El 26 de agosto de 1914, hace 110 años, nació en Bruselas -en la ciudad de Ixelles-, Julio Cortázar; su nacimiento ahí se debió a que su padre era funcionario de la embajada de Argentina en ese país; pero, antes de que cumpliera 5 años de edad viajó con su familia a Banfield, una ciudad localizada en el sur de Buenos Aires; en Argentina permanecería hasta 1951, cuando ya graduado como profesor en letras y traductor público de inglés y francés, viajó a París, Francia, en donde viviría el resto de su vida. En este dossier dedicado a Julio Cortázar, participan: Beatriz Pérez Pereda -editora invitada-, Carlos A. López Navarrete, Daniel SanMateo, Roberto Abad, Eduardo Gómez Prieto, Diana Pérez García y Fernanda Jaton. [Dossier Cortázar en esta edición]
DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
Julio Cortázar.
Jaton.
La Gualdra No.
El 26 de agosto de 1914, hace 110 años, nació en Bruselas -en la ciudad de Ixelles-, Julio Cortázar; su nacimiento ahí se debió a que su padre era funcionario de la embajada de Argentina en ese país; pero, antes de que cumpliera 5 años de edad viajó con su familia a Banfield, una ciudad localizada en el sur de Buenos Aires; en Argentina permanecería hasta 1951, cuando ya graduado como profesor en letras y traductor público de inglés y francés, viajó a París, Francia, en donde viviría el resto de su vida.
8 años después de haber llegado a Francia, Cortázar recibió el libro Tiempo destrozado, de la escritora zacatecana Amparo Dávila, quien se lo envió dedicado; en respuesta, Julio Cortázar le escribió una carta que pertenece al archivo familiar de Amparo
Dávila y que salió publicada en el libro Julio Cortázar. Cartas 1955-1964, una edición a cargo de Aurora Bernárdez y Carlos Álvarez Garriga en Alfaguara y que transcribo a continuación:
París, 20 de junio de 1959
Señorita Amparo Dávila. Muy estimada amiga: Muchas gracias por su libro y la tan cordial dedicatoria. He tenido un gran placer con la lectura de "Tiempo destrozado”, que me parece un excelente libro. En la solapa se habla de esta obra como de su primer libro de cuentos; si es así, admiro la maestría y la técnica que se advierten en cada página. Si algo sé, es lo que cuesta lograr plenamente un cuento; en realidad, en cada libro que publico no estoy satisfecho más que con uno o dos de los relatos. Los otros, después de múltiples tentativas, se niegan a adoptar esa forma quizá demasiado perfecta que quisiéramos darles. Y como la forma no existe en sí misma, sino que es más bien la justificación de lo que se escribe, la prueba tangible y estética de que valía la pena escribirlo, hay que deducir que pocos cuentos nacen plenamente vivos, con ese derecho a perdurar en la memoria que es su terrible fuerza y su más exacta belleza.
Le digo esto porque en su libro también la tensión es desigual, y al lado de cuentos logradísimos, hay otros que titubean y se apoyan más en el
tema (siempre feliz, insólito, “uncanny”, original) que es la expresión. Me gustaría saber si coincidimos en esto. Los relatos que prefiero son “La celda”, “El espejo” y “Moisés y Gaspar”. Por supuesto, “Tiempo destrozado” me parece extraordinario; pero toca ya otro plano, no lo creo un cuento sino más bien un poema, algo como ciertas páginas de Leonora Carrington o de Pieyre de Mandiargues. Al lado de los textos citados, el resto me parece sensiblemente inferior. ¿Pero qué importa cuando se ha tocado ya tan alto?
