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Vinos y barrios

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Mirta Levin

Mirta Levin

Mientras dura el arco iris de un brindis

Vinos y barrios de Rosario. Breves notas de un viaje

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¿Qué cepa beber en cada barrio de Rosario? ¿Qué libro maridar con este elixir vibrante y fantástico? ¿Qué amigos nombran los ribetes brillantes y que amor los profundos rojos? ¿Qué canciones arremolinadas en el fondo de la copa transportan los aromas de tus refugios, qué lugares de tu ciudad suceden cuando hablás de vos? Como la lectura, la buena charla y las largas caminatas, beber vino es una experiencia sensible y única.

En una vieja escena de cata a ciegas entre Vincent Price y el legendario Peter Lorre en una adaptación (Roger Corman) de los cuentos “el gato negro” y “el barril de amontillado”de Poe; desfilan fechas de cosecha, procedencias de etiquetas y técnicas de degustación y al final de cada cómico contrapunto recuerdo el simple, grotesco y demoledor “…y está muy bueno”, inefable goce del borrachín de Montresor (Lorre) sabio y hostil bebedor que jamás equivocaba la data. Guiados por el espíritu averiado y sonriente de Montresor te invito a viajar. Disponemos sólo del tiempo que dura el arco iris de este brindis. Tomá por el tallo tu nave de cristal y acompañame.

Alberdi, Plaza Santos Dumont. Suave y joven tempranillo, recibí la brisa silvestre que guarda los frutos de este vino y disfrutalo con el Paraná soberbio de fondo. Junto a Dumont (el aviador) volá a través de la mirada de “Altazor”, el ángel accidentado de Huidobro: “Qué me importa el enigma luminoso/los emblemas que alumbran el azar/ y esas islas que viajan por el caos sin destino a mis ojos”… si sentado al borde de esta barranca, ella te vuelve a besar por primera vez.

Arroyito, pequeña parada solamente para compartir una botellita de este malbec intenso y futbolero, bien nuestro de pasta y domingo con un negro amigo de la platea alta de Cordiviola con el que alimentamos la esperanza de que algún día los wines vuelvan a pisar canchas del fútbol argentino.

Avellaneda curva hacia la izquierda y una “Manifestación” del maestro Berni nos detiene en Refinería escala en el bar de Conti con un buen bonarda, de mesa, franco, generoso y sencillo dejo dulzón. Momento para navegar por los rostros de esa fantástica tela y oír a los obreros pedaleando la madrugada antes que suene la sirena de las cinco, recordar los potreros de los confines de la niñez, el sonido de las bolitas de acero repicando en la tierra, el roce de los sifones de vidrio y aluminio, gozar de la presencia esplendorosa y muda de las grandes bolsas de terrones de azúcar a granel sosteniendo las paredes de los viejos almacenes. Volver a sentir el fin de la luz del día como señal precisa de retorno a casa. Cruzamos unos invisibles durmientes de quebracho y llegamos a Puerto Norte donde la ciudad estalló como un gran bloque de mármol y se ve como si hubiera sido esculpida justo en el instante de erguirse y girar para mirar el río. ¿Qué curso se ve desde allí arriba? ¿Qué paisaje, palabra y voz forjarán las nuevas generaciones? Aquí, hora de un blend. Subite a los calificativos prestigiosos, inventá nombres para ese montchenot gran reserva cosecha 93, cabernet sauvignon, merlot y malbec de 20 años…y… púrpuras, rubíes, ladrillo, tejas, que afloren reflejos granates, morados, cerezas tras fondos de tabaco y viejos toneles de roble. Cada nota es un vástago impredecible. El vino “es” por derecho, pero es también lo que hagamos de él y con él.

Rosario Norte, un tren que bufa, un taxi que fuma y espera y la cabellera de Rita encendida con pinceladas anaranjadas y violetas por las luces del tráfico: Pichincha. Dejá al turista de manual cruzado de piernas junto a la estatua del negro Olmedo y sentémonos en un barcito que llegó la noche como llega y amarra un barco. Suavemente acodate en la bohemia, con su vegetación intraducible y sus sombras de sombras mientras “Nostalgias” suena dulce en el violín de Anto-

nio Agri; bebamos el último tinto que pude rescatar de un bodegón malherido, sabroso cabernet sauvignon de frutos oscuros y curvas espesas. Este mismo bar en el que guarda el resto de la botella con su nombre mi amigo Hugo Diz, para que el trazo suntuoso del óleo descanse y ligue mañana las nuevas almas con las del día anterior. Te regalo “Ciudad en sábado” de Facundo Marull (librito encontrado en un banco de la Plaza Pringles) y aunque sea “Triste” no tener una casa en Rosario, que nadie nos haga parecer extraños ni nos vengan a contar quienes somos…y…“como si no tuviéramos apuntes en los bolsillos” es tuyo también: “Prostitución y rufianismo” de Ielpi y Zinni y lancemos el último dado.

Mientras una curva fugaz de acidez y taninos en mi boca giró y subió por Alem (a falta de tiempo para visitar los gloriosos bares del centro), pienso: ¿A que vino tinto reserva “que no se despegaba del paladar” se referiría Jorge Riestra en “Salón de billares”? ¿Qué uva hubieran recomendado los muchachos de la vieja guardia? ¿Un torrontés riojano? ¿Apreciarían las sutiles tonalidades de un rosado? ¿O apostarían todo al pleno de los tintos? Recta final. A través del pulso de un fuelle pintado por Vanzo y el rumor de otro tocado por Antonio Rios, llegamos a la última parada.

Tablada. Cada rincón verdadero que habitamos agrega un color, embellece este mural, la vida. Por eso te traigo desde la otra punta de la ciudad a la pizzería Santa María para junto a una bella muzza beber un moscato bien frío servido en el pequeño y viejo vasito de vidrio de paredes onduladas y boca ancha que garantiza el buen trago. Muy cerca una escultura, fuera de ella, el “che”, vive. Junto a la antigua estación de ferrocarriles Central Córdoba abramos este semillón que guardé con cariño, un vino dorado que maduró noblemente. Reminiscencias del viejo matadero sobrevuelan. Gocemos del paso coherente de esta fruta en una barriada donde un crack charrúa decidió vivir su vida y no la de otros, donde La Vigil conservó vivo un sueño hasta volver a hacerlo realidad y donde “Las colinas del hambre” de Rosa Wernicke alerta que la película continuará.

El vino libera secretos sorbo a sorbo, misterios del lenguaje…el lenguaje… que a veces pareciera ser lo único que ocurre. Se esfumó el fantasmagórico abanico de luz y el espíritu etílico de una escena en blanco y negro. Te invito, amigo a continuar con lo que apenas comenzamos. Hay mucho por andar. Sólo necesitás encontrar el paso de la ciudad y volver a brindar ¡Salud! g

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