La Gualdra 566

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“El vocablo huichol cuxéya, significa ‘el mensajero’, este portador de sueños y noticias que entrega noticias a quien las espera. Este proyecto es también un repertorio de mensajes que el artista plástico Eduardo Santana transmite al espectador. Cuxéya refleja el acercamiento del pintor a la cultura huichola, ya que se adentró a conocer de manera profunda, sus costumbres, su arte, sus tradiciones y rituales [Cuxéya, de Eduardo Santana, se inaugura en el Museo Zacatecano el 4 de abril en el marco del Festival Cultural Zacatecas 2023]”.

[Más de las exposiciones Cuxéya, de Eduardo Santana; y de La grieta y la nube, de Gustavo Villagrana, en páginas centrales]

SUPLEMENTO
NO.
DIR.
CULTURAL
566 /// 21 DE MARZO DE 2023 /// AÑO 12
JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
Eduardo Santana. Mara’akame (El que sabe soñar). Detalle. Grana cochinilla / papel algodón. 35 x 50 cm. De la serie Cuxéya.

566 La Gualdra No.

Finalmente se presentó el programa del Festival Cultural Zacatecas 2023. Hay, como cada año, varios foros en los que se llevarán a cabo conciertos, obras de teatro, presentaciones de libros, danza, conciertos, talleres y exposiciones; todo para diferentes tipos de público… y de gustos también. A mí me llamó la atención particularmente lo referente a las artes plásticas, será una buena temporada de inauguraciones y desde hoy empezamos a comentar dos de las exposiciones programadas y en las siguientes ediciones daremos continuidad con el tema.

Empezamos con Cuxéya, de Eduardo Santana, que se inaugurará el 4 de abril a las 13:00 horas en el Museo Zacatecano. De acuerdo con la curadora de la muestra, Violeta Tavizón, se trata de una exposición “en la que el artista nos muestra su visión del mundo a través de la luz y el color inspirado en el arte wixárika y la experimentación con la grana. En estas obras, la luz se convierte en el elemento central y crea una atmósfera envolvente que invita al espectador a entrar en el universo pictórico del artista. A través de la grana cochinilla, el óleo y la tinta china, podremos apreciar el detalle y la cuidada composición y manejo de materiales”, el escenario del Museo Zacatecano será el ideal para que se exhiban estas piezas pues podrán, de alguna manera, dialogar con las creadas por los artistas wirrárikas y que pueden ser apreciadas también en la sala permanente de arte huichol de este recinto cultural.

La segunda exposición de la que hablamos en esta Gualdra es La grieta y la nube [Fragmentos], de Gustavo Villagrana, que se inaugurará este viernes 24 de marzo a las 19:30 horas en el Museo Pedro Coronel; esta muestra fue presentada previamente en la CDMX en mayo del año pasado; fotografía, escultura, instalación, arte objeto y video conforman la exposición en donde el ladrillo funje como una metáfora de la que parten reflexiones diversas sobre el tiempo y lo humano, “En mi trabajo, el azar y el tiempo están presentes, se yuxtaponen, sobreponen e interpuestos se alinean, dan paso para que las formas discurran, y se carguen de sentido: el alma, el albedrío, el con-

trol, la interrupción, la civilización, la piel, la tierra, la flor, el poema, el devenir”, afirma Gustavo Villagrana en el texto que pueden leer en esta edición.

A estas dos exposiciones se sumarán la de Rafael Coronel sin máscara, en el ex templo de San Agustín, a inaugurarse el 1 de abril a las 13:00 Hrs.; la de Juan Manuel de la Rosa, apuntes para una trayectoria (1969-2021), que se inaugurará en el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez el 31 de marzo a las 13:00 Hrs.; la de Joaquín Trujillo en el Museo Francisco Goitia, Viejo Joaquín Trujillo. Sí, I’am el viejo, el día 30 de marzo a las 19:00 Hrs.; en el Museo Pedro Coronel también se inaugurará la exposición Jódete, cáncer, de Sáshenka Gutiérrez el 24 de marzo a las 19:30 Hrs; y en la Galería Irma Valerio, Desterrados, de Juan Carlos Villegas, que se inaugurará el sábado 1 de abril a las 6 de la tarde; sólo mencionamos algunas de las exposiciones que se podrán ver en la ciudad, pero no son las únicas; para conocer más información sobre las demás, les recomendamos que consulten el programa que ya está en circulación en la página oficial del festival.

Al margen de la programación del festival, el próximo viernes 24 marzo, a las 19:00 Hrs., se inaugura en Fresnillo, en El Tunal, la exposición de Ismael Guardado titulada Orígenes. 60 años de trayectoria. No dudo que será muy buena la muestra que Ismael presente en la vecina ciudad, habrá que programar una visita a este centro cultural independiente, cuyos propietarios -Ana Acevedo y Rubén Rivera- están realizando un excelente trabajo de gestión y difusión cultural, como ya lo hemos mencionado en ediciones anteriores. Bien por El Tunal, en donde han tenido la sensibilidad y el buen tino de celebrar los 60 años de trayectoria del artista originario de Ojocaliente que el año pasado cumplió, además, 80 años de vida. Yo hubiera esperado que en la capital del Estado también se sumaran a lo que Aguascalientes y ahora Fresnillo hicieron, pero por lo visto no será así. Vamos pues a las exposiciones. Que disfrute su lectura.

Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com

Contenido

Ábaco de granizo o habitar un lugar

Por Ileana Garma Estrella

La noche quedó atrás, de Jan Valtin

Por Miguel Ángel de Ávila González

Exposición

Cuxéya, de Eduardo Santana

Por Violeta Tavizón

Exposición

La grieta y la nube [Fragmentos]

Por Gustavo Villagrana

El Nietzsche esteta de la vida Por Sigifredo Esquivel Marín

La obsesión de Sbarra

Por Jesús Ugarte Vázquez

Hasta la madre. Los confines políticos de la maternidad

Por Roxana Zermeño

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La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores. Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx
Directorio Editorial
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Ábaco de granizo o habitar un lugar

Quizás se trata finalmente de fundar nuestra propia antropología: la que hablará de nosotros, la que buscará en nosotros lo que durante tanto tiempo hemos copiado de los demás. Ya no lo exótico sino lo endótico.

Georges Perec, Lo infraordinario

Este libro es una antropología personal, una manera de habitar un espacio en el tiempo, cruzarlo y dejar que convivan pasado y presente como filtros que se superponen sobre la misma imagen. El Ahualulco de Mercado actual, que, tras una visita rápida al Google Maps, nos presenta una población de más de 8000 mil personas, nuevas farmacias y empresas transnacionales que conviven con el relato del autor; piponeros y fantasmas. A la manera de Geoge Perec y su Tentativa de agotar un lugar parisino, Me acuerdo o Lo infraordinario, Ernesto Lumbreras nos entrega una serie de observaciones minuciosas, descripción de personajes y lugares, sensaciones e impresiones que nos ayudan a conocer este espacio a través de los cinco sentidos plasmados en cada página. El narrador es un flâneur, un caminante niño y joven a la vez, que se sorprende o entristece, que siempre mira con asombro y nosotros vemos a través de él. Un caminante que se pierde, realiza derivas, se detiene y nos entrega su ciudad. Funda un espacio con cada una de sus observaciones. El narrador dibuja personajes, se detiene a tomar

agua fresca, observa la lluvia de ceniza y la recoge con palabras. Aquello que no suele bosquejarse, termina plasmado en este museo de la memoria.

A la manera de Thomas de Quincey y su Bosquejo de la infancia, Lumbreras pasa de impresiones de un narrador impúber a estampas solitarias como La mujer del 20, el Tomaso o el tío Melquia. En lugar de reconocer los No lugares de Marc Auge, el autor abre puertas hacia los Sí lugares; espacios del pasado y del presente, flujo de miradas entre personas que terminarán por conocerse, ya sea por el chismerío de doña Liboria, la Huarachería de don Cuco que ve crecer la horma del pie de los habitantes del pueblo, la Farmacia Pasteur que surte lavativas o jarabes o la paletería de la plaza que entrega a los parroquianos sueños más frescos. Todos estos, símbolos de una condición que se desvanece y se pierde hacia los lugares de paso, los sitios anónimos, los Starbucks de la memoria donde esperamos u otros nos esperan.

Quizá este libro nos ayude a preguntarnos cómo habitamos nuestras ciudades. ¿Podemos acaso describir a nuestros vecinos? Los sitios donde nos detenemos a tomar un café, a donde

vamos a tomar agua, medicina, fruta, ¿qué lugares son? En contracorriente con la etnología de la soledad, Lumbreras se apropia de la historia, la llena de la musicalidad de la poesía, de la visión del poeta que crece entre ensueños de una ciudad que cambia, de personas que mutan, con el humor de la derrota y de las verdades.

Como objetos ordenados en la sala de un museo están los cuadros de los piponeros, la vitrina en la que pode-

mos ver los dibujos de la vida secreta del Cuájano Maduro, una serie de retratos con tremenda carga pictórica y trazos visibles sobre el lienzo, paisajes y también murales, un museo completo. El ábaco de granizo con que la mujer del 20 cuenta su fortuna se derrama sobre estas páginas de una novela, un libro de historia, prosa poética, un recorrido, una deriva que nos invita a perdernos, a aprender a habitar los lugares.

La noche quedó atrás, de Jan Valtin

El relato comienza en septiembre de 1918. Jan Valtin, de catorce años, se une a las filas de las Juventudes Espartaquistas y comienza una carrera como revolucionario que le llevará a integrarse en el Partido Comunista Alemán, en la sección marítima del Komintern, y comienza su itinerario como correo, organizador y líder agitador por puertos de medio mundo. El autor se pregunta si está obrando correctamente o si realmente está trabajando a favor de la revolución mundial; especialmente cuando es testigo directo de cómo desde las filas comunistas se comienza a atacar a los denominados falsos revolucionarios o traidores, entre los que se incluyen a los anarquistas, trotskistas y socialistas.

