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que “Quien

visto los dibujos académicos de Ruelas podrá darse cuenta que, efectivamente, su entrenamiento como dibujante no dejó qué desear. Sus dibujos pueden compararse a los buenos dibujos de los artistas mexicanos que se formaron en la Academia. Pero son los sketchs, tomados improvisadamente del natural los que acusan mayor celeridad y seguridad en el trazo, pocos ‘arrepentimientos’ y escasas fallas”. Julio Antonio Luis Ruelas Suárez nació un 21 de junio de 1870 en la ciudad de Zacatecas y para recordarlo, compartimos en esta edición algunos de los dibujos de su autoría que se encuentran en exhibición en el Museo Francisco Goitia.

SUPLEMENTO CULTURAL NO. 580 /// 26 DE JUNIO DE 2023 /// AÑO 13 DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
Julio Ruelas. Autorretrato. Lápiz sobre papel. Museo Francisco Goitia-Secretaría de Cultura- INBAL. Decía Teresa del Conde haya

Gualdra No.

Julio Antonio Luis Ruelas Suárez nació un 21 de junio de 1870 en la ciudad de Zacatecas, este 2023 se cumplieron 153 años de su natalicio. Vuelvo al Museo Francisco Goitia para celebrarlo y para ver por enésima ocasión su obra; en la entrada me recibe don Martín, el custodio apasionado de la vida y obra de Ruelas y a quien me une una complicidad sólo comprendida por quienes no dudamos en asumirnos como integrantes de una hermandad Rueliana; le digo que sólo voy a tomar unas fotos porque Julio cumple años y sonriente me acompaña a observar, con la misma admiración del primer día, los dibujos que se encuentran en el museo, en una salita aledaña a donde están los grabados de La Crítica y La Medusa.

Entramos don Martín y yo y nos encontramos a un visitante; se trataba de un hombre que rondaba los cincuenta años y que observaba con especial atención la serie de grabados que Ruelas hiciera los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX. Nos detuvimos un momento porque nos dio curiosidad ver cómo ese señor se ponía los lentes para ver de cerca las piezas con minuciosidad, luego se los retiraba, daba unos pasos atrás y sonreía antes de repetir la acción anterior. Nos quedamos en silencio viéndolo hasta que nos descubrió y saludó amablemente. Perdón, le dije, es que nos emociona ver cómo disfruta las piezas de nuestro paisano. El señor nos comentó que era de Chihuahua, que visita la ciudad de vez en cuando y que cuando está aquí procura hacer un espacio para regresar a ver la obra de Ruelas, porque la ha visto muchas veces, pero no se cansa de volver porque siempre encuentra un nuevo detalle que lo sorprende. Don Martín dijo sin titubear: Es usted uno de los nuestros. El hombre nos dio la mano y lo invitamos a ver la salita. Mire, aquí están sus dibujos, los publicaré porque Julio está celebrando su cumpleaños. Entramos a ese espacio luminoso y nos quedamos los tres comentando la facilidad y perfección del trazo del artista zacatecano que vivió sólo unos años -unos pocos en su ciudad de origen y otros pocos más en la Ciudad de México y en París-. El señor chihuahuense de verdad admira la obra de Julio

Antonio Luis, le compartimos que ése era el nombre completo de quien nos llena de orgullo por todo lo que hizo, y ahí nos quedamos comentando, además, que el pintor y también dibujante e ilustrador de la Revista Moderna, tenía una rara fascinación por el detalle. Sí, nos dijo, esa mujer que está de espaldas pareciera que está a punto de voltear a vernos. Se refiere al dibujo que Julio Ruelas hizo de una mujer ataviada con ropajes del siglo XIX y la que parece ser Margarita, su hermana, a quien haría también dos retratos al óleo -uno en traje de día y otro con vestido de luto-, entre otros más.

