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Moraos por España

M o r a o s p o r E s p a ñ a

E l N a z a r e n o : u n a i m a g e n p r o p i a d e m i v i d a

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Para todos es conocido el dicho de «una imagen vale más que mil palabras». Pues bien, desde este enfoque me gustaría trasladaros mi experiencia de todo el tiempo vivido hasta ahora por estas “tierras norteñas” de España. Primeramente paso a presentarme. Soy Mario, vecino de Daimiel casi toda mi vida y bilbaíno por adopción desde hace poco más de tres años. El motivo de mi aventura por estos lares no fue otro que seguir al Nazareno, a nuestro buen Jesús, y hacer camino junto a Él desde la vida religiosa. Y ¡Qué mejor forma que con los Pasionistas para poder penetrar más de lleno en su Pasión amorosa y conocer más de esa sabiduría de la Cruz! Creo firmemente que “el Jefe” (conocido así por la inmensa mayoría del pueblo) clavó su mirada en mí y me hizo conocer la vía que tenía que elegir. Con él, en mi memoria, en mi alma y en mi corazón, el transcurrir de este periodo de tiempo ha sido más llevadero, más intenso y profundamente apasionante. Mi experiencia cofrade en Bilbao ha sido muy escasa a causa de la pandemia. Solo el primer año que estuve por aquí pude ver salir alguna procesión. Su Semana Santa está floreciendo, se encuentra en un periodo de resurgimiento, sin embargo, presenta algunas tallas antiguas con un cierto calado. El Nazareno de esta gran ciudad sale el lunes Santo junto a San Juan y María Magdalena recorriendo las calles más humildes de la ciudad. Pero volvamos al comienzo. Quiero incidir de lleno en el valor de esa pequeña foto que, en ocasiones unida a una oración y otras muchas a un calendario, casi todo cofrade guarda en su cartera o en su carcasa del móvil para que por medio del Señor o por su madre María (cada uno desde su devoción particular) sintamos más de cerca su presencia en nuestra vida. En mi caso, esa “estampita” del Nazareno que siempre llevo en mi cartera me transporta al “Señor de Daimiel”, el rostro de Aquel que permanece cuidándonos día y noche en el refugio. Este es uno de mis lugares favoritos y de los más transitados cada vez que vuelvo por mi querido pueblo. Estar ahí un ratito en silencio, rezarle y contemplarle es una de las mayores fortunas que poseemos. En ese lugar se palpa la viva y la verdadera devoción que presupone el amor de Dios (como diría el bueno de San Francisco de Sales).

De la Semana Santa daimieleña echo en falta esos dulces de mi madre, los sones en directo de nuestras marchas, las reuniones con mis amigos cofrades y, sobre todo, el vestirme de morao con mi padre y mi hermana, algo que llevaba haciendo desde pequeñito pero que ahora por la lejanía me es imposible. Estos años he vivido más de cerca esa madrugá (suspendida en los últimos años bien por el agua bien por la “dichosa pandemia”) viendo resplandecer el primer rayo de sol desde el jardín del convento y haciendo resonar en mis oídos, y en el palpitar de mi corazón, la marcha del niño perdido. Gracias a Dios hoy tenemos unos increíbles medios que nos ayudan a estrechar las distancias. Esta Cofradía está involucrándose mucho en ello así como el de hacernos sentirnos moraos todo el año con el gran arsenal de eventos que tiene. He de reconocer el gran esfuerzo que han hecho y siguen haciendo tantas personas por amor a Jesús y a su cofradía. Esto hace que me sienta muy orgulloso de ser morao allá donde vaya. En resumidas cuentas, me quedo con el inmenso sentido que tiene la imagen del Nazareno para todo aquel que tiene sangre morá y el sentimiento que desprende hacia todo aquel daimieleño que cuando se acerca a su ventana le dice que “te quiero”. Espero y deseo que este año finalice esta “sequía procesional” que llevamos arrastrando y que el Nazareno vuelva a irradiar de luz y de amor aPASIONado todas las calles de nuestro pueblo, Daimiel.

Mario Díaz del Campo González Gallego