ISSUE 24 - AYLAH PETERSON

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Total look: SPORTMAX Bolsa 24/7 Montblanc Grain: MONTBLANC

CARTA DE LA EDITORA

Ha sido un mes intenso, de esos en los que uno recuerda que el ritmo de este trabajo puede ser tan vertiginoso como hermoso. Londres, París, Milán, Madrid… las ciudades se confunden entre pasarelas, conversaciones y habitaciones de hotel, hasta que algo las vuelve inolvidables otra vez.

Esta vez tuve suerte. Mi esposo me acompañó, lo cual no siempre ocurre cuando se trata de trabajo. Tuve la oportunidad de trabajar con Aylah Peterson, amiga y cómplice, y con Claire Rothstein, una fotógrafa con la que soñaba colaborar desde hace dos años. Ver ese proyecto tomar forma me dio la satisfacción de ver cómo el tiempo y la intención coinciden.

Y luego estuvieron los desfiles de septiembre. Volver a vivirlos en persona —la textura, la luz, la energía— fue reencontrarme con algo esencial. No me había dado cuenta de cuánto lo extrañaba hasta estar ahí, junto a Daniel Zepeda, nuestro editor de moda, viendo una colección cobrar vida. Fue un recordatorio de que la moda no se trata solo de lo nuevo, sino de lo que permanece: la curiosidad, la emoción.

Al final, de eso trata este número, de regresar a los lugares y las personas que hacen que todo el caos valga la pena. Espero que disfruten esta edición. Como siempre, gracias por leernos.

DIRECTORIO

Editora en Jefe/Directora Creativa SARAH GORE REEVES

Editora Adjunta LORENA DOMÍNGUEZ

Directora de Arte CATIA MUÑOZ

Editora de Contenido BETSY DE LA VEGA TAY

Editor de Moda DANIEL ZEPEDA

Copy Editor

DANIELA GUTIÉRREZ

Coordinador Digital RENÉ VILLASEÑOR

Diseñador Web ALEJANDRO ADAME

Diseñadora Gráfica FERNANDA VILLALBA

Diseñadora Gráfica MARLENE VELA

Market Editor ANDREA AGUIRRE

Comité Editorial VALERIA GONZÁLEZ Y REGINA REYES-HEROLES

Directores Financieros CONTABLES T HINKWORKS

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Fundador (†) JESÚS D. GONZÁLEZ

Presidente del Consejo de Administración FRANCISCO A. GONZÁLEZ

Presidente Ejecutivo FRANCISCO D. GONZÁLEZ

Vicepresidente JESÚS D. GONZÁLEZ

Director General ÁNGEL CONG

Director Editorial ÓSCAR CEDILLO

Director Milenio Diario ALFREDO CAMPOS

Director Milenio Televisión RAFAEL OCAMPO

Director Multigráfica JAVIER CHAPA

Director Medios Impresos ADRIÁN LOAIZA

Director Comercial CARLOS HERNÁNDEZ

COLABORADORES

ALTERED AGENCY ANA G DE V ANDREA TAPIA ASH THOMAS BAARD LUNDE

B DOMINGUEZ CAMILA REYES CAMILA TRONCOSO CLAIRE ROTHSTEIN DARIIA DAY

ENRIQUE NORTEN EXTERNAL SENDER GABRIELA VILCHIS JESUS SOTO FUENTES

JIMENA BREHM JIMENA GADEA LUDOVIC GIROD MANUEL GÓMEZ MARI KUNO

MARÍA FERNANDA GUTIÉRREZ MASAYOSHI FUJITA NICOLE SOLANO PEBBLES

AIKENS RENATA PERALTA TEN ARQUITECTOS VALERIE CHARUR VANIA MONTEIRO

WALTER ARMANNO

M LA REVISTA DE MILENIO, edición mensual Noviembre 2025. Editora Responsable: Sarah Gore Reeves. Número de certificado de reserva otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor: en trámite. Número de certificado de licitud de título y contenido: en trámite. Domicilio de la publicación: Milenio Diario S.A. de C.V., Morelos número 16, Colonia Centro, Alcaldía Cuauhtémoc, C.P. 06040 en Ciudad de México. Distribución: unión de expendedores y voceadores de los periódicos de México A.C. con domicilio en Guerrero no. 50 Col. Guerrero C.P., 06350 Alcaldía Cuauhtémoc, Ciudad de México. Sarah Gore Reeves es independiente en su línea de pensamiento y no acepta necesariamente como suyas las ideas de artículos firmados. Queda prohibido la reproducción total o parcial de la presente edición, misma que se
Editora en Jefe SARAH GORE REEVES

UNA TEMPORADA DE CAMBIOS Y DECLARACIONES

FOTOGRAFÍA:

DANIEL ZEPEDA CON IPHONE 17
POR: SARAH GORE REEVES
En esta página, vestido: DIOR. En la siguiente página, de arriba a abajo, de izquierda a derecha, vestido: MAISON MARGIELA, blusa y collar: GUCCI, zapato: FERRAGAMO, bolsa Lady Dior: DIOR, sneakers: HERMÈS, top: BOTTEGA VENETA, zapato: LOEWE, abrigo: BOTTEGA VENETA y bolsa: LOUIS VUITTON.

El gran reacomodo de diseñadores de esta temporada ha sido, sencillamente, fascinante de observar. Demna Gvasalia pasando a Gucci, Pierpaolo Piccioli tomando las riendas de Balenciaga, Louise Trotter llegando a Bottega Veneta, y Glenn Martens sucediendo a John Galliano en Maison Margiela. Una temporada de grandes movimientos y declaraciones.

El debut de Dario Vitale en Versace fue una sacudida brillante. La cama deshecha en el escenario —sí, supuestamente con sus propias sábanas— fue más que un gesto escenográfico. Fue ingeniosa, sensual, descaradamente Versace, pero con una frescura que hacía tiempo no veíamos. Vitale logró lo más difícil: devolverle a la casa esa sensación de esfuerzo mínimo, impacto máximo.

La llegada de Matthieu Blazy a Chanel se sintió como una bocanada de aire nuevo en un universo que, aunque lleno de historia, pedía a gritos una mirada fresca.

En esta página, de arriba a abajo, de izquierda a derecha, zapato: LOEWE, chamarra, camisa y collar: GUCCI, mantilla para silla de montar: HERMÈS, chamarra: PRADA, zapatos: ROGER VIVIER, vestido: DIOR, total look: MIU MIU, saco: SCHIAPARELLI y sneakers: MAISON MARGIELA. En la siguiente página, total look: CHANEL.

