Ciclo 32

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MUS

INTIMIDAD Mus han sido siempre una rareza dentro de la independencia española, una banda alejada del calor de los focos y poco apegada a compromisos promocionales, a convencionalismos artísticos. Mus han ido creciendo a su ritmo, pausadamente. Entregando muestras, casi siempre pequeñas, de su talento. Casi siempre con cuentagotas. Por eso, que todo un disco de la pareja asturiana vea la luz es motivo de celebración. El naval (Acuarela, 2002). Diez canciones inmensas. TEXTO: VIDAL ROMERO El naval es un disco acústico. Esto es importante porque la primera vez que Mus se asomaron al mundo lo hicieron como un dúo de electrónica naif, la melancolía atrapada en una caja de ritmos, en el disco duro de un pequeño ordenador. La primera vez que Mus se asomaron al mundo lo hicieron cantando en bable, con la voz filtrada de Mónica Vacas recitando sobre los escuetos paisajes de Fran Gayo, arriesgándose a la fácil comparación con el universo trip hop. De todos estos elementos, sólo el bable ha resistido en la evolución de un grupo que confía cada vez más en la pulsión humana y menos en la programática digital. Fran Gayo reconoce que han dado este paso porque “como sucedió en El alma (Acuarela, 2000), hemos encontrado a gente que nos ayuda a sacar las canciones adelante. Cuando utilizábamos la electrónica era por necesidad, por logística. Al no tener quien nos apoyara recurríamos a la electrónica, programando cajas de ritmos y sampleando trozos de discos. Ahora el planteamiento es distinto”. El ahora de Mus comienza en El alma, ep de cinco canciones, banco de pruebas y punto de inflexión para abrazar lo acústico con descaro, como si no importara su trayectoria anterior. En el fondo, el discurso no cambiaba tanto, era sólo la pátina superficial, una terminación que sembraba la duda: se adivinaban imprecisiones y palos de ciego. “El alma fue muy complicado de hacer. Queríamos dar una curva a nuestra trayectoria, dejar Fai (Acuarela, 1999) a un lado y olvidar completamente Pigaz (Acuarela, 1998), y vimos conveniente probar con un disco de cinco canciones. Comenzamos trabajando en un estudio pero, cuando ya teníamos todos los instrumentos grabados, advertimos que éramos incapaces de mezclar bajo la presión del tiempo. De repente, nos llevamos todas las pistas a casa, a mezclarlas allí. Fue como de película de Herzog, arramblar con todas las cintas y llevárselas del estudio a casa”.

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LA HONESTIDAD El presente de Mus ha superado esas contradicciones y enfila su nueva etapa con soltura. No hay miedo a desnudar las canciones y confiar su esqueleto a instrumentaciones convencionales, no hay miedo de disgregar el lenguaje utilizando una exuberante variedad de timbres. “En El naval la actitud ideológica es mucho más estricta”, certifica Fran. Cada nota y cada instrumento ocupan su lugar tras un largo proceso de maduración. “Las canciones permiten la inclusión de muchas más capas de sonido, pero las hemos sometido a un proceso de depuración muy fuerte. En ‘Al oeste de la divisoria’, por ejemplo, teníamos grabados xilófonos, colchones de teclados, teníamos previstas guitarras y acordeones que en un momento dado decidimos desechar, para evitar repetir los errores cometidos en Fai. Al final, la canción se quedó simplemente en dos líneas de piano y una voz. Esa es la estrategia utilizada en todo el disco”. El resultado final es la transformación de los antiguos ambientes, cinéticos y cinematográficos, en precisos estándares. Música atemporal, pletórica de sentimientos. “Soy incapaz de juzgar el disco con objetividad, pero sí percibo que el apego que teníamos en los otros discos a nivel emocional estaba más condicionado. El naval es el disco más honesto que hemos hecho hasta ahora, el que hunde los pies más firmemente en el suelo. Por eso nos cuesta ver más allá de lo que las canciones significan estrictamente para nosotros”.

LA AVENTURA AMERICANA “Yo soy la mitad de Mus que adora ese disco, y Mónica la mitad que lo aborrece”, afirma Fran a propósito de Aida (Darla, 2001). Las dos largas composiciones encerradas en esas cinco pulga-

das, contribución a la serie Bliss Out del sello californiano, suponen un pequeño desliz en esa persecución acústica de la que se habla más arriba, aunque es un tropezón hermoso y premeditado, realizado con la jovial resignación del niño que preferiría algún otro pasatiempo, pero se entrega al juego que sus compañeros le proponen con pasión. “Cuando te plantean grabar un disco con una serie de normas, como si fuera un Dogma, con una duración determinada, un número fijo de cortes, sólo puedes tomártelo como un juego”. Quizá la clave de ese cariño que Fran le profesa esté en la manera en que fue compuesto, “grabado en casa, a salto de mata, de manera muy espontánea”, método de trabajo que permite introducir un cierto relajo, esperar a que las cosas sucedan con naturalidad, a que el azar se cuele por alguna rendija. “El granizo que cierra el disco no está sampleado. Cuando estábamos terminando de grabar comenzó a caer una granizada fortísima. Abrimos la ventana, sacamos el micro y nos pusimos a grabarlo, porque nos parecía una manera de rubricar el disco, de señalar que aquel día cayó una nevada en la ciudad”.

LA DIFICIL RELACIÓN CON LOS ESCENARIOS Dice Fran Gayo que no le interesan los directos porque, para Mus, “el hecho musical válido termina en el momento en que entregamos el disco en Acuarela. Elaborar un directo, repetir las canciones en un local de ensayo, significa desvirtuar el valor creativo de la música. Además, nos gusta muy poco hacer vida social, y tocar en directo es una de las experiencias más extremas de vida social que se me ocurren”. Viene esta aclaración a cuenta de la proverbial alergia que los de Gijón sienten hacia los escenarios, y porque Fran habla con nosotros desde un teléfono móvil, interrumpiendo uno de esos ensayos que tanta alergia le


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