Tomé las fotos de los dibujos mientras hacíamos el recorrido. En eso estaba cuando vi una notificación en mi celular, se trataba, coincidentemente, de Alejandro Carnicero, otro joven cofrade rueliano, quien se encontraba en París y acababa de visitar la tumba de Ruelas en Montparnasse y decía: “Después de 5 años volví a visitar a Julio Ruelas. Le dejé algunas flores que encontré en el camino, fumé un tabaco recién liado y le leí tres poemas inspirados en él y su obra: uno de Rafael López, otro de Enrique González Martínez y uno más de mi autoría. Todos versos alejandrinos, por cierto. Escribí mis tetradecasílabos en una hoja y, en la parte trasera de la escultura, la coloqué bajo una piedra –quizá mañana ya no esté, pero qué más da–, luego palpé el mármol que Arnulfo Domínguez esculpió en su honor y huí para buscar más tumbas”. No está demás decir que me emocionó ver su video; ahí estaba Alejandro leyendo versos a Julio y nosotros acá, al mismo tiempo, admirando la obra de quien no creo que hubiera imaginado algún día, que, en 2023, tendría a 4 personas, en diferentes lugares, hablando de él y recordando su cumpleaños.

Visite el Museo Francisco Goitia; ahí encontrará la serie de dibujos que presentamos en esta edición, y, además, otras piezas de óleo, temple y grabados de su autoría. Que disfrute su lectura.

Jánea Estrada Lazarín janea_e@hotmail.com

Dibujos de Julio Ruelas [en el Museo Francisco Goitia] Por Jánea Estrada Lazarín

Sopa Por Mariana Flores

Despedida para Édgar Hurtado Hernández en su anticipada partida Por José Enciso Contreras 4 7

Desayuno en Tiffany’s, mon ku

Dos en la carretera: Gracia, de Ilya Povolotsky Por Sergi Ramos

Eureka, de Lisandro Alonso: Una película que juega con el tiempo y el espacio [en el Festival de Cannes] Por Carlos Belmonte Grey

Across The Spider-Verse: la revolución del género Por Adolfo Nuñez J.

Sobre Todos fueron tú, de Julio César Toledo Por Luis Téllez Tejeda

LA GUALDRA NO. 580 /// 26 DE JUNIO DE 2023 /// AÑO 13
La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores. Carmen Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx
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Editorial

Despedida para Édgar Hurtado Hernández en su anticipada partida

Reza el proverbio que la muerte y el amor son temas que no pasan de moda. Será porque en ocasiones se encuentran íntimamente ligados, como es el caso. Partes de la vida, médula de la humana existencia. Mas con esta reflexión no estoy pensando en justificar la partida del amigo y del colega. Una de las significaciones atribuidas al verbo resignar es “conformarse con las adversidades”; suele desearse casi en automático la pronta resignación a quien sobrevive al que se va. Se desea de buena fe, esperando el bienestar del deudo, pero pensándolo bien uno tiene derecho a no conformarse con el hecho aciago, y menos con la muerte del padre, hijo, hermano, amigo, colega o pareja. A manifestar que no me gusta que la gente muera antes de tiempo, es decir, antes de agotar el periodo que en buena lógica debe estarse en el mundo de los vivos y culminar, digamos que un ciclo más o menos completo, hablando en términos convencionales. No me parece justo partir sin terminar de beber completamente el agridulce vino en la copa de nuestra vida. Educador vocacional, Édgar Hurtado no le decía que no a cualquier buen seminario que se le pusiera enfrente. Comentando, aportando, dialogando con ese talante tranquilo con el que anduvo por este mundo. El primero en llegar y el último en irse. Sus alumnos aún recuerdan sus enseñanzas y aprendieron de esa manera irónica de ver las cosas falsamente serias. Activista de la vida,

deportista, organizó con entusiasmo adolescente y por amor al arte a los Caxcanes, inolvidable equipo de futbol americano que logró insólitamente contagiar a los universitarios zacatecanos, acostumbrados por décadas al soccer o al básquet, y llegó a conquistar títulos inéditos en la historia deportiva de la Universidad Autónoma de Zacatecas.

Édgar deja entre nosotros muchos recuerdos fraternos y entrañables. Experiencias de vida, fortaleza y testimonios de trabajo y lucha permanente.

