“Para nombrar el tornillo que nos falta, decimos que tenemos la cabeza llena de pájaros volando; para nombrar el escalofrío que recorre nuestra piel, que la carne se nos pone de gallina; para señalar a los que hablan por los codos, a los que no les para el pico, decimos que son como pericos; para nombrar la locura de los otros, cucu, cucu. ¿Qué dirán las aves de nosotros?”. Dalí Corona
[“Algunos pájaros no vuelan, de Dalí Corona”, por Armando Salgado]
DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
La Gualdra No.
Septiembre es un mes especial para Zacatecas; el día 8 del noveno mes de 1546 fueron descubiertas sus minas y ese acontecimiento daría paso a la fundación de la ciudad capital, por lo que en esa fecha solemos celebrar su aniversario, que coincide además con las fiestas relacionadas con el natalicio de la virgen, la santa patrona de la ciudad desde 1559.
Inicia entonces con septiembre una serie de actos festivos civiles y religiosos, como las peregrinaciones al santuario de la Bufa, los conciertos en la Catedral, y, también, la feria; una feria que sigue teniendo, desde hace décadas, la ausencia de los certámenes de artes plásticas que durante décadas se llevaron a cabo; por razones desconocidas dejaron de hacerse hace tiempo y sólo queda en los archivos la constancia de que existieron. Así, como los árboles que solían estar en distintas partes en el centro histórico y que aparecen en fotografías antiguas, han ido desapareciendo muchas cosas en este tan celebrado y querido lugar.
¿Se ha fijado que en esta ciudad los árboles parecen estorbarles a los gobernantes? No me refiero sólo a los actuales, sino a todos quienes, en el pasado, en aras de llevar a cabo proyectos de infraestructura, han decidido que hay que quitarlos para dar paso a estructuras de cemento y piedra gris. Frente a la catedral hubo árboles, en la Plaza de Armas también; hace apenas unos años unas hermosas jacarandas fueron removidas desde la raíz durante los trabajos de la remodelación de esta última sin que a la fecha exista una justificación aceptable.
La ciudad ha experimentado muchas modificaciones a lo largo de los años; sería una necedad afirmar que todos ellos han sido innecesarios porque muchos han respondido a los cambios sociales de la época. Con el aumento de la población y de un consecuente incremento de vehículos, por ejemplo, se hizo necesario que en la década de los años 50 del siglo pasado se realizara el proyecto de la carretera a la Bufa; y más recientemente se hicieron peatonales varios callejones y calles del centro que anteriormente eran para la circulación vehicular, como ejemplo están las plazuelas Goitia y la Miguel Auza, dos de los más bellos espacios que tiene el centro histórico. El problema no es que la ciudad tenga intervenciones, sino que no se prevén las consecuencias a largo plazo, como la gentrificación y la deforestación.
De estos dos últimos problemas tenemos ya signos claros: la gentrificación está ocasionando que el centro de la ciudad sea cada vez menos habitable, la deforestación contribuye al aumento de los efectos por el cambio climático: el aumento en la temperatura, en esta ciudad en la que solíamos decir que sólo teníamos la estación del tren y la del frío, se debe en gran medida a que nos estamos quedando paulatinamente sin árboles en la vía pública.
Decimos amar a nuestra ciudad constantemente, pero no la cuidamos lo suficiente; cuidar y velar por nuestro patrimonio cultural sí es un acto de amor. Cuando veo sus calles en el descuido inusitado en el que se encuentran pienso en la definición de las “ciudades enfermas” de Felipe Leal y puedo identificar ya muchos de los síntomas: casas abandonadas, ventanas con vidrios rotos, desplazamiento de los habitantes hacia lugares alejados del centro, basura, ruido, edificios en ruinas…
Imaginar además que este espacio con tan pocos árboles podría quedarse sin muchos otros más por las modificaciones al espacio que están planeando es otro motivo de preocupación. Decía Octavio Paz, al final de su poema “La arboleda”:
El bote de basura, la maceta sin planta, ya no son, sobre el opaco cemento, sino sacos de sombras. Sobre sí mismo el espacio se cierra.
Poco a poco se petrifican los nombres.i
Pienso ahora en otro tipo de celebración este 8 de septiembre que no tiene que ver con cantar de memoria la Marcha de Zacatecas, ni con caminar hasta el santuario de la virgen -dos cosas que se pueden hacer si a usted le place cantar, caminar o rezar-: limpiemos nuestra ciudad, cuidemos su patrimonio, plantemos más árboles y no permitamos que los que ya existen sean removidos de donde están -los árboles no crecen bajo las losas de “opaco cemento”-.
