Eduardo Alberto Huerta Villaseñor nació en Zacatecas, Zacatecas, el 13 de enero de 1945. Fue narrador, dramaturgo, director y pedagogo teatral. Coordinó talleres de narrativa en las Islas Marías, y en las casas de cultura de Saltillo, Torreón y Celaya; en la Universidad Autónoma de Zacatecas fundó y coordinó el Taller Universitario de Teatro Carlos Ancira y el Taller de Narrativa. Fue autor de más de una decena de libros; Con Ojalá estuvieras aquí obtuvo el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 1977. Falleció el 22 de abril de 2025 en Jerez, Zacatecas. Colaboró en La Gualdra de 2013 a 2019, aquí nuestro homenaje.
Alberto Huerta. Foto tomada de su muro de FB.
La Gualdra No.
Alberto Huerta nació en Zacatecas, Zac., el 13 enero de 1945. Fue coordinador del Taller Universitario de Teatro Carlos Ancira de la Universidad Autónoma de Zacatecas por más de 30 años. Obtuvo el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 1977, por Ojalá estuvieras aquí. Participó en diversas antologías: Jaula de palabras, prólogo y Selección de Gustavo Sainz, Grijalbo, 1981. Ritos de Iniciación, una antología de cuentos de adolescencia, Selecc. de Gustavo Sainz y Alejandra Luiselli. 13 Rojo, Antología contemporánea de escritores y poetas del Partido Comunista Mexicano, compilación y prólogo de Gonzalo Martré, Arte y Literatura, La Habana, Cuba, 1983. Entre el silencio y la estridencia. La protesta literaria del 68, prólogo, selección y notas de Ivonne Gutiérrez, colección la Torre Inclinada, 1989. Itinerario inicial. La joven narrativa de México, introducción y selección de Roberto Bravo, Universidad Autónoma de Chiapas, Colección Maciel, 1984. Memoria de la palabra, compilación de Mario Muñoz, UNAM-INBA, Textos de Difusión Cultural, 1994. Zacatecas cielo cruel tierra colorada, poesía, narrativa, ensayo y teatro; selección, prólogo y notas de Severino Salazar, Conaculta, 1994. Cuento: 6x3=18 (colectivo), Extemporáneos, 1977. Declaro sin escrúpulos (colectivo), UNAM, Punto de Partida, 1977. Ojalá estuvieras aquí, Joaquín Mortiz, 1978. 13 rojo (colectivo), Fondo de Cultura Popular, 1978. Buenas noches, todo está bien (colectivo), La Cocina, 1980. Domingo y otros textos, Casa de la Cultura Enrique Ramírez y Ramírez / Delegación Venustiano, colección Práctica de vuelo, Carranza, 1982. La mirada, Ayuntamiento de Zacatecas, 1985. Torito no murió en la vecindad (con Alejandro García y David Huerta), Colección septiembre 19, Voluntariado del Congreso del Estado de Aguascalientes, 1986. Almohadón de vientos, Premiá, El Pez Soluble, 1987. Block de notas, Joaquín Mortiz, Serie del Volador, 1989. La prosa de la revista Cartapacios (colectivo), SEP, colección Piedra de Toque, 1992. Mírame a los ojos (en colaboración con Pilar Alba), Crónica Municipal de Zacatecas, IZC, serie Roberto Ramos Dávila, 2001. ¡Chamán! ¡Chamán!, Ediciones de Botella, colección En la barra, Zacatecas, 2005. Cuarteto, Ediciones SPAUAZ, colección Cuadernos del quinto patio, Zacatecas, 2005. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, El Sol de Zacatecas, colección La Soldadera, Zacatecas, 2006. Suave que me estás matando, Centro de Arte y Nuevas Tecnologías ediciones, 2006. El aliento amoroso de la nada, Ediciones de Medianoche / Universidad Autónoma de Zacatecas, 2010. Novela: Motel Paraíso, Conaculta, Tierra Adentro,
Directorio
1980. Teatro: Ciego amor, Casa de la Cultura del Estado de México, 1974. ¡El tren, que viene el tren!, Ediciones de Medianoche / Universidad Autónoma de Zacatecas, 2011. Alberto Huerta colaboró en La Gualdra desde el año 2013, con un cuento semanal que apareció publicado ininterrumpidamente, hasta el mes de mayo de 2019. Un día dejó de escribir los cuentos que nos mandaba, dejó también de venir a Zacatecas -como lo hacía cada semana- y decidió que no quería que lo viera nadie más. Pensamos al inicio que era un retiro pasajero y le mandamos muchos mensajes que no respondió. Algunos de sus amigos y alumnos de su taller, fueron a buscarlo a su casa de Jerez, pero regresaron a casa sin haberlo visto; Ester dice que Annick Morisse -su comadre- corrió con mejor suerte y un día la recibió. Teníamos noticias esporádicamente de él, porque alguien contactaba a alguno de sus hijos y mandaba decir que estaba bien, pero que no quería ver a nadie.