Me hará muy feliz recibir otras cosas suyas. Aquí en Europa, todo lo que me llega de tierras americanas huele profundamente a vida, a una realidad más primordial y secreta. De nuevo, muchas gracias, y toda mi admiración. Le saluda su amigo, Julio Cortázar. 24 bis, rue Pierre Leroux, París VII
Coincidentemente, este 26 de agosto, justo en el aniversario 110 del natalicio de Julio Cortázar, Amparo Dávila recibe -post mortem- la distinción en la que se declara a la escritora como “Hija predilecta del Estado de Zacatecas” por parte de la Legislatura del Estado, por eso quise hablar en esta ocasión de una de las cartas que escribiera Cortázar a nuestra paisana (nacida en Pinos) y a quien recordamos siempre con mucho afecto y admiración por su contribución a la literatura mexicana.
Y es precisamente porque hoy lunes 26 de agosto celebramos el natalicio de Julio Cortázar que presentamos a ustedes este número especial, el Dossier Cortázar, con invitados muy especiales también. El número gualdreño 634 está coordinado por nuestra querida amiga la poeta Beatriz Pérez Pereda, quien tuvo a bien convocar a un grupo de escritores cortazarianos que amablemente aceptaron participar. Va desde aquí nuestro agradecimiento a Beatriz y, por supuesto, a Carlos A. López Navarrete, Daniel SanMateo, Roberto Abad y a Eduardo Gómez Prieto, quienes colaboran con textos; a Diana Pérez García, por las fotografías; y a Fernanda Jaton, por la imagen de portada. Que disfrute su lectura.
Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com
Directorio
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El textonauta del cosmolibro Por Daniel SanMateo
Un buen amigo argentino Por Roberto Abad
Maestro Julio Por Eduardo Gómez Prieto
¿Dónde estabas cuando leíste tu primer Cortázar? Por Beatriz Pérez Pereda
Cortázar, 1980
Por Carlos A. López Navarrete
¿Dónde estabas cuando leíste tu primer Cortázar?
6 Por Beatriz Pérez Pereda
Es lugar común y motivo de memes preguntar si recuerdas dónde estabas o qué hacías cuando la caída de las Torres Gemelas, alguno de los temblores catastróficos que ha sufrido la Ciudad de México, la muerte de Colosio, Paco Stanley o Selena, sucesos que han conmocionado a la población o han avivado su morbo.
Cuando estaba en mi imaginación este número de La Gualdra y la escritura de este texto, lo primero que hice fue preguntarme si recordaba mis primeras lecturas de Julio, y la respuesta no fue sólo que sí, sino que recordaba exactamente el lugar, la ropa y sobre todo la forma en que me sentí al leerlo. Mi primer Cortázar fue su cuento largo El perseguidor; una deformación lectora que tengo es elegir un texto breve, o un cuento, o una antología, del autor en cuestión para ir sondeando las aguas y hacerme una idea del escritor y también de si me gustará su obra, o si ese camino no es para mí. Era la edición de Alianza Cien, un librito pequeño, blanco y en un rectángulo, al centro de la portada, la imagen de un saxofonista y sólo el apellido Cortázar en mayúsculas. Fue un préstamo en la biblioteca (lo he dicho muchas veces, pero lo repito por la importancia de la red de bibliotecas públicas, yo fui una lectora de biblioteca y quizá fue el hecho más trascendental en mi infancia), yo estudiaba la preparatoria y era común que al salir de clases pasara a devolver algunos libros y llevarme otros, y esa vez le tocó a El perseguidor. Recuerdo que llegué a casa y empecé a leerlo, pero justo con apenas unas hojas avanzadas,
mi madre me encomendó un mandado y fui, pero durante todo el camino, con mi uniforme blanco y gris, bajo el sol del trópico, sólo podía pensar en esa música inaudible o invisible, hecha sólo de palabras, que ya habitaba en mi cabeza, ese otro tiempo y tempo construido por Johnny Carter. Regresé y con la misma exaltación del jazz de Carter terminé el cuento y releí fragmentos sin poderme quitar una especie de tinnitus en mi cabeza, esa música imaginada por Cortázar que desde entonces me persigue. Después de ese primer encuentro vinieron los cuentos completos, mi favorito: La noche boca arriba, luego Rayuela, sus lecciones sobre la escritura de cuentos y con el paso de los años la pregunta de por qué ahora es un personaje vilipendiado, incluso odiado por algunos y su obra mal leída y juzgada por criterios puramente extraliterarios. Quizá el menos “boom” de todos los miembros principales del boom latinoamericano, ha recibido el mismo desprecio que Vargas Llosa, Fuentes e incluso Márquez, o quizá los señalamientos de Aira encontraron eco en posibles y futuros adeptos, sin embargo, una de las máximas en las que creo, es que el tiempo es el mejor cernidor y echa al olvido lo que carece de valor y rescata lo que sí lo tiene, y pienso que Julio Cortázar no sólo ya ha pasado la prueba del tiempo hasta hoy, sino que lo seguirá haciendo por mucho tiempo más, que habrá lectores que recuerden y defiendan su obra y otros que la descubran y se maravillen del hallazgo.