Junto con él y varios colegas más nos tocó vivir varias veces la laboriosa empresa de iniciar proyectos académicos exitosos, viables, vigorosos y de largo aliento en la UAZ, y todo eso tiene su explicación. Les contaré. Tras sesuda investigación doctoral, a finales de la primera década de este siglo, otro buen amigo mío me contó haber estudiado los muy mentados cuerpos académicos de la UAZ, entonces recientes en el sistema educativo superior mexicano.

Concluyó que los más afortunados eran aquéllos que se conformaban a partir de relaciones interpersonales amistosas entre sus miembros. O sea, allí donde se habían gestado previamente, o se estaban gestando, lazos de solidaridad y colaboración fraterna. Cuando un cuerpo académico se construía desde arriba, tan solo por indicaciones de la SEP, es decir como un matrimonio por conveniencia y mal avenido, el conjunto difícilmente se consolidaba. El tiempo le ha dado la razón a aquella investigación. Porque no por designios

de la autoridad surgieron los cuerpos académicos, y los grupos con tradiciones de investigación en los que se desenvolvió Édgar y muchos de nosotros. Antes que colegas éramos, somos, amigos. Mencionaba arriba el talante tranquilo de Édgar y lo traigo nuevamente a cuentas para reflexionar en que nunca lo vi realmente enojado. En momentos difíciles, coyunturas incómodas —que en la academia y en la UAZ vaya que los hay—, más bien lo recuerdo llamando a la calma cuando muchos de nosotros estábamos ya francamente cabreados. Ese temperamento, bálsamo de cordura, salva más situaciones que las que creemos.

Un grupo de colegas como el nuestro resistió así cualquier tormenta. Si llegaban tiempos malos, la nave, si bien crujía y se bamboleaba, estaba lo suficientemente bien calafateada para afrontarlos. No hubo temporal que lo echara a pique. Todo el mundo estuvo en sus puestos. Si el piloto se cansaba, la tripulación elegía otro sin problemas entre los demás camaradas. Llegado el caso de un naufragio, que los hubo, se podía construir en equipo otra nao nuevecita y más ligera aún. Quienes hemos vivido de la academia, sobre todo en las universidades públicas, seguramente saben de qué estoy hablando. Conocen lo que es no tener siempre un rector amistoso, sufrir carencias de espacio y aulas, falta de equipo o recursos para publicar, malas vibras y malas voluntades, por sólo citar algunos ejemplos.

Sólo una tripulación fraterna puede sor-

tear el temporal. Un académico así era Édgar, incansable, echao pa´lante. Nos lega toda una vida académica de contribuciones a la historia de Zacatecas y de México, a la formación de cientos de profesionales de la historia y de las ciencias sociales en la UAZ, tanto a nivel nacional como internacional.

Egresado de escuelas públicas, tuvo el privilegio de pasar por las aulas de Chapingo, las universidades autónomas de Aguascalientes y la de Zacatecas. Integrante de una amorosa familia entrañable que se hace querer irremediablemente. No era raro encontrarlo o verlo a lo lejos a él y sus hijos en motocicleta, recorrer las calzadas periféricas a la ciudad. Por cierto, reconozco que muchas de las facetas de la vida de Édgar nos las hemos perdido por no ser motociclistas, sino meros automovilistas aburridos. Cuántos paisajes y jornadas, horas y horas de la sosegada emoción de recorrer las rectas infinitas de una carretera perdida rumbo a Mazapil, es un decir. En fin, no se puede estar en todo, como intentó hacerlo Édgar.

Quiero manifestar finalmente a la doctora Mariana Terán y a Édgar y Teto, así como a las familias Terán y Hurtado, mi solidaridad afectuosa en estos momentos difíciles. Está demás decirles que cuentan con nosotros. Convengamos en que gente como Édgar no se va del todo y que seguiremos celebrando su feliz memoria con el entusiasmo y humanidad que nos deja como principal legado. Los abrazo.

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In Memoriam
Édgar Hurtado Hernández (1964-2023) en La Acrópolis, Zacatecas.

