Stepánovna Koklova nació en Ucrania en 1891, fue bailarina de la compañía rusa Serguéi Diáguilev y en 1917 fue presentada con Pablo Picasso por Jean Cocteau; un año después contrajeron matrimonio y adoptó el apellido del artista para convertirse en Olga Picasso. Su relación duró poco más de una década y durante este tiempo el artista, nacido en Málaga en 1881 y fallecido en abril de 1973, le hizo varios retratos. Presentamos en esta edición tres de ellos fechados en 1923, inspirados en Olga, en cuyo epitafio reza: “Soy Olga Koklova. Soporté al genio con cariño durante más de 12 años. Fui legalmente su primera esposa y, como a casi todas, me abandonó. Di a luz a su primer hijo, Pablo”.
[La muerte y sus mujeres, por Marisol Dávila Quiñones, en páginas centrales]
SUPLEMENTO CULTURAL NO.
DIR.
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JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
Pablo Picasso. Retrato de mujer (Olga). Óleo sobre tela. 50 x 61 cm. 1923. Colección particular. Olga
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Editorial
Cuando Francisco Goitia regresó a México había estallado ya la Revolución Mexicana, su estancia en el viejo continente fue interrumpida precisamente por eso, porque en su país había problemas y era imposible que siguiera recibiendo el apoyo económico que había propiciado su manutención los últimos 8 años. De regreso a México volvió a Fresnillo y allá se refugió en un primer momento, en la comunidad en donde había vivido los primeros años durante su infancia. Dos años más tarde, en 1914, decidió sumarse a las filas villistas; se entrevistó con el general para solicitarle fuera aceptado como dibujante, Antonio Luna Arroyo -autor del libro Francisco Goitia , editado en 1958- narra cómo fue ese acercamiento y aquí lo transcribimos:
“En audiencia con el Centauro del Norte entablan la siguiente conversación:
- ¿Qué deseas, joven? ¿Cuál es tu asunto?inquiere el guerrillero.
- Mi general -responde Goitia-, soy pintor y pienso perpetuar en lienzo alguna de sus grandes hazañas. Quiero hacer pintura revolucionaria- agregó.
A lo cual aquél replicó en tono socarrón, con los ojos fijos en uno de sus ayudantes, como si le ordenara a este último:
- ¡Qué pintar, ni qué pinturitas! La revolución no está ahora para ‘monitos’. Denle a ese muchacho un rifle y mándenlo a la línea de fuego. Allí verá cómo se pintan los uniformes de los soldados en el avance.
Y el ayudante del general de división Francisco Vi -
lla, tomó del brazo al maestro Goitia y fue a presentarlo, llevando las instrucciones recibidas, al general de artillería, jefe de Estado Mayor, que disponía lo que se hacía con la tropa”.
Se trataba del general Felipe Ángeles, quien, como ya sabemos, aceptó que Francisco Goitia se incorporara a las filas revolucionarias como pintor, como artista, con la responsabilidad de registrar lo que más le impactara de todos los acontecimientos que habría de ver a lo largo de casi un año, pues fue hasta 1915 que el fresnillense los acompañó. Hay otras versiones, como la de José Farías Galindo, quien asegura que en realidad Goitia no habló con Villa en primera instancia, sino que lo hizo directamente con Ángeles y este, además de aceptarlo como pintor le encomendó que redactara los “partes de guerra”; el caso es que el artista tuvo la oportunidad de viajar con los Dorados -con escopeta al hombro, por “si se ofrecía”- y en esas andanzas encontró escenas dantescas que posteriormente llevaría al lienzo y al papel.
Retomamos este tema por dos razones, la primera porque este 2023 se ha nombrado, mediante decreto presidencial, como el Año de Francisco Villa “El revolucionario del pueblo”; y segundo, porque en Zacatecas se encuentran en su museo algunas de las obras de Goitia inspiradas en ese periodo, como El Ahorcado (1915-1919), Paisaje de Zacatecas con ahorcados II (1938-1942), y Cabeza de ahorcado (1955-1957).
Valdría la pena una nueva visita a este museo inaugurado en 1978, que alberga otra de las obras más impresionantes de Goitia, relacionadas con el perio -
do revolucionario, se trata de El Maderista (el desesperado) , un óleo sobre tela de 155 x 115 cm., realizado entre 1913 y 1915. No se sabe con precisión si lo hizo justo el año en que Francisco I. Madero fue asesinado junto con José María Pino Suárez o al terminar sus andanzas con los villistas; el caso es que esta obra representa magistralmente la desesperación y la desolación en la que quedaron los maderistas tras la muerte de su líder.