Dossier Cortázar
Beatriz Pérez Pereda, escritora, Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2023, por el libro Persona no humana. Lee, escribe, imparte talleres, entrevista autores y cuida de su hermana, cuatro perros y un gato.
Julio Cortázar nació el 26 de agosto de 1914.
Foto de Diana Pérez García
Beatriz Pérez Pereda
Cortázar, 1980
6 Por Carlos A. López Navarrete
En 1980, Julio Cortázar disfrutaba o padecía, según el caso, de la fama personal y la gloria literaria, además de las penalidades derivadas de su compromiso político y las impuestas irremediablemente por la edad: tenía entonces sesenta y seis años y llevaba —como afirma en su correspondencia— una “vida de obligado trotamundos (por culpa de los Videla y los Pinochet inter alia)”.
Desde que Cortázar experimentó esa especie de epifanía revolucionaria en el primer viaje a Cuba, su trabajo literario y su activismo político siguieron caminos paralelos y, en algunas ocasiones, como en su novela Libro de Manuel, se solaparon. Dejó de ser un escritor latinoamericano para convertirse en un latinoamericano escritor. ¿Supone este retruécano de su autoría una renuncia a la literatura en beneficio de la actividad política? En absoluto, sólo implica que, a partir de esa toma de conciencia, Cortázar entendió que un “escritor comprometido” puede enviar a los lectores otro tipo de mensajes sin renunciar a la gran literatura1
Así, pues, para 1980, Julio Cortázar ha pasado al menos cinco años de aquí
para allá como un escritor consagrado que aprovecha cualquier plataforma para hablar, con el pretexto de la literatura, sobre América Latina: la luminiscencia de la Revolución cubana ha quedado un poco atrás, y los temas más acuciantes para Cortázar son en ese momento las dictaduras del Cono Sur (el gorilato) y, sobre todo, Nicaragua, que afrontaba un proceso de reconstrucción tras la caída de Somoza y los miles de problemas que toda revolución triunfante encuentra al día siguiente de su victoria.
La bitácora de ese año rebosa de actividad. Entre enero y febrero, Cortázar y Carol Dunlop, su última pareja, visitaron Cuba y Nicaragua. Regresaron a París con el fin de preparar un nuevo viaje de una semana a mediados de marzo: “a Nicaragua —dice Cortázar—fui por Nicaragua misma, y ahora voy a Italia por Nicaragua... me rompo todo para conseguir una mayor solidaridad de estos roñosos europeos con ese pequeño y maravilloso país que se quitó de encima a Somoza pero no así la miseria y el subdesarrollo totales”. De nuevo París. A mediados de abril, visitó la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde dictó sendas conferencias en el Barnard College y en el City College; las disertaciones versaron sobre la literatura de América Latina y su contexto so-
ciopolítico. A principios de mayo, viajó a Washington y a Montreal; en Canadá pudo convivir con el hijo de Carol Dunlop y descansar, por fin, de tanta charla y conferencia. El 15 de mayo regresó a París, de donde se ausentaría seis meses. ¿Los destinos? México y la Universidad de California, en Berkeley. Cortázar disfrutó de un descanso paradisiaco de tres meses en nuestro país. Desde mediados de julio hasta finales de agosto, se instaló, con Carol Dunlop y su hijo, en un complejo de bungalows llamado Las Urracas, a orillas del mar, en Zihuatanejo. Ahí se dedicaron a asolearse, nadar, leer y escribir a salvo de los numerosos admiradores que acosaban a Julio Cortázar con peticiones de autógrafos y fotografías. Cada tercer día iban al pueblo más cercano por provisiones y regresaban a la misma rutina de sol, lectura y escritura.
