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Artista anónimo

Escrito por Luis Martínez

Y ahí estaba de nuevo, quejándose con los demás artistas de ¨ su época

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¨ , aquellos que, sí valía la pena según él, escuchar. De nuevo, igual que siempre en estas fiestas u ocasiones sociales, su grupo se juntaba en un pequeño círculo, cerca de una esquina muy transitada, cerca de un librero o cerca de una obra de arte. Inconscientemente buscaban llamar la atención con su presencia; diría que él en especial, pues es al que conozco mucho más; es mi amigo desde los siete años; aunque, no hay diferencia entre los pintores y demás artistas. Todos son iguales, todos son muy narcisistas. Sea sobre ellos o sea sobre sus obras, son narcisistas. Puedes verlos en estos encuentros criticando a los postmodernistas, a los clásicos, a los actuales, a los antiguos; al final, solo ellos saben qué es "arte" . Si los filósofos los escucharan, se oiría el silencio, el silencio de los narcisistas que buscan llamar la atención. Esos son los artistas.

Él llevaba tiempo desempleado. Es el siglo XXI y no muchos buscan un retrato en óleo. Sin embargo, no era sorpresa verlo de nuevo criticando al arte actual y a los artistas más conocidos como

de fotografía artística de nuevo! Era tan difícil hablar con ellos; con él, específicamente, sobre algún tema que no involucrara a la pintura. Tal fue mi sorpresa cuando lo vi llegar a buscarme en medio de la fiesta, cerca del bar, para contarme la buena noticia: "alguien pidió una obra maestra mía" . Mi sorpresa, por si se lo preguntan, era por su cercanía al bar más que la contratación de sus servicios. Cuántas veces no había escuchado el discurso de que "los bares eran para y exclusivamente escritores frustrados" . Habitualmente, le cuestionaba dicha doctrina cuando lo veía ir por un trago de coñac o ron. Entre todo lo que él hablaba, eso era lo que más odiaba, y lo admito: el siempre hecho de desprestigiar mi trabajo, y compararlo con algo tan simple como el trabajo de un alcohólico melancólico. Al regresar a nuestro apartamento, lo veía completamente ansioso por empezar. Tiró las llaves y su chaqueta al suelo, detrás de la puerta. Corrió a su estudio y encendió todas las luces; mientras yo recorría, medio tambaleante, el pasillo para llegar a las escaleras, y subir a mi cuarto. Reconozco que bebí demasiado en la fiesta. Me veo en la necesidad de aclarar que mi profesión es inherente de esta situación aislada. Pasada mi prueba de fuego, lo oía sacar sus pinturas, tirando los pinceles y moviendo cosas con el fin de liberar su estudio, que había sido clausurado hace mucho tiempo. Al siguiente día, y con una fuerte resaca, bajé las escaleras y fui directo a la cocina. Al pasar frente a su estudio, me llamó la atención verlo sentado en un banquito frente a un enorme lienzo que doblaba su tamaño y que yacía aún en blanco. No me sorprendería que hubiese perdido la práctica, la imaginación o ambas, y pasase la noche entera en vela. Aproveché la situación para desquitarme un poco, así que le pregunté: ¨ ¿No encuentras que obra mostrar a tu cliente? “Llorando y con una gran sonrisa me respondió ¨Me ha pedido a mí mientras trabajo ” , había pasado toda la noche pensando en cómo retratar en su futura obra lo que él denominaba el ¨ alma del artista ¨ . Buscaba encarnar en una pintura aquella pasión que viven los pintores, que reiteradas veces aclaró que solo ellos lo sienten, al hacer una obra artística. Lo dejé en paz luego de escuchar de nuevo su sermón sobre la fotografía; también lo admito, yo solo me lo busqué por proponer tomarle una foto mientras pintaba. Pasó, así, el día entero; lo dejé repetidas veces solo en el apartamento, encerrado en su estudio; regresaba y lo encontraba en el mismo lugar, con la misma idea clavada en la cabeza. Llegada la noche, después de una larga jornada, decidí levantarme de mi recámara para bajar a la cocina por un bocadillo nocturno: las luces estaban apagadas y supuse se habría ido a acostar después de un día infructífero; ni siquiera había escuchado que apagara las luces. Bajé a la cocina y, después de recoger mi ¨ premio ¨ del refrigerador, me invadió la curiosidad por ver cuál era su avance. Vi el estudio abierto y me dispuse a entrar: la luna llenaba la habitación con su tenue luz; el cuadro estaba pintado casi perfectamente con el retrato de su estudio; era como si buscase recalcar toda la habitación exactamente como