No todos los desfiles resonaron conmigo. Admito que la colección de Duran Lantink para Jean Paul Gaultier no fue mi favorita, aunque suelo admirar su trabajo. Pero eso está bien. Esta temporada no fue sobre la perfección, sino sobre el riesgo. Y el riesgo, después de todo, es lo que mantiene viva la moda.

Y luego, Helen Mirren abriendo el show de Stella McCartney recitando “Come Together”, admito que sentí escalofríos. Un momento de pura emoción, donde el mensaje —unión, energía, autenticidad— fue tan potente como la moda. Hermès, por su parte, apostó por la sobriedad elegante: marinos, tonos arena y esas botas de cuero perfectas que cualquiera querría llevarse a casa. En Prada y Miu Miu, la conversación siguió siendo sobre mujeres reales: pensantes, activas, imperfectas, magníficas. Tal vez no todas las prendas sean fáciles de llevar, pero la intención estaba ahí, y eso vale más que la complacencia.

Y la música… ¡la música! Cada desfile tuvo su propio pulso emocional. No se trataba solo de lo que vimos, sino de lo que sentimos. La moda, esta temporada, volvió a hablar con el corazón.

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Hay historias de amor que se transforman en movimientos artísticos, alianzas íntimas que trascienden lo personal para convertirse en revoluciones estéticas. Tal es el caso de Niki de Saint Phalle (1930–2002) y Jean Tinguely (1925–1991), cónyuges, cómplices en vida y obra. A su lado, el curador Pontus Hultén (1924–2006) actuó como testigo privilegiado y aliado intransigente. Hultén hizo de puente entre el público y la pareja. Desde su concepción fue que la pasión llegó a los museos.

El 26 de junio de este año, irrumpió en el Grand Palais de París un éxtasis de color, un maratón de vibraciones para agitar al pensamiento contemporáneo. Es hasta el 4 de enero que el espacio será secuestrado por este escenario. Niki de Saint Phalle, Jean Tinguely, Pontus Hultén, una muestra para reunir arte, amor y complicidad intelectual bajo la mirada visionaria del curador. Esta unión artística se hizo en vida y ahora regresa, vital, estridente. El célebre dúo reconstruye esa trama de amor, complicidad y rebeldía. Con piezas recogidas de distintas latitudes, la muestra revela al arte como una institución colectiva. Una experiencia que no podía hacer más que convertir los afectos personales en gestos públicos de libertad. A través de la figura de Pontus Hultén, el relato se va contando. El recorrido traza una historia donde el arte se despliega como un territorio libre, participativo y revolucionario. De alguna manera, solo ahí, con los pies bien plantados en el suelo del Palais, la voluptuosidad colorida de lo de Saint Phalle se reconfigura en la presencia de lo industrial de Tinguely.

REBELDIA Y ARTE DESDE EL AMOR: NIKI DE SAINT

PHALLE, JEAN TINGUELY Y PONTUS HULTEN EN EL GRAND PALAIS

Una exposición en el Grand Palais —del 26 de junio al 4 de enero— reconstruye la alianza creativa y amorosa entre Niki de Saint Phalle y Jean Tinguely bajo la mirada del curador Pontus Hultén. Un recorrido donde color y máquina dialogan para convertir la intimidad en gesto público, lúdico y revolucionario.

A TRAVÉS DE ESTE HOMENAJE A LA PASIÓN DISFRUTADA

EN VIDA, SE PERMITE REDESCUBRIR Y REINTERPRETAR PIEZAS

QUE

NACIERON

DESDE LO MÁS INTERNO DE CADA ARTISTA.

A través de este homenaje a la pasión disfrutada en vida, se permite redescubrir y reinterpretar piezas que nacieron desde lo más interno de cada artista. Seguir las huellas de un amor que fue también una plataforma de expresión, ambos artistas encontraban en el otro la mejor manera de ser. El recorrido, histórico y lúdico a la vez, convierte al Palais en un laboratorio de complicidad donde el resultado siempre es el amor. Distintas tonalidades, pero siempre el amor.

El Grand Palais podrá vibrar durante este semestre, con tres visiones, tres maneras de entender el mundo bajo la misma intención de ser mejor en el balance ajeno. Un hervidero de pensamiento que comulga el arte y su manera de entenderlo. Pintura, escultura y texto concebido desde el lugar donde todo se hace genuino: el cariño.

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SEGUNDA PIEL

SARAH

Fotografía: BAARD LUNDE

La piel, para Hermès, no es material ni ornamento, sino una forma de pensamiento. Cada pieza parece contener una biografía silenciosa, escrita a golpes de paciencia. Si la casa francesa ha pasado más de un siglo dedicada al oficio, es porque entiende que el tacto también puede ser una manera de meditar. En cada hilo que atraviesa el cuero, hay una pregunta que se repite: cómo volver eterno lo efímero. Lo que en otros es lujo, en Hermès es convicción; un acto de devoción hacia la materia, como si en ella residiera la posibilidad de lo humano.

Por: DANIELA GUTIÉRREZ

En ambas páginas, total look:

En ambas páginas, total look: HERMÈS. Talento: MAUVE DUPUY PARA VIVA MODEL MANAGEMENT. Maquillaje: DARIIA DAY. Pelo: WALTER ARMANNO. Asistentes de stylist: DANIEL ZEPEDA, DANIELA GUTIÉRREZ Y VANIA MONTEIRO.

PRADA GALLERIA: EL PENSAMIENTO DE LA FORMA

Desde el trazo del patrón hasta el último remate pintado a mano, la bolsa Galleria de Prada es un rito de creación: una fusión entre legado y reinvención constante.

Fotografía: CORTESÍA

En la geografía de lo contemporáneo, pocas piezas simbolizan con tanta claridad esa unión entre técnica, lujo y memoria como la Prada Galleria. No es simplemente un objeto de deseo: es una obra de ingenio y sustancia que, para nacer, atraviesa un viaje meticuloso desde el esbozo hasta el ensamblaje final. Y esa travesía acontece en un escenario singular: la fábrica de Valvigna, en la Toscana, donde arquitectura y naturaleza se funden para sostener el arte de la piel.

En Valvigna, arquitectura y entorno coexisten con una precisión serena. La restauración de un terreno degradado y la mitigación del impacto del edificio en el paisaje son prioridades que orientan cada decisión constructiva. En este lugar donde germina la belleza, se explora la relación más pura entre la construcción, el rigor del diseño y la libertad de los elementos naturales. La sede industrial alberga no solo talleres, sino también almacenes de materia prima, archivos históricos, oficinas administrativas, un auditorio y el centro de procesamiento de datos del grupo. La arquitectura de Guido Canali privilegia los espacios de transición: jardines suspendidos, patios interiores, pasos de luz o terrazas que diluyen el límite entre interior y exterior.