Dibujos de Julio Ruelas [en el Museo Francisco Goitia]

Este 21 de junio Julio Antonio Luis Ruelas Suárez hubiera cumplido 153 años. Nacido en la ciudad capital de Zacatecas, vivió en su lugar de origen sólo unos años pues, debido al trabajo de padre, la familia completa tuvo que migrar a la Ciudad de México. Desde niño, Julio Antonio Luis Ruelas Suárez manifestó su talento y su deseo de ser artista. Después de estudiar en la Academia de San Carlos, en 1892 Ruelas viajó a Alemania para estudiar en la Academia de Karlsruhe. Fue ahí en donde perfeccionó la técnica del dibujo y en donde, según su contemporáneo Ángel Zárraga, “se hizo más contemplativo aún” y “reinició una larga amistad con Goethe, siendo Fausto su libro de cabecera desde entonces hasta su muerte”;i por supuesto que Zárraga -quien además fue alumno de Ruelas- hablaba metafóricamente y, para continuar con esa metáfora, podríamos decir que decir que Julio era gran amigo también de la música de Beethoven, de la mitología griega, de la poesía, de Kant, de Nietzsche, un gran adorador de las mujeres, el tabaco, la cerveza, la vida bohemia, pero, sobre todo: del arte.

En el Museo Francisco Goitia hay varias piezas de Julio Ruelas: una serie de óleos, grabados y dibujos; pero hoy queremos presentar sólo algunos de estos últimos, sobre todo porque suelen ser los menos conocidos y citados; sin embargo, en ellos podemos comprobar con facilidad la maestría del artista zacatecano. Decía Teresa del Conde que “Ruelas no abandonó nunca la representación naturalista, ni tampoco dejó a un lado las copias simples de figuras humanas, animales o motivos de paisajes a lo largo de su trayectoria como dibujante", ii algunas de estas copias a las que se refiere la crítica de arte, se encuentran en una pequeña sala del Museo Goitia y son las que les presentamos aquí: destacan su autorretrato, el retrato de un hombre -que probablemente sea su hermano Aurelio- y dos más de mujeres -quizá la modelo sea Margarita, su hermana- en distinta posición; se trata de piezas al lápiz realizadas en los últimos años del siglo XIX, dos años después de su regreso a México. En esta sala encontrará, también, algunos dibujos que realizó para la Revista Moderna antes de viajar a París; hay que recordar, que su labor como ilustrador de esta publicación periódica fue destacada al punto de haberse convertido, por mérito propio, en su director artístico. Del Conde, al respecto dice también: “Si bien su obra de ilustrador se dirige con predilección a asuntos imaginativos, muy a menudo torturantes o malsanos, hay momentos de pausa en que realiza dibujos ajenos a todo tipo de complicación sicológica”,iii los dibujos hechos a lápiz y a tinta que se encuentran en la misma sala –Enano con calavera y ratón, Fauno y unicornio, Hombre que bebe con la muerte, y Personajes sentados- son una muestra de lo referido por la investigadora. Los invitamos a que visiten la sala en la que se encuentra esta muestra, compartiendo lo que Alfonso Reyes escribió también al respecto del dibujo de Ruelas: “Quien advierta el tratamiento sencillo que Julio Ruelas da a los contornos, harto admirado se quedará de la intención de sus dibujos.

Él, según el justo sentir de un crítico joven, no desequilibra proporciones, no alarga figuras. Tampoco desvanece el cuerpo en la obscuridad absoluta, para que el rostro, blanco e impávido, brille como un astro enorme. Y hasta cuando imagina monstruos, su sentido de las dimensiones, que parece molde de creador, lo guía seguro y los monstruos resultan, aunque absurdos por el hibridismo, mágicamente perfectos en la proporción”.iv

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Arte
Fauno y unicornio. Tinta sobre papel.
Cara de hombre 3/4 de perfil. Lápiz sobre papel.

* Todas las imágenes compartidas aquí son de Julio Ruelas y están en exhibición en el Museo Francisco Goitia. Pertenecen a la Secretaría de Cultura- INBAL.