Que disfrute su lectura.
Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com
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Directorio
Sobre lo mexicano en Los últimos héroes. La historia no contada del Escuadrón 201, de Gustavo Vázquez Lozano Por Simitrio Quezada
Evil does not exist, de Ryusuke Hamaguchi Por Adolfo Nuñez J.
Los muros de aire. Y otras crónicas de frontera, de Yael Weiss Por Alma Ríos
Algunos pájaros no vuelan, de Dalí Corona Por Armando Salgado
Todos somos migrantes. Es una definición más que humana, eminentemente vital, biológica, de sobrevivencia animal. Y sin embargo, seguimos construyendo muros, barreras, contenciones de todo tipo para evitar este flujo que tiene como detonante fundamental la cada vez más amplia desigualdad económica y de desarrollo entre el norte y el sur global, y como motores históricos, al colonialismo y al imperialismo capitalistas que han venido exacerbando a velocidades cada vez mayores la apropiación por despojo de los pueblos de todo tipo de recursos y, su concentración en poquísimas manos. Los cinco trabajos contenidos en Los muros de aire. Y otras crónicas de frontera, de Yael Weiss, nos encaran con los testimonios y vivencias de hombres, mujeres y niños, a veces, de familias enteras, integrantes de las recientes mareas migrantes que, desde el sur y hacia el norte del nuestro propio continente protagonizan miles y miles de seres humanos.
Aun cuando la migración en América Latina tiene una larga y ya constituida historia y hasta tradición, como lo sabemos bien los zacatecanos que sumamos más de los nuestros habitando los Estados Unidos que quienes medio sobrevivimos en este vasto y árido territorio, las mareas iniciadas en 2018 desde Centroamérica, a las que se refiere la autora, se presentan como fenómenos nuevos que requieren acercamientos focales para su comprensión.
Así lo expone el investigador del Colegio de la Frontera Norte, J. Pérez Caballero en un trabajo publicado sobre el tema en 2020 en que retoma uno de estos enfoques, al que cita como doctrina del enjambramiento o swarming (por su término en inglés, autoría de Arquilla y Rondfeldt). Un enjambramiento que dice, permitió la aglutinación y la sorpresa de las caravanas a modo de “una toma de la frontera” parecida en sus formas e impugnación del espacio y del tiempo a la “toma de la plaza”.
Yael Weiss exhibe bien con sus propias palabras ese ánimo de la turba y compara esta toma a la de La Bastilla, al señalar que “no databa de ayer que los migrantes subieran desde sus países empobrecidos y cruzaran la valla que los separaba de una vida en dólares. Pero sí lo era que caminaran en grupos numerosos a la luz del día, con las heridas expuestas. En Versa-
Los muros de aire. Y otras crónicas de frontera, de Yael Weiss
6 Por Alma Ríos
lles y ahora en Estados Unidos”, acota, “seguía la fiesta” y sin embargo, desde afuera las voces parecían decir:
“Mírennos gringos abusivos… No nos escondemos como maleantes, con los peligros indecibles de la sombra, pagando mucho dinero a la red de negocio ilegal que controla los caminos y las entradas y salidas entre México y Estados Unidos. Mírennos, somos miles”.
Y sin embargo, a la sorpresa inicial se ha respondido además de con la fortificación tecnificada de la frontera estadounidense con México derivada del añejísimo 11S y su muy vigente paranoia, sobre todo, con la exacerbación del espíritu WASP antiinmigrante con sus consabidos componentes de xenofobia, racismo, clasismo y sospechosismo respecto de los bad hombres, diría Donald Trump.
Además, hay que poner sobre la mesa cada vez que sea posible y para el que lo quiera ver, que la migración al igual que el tráfico de drogas son dos problemáticas que en realidad no busca combatir o solucionar el imperio gringo, sino administrar económica y políticamente para mejor y mayor usufructo de sus intereses, de ahí el de otra manera incomprensible empecinamiento en proseguir con los encuadres policíacos y militaristas que incluyen justo el levantamiento y reforzamiento de muros físicos y políticos, y la persecución, criminalización y confinamiento de las personas, y la presión contra gobiernos latinoamericanos.
