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Enviar misioneros a otros países, ¿es todavía importante?
P. José Guadalupe Martínez Rea, mg
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Queridos Padrinos y Madrinas, deseo compartir con ustedes lo que ha significado para mí la importancia y necesidad del envío de misioneros para anunciar la Buena Nueva que Jesucristo nos ofrece.
Mi historia vocacional
Recuerdo que cuando ingresé al Seminario de Misiones pude descubrir la variedad y riqueza de carismas de la Iglesia universal, todos ellos encaminados, en sus distintas expresiones, a la tarea de la evangelización. Misioneros de Guadalupe abre las puertas a quienes tienen inquietud misionera y envía a sus miembros para colaborar con la obra evangelizadora en Misiones extranjeras; es decir, a las personas, ámbitos sociales y lugares, con el objetivo de que el Evangelio de Jesucristo sea compartido como camino, verdad y vida. Mi experiencia, al ser enviado a tierra de Misión (Kenia) durante los últimos 13 años, me permitió, como a muchos otros misioneros, descubrir
que compartir la fe en nuestro Señor Jesucristo es muchísimo más de lo que uno imagina; es una actividad rica y amplia, que, sin embargo, no deja de tener complejidad y misterio, pues la obra misionera implica entrar en contacto con otras lenguas, culturas y tradiciones religiosas bastante ricas, las cuales enriquecen al misionero al mismo tiempo que lo retan. Frente a un mundo donde el proceso de comunicación, mediado por las tecnologías de la información, ha reducido las distancias y, con ello, facilita el intercambio de la diversidad de valores, la conciencia más clara de la existencia de otras tradiciones religiosas no cristianas que contribuyen también positivamente a la humanidad, junto con la pluralidad de lenguas y culturas, hace que continuamente nos demos respuesta a la siguiente pregunta: “Enviar misioneros a otros países, ¿es todavía importante?”.
Iglesia misionera
En primer lugar, es elemental entender que la Iglesia es misionera por naturaleza (cfr. Ad Gentes, núm. 2); es decir, la Iglesia nace porque es enviada por nuestro Señor Jesucristo a proclamar su Evangelio: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado” (Mt 28, 19-20). Este mandato surge después de la experiencia de la Resurrección. Los discípulos, por fuerza y

gracia del Espíritu Santo, se reconocen como enviados con la tarea especial de compartir lo que han visto y oído. Un mensaje que no puede ser guardado o escondido, sino que debe ser proclamado, como dicen las Escrituras, a todas las gentes. No podemos pensar, por lo tanto, en una Iglesia que no está en constante salida; y al decir Iglesia sabemos que nos referimos a todo bautizado que cree en Jesús. Por lo que muy bien podemos decir: “si tú eres bautizado, entonces eres enviado”. Jesús resucitado nos envía a “todas las gentes”, es decir, a todos los pueblos de todas las naciones, a diversos ámbitos sociales y a todas las culturas, para que el Evangelio pueda ser compartido.
¿Para quién somos?
En segundo lugar, es importante enviar misioneros porque manifiesta una expresión clara de que la vocación que proviene de Dios no busca únicamente la autorrealización personal, como si toda mi vida tuviera que centrarse en mí, sino que la vida se enriquece y realiza cuando es dada para los demás. El Papa Francisco, en su exhortación apostólica Christus vivit, dice: “«Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: ‘Pero, ¿quién soy yo?’. Y tú puedes preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate: ‘¿Para quién soy yo?’» [Discurso en la Vigilia de oración en preparación para la xxxiv Jornada Mundial de la Juventud, Basílica de Santa María la Mayor (8 abril 2017): AAS 109 (2017), 447]. Eres para Dios, sin duda. Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros”.