Ángel Zárraga, “Julio Ruelas”, El Diario, México, 8 de octubre de 1907, pp. 71-73. En Del Conde, Teresa, Julio Ruelas, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, México, 1976, p. 17.

i i Del Conde, Op. Cit., p. 51.

iv Ídem.

v Alfonso Reyes, “Ruelas subjetivo”, Revista Moderna de México, Ciudad de México. Dir. Jesús Valenzuela. Consultor artístico: Jesús Urueta, septiembre de 1908, pp. 12-15.

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Arte
Personajes sentados.Tinta sobre papel. Mujer de espaldas. Lápiz sobre papel. ca 1897 Hombre que bebe con la muerte. Tinta sobre papel. Enano con calavera y ratón. Lápiz sobre papel. Mujer sentada. Lápiz sobre papel. ca 1897.

Río de palabras

Sopa

Después de la primera sesión, nada volvió a ser igual. Déjà vues constantes, parálisis del sueño, desmayos y sueños vívidos. En la segunda sesión, la Concha Soto nos explicó que quienes estábamos ahí éramos canalizadores.

Como mencioné en mi primera crónica, los asistentes que acudimos con la doctora Soto teníamos algo en común: padecíamos algún tipo de “trastorno” depresivo mayor, de ansiedad o bipolaridad. Lo primero que tuvimos que procesar es que vivimos en una sociedad que nos patologiza. Una sociedad farmacológica. En realidad, nuestro cerebro “se inflamó” y creció un poco más por diversas razones, en su mayoría, desconocidas. Al tener un cerebro más grande, “sentimos más”; Concha nos enseñó que no sólo sentimos más: vemos más porque observamos y escuchamos con el cuerpo.

La civilización nos enseña a callar el cuerpo, ¿qué pasa si pones una tapa en un recipiente con agua hirviendo?: sucede “el trastorno” de no poder separar lo mental de lo físico, lo espiritual de lo terrenal.

Tercera sesión, estoy frente a una mujer: Nayeli. Ella tiene tres cartas de baraja en su mano derecha, no puedo ver su contenido. Cierro los ojos, mientras el ruido de la aguja contra un acetato sin contenido hace ese sonido tipo tiza. Inhalo. Primero veo unos flashes de luz blanca, y escucho agua, mucha agua. “Agua” le digo a Nayeli, ella voltea la primera carta que contiene tres líneas onduladas.

Cierro los ojos por segunda vez, todo es negro y huele a cera consumiéndose, veo puntos de luces, borrosos, se alejan, estoy volando sobre un círculo de velas… “rueda”. Nayeli me muestra la segunda carta con un círculo per-

fecto. Inhalo, pongo mis manos sobre los ojos, escucho que tocan un vidrio, y veo una ventana que da hacia ningún lugar. “Cuadrado”. Ella sonríe “tres de tres”.

Desde esa vez no he vuelto a las sesiones. Aquella noche, antes de dormir un intenso olor a sopa de fideo me despertó. El olor era tan fuerte que hastiaba. Revisé la cocina, el tazón de mi gato, nada que pudiera explicar ese extraño olor. Insomnio.

A la mañana siguiente desayuno, me siento ligera. Tuve un sueño vívido con mi abuela, quien me dio un abrazo. Se veía feliz. Salgo con prisa, voy tarde. Necesito llegar a la revista y redactar mi experiencia con las cartas. Bajo las escaleras de edificio. Abro la puerta, a unos metros veo el camión que me lleva a mi destino.

La parada vacía. Son los diez minutos mágicos, si salgo diez después, la

gente ya está aglomerada en la parada y ya no alcanzo a subir. Mientras espero el semáforo, cincuenta segundos para que el muñeco en verde aparezca. Treinta, veinte, diez… ¡Ese olor otra vez!, volteo, quiero ver de dónde viene. Lo sigo, unos metros detrás de mí, hay una fonda de comida rápida. Una muchacha escribe en la pizarra hoy tenemos sopa fideo, albóndigas y flan de la casa”. Me aventuro a entrar al lugar, dudosa pues apenas las personas están trabajando, en lo suyo, cocinando y limpiando. Y en eso, un golpe seco, atroz, monumental, me congelo. La gente de la fonda sale corriendo. Volteo. Silencio. El camión se ha estampado contra la parada, un tráiler lo empujó. Es un acordeón. Carambola monumental. Los ruidos de sirenas, gente gritando. Y el olor a sopa lo inunda todo.