Por eso no habrá diferencia alguna en estos temas si gana la presidencia norteamericana Harris o repite Trump. Volviendo a Weiss, tenemos en sus crónicas el relato de piso, el vivencial, incluso desprovisto de contexto histórico y geopolítico general o sólo propuestos de manera fragmentaria, para centrarse en LAS EXPERIENCIAS de la migración, en las motivaciones y problemáticas inmediatas de las personas: el desplazamiento forzado por la pobreza y la marginación, la persecución política, el escape de las violencias, incluidas las de género y las criminales. Es también una crónica al modo de una road movie, donde ella misma se narra en su interactuar con observados y
entrevistados contrastada respecto de su condición de estudiosa del “otro” y nunca confundida con “él”, que entiendo es intencional, pues la exhibe empoderada diríase ahora, y hasta libre o muy libre respecto de los más vulnerables entre los vulnerables.
Ella transita, entra y sale, compra, paga, “picha”, se acomoda en una cama mullida de hotel, atestigua la vida en las fronteras norte y sur de México, en los cruces de los ríos, en los albergues y casas para migrantes, escuchando a quienes se han montado en La Bestia, se han visto forzados a prostituirse, han ido perdiendo a los suyos por el camino, han encarado o escapado de la muerte en el trayecto, o se han incorporado como voluntarios para la ayuda humanitaria que sostiene aunque sea precariamente el flujo migratorio.
Weiss logra a través del encuentro, el diálogo y a veces el acompañamiento de toda serie de personajes en sus cinco estancias de frontera: Tijuana, Baja California; Tecún Umán, Guatemala; Palenque, Chiapas; Ciudad Juárez, Chihuahua; y Reynosa Tamaulipas; que atestigüemos con ella la experiencia de los que llama, “mundos enteros en marcha difíciles de detener, como exigirle a la Tierra que cese sus giros”.
Las fronteras expuestas son no sólo geográficas sino puntos álgidos, sinónimos de lo extremo en la experiencia humana, lugares que ofrecen a los hombres, mujeres y niños; vivencias límite como el cruce de la selva del Darién, un infierno acotado entre Colombia y Panamá que ya se ha vuelto mítico en el trayecto por su peligrosidad. Y el otro infierno, el mexicano, caracterizado por la operación de carteles, extorsiones, desapariciones y asesinatos.
O bien, la vulnerabilidad de lo femenino. Esa reiteración de que ellas, sean mujeres cis o trans, además de todas las violencias, serán víctimas de agresiones sexuales; prostituidas o violadas, o aun abandonadas en el camino junto con sus crías por retrasar el avance de las caravanas, y dejadas con ellas a su suerte, muchas veces fatal.
En el Darién también violan hombres, un agravio que nos ubica en la dimensión real de la agresión sexual, su carácter de poder patriarcal sobre los más débiles y vulnerables, allí todas y todos lo son.
La escritora acierta al comparar la experiencia migrante con un juego de serpientes y escaleras donde en una tirada de dados puede perderse el avance logrado. Personas casi por alcanzar la meta o ya habiéndola alcanzado son capturadasdeportadas-asaltadas-heridas y devueltas a una casilla muy muy atrás por el coletazo de un reptil.
Hay quienes han intentado hasta 10 veces el cruce con la consabida paga en miles de dólares a polleros o coyotes... Ésta es una de muchas ventanas que asoman al gran gran negocio que es la migración indocumentada que ha generado toda una cadena y diversificación de negocios legales e ilegales. Les venden todo, les cobran por todo, sin garantía de nada.
Con Los muros de aire. Y otras crónicas de frontera quiso Yael Weiss tomar una fotografía, “sólo una instantánea pero que si está bien tomada puede retratar un estado de mundo”, y lo logró, captura estos nuevos fenómenos migratorios en la coyuntura además de la que fue la primera pandemia global que impactó también en las políticas estadounidenses de control de fronteras y por tanto en sus políticas de seguridad migratoria.
Y aun defendiéndose de no ser periodista y sí escritora, hay que decirle que si logra el retrato histórico de este momento global en su arista latinoamericana, además cronicado, es decir, haciendo uso de uno de los géneros periodísticos por excelencia...si no se siente periodista lo lamentamos pero se acerca mucho a esa identidad.
Yael Weiss quiso pues que pensáramos en los muros ominosos, y los hemos tenido de hierro, de la tortilla, electrificados, militarizados. Recuerda a Los muros de agua de la cárcel que contuvo a José Revueltas en Islas Marías, pero sostiene que son los muros invisibles los más eficientes para separar por miles de kilómetros a los pobres del mundo de sus aspiraciones por una vida mejor.