Asiste, lleno de temores y fijando su voluntad a la necesidad de creer que el partido no se puede equivocar y que lo más importante es la revolución; hay momentos en los que debe aceptar la muerte de sinceros comunistas, desviados de la ortodoxia fijada desde Moscú, obligándose a creer que realmente se lo merecían.

Los comunistas hacen caer la República de Weimar aliándose con los nazis de Adolfo Hitler. Ambos movimientos coinciden en su aborrecimiento por la democracia y no dudan en unirse para

desestabilizar el sistema desde dentro y destruir al Partido Socialista Alemán y a católicos, conservadores y liberales, para posteriormente luchar entre ellos por el control de Alemania y la instauración de un régimen comunista o nacionalsocialista.

Ya no se persigue ningún tipo de movimiento mundial sino simple y llanamente servir a la URSS de Stalin: purgas, asesinatos, desapariciones y destierros a Siberia que se convertirían en lo habitual en años posteriores. Luego vienen los años de lucha desde la clandestinidad contra el victorioso nazismo en Alemania. Se muestran las auténticas cloacas tanto del comunismo como del nazismo; se ve en toda su crudeza cómo cualquier atisbo de romanticismo o idealismo ha sido borrado de todos los niveles. Valtin describe cómo desde Moscú se da la orden de cambiar de estrategia en el escenario internacional, aliándose ahora sí con los socialistas en los Frentes Populares.

El autor destapa tanto el salvajismo nazi como el comunista, reconociendo que formó parte de aquello movido en todo momento por la lealtad a la causa y al partido. Concluye con la descripción de Ernst Wollweber quien pasará de ser el primer líder revolucionario alemán en 1918, sanguinario jefe comunista que no

dudará en entregar a los nazis a todos aquellos camaradas que pudiesen hacerle sombra dentro del Partido Comunista. La relación entre Valtin y la joven Firelei es amorosa, romántica y leal. Firelei no es comunista, es apolítica, una mujer alegre y jovial, idealista, consciente de las injusticias del mundo, pero deseosa de cambiar las cosas. Este contraste entre Valtin y Firelei da pie a una historia de amor que, por momentos, está a punto de dar al traste con las más profundas convicciones revolucionarias del protagonista. Ante la fuerza del proletariado se opone, como surgido de la nada, el amor hacia Firelei y su oferta de fundar una familia y vivir apaciblemente. La duda se instala por unos instantes ante el dilema: mi vida o la causa. Finalmente, la lealtad al Partido se impone y será Firelei la que se vea arrastrada a una vida de revolucionaria contra su voluntad, aunque movida por su amor por Valtin, asumirá su nuevo papel intentando ser útil engañándose a sí misma y tratando de convencer a su pareja para que lo abandone todo a la menor oportunidad.

Su situación se verá embrollada con el nacimiento de su hijo; es entonces cuando las dudas se instalarán definitivamente en el protagonista ya que comienza a anteponer su mujer y su hijo al partido y

a una revolución en la que hacía años que había dejado de creer. Asistimos tanto a una lección de historia como a un relato de intriga, acción, luchas políticas, desengaño ideológico y amor condenado; pero, con la certeza de que no es una obra de ficción.

21 DE MARZO DE 2023 3 Literatura
6 Por Ileana Garma 6 Por Miguel Ángel de Ávila González

Exposiciones

Cuxéya, de Eduardo Santana

4 de abril de 2023, 13:00 Hrs., Museo Zacatecano]

Originario de la ciudad de Guanajuato, Eduardo Santana llegó a Zacatecas muy pequeño y desde su nacimiento estuvo inmerso en el mundo del arte, aprendió a caminar y a hablar junto al caballete de su madre, la maestra Angelita Santana. Su destino y su vocación fueron marcadas por los aromas del óleo y el jugueteo con los pinceles. Por ello desde los cinco años comenzó a mostrar sus habilidades para el dibujo y la pintura, respaldándolo más de treinta años de trabajo ininterrumpido. En 1990 fundó su propio taller de pintura en Guadalupe, Zacatecas, en donde se ha posicionado como uno de los pintores más reconocidos. Ha formado a decenas de generaciones de jóvenes quienes han encontrado en las artes plásticas una manera de expresarse. Ahora por primera vez, el Museo Zacatecano presenta Cuxéya, exposición temporal en la que el artista nos muestra su visión del mundo a través de la luz y el color inspirado en el arte wixárika y la experimentación con la grana. En estas obras, la luz se convierte en el elemento central y crea una atmósfera envolvente que invita al espectador a entrar en el universo pictórico del artista. A través de la grana cochinilla, el óleo y la tinta china, podremos apreciar el el detalle y la cuidada composición y manejo de materiales.