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6 Por Mariana Flores*
@LaMayaFlores: Escritora, socióloga e investigadora.
Mariana Flores, Sopa.

Desayuno en Tiffany’s, mon ku

Dos en la carretera: Gracia, de Ilya Povolotsky

Gracia, primer largometraje del director ruso Ilya Povolotsky, se convirtió en una de las muy gratas sorpresas del Festival de Cannes. Proyectada en la Quincena de los Cineastas, se trata de una road movie que recorre las zonas limítrofes del Cáucaso, siguiendo las etapas de una furgoneta en la que viajan un padre y su hija adolescente.

Uno de los grandes aciertos de la película consiste en retomar la experiencia común del viaje por carretera, puntuada por encuentros necesariamente imprevistos. Padre e hija entablan relaciones fugaces con los personajes secundarios, durante unas horas, antes de dejarlos atrás. Retratos de un instante, como la afición de la joven adolescente por las fotografías Polaroid, única memoria conservada de esta experiencia.

El filme expande la lógica del viaje aportando de manera progresiva la información sobre los dos protagonistas. Hasta aproximadamente la mitad del metraje, no sabemos nada

de por qué padre e hija viajan en su furgoneta ni a qué se dedican. Hasta que una secuencia se inicia con unos coches rodando a toda velocidad por un paisaje desértico. Tras un corte, los volvemos a ver parados en un improvisado autocine en medio de la arena, mientras la joven vende refrescos y chicles a los espectadores. Hasta dos secuencias después, no se confirmará que ambos organizan proyecciones ambulantes por todo el territorio, como tardaremos en enterarnos de cuál es la verdadera razón por la que el padre decidió emprender esta vida nómada.

La película de carretera como viaje de formación, para una joven que empieza la película con su primera menstruación, y que va a pasar de aguantar como una niña las esporádicas relaciones de su padre, a intentar emanciparse para encontrar su lugar como adulta. El viaje como remodelación de las jerarquías familiares.

La road movie permite también acceder a una Rusia periférica, que com-

bina los espacios salvajes, los centros comerciales y los gigantescos complejos residenciales medio en ruinas, deshechos de la época soviética, donde la economía informal parece ser la regla. Un país sin internet, fuera del presente, en el que el trabajo de los dos personajes, y el cine, todavía tienen sentido. “¿Qué harás cuando todo

el mundo tenga internet?”, pregunta la hija. “Me compraré un orangután”, responde el padre.

Sin duda Ilya Povolotsky, en su ópera prima, al desplegar encuentros inacabados y esporádicas relaciones a través de esta Rusia de los márgenes, alcanza una forma de gracia.

Eureka, de Lisandro Alonso: Una película que juega con el tiempo y el espacio [en el Festival de Cannes]

Cuando un director de cine decide dejar correr una secuencia “mucho y largo tiempo” a los espectadores acostumbrados a secuencias y tomas de entre 4 y 8 segundos de duración siempre se nos viene a la cabeza, “¿para qué?”, y decimos “qué lenta película”.

La película Eureka del argentino Lisandro Alonso programada dentro de la sección Cannes Premier del Festival de Cine de Cannes, nos pone frente a estos desafíos de un espectador cada vez más acostumbrado al consumo voraz y veloz de imágenes.

Alonso creó una historia no lineal en tres partes mezclando: el western, el policial y el indigenismo, para hacer historia de sensaciones más que un narración cronológica y lógica. Cómo explica sus decisiones de duración, es lo primero que uno, por tanto, se pregunta: “Eso es verlo y verlo, hasta

acá sí, hasta acá no. Esto me genera esto. Si filmas un vaso dos minutos empiezas a pensar qué hace un vaso ahí. Me hace pensar que la chica está pensando si tomarse el té y entonces ya ahí quiere ella desparecer, y si lo hago hasta acá me hace pensar en otra cosa. Y cuando me dicen esto es para dos segundos, pero no. Yo lo que hago es jugar con el espacio-tiempo a un nivel más cinematográfico”, comentó en entrevista Alonso.