A finales de agosto, Cortázar participó, en la Ciudad de México, como jurado del premio sobre el militarismo en América Latina, convocado por la editorial Nueva Imagen. Su viaje terminó con un recorrido por el interior del país. El hijo de Carol Dunlop volvió a Montreal, y la pareja alquiló un auto para visitar, entre otros sitios, Palenque, Monte Albán, Oaxaca y Guanajuato.
Siguiente destino: Berkeley. II
Cortázar, como muchos otros intelectuales y políticos, identificó y señaló con claridad que uno de los principales obstáculos para el desarrollo de América Latina tenía nombre y apellido: Estados Unidos y su política exterior. Por lo cual, podría parecer contradictorio que un escritor latinoamericano comprometido con las causas de Cuba y Nicaragua aceptara visitar y dar un curso de casi tres meses en cualquiera de sus universidades. Sin embargo, pese a que se le ha recriminado una supuesta ingenuidad política, Cortázar tenía claro que las palabras de un escritor con su popularidad podían contrarrestar la desinformación y la mala información que los jóvenes norteamericanos recibían a diario sobre los problemas de Latinoamérica. ¿Qué más puede aportar un escritor que su discurso? Así se lo dijo a Eduardo Galeano: “Qué buena francotiradora puede ser la literatura, y si alguien lo sabe sos vos”.
Más que candidez, encuentro en las acciones de Cortázar el reconocimiento de una necesidad y la aceptación de sus límites, aunque a veces la euforia ensanchaba estos límites. En una carta fechada el 21 de mayo, dirigida a Jean Andreu, uno de sus críticos franceses, anuncia su curso en los siguientes términos: “me voy tres meses a Berkeley, en California,
a hacer lo mismo que en Nueva York (son especialmente reaccionarios... de modo que les voy a caer como Lenin en el tren blindado, y ya veremos lo que pasa pero vale la pena)”. Y al hacer el balance del curso, en diciembre, agrega: “Lo de Berkeley salió bien, creo. En el Departamento de Español todavía deben estar bajo la impresión de que albergaron a un peligroso «terrorista». Mejor eso que ser una momia”.
¿En verdad fueron tan incendiarias las clases de Julio Cortázar en Berkeley? Afortunadamente podemos juzgar por nosotros mismos, pues la editorial Alfaguara publicó en el 2013 la transcripción de estas charlas en un volumen titulado Clases de literatura. Berkeley, 1980. En lo que a mí respecta, considero que Lenin nunca llegó a Berkeley ni hubo actos de terrorismo. Sí hubo, en cambio, una exposición lúcida y clara de las ideas más importantes de Cortázar sobre la literatura en general y sobre su literatura en particular. En las clases habló de lo que hoy podríamos llamar los lugares comunes cortazarianos: el cuento fantástico, el realismo, Rayuela, su vida en París y su nexo con la Revolución Cubana. Desde luego habló de política: sobre el caso Padilla y algunos otros temas.
Me interesa, sin embargo, destacar un momento específico de estas clases. Después de hablar del asesinato de Roque Dalton, una alumna argentina, con
la intención de trastabillarlo, cuestionó a Cortázar por qué no decía que en Argentina, así como los militares han asesinado gente, “también los militares han sido muertos”. La respuesta de Cortázar parecería de sentido común, hasta elemental; yo la encuentro más bien punzante, incluso podemos extrapolarla a sucesos de nuestro presente como la masacre de palestinos perpetrada por Israel: “Lo que creo que habría que pensar y tener siempre en cuenta cuando se habla de violencia y de afrontamientos e incluso de crímenes entre dos fuerzas en lucha es por qué comenzó la violencia y quién la comenzó, o sea introducir una dimensión moral en esta discusión”.