En alguna ocasión me hicieron un comentario con respecto a la temática de estas obras y sobre la pertinencia de recomendar constantemente que visitemos el Museo Francisco Goitia para verlas, el argumento era que en tiempos tan violentos como los que vivimos ahora podría resultar “contraproducente” recomendar ver estas piezas en donde la realidad de la época en que se hicieron está representada; a lo que yo respondí algo en lo que sigo creyendo: debemos de indagar los detalles del pasado para poder explicarnos nuestro presente. Algo seguimos haciendo igual de mal a lo que hacíamos hace 100 años, que continúa dando como resultado que esos escenarios sigan repitiéndose, incluso cada vez más cruentos. Ir al museo es también reflexionar sobre eso, de algo tiene que servirnos constatar que no hemos aprendido lo fundamental para vivir de una manera diferente, y comenzar a hacer las cosas de otra manera. Vaya al Museo Goitia y compártanos sus reflexiones. Que disfrute su lectura.
Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com
Desayuno en Tiffany’s, mon ku La nuit du 12 y Pacifiction, películas ganadoras en los Premios Lumières 2023 Por Carlos Belmonte Grey
Decision to Leave, de Park Chan-wook
Por Adolfo Nuñez J.
2 LA GUALDRA NO. 559 /// 30 DE ENERO DE 2023 /// AÑO 12
La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.
Carmen Lira Saade Dir. General
Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx
Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com
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Directorio
Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com
Iván Muñoz A.K.A. Ivanko Moses-Lee. Motel San Sebastián. Collage digital. 2023. Los 1001 años de la lengua española, de Antonio Alatorre Por Miguel Ángel de Ávila González
La muerte y sus mujeres Por Marisol Dávila Quiñones
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Juan José Saer o la ficción como apertura del mundo real Por Sigifredo Esquivel Marín
Juan José Saer o la ficción como apertura del mundo real Literatura
6 Por Sigifredo Esquivel Marín
Ahora mismo no recuerdo cómo fue que me encontré con Juan José Saer, quizá uno de los escritores argentinos más potentes después de Borges, un gran novelista, poeta elocuente y agudo ensayista que nos permite pensar el margen como espacio de creación de sentido. Lo he ido leyendo como casi todos los autores que verdaderamente me apasionan, de forma lenta, asistemática, recurrente e intermitente.
Su pensamiento contemplativo se fue fraguando durante un exilio voluntario después de haberse ido de su natal Argentina a Francia 1968 para estudiar francés sin retornar jamás. Su narrativa, lograda con un cuidado artesanal esmerado, configura una poderosa radiografía latinoamericana desde el observador crítico distante.
Para el argentino literatura y exilio se co-pertenecen, se escribe voluntaria o involuntariamente siempre desde una condición existencial exiliada. En sus novelas hay una exploración antropológica de los confines humanos. De ahí su concepción de la literatura como antropología especulativa.
La literatura es concebida –y ejercida– por Saer como espejo humano polivalente y ambiguo. Con un lenguaje poético concentrado, El limonero real (Buenos Aires, Seix Barral, 2002) es una obra maestra que muestra los sabores y sinsabores de la convivencia, sus miedos, hastíos, rituales y fobias y nos hace ver que los seres humanos nunca dejamos de ser unos completos desconocidos para los demás; pese al conocimiento ocasional, la cercanía íntima cotidiana y las cópulas también ocasionales.
Pero al escritor argentino le interesa el hombre de carne y hueso, y aún de forma más específica, el rioplatense común y corriente, según confiesa en una entrevista realizada en marzo del 2002 en París y publicada en Orbis Tertius en el 2004: “Pero el estilo es el hombre mismo, es el hombre, es decir, que el trabajo sobre el estilo para mí estuvo guiado siempre por la lengua oral del Río de la Plata”.
Al igual que en Juan Rulfo, hay en Saer una poética de la narración como quintaesencia de la oralidad cotidiana. Narración, poesía y ensayo son tres aristas irreductibles y complementarias entre sí que despliegan la creación literaria como exploración radical de la humanidad y sus bordes inhumanos. Su profundo y profuso conocimiento literario-artístico posibilita una aguda elucidación del mundo desde los márgenes de la literatura, no en balde, para sobrevivir, dio clases de cine en alguna universidad de la provincia francesa.
Antes de la deconstrucción y los estudios culturales, en su obra ensayística opera un descentramiento radical en el tratamiento de temas literarios e intelectuales. Alejado de los reflectores parisinos y los grandes circuitos literarios, su trabajo en solitario fue fundamental para la renovación de la literatura hispanoamericana. La notable ensayista y crítica cultural, Beatriz Sarlo, ha señalado que se trata del autor más grande después de Borges que forma parte ya de la posteridad latinoamericana.