Cuxéya, es un proyecto expositivo que integra diferentes técnicas tradicionales que conectan con la historia y la cultura mexicana: la grana cochinilla usada principalmente en el estado de Oaxaca; el arte wixárika reflejado en elementos simbólicos de la obra de Santana; y la técnica de dibujo con tinta china, la cual llegó a Nueva España en el siglo XVI a través del Galeón de Manila.

El vocablo huichol cuxéya, significa “el mensajero”, este portador de sueños y noticias que entrega noticias a quien las espera. Este proyecto es también un repertorio de mensajes que el artista plástico Eduardo Santana transmite al espectador. Cuxéya refleja el acercamiento del pintor a la cultura huichola, ya que se adentró a conocer de manera profunda, sus costumbres, su arte, sus tradiciones y rituales. El proyecto ha sido desarrollado en un momento de transición en la vida del pintor, en el que Santana se apropia de las figuras y coloridos patrimoniales, convirtiéndose en un mensajero de su propia intimidad.

La pintura de Eduardo Santana se caracteriza por estar cuajada de diferentes colores, que recuerdan en este caso, la paleta huichol que dialoga con la técnica oaxaqueña del uso de la grana cochinilla. Como médium entre una cultura y otra, Santana a través de sus obras nos hará observar figuras abstractas reinterpretadas, texturas que asemejan caminos por los que él mismo transitó para revelar la belleza del paisaje y la vitalidad del arte wiixárika. Lo cotidiano para algunos, Santana lo transfigura en sagrado para él, para su arte. El espectador se podrá dar clara cuenta de cómo el ritual de generar colores, de pintar, de crear, de imaginar otro mundo, Santana lo materializa en sus objetos artísticos

En esta exposición, la grana cochinilla es un medio para crear una serie de pinturas que exploran la belleza y la fragilidad de la naturaleza.

Eduardo Santana a partir de tres óleos en formato horizontal reinterpreta su propia visión de la cultura wixárika, transitando por los planos terrenal, espiritual y sagrado. Sus alegorías exploran una compleja red de mitos, ritos y creencias que abarca desde la creación del universo hasta el destino final de las almas.

De ahí que Santana interactúa creativamente con elementos wixárika a partir del manejo de los colores: naranja, azul y verde. Los círculos y siluetas que emergen de la abstracción asemejan las formas que dan movimiento a aquellos espírutos que permanecen en un espacio cuajado de color y textura.

En un juego entre la abstracción y la representación, sugerentemente Santana nos muestra a guardianes huicholes que son observados por el espectador. A partir de una pintura experimental y de una interpretación subjetiva de la cosmogonía wixárika, el artista nos pone en sus ojos observando así estas ventanas al mundo espiritual que habita en él.

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De la tradición a la acción Grana: lo sublime del color Guardianes de lo sagrado
[Martes

La grieta y la nube [Fragmentos] de Gustavo Villagrana

Durante el transcurrir histórico del hombre cavernario al hombre moderno hay un elemento acompañándolo siempre, un mediador del mundo y lo real: el arte. Testigo constante de las manifestaciones, expresiones y técnicas, con buenas o malas intenciones que el artista ha plasmado en su idea; la conciencia de su ser en un signo, alejado a veces de lo bello y de lo bueno la obra de arte provoca un corto circuito dentro del pensamiento. En el arte el concepto se diluye, no hay nada o hay todo. Se juega el uno y el otro, el observador, el artista, lo común tiene sentido, se contempla un espejo cuya imagen puede ser el sí mismo, y perdido ser libre en comunión con el universo. En el arte contemporáneo hay puntos de quiebra, choque de fuerzas, de rebeldías. Sobre la cuestión llego a un punto: a los objetos naturales o culturales que creamos y significamos, el concepto yace en ellos, sólo hay que mirar y girar la mente.

En mi trabajo, el azar y el tiempo están presentes, se yuxtaponen, sobreponen e interpuestos se alinean, dan paso para que las formas discurran, y se carguen de sentido: el alma, el albedrío, el control, la interrupción, la civilización, la piel, la tierra, la flor, el poema, el devenir: un ladrillo que puede hacerlo todo, muros, casas, ciudades para unir y destruir, un ladrillo que se comporta, los seres humanos, modernos y enajenados, alienados o sensibles, que actúan en su entorno según el momento, el ladrillo adopta la forma del tiempo, del azar a pesar de las condiciones de fabricación, a pesar de la experiencia, el ladrillo es atravesado por la suerte, abolido el ladrillo deja su perfección, se agrieta y se aleja de la nube, siempre etérea, sublime, perfecta, efímera y fugaz. Esperamos su presencia para compartir un rato agradable de música y arte. Performance musical Erick López. Mix por Sofia.