“Quienes cruzan estos muros de aire, y luego fronteras intermedias, y al final se enfrentan con las barreras más altas y tecnológicas erigidas para detenerlos sólo a ellos, los más pobres y desesperados, son los más rebeldes entre nuestros contemporáneos, encaran la valentía necesaria para iniciar las revoluciones. Pero no sabemos si habrá revolución. No sabemos si los integrantes de estas caravanas serán, al final, simple carne de cañón de una guerra ya perdida por anticipado”, concluye.
El libro de Weiss, editado en 2023 por editorial Debate, fue presentado en días pasados en el contexto de celebración de la Feria Nacional del Libro de Zacatecas 2024.
Libros
Yael Weiss. Foto del Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde.
Algunos pájaros no vuelan , 1 de Dalí Corona
6 Por Armando Salgado 6 Ilustraciones de Gerardo Vargas
Literatura
De Dalí Corona leí anteriormente Cartografía del tiempo y Ansiado norte. En ambos se observan fragmentos de viajes -de él, de otros- donde descender a ciertas preguntas es un paso obligado, como aquella mirada hacia la infancia, necesaria y forzosa también. En este cruce permanente se recrean situaciones y vivencias desde el poema, para llegar a esos puntos luminosos donde la evocación resplandece. ¿No es la nostalgia el puente para cruzar los años pasados?
Dalí Corona en su nuevo poemario para la niñez, titulado Algunos pájaros no vuelan, ofrece múltiples maneras de retornar al único paraíso perdido dentro de nosotros y volar a ras de la memoria. Este material ha sido publicado por la Secretaría de Cultura de Veracruz y fue ilustrado por Gerardo Vargas, con la tinta del ensueño para retratar los días que no volverán.
A partir de este sistema poético que pondera la memoria, cada poema revive tardes infinitas de juego donde la imaginación mezcla diversos contenidos: desde un grupo de gallinas que domina el arte de soñar despiertas, frente a su remanente de tropa de tiranosaurios, queda abierta la posibilidad de recuperar: ellas, la cima de la evolución; nosotros la llave a la infancia. También se revela una parvada de loros parlanchines; un sueño de pingüinos que “planean por el agua como si anduvieran en las nubes”; un avestruz-camello; la verdadera ubicación de los dodos y un corral donde la tristeza hurga el piso en busca de alimento. La lectura de estos animales es un recorrido guiado por distintas emociones que nos habitan de forma natural. Dalí Corona -con ojo liberador de fauna cautiva- explora poema a poema otras extensiones de la humanidad: el chisme, adivinanzas, escalofríos o la locura cuerda que hace cu-cu, cu-cu, al destornillarse de emoción:
Chisme
Para nombrar el tornillo que nos falta, decimos que tenemos la cabeza llena de pájaros volando; para nombrar el escalofrío que recorre nuestra piel, que la carne se nos pone de gallina; para señalar a los que hablan por los codos, a los que no les para el pico, decimos que son como pericos; para nombrar la locura de los otros, cucu, cucu.
¿Qué dirán las aves de nosotros?
El vuelo es otro elemento visible e invisible en este poemario. No es un recurso que pertenezca sólo a las aves, sino también se materializa en las personas que fincan logros imposibles: como volar por los cielos con alas de metal o usando poemas de papalotes:
Metamorfosis
Luego de varios intentos, los hermanos Wright lograron que su aeroplano se elevara. Aunque sólo fue por unos segundos y por muy corta distancia, algo en ellos cambió desde ese instante.
Amanecían con ramas a su alrededor o con plumas pegadas a la ropa. Chocaban con los vidrios y, si tenían que ir a algún lugar, lo hacían a toda velocidad batiendo los brazos en el aire, como si fueran las alas imaginarias de un pájaro gigante.
Sus bolsillos estaban repletos de semillas, piedras y hojas secas y, a menudo, los podías escuchar silbando alegres cerca de algún árbol. La gente que los conocía no lograba entender cómo aquellos dos adultos, de pronto, se habían convertido en unos niños.
1Dalí Corona, Algunos pájaros no vuelan, Secretaría de Cultura de Veracruz, México, 2024, 35 p. Ilustraciones de Gerardo Vargas.
Algunos pájaros no vuelan, de Dalí Corona. Foto de la Secretaría de Cultura de Veracruz.