Descendiente de inmigrantes árabes, su vida y obra literaria estuvieron signadas por la paciencia, de la cual hizo una forma de arte. Al respecto, el gran crítico Noé Jitrik en el Coloquio Internacional Juan José Saer en el
2017 –donde también participó Sarlo– rememoró que, de viaje en auto por Europa, quiso hacerle una broma a su amigo y rebasó varios vehículos, y Saer, en un tono tranquilo pero firme señaló: “No tenemos apuro”. Dicha anécdota da cuenta de un autor que nunca tuvo apremio por escribir o la fama. Como los buenos vinos, su obra se fue madurando lenta y sabiamente henchida de tiempo depurado.
En un tiempo de hiper-aceleración, hacer de la lentitud un arte maestro es un trabajo fundamental, sobre todo en una época de obsolescencia programada que todo lo reduce a mercancía rentable y desechable. La obra de Saer cobra una vigencia que bien lo entroniza en los clásicos modernos contemporáneos. En su libro El concepto de ficción (México, Planeta, 1997), por cierto, dedicado a Sarlo, desarrolla su ideario estético y vital de forma precisa.
Siguiendo a Joyce, Proust, Borges y Truman Capote, sus reflexiones puntuales sobre la retroalimentación entre verdad y ficción se acercan al posmodernismo, pero desde la tradición de los clásicos de la literatura: “Podemos por tanto afirmar que la verdad no es necesariamente lo contrario de la ficción, y que cuando optamos por la práctica de la ficción no lo hacemos con el propósito turbio de tergiversar la verdad. En cuanto a la dependencia jerárquica entre verdad y ficción, según la cual la primera poseería una positividad mayor que la segunda es una mera fantasía moral” (11).
En el reino de la ficción, el despliegue de lo real encuentra toda su hondura laberíntica. Al respecto, en su difícil obra póstuma e inconclusa, Teoría estética (Madrid, Akal, 2004), Theodor Adorno había dicho, palabras más o menos, que la ficción y mentira
en el arte expresan tanto la realidad social e ideología dominante como la aspiración pura de su transformación emancipatoria. En este sentido, en los márgenes de la literatura y vida europea, sin aspavientos, un ser solitario hizo de la literatura una utopía portátil absolutamente liberadora: Juan José Saer.
A propósito de Gombrowicz en Argentina, lo cual vale para el mismísimo Saer, claro está, consideraba que el escritor no es nada ni nadie, escribir no es sino un simple detalle biográfico capaz de cambiar la vida entera del hombre singular. El Diario del judío polaco avecindado en Argentina permite un ejercicio de crítica cultural impecable e implacable, una vez más el argentino cuando habla del europeo está pensando en su propio exilio en el viejo continente: “La aventura witoldiana, su lección principal, consiste en la hipérbole de su destino que lo llevó, de una marginalidad teórica y relativa, a una real y absoluta. De esa marginalidad hizo su vida, su material y su fortaleza” (31).
Asimismo, Saer lee a América Latina desde los intersticios europeos y viceversa, realmente se trata de un ejercicio existencial, estético e intelectual de alcances inusitados, al respecto su obra nos queda como legado imperturbable. Desconocido e ignorado durante toda su vida –exceptuando por unos cuantos– fue escribiendo una obra intensa forjada con rigor, lucidez y maestría. Antes de morir de cáncer de pulmón, en el 2005, le llegó el reconocimiento del público y obtuvo algunos premios relevantes. Para un autor sin prisa alguna, el reconocimiento póstumo le causaría una sonrisa sardónica apenas sugerida en sus pocos retratos que circulan hoy en la red.
/// Juan José Saer (1937-2005). 30 DE ENERO DE 2023 3
Río de Palabras
La muerte y sus mujeres
6 Por Marisol Dávila Quiñones
¿Cómo la idea de una puerta transforma el mundo de alguien?, ¿qué o quién se esconde detrás?, ¿por qué el encierro llega a ser un escondite, resguardo, una protección o una alternativa de vida?
¿Qué significa la puerta? ¿Quién contiene a quién? ¿Cómo llegó a enamorarse de esos muros que la contuvieron de una vez y para siempre?
Puesto que el tiempo la inmovilizó, la inmutó y la convirtió en una sola idea de muro-padre padre-muro, en una idea hermética. Y es que la figura del padre era como la de un dios: omnipotente y omnipresente; un padre petrificado y ambiguo.