El 13 de enero de este año cumplió 80 años y Joseangel Rendón junto con Bernardo Araujo idearon un homenaje que fue transmitido en Facebook para que pudiera verlo desde su encierro voluntario; su hija Amaranta mandó decir que lo vio y que estuvo muy contento. Ojalá que así haya sido para que constatara lo mucho que lo apreciábamos en Zacatecas.
El 22 de abril Joseangel me notificó que Alberto Huerta había fallecido en la madrugada y que lo velarían en Jerez. Llegamos a medio día Ester Cárdenas, Alfonso López Monreal, Juan Carlos Villegas y yo para despedirnos de él y presentar nuestras condolencias a su familia. Huerta dijo en 2019 que no quería ver a nadie y que nadie lo volviera a ver y lo cumplió. Cuando llegamos al velatorio ubicado justo al lado del Teatro Hinojosa sólo estaba una urna en medio de flores blancas, lo habían cremado casi inmediatamente después de su muerte cumpliendo su última voluntad.
Lo quisimos mucho y sé que, a su manera, nos quería. Zacatecas pierde con su partida a uno de los artistas más grandes. Sé, también, que en el fondo él lo sabía. Va este número 666 de La Gualdra, dedicado a él.
Descansa en paz, Alberto Huerta, gracias por tus enseñanzas. Nuestras condolencias a su familia.
Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com
Contenido
Muchos
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Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Sandra Andrade Diseño Editorial Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com
Aquí no damos papelito Por Bernardo Araujo El Pinacate Por Alberto Huerta
Carnalito valedor Por Alfonso López Monreal La China Por Alberto Huerta
El maestro está en los cielos —recuerdo de Alberto Huerta— Por Javier Acosta
más Por Alberto Huerta
Alberto Huerta y las formas del nihilismo Por Luis Miranda Rudecino La tiricia Por Alberto Huerta
Parece fácil Por Noé Germán Adiós Por Alberto Huerta
Nostalgia [Para Alberto Huerta] Por Eduardo Ramírez Ortiz
Al centro, bien al centro, un cenital ambarino y una silla donde no se note que yo ya no esté Por Víctor Hugo R. Bécquer La Gata Por Alberto Huerta
Más de quince años suena mucho tiempo, y lo fue, con sus debidas intermitencias.
Conocí a Alberto Huerta, casi por un tropiezo adolescente, a principios de 2004. Dentro de la oferta de talleres universitarios de creación, se incorporó por aquellos años el Taller de Narrativa de la Universidad, al que acudieron, calculo, al menos una veintena de estudiantes locales, avecindados y visitantes; dos veces al mes, en sábado, el taller de Huerta nos congregaba para leer, analizar e interpretar la obra de los grandes narradores y narradoras latinoamericanos. Sostengo la aparente redundancia anterior, no por un discurso acorde con las políticas de género, sino porque Alberto ponía especial énfasis en la obra escrita por autoras, mujeres:
“En la mayoría de los casos, las escritoras perciben niveles narrativos, que los hombres que escriben, rara vez emplean en sus discursos autorales. Tienen que leer a más mujeres, ellas ven cosas que los otros no, con todo y sus muchas distinciones, viajes y posgrados. Hay que leer a las mujeres, hasta como un acto revolucionario, pues les debemos mucho”.
Durante las sesiones del taller, aparecieron siempre comentarios como el anterior, en los que el maestro Huerta sentenciaba máximas con las que subrayaba hacia donde deberíamos mirar con mayor atención.
El Pinacate
Por Alberto Huerta
Aquí no damos papelito
6 Por Bernardo Araujo
“Hay que leer teoría, no para memorizarla ni para aprobar un examen, sino para enriquecer el lenguaje y ampliar los horizontes creativos”.