Exposiciones

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https://linktr.ee/gustavovillagrana
6 Por Gustavo Villagrana 24 de marzo de 2023, 19:30 Hrs. Museo Pedro Coronel

Filosofía

El Nietzsche esteta de la vida

Hay autores fundamentales que uno lee con el entendimiento, para apropiarse de algún tipo de saber específico o universal, empero habría otros también fundamentales que se leen con el cuerpo y los sentidos. Más que leerlos uno se apropia de forma vampírica de su esencia vital sin dejar jamás de regresar a su fuente primigenia. Y cada lectura es un acontecimiento inédito, siempre renovado. Wittgenstein y Heidegger son del primer tipo de lecturas. Montaigne, Kierkegaard y Nietzsche pertenecen al segundo grupo.

Desde adolescente he leído, convivido, dialogado, vampirizado, plagiado, gozado, padecido ese corpus literario que se imanta bajo el nombre de Friedrich Nietzsche; estoy muy lejos de ser especialista en su obra, también lejos de pretenderlo explícita o secretamente. Tenemos ya los comentarios eruditos de Giorgio Colli y Gilles Deleuze quienes han consagrado parte de su vida y de su obra a leer la obra nietzscheana, tenemos la monumental y controvertida lectura de la metafísica nietzscheana de Martin Heidegger, así que siempre he recurrido a Nietzsche como un compañero de viaje en el intrincado panorama del pensamiento occidental, claro está, no compro ni por un segundo su lectura parcial e injusta del Cristianismo ni de Sócrates, entre otras cosas; si hay un héroe trágico del pensamiento griego ése es nada más ni menos que Sócrates, habría que distinguirlo del Sócrates platónico, ejercicio arduo y sumamente difícil aunque no imposible.

Si hablamos del Nietzsche esteta, del primer Nietzsche, es porque hay otros más, por lo menos dos o tres más, y claro está como todos los grandes pensadores su obra avanza en espiral regresando sobre los mismos temas y problemas desde una perspectiva renovada. El nacimiento de la tragedia o Grecia y el pesimismo (Madrid, Alianza, 1973) que ha sido traducido al castellano de forma magistral por Andrés Sánchez Pascual, igual que las demás obras del pensador alemán, es una obra maestra que lo consagró como escritor polémico, arriesgado, excepcional, y al mismo tiempo lo expatrió de la universidad, del reconocimiento de sus pares filólogos, de forma paradójica, justo después de su aparición comenzó su consagración, los comentarios críticos sobre su obra crecen exponencialmente año con año.

El pensamiento moderno-contemporáneo de posguerra resulta impensable sin sus aportes, asimismo el arte vanguardista del siglo XX y lo que va del XXI están completamente en deuda con algunas de sus intuiciones maestras. Ya mencioné a Deleuze, pero también podrían citarse Ortega y Gasset, Zambrano, Camus, Cioran, Derrida, Sloterdijk, Foucault, Vattimo, Agamben,

Onfray, Braidotti, entre muchos otros grandes pensadores cuya obra resulta inconcebible sin Nietzsche. De manera sintomática, el psicoanálisis le debe mucho más de lo que estaría dispuesto a reconocerle. Los poetas y pensadores en México y Latinoamérica más grandes del siglo XX son fruto en gran parte de su legado: Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Octavio Paz, José Lezama Lima, Clarice Lispector, Jorge Luis Borges, y una larga lista.

Frente a la Grecia clásica de Platón y del platonismo, base del logocentrismo, el joven Nietzsche nos acerca a una Grecia oscura, trágica, sagrada, vital, pulsional, báquica. Entre lo apolíneo y lo dionisíaco como elementos cardinales contrapuestos y complementarios, la vida humana y, en particular, la obra de arte, despliegan sus fuerzas vitales bajo la forma estética, bajo la máscara del arte. Contemplar y experimentar el arte desde la vida y viceversa es una de las intuiciones maestras que le debemos. A partir del influjo de Arthur Schopenhauer y Richard Wagner, el joven Nietzsche redescubre otra Grecia, la alteridad de Grecia, su sombra amenazante; quizá no haya ningún antecedente salvo el gran poeta-pensador Hölderlin en ese colosal intento de acercarnos a otra Grecia desde la experiencia de lo sagrado.

Nietzsche se convirtió en un intempestivo, en una calamidad para la intelectualidad bienpensante, se convirtió en un destino –según sus propias palabras. Muchos años después de su publicación, el propio Nietzsche comenta sobre su primera obra incendiaria: “En otro tiempo también Zaratustra proyectó su ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundos. Y así también yo proyecté en otro tiempo mi ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundos. ¿Más allá del hombre, en verdad?”. Pensar lo humano desde la vida en su exceso soberano: tal es la audacia del joven pensador que aún nos sigue alumbrando y deslumbrando con su enseñanza.