Había olvidado su nombre, no alcanzaba a rescatarlo. Si hubiera recordado, siquiera, cómo se llamaba, hubiera podido abrir la puerta, salir y contemplar a las mariposas (siempre le fascinaron, su mirada, tan llena de nada, se vertía en sus alas y en su vuelo); en ellas encontraba esa vida de allá afuera que parecía lejana.
Cuatro paredes fueron las únicas que contemplaron su desnudez. En ocasiones, anteponía un enorme espejo que se replicaba en otro y así sucesivamente, como en un cuento borgiano, y de este emergían manos que la acariciaban, le dibujaban un cuerpo al que ella misma no había logrado aceptar. Día tras día se repetía la escena.
Se dejó llevar por los rumores malintencionados del pueblo entero. Eso la marcó y se sintió como una mariposa clavada con un alfiler en la colección de alguien. Necesitaba de ese encierro para seguir recreándose.
Tantas imágenes colgadas distraen sus pensamientos; son altares erigidos a los que acude a rendir tributo cada vez que se siente perdida.
*** Emilia coleccionaba sonrisas de hombres, sobre todo sonrisas grandes y trasparentes, eso era lo que más le atraía del sexo opuesto; la hipnotizaban como la luz del horizonte que proyectaba su ventana. Mantenía la ilusión de que algún día se quedaría con alguien que resolviese sus preguntas y su existencia, que le dijera cuál era su lugar. Su
juego consistía en observar a un sujeto e investirlo del poder de lo imaginario, de ideas y fantasías absurdas; sus hombres eran como héroes, ídolos. Ese fue el gran error de Emilia: convertía a los hombres en piedra (como Medusa). Por más que se concentraba en admirar todas las sonrisas, se sumía, ya desde entonces, en la obsesión de quedarse mirando el horizonte de su ventana.
Mujer muro
La memoria petrificada la regresa intacta, inmóvil, silente. Todo a su alrededor tiene que estar perfectamente dispuesto para que la escena sea la misma. Ella se mimetizará en muros.
¿Quién es capaz de imaginar, sin tropezarse con prejuicios, cómo transcurre un día tras esos muros de ladri-
llo? ¿Quién de este árido pueblo (con sus locas ideas, con la muerte presente en cada una de ellas) es capaz de explicar, sin confundir a los demás, lo que el encierro significa? ¿Quién podrá comprenderla, describirla, de no juzgarla ni llamarla loca ? ¿Qué contiene más locura, el claustro o la falsa cordura disfrazada de respuesta de allá afuera? ¿Qué fue lo que aceleró su elección de refugiarse tras los muros? Quizá haya más verdad en la búsqueda de una misma, que hacerle caso a los juicios de la gente, esos chismes o comentarios que la llamaban loca por haberse aislado en esos muros de azogue. Probablemente hizo suyos los fantasmas que la acompañaron en la oscuridad del encierro, que la consolidaron como ella misma, porque fue más ella adentro de lo que
pudo serlo del otro lado de la puerta. O quizá haya sido que en el encierro encontró la venganza, la rebelde réplica que deseaba comunicarles a aquellos que la difamaron, pero fue una contestación diferente, rara, incluso terminó por convertirse en metáfora, por las dudas que no logró despertar en todos esos habitantes aletargados de este pueblo oruga.
Las mujeres de este pueblo son como calacas. Calaveras en serie, cortadas con la misma tijera. Todas deben serlo para ser mujeres. Eso fue, quizá, lo que interpretó en sus reflexiones de ahí adentro (abandonada, confundida, a su vez, con esa tétrica casa; desde las miradas y los juicios absurdos hechos por otros). Probablemente eso la llevó a sentirse cosificada, por eso le tuvo fe a los objetos, porque no traicionan, no juzgan, son fieles, inertes, esperando a que alguien les dé un uso. Cada día elabora un recuento de sus cosas, las que logró rescatar como parte de ella, antes de retirarse del mundo ¿Quién más habla ahí adentro? ¿Cómo es esa otra muerte que sostiene con la mirada y que arropa cada noche?
(Como vestir santos: “Se quedó a vestir santos”… Los mismos que veneran en la iglesia de allá afuera. Encima de eso, lidiar con un padre que nunca se preocupó por ella, sumida en su propio misterio indescifrable. Jamás le permitió ser ese dios al que tanto veneraba su madre. Luego, el encuentro de ella misma en cada cuenta del rosario. El mismo que le regaló su madre como muestra de su fe, de que como hija haría lo correcto. Lo único que le heredó después de morir crucificada por las malas lenguas del pueblo fue el sentido del sacrificio).
