ISSUE 22 - AMANDA MURPHY & KRIS GRIKAITE

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CARTA DE LA EDITORA

Llegar hasta aquí ha sido todo un viaje. Cuando pensamos en lo que era M Revista de Milenio en sus primeros números y lo que es hoy, es imposible no sentir orgullo. Este es nuestro número más grande hasta la fecha. 56 páginas que celebran lo que siempre hemos buscado: historias que inspiran, que provocan, que se quedan contigo.

En portada, Kris Grikaite —con quien compartí sus primeros proyectos hace años—, retratada entre la calma y la luz de Snug Harbor. Y Amanda Murphy —mi compañera de baile de salsa y el rostro de Prada durante más de una década— que fotografiamos en Nueva York y con quien conversamos sobre sus múltiples facetas: modelo, profesional de la salud y mujer que transita con gracia entre mundos opuestos.

Bryan Denton nos abre su archivo y, sobre todo, su forma de mirar para entender qué significa fotografiar en un mundo saturado de imágenes. Helen Drutt, pionera en las artes aplicadas, comparte un relato sobre los sombreros como memoria y como declaración. Y nuestras editoriales de moda… hablan por sí mismas.

Este número no solo es más grande en páginas. Es más grande en ambición, en diversidad de voces, en la forma en que nos obliga a mirar con más atención. Porque lo que hemos aprendido en el camino es que la verdadera evolución no está en cambiar por cambiar, sino en profundizar lo que somos.

Gracias por acompañarnos hasta aquí. Y, sobre todo, por seguir leyendo.

DIRECTORIO

Editora en Jefe/Directora Creativa SARAH GORE REEVES

Editora Adjunta LORENA DOMÍNGUEZ

Directora de Arte CATIA MUÑOZ

Editora de Contenido BETSY DE LA VEGA TAY

Editor de Moda DANIEL ZEPEDA

Copy Editor

DANIELA GUTIÉRREZ

Coordinador Digital RENÉ VILLASEÑOR

Diseñador Web ALEJANDRO ADAME

Diseñadora Gráfica FERNANDA VILLALBA

Diseñadora Gráfica MARLENE VELA

Market Editor ANDREA AGUIRRE

Comité Editorial VALERIA GONZÁLEZ Y REGINA REYES-HEROLES

Directores Financieros CONTABLES THINKWORKS

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Fundador (†) JESÚS D. GONZÁLEZ

Presidente del Consejo de Administración FRANCISCO A. GONZÁLEZ

Presidente Ejecutivo FRANCISCO D. GONZÁLEZ

Vicepresidente JESÚS D. GONZÁLEZ

Director General ÁNGEL CONG

Director Editorial ÓSCAR CEDILLO

Director Milenio Diario ALFREDO CAMPOS

Director Milenio Televisión RAFAEL OCAMPO

Director Multigráfica JAVIER CHAPA

Director Medios Impresos ADRIÁN LOAIZA

Director Comercial CARLOS HERNÁNDEZ

COLABORADORES

AKIHISA YAMAGUCHI ALONSO AYALA ALTERED AGENCY ANDRÉS JAÑA ANDY

HARRINGTON ANNIE CAMPBELL AUSTIN WITHERS B DOMINGUEZ BAILIE DE LACY

BRIGITTE REISS ANDERSEN CAMILA TRONCOSO DAN MCELROY ENRIQUE NORTEN EXTERNAL SENDER FRANCISCO PESCE GABRIELA VILCHIS JAMES RUSSELL JEAN

JARVIS JEIROH YANGA JENNIFER ROSENBLUM JIMENA BREHM JIMENA GADEA

JOSHUA FLAX LAURA STIASSNI LUDOVIC GIROD MARÍA FERNANDA GUTIÉRREZ

MARLENE VELA MICHAEL THOMAS LOLLO MOIZ ALLADINA NICOLE SOLANO

RENATA PERALTA RIE OMOTO ROLANDO BEAUCHAMP SOFÍA ESQUIVEL

SOFÍA ORDOÑEZ TEN ARQUITECTOS TIFFANY DAWN NICHOLSON VALERIE CHARUR

M LA REVISTA DE MILENIO, edición mensual Septiembre 2025. Editora Responsable: Sarah Gore Reeves. Número de certificado de reserva otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor: en trámite. Número de certificado de licitud de título y contenido: en trámite. Domicilio de la publicación: Milenio Diario S.A. de C.V., Morelos número 16, Colonia Centro, Alcaldía Cuauhtémoc, C.P. 06040 en Ciudad de México. Distribución: unión de expendedores y voceadores de los periódicos de México A.C. con domicilio en Guerrero no. 50 Col. Guerrero C.P., 06350 Alcaldía Cuauhtémoc, Ciudad de México. Sarah Gore Reeves es independiente en su línea de pensamiento y no acepta necesariamente como suyas las ideas de artículos firmados. Queda prohibido la reproducción total o parcial de la presente edición, misma que se