Quedan tantos recuerdos, anécdotas y aprendizajes que traer a este momento. Huerta se fue y con él toda su ge-
Lo último que vio el Pinacate fue un reflejo metálico que avanzaba hacia él a una velocidad vertiginosa. Venía muy orondo, caminando muy de las de acá. Muy tiriris. Acababa de tortearse a la Güicha. ¡Ay, güey! Esta pinche nalguita me deja viendo bizcos. Me voy a acabar como los cautines… a purititas recalentadas. Me cae. Y es que la Güicha está muy bien de sus formas. Tiene mucho de dónde agarrar. Ora que nos arreglemos con las cheves y los mezcales en la feria me la voy a llevar al río. Me voy a comer un pollito con papas. ¡A huevo! Cómo de que no. El sol de abril es cabrón. Pica. Y al rayo ya anda uno todo sudado y hediondo. Con la ropa mojada. El Pinacate suspiró. Y con el pañuelo chamagoso se limpió el sudor de la fren-
nerosidad, su ironía y agudeza de opinión, que le valdría más de algún mal gesto a sus espaldas, más de alguna hijés burocrática.
“Aquí no damos papelito (constancia), ni traemos el cuentito quincenal. Escribimos libros. Hay que tener bien claro el proyecto de escritura”. Alberto
te. La merca. Debo dejar bien clavada la merca en una cantona que nadie conozca, que ni se las huelan de que ahí está. Tengo que cortarla para que rinda más. No, de que se vende, se vende… Mientras haya tantos locotes en la calle, bien arreglados, bien acá. A mí me hubiera gustado tocar sones huastecos con la jarana… Sí, a huevo. Jaranear en todos los fandangos. O el arpa… ¡Uta, sería bien chingón! Y dejar de andar haciéndole al mafioso… Lo único seguro que voy a sacar son unos putos plomazos. O que me corten los tompiates… O la cabeza… La cholla. Me cae que no. ¿Qué necesidad había? Al rato se me envenena el alma. Cómo de que no. Ya en el cotorreo todo se hace fácil, fácil de a madres. ¡A huevito que sí! Tengo que clavar la merca bien clavada. Y a la Güicha. Cómo de que no. Ya nada de besotes de tirabuzón y lengua.
tenía la facilidad nata de enlazar largos discursos anecdóticos, con aprendizajes literarios, culturales, políticos y humanistas.
Dejó al menos cinco libros inéditos, cuando no publicó más. Dejó un largo silencio en el que estará presente durante mucho tiempo.
Y apachurrones de chichis y nalgas. Y que salga en hombros el Silverio. No, ya no. Ahora me la clavo. Suspira. Y mueve las manos dentro de las bolsas del pantalón. A la jefita le tengo que comprar el refri. Para que guarde sus gelatinas y no se le echen a perder. Y unas chanclas gabachas. ¿Yo? Con mi medallita de orégano de Malverde. Bien chingona. Grandota. Y que pese un chingo. Con eso y la bendición de la jefita me pela los dientes la jura… Y los malandros… ¡A huevo! Con la ayudadota de La Niña Blanca… La cabeza rebotó en el adoquín como cuando caen los cocos. La chompeta del Pinacate tenía los ojos y la boca bien abiertos. Cuando el cuerpo se desplomó, cayó temblando, sí, con una temblorina de viejito… ¡Qué gacho! Sip. ¡Bien gacho! ¡Re gacho!
Para Bernardo Araujo
* Publicado en La Gualdra No. 301, 10 de julio de 2017.