La película de dos horas y veinte seis minutos que tardó más de tres años producción debido al COVID-19 tenía la primordial idea de filmar en locaciones naturales y reservas de indígenas en Estados Unidos. Una segunda parte se filmó en el Estado de Oaxaca gracias al apoyo de la coproducción mexicana; lo mismo que integrar a la actriz francesa Chiara Mastroianni y Vigo Mortensen.

Junto con el catalán Albert Serra, Alonso es uno de los directores que más juegan con el espacio y tiempo y las diversas herramientas cinematográficas que existen para manipularlos: “No es para todo el mundo lo tengo claro. Yo no sé hacer cosas para todo el mundo”.

Una compleja historia de transiciones entre historias que son, a confesión del propio director, su punto flaco y tedioso. Transiciones de historias que al no mantener lo ritmos de desenlace nos hacen entrar en el ejercicio de volver a empezar a comprender una historia nueva. Un cine que “simplemente no le va”, hablando comercialmente; que es de difícil acceso en exhibiciones y espectadores. Y un cine del que cada vez se hace menos porque hay menos lugares de exhibición: cinetecas, universidades y cineclubs.

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6 Por Carlos Belmonte Grey Fotograma de la película Gracia Lisandro Alonso, director de Eureka, en el Festival de Cannes.

Across The Spider-Verse: la revolución del género

Afinales de 2018 se estrenó en salas de todo el mundo SpiderMan: Into the Spider-Verse, cinta de animación que tomó a más de uno por sorpresa, al lograr lo que a esas alturas de la industria parecía casi imposible: darle nueva vida al inerte subgénero de superhéroes.

Producida por Sony Animation, la película brilló por sus revolucionarias técnicas de animación, repletas de creatividad, estilo y texturas novedosas. Asimismo, el filme contó con un inteligente guion que analizaba de forma autorreferencial la relevancia de uno de los personajes más emblemáticos dentro de la cultura popular. La cinta fue un rotundo éxito que marcaría un antes y un después en cuanto a los alcances artísticos a los que pueden llegar las adaptaciones de cómics.

Casi cinco años después, llega Spider-Man: Across the Spider-Verse (2023), secuela que, a pesar de enfrentar las enormes expectativas generadas por su antecesora, no sólo las cumple, sino que hasta las supera con creces.

La película una vez más es protagonizada por Miles Morales (Shameik Moore), un joven de raíces latinas que trata de encontrar el balance entre su doble vida: una como Spider-Man, la otra como estudiante e hijo de Jeff (Brian Tyree Henry) y Río (Lauren Vélez), un policía y una enfermera que

radican en Brooklyn. La que en otro universo enfrenta un dilema similar, pero con diferentes implicaciones, es Gwen Stacy (Hailee Steinfeld), quien como Spider-Woman es perseguida por George (Shea Whigham), su propio padre, quien también es policía.

En medio de todas estas dificultades, y al tratarse de un multiverso, la acción de los protagonistas cambiará de tiempos y lugares, donde harán su aparición diferentes variaciones del conocido personaje arácnido; entre éstas se encuentran Jessica Drew (Issa Rae), Spider-Man India (Karan Soni) y Spider-Punk (Daniel Kaluuya), entre muchos otros. Todos son liderados por Miguel O’Hara (Oscar Isaac), quien tiene la habilidad de viajar a través del multiverso, al que busca proteger de cualquier amenaza o anomalía que lo ponga en peligro.

Across the Spider-Verse es una cinta que nada a contracorriente en términos argumentales y estéticos, en una época en la que el cine comercial se ha vuelto cada vez más complaciente con las grandes audiencias. Ahí, donde cada vez es menos común el riesgo, la propuesta y la subversión, es donde este filme logra definir su propia identidad.