Editora en Jefe SARAH GORE REEVES
En Amanda Murphy: PRADA
La silueta de una idea
oficio de no olvidar

HELEN DRUTT

LA SILUETA DE UNA IDEA

Editora: SARAH GORE REEVES Fotografía: JEIROH YANGA Por: LORENA DOMÍNGUEZ

Fundadora, curadora y maestra de la artesanía contemporánea. Helen Drutt habla de cómo un objeto puede contener historias, afectos y el poder de reinventarse.

En ambas páginas, sombrero: YOHJI YAMAMOTO

Lentes de sol: JEAN PAUL GAULTIER

Total look: ISSEY MIYAKE

Aretes: HELFRIED KODRÉ

Anillos: MANFRED BISCHOFF Y BREON O’CASEY

Sombrero: DEBRA RAPOPORT
Abrigo: KENZO
Modelos: JUJU, OLAJUWON ANDERSON Y ADARSH JAIKARRAN Directora de arte: JENNIFER ROSENBLUM Maquillaje: BRIGITTE REISS-ANDERSEN CON PRODUCTOS DE HERMÈS Pelo: MOIZ ALLADINA

Helen Drutt no se define por un solo oficio. Ni siquiera por una época. Fundadora, curadora, coleccionista, maestra de la artesanía contemporánea… pero también hija, amiga, anfitriona. A lo largo de los años, ha asumido muchos roles, muchas formas. Y como si su vida necesitara un emblema visual, ha hecho de los sombreros una forma más de expresarse.

Hablar de ella es recorrer medio siglo de historia del arte moderno sin entrar en museos. Es caminar entre vitrinas invisibles donde anillos, tejidos, cerámicas y objetos cargados de memoria dialogan con el presente. Su galería homónima en Filadelfia, fundada en 1973, fue pionera en mostrar que la cerámica, el vidrio, la joyería o el textil podían tener el mismo peso que la pintura o la escultura. Fue una trinchera de pensamiento, una casa para artistas sin nombre que luego fueron referentes, y una antena que conectaba Europa, Asia y Australia con América.

Pero hay otro capítulo que a menudo se escapa en las biografías oficiales: su amor por los sombreros. Drutt habla de ellos como quien recorre una memoria sensorial. Recuerda a su madre moldeando uno de terciopelo marrón sobre una forma de madera. Recuerda a su padre con sombreros Borsalino y una nota escondida en una caja: “Finalmente este es tuyo. Para siempre, tu papá”. El gesto. El recuerdo. El ritual.

Para ella, un sombrero no es adorno. Es arquitectura emocional. “¿Construyes una casa sin techo?”, pregunta. Los sombreros le dan estructura al día, ritmo al cuerpo, poesía al vestir. Cambian su identidad con una cinta, con un broche, con una pluma. “Puedo ponerme el mismo vestido negro y me veo totalmente diferente con un cambio de sombrero”, dice. Como quien tiene el don de reinventarse sin perderse. Le gustan los que tienen borde. Los que enmarcan la cara y protegen del sol. Prefiere los de fieltro en invierno y los de paja en verano. Detesta los turbantes, no le quedan bien, confiesa, y venera los vintage por respeto a los animales. En su voz hay ternura cuando cuenta cómo Philip Treacy le repuso una pluma rota, como si ese gesto guardara toda la elegancia que aún queda en el mundo. Helen no colecciona sombreros. Vive con ellos. Más de 150 y alguna

Sombrero: PHILIP TREACY Total look: CHRISTIAN WIJNANTS

vez más de 200, guardados en cajas transparentes de Lucite que se apilan como esculturas geométricas. Algunos aún conservan su caja original. Otros han sido donados a Goodwill, seleccionados con cuidado, con la esperanza de que encuentren nuevas cabezas donde florecer.