Todos los días tomaba su rosario: un ritual en el que corta y cuenta la historia, su versión y su bifurcación. Es en este punto, quizá, en el que ella misma no se contempla ajena; aunque no hay nada más enajenante que repetir la misma historia, como se repite ella en su eterna caricia de las cuentas y los rezos. Tal vez no sea repetición, sino continuidad. Lo que los otros ven desde afuera es monotonía, aburrimiento, fastidio, siendo para ella la única recreación y un renacimiento liberador. Entonces pasa, con la mirada perdida, a otra bolita, otra oración y aparece su padre y llega el dolor y rencor del
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/// Pablo Picasso. Olga pensativa. Pastel. 105 x 74 cm. 1923. Museo Picasso, París, Francia.
recuerdo: nunca la humanizó, simplemente hizo de su hija una utopía. Luego, aparece su madre con toda la imaginería de los pliegues que dejaron sus vestidos en el armario. Se detiene a observar el vestido de novia que cuelga de un gancho; en vez de blanco, se encuentra percudido por los secretos bien guardados. Su madre, como todas las madres de este pueblo, nunca perdió la esperanza de que algún día su hija se casara. Pero no. Ella, a diferencia de esas otras de afuera, se negó a ser cosificada por los hombres: esposos, amigos; todos espejismos de carne y placer de ellos mismos y no de ellas.
De nuevo su padre: un ser malogrado. La mayor parte de su infancia se sintió como una de esas muñecas que se encuentran en un escaparate: tan perfecta por fuera, pero llena de cicatrices por dentro, presa de las miradas de la gente, lo que le remitía a la misma mirada de su padre, un ente inflexible, un padre medusa devorado por una madre apéndice. Quizá por eso se sentía rota en medio del tiempo y de las paredes de su encierro. Así como se encuentra ese Cristo en su cuarto, que la observa conforme recorre las cuentas de su rosario. Y ahora es ajena a los demás y sus chismes. Se ha encerrado, es mujer muro.
(Casarse es repetir la historia, es un disfraz del auto abandono. Un encierro de lo que los esposos quieren de ellas; mujeres que se dejan tocar, manosear por tipos que solo construyen la versión de ellos mismos, y que paralela e irónicamente son el reflejo de la educación y figura de sus propias progenitoras, que se vaciaron en ellos como en un molde, que convirtieron a la feminidad en una versión petrificada sin cambio ni evolución. El futuro no se recreó, no renació en ellas como portadoras de vida, sino que permaneció en las creencias mochas del pueblo. Aquí ellas solo deben o puede ser madres, esposas, compañeras. Conceptos definidos desde hace cientos de años. En este pueblo la finalidad de la mujer es como un dogma religioso: no les queda otra opción que obedecer, repetir y creer).
Cierto día decidió salir. Aparentemente nadie se percató, pero ella sentía que la recorrían y se la comían con la mirada; paradójicamente, se sintió amada, apetecible. Tal vez haya decidido abrir, por fin, su puerta para dejar a cada quien en su lugar. Qué bien debió sentirse sonriéndoles como respuesta. En su delirio recordó a aquel único hombre cuya sonrisa la capturó.
Era otra la que paseaba por esas calles de un pueblo alucinante, llena de arrugas que el tiempo de hizo como para indicarle cuánto había vivido enclaustrada. Sin embrago, por momentos, un extraño delirio en aquellos que siempre la criticaron les reveló a una mujer, en el fondo, inmarchita; había encontrado el secreto para no “envejecer”: en todas sus conversaciones con las flores, en los retratos en donde el reloj se movía, en ese espejo, en esas velas exorcizantes, en todas las historias que los de “afuera” se atreven a vivir.
La realidad retorna cuando quita su vista del vestido, otrora blanco, ahora del color nácar del polvo y de la ventana.
Mujer espejo
Su padre le dio un nombre que ya ha olvidado porque nadie lo pronunció, entonces el nombre estaba hueco. Él no logró investirla lo suficiente de ese
lo que aprendió a vivir. Ella y su delirio eran más fuertes que las personas que se asomaban por las ventanas para averiguar, husmear ese otro reverso que nadie más mostró.
Todo el pueblo la desterró del mundo. La arrojaron. La abortaron por ser diferente. Aunque en el fondo le temían, porque era una mujer que hacía temblar los cimientos y estructuras tradicionalistas con las que nunca comulgó. Para ella todas esas costumbres significaban devorar el cuerpo, deglutirlo y, finalmente, vomitarlo. Por eso su apetito era casi nulo: lo relacionaba con comerse a otros y otras, muertos y muertas. Cortejando al espejo, reducía su reflejo a huesos, a una autodevoración (como las madres devorando a sus hijos no deseados). Se sentaba en la mesa de forma automática, sin el deseo ni el hambre ni el placer de los alimentos. Comía nada, masticaba por inercia, solo por mantener con vida a la marioneta.