Es ahí, en ese enclave concebido para que el trabajo conviva con el horizonte abierto, donde la bolsa Galleria cobra vida. Porque dotar de espíritu a una Galleria implica traducir un ideal en miles de gestos microscópicos. El proceso comienza con el diseño de la bolsa, ese instante en que los estudios de Prada bosquejan un volumen reconocible, pero siempre en reinvención. Esta temporada, las proporciones cambian, las asas se alargan, el gesto se adapta a la vida. Esa forma pasa luego a los patrones y planos técnicos, donde cada cara, cada esquina y cada ángulo se descomponen en piezas: el panel frontal, los laterales, los fondos, los bolsillos interiores.

DESDE SU DEBUT EN 2007, LA GALLERIA HA REINVENTADO SU GEOMETRÍA SIN PERDER CARÁCTER.

Prada trabaja con dos calidades esenciales: la más suave, en Soft Grain leather o en opciones creativas como gamuza o piel estampada; y la más estructurada, en piel Saffiano, reconocible por su característico grabado cruzado y su resistencia. Este material se obtiene mediante un proceso de prensado térmico del recubrimiento cruzado, seguido de un encerado

superficial que sella su protección. En Valvigna, se llevan a cabo los tratamientos de estabilización, nivelado del grosor y control de imperfecciones. En total, una Galleria puede integrar cerca de cien componentes distintos y requiere un día completo de labor artesanal.

Luego viene el corte: ya no es solo dividir pieles, sino decidir cómo cada pieza se doblará, alojará tensión y resistirá el uso. Se emplean plantillas de corte de alta precisión o troqueles artesanales, además de técnicas de calibrado para evitar roturas en las zonas de pliegue y un lijado de bordes que aporta suavidad. Cada borde acabado se pinta y barniza a mano para sellar los poros y armonizar el color. Después, con adhesivos aplicados con precisión, se fija cada componente en su lugar antes del cosido. Algunas costuras avanzan en máquinas de brazo largo, pero los puntos más delicados se dejan al pulso humano: costuras curvas,

interiores ocultos, encuentros entre paneles de distintas texturas.

El proceso de “dar vuelta” a la bolsa es quizás el acto más crítico. Al invertir la estructura para ocultar costuras y exponer bordes limpios, los artesanos deben maniobrar sin tensar hilos ni deformar superficies. Esa inversión define la anatomía final de la Galleria. Cada herraje se asienta con precisión milimétrica, verificando alineación y resistencia. El nuevo diseño permite que el modelo se mantenga íntimo al cuerpo, “un gesto tan espontáneo y eficiente como íntimo”, como lo describe Prada.

Desde su debut en 2007, la Galleria ha reinventado su geometría sin perder carácter. Su silueta alargada, su elegancia versátil, los contrastes entre rigidez y tacto hablan de una intuición en movimiento. Está hecha para acompañar la vida, para absorber identidades y elevarlas también. Cada puntada, cada panel alineado, cada textura grabada encuentra su razón en el diálogo entre sofisticación y técnica, entre arquitectura y piel. La Galleria encarna lo que Prada entiende por modernidad, la armonía entre la mente y la materia, entre lo pensado y lo hecho. Un objeto que piensa, siente y perdura.

AYLAH

THE EDGE

Editora: Sarah Gore Reeves Fotografía: Claire Rothstein

El poder, en Aylah Peterson, se intuye. Está en la mirada que sostiene sin buscar permiso. En esta historia, la moda se revela en negro, en un juego de texturas que respira y

PETERSON

OF MOTION

se contrae como una presencia viva. El cuero traza líneas precisas. Aquí, el poder es una composición: el diálogo entre materia y vacío, entre el gesto y lo que queda después.

Maquillaje: MARI KUNO CON PRODUCTOS DE ARMANI BEAUTY. Pelo: MASAYOSHI FUJITA. Manicure: PEBBLES AIKENS. Prop stylist: ASH THOMAS. Asistentes de stylist: DANIEL ZEPEDA, LORENA DOMÍNGUEZ, DANIELA GUTIÉRREZ Y VANIA MONTEIRO.

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ARATH HERCE Y EL SONIDO COMO DIARIO PERSONAL

Hay una verdad emocional que se comparte por todos, Arath Herce hace el ejercicio de cantarla.

Fotografía: JESUS SOTO FUENTES Por: RENÉ VILLASEÑOR

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Total look: PRADA.
Stylist: DANIEL ZEPEDA. Grooming: ANA G DE V. Locación: LIBRERÍA VALLADOLID. Asistente de fotografía: MANUEL GÓMEZ. Asistente de stylist: LUDOVIC GIROD.

Entre susurros —tal vez la resonancia de un violín o el bullicio de un mercado sonoro de percusiones— aparece lo escrito por un joven veracruzano que interpreta desde el vertedero tan bien conocido del recuerdo. Musas en Mi es el segundo álbum de estudio de Arath Herce, músico que vive en cada verso escrito. Cada canción es un eco que se transmite en silencio, una búsqueda de formas nuevas en el ruido del mundo.

Pero Musas en Mi, con sus logros musicales y sonoros, no llega con el mismo mérito con el que se inscribe el artista en la historia. Es tal vez la sensibilidad veracruzana, alma de pirata y sueños de arena enamorada de piel; o la incontenible poesía que brota desde las vísceras de quien ha amado sin respuesta, no sé en realidad lo que provoque ese secuestro emocional. Arath Herce tampoco lo sabe. Él mismo me lo dijo “[…] no pienso en qué tan universal será mientras escribo”, pero si se reconoce con el valor necesario para señalar “ese rincón tan pequeño”, dice, donde habita el recuerdo de quien lo escucha.

Es sencillo encontrarse a sí mismo también. El pasado cuaja y se estira con las palabras de Arath, y entonces todo cobra sentido. Con la multitud ascendiendo, más y más oídos alcanzan este canto del mexicano y la historia se vuelve infinita. Se cuenta, como cadáver exquisito, un impacto que se concibe desde otra lengua. Musas en Mi abre con la edad, desde los callos que el tiempo se ha encargado de generar, desde el cabello distante o desde las grietas en la piel, cada una ajena a la anterior. El alma es quien genera cada Musa, en Arath, en Fa o en Re; son minucias cuando el idioma hablado es el de la conmoción emocional, de la petrificación en frente de todo ello entendido desde el corazón.