Cortázar no pensaba en un pacifismo abstracto y, por abstracto, inicuo: en esta respuesta subyace una petición de justicia, justicia antes que paz. Aquí Cortázar, a quien, ya lo he dicho, se ha tildado sin razón de ingenuo, actuó con coherencia. En las páginas preliminares a Libro de Manuel (1973) había desarrollado ya una idea clara (y poética) sobre la violencia: “la difundida imagen de la muchacha norteamericana que ofrece una rosa a los soldados con las bayonetas caladas sigue siendo una mostración de lo que va del enemigo a nosotros; pero que nadie entienda o finja entender aquí que esa rosa es un platónico signo de no violencia, de ingenua esperanza; hay rosas blindadas, como las vio el poeta, hay rosas de cobre,
como las inventó Roberto Arlt”. Dicho esto, debo matizar: Lenin no llegó a Berkeley, pero sí lo hizo un barbudo —que lo entienda quien lo quiera entender— que, cuando le preguntaron cuál sería su posición ante una posible intervención yanqui en El Salvador o Nicaragua, respondió: “puedes tener la seguridad de que no voy a estar esperándolos con un ramo de flores”.
III
Cortázar y Carol Dunlop volvieron a París vía marítima en el Axel Johnson, un carguero sueco que daba albergue solamente a seis pasajeros. Cortázar regresaba satisfecho, entusiasmado; pero, sobre todo, exhausto. En una carta que escribió a su madre a bordo, en algún lugar del Pacífico, dice: “Yo también envejezco, mamita, mis ojos se cansan mucho (los usé demasiado en esta vida) y me fatigo fácilmente; hay días en que me siento rabioso de no ser ya el que fui”.
En ese momento, Julio Cortázar era un escritor consagrado que recibía homenajes en vida: L´arc dedicó a él en exclusiva su número 80, y la revista Cuadernos Hispanoamericanos, en sus números de octubre-diciembre, publicó un “Homenaje a Cortázar” de 648 páginas. Daría la impresión de que nada le quedaba por hacer; no obstante, mantuvo intactos su compromiso político y su inquietud crea-
1Este texto se va poblando de comillas y cursivas; pero, aunque resulten molestas, vale la pena utilizarlas para relativizar los enormes fardos semánticos de ciertas palabras que jamás satisficieron a Cortázar.
Carlos A. López Navarrete. Estudió Historia y Letras. Varios años formó parte del taller literario de los Goliardos en el Centro Cultural José Martí de la Ciudad de México. En 2005, ganó el premio de cuento Punto de partida con el relato “Pedro Bartolomé”. Escribe relatos que quizá algún día vean la luz, y da clases de español y de literatura en secundaria. Lector 24/7.
tiva. En los siguientes años, participó en comités de ayuda a Nicaragua, publicó un libro de cuentos más (Deshoras) e hizo, en mayo de 1982, junto con Carol Dunlop, el mítico viaje de París a Marsella que cristalizaría en Los autonautas de la cosmopista. Carol Dunlop murió en noviembre de ese mismo año y Julio Cortázar, el infatigable-imaginativo-lúdico-revolucionario escritor argentino, el 12 de febrero de 1984.
Todos tenemos momentos axiales en nuestra vida, aquéllos que marcan un antes y un después. También vivimos otros que podríamos llamar de síntesis, aquéllos en los que todos los planos de nuestra existencia confluyen armónicamente en nuestro ser, momentos de rotunda, aunque fugaz, plenitud. 1980 significó para Cortázar la última síntesis de su vida con una época que estaba por llegar a su fin.