Dalí Corona plasma una serie de circuitos aéreos para contemplar la relación aviaria entre humanos y aves. Se plantea la pregunta sobre qué son los pájaros, si son poemas con alas traslúcidas. Estas historias de altos vuelos son “una luz que brilla con más fuerza entre otras luces”. Es una de las múltiples finalidades de la poesía, la posibilidad de hacer preguntas que nos trasladen a un campo de estrellas, a un patio de universos y, a veces, si no nos extraviamos, a una llanura de planetas luminosos con ubicación permanente en nuestra infancia. "Algunos pájaros no vuelan", es un libro para leerse muchas veces y mirar entre sus alas, un trozo de cielo. Quizá por eso algunos deciden no volar:
Papalotes
Atados a la mano que gobierna su destino, los papalotes flotan en la vastedad del cielo. Carentes de curso, son frágiles vigías de lo que pasa al otro lado del cordón que los sostiene.
Impacientes, suelen practicar piruetas para matar el tiempo, para sentir que en las alturas tienen un propósito más grande que ser sólo figuras aburridas de papel de china.
De ser completamente libres vagarían por las nubes, como los globos de enero o las flores de marzo; en vez de eso, permanecen suspendidos aguardando un golpe de aire, un cambio en la corriente que los desprenda de la tierra como a los halcones los raudos torbellinos de Noruega.
Literatura
Sobre lo mexicano en Los últimos héroes. La historia no contada del Escuadrón 201, de Gustavo Vázquez Lozano
Por Simitrio Quezada
“El Escuadrón 201 está a punto de unirse a este comando. Deseo expresarle, señor presidente, la inspiración y el enorme gusto que nos despierta este hecho. En lo personal es de lo más gratificante por mi larga e íntima amistad con su gran pueblo”.
El mensaje fue dictado desde Filipinas por el gran general estadounidense Douglas MacArthur. Fue picado, mediante clave morse, para después transcribirlo, mecanografiarlo y leerlo en voz alta, en la otrora Tenochtitlan, al presidente Manuel Ávila Camacho. En esta noche de agosto, retomo ese mensaje emitido en los últimos días de abril de 1945. Con el permiso de ustedes, lanzo paráfrasis: “El libro más completo sobre el Escuadrón 201 está a punto de unirse a esta feria del libro. Deseo expresarle, señor público aquí presente, la inspiración y el enorme gusto que nos despierta este hecho. En lo personal es de lo más gratificante por mi larga e íntima amistad con su gran autor”.
Gracias. Aunque nacido en las entretelas del mejor rock and roll, y como
para alcanzar a arribar a este plano en la fastuosa década lentejuela de los 60, Gustavo Vázquez Lozano es un hombre apolíneo, de carácter y hábitos, muy disciplinado. Debe admirarse su meticulosidad a la hora de investigar, su propiedad a la hora de redactar y su sentido de oportunidad (en el más estricto sentido de lo oportuno, lo pertinente) a la hora de elegir sus temas. Es al tiempo original, fresco y oportuno. Lo dije, durante el mediodía de este domingo, a dos editores zacatecanos: “el único freno aparente de Gustavo es que no se ha avenido con las mafias literarias capitalinas; no abandona su ciudad ni el centro del país”. El hombre vive venturoso a la sombra de la Virgen de la Asunción la tiene como a tres cuadras de su hermoso departamento y no de la torre Latinoamericana en la peatonal 5 de mayo. Bien sabemos los que no hemos querido irnos de casa, los aferrados al terruño, lo que cuesta resistir en el micromundo del “ahorita no hay presupuesto”, “no estamos publicando”, “los políticos buscan otra cosa” y “es que acá no se lee tanto”:
este medio tan lejano en distancia y apoyos de la política cultural centralista, postpaciana (después de Paz), sanangelina o coyoacanesca. Saludos a la Secretaría de Cultura, Gobierno de México. En un medio cada vez más ocupado por escribanos mañosos que se hacen pasar por escritores extraordinarios o incansables promotores de la lectura, Gustavo es un autor muy serio. En un medio cada vez más coptado por sensacionalistas, buscapremios-de-lo-que-sea, oportunistas y buscadores de audiencias para decirles lo que aún no saben qué van a decirles, Gustavo Vázquez Lozano es un escritor e investigador cabal. En efecto, debemos agradecer aunque no sea su cumpleaños, y perdón por la cursilería la existencia y el trabajo de Gustavo en nuestro entorno. Este rockero introvertido lo mismo nos descubre lo inusitado de la Santa Muerte como de los Evangelios apócrifos, de los Rolling Stones, de los 60 años de soledad de Carlota tras su fatal aventura mexicana, de algunos futbolistas de fama internacional, de Zapata y Villa, de la Virgen de Guadalupe o del ciento diez veces satanizado (una por cada año desde su derrocamiento) hijo de San Luis Obispo y Colotlán, el único huichol en la historia universal que ha sido astró-
nomo y matemático magistral: Victoriano Huerta. Ya estoy apuntándome para la presentación del próximo año aquí, Compa. Anótele, Doctora Xóchitl. En medio de su soleada sala del piso superior, allá en Aguascalientes, Gustavo suele bajarle el volumen a Mick Jagger o Paul McCartney con Beatles o Wings (suele bajarle o de plano subirle) y, en su carácter de novelista, nos regala “El elefante que sonreía” o “La Estrella del Sur”. Y todo lo escribe o en inglés, cuando publica en Estados Unidos para la editorial digital Charles Rivers, o en nuestro tremendo español, para su entrañable Libros de México. ¡Ah! Y luego lo traducen al ruso, nomás por méndigo Maestrazo que él es.