Para M Revista de Milenio Herce conversa desde la pantalla y desde la inspiración, con sus heridas y cicatrices, con sus inspiraciones y preocupaciones. Nos regala sus Musas y nos invita a su mundo, uno habitado todo el tiempo y en cada lugar por él y todos los que conviven en la epopeya del pasado.

Ya había escuchado Balboa, pero en Musas hay una vulnerabilidad distinta. ¿Cambió la forma en que te acercaste a componer estas canciones?

Siempre he pensado en mi música como un diario. Valoro mucho a los artistas que hablan desde la honestidad, y me gusta esa idea de ir dejando las cenizas de lo que uno va viviendo sobre el papel. Kerouac decía que escribía sobre su vida para poder, de viejo, leerla y recordar. Eso quiero hacer yo también. No me interesa escribir canciones por escribirlas, sino seguir ese diario.

¿Hubo algún ritual particular que se llevó a cabo dentro del estudio?

Sí. Quería que sonara íntimo, con los menos elementos posibles. Grabamos en tres formatos —orquesta, banda y solo—, y las canciones en solitario las hacía siempre de noche, cuando todos se habían ido. Algunas incluso se registraron sin que yo supiera que estaba siendo grabado. Todo fue en vivo, rodeado de velas. Buscábamos capturar esa cercanía real.

¿Cómo fue el acercamiento para capturar esa intimidad?

Con Liz, mi coproductora, cuidamos mucho ese aspecto. La forma en que se graba una canción puede añadirle peso emocional a las palabras. Queríamos que la intención original con la que se escribieron se mantuviera hasta el final. Grabar en vivo cambia todo: no hay tiempo para pensar ni para juzgar la propia voz. Surgen errores, pero eso es lo que más me gusta ahora que escucho el disco.

Después de tantos años componiendo, ¿se vuelve más fácil saber cuando una canción está terminada?

Espero que sí. Nos impusimos una regla: no más de tres tomas por canción. Si grabas demasiado, pierdes frescura y terminas sin saber qué elegir. Prefiero que todo se sienta nuevo. Trabajar con músicos tan talentosos también influyó. Llegué con los arreglos claros, pero quería dejar espacio para que el momento en vivo aportara lo suyo.

Por ejemplo, en “Aquí viene la ola” pudimos trabajar con Jim Keltner. Escuchó la canción completa sin tocar nada y, al final, cuando digo “aquí viene la ola”, empezó a hacer olas con los platillos. Estuvo casi cinco minutos sin tocar un tambor. A veces incluso no tocar significa algo. El silencio también comunica.

En tus letras hay una vulnerabilidad que se siente muy personal, pero termina siendo universal. ¿Lo piensas así al escribir?

No, no lo pienso mientras escribo, pero sí lo siento cuando escucho. Mientras más específico es el sentimiento, menos solo te sientes. Cuando alguien se atreve a señalar eso tan específico pero real, te da una sensación de conexión. John Mayer decía que si escribes solo sobre el vaso de agua —y no sobre todo el universo—, puedes ver el universo reflejado ahí. Me encanta eso.

En la parte visual, también hay una identidad muy clara. ¿Qué tan involucrado estás en esa construcción?

Mucho. Los videos los dirige Bruno Bancalari, pero los hacemos juntos. Me interesa lo visual porque lo que uno ve afecta cómo escucha, y viceversa. Hay colores, texturas y atmósferas que deben dialogar con la música. A veces, solo con una portada cambia la forma en que percibes un disco.

Las referencias que habitan en este nuevo álbum las siento muy presentes. ¿Son influencias conscientes?

Sí, con Spinetta, la frase “muchacha pequeños pies”, la menciono porque la persona a la que se la escribí y yo escuchábamos mucho esa canción. Uno inevitablemente termina vomitando lo que se mete al cuerpo.

¿Podemos conocerte completamente a través de tus canciones?

Creo que sí. Tal vez hay cosas que me reservo en la vida cotidiana, pero en las canciones está lo más íntimo. A veces me resulta incómodo escucharlas con otras personas: hay líneas que me hacen querer esconderme. Pero esa vulnerabilidad es parte del proceso. Es raro, pero necesario.

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SHA

y el ensayo silencioso del cuerpo

Fotografía: CORTESÍA Por: SARAH GORE

REEVES

No estaba del todo segura de lo que me esperaba al llegar a SHA, pero así comienzan casi todas las cosas que terminan siendo importantes, con intuición. Me atraía la idea de ir a un lugar donde uno se examina a sí mismo. No solo en lo físico, sino también examinar mis propios hábitos y las decisiones que mi cuerpo ha tenido que sostener.

El vuelo desde Ciudad de México fue corto. No quise leer demasiado sobre SHA antes de llegar. Preferí no arruinar la experiencia con expectativas. Me recogieron en una SUV impecable, con agua, toallas frías y Wi-Fi. Al llegar, me entregaron mi itinerario

impreso. Creo que no tenía uno desde que estaba en la escuela. Comenzaron las pruebas. Máquinas que miden el músculo, la grasa, el estrés, la edad celular. Exámenes de reflejos, memoria, concentración.

El lugar es hermoso, casi irreal, el océano entra por todas las ventanas. La dieta que me asignaron fue en su mayoría comida japonesa, ligera y limpia. Visitar este santuario es ideal para entender cómo se construye la disciplina. Una nutricionista me decía lo que me faltaba: músculo, magnesio, descanso. Me recetaron creatina, vitaminas, fuerza. Un entrenador personal hablaba de postura, de control, de cómo el cuerpo termina reflejando los restos del pensamiento.

Por las tardes, todo era un poco más lento, la piscina casi siempre está vacía. También había clases de cocina para continuar con la alimentación consciente una vez que regresara a casa. Lo que más recuerdo es el silencio. Al final me sentí más ligera. Admito que hay un periodo de transición al volver a la rutina. No se puede regresar de golpe al café, al estrés, a las rutinas. Hay que volver despacio, como quien sale de un sueño sin abrir los ojos del todo. Volví a casa con resultados, una lista de suplementos y un nuevo vocabulario para hablar del cuerpo. Si tuviera que describir esta experiencia con una frase, diría que SHA es un lugar donde el cuerpo habla primero, y uno, por fin, escucha.

FOUR SEASONS HOTEL MADRID: UNA NAVIDAD SUSPENDIDA EN EL TIEMPO

Fotografía: CORTESÍA Por: DANIELA GUTIÉRREZ

Madrid en invierno tiene algo de espejismo. Las luces empiezan a colgarse sobre la Gran Vía y el aire huele a castañas y a prisa. Desde la esquina de Sevilla y Alcalá, Four Seasons Hotel Madrid es uno de los íconos navideños de la ciudad. Adentro, el ruido de la ciudad se desvanece; el tiempo también.