“Los sombreros son vínculos a los recuerdos”, afirma. Y esa frase resume su filosofía entera. Porque para ella, lo importante no es la moda, sino la historia que un objeto puede contener: el día que se usó, la persona con quien se habló, el aire que se respiró. Como su sombrero de pavorreal, comprado en Múnich, que la llevó a escribir a una casa textil japonesa para pedir una tela que se convertiría en chaqueta. Nada en su clóset combinaba con él, así que creó algo que sí lo hiciera.

Helen tiene algo de alquimista. Transforma lo funcional en trascendente. Lo cotidiano en acto poético. Se levanta cada mañana antes de las seis, toma té con leche y responde cartas. Edita ensayos, revisa archivos, organiza su

biblioteca. Recibe amigos, almuerza en el jardín, ríe. A sus ochenta y tantos, sigue trabajando con la urgencia y la disciplina de quien sabe que el tiempo es el mayor de los privilegios.

No fuma. No bebe. Evita la comida chatarra. Pero no se abstiene de los afectos ni del arte. “Me preocupo profundamente por mis amigos y el campo que elegí como modo de vida”. Lo dice sin solemnidad. Lo demuestra con cada gesto.

No hay posesión que la defina. Podría vivir sin ningún objeto de adorno. Pero mientras el mundo se siga moviendo, mientras haya cuerpos que necesiten contorno, mientras haya historias por vestir, Helen seguirá eligiendo su sombrero como lo hace cada mañana. Como quien elige con qué ojos mirar un nuevo día. Y al hacerlo, nos recuerda algo esencial. Nos recuerda que la verdadera elegancia está en saber quién eres… y tener el sombrero adecuado para decirlo sin palabras.

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BRYAN DENTON EL OFICIO DE NO OLVIDAR

Fotógrafo de conflictos y tangibles de indecibles cañones. Bryan Denton ha dedicado su vida al tierno acto de documentar y

darle ojos a aquellos que no los quieren usar. Con esta implosión de crudeza

innegable, su trabajo se trata más de forzar y entender a la fuerza.

En 2014 la humanidad tomó más fotografías en un solo año que en el resto de la historia. Historia vista en negativo, después en pixeles. Viaje al presente, 2025, y cada dos minutos se toman más fotografías de las que se tomaron en todo el siglo XIX. Sin embargo, Bryan Denton no entra en esta categoría.

Ha documentado revoluciones y guerras: la Libia de Gadafi, Siria perseguida de conflicto, la Primavera Árabe y su olor a azufre. La lente también cambia de lugar; el periodista nunca es estático. Al cambio climático lo persigue con la tesis inaugural de la imagen: retener lo que seguramente pronto dejará de existir.

Este oficio se resiste a ceder espacio al pensamiento en reversa. Para M Revista de Milenio, el fotógrafo presenta una serie de cuestionamientos que abandonan la política del fotoperiodismo, porque más que estética, lo de Denton es ética.

Estamos saturados de imágenes. ¿Cómo logras que tus fotos ayuden a las personas a entender un mundo en constante cambio?

Creo que el papel de la imagen en la vida de las personas ha cambiado drásticamente en los últimos 20 años, sobre todo desde la llegada de los smartphones. Hacia 2014, se estimaba que en un solo año se tomaron más fotos que en toda la historia previa combinada desde la invención de la cámara.

Yo empecé a fotografiar en 1996, antes de que existieran las cámaras digitales, cuando la fotografía se sentía como un acto increíble de descubrimiento. La cámara era una herramienta de exploración. Con ella podías encontrar cosas desconocidas y exóticas. Hoy, tomar fotos se ha vuelto tan ubicuo —con prácticamente ningún rincón del mundo sin fotografiar— que ayudar a la gente a entender un lugar es más fácil… y, a la vez, más complicado. Las imágenes crean percepciones, y el mercado de percepciones está saturado, como vemos en redes sociales. Todos tienen una opinión. Es más difícil cambiar la opinión de alguien con fotos hoy en día, porque probablemente ya han visto lo que tú fotografiaste.

¿Te consideras un cazador de momentos que, de otro modo, quedarían sin contar?

Creo que hoy en día es difícil encontrar momentos realmente inéditos. Un instante específico quizá no se capture, pero siempre habrá otros similares, o que lo evoquen. Una de las razones por las que desde 2019 me he enfocado en el cambio climático es justamente esa, busco fotografiar cosas que están desapareciendo. Cosas que tal vez dejen de ser visibles pronto.