Dossier Cortázar
Carlos López Navarrete
Dossier Cortázar
El textonauta del cosmolibro
6 Por Daniel SanMateo
No hay otro texto de Julio Cortázar (salvo el capítulo siete de Rayuela, El perseguidor, Casa tomada, Continuidad de los parques, La noche boca arriba y La autopista del sur) que haya tenido tanto impacto en mí como Los autonautas de la Cosmopista Una verdadera nostalgia acompaña mi lectura y el mirar de las fotografías presentes en el volumen, un país, un mundo, un tiempo perdido, una memoria de quien fui o una semilla de quien podría ser, el recuerdo de mi abuelito y de mi padre, y el pasado que permanece en el corazón, pero que nos forja y nos da identidad. Además, hay en Cortázar una inspiración de cómo un escritor debe vivir su vida y de cómo debe escribir sus novelas y cuentos y ser congruente con sus ideales, o quizá tan solo algunas fechas que nos hermanan y que entonces me hacen regresar a su obra una y otra vez.
En aquel momento estudiaba a Henry y a Marion con desenfreno, cuando descubrí en la biblioteca pública de la rue Mouffetard el maravilloso libro. Pertenecía a la colección Du monde entier de la editorial Gallimard y tenía como autores tanto a Cortázar como a Carol Dunlop, su segunda esposa.
Al hojearlo, me sorprendieron algunas cosas de inmediato: las fotografías en blanco y negro (tomadas por Carol) de ambos en una VW Kombi (que al leer el texto supe que era roja y llamada Fafner, como el dragón de El anillo del Nibelungo de Richard Wagner), los esquemas dibujados por Cortázar para detallar los paraderos de la Ruta del Sol (que separa por 800 kilómetros París de Marsella) y el cambio tipográfico del texto, intercalando los pasajes narrativos de otros en forma de bitácora o reporte científico.
Desde el inicio, uno entiende que no se trata ni de una novela ni de una colección de cuentos, sino de un proyecto artístico-científico emprendido por la pareja que, para ese momento, desgraciadamente, se sabían ya con los días contados (ella moriría un año después del viaje y él dos años después tras la publicación en español y francés).
El proyecto es un recorrido de París a Marsella, exclusivamente por la autopista, y deteniéndose en los 75 paraderos de la misma, explorando cada uno, documentando su condición, fauna, flora, emprendiendo a su vez una sociología de los viajeros encontrados e investigando incluso sus afecto e idiosincrasias de ellos mismos.
A lo largo del recorrido, que usualmente tomaría unas nueve horas de manera directa, pero que se extendió por 33 días, el lobo (Julio) y la osita (Carol) deben enfrentar el viaje que a ratos toma la forma de una novela de misterio, con camioneros espías que los siguen de paradero en paradero, escenas extrañas donde un cono de ruta es un vestigio de un antiguo aquelarre de brujas o revelaciones casi místicas
sobre el sentido de vivir.
Así, la aventura permite descubrir el mundo desde un lugar y tiempo fugaz, una impermanencia idéntica a la del ser nuestro que es siempre tránsito, una observación casi lejana desde un no-lugar, como diría Augé. Desde esa distancia casi fenomenológica, el ekstase heideggeriano, el afuera-de-unomismo, los viajeros redescubren que el camino es una metáfora de la vida, que las metas no son aquello que nos motiva o impulsa sino cada paso del camino andado es motivación y triunfo por igual, que el proceso (como en la escritura es cada palabra y cada frase y cada verso) vale más que el resultado o que el detalle oculto de la realidad se manifiesta sólo para aquéllos que se dan la oportunidad de percibirla tal cual, sin prejuicios ni juicios posteriores, abriendo los sentidos y el alma.
Por lo tanto, en el viaje que realizan los autores, viaje cortazariano por excelencia propia, leemos también una ética y una epistemología: disfrutar del
momento dado, buscar lo insólito detrás de lo banal, relacionarse sin juzgar tanto, abrirse a las posibilidades de lo que el futuro nos deparare sin perder nuestro andar, el quiénes somos y cuál ha sido la historia que nos ha conducido hasta aquí.