El hotel —que celebra su quinta Navidad desde su apertura en 2020— dará inicio a la temporada festiva el 27 de noviembre con su ya tradicional encendido de luces, un momento esperado por madrileños y viajeros que marca el comienzo del invierno en el corazón de la ciudad. Cada año, el edificio entero se transforma en un refugio dorado. La Pastelería Navideña se instala bajo la mirada del árbol central, con creaciones de la chef María José Parra. El aroma de chocolate caliente y churros artesanales llena el lobby, y los pasillos se visten con esa mezcla precisa de nostalgia y discreción.

En los salones principales, las cenas de Nochebuena y Navidad se preparan. Menús de cuatro tiempos, arreglos florales, velas, vino. En ISA Restaurant & Cocktail Bar, la energía cambia: del 27 de noviembre al 6 de enero, su cocina asiática y su coctelería se vuelven escenario de una fiesta contenida.

Arriba, la Winter Terrace de Dani Brasserie se convierte en un pequeño refugio alpino: champán Ruinart, fondue, el rumor de la ciudad vista desde la séptima planta. Es el punto más alto del hotel, también es de los más íntimos. Aquí se celebran las cenas de Nochebuena y Nochevieja con menús del chef Dani García, y durante las mañanas de Año Nuevo y Día de Reyes, su brunch se vuelve el lugar donde todo Madrid parece coincidir por unas horas.

El spa, en cambio, es la otra cara de la celebración. La marca española Natura Bissé firma el tratamiento Glow & Well-Living, una experiencia de 90 minutos con aceites de canela, pino y jengibre. Es la calma embotellada. Algunos huéspedes lo toman dentro de la Pure Air Bubble, una cápsula con aire purificado al 99.99%. Dentro, solo el sonido del agua y el pulso lento del cuerpo.

La Navidad en Four Seasons Hotel Madrid es silenciosa. Afuera, la ciudad sigue corriendo; adentro, alguien toma chocolate bajo una lámpara de cristal y deja que el tiempo se estire. Desde la ventana, Madrid parece un reflejo suspendido. Las luces tiemblan sobre las fachadas, el reloj del año casi marca su fin, y uno siente que todo podría quedarse así: en pausa, brillante, efímero, como una postal que nunca se apaga.

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HÔTEL EXPERIMENTAL MARAIS: DONDE PARÍS SUEÑA EN COLOR

Fotografía: cortesía Por: Ludovic Girod

La ciudad murmura suavemente antes del amanecer

En algún lugar del Haut Marais, una luz parpadea contra los vitrales, como si París despertara de un hermoso sueño.

En marzo de 2025, París fue testigo de una nueva historia, una escrita en arcos, reflejos ámbar y curiosidad. El Hôtel Experimental Marais, una joya neogótica reinventada por Tristan Auer, abrió sus puertas en la esquina de la Rue du Temple y la Rue Chapon.

En su interior, la arquitectura se siente como una catedral del hedonismo moderno. Grandes bóvedas se elevan hacia un techo de cristal donde la luz del día se derrama como miel, dibujando la geometría de las mañanas parisinas. Desde la madera tallada hasta el terciopelo ámbar, sus componentes hablan de contrastes, lo sagrado y lo sensual, lo monumental y lo íntimo. La mano de Auer evoca el diario de un viajero convertido en muros y luz, guiado por una musa ficticia: una trotamundos que colecciona fragmentos del mundo, bocetos de lugares vistos e imaginados.

En el corazón de este relato está Temple & Chapon, el restaurante de la chef Mélanie Serre, donde los chophouses neoyorquinos de los cincuenta se encuentran con la precisión francesa. Bajo las altas bóvedas, la escena se siente como una fantasía americana reinterpretada a través del prisma de la elegancia parisina.

Más allá del comedor, el American Bar revive la edad dorada de los cocteles. Un paso por la gran escalera y el ritmo cambia: jazz, luz ámbar, bourbon de Kentucky y vinos que susurran tierras lejanas.

En la planta baja, un ritual más tranquilo espera. En colaboración con Susanne Kaufmann, el spa se despliega como un santuario de madera, agua y silencio. Entre sauna y piscina, el tiempo suaviza su paso; la naturaleza y la ciencia comparten un lenguaje común de cuidado.

Con el Hôtel Experimental Marais, Experimental Group cerró un círculo que comenzó hace casi dos décadas. Cada nueva dirección ha contado una historia distinta; pero aquí, la narrativa se siente como un regreso a casa. Es el París de hoy: audaz y nostálgico, espiritual y decadente, creado para quienes creen que el lujo no solo debe verse, sino sentirse.

SPLENDIDO, A BELMOND HOTEL, PORTOFINO Y LA DEFENSA DEL OCIO

Fotografía: CORTESÍA Por: DANIELA GUTIÉRREZ

Pasar tiempo en Portofino se siente como estar atrapada en un verano del siglo XX que se repite con la obstinación de un recuerdo. Desde la terraza del Splendido, A Belmond Hotel, Portofino, ese recuerdo adquiere forma física; la bahía curva, la bruma matinal, la lentitud que solo los puertos más antiguos logran conservar sin parecer decadentes.

El Splendido, encaramado en la colina que domina el puerto, fue primero un monasterio benedictino del siglo XVI y después —en un gesto típicamente europeo— un refugio para aristócratas que transformaron la fe en estética y el retiro espiritual en arte de vivir. Para mí no hay nada más coherente: el hedonismo, en el fondo, no es sino una forma secular de disciplina.

En sus terrazas pude entender perfectamente de dónde nació la Dolce Vita , esa religión sin dogma que Italia inventó y el mundo adoptó. Portofino es su meca al aire libre, el lugar donde la luz, el cuerpo y la conversación alcanzaron una especie de equilibrio moral. El Belmond Hotel Splendido conserva esa calma ceremoniosa. Las cortinas, el mármol, los espejos.

A la hora del aperitivo, el puerto se transforma en teatro. Las embarcaciones se alinean como espectadores; los hombres visten lino con sprezzatura estudiada; las mujeres se sientan con esa naturalidad que solo da la certeza de haber sido miradas muchas veces.

Y cuando cae la noche, la verdadera ceremonia comienza. Vladi, el pianista del Splendido, se sienta frente al teclado en el bar, y lo que sigue es una liturgia. Su repertorio es una arqueología sentimental: Porter, Sinatra, Mina. A veces improvisa, otras repite un acorde que los huéspedes reconocen con una sonrisa. En su manera de tocar hay algo de plegaria y algo de despedida, como si cada noche quisiera conservar intacto el último resplandor del día.

