderas intenciones, de asegurar para siempre a los indígenas de Haití un gobierno estable, objeto de su más sentida solicitud; lo que hizo por medio de un discurso cuyo propósito era dar a conocer a las potencias extranjeras la resolución de independizar al país y de gozar de una libertad consagrada por la sangre del pueblo de esta isla; y luego de haber recogido las opiniones, pidió que cada uno de los generales reunidos pronunciara el juramento de renunciar para siempre a Francia, de morir antes que vivir bajo su dominación, y de combatir hasta el último suspiro por la independencia. Los generales, compenetrados con estos principios sagrados, después de haber adherido unánimemente al proyecto de independencia bien manifestado, juraron todos por la posteridad, por el universo entero, renunciar para siempre a Francia, y morir antes que vivir bajo su dominación…”. Cabe de igual manera un brevísimo repaso a la Carta de Jamaica dada a luz por Simón Bolivar el 6 de septiembre de 1815: “La posición de los moradores del hemisferio americano, ha sido por siglos puramente pasiva; su existencia política era nula. Nosotros estábamos en un grado todavía más abajo de la servidumbre y, por lo mismo, con más dificultad para elevarnos al goce de la libertad.……. Los Estados son esclavos por la naturaleza de su constitución o por el abuso de ella; luego un pueblo es esclavo, cuando el gobierno por su esencia o por sus vicios, holla y usurpa los derechos del ciudadano o súbdito. Nos hemos atrevido a ser libres, atrevámonos a serlo para nosotros mismos y por nosotros mismos. Imitemos al niño que crece: su propio peso rompe el caminador que se ha vuelto inútil y le estorba en su marcha. ¿Qué pueblo ha luchado por nosotros? ¿Qué pueblo querría


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recoger los frutos de nuestro trabajo? Y qué deshonroso absurdo es vencer para ser esclavos….” ¿Cómo olvidar en este reencuentro con la memoria la sentencia de José Gervasio Artigas: “Con libertad no ofendo ni temo. Que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí .La Libertad, Igualdad, Seguridad sean nuestros dignos frutos. Nada podemos esperar si no es de nosotros mismos“. O algunas frases de José Martí: “La felicidad general de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes….….. La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio. Nadie a la libertad tiene derecho, cuando no hace hábito y gala de respetar la libertad ajena. Un pueblo no es independiente cuando ha sacudido las cadenas de sus amos, empieza a serlo cuando se ha arrancado de su ser los vicios de la vencida esclavitud…..”. Por último y para enlazar con las consideraciones iniciales, este señalamiento, mucho más próximo en el tiempo, del

historiador

argentino Manuel Ugarte: “Abandonemos la idea errónea de que la época de la independencia fue una edad fabulosa y que sus hombres no pueden ser imitados jamás”. Se extrañará sin duda en esta relación la voz de la mujer latinoamericana. Ocurre que me ha sido imposible encontrar en innumerables recensiones históricas alguna expresión de quienes empero no estuvieron, ni mucho menos ausentes, de la lucha por la libertad en nuestro continente. Pero el sesgo patriarcalista imperante


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asimismo en la manera de relatarla, sigue silenciando a la mujer o reduciéndola al papel de acompañante, una manifestación soterrada de discriminación de género. Y me permito esta digresión porqué hoy resulta imposible pensar en la tarea diaria de construcción de una sociedad de verdad más libre si no enfrentamos ya mismo colectivamente el horror del incremento imparable de las cifras de violencia contra la mujer y de violencia intrafamiliar. Volvamos empero al principio. Es cierto, nuestra responsabilidad primordial estriba en la lucha incesante por la libertad en el entorno inmediato,

pero

pocos

frutos

dará

si

nos

ensimismamos

apoltronándonos de modo implícito en la errada suposición de asumir que el mundo es ancho y ajeno. Vivimos tiempos preñados de ominosas señales con la instalación, en algunos casos la reinstalación, en los timones de mando de muchos países, cercanos y no tanto, de los portadores de las ideas más rancias y perimidas, fracasadas tal vez sea un término más adecuado, lo mismo en materia económica como en la actualización de las peores formas de racismo, discriminación e indiferencia por el destino colectivo. Sin dejar tampoco de mencionar los espejitos de colores que nos venden los administradores de los medios digitales para reducir a la nada nuestra intimidad, convertirnos en mercancía y masificar la estupidez, especialmente entre las nuevas generaciones. Si todos nos sentimos de una u otra manera apesadumbrados viendo las inadmisibles imágenes de miles de niños mexicanos separados de sus progenitores por un impresentable representante de la peor arrogancia imperial, o por las de

ingentes cantidades de migrantes


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africanos buscando cobijo en un mundo

que para ellos si se ha

tornado efectivamente ajeno merced a la rediviva petulancia eurocéntrica, la sola incomodidad momentánea de cara a semejantes expresiones de bárbara insensibilidad no basta y mucho menos nos dispensa de hacernos cargo proactivamente de tales ofensas a la dignidad humana. Debido, en parte cuando menos, a la ya dicha equivocada creencia de sentirnos intocados por cuanto sucede más allá de nuestra fronteras, para no decir de nuestras narices, tales son temas ausentes, es de lamentar, en el empobrecido debate político actual y en sus expresiones programáticas que, por mencionar un ejemplo vinculado a lo dicho hace unos minutos, presumen que mejorar la calidad de la educación pasa por llenar las aulas, a menudo precarias, de ordenadores personales, haciendo oídos sordos a los numerosos estudios científicos que demuestran como el daño provocado por el uso prematuro de pantallas causa más daños, irreparables por añadidura, que aportes en beneficio del desarrollo cerebral y del sentido crítico de los futuros ciudadanos(as), eso sí seguros(as) entusiastas consumidores(as) de las espurias novedades puestas en el mercado para único beneficio de los fabricantes. Esta constatación, que pareciera aludir a un tema puntual y algo traído de los cabellos tiene en verdad relación con la necesidad de volver sobre la cuestión de la dependencia, del neocolonialismo en última instancia, cuyos modos operativos encuentran justamente en las redes y plataformas algunas de sus herramientas más eficaces para ahondar la dependencia y la marginalidad, cuestiones que parecieran, de igual


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manera, ser asuntos perimidos, sin relevancia para el presente, cuando en realidad siguen siendo materias ineludibles para cualquier debate actual, que se quiera fructífero, respecto a la libertad y la soberanía. Pasa en buenas cuentas por regresarle al debate político y a la controversia ideológica su auténtico sentido como reflexión acerca del pasado, el presente y el futuro que deseamos construir. Pasa entonces por sobreponerse a la bobería generalizada de los memes y por dejar de reducir la comunicación a la propaganda. Todo lo anterior para reiterar que la lucha diaria por la libertad no implica que debamos ser actores a cada momento de gestas monumentales conducidas por algún iluminado y privilegiadas por un opinable criterio histórico como eventos estelares de la evolución humana. Es justamente en el día a día de las anónimas y

los

anónimos donde se escenifica la pugna incesante por la cualificación de la calidad existencial de cada quien pero asimismo de la de todos y todas. Tal es, en buena medida, el sentido del reconocimiento, de la modesta devolución, que entregamos hoy a quiénes aportan desde lo suyo y hace muchos años

a nuestra comunidad. Por eso vayan

nuestros cálidos parabienes a las personas, instituciones y entidades galardonadas en esta sesión de honor del Concejo Municipal de La Paz.


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