Formaste parte de un reportaje ganador del Pulitzer sobre Afganistán. ¿Cómo viviste ese momento?

Mi trabajo formó parte de un paquete ganador y, aunque no fui nombrado en el premio, contribuí a la obra reconocida. Es complicado, pero me alegró que nuestro proyecto —sobre cómo Estados Unidos perdió la guerra en Afganistán— fuera reconocido. Afganistán es un lugar en el que he trabajado durante muchos años y que me importa profundamente. Estaba en casa cuando el editor internacional de The New York Times me escribió para preguntarme si podía hablar en cinco minutos. Creo que mi primera reacción fue: “¿Está todo bien?”. Fue muy divertido poder formar parte de las celebraciones en la oficina de Nueva York.

¿Cuál ha sido el encargo más duro que has tenido?

No fue un trabajo en específico, sino el periodo de 2011 a 2014, durante la Primavera Árabe. Fue una etapa en la que vi a muchos amigos y colegas morir o resultar heridos.

Con tantas historias duras y retos para contarlas, ¿qué tan importante es la fotografía real en un mundo de IA y redes sociales?

No estoy seguro, para ser honesto. No me preocupa tanto la IA en el periodismo: los humanos seguirán necesitando recolectar información y contar historias. Los medios seguirán queriendo fotos tomadas por personas reales de cosas reales. La pregunta es si querrán pagar un salario digno por un producto que se percibe como abundante. Ya pasaron los días en que la gente esperaba cada semana un

double spread de revista bien pensado. Ahora consumimos contenido en el teléfono, fotos y noticias incluidas. Cada vez más, son videos verticales, imitando a TikTok o Instagram: el scroll constante. Puede ser informativo, pero se siente como comer comida rápida.

¿Sientes un peso o responsabilidad por ser los ojos del lector?

Lo tomo en serio, pero no lo veo como una carga. Es un privilegio poder contar historias con una cámara, especialmente en esta economía mediática.

¿Hay algo de depredador en fotografiar en lugares difíciles?

Creo que puede haberlo. Depende de la intención del fotógrafo. Si te interesan las personas y sus experiencias, vas bien encaminado. Algunos fotógrafos están más enfocados en la estética del conflicto o la pobreza, pero eso suele notarse en su trabajo. Hoy la vara está muy alta y, cada vez más, los fotógrafos locales cuentan las historias de sus propias comunidades.

¿Miras directamente a las personas cuando las fotografías? ¿Has sentido miedo al hacerlo?

Trato de no interactuar directamente cuando hago la imagen; prefiero desaparecer para que la persona sea ella misma. Engancharse demasiado hace que la foto trate sobre mi presencia. Desaparecer es un arte que me tomó más de una década aprender. He tenido miedo muchas veces. No es agradable. Es una de las razones por las que dejé de hacer trabajo de primera línea en conflictos, pues no me gustaba lo que le hacía a mi sistema nervioso.

¿Te consideras artista visual?

Antes sí. Luego me vi más como periodista. Con este cambio de carrera, me emociona redescubrir mi relación con la fotografía. Hay mucha expectativa. No sé hacia dónde me llevará.

¿Cuál es tu trabajo más importante? ¿Todo? ¿Nada? Tal vez es pronto para saberlo. Las imágenes son cosas vivas. Pueden ser importantes un minuto y no al siguiente, o al revés, según cómo la historia se desarrolle.

“Trato de no interactuar directamente cuando hago la imagen; prefiero desaparecer para que la persona sea ella misma.
Engancharse demasiado hace que la foto trate sobre mi presencia.
Desaparecer es un arte que me tomó más de una década aprender. He tenido miedo muchas veces”.

AMA NDA.

Editora: SARAH GORE REEVES

Fotografía: TIFFANY DAWN NICHOLSON

Amanda Murphy desafía el ritmo vertiginoso de la moda con una calma que impone presencia. Comparte en esta conversación desde Nueva York sus enseñanzas sobre el valor de la intuición y lo que aún la inspira después de más de una década en la industria.

Una fuerza de calma, gracia e intención en una industria que raramente se detiene. Esa sería una buena manera de describir a Amanda Murphy. Ya sea que esté caminando en las pasarelas de Prada o trabajando como radióloga, su dualidad la hace destacar en un mar de homogeneidad. Conocida por sus facciones marcadas, su naturalidad y un estilo que parece no esforzarse por impresionar, Amanda imprime una fuerza silenciosa en cada imagen. Durante nuestra sesión en Nueva York, conversamos sobre cómo equilibra estas dos vidas, qué la mantiene en movimiento después de más de una década en la moda, y qué sigue encendiendo su curiosidad en un juego que conoce bien.