El Splendido, como el propio siglo XX europeo, vive de la melancolía del refinamiento. Imagino que así se experimentaba el lujo antes de que se volviera espectáculo: un ejercicio de proporción, de silencio, de inteligencia aplicada a lo cotidiano. En esa terraza, con un martini en la mano y el mar dispuesto, uno entiende que el verdadero privilegio no es poseer, sino experimentar.

Portofino no ha cambiado. Ha resistido al turismo, a la ironía posmoderna, a la vulgaridad del consumo. Sigue siendo un escenario donde lo bello no se explica. Allí, la Dolce Vita sobrevive como un idioma que solo algunos aún recuerdan hablar. El Belmond Hotel Splendido es su última gramática, un tratado sobre la permanencia del estilo en una época que confunde el lujo con el ruido. Desde sus balcones, el mundo parece más comprensible, como si la civilización —esa palabra que ahora suena antigua— siguiera viva en los gestos mínimos: en el pliegue de una servilleta, en la curva de una copa, en la manera en que el sol se despide, cada tarde, como si todavía creyera en el esplendor.

El número 25 de la Avenue Montaigne, a pasos de la Torre Eiffel, alberga una estructura que proyecta una sombra con tiempo infinito. El Plaza Athénée se extiende, calmo, sobre un espacio que la vida moderna parece haber relegado. Con el simple hecho de existir ahí, en la misma calle pisada por Proust y Gainsbourg, no necesita esforzarse por destacar; aun así, el Plaza labra, segundo a segundo, un lugar digno de belleza extraordinaria. Desde 1913, cuando abrió sus puertas en pleno París de la Belle Époque, este palacio ha sido uno de los rincones más representativos de la idiosincrasia parisina.

Más de un siglo después, el Plaza Athénée es —por más que se intente lo contrario— patrimonio arquitectónico y testimonio vivo de una historia que París ha convertido en marca propia. “Once upon a time, the palace of tomorrow”, reza su lema. Esa tensión entre memoria y modernidad se hace tangible en cada detalle: del Art Déco que recorre del séptimo piso hasta el bar, a un diseño suspendido en azul profundo que parece extraído de un sueño futurista tejido en décadas pasadas.

Christian Dior —quien instaló su casa de moda frente al hotel en 1947— dejó una huella que respira en toda su identidad. La narrativa de belleza que inauguró se alinea al ritmo de la capital global. Nada sobra; todo está donde debe. Incluso el aire parece obedecer una coreografía que solo se ensaya aquí.

En el restaurante Jean Imbert au Plaza Athénée, galardonado con una estrella Michelin nueve semanas después de su apertura, cada plato reinterpreta la historia. Narra vida en cada bocado. La cubertería actúa como traductor de un lenguaje cercano al francés. Jean Imbert, de forma deliberada y por destino, se inspira en una infancia francesa que desemboca en influencias globales.

Los espacios comunes —el lobby con su cúpula floral y La Cour Jardin— poseen una grandilocuencia inesperada. El detalle es siempre protagonista: la sutileza de una moldura, el trabajo de una tela, la disposición exacta de la luz. Cada objeto parece guardar memoria propia, un susurro de historia encapsulado en terciopelo.

Las 208 habitaciones y 54 suites fueron concebidas como apartamentos parisinos: buhardillas reconocibles en cualquier idioma y desde cualquier ventana. Las vistas al Sena son equivalentes a hojear una enciclopedia humana. Los pisos de mármol evocan el sentido de altar y las paredes en tono perla reflejan un sol que ya lo ha visto todo. Cada centímetro insinúa permanencia, con confianza y certeza.

En el Plaza Athénée, el presente se forma detrás del pasado, que se muestra para ser reconocido. Este altar, creado hace más de un siglo, parecía tener su relevancia escrita de antemano: se sabía indispensable. Y, sin embargo, cuando el cuerpo se entrega al Plaza, todo comunica con puntos de exclamación: la historia no ha terminado; aún hay belleza por descubrir, memorias que arrancar de sus muros y futuros invisibles por los que merece la pena avanzar.

historia Hôtel Plaza Athénée

El arte de

hacer

Fotografía: SARAH GORE REEVES CON IPHONE 16 PRO MAX Por: RENÉ VILLASEÑOR

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LA PONCHE: TINTA GRABADA EN SAL Y MAREA

Fotografía: CORTESÍA Por: RENÉ VILLASEÑOR

Un rumor mediterráneo y ecos de plumas al tacto del papel son los sonidos que dan vida a La Ponche. Meca contemporánea del arte de contar.

Saint-Tropez, siempre Saint-Tropez. Las calles tocan al Mar Mediterráneo y los tejados se cubren de sol salitre. Al cruzar sus periferias, la costa arranca al turista; lo hace personaje. Se llama La Ponche el destino, y su historia, a máquina de escribir, está siendo trazada paso a paso, visita por visita, de mano en mano.

En sus habitaciones y terrazas resonaron voces que marcaron una época: Françoise Sagan, Colette, Vian, Sartre, Beauvoir. Desde ese pontón se miraron incontables aguas y veranos. En esta atmósfera se inspiraron libros —Bonjour Tristesse, La Piscine—. Pero lejos de aferrarse a la nostalgia, La Ponche ha sabido reinventarse sin que el pasado padezca. Desde su reapertura en 2022, el hotel ha encarnado un nuevo capítulo. El aire, cuando no tiene otra opción, permanece fresco, íntimo, desmaquillado.

La Ponche se abre como una casa familiar. Como aquel lugar dibujado en la mente con la palabra ‘hogar’. Tarda el tiempo en llegar al almuerzo, olores a hierbas y silencios por habitar. Esa es la idea del recinto. Cada año, con el Prix Littéraire, La Ponche convoca a escritores y lectores en un esfuerzo de preservación para el alma artística del hotel. Esther Teillard fue la última ganadora de este premio con una novela: Carnes. Donde antes había jazz y seda, ahora hay carne viva y deseo.

Este entrelazado de pasado y presente se encuentra en la propia dirección —como si de película tratase— del hotel. Léa Fabrizio busca y encuentra la sensibilidad necesaria para hacerlo. La Ponche trata de conversar con fantasmas, abrazarlos, reformularlos. Cada esfuerzo permite que Sagan, desde la mesa 16, le dé la cara al mar, vigilante, viva.

Tal vez el quid está ahí, La Ponche lo sabe. Desayunos a pie de muelle, gaviotas al fondo exclamando su existencia, cigarrillos toscos en la boca de historiadores y palabras escritas dictadas por una estructura de infinita inspiración. Esa es la consigna, la esencia de Francia junto al mar. Todos son preparativos interminables que le dan sazón al muelle. El planeta respira bajo el mismo sol y aun así desde SaintTropez parece otro.