Alberto Huerta
Alberto Huerta In Memoriam
Carnalito valedor: Te veo con tus audífonos de piloto aviador frente a la máquina de escribir y a un lado de tu profesional grabadora de carretes, por supuesto escuchando a Pink Floyd. ¡Qué envidia y qué regalo!, por primera vez me permites escuchar lo que pudiera haber sido el mejor sonido de la época, toda una experiencia para los que escuchábamos a los Rebeldes del rock, Los Locos del Ritmo o los Beatles en aparatos de mucha menos calidad, nuestras lecturas y gustos musicales bastante limitados, la política y el teatro que nos eran casi desconocidos o al menos ignorábamos que pudiera existir algo diferente a lo que esporádicamente nos llegara o nos lo dieran ya fuera como diversión o como educación, con la falta de comunicación, las pocas revistas y poco acceso a libros de la época, sobre todo era difícil estar enterado de lo que pasaba en el exterior para los que no teníamos los medios o el recurso de viajar o estudiar fuera. Alberto, eres parte de una generación que para nosotros fue de gran cambio y apertura, época de grandes utopías y sueños. Nos llegaron tarde, pero con fuerza los vientos de los sesentas, sobre todo aquel amargo 68. A mi ciudad empezaron a llegar poetas y escritores, tus amigos, que crearon talleres literarios, artistas de grupos vanguardistas como SUMA y una pléyade de actores, compositores y músicos que crearon un movimiento todavía por estudiar. Tú, Alberto, fuiste parte medular de ese movimiento, un personaje
Carnalito valedor
6 Por Alfonso López Monreal
emblemático en lo teatral montando obras novedosas y nunca vistas de Beckett, Bertolt Brecht o el teatro del absurdo de Ionesco; como director y conocedor de sus obras todas ellas las montaste con los alumnos de tus talleres en el Teatro Calderón. Fuiste también desde siempre, congruente con tus ideas políticas, militante activo del entonces clandestino Partido Comunista y primer síndico cuando éste se legalizó. Tu militancia fue siempre incuestionable, fuiste leal a sus principios, cosa
que se puede decir de muy pocos. Hoy, frente a tus cenizas, te recuerdo como el amigo entrañable, como el chaval que anduvo en la legua con los muletillas de la época, que se jugaban la vida toreando en las ferias de ranchos a cornalones novillos toreados o también a algún encastado cebú. Te recuerdo como el amigo escritor ganador de premios, el cuentista excepcional, el conversador divertido y conocedor, siempre con amenas y múltiples anécdotas, el amigo amante de los
La China
Por Alberto Huerta
Hoy, 21 de febrero, mes en que se celebra el día de San Valentín, a Santa Irene, a Santa Leonor y a San Severiano… que un día como hoy nació Nina Simone, y que en 1963 en New York asesinaron a Malcom X, y en 1934 Anastasio Somoza mandó asesinar a Julio César Sandino… estoy viendo agonizar a La China, sobre la cobija gris de lana cruda, ese amado ser al que se le alborotaba el corazón cada vez que me miraba, sin que le diera importancia que yo la abrazara y le acariciara el pelo, que le
importara un soberano cacahuate que yo fuera un ciudadano común y corriente, más corriente que común… con el cáncer o la leucemia carcomiéndole las entrañas, mientras me miraba y hacía esfuerzos por levantar el cuerpo enflaquecido para ir a refugiarse en mis brazos, y apoyar su cabeza en mi pecho como si quisiera escuchar los latidos de mi corazón… Como si con eso fuera bastante y suficiente para sacarse aquello que la estaba matando. Puedo asegurar… tengo la certeza… que ella me quería, así nada más porque le salía del corazón, de las
gatos que le robó el corazón a mi gata La China a quien le escribiste un bellísimo cuento de despedida; me gustaría tener tu talento en las letras para poder escribirte a la vez un epitafio digno del personaje que supiste crear, escuchar una vez más Ojalá estuvieras aquí y decirte simplemente: aquí estás y aquí estarás siempre, los que te conocimos supimos siempre apreciar el valor de tu obra y el gran valor humano de tu persona y amistad.
entrañas… le valía madres que yo fuera medio pendejón, torpe… Y su cuerpo le brincaba de alegría y contento cada vez que estaba cerca de mí. No le daba vergüenza manifestarlo abiertamente. Y yo sentía que nuestros latidos se sincronizaban y latían parejitos, como en la danza. Al verla así, con el aliento delgadito, algo se me hace bolas en el estómago y los ojos se llenan de agua y me vuelvo a subir al cuadrilátero a darme de guantones con la depresión y me llevo el dedo índice a la sien y digo: ¡Puuuuum!.
Para Alfonso López Monreal
* Publicado en La Gualdra No. 282, 27 de febrero de 2017.
Alfonso López Monreal. Albertina. De la serie Tauromaquia. 2017.
El maestro está en los cielos —recuerdo de Alberto Huerta—
6 Por Javier Acosta
Cuando entré a la prepa también comencé a llevar un diario. Por aquellos años descubrí el teatro, y en él a tres maestros: Alberto Huerta, Mirna Brandán y Román Méndez; cada uno me mostró un camino, cada uno me propuso una aventura irrenunciable, una forma de vida más viva y arriesgada, digna de recordarse.