Regresemos al inicio de tu carrera. ¿Recuerdas tu primer trabajo como modelo?

Fui como un “alfiletero” para los estudiantes de The Art Institute of Chicago y del Columbia College Chicago. Me medían, cortaban y prendían telas directamente sobre mí. Disfruté formar parte del proceso creativo y ser testigo del futuro de la moda. Su perseverancia, esfuerzo y atención a cada detalle eran admirables.

¿Cómo describirías tu estilo personal y qué lo inspira realmente?

Soy como una madre para mis perros (Axl y Rose), una apasionada de la equitación, tomo clases en una escuela de salsa y trabajo en moda. Por eso, mi estilo es una mezcla muy personal de pelos de perro, heno de caballo, botas llenas de lodo, camisetas empapadas de sudor después de bailar salsa y, al mismo tiempo, verme impecable en los eventos de trabajo. Bromas aparte, confío en mi intuición: elijo una prenda según cómo me hace sentir y no dejo que las tendencias ni la opinión de otros influyan en mis decisiones.

En tu carrera, ¿quién ha sido el mayor apoyo para encontrar tu dirección?

Mi equipo en IMG Models y yo tomamos todas las decisiones de manera colectiva. Me gusta hacer una lista de deseos y trabajar juntos para ver si podemos hacer realidad las ideas: desde locaciones para sesiones, conceptos, fotógrafos y estilistas específicos, hasta marcas, revistas y objetos para intercambiar.

Has sido uno de los rostros de Prada durante años. ¿Cómo comenzó esta historia?

Tras algunos años de modelaje, me tomé un descanso y utilicé mis ahorros para terminar la carrera de radiografía. Trabajaba como tecnóloga en radiología y, durante una semana de vacaciones, fui a Nueva York a visitar la oficina de IMG Models. Prada pidió reunirse conmigo. Seguí trabajando como radióloga durante tres años mientras hacía campañas en exclusiva para Prada. Un doctor con el que trabajaba me contó que, conduciendo con su esposa e hijos, pasaron frente a uno de mis espectaculares de Prada y les dijo: “Esa es la chica que me hace todos los estudios de imagen médica”. No le creyeron.

¿Cuál es el mejor consejo que te han dado?

Una mujer muy sabia —amiga y mentora— me dijo una vez: “Antes de hablar, deja que tus palabras pasen por tres filtros. ¿Es verdad? ¿Es amable? ¿Es necesario?”. Aunque suele atribuirse a Sócrates, esta frase también se asocia con Sathya Sai Baba e, incluso, se menciona en algunas enseñanzas budistas.

Si pudieras dejarle un solo consejo al mundo, ¿cuál sería?

Puede que no tengas control sobre tus circunstancias, pero sí puedes decidir cómo manejarlas; tu estado mental es tu superpoder. No puedes elegir tu momento para brillar ni decidir cuándo estás lista. El universo lo hace por ti, y tienes que aprovecharlo cuando llegue.

“PUEDE QUE NO TENGAS CONTROL SOBRE TUS CIRCUNSTANCIAS, PERO SÍ PUEDES DECIDIR CÓMO MANEJARLAS; TU ESTADO MENTAL ES TU SUPERPODER”.

En ambas páginas, total look:

Maquillaje: RIE OMOTO USANDO PRODUCTOS DE PRADA BEAUTY. Pelo: MICHAEL THOMAS LOLLO. Asistentes de fotografía: ALONSO AYALA Y JOSHUA FLAX. Asistentes de stylist: DANIEL ZEPEDA, B DOMINGUEZ Y ANDREA SOFÍA AGUIRRE.

PRADA
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KRIS

Editora: Sarah Gore Reeves Fotografía: Andy Harrington

En un refugio donde el tiempo desacelera y la mirada aprende a contemplar, la modelo rusa Kris Grikaite se entrega a la tensión entre lo orgánico y lo sublime. Su figura se confunde con la cadencia misma de la naturaleza, como si el instante quisiera volverse eterno.