Lejos de tratarse de un producto pre digerido (como tantos otros dentro de su subgénero), se trata de una ex-

periencia apabullante, en la que cada cuadro que aparece en pantalla es un universo por sí mismo. La cantidad de detalles, de belleza, de ingenio y de matices en cada plano, hacen de la cinta un espectáculo sin precedentes. Como tantas otras películas sobre el multiverso, aquí eventualmente se dan a conocer las reglas que se deben cumplir para que éste pueda seguir existiendo. En ese sentido, el argumento central del filme plantea un interesante subtexto sobre las estructuras arquetípicas que se deben cumplir en este tipo de narrativas. A su vez, reflexiona sobre qué es lo pasaría si éstas

son cuestionadas o si simplemente no se cumplen.

De tal forma, Across the Spider-Verse es un acto de rebeldía en su totalidad, un relato meta-moderno que sólo puede funcionar dentro de sus propios términos. Inmensa e inabarcable, es una película que dentro del delirio y la acumulación encuentra cierto grado de lógica y hasta un núcleo emocional que se logra sentir relevante. Es otro ejemplo del cine industrial en su versión más estimulante, revolucionaria y que continúa dejando la vara cada vez más alta.

Sobre Todos fueron tú, de Julio César Toledo

Veinticinco viñetas bastan para que el autor trace, a profundidad, el trémulo despertar sexual y amatorio de un adolescente que, encarnado en la voz poética, recorre después de transcurrido un tiempo la memoria de aquellos días o, acaso, la ilusión con la que se recuerdan esos instantes, los más prístinos en su experiencia erótica según va conociendo el lector a través de los versos.

Julio César Toledo (Chicontepec, Veracruz, 1977) nos entrega en su más reciente libro de poesía, un experimento que busca explorar la ficción a través de la historia que los recuerdos expuestos en los poemas que, hipotéticamente, ha escrito el protagonista de esta aventura amorosa trayendo al papel algunas semanas de su adolescencia, durante las cuales vivió un encendido encuentro con otro hombre, un jovencillo igual que él, que -en el momento en el que se realiza la lectura- también encarna a todos quienes habían sido y después fueron en el palmarés erótico del personaje.

No importa cuánto tiempo haya pasado desde entonces, la tragedia de las primeras veces es que ya ocurrieron y, aún se recuerden los más mínimos detalles, ya no están ocurriendo al momento de narrarlas, o de volverlas poema como es el caso. Pero en el recuerdo, o en su impostación, hay espacio para cierta rabia, para hacer guiños al lector y buscar su complicidad con quien ha decidido mostrar lo más descarnado del deseo, lo más perverso de la inocencia que nunca estuvo en el amor que recién se experimentaba. El poemario es un espacio, entonces, para la fantasía, pero que no es un rosario de deseos que se miran con nostalgia, porque también hay briznas de dolor, de lo lacerante que es que, incluso en lo imaginario, nunca se tiene el control sobre el deseo de los otros y que no siempre somos el deseo correspondido de quien despierta nuestra libido o, peor quizá, la pasión puede explotar cuando se comparte entre más de dos.

De Marta Sánchez a Kurt Cobain, de las salas de latinchat a las llamadas nocturnas a un teléfono fijo interrumpidas cuando un familiar levantaba el auricular en otra habitación de la casa, la adolescencia que leemos se encuentra claramente anclada a un momento en el que los encuentros entre dos muchachos que se traían ganas debían flanquear muchos más obstáculos de los que ahora. Una década de los 90 que parece lejanísima en el tiempo, pero no en la intensidad con la que se vive un enamoramiento que va más allá de la candidez de querer volver de la escuela tomados de la mano.

Entre cenizas, nieve, chicles y charcos veraniegos, transcurren los poemas para llegar a un clímax que deja en vilo al lector, en busca de una bocanada de aire para resistir el golpe en el estómago que, por lo que se lee en Todos fueron tú, puede ser la adolescencia con sus amores.

LA GUALDRA NO. 580 // 26 DE JUNIO DE 2023 8 Cine
6 Por Adolfo 6 Por Luis Téllez Tejeda * Julio César Toledo, Todos fueron tú, Ediciones El Ermitaño, 2023.

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