Recordemos una vez más el contexto: en abril de 1869 el joven Nietzsche llega a la Universidad de Basilea, tiene 24 años, acaba de ser nombrado catedrático de filología clásica, no tiene una obra publicada salvo algunos artículos, tiene que demostrar que es digno de recibir dicha cátedra y escribe a toda velocidad una obra maestra; quizá otro grande que escribe a toda velocidad como genio enfebrecido una obra maestra sea Fernando Pessoa; entre Pessoa y Nietzsche hay más de un punto de comparación. Regresando a nuestra historia, en el verano de 1870 escribe algunos textos preparatorios para El Nacimiento de la tragedia, sin embargo, las cosas no salen según lo previsto, en carta a su amigo Rohde confiesa que el trabajo no sea lo esperado, “teme no producir una impresión filológica”, la obra la discute con su admirado maestro Wagner quien le da el espíritu y la estructura finales. En 1871 el libro está publicado y se desata la polémica. Wilamowitz abre fuego contra la obra, enumera, uno a uno, sus errores filológicos. La suerte está echada. Nietzsche tiene ya un pie fuera de la Universidad y, paradójicamente, es a partir de entonces, un autor póstumo, un clásico universal.

Lo que Nietzsche expone es una intuición y una experiencia de vida de y desde la Grecia trágica, su experiencia soberana de vida-muerte como celebración irrestricta. Y lo hace con un lenguaje poético del iniciado, del hombre entusiasmado. La edición de 1874 será la definitiva, consagra a Nietzsche como un gran escritor y lo excluye de la academia casi para siempre, casi, porque el siglo XX lo reinstala por mérito propio. El axioma cardinal consiste en: “Ver la ciencia con la óptica del artista, y el arte con la de la vida”. La lectura de Nietzsche resulta engañosa, uno cree entenderlo, pero no, su obra escabulle bajo ropajes poéticos el sentido de su interpretación, lo pos-

terga, lo aplaza, lo desplaza. En verdad es un gran maestro del disfraz, de ahí que muchas de las ideas que circulan en la red como herencia nietzscheana no pocas veces sean relecturas posmodernistas hedonistas subjetivistas que terminan edulcorando lo trágico desde alguna máxima de autoayuda. Para leerlo habría que tomar distancia de las ideas hegemónicas y del pensamiento único que se otea como horizonte intelectual. Una lectura intempestiva significa hacer una lectura a contra-corriente del pensamiento moderno, incluso a contra-corriente de sí mismo. Eso es filosofar con el martillo, trastocar verdaderamente el orden establecido.

Por lo demás, habría que afirmar que hay un antes y un después en el pensamiento moderno a partir de Nietzsche; frente al logocentrismo que va de Platón hasta Husserl y alcanza a Heidegger, pasando por Descartes, Hegel y Marx, Nietzsche nos ha enseñado a leer la historia de las ideas y de la cultura desde la inmanencia e intersticios: desde la vida sin más. Todas las apuestas y propuestas que buscan descentrar (Blanchot, Lyotard, los estudios decoloniales), deconstruir (Derrida), desterritorializar (Deleuze y Guattari) el pensamiento occidental desde el cuerpo (Jean-Luc Nancy), desde la inmanencia (Deleuze, Lazzarato), desde sus márgenes intersticiales (Echeverría, Sarlo) son deudoras de Nietzsche; salvo la filosofía analítica y la filosofía de la ciencia –hay ahí también casos excepcionales: Rorty y Williams– todo el pensamiento contemporáneo resulta ininteligible sin la referencia nietzscheana. Así pues, lo que he escrito y publicado, esté o no citado su nombre, no es sino una apostilla nietzscheana. Claro está: reconociendo que asumirse nietzscheano es un contrasentido, si alguien no admite parroquias ni seguidores, consecuentes con su obra, es sin duda, el pensador solitario del Sils-Maria.

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Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900).

La obsesión de Sbarra

“Lo terminé hace muy poco y sin embargo ya lo escribiría de otra manera, completamente distinta. Lo que me fastidia más es su falta de optimismo, de humor. Es un libro triste, demasiado triste”.

En su carta al editor, Sbarra intenta disuadirlo de publicar una obra tan triste, sobre todo porque la considera inútil para alguien que simpatice con aquellas palabras. Bajo esa lógica utilitaria dice “Que nadie se atreva a pronunciar una verdad si esa verdad no es bella” para luego arremeter contra el arte y los artistas del status quo. Lo que vende es la ilusión, es la promesa de que todo estará bien, es esa esperanza que esconde debajo de la alfombra la basura, aunque luego se desborde. El autor quiere ser sincero más allá de ser publicado y ésa es la consigna.

Libros

Hay un nombre poco repetido en los círculos literarios y que, a mi juicio, merecería la pena valorar. El nombre es José Francisco Caputo, mejor conocido, entre sus pocos lectores, como José Sbarra. Un personaje proveniente del underground de los años ochenta, un escritor de culto, con una vida tropezada, llena de angustias pero que al final encontró placeres de los cuales la poesía fue, sin duda, una de sus más grandes satisfacciones. En Buenos Aires, lugar de nacimiento de Sbarra, el reconocimiento de sus obras Marc, la sucia rata y Plástico cruel ha sido tal, que incluso se han realizado versiones cinematográficas. Sin embargo, Obsesión de vivir es la obra con la que comienza su producción más oscura, y es quizá la que muestra de mejor manera la mentalidad del escritor. Esta obra condensa los temas que desarrollará más adelante y, por lo tanto, resulta una especie de manifiesto inaugural. No destaca por la pulcritud de sus versos (que caen en el prosaísmo), sino por la intensidad y crudeza con la que se escriben. Es un libro casi imposible de conseguir de manera física pero que, afortunadamente, se encuentra de manera libre en algunos sitios de internet.