¿Qué tiene dentro de su cabeza un novelista e investigador de nuestro país para que de pronto, tras la primera década del siglo 21, se le ocurra regresar 70 años a rescatar un hecho que más bien ha sido anécdota; que más bien ha sido dos renglones en algún libro de historia de México?
Gustavo se metió, más que a la cocina, a los álbumes fotográficos de los pilotos aún vivos en 2015 y 2016. Se fue hasta la Universidad de Texas, entrevistó al medio mundo circundante de los 270 mexicanos involucrados en tareas de tierra y los 30 de las cabinas de avión, y sus hijos
Elementos del Escuadrón 201, mostrando un escudo con firmas. Archivo Casasola. D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.
y sus nietos, y los archivos y periódicos de la época.
Gracias a esta esforzada investigación de Gustavo, podemos no sólo recuperar al santo, sino también examinar de qué están hechos sus ropajes. Frente a un sistema educativo que durante décadas y de modo conveniente nos ha presentado, al estilo DC, a superhéroes y supervillanos de nuestra historia nacional, la obra de Vázquez Lozano nos recuerda de refilón que el insigne José Vasconcelos, creador de la Secretaría de Educación Pública y los libros de texto gratuitos y la Red Nacional de Bibliotecas y el lema de la UNAM “Por mi raza hablará el espíritu”, era pronazi, rendidor del culto al Adolf azote del Tío Sam. Lo mismo sucedía con el pintor Doctor Atl y un montón de persignados de todo el país que, con tal de continuar odiando a los gringos aborrecidos por Tata Lázaro, también preferían gritar ¡Heil, Hitler: triunfa y, junto con Italia y Japón, ven a librarnos de Estados Unidos!
Gracias a este libro de Gustavo, nos queda más claro que la incursión de México en la Segunda Guerra Mundial fue un acto más político que militar, más de conveniencias que de convicciones. Era necesario aprovechar la oportunidad de por fin reconciliarse con quien podía adueñarse de la mesa del triunfo. Claro que el panorama era ambiguo: el mismo militar Cárdenas que dirigió al comando mexicano había sido considerado pronipón. Los reportes estadounidenses informaban que el efectivo había sido muy bien recibido en Japón en años anteriores. Con todo, aquí viene lo que considero lo más valioso del libro de Gustavo: hay en sus páginas un regusto de lo mexicano. Hay algo que, como buen investigador de Chava Flores, disfruté con gusto culposo. Entre un joven piloto mexicano que, aprovechando su estancia de entrenamiento con los gringos, corteja a una adolescente de Victoria, Texas, y en secreto se casa con ella en Brownsville, hasta otro que, exultante por su propio matrimonio, sobrevuela el P-47 a su cargo (“Pecuas”, le apodaron sin disimulo estos mexicans)… Lo sobrevoló a unos metros del pavimento y casi tocando con las alas metálicas a las paredes de los edificios, no faltó el inevitable espíritu travieso de los mexicanos frente a la reprobación tan marcial de los anfitriones gringos. Quienes hemos vivido y trabajado en
ciudades texanas, quienes hemos visitado New Mexico y Arizona discúlpenme la deliberada redundancia sabemos bien a qué sabe en aquellas tierras la tajante discriminación a los mexas. Si no hablamos bien el inglés, sale más fuerte el penoso asunto. Así que la inevitable picardía de los héroes, los tropiezos en sus entrenamientos, la dureza y desconfianza hacia ellos en los cuarteles militares norteamericanos, la rocola rentada por el de 16 años a los tripulantes a Filipinas y la guitarra por las noches (con la Canción Mixteca incluida) me remiten mucho a los campos semánticos de las palabras peripecias y chiripa.