Por esa razón también le atraían las marionetas: se sentía una con hilos pegados a sus manos, sin otro remedio que tomar la cuchara o el tenedor y picar, rechinar el plato impulsada por quién sabe qué fuerza. Si hubiera tenido tiempo, sin duda las habría coleccionado.
Arlequines
Otro de sus objetos preferidos eran los arlequines o bufones (nunca supo si había diferencia entre ambos términos, de cualquier manera, los tomaba como sinónimos) porque parecían contener el secreto de la felicidad, que tras ese antifaz se escondía un ser feliz, sin fracturas ni cicatrices. Para ella los arlequines se disfrazan con llamativos colores para confundir y distraer; un baile de máscaras sin rostros desfilando noche a noche dentro de sus sueños.
Flores, flores… y al final, cera Espera que le regresen esas flores que ha cuidado con esmero, que le devuelva su aroma característico a abandono, el mismo olor que la hace olvidar al amor que se marchó para siempre; no lo reconoce, es ya una tenue luz como la de las velas que acompañan su encierro, que enciende y apaga cada noche. Parecen inagotables a pesar de derretirse. No le teme a la temperatura, al contrario, se derrama la cera sobre su cuerpo y sus pezones, luego la recoge cuidadosamente. Asume que esa es la recompensa purificada del fuego, por eso permanece horas contemplando cómo se deshace la cera.
Río de Palabras
nombre como para reconocerse en el sonido de las sílabas y en ese espejo en el que se contempla por horas. Mujer espejo.
Nunca se podrá saber si el espejo, los objetos y los muros (a los cuales ella pareció contener) la encaraban y dialogaban con ella cuestiones secretas; quizá el delirio del reflejo fue con
Es el fuego fálico y poderoso de las velas que se vierte sobre ella y la concibe, por fin, en el espacio-tiempo. Como los girasoles busca la luz. Por momentos se asoma al mundo y parece encontrarse en los rostros de la cotidianeidad de la calle. ¿Qué busca en los otros? ¿Los muros, las muñecas? ¿Antifaces, vestidos, retratos, mariposas, velas, flores, miradas? ¿O es la nada lo que busca encontrar? Se pregunta, ¿qué es lo que la confiere de un cuerpo en la realidad?, ¿qué la convierte en mujer?
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/// Pablo Picasso. Arlequín con espejo. Óleo sobre tela. 108 x 81 cm. 1923. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid, España.
/// Pablo Picasso. Mujer con cuello de armiño (Olga). Óleo sobre tela. 61 x 50 cm. 1923. Colección particular.
Los 1001 años de la lengua española, de Antonio Alatorre Libros
Este libro cuenta la historia del español desde su conformación hasta la actualidad. Está dirigido al lector común, al de la calle, al que no es lingüista o especialista.
Se trata de una obra escrita de una manera sencilla y amena. Organiza la información como si fuera un cuento y entrelaza historia, lengua y literatura de una forma natural, proporcionando así el contexto y los fenómenos orales y escritos que permearon nuestro idioma a largo de los siglos. Procura no usar términos ajenos al lector y si los usa suele explicarlos inmediatamente para que el lector no se sienta impedido por no comprender.
Podemos decir arbitrariamente que la lengua española nació en la segunda mitad del siglo X, a medio camino entre el VII y el XII, y que su acta de nacimiento se escribió en 975. El autor comienza aludiendo a la familia indoeuropea, prosigue con una nota a las lenguas prerrománicas y luego introduce al mundo romano y al latín, habla de las invasiones bárbaras y de cómo se fueron formando las lenguas romances, siempre haciendo hincapié al caso del español, el cual tiene mucho que ver con las conquistas que sufrió la península y del contacto que tuvo con otros idiomas, además de que no olvida darle su espacio a Hispanoamérica.
La lengua es un ente vivo que está en constante transformación, la lengua oral y la lengua escrita no siempre van de la mano. Cabe destacar de esta obra es que no tiene un afán prescriptivo, todo lo contrario, recalca la heterogénea pronunciación del español y la importancia de ser descriptivos con nuestra lengua: tan cien por cierto hablante de un idioma es el campesino más inculto como el académico más refinado.
El tratado constituye una verdadera, erudita, sabrosa, inteligente historia del español, que necesitaba leerse sin más interrupciones que las que haría cada persona para reflexionar sobre lo que estaba leyendo. Es un completo, integral documento sobre la evolución del español hasta finales del siglo XX.