Obsesión de vivir es un rito iniciático hacia la desolación. Mientras repasamos los primeros versos, es

imposible dejar de recordar los de Pessoa en Tabaquería, con quien comparte esa terrible reflexión en la que un hombre se encuentra agonizando en medio de la incertidumbre. Pessoa se pregunta: “¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas/-sí, de veras altas y nobles y lúcidas-/ quizá realizables/ no verán nunca la luz del sol real ni llegarán a oídos de la gente?”, mientras que Sbarra pregunta: “¿En qué infierno acabaremos los equivocados/ los que no fuimos genios/ los que no fuimos dioses/ los que sobrevivimos de prestado? / que conocimos la luz y nos detuvimos a jugar con las sombras?”.

El fracaso se vuelve el punto de partida desde donde el autor comienza una lamentable travesía hacía un rumbo sinuoso de paradigmas. Es el lamento a partir de la insignificancia, de la invisibilidad con la que existe en un mundo tan vasto y hecho a la medida de tantos seres “adaptados”. Un sobreviviente para Sbarra es aquél que, sin soportar el dolor, sigue vivo. En este sentido, su poesía es más parecida a los lamentos de un ser torturado capaz de lanzar diatribas al cielo, buscando un razonamiento que explique tanta injusticia, sufrimiento y soledad.

Aleana y Alcides, son dos personajes inspirados en historias familiares del autor. La primera, una mujer víctima de violación siendo

apenas una niña; el segundo, un poeta al que se le reprende y censura de forma arbitraria. Entrambos se acompañan durante toda la obra como hermanos, como refugio acongojado, como última esperanza. Aquellos versos son para ellos, los sobrevivientes de todo lo que ya no tiene mejora, pues la memoria es ese vehículo irremediable hacia el dolor. A Dios se le hacen preguntas, pero no responde. Los señalamientos hacia él son severos, pero entendemos que, ante tanta fatalidad, no pueden ser menos violentos. La necesidad de respuesta proviene de ese amor postergado, de su infrecuencia. Una vida así, no podría ser sino una obsesión, pues ambos son seres olvidados, recluidos en ese sentimiento de abandono.

Sbarra coincide con Borges cuando dice “No nos une el amor sino el espanto”, poniendo en duda las acciones de las personas, como aquéllas que buscan, a partir del amor, encontrar al otro.

Es una crítica a la idea cliché del amor como elemento de unión entre los individuos. Una reflexión de los intereses personales, los miedos, las faltas, que terminan por arrastrarnos hacia una “soledad completa”. La soledad como aquella inevitable perseguidora que acaba por hacinarnos y despojarnos del verdadero sentido del amor.

Vivir se vuelve una obsesión cuando no se encuentran motivos suficientes para seguir, cuando el dolor es la única constante y la tristeza “ya es moneda corriente”. Se convierte en un sinsentido apenas sostenido por la esperanza que mitiga en forma de promesa, un futuro más próspero o, al menos, llevadero. Sbarra golpea con fuerza las puertas del cielo para reclamar sobre los crímenes hacia Aleana, sobre esa impunidad que deja una herida irreversible. La obsesión de estar vivo es quizá la obsesión de postergar la muerte deseada, pero temida. ¿Seremos nosotros como aquellos sobrevivientes? ¿Encontraremos nuestro lugar entre aquéllos que han sabido encajar ante tanta injusticia? ¿Existirá algo que nos devuelva la vida?

21 DE MARZO DE 2023 7
José Sbarra

Libros

Hasta la madre.

Los confines políticos de la maternidad

Ahora es un lugar común decir que el covid-19 nos cambió la vida. Pero, cuando llegó a mí este libro, durante la pandemia, cambió mi perspectiva sobre la maternidad y ser mujer; es Hasta la madre. Los confines políticos de la maternidad (Typotaller/Secretaría de Cultura Jalisco, 2022), en el que diez mujeres reflexionan sobre ser madres y profesionistas, sobre todo durante el confinamiento. ¿Trabajar desde casa tiene ventajas?

Este libro colectivo se gestó durante los meses en los que estas mujeres estuvieron encerradas-aisladas con sus hijos e hijas mientras que, al mismo tiempo, debían cumplir con sus proyectos profesionales, el trabajo a distancia, las clases y juntas remotas y virtuales; los quehaceres domésticos, la soledad, el crecimiento de los bebés y la caótica pubertad… Alicia Caldera, la compiladora de la obra, logró reunir distintas voces, de diferentes lugares del planeta, viviendo de manera singular y personal el nexo maternidad-profesionista-formadora de ciudadanos y ciudadanas.