Se puede cambiar, es necesario e importante. Pero hay lugares que no siguen el ritmo, La Ponche es uno de ellos. Viajar, llegar aquí, es dejar que el propio cuerpo cuente; la historia atestigua a esos peregrinos. Cada huésped — caminante, nómada—es una página más. Algunos, con suerte y ardientes por contar, un capítulo entero.

PARK HYATT VENDÔME Y LA POÉTICA DEL HABITAR

En L’Appartement, el lujo se desvincula del exceso y encuentra su sentido en la proporción, la calma y el silencio. Una residencia que transforma la permanencia en experiencia estética.

Fotografía: CORTESÍA Por: DANIEL ZEPEDA

En París, algunas residencias no buscan deslumbrar, sino crear una pausa. L’Appartement del Park Hyatt ParisVendôme pertenece a esa categoría de espacios donde el lujo no se impone, sino que se percibe en la manera en que cada elemento está pensado para perdurar.

Ubicado en el sexto piso del hotel, este apartamento —el más amplio y exclusivo del Park Hyatt— fue en otro tiempo la vivienda de los propietarios del edificio. Conserva esa atmósfera doméstica y reservada que distingue a los lugares donde el tiempo parece mantenerse intacto. Hoy se ofrece para estancias prolongadas, meses o temporadas completas que permiten vivir la ciudad sin prisa, con la naturalidad de quien pertenece a ella.

El arquitecto Ed Tuttle, responsable de la arquitectura y el interiorismo del hotel, trazó su espacio con la precisión de quien entiende la materia como lenguaje. La madera de caoba, la piedra caliza parisina, el bronce y el ónix verde forman una paleta contenida. Nada sobra, nada se exhibe. La luz se mueve con lentitud sobre las superficies, revelando la intención de un diseño que privilegia la proporción y la calma.

Con 180 metros cuadrados ampliables hasta 300 al integrar suites adyacentes, L’Appartement Présidentiel mantiene la escala humana de una casa y la exactitud de un palacio. Dos habitaciones, un salón amplio, una cocina abierta y baños de mármol articulan un recorrido que fluye sin interrupciones. En la cocina, una isla curva inspirada en la obra de Pierre Soulages actúa como escultura central, mientras los techos altos y las líneas puras componen un espacio que invita al recogimiento más que a la exhibición.

Las habitaciones se abren hacia los tejados de París, donde la luz cambia con la precisión de un reloj antiguo. Tras los visillos, las texturas se funden con el aire, y en el baño principal —revestido en mármol y ónix— una bañera de hidromasaje convive con un hammam privado y un tocador orientado hacia la ciudad. No hay artificio: solo la sensación de una armonía contenida.

La idea de lujo que propone L’Appartement no depende de la cantidad, sino del ritmo. Diseñado para largas estancias, cada servicio —un chef privado, tratamientos de spa, asistencia personal de compras, acceso al Salon John Nollet o al restaurante del chef Jean-François Rouquette— prolonga la intimidad en lugar de interrumpirla. La atención se disuelve en la experiencia, invisible pero constante, como el sonido leve del ascensor o el perfume del mármol después de la lluvia.

Cada superficie, cada textura, cada silencio, está calculado para producir una sensación de claridad.

A su alrededor, París conserva una escala personal. Desde aquí, se accede a una red de rituales discretos: una lectura en Galignani, un coctel en Harry’s Bar, una caminata por la Place Vendôme o una cena donde la cocina de estación se vuelve un ejercicio de memoria sensorial.

L’Appartement no pretende representar el lujo, sino reflexionar sobre él. Es un espacio concebido para quien entiende la belleza como una forma de atención, no de exceso. Cada superficie, cada textura, cada silencio, está calculado para producir una sensación de claridad. El confort aquí no busca proteger del mundo, sino ofrecer una manera distinta de habitarlo.

Habitar L’Appartement es ensayar una nueva relación con el tiempo. Las horas adquieren peso, los gestos se afinan, la luz define los límites de las cosas. La experiencia se vuelve memoria inmediata. Y en esa suspensión, el lujo deja de ser apariencia para convertirse en una forma de pensamiento.

HOTEL CAFÉ ROYAL:

EL ALMA DISCRETA DEL LUJO LONDINENSE

Fotografía: CORTESÍA Por: LORENA DOMÍNGUEZ

El Hotel Café Royal, en Regent Street, pertenece a esa categoría de lugares que parecen conocer el ritmo exacto del viajero. Londres vibra afuera —el ruido, las luces y las prisas de Piccadilly Circus—, pero apenas entras al lobby, el tiempo se dilata. Todo se atenúa: el sonido de los pasos sobre el mármol, la luz dorada que cae sobre los muros neoclásicos, la cortesía silenciosa del personal.

Las habitaciones son un estudio de proporciones perfectas. Piedra de Portland, tonos suaves, texturas que invitan a quedarse más tiempo del previsto. No hay nada superfluo, pero todo es impecable: la ropa de cama tersa, los amenities seleccionados con devoción, la manera en que la luz entra por la mañana reflejándose en el metal pulido y el silencio mullido de la alfombra. Es un lujo que no necesita decir su nombre.

El spa Akasha Holistic Wellbeing es un espacio bajo tierra, pensado para la pausa y la renovación. Cada rincón está diseñado para que el cuerpo y la mente encuentren su ritmo natural: la piscina de piedra, la calma del vapor, los tratamientos que parecen detener el tiempo. Entrar ahí es desaparecer del ruido de Londres; salir es regresar liviano, como si algo hubiera cambiado sin notarlo.

Y luego está The Grill Room. Dorado, íntimo y teatral, parece sacado de otra época. Las paredes reflejan la luz de las copas y las risas; la música del piano marca el ritmo de las conversaciones que se alargan sin prisa. Cada platillo —desde los cortes

CUANDO LLEGA EL MOMENTO DE PARTIR, UNO SE LLEVA LA MISMA SENSACIÓN QUE DEJAN LAS GRANDES CIUDADES Y LOS GRANDES AMORES: LA CERTEZA DE QUE VOLVERÁS.

clásicos hasta las versiones refinadas de los favoritos británicos— está pensado con precisión, pero sin solemnidad. Es el tipo de restaurante que te recuerda que el lujo también puede ser cálido.

En las noches, el hotel respira con una cadencia propia. Tal vez sea el sonido del piano que se escapa desde el Green Bar, o el tintinear de las copas bajo la luz tenue. Tal vez sea la sensación de estar en un lugar que no necesita explicarse, donde la elegancia y la comodidad encuentran su punto exacto.