Anillos y brazalete Coco Crush: CHANEL
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En ambas páginas, total look: CHANEL Maquillaje: LAURA STIASSNI Pelo: AKIHISA YAMAGUCHI Producción: JEAN JARVIS AT AREA1202 PRODUCTIONS Coordinación de producción: JAMES RUSSELL Asistentes de fotografía: BAILIE DE LACY, DANIEL MCELROY Y AUSTIN
WITHERS Asistentes de stylist: DANIEL ZEPEDA, B DOMINGUEZ Y ANDREA SOFÍA AGUIRRE Locación: SNUG HARBOR.

ETHOS OF ETERNAL MOTION

Fotografía: MAURICO SÁNCHEZ Por: DANIEL ZEPEDA

Asistente de stylist: LUDOVIC GIROD

Un nuevo relato se escribe en Rolex, donde el tiempo se reinventa en matices irreales. Los Oyster Perpetual, en lavanda, arena y pistacho, condensan la ligereza de un amanecer detenido en la muñeca. Esa vitalidad se transforma en vértigo con el Cosmograph Daytona, cuya carátula turquesa resplandece como pista de velocidad cincelada en oro. El Datejust

31, encendido en un degradé rojo, revela cómo la luz puede convertirse en joya. El Perpetual 1908 convierte el oro en movimiento fluido, mientras el nuevo Land-Dweller abre un horizonte donde tierra y tiempo se encuentran. La innovación y herencia que conviven en cada pieza nos recuerdan que un mejor futuro comienza en la muñeca. i

En la página anterior, reloj Oyster Perpetual Datejust 31: ROLEX
RelojOysterPerpetualCosmographDaytona:ROLEX

RelojOysterPerpetualLand-Dweller:ROLEX

Reloj Oyster Perpetual Datejust 31: ROLEX

RelojOysterPerpetual41:ROLEX

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Editora: SARAH GORE REEVES

CHANGING CITY

Total look: CHLOÉ
Total look: MARC JACOBS
Total look: MARC JACOBS
Total look: MARC JACOBS
Total look: THOM BROWNE

THE PENINSULA PARIS

Fotografía: CORTESÍA

Un ícono parisino que ha visto de todo, The Peninsula Paris combina la memoria de un siglo con la quietud de un refugio atemporal. Su historia se despliega como una conversación entre la ciudad y quienes la habitan, sin prisa y sin fecha de caducidad.

París tiene esa costumbre de no presentarse del todo, se deja descubrir por fragmentos. Entre estos fragmentos, en la Avenue Kléber, un número –el 19– contiene un palacio que ha cambiado de nombre, de funciones, de huéspedes, pero no de papel. The Peninsula Paris se abre como un libro con demasiadas vidas para contarlas todas.

Antes de ser hotel fue escenario de intrigas diplomáticas, refugio de soldados, salón de banquetes y laboratorio de conspiraciones. En 1928, George Gershwin escribió aquí parte de An American in Paris . En 1973, delegaciones de cuatro países se sentaron en estos salones para negociar el fin de la guerra de Vietnam. El eco de esas conversaciones todavía parece flotar en los techos.

El edificio fue inaugurado en 1908 como el Hotel Majestic. Su fachada, de piedra blanca y balcones de hierro forjado, parecía diseñada para que los coches de caballos se detuvieran exactamente en el punto donde la luz de la tarde embellece cualquier llegada. Después, convertido en oficinas gubernamentales, sobrevivió décadas de burocracia antes de que un proyecto minucioso lo devolviera a su vocación original.

En 2014, tras seis años de restauración, abrió como The Peninsula Paris. El objetivo no era recrear un pasado, sino permitir que todos convivieran: los espejos antiguos y el mármol recién cortado, la memoria de los salones de baile y el silencio controlado de una suite insonorizada. Como en cualquier buena historia parisina, la clave está en lo que se insinúa.

Hoy, entrar en el vestíbulo es caminar hacia un París que aún cree en el peso de un saludo lento, en la coreografía de un portero que abre la puerta sin interrumpir la conversación que mantiene en voz baja. Afuera, la Avenue Kléber sigue su flujo de taxis y pasos rápidos; adentro, el tiempo parece haber sido recortado y cosido de nuevo, esta vez con hilo invisible.

El restaurante L’Oiseau Blanc, en la azotea, toma su nombre de un avión que en 1927 intentó cruzar el Atlántico antes que Lindbergh y desapareció. Desde las mesas, París se despliega sin pudor: la torre, los tejados, el arco.

