I octubre 2021
La fe que recibimos, más que una elección nuestra, es respuesta a un llamado amoroso y gratuito del Señor. Dios se da a conocer a todos; cuando nos abrimos para conocerlo, lo amamos; y cuando lo amamos, lo proclamamos y compartimos a los demás el don gratuito de su amor. Ser enviados como misioneros implica vivir esta experiencia; salimos más allá de nosotros mismos, abrimos nuestros horizontes para ir y compartir lo que hemos visto y oído en nuestras vidas por el amor mismo de Dios encarnado en Jesucristo. Una vida que comunicar Finalmente, en tercer lugar es necesario aún enviar a misioneros porque el mensaje mismo de Jesucristo habla y propone una forma de vida para todas las culturas. Es decir, la Buena Nueva que presenta Jesús no se encierra para una sola cultura o un solo grupo social, ni siquiera para un solo individuo, sino que el mensaje del amor de Dios habla a todo corazón humano que busca con sinceridad la verdad, y se encarna en cualquier cultura humana.
En el corazón de todo hombre, en toda cultura y todo tiempo, está inscrita la necesidad de ser salvado; es decir, experimentar la plenitud de la vida en la victoria sobre el pecado, la enfermedad y la muerte. Un misionero enviado más allá de su propia tierra, cultura y lengua es llamado a proponer, por su testimonio, un estilo de vida que ofrece la comunicación de la divinidad que transforma y genera vida, y vida en abundancia. Por lo tanto, un misionero no tiene un producto que vender o al cual hacer proselitismo, sino una vida que comunicar: Dios, su vida divina, su amor misericordioso, su santidad. Querido lector, si te encuentras en un proceso de discernimiento vocacional (de manera particular para la Misión extranjera) e identificas que este proceso parte de un encuentro personal que has confirmado en Cristo, quien te invita salir de ti mismo para compartir a los demás la vida que has recibido en su nombre, no lo dudes, ¡Él te está llamando!, ¡responde con generosidad! 9