A las 4:37 de esta tarde de domingo, avisé por WhatsApp a Gustavo que con esto que ahora leo vine a ofender a su libro, cito, “con la comparación más odiosa que pueda concebirse”. Él pudiera sentirse ofendido por venir yo a lanzarle lodo a su obra, y ustedes también como público por la falta de finura de la siguiente referencia, pero ni modo: a lo hecho pecho, me voy a arriesgar. Confieso que, en varios momentos de la lectura, hace dos años, y las relecturas, en estas semanas, a esta obra tan seria, tan madura, tan bien documentada, bien redactada, no pude detener a mi traidora mente de que me desplegara escenas de una grasosa película mexicana de los años 80: “Cinco nacos atacan Las Vegas”. De veras discúlpenme: veo de pronto entre las líneas, y no por culpa de Gustavo ni por culpa del libro, sino de los hechos mismos, un Ocean’s Eleven de la más baja ralea, donde, con toda la idiosincrasia, excesos y vicios de la raza de bronce, los pícaros mexicanos terminan aprovechándose de los gringos que querían aprovecharse de esos mexicanos.
Y qué bueno que no mencioné el más horrible bodrio “Salvando al soldado Pérez”, donde un narco y varios sicarios a su cargo deben entrenarse para ir a Irak a rescatar al hermano marine. Fiu. Que conste que no lo mencioné. Por favor, corten esta parte, editores.
Si ya saben cómo soy para qué me invitan, toda la culpa es mía. Y esto obedece a que, a los episodios de la rocola en renta sobre el viaje por el océano, la guitarra nocturna con la que los elegidos extrañan la novia y la familia, la socarrona boda secreta en Brownsville del mexicano con la niña Hudson de Sweet Sixteen y la imprudencia del avión que parte plaza y hace temblar aparadores en medio de una ciudad texana y sus escandalizados habitantes, se une la rememoración de los próximos héroes bajando sus cantimploras al mar, para enfriarlas, y perdiéndolas por la corriente. El final de la peripecia es que terminan comprando otras de contrabando, sobre la misma cubierta.
¡Ah! Y tenemos la socarrona suposición que hace Gustavo quizá pensó que yo ya la había omitido de que, tras leer el solemne telegrama de MacArthur, ése qué cité al principio, el también militar y presidente Ávila Camacho pudo haber reparado en que el gringo, cito, “había sido parte activa en la invasión
estadounidense a Veracruz”, justo treinta años antes.
La última y nos vamos: ayer sábado, frente a su puesto de libros en la Alameda, el periodista Mario Padilla evocaba con gusto ese pasaje de cómo los pilotos fueron recibidos en Manila por una comitiva encabezada por la hija del cónsul paisano, vestida ella de china poblana, y las notas de nuestra marcha “Zacatecas”, del arpista Genaro Codina, tocada por despistados músicos filipinos qué seguramente no habían encontrado la partitura del español Jaime Nunó, la del santaanesco Himno Nacional Mexicano.
Superando todas esas anécdotas, hay que decir que esos pícaros involuntarios, esos miembros de escuadrón de un país que jamás había participado en una guerra internacional, enviados por un gobierno que ni siquiera tenía armas para una circunstancia de estas dimensiones, se enfrentaron a unos aviadores japoneses más locos, crueles y suicidas que diré con mi español más mexicano “nomás ellos solitos” acabaron hundiendo a 70 barcos gringos, ingleses, franceses. El 1 de mayo de 1945, esos mexicanos entraron a la costa entre restos hundidos de tales naves.
La lucha, pues, se dio en muchos sentidos y desde mucho antes: desde un México que, repito, en nombre de la reciente expropiación petrolera alentaba un ánimo proclive al Tercer Reich y previendo el triunfo de los aliados apoyó de pronto la campaña proyanqui en nuestras comunidades, pasando por las críticas de muchos paisanos a la aventura más política que decisiva y llegando a ese nerviosismo del pueblo bien apuntado por Gustavo de que la guerra pudiera terminar sin que los enviados mexicanos tuvieran la “chance” de entrar en acción.