era. Últimamente admito muchas cosas ante ustedes, y he de hacerlo de nuevo esta vez: no había perdido su habilidad con el óleo; aunque era demasiado bueno, logró recalcar incluso la luz de la luna que bañaba suavemente la habitación. ¿Habría pintado con la luz apagada para lograrlo o cedió a mis ideas de usar una cámara? Al terminar mi aperitivo, volví a la cama. Esperaba molestarlo al día siguiente con mis interrogantes. Llegada la mañana, bajé emocionado con preguntarle cómo lo había hecho, pero su estudio estaba cerrado; creí que había decidido ensimismarse en su obra y no deseaba ser interrumpido por cuestiones inherentes a su trabajo. La contestadora tenía un mensaje grabado, lo que dio veracidad a mi teoría de su encierro: su asistente Brenda había llamado, desde hace meses había contratado a Brenda, una chica tonta que se aprovechaba de él y su necesidad de exaltar su calidad de artista. Siempre que llamaba, él contestaba y pasaba varios minutos coqueteando con ella antes de que le dejase el recado. El mensaje, acompañado de ridículos e inapropiados apodos, daba la noticia de que el cliente anónimo estaría ese día a las cuatro de la tarde para recibir su obra. Demasiado pronto, pese a estar sentado todo un día y toda una noche enteras sin avanzar, y que en una noche realizó un exquisito trabajo, no creí que fuese a terminar para la hora establecida. Me asomé a la puerta y toqué suavemente con mis nudillos. No hubo respuesta alguna; quizá se durmió por las anteriores velas o se hallaba demasiado concentrado en su trabajo. De todos modos, intenté abrir la puerta: estaba cerrada con llave. Decidí no darle importancia y seguir con mi día; tenía una entrevista con la editorial y luego saldría con Astrid al parque cercano a la plaza y después, seguramente, iríamos a su apartamento. No pensé en él hasta que iba entrando en la avenida. Eran pasadas las cuatro, casi las cinco; apresuré el paso, me ganaba la curiosidad por saber si lo había logrado y, sobre todo, de ver la obra antes de perder mi oportunidad de apreciar el trabajo finalizado. Al entrar al edificio, choqué con un hombre de gran porte y altura, esbelto y serio de rostro, con un fino traje muy fuera de época; detrás de él, bajaban dos hombres obesos las escaleras con el enorme cuadro, cubierto con una caja de madera y cuero, hecha a la medida. Había perdido mi oportunidad de ver la obra. Seguí igual mi ruta hasta el apartamento; subidos los primeros escalones, el hombre de traje me habló desde la entrada: ¨Le agradezco mucho a su amigo por permitirme disfrutar de su arte. Cuando pase por la fiebre de la pintura lo contactaré a usted, me gustaría leer la pasión que desbordan también los escritores ¨ . Sin más, dio la vuelta atrás con un ademán de despedida con la mano izquierda mientras cerraba la puerta del edificio. Sin duda un sujeto extraño. Seguí subiendo. Al entrar en el apartamento observé la ausencia de algunos objetos; parecía que nos hubiesen robado,especialmente faltaban muchas de sus cosas. Especialmente. Corrí a su estudio que tenía las puertas abiertas y al entrar… no solo faltaron palabras para describir lo que había ahí; sus pinturas, los muebles, sus lienzos, pinceles, las ventanas, piso y paredes se habían esfumado; un vacío

enfermizo inundaba la habitación. La nada misma se posicionaba ahí, imponente y absoluta; no era ni luz, ni oscuridad; era la inexistencia puesta frente a mí. Hay pocas cosas que aterran a cualquier hombre: la muerte es una de ellas. Ese día viví un miedo peor que al de la muerte. La ansiedad y nerviosismo que impulsó presenciar aquella escena era mucho peor que cualquier otro horror en esta vida. Solo fueron unos pequeños segundos los que vi el cuarto; mi cuerpo volvió en sí y logré cerrar aquella habitación. Inmediatamente salí corriendo a la entrada del edificio, a la calle. No había rastro de algún ser vivo. Llame a la policía, a Brenda, a sus amigos; nadie sabía qué había pasado y, peor aún, él seguía sin dar señales de vida o de dónde ubicarlo. Desapareció todo rastro de su existencia, salvo los recuerdos que aún teníamos de él. Muchos se han ido poco a poco, desaparecieron en los demás también, incluso en los más allegados; tal vez ya se hayan dado cuenta: ese día junto con sus cosas, la pintura y su ser, ese día se fue también su nombre.

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