Y quizá por esto mismo el libro me ha acompañado desde entonces, casi una cuerda que enlaza dos lugares y tiempos, el allá de mi infancia y de mi juventud con el aquí de mi presente y futuro, la raíz con el fruto.
Porque quizá existan otros libros de viaje que cuenten aventuras extraordinarias, desde la Odisea y su mitología fantástica, los viajes de Marco Polo o las cartas de relación de Colón y Cortés, las hazañas beatnik de Kerouac o el escape hacia la Alaska salvaje de McCandless, pero ninguno otro que parodia el viaje y lo narra tan en serio como éste. Un último viaje antes de fenecer. Quizá esto sea también el significado de la vida, una transitoriedad donde
nuestro paso acaso deja una traza que, aunque minuta, cuente nuestra historia, nosotros los escritores de nuestro relato, lectores del gran libro universal, viajeros de incontables historias del yo y de la otredad en un camino tan grande como el cosmos en su totalidad, hasta ese final digno de un brindis de pastis dulce en el viejo puerto de Marsella. Cortázar concluye el libro, tras la muerte de Carol, con estas líneas:
A ella le debo, como le debo lo mejor de mis últimos años, terminar solo este relato. Bien sé, Osita, que habrías hecho lo mismo si me hubiera tocado precederte en la partida, y que tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir como acaso hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista.
Daniel SanMateo. Filósofo por Paris IV Sorbonne, autor de Luciérnagas en el desierto, 20201; Nunca más serás tan joven como ahora, 2015, entre otros. En 2023 ganó el Premio LIJ-UAEMex por Zo piloto.
Julio Cortázar y Carol Dunlop
Daniel SanMateo
Un buen amigo argentino
6 Por Roberto Abad
Julio Cortázar (26 de agosto 1914-12 de febrero 1984)
Dejemos de lado que escribió una de las novelas más atípicas y deslumbrantes de su época, y que llevó el género del cuento a una de las cumbres en Latinoamérica; también, que creó mecanismos, artilugios, divertimentos y en general vías poco exploradas para llegar a la literatura, y que nos acercó a lo fantástico como un sentimiento de extrañeza. De esto se ha hablado y se hablará. Pero pongamos esta vez la mirada sobre Julio Cortázar, el amigo.
Al leer Las cartas del Boom (Alfaguara, 2023) me he preguntado sobre
el significado de la amistad para el escritor argentino. En este libro se muestra la correspondencia entre los cuatro más conocidos de dicho movimiento: Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y el autor de Rayuela. Ordenadas cronológicamente, el diálogo epistolar expone a los escritores como perfectos personajes de una novela que formó el tiempo y la escritura de un autor invisible, omnisciente, quien, con admirable malicia, colocó los elementos idóneos para ahondar en las diversas psicologías. No me asombró reconocer, por
ejemplo, un Fuentes con la ambición de generar un grupo literario que repuntara en Europa jactándose de “lo latinoamericano”, ni darme cuenta de que García Márquez lidiaba con el dinero mucho más que los otros tres, ni que Vargas Llosa fuera alguna vez un escritor de izquierda comprometido con el presente, sino hallar en Cortázar un espíritu generoso hacia sus contemporáneos, espíritu que le permitía verlos a través de diferentes catalejos, según la ocasión; es decir, leerlos sin eufemismos.
Es 1958 y Fuentes, ávido de opiniones, le envía La región más transparente. Cortázar la lee y le escribe: “Usted ha incurrido en el magnífico pecado del hombre talentoso que escribe su primera novela: ha echado el resto, ha metido un mundo en 500 páginas, se ha dado el gusto de combinar el ataque con el goce, la elegía con el panfleto, la sátira con la narrativa pura […] Pero, Carlos, salvo para los que conocen como usted su México, todo el comienzo del libro, con sus entrecruzamientos, sus flashbacks, sus asomos de personajes rápidamente escamoteados hasta muchas páginas después, provocan no poca fatiga y exigen una cierta abnegación del lector para salir finalmente adelante”.