El Hotel Café Royal no pretende ser el más moderno ni el más ostentoso. Es, simplemente, el más equilibrado. Ese punto justo entre historia y presente, entre opulencia y serenidad. Estar ahí es entender por qué Londres sigue siendo una ciudad que no envejece. Y cuando llega el momento de partir, uno se lleva la misma sensación que dejan las grandes ciudades y los grandes amores: la certeza de que volverás.

MANDARIN ORIENTAL RITZ: LA ELEGANCIA REESCRITA

Fotografía: CORTESÍA
Por: DANIEL ZEPEDA
La historia del Ritz es también la historia de Madrid. Un diálogo entre herencia y futuro que convierte la estancia en un acto de contemplación.

A un costado del Parque del Retiro, donde la ciudad adquiere una cadencia más contemplativa, se levanta uno de los hoteles más emblemáticos de Europa. El Mandarin Oriental Ritz, Madrid no solo guarda más de un siglo de historia, sino que encarna una forma de entender el lujo como continuidad entre el pasado y el presente. Su restauración reciente no fue una simple renovación arquitectónica, sino un acto de reinterpretación cultural. En sus muros dorados y sus corredores de mármol, la tradición dialoga con el diseño contemporáneo, confirmando que el lujo no consiste en acumular ornamento, sino en refinar la experiencia. Inaugurado en 1910 por el legendario hotelero César Ritz, el edificio fue durante décadas una extensión natural de la vida diplomática, literaria y artística de Madrid. Por sus salones pasaron políticos, aristócratas y creadores, todos atraídos por la discreta grandeza del lugar. Hoy, tras una restauración dirigida por el estudio Rafael de La-Hoz en colaboración con el equipo de Mandarin Oriental Hotel Group, el Ritz recupera su esplendor original y lo proyecta hacia un nuevo horizonte estético. Cada intervención, desde el manejo de la luz hasta la elección de los materiales, fue concebida para respetar la memoria del edificio y, al mismo tiempo, inscribirlo en la sensibilidad del presente.

El resultado es una atmósfera que se percibe más que se describe. Las habitaciones y suites son refugios de armonía donde el confort adquiere una dimensión casi escultórica. Maderas nobles, sedas suaves y mármoles cálidos conviven con líneas depuradas y obras de arte seleccionadas con la precisión de una galería contemporánea. Algunas suites se abren hacia las copas del Retiro o las cúpulas del Prado; otras se resguardan en el silencio dorado de los patios interiores. Todas comparten un mismo lenguaje: el de la elegancia sin exceso, donde la belleza no pretende imponerse, sino acompañar.

El Mandarin Oriental Ritz no busca deslumbrar, sino conmover. La experiencia se construye en los detalles: el sonido leve de la cristalería al amanecer, el olor del lino recién planchado, la manera en que la luz se filtra a través de las cortinas creando un claroscuro que parece pintado. Cada elemento responde a una lógica estética que convierte la estancia en un acto de contemplación. La oferta gastronómica amplifica esta idea de sofisticación sensorial. Al frente se encuentra el chef Quique Dacosta, uno de los grandes innovadores de la alta cocina española. Su propuesta trasciende el virtuosismo técnico: se trata de construir un discurso culinario donde memoria, materia y emoción se entrelazan. Deessa, el restaurante insignia con dos estrellas Michelin (2022), ocupa el Salón Alfonso XIII, un espacio que combina mármol, terciopelo y luz natural con una puesta en escena impecable. Dacosta interpreta la tradición mediterránea desde una mirada vanguardista, en platos que funcionan como relatos: un diálogo entre el paisaje español y la experimentación contemporánea.

Palm Court, en contraste, recupera el gesto clásico del salón europeo bajo una cúpula de cristal que baña todo de claridad. Allí, el té de la tarde se convierte en un ritual contemporáneo: un encuentro entre la herencia inglesa y la serenidad madrileña. En los meses más cálidos, El Jardín del Ritz se abre como un oasis donde la gastronomía se funde con la naturaleza. Entre hiedras y magnolias, las mesas invitan a un ritmo más pausado, al placer de un almuerzo prolongado o un cóctel al atardecer.

Por la noche, Pictura transforma la experiencia en algo más íntimo y urbano. Su interiorismo, de estética atemporal, se convierte en escenario para quienes buscan conversación y sofisticación nocturna. Los cócteles, elaborados con precisión, juegan con la memoria sensorial y los contrastes del paladar. Y para los amantes del champagne, el hotel ofrece un espacio singular: el Champagne Bar, donde las grandes casas —Krug, Dom Pérignon, Ruinart— se acompañan con ostras, caviar o trufa blanca. No se trata solo de beber, sino de participar en un rito de perfección.

El arte también ocupa un papel central en la narrativa del hotel. Su colección permanente, curada con mirada contemporánea, busca reflejar la vitalidad cultural de Madrid. Las obras dialogan con la arquitectura, generando una experiencia estética que trasciende lo ornamental. La intención es clara: que el huésped se sienta parte de una conversación entre épocas, entre el esplendor histórico del Ritz original y la sensibilidad moderna que hoy lo define.

Más allá de sus muros, el hotel funciona como punto de partida para explorar Madrid desde otra perspectiva. El equipo de concierge organiza visitas privadas al Museo del Prado o al Thyssen-Bornemisza, recorridos por galerías emergentes y experiencias gastronómicas personalizadas que descubren una ciudad en constante reinvención. El huésped no solo duerme en el Ritz, sino que habita una idea de Madrid donde arte, historia y elegancia se entrelazan sin fricción.

En su conjunto, el Mandarin Oriental Ritz, Madrid es mucho más que un destino: es una declaración sobre cómo debe sentirse el lujo en el siglo XXI. Lejos del exceso, cercano a la experiencia. Un equilibrio entre la perfección artesanal y la sensibilidad emocional. El lujo aquí no se mide por la cantidad de detalles, sino por la sutileza de los gestos: el aroma de un café servido en silencio, la textura de una servilleta de lino, la suavidad del mármol bajo la palma de la mano.

Madrid encuentra en este hotel una síntesis de su propio espíritu: una ciudad que ha aprendido a reinventarse sin traicionar su pasado. Una urbe que combina majestuosidad e intimidad, historia y vitalidad contemporánea. En ese sentido, el Mandarin Oriental Ritz no es solo un espacio de hospedaje, sino una forma de lectura sobre la cultura del tiempo. Una invitación a detenerse, a mirar con atención, a recordar que el verdadero lujo no está en lo visible, sino en la memoria que deja lo vivido con belleza.

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