No me extenderé en lo consignado por el libro, ni en lo que rodeó al combate, el retorno de los héroes y el olvido en el que quedaron. Dejaré que ustedes, lectores, adquieran el libro y hagan la tarea. Cerraré con comentarios parroquiales, y de la Parroquia de La Purificación, a un lado del Jardín Madero del Mineral de allá enfrente: me gustó que Gustavo incluyera, como innegable precursor de la aviación en México, a Francisco Sarabia. Y me gustó porque en Fresnillo, municipio al que Gustavo conoce bien al menos por la biblioteca principal, las tortas de carnitas desbordadas y los juegos florales que hoy ya no existen hay una calle Francisco Sarabia, muy cerca del centro, y pocos fresnillenses y pocos zacatecanos saben quién fue el insigne. En definitiva, “Los últimos héroes” es un libro estupendo que nos permite conocer mejor a esos jóvenes de entre 16 y 41 años: integrantes de una generación nacida en el fragor de la guerra revolucionaria mexicana, la primera que en el mundo vio el siglo 20. Right or wrong, bien o mal, ellos conformaron ese contingente, el único, que por los motivos que sean, insisto, más o menos nobles o innobles, dieron la cara y la lucha en nombre de nuestro México lindo y qué herido. Gracias.
Libros
Texto leído en la Feria Nacional del Libro Zacatecas 2024, durante la presentación de Los últimos héroes. La historia no contada del Escuadrón 201, de Gustavo Vázquez Lozano, publicado por Debate. El autor recibió recientemente el Premio Nacional de Novela Histórica Ignacio Solares 2024 por su libro El indio victoriano.
Gustavo Vázquez Lozano
Evil does not exist, de Ryusuke Hamaguchi
6 Por Adolfo Nuñez J.
Takumi (Hitoshi Omika) es un habitante de Mizubiki, una pequeña y apacible aldea no muy alejada de la gran urbe que es Tokio. En este lugar lo acompaña su hija Hana (Ryo Nishikawa), una niña con una curiosidad innata por la flora y la fauna de las zonas boscosas aledañas a su hogar. Un día se convoca una reunión para los habitantes del pequeño poblado. Se ha revelado que una empresa, ajena al lugar, busca establecer un sitio de camping para turistas en medio del bosque. Tal empresa, que viene desde la ciudad, envía a dos representantes para explicar en qué consiste dicho proyecto, y las razones por las que puede ser benéfico para la economía del pueblo. Durante este encuentro, Takumi es muy enfático en las consecuencias irremediables que una edificación de ese tipo tendría en el ecosistema de la zona. A pesar del descontento de la mayoría de los habitantes locales, la construcción de dicho sito sigue adelante.
Evil does not exist (2023), es la película más reciente del cineasta japonés Ryusuke Hamaguchi, luego de la extraordinaria Drive my car (2021). Se trata de un relato que oscila alrededor de diversas dualidades y contraposiciones, que van desde la luz y la oscuridad, la vida rural y la urbana, pasando finalmente por las nociones del bien y del mal.
Asimismo, es una película cuyo argumento opera bajo dos niveles: en su primera mitad es un filme mucho más calmo, naturalista y poético, muy en la vena del cine de Yasujiro Ozu; para su segunda sección, con la llegada del supuesto progreso, su desarrollo remite más al de un thriller ecológico que se cocina a fuego lento y que recuerda por momentos a la estupenda Night moves (2013), de Kelly Reichardt. Fiel a su estilo particular, Hamaguchi no aborda dichas temáticas partiendo
desde los polos opuestos, se muestra más interesado en hacerlo desde la ambigüedad y los grises que se plantean en cada perspectiva. El realizador no tiene prisa en jugar con las expectativas del espectador, mucho menos en subvertirlas. En dicho proceso logra evitar los lugares comunes del cine de tensión y suspenso.
Así pues, el lenguaje de la cinta resulta mucho más contemplativo, con montajes musicales y silencios abruptos, en planos que se alargan durante varios minutos y que incluyen imágenes de ciervos, del agua, del bosque, de la rutina diaria de Takumi, entre muchas otras, relacionadas con la cotidianidad del lugar.
Evil does not exist es un filme cuyos elementos se pueden percibir dispersos en un inicio, pero para cuando se llega a su enigmático final, se logran orientar hacia una dirección en concreto. La suma de sus partes da lugar a un retrato mucho más detallado y complejo de lo que podría parecer a primera vista. No se trata sólo de una reflexión sobre el equilibrio entre el hombre y el medio que habita, tampoco es el típico drama sobre unos empresarios malvados que buscan aprovecharse de una pequeña comunidad.
Lo que aquí hace Hamaguchi es algo mucho más primario, instintivo y hasta violento. Es de una violencia que nunca se muestra de manera directa, pues se encuentra oculta bajo un velo de aparente tranquilidad. Por esa misma razón, cuando hace acto de presencia, resulta mucho más inquietante y perturbadora. Con su más reciente trabajo, el japonés propone que, ante cualquier situación límite o de conflicto entre varias partes, la naturaleza siempre encontrará la forma de llegar a sus propias conclusiones.