Se amplían los datos y se seleccionan muchos fragmentos literarios,
desde el siglo XIII en adelante. Las notas de pie de página, además de ayudar a situar un período cultural y agregar información pormenorizada, son muy entretenidas, como cuando compara el inventario de la ropa de una mexicana de esta época con el de una señora medieval española.
Toda lengua con escritura deja huella que ha dependido, durante milenios si se trata del español, del francés, del italiano o del inglés, de la cultura escrita, de la letra. Como durante siglos el analfabetismo era lo común y solamente ciertos grupos sociales escribían y leían, desconocemos las hablas populares latinas que dieron lugar a la lenta formación del castellano.
Heredadas de Roma, hay inscripciones en lápidas mortuorias, graffiti en algunos restos de edificios; hay leyendas en los pedestales de las esta-
tuas que han podido conservarse, que revelan algo acerca de las maneras de hablar del pueblo llano; hay citas o caricaturizaciones de sus maneras de hablar en algunas obras literarias, como en Petronio, pero lo que se hablaba en la Hispania romana, el territorio de cultura latina más antiguo después de Italia, en donde las poblaciones aborígenes se mezclaron con individuos procedentes de todas las regiones del imperio, es muy difícil no se diga conocer, sino al menos reconstruir con algunos visos de verosimilitud.
El capítulo dedicado a “La lengua de los romanos” es una insuperable exposición lingüística y cultural de la evolución del latín a los dialectos románicos de la península ibérica, y del castellano en especial. El autor dominaba el latín clásico por lo que fue ca -
paz de situar el discurso latino entre los siglos IV y X.
Este libro sigue siendo una historia filológica, cuyo núcleo es la literatura, pero los datos y las explicaciones lingüísticas son precisos y muy informativos. En consecuencia, no prescribirá; podremos ir añadiendo datos y puntos de vista que la investigación filológica y lingüística sigue elaborando; pero quien quiera, de veras, conocer la historia del español en sus elementos más importantes, puede estar seguro de que este libro es el pertinente.
* * *
Antonio Alatorre, Los 1001 años de la lengua española , Fondo de Cultura Económica, séptima reimpresión, México, 2012. Disponible en la Biblioteca Roberto Almanza de la colonia Pedro Ruiz González, de la ciudad de Zacatecas.
6 Por Miguel Ángel de Ávila González
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Desayuno en
ku La nuit du 12 y Pacifiction, películas ganadoras en los
Premios Lumières 2023
6 Por Carlos Belmonte Grey
El pasado 16 de enero se celebró la 28 entrega de los Premios Lumières de la Prensa Internacional de Francia, esta vez en el auditorio del Forum des Halles de París.
Los ganadores dan muestra, y ahora me atrevo a hablar en primera persona, que el gusto de quien estas columnas escribe es muy simple y aún no consigue afinarse al de los compañeros periodistas, críticos y académicos que formamos la Academia de los Lumières. Y esto por la simple razón que solo atiné en mi voto por el mejor director, la mejor imagen y el mejor actor otorgados a la película del director catalán Albert Serra, Pacifiction.
De todas las películas aquí comentadas y que en algún momento mencioné de favoritas, y a las cuales dimos nuestro voto y luego en los debates apoyo, solamente atinamos a la obra que su propio realizador agradeció a la Academia por “apoyar películas artísticas, que exigen reconocimiento y atención del espectador y son obras de la creación de un artista”, comentó Serra al subir a recibir su premio. El director catalán fue el que más premios consiguió, aunque no fue la suya la mejor película sino La nuit du 12, de Dominik Moll, que también recibió el de mejor guion.
La Academia cuya labor de sus miembros es difundir el cine francés y las coproducciones francesas sigue funcionando equilibradamente a pesar de haber perdido el patrocinio de la Cadena Canal+ y por este año haber realizado una celebración más sobria. Esta merma no impacta en su atractivo
para que producciones, directores, actores y artistas sigan asistiendo. La mejor prueba es que este año estuvieron casi todos los nominados sin importar si son actores y actrices consagradas como Juliet Binoche y el propio Benoît Magimel, o actores que inician como los ganadores Nadia Tereszkiewicz y Dimitri Doré. A esperar la selección del 2023.
Aquí la lista completa de premiados:
Mejor película: La nuit du 12, de Dominik Moll.
Mejor dirección: Albert Serra, por Pacifiction tourment sur les îles.
Mejor actriz: Virginie Efira, en Les enfants des autres.
Mejor actor: Benoît Magimel, en Pacifiction
tourment sur les îles.
Mejor guion: La nuit du 12, por Dominik Moll y Gilles Marchand.
Mejor documental: Nous, de Alice Diop.
Mejor primera película: Le sixième enfant, de Léopold Legrand.