Había que llevar un registro de eso que en el teatro es irrepetible, precario, incandescente. Cada día de ejercicios, de improvisación, de ensayo, me parecía inolvidable, digno de ser pasado por escrito. Aunque los estrenos puedan ser lo más frustrante del mundo, una tarde en el teatro suele dejar recuerdos para toda la vida. Quien haya subido a un escenario lo sabe, pues el espacio escénico está saturado de intensidades fulgurantes, libre de los grisáceos tonos del mundo como suele ser afuera de la escena. En presencia de Alberto Huerta tenías la sensación de escuchar a alguien que lo había visto todo, que lo había probado todo, y que además quería que lo vieras todo y lo probaras todo. Aprendiz de torero, dentista, escritor y maestro de escritura en las Islas Marías. Descubrí que había publicado un libro, Ojalá estuvieras aquí (1977) que había ganado un premio nacional de cuento, también que había ido a París, pero no a ver la torre Eiffel, sino tras la huella de sus presencias tutelares, principalmente las de Samuel Beckett; además supe que Huerta era compadre de Alejandro Aura y que otro Alejandro, Jodorowsky, lo había expulsado de uno de sus cursos por insolente; que mi maestro llevaba un tatuaje y que a un par de metros ya te envolvía su fuerte olor a café.
Nos hablaba de arte, pero también de política, de cine, de literatura. A sus clases invitó a escritores como Armando Adame, mi vecino, que resultó ser poeta. También nos hizo asistir a algunas sesiones con Emilio Carrasco, que por aquellos años estaba a cargo del Taller de Artes Plásticas de la UAZ, donde pude conocer a un par de muchachos, Tarcisio Pereyra y Gonzalo Lizardo, de los que con el correr del tiempo pude aprender y tomar ejemplo, en la medida de mis posibilidades, del sentido de la búsqueda y el rigor artístico. También en los cursos de Huerta conocí a Efraín Martínez, con quien soñé la posibilidad de abrir una escuela de Artes dentro de nuestra Universidad; juntos escuchamos el dictamen de Huerta sobre un curso de entrenamiento actoral que nos hizo tomar, basado en explorar el umbral del do -
lor y la fatiga física. “Mucha chinga para nada”, dijo, mientras veía, impasible, como nos reventábamos las ampollas de los pies. En todo lo que hacía Huerta parecía estar en juego una declaración de principios, un reducto de dignidad insobornable. No quiso pertenecer al sindicato de personal académico, sino al de trabajadores. Afiliado al partido comunista, odiaba lo que en ese entonces se llamaba eurosocialismo, también el teatro “comercial” y en general la industria del entretenimiento. Era intolerante con la frivolidad y el narcisismo, tan común en el mundillo del teatro, tampoco permitía que le rindiéramos culto, ni que lo llamáramos maestro: “el maestro está en los cielos”, decía tajante y socarronamente. Nos quiso enseñar a tomarnos ese asunto del teatro muy en serio y a hacerlo sin
Muchos más
Por Alberto Huerta
Cuentan los que cuentan cuentos que contaron y contaron. Mire nomás, ya los contamos y los volvimos a contar, por si acaso. Sí, los recontamos de a tres veces, y ¿qué cree? Todavía seguían faltándonos los cuarenta y tres. Pero espéreme tantito, faltan más. Muchos más.
concesiones. Propuso un repertorio de teatro ininteligible, cuyo centro de gravedad era Samuel Beckett: Pasos, Acto sin palabras y Catástrofe, entre otros. Como Beckett, desconfiaba de Ionesco, pero se le ocurrió que podríamos ensayar su Cantante Calva. No sé si alguna vez la estrenó. Creo recordar que no soportaba los estrenos, ni en general las funciones. Alguna vez nos compartió esa idea de un teatro que sólo abriera sus puertas en días de lluvia, con uno o dos espectadores —mejor aún, ninguno— en la sala.
Decía Albert Camus que un partido de futbol deja recuerdos para toda la vida. Lo que para Camus fue el futbol, para mí fue el teatro; lo que para Camus fue el árbitro, el entrenador y el público, fue para mí durante algunos memorables años, mi maestro, Alberto Huerta.
* Publicado en La Gualdra No. 379, el 8 de abril de 2019.