En otra carta (1962), Cortázar diría, quizá con fina ironía, que esa novela “sigue siendo un recuerdo imborrable”. Sin embargo, como si fundara una tradición, más tarde Fuentes le envía también La muerte de Artemio Cruz. En la misiva de respuesta, el cronopio mayor comienza con
Roberto Abad (Cuernavaca, 1988) es escritor y músico. Estudió Ciencias de la Educación (UAEM). Algunos cuentos suyos se encuentran publicados en antologías y medios nacionales e internacionales como la revista española Quimera y The South Carolina Review, y ha sido traducido al francés y al portugués. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de narrativa en 2018 y actualmente lo es del Fonca. Ha publicado el libro de cuentos brevísimos Orquesta primitiva (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015) y el libro de relatos Cuando las luces aparezcan (Paraíso Perdido, 2020 / 2024), con el que obtuvo el XI Premio Nacional de Narrativa “Ramón López Velarde” en 2018. Y en 2023, publicó El hombre crucigrama (UNAM), que recibió una mención especial en la selección del Banco de Libros Venezuela, que cada año premia lo mejor de LIJ en español.
un listado de virtudes que ha encontrado en sus otras obras, para llegar a lo siguiente: “Todo el libro está lleno de momentos magníficos; no sé por qué la novela en sí no me ha conmovido. ¿Te noto demasiado atento a los problemas técnicos? Hay algo de gran laboratorio en tu libro; buscas (y muchas veces encuentras), ensayas formas, enfoques, ataques. La técnica de los pasajes en primera y en segunda persona, por ejemplo, se me antojó a veces demasiado mecánica, con una repetición cada tantas páginas que le quitaba fuerza. Pero en el fondo lo que quizá no me atrapó plenamente es la imagen misma de Artemio Cruz”.
Cortázar tenía claras las intenciones del Boom. No por nada al recibir invitaciones a encuentros o congresos por parte de alguno de los ya mencionados, él prefería quedarse recluido en su casa: “es una cuestión carácter, de querer seguir solo y al margen”. Esta postura no lo privaba de pensar en sus contemporáneos, en sus obras como fuentes de reflexión. Para Cortázar, la amistad estaba estrechamente asociada a la crítica. Quien te critica con sinceridad, parece decirnos, te lee mejor que nadie. Un amigo, por tanto, era ser leal a la literatura, a la belleza, a la verdad. Y él, mejor que nadie, sabía serlo.
Dossier Cortázar
Roberto Abad. Foto de Citlalli Castañeda Cázares
Maestro Julio
6 Por Eduardo Gómez Prieto
Desde “Instrucciones para llorar” o para cantar, hasta pasajes tan emotivos como los del poema “El futuro”, el universo literario del maestro Julio Cortázar es una marca indeleble en la historia de la literatura.
Su estilo tan característico al escribir recuerdos y añoranzas, de poder inundar de nostalgia el
corazón del lector con sólo las primeras líneas, es una conexión muy íntima que no cualquier escritor puede crear.
Las palabras de Julio Cortázar son más que justamente eso: palabras, palabras, palabras ¡No! Son un sinfín de emociones. Al leerle, las recibo como un cálido abrazo. Se siente como si, por un instante, alguien que jamás co-
nocí, haya sido informado con antelación que buscaría refugio en los libros y decidió dejar preparado un refugio para mi mente y corazón.
Tal vez, lo único que olvidó fue crear una nota complementaria a las “Instrucciones para llorar”, así sabríamos qué hacer con los nudos en la garganta. Ese momento exacto, previo, en el que uno trata
de contener el llanto.
En su memoria, celebramos no sólo su grandeza y genialidad, sino también su valiosa contribución a este universo el cual, gracias a él, sigue siendo un foro de creatividad y un espacio de reflexión.
Gracias por tanto, maestro Julio, las ganas de viajar en el tiempo y tomarme un café a su lado y desahogarme, siguen vigentes.