En Hasta la madre encontramos ensayos de mujeres que, desde la autoobservación, cuestionan la maternidad. Aunque, para mí, como lectora no-madre, este libro fue un mapa con el que fui descubriendo mis miedos. Fue como adquirir un vocabulario para expresar eso que sentía, pero no sabía qué era. Es la propia Alicia Caldera quien me dio la lámpara de mano para adentrarme a un mundo que me es desconocido con una frase que subrayé en el capítulo “De cuando me convertí en el ogro gritón y regañón (y me daba vergüenza)”: “Por eso el cuento ése de que las mamás excelentes tienen hijos excelentes no está bonito. Ni para las mamás ni para los hijos ni para los demás seres que rodean a las madres y los hijos que están en etapa de crianza”. Yo me había creído el mito de la mamá perfecta, la maternidad excelente, devota y sacrificada, y por eso me daba miedo. Este libro me ayudó a entenderme; entender mis propias e irreales expectativas sobre la maternidad.

Recuerdo cuando mi hermana nació, las tías y la abuela paterna le daban consejos a mi mamá de cómo cuidar, alimentar y bañar a la bebé, cómo dormir y cobijar a la nueva niña. Mi mamá desapareció, sólo veíamos a la recién nacida. Sin embargo en el texto “Mater politikon: tres actos de ciudadanía materna”, de Ana Cinthya Uribe —uno de los que más me enternecieron por sus argumentos políticos y personales—,

este tipo de maternidad cambió para mí cuando la autora relata que una vecina fue a visitarla cuando ella acababa de tener a su bebé. Aquélla le hizo una pregunta extraña, incluso antes de ver al recién nacido: “¿Y tú cómo te sientes?”, ¡le estaba preguntando por ella! La vecina le hizo saber que cuando había tenido a su propia hija, se había sentido muy sola frente a una niña que solo lloraba, a la que sabía que quería

pero desconocía. Dice la autora: “Y así, sin meter las manos en mi maternidad, me compartió la suya, me la dejó a un lado para que tomara lo que necesitara”. Me abrió los ojos. Uribe me acercó a otra forma de ver la maternidad y otra manera de acercarme a las mujeres que me rodean. También crecí con un dogma dictado por las mujeres de mi familia: “A los hijos los quieres”. Pero Sandra Caroli-

na Díaz Cordero, en su “Historia política de una maternidad o ‘Las hadas no existen’”, nos dice: “En mi más profunda intimidad me he confesado a mí misma que mis hijos me caen mucho mejor ahora que cuando eran pequeños”, entonces sentí que también he idealizado la relación hijo-madre, ustedes podrán decirme que esto no es novedad. Pero es que crecí en una familia que defiende a los hijos como en las películas mexicanas de Época de oro: como hijos e hijas nos negaban cualquier defecto o error. Aunque las mujeres que leemos en Hasta la madre pertenecen a un círculo privilegiado económica, profesional y culturalmente, su mirada nos obliga a reflexionar en lo que hacemos como sociedad, esa tribu que tendría que cuidar a los hijos, hijas y responsables de estos: hacer tribu. Por ejemplo, “La pena de ser madres”, de Liliana Lanz Vallejo, “Cuando esto pase”, de Sofía Orozco y “Maternidad, cáncer y pandemia”, de Ana Lilia Larios Solórzano, nos hacen pensar en cómo durante la pandemia todos los complejos, todas las emociones, todos los prejuicios hacia las madres nos llevaron a exigirles demasiado —que ya de por sí exigimos imposibles—, ¿quién querría ser madre en pandemia bajo la presión de la excelencia como mujer, cuidadora, profesionista, esposa, madre, ama de casa y un largo etcétera?

Si como se dice “lo personal es político”, entonces, ser madre es político, cuidar y educar lo es, tener miedo y equivocarse durante la maternidad es parte de un proceso político, decidir cómo dividir el tiempo y el espacio con los hijos e hijas es un acto político.

Abrirse y contar la experiencia —exitosa, atropellada o fallida— de ser madre en pandemia y más allá de ésta, para hacer un libro con el que otras y otros puedan reflexionar sobre el cuidado y responsabilidad antes los futuros ciudadanos es político; ir hacia modelos de crianza más colectivos, dice el epílogo, es político. Creo, que todas y todos, aunque no seamos madres, podemos acercarnos a este libro, porque es una ventana para asomarnos a la maternidad, a los vuelcos que está dando, a las responsabilidades que nos tocan como hombres y mujeres en la crianza. Es estar en los confines de la maternidad.

Las autoras de los ensayos son Alicia Caldera, Sandra Díaz, Carol Johnson, Nadia Ramírez, Liliana Lanz Vallejo, Sofía Orozco, Ana Lilia Larios, Ana Cinthya Uribe, Karla Garduño y Mayra Patricia Ayón. La portada y las ilustraciones de interiores son obra de madre y artista Marialuna (María Paula Molina).

LA GUALDRA NO. 566 // 21 DE MARZO DE 2023 8
*Roxana Zermeño es maestra en literatura mexicana y docente universitaria.

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