Revista "Salve Regina" edición # 52

Page 17

Santa Mónica y San Agustín

Foto: museoamparo.com

P. Amable González, OSA Fiesta 27 y 28 de agosto

La fiesta de estos dos santos, apreciados por la historia de la Iglesia, se celebra respectivamente los días 27 y 28 de agosto de cada año. Santa Mónica era celebrada hasta poco después del Concilio Vaticano II (1962-1965) el día 4 de mayo, ya que era la fecha más próxima a la fiesta de la Conversión de Agustín (24 de abril). Esta fecha, sin embargo, se trasladó al 27 de agosto para enlazar con el día propio de la fiesta de san Agustín que se celebra el 28 de agosto, día de su muerte. Detalle importante este, porque para comprender la conversión de Agustín a la fe católica es necesario, antes que nada, entender las lágrimas y ferviente oración de Mónica por su hijo: “No es posible que se pierda el hijo de tantas lágrimas”, le dijo el obispo Ambrosio -quien también es santo- cuando ella desesperaba porque su hijo se había alejado de los caminos de Dios y transitaba por la senda del maniqueísmo, una de las herejías de aquel tiempo. Por esta razón era necesario celebrar casi en un mismo momento estas dos fiestas religiosas. Para nuestra época, el testimonio de santa Mónica es claro ejemplo de lo que significa perseverancia y total confianza

en la voluntad de Dios. Mónica no dejó nunca de orar por su hijo y esperó pacientemente hasta que Dios le toque el corazón: “Nuestro corazón estará inquieto mientras no descanse en Ti”, escribirá Agustín en sus Confesiones... ¿Acaso lo de Mónica no es algo que sucede también en nuestros días? La respuesta es sencilla, sí: En todo momento encontraremos una Mónica que llora o lamenta la pérdida de un hijo -o hija; una madre que sufre, espera y no se cansa de elevar sus oraciones a Dios por hijos que viven atrapados en vicios, o son víctimas de pasiones desordenadas, las cuales les hacen sentir vacíos e insatisfechos ante la vida. Cuántos “buenos cristianos” son un permanente dolor de cabeza para sus familias; cuántos hijos que sin medir la consecuencia de sus actos son causa, incluso, hasta de la muerte de sus padres. Muchos de ellos sucumben ante la impotencia de no poder hacer nada más que orar y pedir a Dios por sus hijos. “Cuánto dolor le causé a mi madre, cuántas lágrimas, cuánto sufrimiento”, decía san Agustín en sus escritos. Por su obstinada manera de entender la vida, fue en verdad, causa de dolor y sufrimiento para su madre. Las lágrimas de Mónica son el reflejo del amor que solo puede entender una madre que ama y desea lo mejor para sus hijos. Agustín después de muerta su madre, supo dedicarle en sus escritos palabras de sincero y agradecido reconocimiento… Así como él, cuántos que solo reaccionamos, abrimos los ojos y asimilamos las cosas cuando ya nada se puede hacer, cuando los padres mueren, y cuando el sufrimiento que les causamos terminó con sus esperanzas… La oración de Mónica pudo vencer la barrera que la soberbia había interpuesto entre lo que Agustín entendía sobre la vida y lo que Dios esperaba de él. La oración y las lágrimas de Mónica fueron logrando en Agustín su conversión. Por eso para Mónica ver a su hijo hecho cristiano fue su mejor y única recompensa. Ella murió poco después que Agustín recibió el bautismo. Al celebrar la fiesta de san Agustín y santa Mónica no hacemos otra cosa sino reconocer en ellos lo que Dios puede hacer en nosotros. Nos corresponde confiar en Dios, y saber esperar… ¡Santos Mónica y Agustín, intercedan por nosotros!

17


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.