Alberto Huerta In Memoriam
Alberto Huerta y las formas del nihilismo
Acto sin palabras II, es una pieza teatral de Samuel Beckett, donde los personajes no emiten palabra alguna. Se desarrolla en el plano escénico con movimientos, planos gestuales, dos luces en cenital y una atmósfera sombría. En escena aparecen dos sacos -A y B-, un aguijón entra, los pincha y nace un hombre que realiza las actividades de su día en la vida cotidiana, desde que despierta hasta que duerme y regresa al saco. Vuelve a salir el aguijón y despierta al segundo saco y el personaje hace lo mismo. Ambos realizan las mismas acciones, pero con distintos sentidos: las formas del nihilismo. Uno es la negación y otro la afirmación de la existencia. Son los senderos de ver los valores y significados de la vida.
Samuel Beckett fue uno de los autores sobre los cuales Alberto Huerta estuvo muy interesado. Se dice que Cioran quería ser amigo de Beckett, pero el escritor irlandés se mantenía separado, al margen. Tal vez, Alberto fue un escritor que, en muchos sentidos, además de leerlo, le aprendió, se sintió y se manifestó separado ante el mundo. Como escritor, como dramaturgo, como director, siempre estuvo en el límite de la separación con su personalidad fuerte y mirada penetrante. Quizás por ello se sintió atraído por las piezas de Samuel Beckett. Me tocó participar en algunos montajes emblemáticos como: Macario de Juan Rulfo; Acto sin palabras II de Samuel Beckett; El guardagujas de Juan José Arreola; El árbol de Elena Garro. Uno de los primeros fue La portentosa vida de la muerte, de Fray Joaquín Bolaños, donde se incorporaron elementos dancísticos e imágenes de los borrados de
La tiricia
Por Alberto Huerta
la cultura Cora. Cito algunos, pero existen otros que ya no recuerdo por mi falta de memoria, sin duda eran de escritores poco conocidos
A Juan lo agarró gacho la pinche tiricia. Quién sabe qué virus o bacteria pepenó quién sabe dónde. O se la metieron en algún alimento, de esos enlatados por los gringos. Esos pinches gringos tienen la culpa de todo lo que nos pasa a nosotros, sus güeyes vecinos. Al Juanito lo agarró fuerte la tiricia. Cuando ésta agarra a alguien, lo convierte en nada. En pinche nada. En un hilacho. Pues la tiricia es como una enor-
y difundidos en Zacatecas -ya sólo recuerdo a Kobo Abe-. Y qué decir de la infinidad de actores que formó y que estuvieron resguardados
me rata que todo lo roe implacable. Al Juanito lo llevaron con un médico japonés, dizque la octava maravilla. Bien picudo pues. ¿Y qué creen? Pues niguas. Toda la ciencia del milagroso doctor japonés valió gorro. Y la Rosa, la mujer de Juanito, que dicho sea de paso está bien buena, de tanto que iba de visita el amigo de Juan, pues se lo llevó a la cama, así, faciliiito. ¿Que qué es la tiricia? ¡Ah, la tiricia! ¡Pues la tiricia!
en los muros de nuestro Teatro Calderón. Sus montajes no eran muy asimilables, al contrario, eran poco comprendidos, el público no lograba entenderlos con facilidad porque eran complicados, tenían paisajes sombríos y atmósferas de muerte. Insisto, siempre nos mostraba las formas del nihilismo, por ello era complejo seguirlo.
Yo conocí a Alberto como director de teatro, fui su asistente por algunos años en los que estuve en el Taller Universitario de Teatro. Fui cómplice de los ensayos y montajes que preparaba, también de sus regaños a los actores. En 1992 fue cuando conocí a Alberto… ya lo conocía, pero no lo conocía. Tenía 14 años, era un niño y Alberto ya era un adulto sereno, maduro y famoso. Fue esposo de Olga, mi tía… hermana de mi mamá Araceli. El primer día que estuve en el taller, me puso a correr para calentar el cuerpo sin causa alguna, tiempo después entendí de qué se trataba. Dejé el taller en 1998, después de haber aprendido sobre el teatro, música, montajes, luces y cosas que van desde prender un incensario hasta elaborar un teatrino en una maqueta.
Tal vez la mayor enseñanza que le debo es la del conocimiento de las formas del nihilismo. Aprendí con Alberto a ver la vida, a sentirla, a saborear las atmósferas, los olores. Pero también a entender la muerte, la oscuridad, la luz y las representaciones. Con su carácter poderoso me preparó para librarla en la adversidad y siempre ver de frente a los ojos. Eso nos enseñó a muchos… a ver de frente a los ojos, aunque supieras que te iba a ganar con su mirada profunda.