The Peninsula Paris no vive de los fantasmas de su historia, pero los deja sentarse a la mesa. Aquí se puede imaginar a Gershwin tarareando en un rincón, a los diplomáticos discutiendo en voz baja, todo como parte de un continuo.

Al salir, uno se detiene en el umbral y ve la Avenue Kléber de nuevo. El tráfico, la gente con bolsas, los turistas buscando ángulos para fotografiar el Arco de Triunfo. Pero durante un instante, antes de que la ciudad vuelva a reclamar su ritmo, se siente la impresión de haber habitado un capítulo que París no presta a cualquiera.

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El tiempo en el abisal

Fotografía: MAURICIO SÁNCHEZ

Por: DANIEL ZEPEDA

Del glaciar al abismo, Montblanc transforma la precisión mecánica en un mapa líquido del tiempo.

al observar el Iced Sea 0 Oxygen Deep 4810, uno piensa menos en la hora que marca y más en las historias que podría contar.

El Montblanc Iced Sea 0 Oxygen Deep 4810 no es simplemente un reloj de buceo. Es un capítulo nuevo en la narrativa de una casa que, después de conquistar las alturas del Mont Blanc, decide sumergirse hasta donde la presión del agua y el silencio abisal desafían toda lógica humana. La inversión de la cifra mítica, 4810 metros, deja de ser una medida vertical para convertirse en un descenso que recuerda a las novelas marítimas donde los héroes se aventuran hacia lo desconocido, guiados únicamente por el compás, el pulso y la voluntad. Aquí, la relojería se transforma en un símil a la estructura de un navío. La caja de titanio como casco, la corona protegida como timón, el calibre manufactura MB 29.29 como el centro mecánico que late con la regularidad de un faro por la noche.

En la literatura de mar, las profundidades siempre han representado un territorio ambiguo: un espejo oscuro donde el navegante se mide con sus propios límites. El Iced Sea 0 Oxygen Deep 4810 dialoga con esa tradición, ofreciendo no solo la capacidad técnica de resistir hasta 4810 metros bajo la superficie, sino también la poética de un objeto que contiene en su esfera el hielo petrificado del Mer de Glace. Ese azul sfumato, logrado con la técnica gratté-boisé, parece congelar el instante en que la luz se disuelve en la densidad del océano, del mismo modo que Herman Melville describe el mar como un desierto líquido donde cada color es una variación de lo infinito.

La parte trasera de la pieza es otra página de esta novela submarina. En ella, una escena en relieve tridimensional reproduce la visión de un buzo bajo el hielo, lograda gracias a un proceso de oxidación láser que esculpe el metal en matices mates y brillantes. Es un recordatorio de que la aventura no es siempre horizontal; a veces exige sumergirse hacia abajo,

atravesar capas de silencio, para encontrar lo que permanece oculto. Esa misma búsqueda impulsa la tecnología Zero Oxygen, una arquitectura invisible que vacía de oxígeno el interior del reloj para impedir que la humedad nuble la visión, y para prolongar la vida de cada componente, como si la máquina respirara bajo un casco hermético en medio de una tormenta marina.

Su hermeticidad es la traducción técnica de lo que en narrativa sería un pacto de resistencia: nada entrará, nada cederá, incluso cuando la oscuridad se vuelva absoluta. Y, sin embargo, hay poesía en su practicidad. El Super-LumiNova blanco, que emite un resplandor azul en la penumbra, no es solo un recurso funcional; es un faro en miniatura, una estrella polar encapsulada para quienes se aventuran en la lejanía de la costa.

El brazalete de caucho negro, ajustable incluso sobre un traje de neopreno, habla de su vocación anfibia: un reloj que puede navegar entre el día y la noche, la tierra y el agua, la cima de una montaña y el abismo de un glaciar sumergido. Montblanc lo concibe como un puente entre dos extremos geográficos y simbólicos, recordándonos que el mar y la montaña comparten la misma lógica de conquista, ascender o descender, siempre con la certeza de que la belleza se esconde en la frontera donde el cuerpo se pone a prueba.

Quizá por eso, al observar el Iced Sea 0 Oxygen Deep 4810, uno piensa menos en la hora que marca y más en las historias que podría contar. En su esfera cabe tanto la inmensidad helada del Mont Blanc como las aguas insondables que Julio Verne imaginó en Veinte mil leguas de viaje submarino. Es un instrumento, sí, pero también un mapa. Un recordatorio de que, en la Alta Relojería como en la literatura marítima, el tiempo no solo se mide, se navega.

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