Mejor coproducción internacional: As bestas (España), de Rodrigo Sorogoyen.
Mejor revelación femenina: Nadia Tereszkiewicz, en Les Amandiers.
Mejor revelación masculina: Dimitri Doré, en Bruno Reidal.
Mejor imagen: Pacifiction tourment sur les îles para Artur Tort.
Mejor música: Et j’aime à la fureur, para Benjamin Biolay.
Mejor película de animación: Le Petit Nicolas. Qu’est-ce qu’on attend pour être heureux?, de Amandine Fredon y Benjamin
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Massoubre.
/// Albert Serra, Mejor Director por Pacifiction tourment sur les îles.
/// Mejor Primera Película, para Le sixième enfant, de Léopold Legrand.
/// Mejor documental para Nous, de Alice Diop.
/// Albert Serra y Benoît Magimel, Mejor Director y Mejor Actor en Pacifiction tourment sur les îles.
/// Mejor película de animación para Le Petit Nicolas. Qu’est-ce qu’on attend pour être heureux?, de Amandine Fredon y Benjamin Massoubre. /// Mejor Película, La nuit du 12, de Dominik Moll.
/// Pacifiction tourment sur les îles, de Albert Serra, Mejor Director.
Tiffany’s, mon
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Decision to Leave, de Park Chan-wook
Por Adolfo Nuñez J.
Alfred Hitchcock inventó el término mcguffin para referirse a la excusa narrativa y argumental que hace que una historia avance y que debe servir para lo que finalmente importa dentro de la misma: los personajes y sus relaciones. En su más reciente película, el surcoreano Park Chan-wook (Oldboy, 2003; The handmaiden, 2016) utiliza dicho concepto a su favor, y lo hace para llevar adelante una apasionante historia de amor disfrazada de relato de crimen y misterio.
La cinta sigue la historia de Hae-joon (Park Hae-li), un detective que sufre insomnio y que vive frustrado por distintas razones, que van desde su poco emocionante matrimonio con Jung-an (Lee Jung-hyun), hasta los muchos casos que no ha logrado resolver y que se van acumulando en fotografías que cuelga en su pared.
Uno de esos casos tiene que ver con la misteriosa muerte de un montañista, cuyo cuerpo fue encontrado frente a uno de los picos a los que solía subir. A primera vista, todo parece indicar que se trató de un terrible accidente, pero hay detalles en la escena del crimen que sugieren que tal vez el hombre fue asesinado. Todas esas pistas apuntan hacia Seo-rae (Tang Wei), la esposa del montañista. Al ir avanzando en la investigación, Hae-joon desarrollará una profunda obsesión con esta mujer quien, al no mostrarse indiferente a su interés, terminará por entablar una extraña pero intensa relación
con el detective.
En una mezcla de thriller policial, melodrama, comedia negra y noir, Decision to leave (2022) se encuentra a medio camino entre la
Vertigo (1958) del ya mencionado Hitchcock y la In the Mood for love (2001) de Wong Kar-wai.
El surcoreano utiliza diversos recursos cinematográficos, que van desde juegos de cámara
desconcertantes, enfoques difusos, un sinnúmero de planos imposibles, hasta transiciones aceleradas y abruptos cortes de escena. Todos estos elementos convergen en una edición de ritmo frenético y en una narración trepidante que subvierte las expectativas de la audiencia de manera constante.
Cuando parece que Park se va acercando a una resolución satisfactoria dentro del filme, decide apuntar hacia otra dirección totalmente inesperada. Como tal, se trata de una película que está llena de misteriosos significados y pequeños detalles que se irán develando con cada nuevo visionado.
Dentro de su elegante puesta en escena y su excepcional propuesta estética, Decision to leave es un melancólico y emotivo relato sobre dos personas unidas por las circunstancias más insospechadas pero que, al igual que lo alto de la montaña y lo profundo del mar, están destinadas a jamás estar juntas.
Park utiliza esta imposibilidad de manera magistral, confeccionando un impredecible juego de engaños, manipulaciones y decepciones que, siguiendo las tradiciones del buen cine negro, pone en peligro la identidad de sus protagonistas. Como lo indica su título, únicamente el que tome la decisión de partir será quien logre escapar de este juego mortal y enfermizo, incluso si termina destrozado en el proceso. Park Chan-wook plantea una interesante contraposición al género y propone que hasta la montaña más alta puede ser barrida por el fuerte oleaje del mar.
LA GUALDRA NO. 559 // 30 DE ENERO DE 2023 8
/// Iván Muñoz A.K.A. Ivanko Moses-Lee. Motel San Sebastián. Collage digital. 2023.
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