* Publicado en La Gualdra No. 375, 11 de marzo de 2019.
6 Por Luis Miranda Rudecino
Alberto Huerta Villaseñor falleció el 22 de abril de 2025 en Jerez, Zacatecas.
“Parece fácil se ve muy fácil pero es difícil en realidad”
Alex Lora
Publicar un cuento cada semana en un suplemento cultural “parece fácil”; publicar 13 libros “parece fácil”; ganar un premio nacional de cuento “parece fácil”; ser huésped de un teatro de 1832 y sostener ahí taller de teatro por más de tres décadas con temporadas constantes y sonantes “parece fácil”; todo esto y más es posible cuando se vive con la pasión y disciplina que vivió Alberto Huerta.
“Parece fácil” también es el título de una puesta en escena que tuve la fortuna de producir y actuar. Autoría de Alberto Huerta y Pilar Alba, contamos con la dirección del Maestro Huerta, perdón, de Alberto; esa obra y lo que vivimos alrededor de ella, justo marcó el fin de una época y el comienzo de otra en mi proceso como teatrista.
Cuando decidí dedicar mi vida al teatro no existían escuelas a mi alcance para ello, en su lugar había “Maestros”, más coloquialmente conocidos como “Vacas sagradas”, en la lista se encontraba sin duda Huerta. Por el alcance de su obra, un maestro de narrativa con reconocimiento nacional; todo un referente del teatro zacatecano, formador de una generación de creadores escénicos.
En la época de los “Maestros”, donde no se podía acceder con facilidad a un título universitario, si querías iniciarte en el oficio del teatro había que elegir un “Maestro” y había que elegir bien, pues era una elección que se convertía en un estigma. No podías
Adiós
Por Alberto Huerta
Parece fácil
6 Por Noé Germán
elegir un maestro y luego pretender trabajar con otro; los maestros eran celosos de sus pupilos y había que serle fiel al maestro; la promiscuidad entre grupos no se podía contaminar de la promiscuidad entre actores y actrices. Mi papá teatral fue Erasmo Nieto q.e.p.d.; ahora ni se usa el término, los egresados de las licenciaturas en artes salen a las tablas en la orfandad. Aunque admiraba el trabajo del maestro, ni pensar que los del Taller de Auto-producción Teatral (T.A.T), se mezclaran con los del Taller Carlos Ancira. Para mi sorpresa, en el siguiente milenio sería Alberto quien derribara el muro que nos separaba, que él mismo había ayudado a construir.
¿Por qué? ¡Dime! ¿Por qué? ¿Así nomás? Pues qué pocamadre. De plano. No… No… Mira… Escúchame… ¡Carajo! Cuando te pones en ese plan neuras nada más tú hablas, tú tienes la razón… ¿Qué sufres? ¿Mucho? No mames… Sí, sí, no mames… Bajo ese escudo has estado jodiendo a un chinguísimo de gente… Sí, el principal jodido has sido tú. ¡Ah, sí! Mira qué cómodo. Siempre, escúchame
Cuando el T.A.T., tras el fallecimiento de Erasmo se consolidó como A.C. y fue comodatario del teatro del IMSS, Alberto cruzó el muro para derrumbarlo. Fue un presagio de la nueva era que ahora vivimos, donde los Montescos y Capuletos del teatro pueden unirse para trabajar. “Parece fácil…”, Alberto cruzó el muro para convertirse en nuestro amigo y mentor. Durante un breve pero significativo periodo de tiempo aprendimos del teatro Alberto, pero también de su vida.
El arte es lo que él dominaba y hacía parecer fácil, pero pudimos conocer lo que en su vida le fue difícil y afrontó: Estudió una licenciatura que ejerció pero no le satisfizo,
bien, siempre te la has pasado de putamadre… sí, siempre… ¡Muy bien vestidito!... pero si… ¿A costillas de quién? ¡Ah, no! Zapatos caros... Sí, sí, tú, te los compraste. Sí, pero… ¿A costillas de quién? Comes a llenar… Sí, sí… ¿Cuándo has comprado un huevo? Sí, fíjate que sí. ¡Un hue-vo! ¿Qué tú pagabas las cuentas? ¿De qué? ¿Dime de qué? ¿Cuáles putas cuentas? No, mira, eso sí que no, a mí no me
tomó la decisión de seguir su vocación de escritor y salió en busca de vivencias y conocimientos que son el germen de su obra, sopesando el dolor de alejarse de su familia; militó y defendió la ideología del Partido Comunista, aunque fuera a parar a las Islas Marías, ahí formó un taller literario; tras obtener reconocimiento como autor, enfrentó el despreció de la academia que sólo le permitió tener un taller literario y uno de teatro en la universidad; tras un largo periodo de estabilidad, a sus cincuenta y siete años de edad se permitió salir de su teatro para entrar a otro, hacer nuevo teatro y volver a amar apasionadamente.
gritas. No, no, ve a gritarles a tus amigos, a tu mamacita… Sí, sí, a ver si ellos te aguantan. Sí, como lo oyes. Sí, ¿dónde? ¿Qué? De plano, tú no conoces la palabra vergüenza. Su significado. ¿Dignidad? ¡Chingado! ¡Muy digno! ¡Dignísimo! ¿Qué? Que no me grites. No… No… Voy a colgar… Sí… Adiós…
Alberto Huerta In Memoriam
*Publicado en La Gualdra No. 130, 23 de diciembre de 2013.
Alberto Huerta Villaseñor falleció el 22 de abril de 2025 en Jerez, Zacatecas.
Alberto Huerta In Memoriam
Nostalgia [Para Alberto Huerta]
6 Por Eduardo Ramírez Ortiz
Sea en el llano el aullido del coyote que ahuyente la nostalgia encerrado en cuatro paredes no hay remedios a la soledad la vida te reclama para hacer de lo pequeño algo grandioso aún no terminas la tarea encomendada todavía no llega la noche y ésta se ve lejana.
Tú que haces el milagro cotidiano traza en la blancura del papel las oraciones necesarias que la dan al mundo peso y sustancia.
No abandones la insigne movilidad felina que te caracteriza deja que tu palabra y tu presencia alejen de esta vida las heridas.
Al centro, bien al centro, un cenital ambarino y una silla donde no se note que yo ya no esté
6 Por Víctor Hugo R. Bécquer
Como el viento: suave un cenital ambarino o chocolate al centro, bien al centro corona de flores amarillas el listón dirá: DUERME, duerme… de mi parte: DEP
Y ya no te enojes con la vida al final todos estaremos juntos (ni modo, qué más da) y abrazarnos con todas las diferencias que pudimos tener tierra somos amigos también
El teatro nos reserve mejores alegorías felices.
La Gata
Por Alberto Huerta
En el pretil de la azotea, inmóvil, La Gata, se enfrenta a un mar de tinacos cilíndricos, negros, antenas de televisión, tendederos donde ondean como banderas multicolores camisas, pantalones, vestidos, sostenes, calzones, camisetas, blusas, pantaletas, faldas, toallas, sábanas… Los ojos amarillo verdosos de La Gata brillan. Los sonidos de la calle le llegan deformados, mezclándose. La Gata entrecierra los párpados. Como islotes, robles, cedros, palmeras de largos y delgados troncos coronadas con su penacho de ramas se elevan hacia el cielo,
asomándose de los patios interiores. De alguna ventana se escapan las notas de una cumbia. Tanques de gas. Paredes cubiertas de bugambilias. En algún corral alguien está quemado hojas y hierbas, basura. Todo está inmóvil. Apenas inicia el otoño, pero todavía se siente un calor húmedo. Es mediodía. Un mediodía medio nublado. Está vaporizando el agua que dejó el chubasco de anoche. ¡El gas! Pasa el camión repartidor. Pronto desaparece. Una mujer cepilla la larga, rizada, cabellera negra recién lavada dos azoteas más allá. La Gata permanece inmóvil. Observa sin perder detalle. Arriba, las nubes apenas
si se mueven. Navegan despacito. Nubes blancas. Panzonas. Con ribetes luminosos. La Gata mueve la cabeza hacia el lado izquierdo. La vecina de la casa de enfrente sacude una cobija en la ventana. Se miran por un momento. La mujer desaparece en el interior. Pronto las nubes se han tornado grises. En el horizonte se dibuja el garabato del relámpago, luego bien el trueno, y empiezan a caer las gotas gordas. La Gata abandona el pretil de la azotea, se dirige hacia la escalera. Enciende un cigarrillo y baja hacia la planta baja. Afuera, se desata el chubasco.
Juan Carlos Villegas. Octubre de 2013.
Para Eduardo Alberto Huerta Villaseñor
Alberto Huerta (13 de enero de 1945-22 de abril de 2025)