3 minute read

PRESENTACIÓN

¿Qué misterio esconde La Letra Capciosa?

Por Rafael Rodríguez Díaz

Advertisement

Me llamó la atención que un grupo de jóvenes le haya puesto por nombre “La Letra Capciosa” a una revista literaria. Y más me llamó la atención que ese grupo de jóvenes haya pensado en mí, que soy un adulto mayor de casi ochenta años, para que hiciera la presentación de la revista en su aparición al público, pero enseguida entendí que tanto la escogencia del nombre de la revista, como la elección de mi persona para hacer la presentación, tenían que ver con la significación misma de “capciosa”.

Una pregunta “capciosa” encierra una especie de “trampa” para el razonamiento; es la base de algunas adivinanzas divertidas. Por ejemplo: —¿Qué pasa entre las once y las doce de la noche en el Centro de San Salvador?—. La respuesta es: —Pues, pasa una hora. Otro ejemplo: —¿Qué puede ser que cuanto más subo, más bajo?, y la respuesta, el subibaja. En suma, estamos ante el uso lúdico, juguetón del lenguaje. Y con ese “espíritu lúdico” voy a intentar encontrar el sentido que se esconde en la expresión “letra capciosa”.

Dicen los entendidos en la historia del alfabeto que en sus orígenes las letras no solo representaban sonidos; también representaban o equivalían a algo más. Por ejemplo, nuestra A mayúscula se dibujaba así (A), y quien pronunciaba aleph, alfa, a, o lo que sea, tenía en la mente también la imagen de un toro o una res. La “m” recordaba las

ondas de las aguas de un río o de un lago o del mar. La “n”, por su parte, era como una serpiente. Y así, todas las letras representaban animales y objetos que hoy desconocemos. Lo cual quiere decir que las letras “captaban”, “capturaban” el “alma” de animales y cosas. Cada letra era una “cápsula” que encerraba en su interior el “espíritu”, es “aliento” de seres vivientes o cosas importantes.

Digamos, entonces, que las letras eran “capciosas” y no “ociosas”; no se decían así por que sí. Tenían el poder de “comprender”, de “aprehender”, de hacer suya, por parte del ser humano, la realidad circundante. Y lo hacían como en un juego. “Esto parece un toro; pero no, es una para formar otras palabras y para “en-capsular” otras realidades”. Eran, pues —insistamos—, “letras capciosas”.

Dicho esto, veo la responsabilidad que tenemos los que amamos la “literatura” o arte de usar las “líteras”, las “letras”. Ser escritor o escritora, poeta o poetisa, es una labor lúdica, ciertamente: “jugamos” con el lenguaje, les damos volteretas a las palabras. Pero ¡ojo! también es una labor seria: al maromero que no practica se le vienen abajo los malabares. En los escritos de ustedes he visto mucha madurez; poemas y cuentos que captan a profundidad problemas muy humanos: amores felices tanto como frustrados; mordientes soledades, vacíos existenciales, pero también vidas disfrutadas a plenitud y hasta precoces cinismos. La palabra —dice una reflexión muy atinada que leí de uno de ustedes— puede ser portadora de semillas que se transformen en hermosas flores, o puede ser un arma que siembre rencores, ira, desalientos y coseche sombras y temores.

Mi consejo: fórmense, lean, escriban, vivan a plenitud la vida, sean altruistas y solidarios. Y van a ver cómo las palabras que digan o que escriban, cada vez más ayudarán a poblar el mundo de “capciosos” e inéditos significados, pero sobre todo, de sólidas y nuevas esperanzas. Afilen, afinen sus palabras, pero no para convertirlas en espadas, si no en plumas que ayuden a remontar inacabables vuelos.

Y ahora sí entendí por qué me escogieron para escribir esta presentación. Lo “capcioso” está en que siendo yo alguien muy entrado en años, puede tener mi palabra un alma juvenil, un espíritu que entienda los propósitos que alientan a esta promisoria “Letra Capciosa”.

This article is from: