Suplemento Semanal, 05/03/2020

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Juan Gelman y la materia del milagro Moisés Elías Fuentes

Carta de despedida para Luis Sepúlveda Xabier F. Coronado

LES LUTHIERS

cinco décadas de música, humor e irreverencia Pablo Espinosa y Antonio Soria

SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 3 DE MAYO DE 2020 NÚMERO 1313


LA JORNADA SEMANAL

LES LUTHIERS

Portada: Rosario Mateo Calderón

2 3 de mayo de 2020 // Número 1313

Crónicas de la pandemia

“VENTURA HIGHWAY”

LES LUTHIERS: CINCO DÉCADAS DE MÚSICA, HUMOR E IRREVERENCIA

Y EL TEMOR DE LA MUCHEDUMBRE

Hace medio siglo y casi un lustro, nació en Argentina un conjunto musical inclasificable: capaces de tocar lo mismo una sonata barroca que un pasodoble, una suite que una guaracha y un bolero que un concierto para piano y cuerdas, lo han integrado cinco –en un tiempo seis– músicos, compositores, letristas y, como lo indica el nombre del grupo, de luthiers: aquellos “que construyen, ajustan o reparan instrumentos”, como la viola de lata o violata, el dactilófono o máquina de tocar y la desafinaducha, entre decenas. Quien los ha escuchado, pero sobre todo quien los ha visto en concierto lo sabe: Les Luthiers son sinónimo de humor escénico, irreverencia letrística y enorme talento musical; y sabe, también, que con la reciente muerte de Marcos Mundstock, quien fungía como presentador o maestro de ceremonia, sumada al fallecimiento de Daniel Rabinovich en 2015 y el retiro de Carlos Núñez Cortés, concluye una época y se apaga una luz muy brillante donde se daban la mano, en un plano de igualdad hilarante, la llamada “alta cultura” y la cultura popular.

Foto: La Jornada

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E

n el principio fueron un par de horas felices las que se alejaban de mi nostalgia de rocas minerales, como estalactitas tiradas al borde del camino, simples recuerdos disipándose en la memoria. Un ejemplo de lo que se iba era cierta tarde no memorable en la que se discutía en voz alta el alza de la gasolina o la imposibilidad de un país dulce y arcaico de tanto soñarse distinto; un espectro de risas congeladas que parecían debilitarse en mí, en medio del confinamiento por la pandemia, es decir, ahora que los rostros palpitantes en la inmensa y oscura ciudad se acostumbraron a no salir o a buscar en la rutina comercial de las calles una sobrevivencia desesperada. Yo podía mirar sin mirar los bodegones de frutas que se iban a pudrir en las mañanas deshabitadas de las avenidas, en la intimidad silenciosa de las calles cercanas al Zócalo, en la muchedumbre tímida de los mercados sobre ruedas donde todavía se comerciaba con las verduras y el pollo sin hormonas amarillas. Buscaba evadir el majestuoso absurdo del virus… y el miedo de mirar a

Gustavo Ogarrio ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

los ojos a ese purgatorio sin forma, sin olor, obscenamente invisible; el temor a las noticias y a las imágenes, cada vez más desbordantes y en la creciente marea del ajedrez de la sobrevivencia: los hospitales saturados en Madrid; los cadáveres tirados en las calles de Guayaquil, la insuficiencia respiratoria en la soledad de Estambul... la curva elástica y voraz de la pandemia. Tenía la idea de que sólo había visto, en mi última salida al mercado, a albañiles que entraban y salían de las construcciones, a enfermeras con la boca tapada, a jóvenes que iban y venían en bicicleta con la mochila de la comida que llevarían a domicilios tenebrosos y confortables. Comenzaba a sentir que el pasado sería borrado súbitamente y que la humanidad entera estaba naciendo sin ternura en ese mórbido limbo que ya nos comenzaba a habitar por dentro. Quizás fue mientras estaba distraído en esta agonía de sonrisas futuras que me vino a la cabeza la canción “Ventura Highway” (America). Buscaba en esa bisagra de voces y guitarras suaves un lugar en el pasado sin enfermedad y sin muertes, una autopista por la cual escapar sin prisa; la costa al pie de la carretera y las nubes en forma de cocodrilos; el sol y su armonía simple con el viento a través del cabello. ¿Cuánto tiempo nos vamos a quedar aquí, Joe? ●


LA JORNADA SEMANAL 3 de mayo de 2020 // Número 1313

A casi un siglo de su nacimiento, aquí se celebra la obra del gran poeta argentino profundamente avecindado en México, Juan Gelman (1930-2014), reunida en el tomo publicado por Editorial Era de atrásalante en su porfía: la temprana influencia de Vicente Huidobro y Pablo Neruda, las luchas con la lengua para hacerla al deshacerla, el sedimento político y social imbricado en sus temas, el tango, la historia, los demás y el amor a la palabra que es también el otro, el semejante, en fin, un breve y acertado homenaje que hace lo que debe: invitar a la lectura de la obra del poeta.

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A 90 años de su nacimiento

Juan Gelman y la materia del milagro

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erigrafía sobre papel nepalés, Script es un políptico de Jan Hendrix, compuesto por más de quinientas breves serigrafías que guardan, para la mirada acuciosa, plantas acuáticas, hojas marchitas, árboles atardecidos, maleza seca, larvas, insectos… Es decir, seres que fueron unos y han de ser otros, seres en la tarea de ser y a la espera de ser. Congregación cuya naturaleza se puede ver, pero no pronunciar. Un fragmento de tal congregación forma parte de la portada del poemario de atrásalante en su porfía, publicado por el poeta Juan Gelman hacia 2009 en Ciudad de México. (De hecho, el subtítulo dice Ciudad de México, 2007-2009, donde fue editado bajo los sellos de Ediciones Era y de la Dirección de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México.) Revelador, el poeta concibió de atrásalante en su porfía cuando se suponía que ya había establecido un orden definitivo a su extensa obra poética. Revelador, insisto, porque con el volumen el poeta reiteró su plena convicción de que la búsqueda del poema en el lenguaje implica, al mismo tiempo, la renovación del lenguaje a través del poema. Así como la serigrafía de Hendrix colecta centenares de mini-serigrafías, en sus 180 páginas de atrásalante en su porfía colecta poco más de centenar y medio de poemas breves (unos cuantos sobrepasan la página de extensión), en los que el poeta argentino buscó incitar a la lengua a desobedecer la adocenada lógica de las leyes gra-

maticales, que impiden sentir, en su horror y su hermosura, la vida diaria. Así, en “Molestias”, Gelman escribió imperativo: “Vean, vean/ qué pasa en una calle/ furtiva y la silueta/ de una vergüenza sin amparo.” Para Gelman dicha desobediencia se iniciaba al cuestionar el estancamiento de la lengua en la contemplación acrítica de su pasado, estancamiento que trae aparejado el rechazo a la reinvención creativa, que sólo puede llevar a cabo el habla viva. Con versos encabalgados, en “Restos” el poeta enunció la pregunta demoledora: “¿Qué hace ahí la palabra/ arrastrada a pensar los siglos tristes/ que lleva en sus heridas?”

Leerse a sí mismo A LA CONTEMPLACIÓN acrítica del pasado, el poeta argentino opuso la incertidumbre de la lengua activa, la que avanza y titubea, se desdice y se rehace, en permanente proceso evolutivo; es la lengua en movimiento que devela el yo que soy y el otro en que me reencuentro, que Gelman vislumbró cimentada en el “Azar”: “Quien se lee a sí mismo encuentra/ faltas de ortografía, faltas/ de su verdad, faltas/ de las que nació el tiempo/ sin vos, donde/ la falta era uno.” Poeta conversacional, no por ello Gelman se alejó de las influencias que recibió del surrealismo de Pablo Neruda y el creacionismo de Vicente Huidobro, sino que, al contrario, desde sus pri/ PASA A LA PÁGINA 4

Moisés Elías Fuentes ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

Juan Gelman. Foto: La Jornada / Roberto García Ortíz.


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meros poemas los engarzó con el coloquialismo, ebanistería de años de la que surgió un discurso poético de muy particular equilibrio: animoso y sutil en su contenido, dúctil y estilizado en su continente. Es el equilibrio que despunta en de atrásalante en su porfía, donde el poeta desquició la realidad inalterable con poemas en que articuló sus propias incertidumbres, ya con ecos de Huidobro, ya de Neruda. Así, en “No se sabe”, las preguntas tienen ecos creacionistas: “¿Qué distancia hay entre/ el deseo y la vida? ¿Cómo/ esa distancia sellada se recorre/ sin párpados de miedo?”; mientras que, en “La entrada” las interrogantes remiten al surrealismo nerudiano: “¿Qué aprende el alma de eso? ¿Su acabar,/ los restos que no viven adentro?/ ¿Llega a ser libre de sí misma?” En ambos casos, el poeta argentino se expresó con otros acentos, por si acaso pudiera, de tal modo, atisbar respuestas a sus dilemas. Parco en cuanto a metáforas, Gelman no lo fue en imágenes mentales, con las que delineaba las íntimas evidencias de la vida que termina, por lo que en “Restaurantes” escribe: “Las telarañas del tiempo atrapan/ sueños de mi pasado/ y hacen su pasado así.” En otro poema, “La esquina”, las imágenes aluden a microcosmos en constante reinvención, inteligibles sólo para quien ha entrevisto la extraña poética de la cotidianidad citadina: “En De la Luz y Cráter se ven,/ camino del Ajusco,/ las imaginaciones de la tierra de nadie,/ el sueño de los espejismos/ que quieren todo. Nómadas/ de la palabra pasan/ a grupas de un silencio.” Ahora bien, al emparentarse con el tango, dicha poética citadina deviene poética de la denuncia social, que en de atrásalante en su porfía asoma en versos de sutiles acentos musicales, con los que Gelman refrendó el influjo, en su poesía, de letristas tangueros como Enrique Santos Discé-

El juego en que andamos Si me dieran a elegir, yo elegiría esta salud de saber que estamos muy enfermos, esta dicha de andar tan infelices. Si me dieran a elegir, yo elegiría esta inocencia de no ser un inocente, esta pureza en que ando por impuro. Si me dieran a elegir, yo elegiría este amor con que odio, esta esperanza que come panes desesperados. Aquí pasa, señores, que me juego la muerte.

polo, Alfredo Le Pera o Celedonio Flores, quienes en la década de 1920 le cantaron al proletariado hacinado en los arrabales, postergado por la oligarquía del festín de la abundancia en el “granero del mundo”, y que en la de 1930 (conocida en Argentina como la década infame), trovaron las congojas del pueblo, afrentado por la misma oligarquía excluyente y su insensato derroche de las riquezas nacionales. Y de esa vena tanguera, que expone humillación y desamparo, derivan los versos de “Armaduras”: “¿Dónde colgaron el vuelo del/ sin trabajo en hogares/ donde una dura voz dice no?/ El tiempo se espanta de sí, de/ lo que no piensa ni calcula./ Hay sueños en la mesa servida/ que no se pueden comer, abren/ heridas en la nada hueca,/ fantasmas que vuelven/ a la lengua en un sollozo mudo.”

Poesía versus terrorismo de Estado

Detalles de Script, Jan Hendrix, 1996-2000.

MILITANTE POLÍTICO QUE sufrió en carne propia la brutal represión que aplicó la dictadura argentina de 1976 contra sus opositores (reales o supuestos), el terrorismo de Estado fue tema recurrente para el poeta Gelman, y aunque rara vez emerge en de atrásalante en su porfía, cuando emerge, es desde una perspectiva fuertemente humana, de modo que el dolor y el desamparo de las víctimas cobran un carácter doble, universal e individual, que al mismo tiempo nos lastima a todos y me lastima a mí; un sufrimiento en que somos nos y otros, tal como se entrevé en los versos de “Rincones”: “La roldana en el techo, un hombre/ que cuelga de los pies esposados/ y es hundido una y otra vez/ en un tanque lleno de agua. Mojan/ su tejido de miedo con una/ repetición que es punto del vacío.” Por lo demás, de la misma forma en que le confirió un doble carácter (universal e indivi-

Ausencia de amor Cómo será pregunto. Cómo será tocarte a mi costado. Ando de loco por el aire que ando que no ando. Cómo será acostarme en tu país de pechos tan lejano. Ando de pobre cristo a tu recuerdo clavado, reclavado. Será ya como sea. Tal vez me estalle el cuerpo todo lo que he esperado. Me comerás entonces dulcemente pedazo por pedazo. Seré lo que debiera. Tu pie. Tu mano. Detalles de Script, Jan Hendrix, 1996-2000.


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dual) al martirio de los hombres y las mujeres victimizados por el terrorismo estatal, que es un hecho exterior a ellos y ellas como sujetos, el poeta argentino también individualizó y universalizó otro martirio, procedente de la conciencia de nuestra finitud, como la trazan los primeros versos de “Vigilias”: “En los alrededores de esta/ noche despierta pasa un tren/ con un solo pasajero, mi infancia.” El tren de los juegos infantiles se transforma en conciencia que nos devela la sencilla y despiadada paradoja de ser irrepetibles y efímeros, la que “Vigilias” cifra en sus dos últimos versos: “Es grave la ceguera de/ ser haber sido.” Transgresor de las limitaciones expresivas de la lengua, hacedor por lo mismo de neologismos y giros lunfardos, es interesante comprobar que en de atrásalante en su porfía Gelman casi no deslizó ni unos ni otros. Sin embargo, tal ausencia no redunda en cordialidad con la lengua, sino en un modo distinto de transgresión, porque si en otros poemarios el lunfardo y los nuevos vocablos pronunciaban las respuestas que no se atrevía a contestar la lengua, en de atrásalante en su porfía las preguntas advierten la urgencia de imaginar y articular nuevas réplicas. De ahí la recurrencia de interrogaciones, directas o indirectas, en de atrásalante en su porfía. Tal el caso de la interrogante de “Renovaciones”: “Ser arrojado en/ desalientos de pobre y moscas,/ rehace el cómo, dónde, cuándo,/ a descifrar en esperas calientes./ ¿Quién pidió aceite para/ la llave que nada abre, infeliz?” Para crear la lengua poética, debemos revolvernos contra la lengua lógica y prudente, pero incapaz de intercomunicar las fantasías de la realidad con las realidades fantásticas. O como aseveran los primeros versos de “Tus palabras en las mías”: “La obediencia a la lengua/ no sabe lo que dice/ en las imperfecciones del amor que/ revoluciona el alma cada día.” He ahí el anhelo esencial que vibra en de atrásalante en su porfía, la fragua permanente de la lengua humana, intensamente humana. Lengua que es y que se está haciendo, como los seres hospedados en la serigrafía de Hendrix. No otra fue la aspiración y la labor creativa de Juan Gelman, fallecido el 14 de enero de 2014 en esta Ciudad de México que fue tan suya, lejos, pero no demasiado, de aquella Buenos Aires en que nació el 3 de mayo de 1930, hace noventa años. Aspiración y labor que el poeta enunció en su hermoso discurso de recepción del Premio Reina Sofía 2005, y del que me atrevo a reproducir un párrafo, a manera de ars poetica: “La poesía habla al ser humano no como ser hecho, sino por hacer, le descubre espacios interiores que ignoraba tener y que por eso no tenía. Va a la realidad y la devuelve otra. Espera el milagro, pero sobre todo busca la materia que lo hace. Nombra lo que la esperaba oculto en el fondo de los tiempos y es memoria de lo no sucedido todavía. Sólo en lo desconocido canta la poesía. Ella acepta el espesor de la tragedia humana, pero no obedece al principio de la realidad sino al orden del deseo. Choca contra los límites de la lengua y va más allá en el intento de responder al llamado de un amor que no cesa. Es un movimiento hacia el Otro, pasa de su misterio al misterio de todos y les ofrece rostros que duran la eternidad de un resplandor. Corrige la fealdad, es ajena al cálculo y da cobijo en sus tiendas de fuego. Se instala en la lengua como cuerpo y no la deja dormir.” ●

Sentirlo mucho El que siempre me revisa el ser es un otro disperso, extraño. Dicta su lección en una calle por donde nunca pasé. ¿Quién lo conoce? Cena conmigo, ignora su no estarme, su traducción a movimientos que no se dejan ver. Me fui hace mucho de él, dejó huellas en un vuelo tendido entre pasados y futuros con fiebre. Vean mi puño, el rayo que le sacude las mareas de la muerte que no murió, de la vida que no vivió.

Pendientes

Detalles de Script, Jan Hendrix, 1996-2000.

Militante político que sufrió en carne propia la brutal represión que aplicó la dictadura argentina de 1976 contra sus opositores (reales o supuestos), el terrorismo de Estado fue tema recurrente para el poeta Gelman.

Formas de amor pendientes del amor, ahogadas por amor. Ese delito se paga sin premeditació ni gloria en los blancos de la desnudez, en apetitos que florecen como sonidos del último vuelo. La inversión de la despedida que viene y va como pçajaro suelto pide el fulgor de tu saliva fuera de toda protección. El beso es una conversación entre lenguajes que cada uno persigue ciego en las hierbas que la noche deja crecer. El amor de ser amado nunca abandona su juventud. Crece en un árbol de oro.

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JOYCE CAROL OATES:

una escritura entre la danza y el boxeo

Nacida en junio de 1938, en Lockport, Nueva York, Joyce Carol Oates es una autora enormemente prolija y peculiar, de gran originalidad y depurado estilo narrativo, que publicó su primera novela a los veinticinco años, en 1963, y seis años después ganó el National Book Award, lo cual la proyectó internacionalmente. Su nombre se menciona cada año para ganar el Premio Nobel de Literatura. En esta semblanza se comentan algunas de sus obras esenciales.

La verdad más profunda del alma americana es su superficialidad de historieta… JCO

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uando Joyce Carol Oates habla de box, pareciera referirse a un arte mayor al que equipara con el ballet pero se asemeja más a su escritura: “ocurre tanto, tan rápidamente y con tal sutileza de infarto que no puede absorberse sino para saber que algo profundo está aconteciendo”. Siendo una niñita logró que su padre, un rudo obrero de nombre Frederic Oates, la incorporara a su ritual pugilístico. Lectora ferviente de Lewis Carroll, en especial de Alicia en el país de las maravillas, que leyó junto con Blanche, la abuela paterna –la genuina “hija del sepulturero”–, la pequeña Joyce debió ver aquel espectáculo de espaldas sudorosas como el ingreso a un nuevo mundo. La futura escritora no tuvo una infancia, lo que se dice, normal, aunque con el tiempo llegó a ser divertido asistir a la escuela acompañada por su

madre, Caroline, quien cursó la primaria en el pupitre contiguo al suyo. Criatura de frágil constitución, toda ojos, más parecida a una cigarra brillante que a una atleta, Joyce podría decir lo contrario que Barry NcGuigan cuando se le preguntó por qué se había hecho boxeador: “No puedo ser poeta. No sé contar historias...” Joyce no pudo usar sus puños para pelear, pero aprendió a narrar a través de ellos. Su iniciación formal como escritora a los catorce años tuvo lugar cuando su querida abuela Blanche le obsequió su primera máquina de escribir. No hubo poder humano que la apartara de aquel artefacto que se convertiría en extensión de su persona. Considerada la autora estadunidense con mayor posibilidad de ganar el Nobel de Literatura, invocada cada mes de octubre desde hace unos veinticinco años, Oates nació el 16 de junio de 1938, en Lockport, Nueva York, y es la mayor de tres hermanos: Fred junior y Ann Lynn, una niña autista. Tras pasar por la universidad de Siracusa, se licenció en Lengua y Literatura Inglesa por la Universidad de Winsconsin, y realizó un docto-

Eve Gil Imagen de portada de Memorias de una viuda, Alfaguara, 2011. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||


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rado en Rice. En la maestría coincidiría con el futuro editor (y esposo) Raymond J. Smith, quien murió de neumonía el 18 de febrero de 2008. Fundaron no sólo una familia, también una revista y una editorial. A los diecinueve años conquistaría su primer premio literario en un certamen convocado por la revista Mademoiselle. Publicó su primer libro, un volumen de cuentos titulado Junto a la puerta del norte, en 1963, a los veinticinco. No sería sino hasta la publicación de la novela Ellos (1969), con la que obtuvo el National Book Award en 1970, que se consagraría en el ámbito editorial internacional. Imparable, Joyce ha acumulado a la fecha la friolera de ciento veinte libros publicados, entre novelas, colecciones de relatos, ensayos y obra dramática, incluyendo los firmados bajo los seudónimos de Rosamond Smith y Kelly de Lauren. Su asombrosa productividad le ha acarreado críticas: ¿a qué horas se dedica esta señora a cocinar, tejer, cuidar nietos…? Se ha sugerido que sufre de un trastorno obsesivo-compulsivo.

Una familia violada y un ángel de luz EN UNA DE las reseñas más virulentamente misóginas que he leído, el argentino Rodrigo Fresán señala: “Oates no sabe lo que es el miedo a la página en blanco y, de tenerlo, lo vence enseguida llenándolo de letras negras. No hay año –desde su debut en 1963– en que esta pálida mujer de mirada lánguida no edite al menos un par de libros.” No recuerdo que alguien haya cuestionado, por ejemplo, a John Updike, a J. B. Priestley, a los Dumas, o al mismísimo Shakespeare, por su inmensa capacidad de trabajo. Hasta una novela considerada menor como Ángel de luz (1981), atrapa al lector con la complejidad de sus estructuras narrativas, nunca lineales, dosificando la exposición de hechos hasta hacer estallar la bomba de la primera revelación. Su forma tan peculiar de desarrollar a sus personajes, sin dejar de asombrarnos con una nueva insólita revelación de hábitos, secretos, caracteres, vicios, contribuye a causar ese indeleble efecto de agotamiento emocional. Personajes que se crecen por encima de su patetismo para tornarse entrañables, como el Michael Mulvaney de Qué fue de los Mulvaney, poblada de sublimes cobardes, cuyos hombros no soportan la grandeza de su espíritu, mientras que los valientes, como Kirsten y su hermano Owen, se ganan nuestra compasión. Los Mulvaney son encantadores, populares, guapos, envidiados, dignos de Disney... pero todo acaba intempestivamente apenas Marianne, la hija mayor, es violada, durante una cita, por el hijo de uno de los hombres más importantes del pueblo. La historia, paradójicamente, es narrada, en ocasiones juzgada, desde la perspectiva del “benjamín” de la familia: es a través de su mirada silenciosa e inadvertida que la grandeza se va disipando, la del

padre en especial, al que se solía admirar por su valor y entereza, hasta que termina desterrando a su hija favorita porque no resiste ver su propio dolor personificado en ella. Los Mulvaney pasan a convertirse en los apestados del pueblo: la familia violada y abierta de piernas. Son sistemáticamente violados una y otra vez por las habladurías, la crueldad de los incansables verdugos. Será el muchacho genio de la familia, el segundo hijo, quien llegará a la conclusión de que sólo la venganza podrá devolverles un poco de dignidad.

Marylin y la hija del sepulturero MARILYN MONROE, PERSONAJE que obsesionara a Joyce tiempo atrás, será la apoteosis de este rasgo estilístico en Blonde, novela que, inexplicablemente para muchos, perdió el Pulitzer de 2001. Marilyn rebasa su patetismo; se impone a su tragedia, una y mil veces contada, que en la prodigiosa pluma de Joyce adquiere un aliento épico. En Blonde, más que diosa del sexo, Marilyn es la representación de una feminidad de suyo vejada durante siglos, como si de algún modo Joyce les hablara a sus lectoras a través de su personaje: Todas hemos sido una “Marilyn”... todas nos hemos sentido tentadas, obligadas incluso, a ser o fingir que somos objetos sexuales. Es, como casi todas las novelas de Joyce, una historia de familia, de búsqueda desesperada, casi agónica de la figura paterna. La hija del sepulturero, otra saga familiar que, si nos dejamos convencer por la dedicatoria –“para mi abuela Blanche Morgenstern, la “hija del sepulturero”– aborda algo cercano a la autobiografía, tiene por protagonista a Rebecca Schwart, la protagonista, cuyo único tesoro en la vida es un diccionario, tiene mucho de la querida abuela Blanche, pero también de la propia Joyce. Es la historia de una familia alemana que emigra a Estados Unidos, huyendo de la persecución nazi, y cuya cabeza, Jacob Schwart, brillante matemático, se verá obligado, entre otras cosas debido a su absoluto desconocimiento del idioma inglés, a trabajar como sepulturero, es ni más ni menos la historia de la abuela Morgenstern. Jacob y Anna Schwart llegan a aquel pueblito al norte de Nueva York con tres hijos, habiendo salido sólo con dos varones. Rebecca nace a bordo del inmundo buque donde han realizado el trayecto, con todo en contra para sobrevivir. A partir de la milagrosa supervivencia de Rebecca, cuya existencia parece pender de un hilo, de principio a fin, se plantea la posibilidad de un destino. Rebecca vive inmersa en un ámbito adverso a las mujeres… empezando por la misoginia, digamos, inocente, del hermano mayor, Herschel, que goza confundiendo a su hermanita, aunque en el fondo la ame. Posteriormente, la misoginia del padre que, como

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magníficamente se expone en esta novela, no es otra cosa que miedo. Miedo a la mujer… a la sexualidad de la mujer… a la sexualidad, a la ternura y a la inteligencia de la mujer. Jacob, quien apenas tomar la pala que estigmatizará su identidad, sufre una transformación casi kafkiana, enloquece por poco al enterarse, a través del periodiquito local, de que su hija pequeña, la mujercita, ha ganado un concurso de ortografía cuyo principal premio es un diccionario que la chiquilla de opacas trenzas negras defenderá con uñas y dientes. La familia Schwart se desintegra en forma trágica, quedando a la deriva la hija pequeña, quien una vez más se erige superviviente de una muerte que parecía inevitable. Quién sabe de dónde saca energía la adolescente Rebecca para seguir adelante, rechazando incluso a la que pareciera la milagrosa intervención de una maestra que promete protegerla de los inminentes peligros a los que se expone una muchachita sola. Su inmadurez la llevará a cometer otro error: enamorarse de un hombre no muy distinto a su propio padre, aunque lo sea en apariencia, que volverá a ponerla al borde de la muerte junto con su hijito. Una vez más, Rebecca reunirá el valor necesario para salvar a su hijo, aunque ello le exija una maniobra todavía más drástica: convertirse en otra persona, una encantadora y joven viuda de nombre Hazel Jones.

Viajes al futuro que será pasado LA MÁS RECIENTE novela de JCO, Riesgos de los viajes en el tiempo (Alfaguara, México, 2019), es un ejercicio de ficción especulativa, mucho más complejo de lo que su título –prometedor de por sí– permite esperar. Su protagonista, Adrienne Stohl, en la que también advierto rasgos vinculantes de su creadora, es una joven universitaria de un futuro no demasiado lejano, donde un gobierno presumiblemente democrático, que en realidad es una dictadura semiblanda, considera peligrosos a los sujetos que desarrollan una inteligencia superior a la estándar y se atreven a pensar por sí mismos. Adrienne, que forma parte de una segunda generación de este régimen (su padre, un científico, fue duramente castigado por cuestionar la forma en que sus experimentos eran aplicados), pese a ser advertida por sus progenitores del peligro que corre si destaca más de allá de una destacable mediocridad, termina por ser interceptada y su castigo consiste en ser remitida al año 1959, a una universidad de señoritas en Winscotia, ciudad que ya no existe, y donde habrá de lidiar con una sociedad que minimizará su ingenio por el simple hecho de ser mujer. La paranoia perseguirá a Adrienne, transformada en Mary Ellen, porque sabe que cualquiera de los que se le presentan con una sonrisa podría ser un agente del futuro que informa sobre sus actividades ●


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Les Luthiers: cinc A raíz del reciente fallecimiento de Marcos Mundstock y, cinco años atrás, de Daniel Rabinovich, aquí se hace un sentido, justo y muy bien documentado homenaje al grupo Les Luthiers, humoristas de alta filosofía y filósofos de alto humor, por decir lo menos entre muchas otras cosas, que en 2018 recibieron el Premio Príncipe de Asturias, y que recorrieron el mundo haciendo de la risa y la inteligencia, con la música y la lingüística, una de las Bellas Artes.

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n más de medio siglo, más de centenar y medio de canciones en su repertorio, millones de mandíbulas batiendo en todo el mundo, chorrocientas mil representaciones en teatros disímbolos y variopintos, hartísimos instrumentos construidos –pues luthiers eran los antiguos constructores de máquinas de sonar, que no suena igual, pero que es lo mismo que soñar– y muchas lágrimas de cocodrilo de felicidad derramadas ante tantísimo genio que han desplegado en un titipuchal de presentaciones y en discos que valen la pena porque quitan las penas y ponen a funcionar la máquina einsteniana de las neuronas: música más humor igual a Les Luthiers. Había una vez unos estudiantes brillantísimos que desperdiciaban su talento en distintas disciplinas universitarias hasta que decidieron fundar, allá por 1967, Les Luthiers. Carlos Núñez, Jorge Maronna, Daniel Rabinovich, Marcos Mundstock y Carlos López Puccio y desde entonces hicieron música con las palabras y con artefactos, casi medio centenar, inventados por ellos de las maneras más asombrosas. Crearon instrumentos de maravilla como el latín, que es una suerte de trompeta que habla aquella lengua aunque es latón vulgar la materia prima, y se hermana con el yerbomatófono y el codicioso trombón a vara. También inventaron a uno de mis compositores favoritos: Johann Sebastian Mastropiero, que tiene un hermano gemelo, Arnold, en las historias de Les Luthiers, y otro más en el maravilloso imaginario de la melomanía: Van den Budenmayer, invento a su vez del polaco Zbigniew Preisner, conocido por la música de los filmes de Kieslowski (La Double vie de Veronique; Blue, Blanc, Rouge) y por su Réquiem para un amigo (el propio Kieslowski) y sus Piezas fáciles para piano.

Pablo Espinosa ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

Ilustración: Rosario Mateo


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o décadas de música, humor e irreverencia Cuando Marcos Mundstock murió, el 22 de abril de 2020, terminó una época cuyo ocaso había comenzado en 2015, con el deceso de Daniel Rabinovich. Ambos, Marcos y Daniel, fueron el alma de Les Luthiers. Ellos, Les Luthiers, son el alma de la sociedad sonriente, inteligente, erudita, simple. Juglares. “Espejo crítico y un referente de la libertad”, de acuerdo con el acta del jurado que les concedió, el 10 de mayo de 2018, el Premio Príncipe de Asturias. Añadió el jurado: “comunicadores de la cultura iberoamericana desde la creación artística y el humor con un original tratamiento del lenguaje, de los instrumentos musicales y de la creación escénica”. Respondió en su discurso de recepción, a nombre de la trouppe entera, en especial a nombre de Gerardo Masana, muerto en 1973 y Daniel Rabinovich, fallecido en 2015: “El humorismo es siempre social, uno no se cuenta un chiste a sí mismo.” De tal manera que todo monólogo, jugaba Mundstock, se convierte en un bi ólogo. Reflexionaba así Daniel Rabinovich con Marcos Mundstock: –Muchas veces mis alumnos me preguntan si la hermenéutica telúrica incaica trastrueca la peripepatética meteórica de la filosofía aristotélica por la inicuidad fáctica de los diálogos socráticos no dogmáticos. Yo siempre les respondo que no. –¿Que no qué?

–Que no sé. La estructura clásica de los espectáculos de Les Luthiers responde a un mecanismo de relojería en el que todo mundo sabe qué hora es. –¿Qué hacer para asistir a una reproducción asistida? –En cuestiones de sexo, ¿cuál es la posición de la Iglesia? –¿Los que no van a misa son misóginos? La poencia elocuética de estos humanistas, el largor o longanismo del efecto de sus gags, su inicua virtud de razonar fuera del recipiente, sus óperas con tango cachondo en pleno Vaticano, sus libretos basados en una vieja leyendo ebria o en una vieja leyenda hebrea, aunque no describan bien los sexos, dos, los dos sexos, los éxodos del pueblo hebreo, su forma de rendir homenaje a la musa de todas las musas: Esther Píscore, en la forma más natural de un taller literario. ¿Éster Píscore?, ¿es un apellido griego? Ah, la que se casó con García; Ésther Píscore de García El Griego. Pero su mamá la llamaba por su nombre de pila, o batería: Esthercita, ven acá. Pero ella no iba, porque era díscola. Ésther la Discóbola de García. Y llegaba el momento del recital en que Daniel Rabinovich lanzaba solos virtuosísticos: Ésther Píscore, Piscis, es tesis tisis, si es Piscis puede tener sistitis tisis sitis itis titis disípides estítipes sipítides disistis tisis… this is the pencil… is this the pencil of Éshter Píscore? No, this pencil is of Thomas Jefferson; is she cleaning the black-

board? Is she at the publicum clapping hands? Is she looking for a bus at the avenue? Porque para reír no hace falta una reflexión sesuda, aunque por reír también se suda. Se suda, pero se aprende. Los Niños Cantores del Tirol. Véalos. Antes de que crezcan. Explica uno de los opus de este Octopus luthieriano, así: alumno de Mastropiero en el Centro de Altos Estudios Manuela, el músico de color... negro, Johnny Little Bang, compuso Tristezas de Manuela opus 12, también conocido como Manuela’s blues, para los siguientes instrumentos: gong horn, tubófono silicónico cromático, alt pipe a vara, bocineta, yerbamatófoni d’amore alto y tenor, kazoo barítono, máquina de tocar o dactilófono, y sección rítmica. La obra consta de un solo movimiento, pero por los cambios de instrumento que utilizan Les Luthiers durante su ejecución, ese movimiento es casi constante. En el más puro estilo de Erick Satie, quien satirizaba la jerga técnica almidonada que se estila en las partituras de concierto poniendo en sus obras indicaciones como “rásquese la nariz al tocar esta nota”, en lugar del tradicional allegro o el grave andante o el esperado finale molto vivace, Les Luthiers se precian de haber inventado el término más corto, en itañol, a uno de sus movimientos, así: “El Quinteto de Vientos opus 28, también llamado El Ventilador, de Johann Sebastian Mastropiero, ha sido compuesto en tres tiempos: el / PASA A LA PÁGINA 10

Les Luthiers sin Luthiers / Antonio Soria uando murió John Lennon, los Beatles llevaban una década de haberse extinguido y ni en aquel 1980, ni entonces ni después, a nadie se le hubiera ocurrido –y menos que nadie a los tres liverpoolenses en ese tiempo sobrevivientes– subir a un escenario diciendo “aquí seguimos”; menos aún cuando, en 2001 George Harrison trascendió también el plano terrenal. Hasta de sacrilegio se habría hablado si a McCartney y Starr se les hubiera ocurrido la puntada, por lo demás legalmente imposible, de juntarse con Quién Sabe Quiénes Otros Dos pretendiendo ser debídols. Bastante menos sensatos fueron Ray Manzarek, Robbie Krieger y John Densmore, que no pretendieron sustituir al único insustituible de The Doors pero sí grabaron un par de discos luego de muerto Jim Morrison; discos que nadie, si le preguntan, podría mencionar ni el nombre. Algo semejante puede decirse de Queen, que tras la muerte de Freddie Mercury en 1991, alma indudable de la banda, no tuvieron la suficiente dignidad de bajar el telón

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–tampoco cuando John Deacon, el bajista, abandonó el barco en 1997– y hasta la fecha (se dice que) siguen presentándose. Algo similar sucedió y sucede con Les Luthiers (y entre paréntesis sea dicho: al primero que salga con que no son comparables éstos con aquéllos, habrá que mandarlo a escuchar y entender que no es de similitudes musicales ni de relevancias mundiales que se habla aquí –aunque lo último sí un poco–, sino de lo que sigue después del paréntesis): desde que murió Daniel Rabinovich, hace un lustro, “quienes amamos a Mastropiero”, para decirlo con palabras idénticas a las de una de las muchas célebres presentaciones a cargo de Marcos Mundstock, quienes de veras amamos a Les Luthiers, no tenemos más remedio que considerar que el grupo, triste y sencillamente, se acabó. Así debió entenderlo Carlos Núñez Cortés, retirado por propia voluntad en 2017, por más que haya alegado cansancio tras cincuenta años de trabajo ininterrumpido. La reciente muerte de Mundstock, el absolutamente irremplazable presentador de voz profunda,

calvicie prematura y –mucho tiempo– infaltable barba, vuelve impracticable y, más aún, indeseable, la presentación de unos Les Luthiers ahora sin Ramírez y Murena (toque al lector averiguar la apellídica correspondencia, con esta clave: Radio Tertulia), que sería tan absurda como, póngase por caso, la de los Rolling Stones sin Jagger y Richards. De ese tamaño.

El verdadero chiste POR QUÉ tanta tajancia para decir que se acabó la fiesta? Porque, exactamente al contrario de los referidos bídols, quienes renunciaron a los grandes escenarios para concentrarse en ser, según propia declaración, “músicos de estudio”, muy pronto en su carrera Les Luthiers decidieron que lo suyo no era grabar discos sino presentarse en vivo: a excepción de Muchas gracias de nada y otro álbum sencillamente homónimo del grupo, el resto consiste en conciertos grabados aquí y allá, ésos sí distribuidos pero en devedé, con una notable abundancia pirata y, como no podía ser de / PASA A LA PÁGINA 10


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VIENE DE LA PÁGINA 9/ LA HERMOSA ERA...

primero, allegro molto, el segundo andantino grazioso y el tercero allegro piachébole ma con un ánimo de nostalyía meridionale sensa pérdere de vista il quiaro ralentando de le pasione humane e il fiato sémpliche de le luminose matine quando l ucheli cantábano feliche e lasciate la esperanza voi qui entrate... assai.” En el ballet de Mastropiero El lago encantado, además de la evidente parodia sonora a El Lago de los Pavos, de Chaikovski, la trivia musical se extiende hasta la música de Popeye en tratándose de una historia de doncellas embrujadas por El Gran Hechicero, quien sólo por las noches las libera del hechizo y durante el día las convierte en marineros, así como en otra obra, titulada La Bella y Graciosa Moza Marchose a Lavar la Ropa, el perro de un convento de carmelitas en las noches de luna llena se convierte en hombre, así el séptimo hijo varón de un pastor protestante en las noches de luna llena se convertía al budismo. Maliksendra y Vassili: “El ballet El lago encantado refiere el amor de la doncella Maliksendra y el príncipe Vassili, así llamado por su carácter dubitativo. Entre los personajes figura Rodoflecto, el salvaje esclavo negro de El Gran Hechicero, vestido sólo con un taparrabos de plumas multicolores y quien da vueltas sobre la escena girando salvajemente sobre sí mismo. Vassili y su amigo Ranaldo visten atuendos de color gris perla. La capa del príncipe es celeste y tiene las borlas doradas. Los aldeanos usan rústicas vestimentas en la gama de los fucsias. Los trajes son muy ajustados y marcan claramente las clases sociales.” Del fondo del lago encantado y envuelta en gasas plateadas surge, helada, el hada Akságata y toca al príncipe con su varita mágica para protegerlo de maleficios. Los marineros bailan con las doncellas y algunas parejas desaparecen tras los juncos. Vuelven algunas doncellas despeinadas, con las ropas en desorden y sonriendo con placidez. Las doncellas que quedan, mejor dicho las que quedan doncellas, forman fila a la vera del peñasco. El autor de esas historias, Johann Sebastian Mastropiero, es un apasionado de la investigación histórica. Se pasa largas horas en la biblioteca de la opulenta Marquesa de Quintanilla, cuyos volúmenes le apasionan. El Conjunto de Instrumentos Informales Les Luthiers conformó su arsenal bajo tres criterios:

Foto: Medios y Media

construir instrumentos que parodian a otros ya conocidos; aquellos en los que parten de un objeto cualquiera, preferiblemente cotidiano, para transformarlo, y aquellos en los que investigaron nuevas formas de producir sonidos de timbres insólitos. Los construyeron en cuatro categorías: cuerdas, viento, percusión y electrónicos. Bajo barríltono, batería de cocina (conformada por sartenes), lira de asiento o lirodoro (hecha con partes de un inodoro), nomeolbidet (un bidet)… Máquinas de soñar. Así como maquinarias del magín sus versos, trastocados en tocattas virtuosas donde las estrofas se cantan en orden para luego armar un rompecabezas donde el relato en primera persona en diálogo con la narración en tercera persona se sincronizan en discursos con significados hilarantes, como la cantata El Rey Enamorado en el fragmento del drama, de William Shakehands, escena séptima del cuadro tercero del acto primero donde el rey Enrique Sexto ha rezado la novena en su cuarto y después de unos segundos atraviesa la quinta y canta una serenata a María a través de su sirviente, un juglar, quien repite los versos del rey pero por no ofenderlo cambia a tercera persona: “cuando miras con desdén pareces quieta, sujeta”, canta el rey mientras el juglar: “cuando miras con desdén pareces quieta y su…. cara”, y sigue el rey: “por ser tan grandes tus dones/ no caben en mí, mi bien”, y el juglar: “por ser tan grandes sus dones/ no caben en su sutién” y luego “tunante” se convierte en “sunante” y “miserable” en “suserable”.

Vallenato por igual que canto gregoriano, óperas de Mozart y Verdi por igual que bolero romántico, música barroca o fino jazz, la maestría musical de Les Luthiers enriqueció nuestro léxico. Aprendimos, por ejemplo, que un “fusilánime” es una persona que tiene miedo a ser fusilado, así como también podríamos “apostrofar” de “monjigato” a quien tenga miedo simultáneo a las monjas y a los gatos. Ese miedo puede medirse por su “largor”, su “longanismo” o bien por su “longitudinización”. Y que hay musulmanes muy fanáticos: muy sulmanes. Música isabelina, canto gregoriano, jazz de Nueva Orleans, music hall, bossa nova, tríos románticos, ópera romántica, barroca, tango… los géneros musicales que dominaron Les Luthiers no conocieron límites y cada uno de ellos sonaba como si se tratara de un grupo de tango o de bossa o de ópera, debido a la elevada calidad de interpretación musical de todos Les Luthiers, por igual que su léxico, sus conocimientos lingüísticos, sus juegos de palabras exquisitos en varios idiomas, sus profundos conocimientos en todos los temas. Su erudición, su autoridad de conocimiento en todo. Cierto, con la desaparición física de Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich se terminó una era, la de las presentaciones en vivo. Las siguientes generaciones seguirán disfrutando, en Spotify, YouTube, doquier, del arte exquisito de esos juglares que desafiaron, se burlaron, burlaron la censura en plena dictadura militar en su patria y formaron a varias generaciones de melómanos, amantes de las letras y de la libertad en muchos países. Larga vida a Les Luthiers ●

san y nuestros segmentos correspondientes resultan maravillosamente proporcionales.” Fragmento de una carta de J.S. Mastropiero a la Condesa de Short Shot, naturalmente narrado por Mundstock, fue el primer motivo para la sonrisa, pero quedaría enano cuando se comparara con la primera y azarosa vez que logró verlos en vivo. Años y años transcurrieron sin que coincidieran, en tiempo y espacio, dos condiciones esenciales: que Les Luthiers se presentaran en México, que el abajofirmante se enterara a tiempo y, sobre todo, que le alcanzara para comprar el boleto. Debió suceder que, tan tarde como 2005, el susodicho anduviese fatigando por primera ocasión la calle Corrientes, en Buenos Aires, que tuviese más antojo de pizza que hambre, que entrara a Pizzas Rex, así llamadas por hallarse a pocos metros del teatro del mismo nombre, y que al salir y pasar frente al Rex, sin darle crédito a sus ojos descubriera que ahí mismo, dentro de unas horas, daría inicio la función de Los Premios Mastropiero. Tanta suerte

junta no la volvió a tener nunca: sí había boletos, sí le alcanzaba para comprar uno, y por fin vio a Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Carlos Núñez, Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock a unos cuantos metros de distancia y no en una pantalla –pues, para entonces, ya tenía todo lo que puede tenerse de ellos en devedé. Después anduvo Lutherapia en México y muchos otros sitios, y por supuesto fue a verlos, con lo que se reforzó la convicción de que era así, de preferencia, como tenía que verse a esa pandilla argentina inclasificable, paródica, talentosísima, irreverente, desabrochada, incapaz de tomarse a sí misma en serio, para bien del sentido del humor, de la propia música y hasta de la seriedad. Idos Mundstock, Rabinovich, y antes que ellos Masana, el fundador; retirado de mala manera Acher hace años y Núñez hace menos y de buen modo, pero de todos modos retirado, no hay Maronna y López Puccio que valgan. Porque no puede haber Les Luthiers sin Luthiers, me parece ●

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otro modo en estos tiempos, profusamente difundidos en Youtube. El verdadero chiste, dicho sea por supuesto en la doble acepción de la palabra, consistía en verlos mientras se les escuchaba y también al vesre –Cortázar dixit–, pues como lo sabe cualquiera que haya tenido el privilegio de acompañarlos en un teatro o una sala de conciertos, lo mejor de Les Luthiers era verlos cantar y tocar sus actuaciones, actuar sus canciones y sus ejecuciones, todo a la vez y deliciosamente, nunca una cosa sin la otra. Para dar ejemplo de lo anterior, permítasele al que suscribe esto la anécdota personal: lo primero que escuchó de Les Luthiers, sin saber ni media palabra de ellos, fue en un audiocassette pirata, pésimamente grabado, que debía oírse pegando bien la oreja a la bocina porque de otro modo no se entendía casi nada, y lo primero decía así: “Querida condesa, nuestro amor se rige por el teorema de Tales. En efecto, cuando estamos horizontales y paralelos, las transversales de la pasión nos atravie-


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LA “OTRA” BIOGRAFÍA DE PALAVICINI Nuestro hombre en Querétaro. Una biografía política de Félix Fulgencio Palavicini, Eduardo Clavé Almeida, Juan Pablos Editor, México, 2019.

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Xavier Guzmán Urbiola |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

i se consulta cualquier enciclopedia, diccionario biográfico, o de la Revolución mexicana, anterior al año 2017, buscando información sobre el ingeniero topógrafo tabasqueño Félix F. Palavicini (1881-1952) se hallarán semblanzas en que se le elogia. Hizo estudios de pedagogía en Francia, se adhirió tempranamente al movimiento antirreeleccionista de Francisco I. Madero, Venustiano Carranza lo nombró Ministro de Instrucción Pública en 1914, renunció a dicha cartera en 1916 para participar como diputado en las discusiones de los artículos 27, 35, 73 y 115 de la Constitución de 1917 y su actividad periodística fue importante especialmente dado su protagonismo en la fundación de El Universal. La sencilla enumeración anterior es en cierto sentido notable. Sin embargo, en este tipo de recuentos también puede distinguirse un tono neutro, sobre todo en los testimonios de sus contemporáneos. Después de este listado de sus hazañas, la actividad de Palavicini se desvaneció. No había datos para completar su fulgurante biografía. Las únicas voces disonantes de aquel discurso tan pulcro fueron las de Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos, o las menos conocidas de Rafael Martínez de Escobar y Andrés Magallón. Del primero, en Axkaná González en las elecciones (que en origen fueron las entregas publicadas en diversos diarios finalmente no incluidos como capítulos en La sombra del caudillo) existe un enigmático pasaje en que aparece un personaje corrupto de obvio parecido al tabasqueño. El segundo, en cambio, desde la aparición del Ulises criollo y La Tormenta en 1936, irascible y sin piedad se cebó contra Plagianinni o Fulgencio, lo cual en cierto sentido descalificó sus acusaciones. Martínez murió pronto en Huitzilac, pues acompañaba al general Serrano en 1927 y los cargos de Magallón durante las discusiones del 27 constitucional se procuró archivarlos. ¿Por qué se olvidó a Palavicini? ¿Por qué en 2017 la visión que se tenía de ese personaje, indudablemente importante, empezó a cambiar? El periodista, sociólogo e historiador Eduardo Clavé, siendo director del Archivo Histórico de PEMEX en 2006 encontró un expediente de la compañía inglesa El Águila, cuyo membrete le intrigó: “Nacionalización de petróleo, 1917”. El acervo de esa empresa, que operó en México desde el porfiriato rodó de edificio en edificio después de la expropiación en 1938, hasta que por fin se integró, a partir de 1998, a la sección histórica del fondo de la paraestatal, lo cual explica la existencia ahí de aquel expediente. Sin embargo, el tema y la fecha eran extraños. El olfato perspicaz del historiador

Félix Fulgencio Palavicini. Foto: Instituto Nacional de Antropología e Historia, Sistema Nacional de Fototecas. oai:mexicana.cultura.gob.mx:0010000/0236551

Clavé hizo que los datos e informaciones acumulados por él entre 2006 y 2017 fueran cobrando sentido y revelando una coherencia explicativa diferente sobre una historia que permanecía oculta y sobre todo respecto de la “otra” biografía de Palavicini, la que él mismo intentó esconder. Clavé desmenuzó aquel expediente, leyó bibliografías y hemerografías, acudió a diversos archivos y, por fin, se inscribió en la UNAM para estudiar la maestría en historia. Fue entonces, hacia 2007, que lo conocí. Leí un primer borrador del trabajo que pretendía llevar a cabo y finalmente, después de nueve años, presentó como tesis. Era sumamente interesante, novedosa y reveladora. Ahí me enteré y ahora lo corroboro, pues recién apareció su tesis transformada en libro, que Palavicini aguanta, entre otros, el siguiente ramillete de calificativos, basados algunos de ellos en acusaciones concretas: mentiroso, plagiario, traidor, manipulador, agente doble, ladrón, así como corrupto. Y todo esto Clavé lo explica aportando las pruebas y desde la comprensión de los hechos, no sólo sin venganzas, sino más bien para develar una realidad histórica que nos libere, en tanto que entendamos hoy mejor ciertos sucesos. Mentiroso, porque sus Memorias están plagadas de tergiversaciones o francas patrañas, por ejemplo, aseguró que en 1910 lo contrataron como dibujante en El Águila, cuando en realidad su paso como empleado de la empresa fue vergonzante; negó haberse beneficiado con la reforma a la ley de divorcio que él llevó a cabo en 1915, y dio un testimonio falso sobre los supuestos accionistas que apoyaron la creación de El Universal en 1916. Plagiario, porque tomó sin citar las ideas de Henry Baudin y afirmó que eran suyas durante una conferencia en 1907, y un año des-


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Félix F. Palavicini colocando la primera piedra de un edificio público. Foto: Instituto Nacional de Antropología e Historia, Sistema Nacional de Fototecas. oai:mexicana.cultura.gob.mx:0010000/0439713

pués Manuel Calero le reclamó citar su folleto Cuestiones electorales sin aclarar su autoría. Traidor, porque en seguida de apoyar al Partido Antirreeleccionista y acompañar a Madero a Veracruz, en 1910 reprobó “el motín y la revolución” que se preparaban al publicar un artículo deslindándose del prócer y declarándose porfirista de nuevo. Manipulador, porque intentó influir en Madero y Pino Suárez para que no hicieran caso de publicaciones de 1911, donde lo denunciaban por plagiario; en 1914 mandó imprimir una versión edulcorada de lo que fue su actuación durante la XXVI Legislatura, y en 1924 le encargó a Marcos E. Becerra confeccionar su biografía, que es una verdadera cortina de humo. Agente doble, porque Carranza le encargó difundir en la prensa desde 1914 la necesidad de un congreso constituyente. Cuando éste fue un hecho, renunció en 1916 al Ministerio de Instrucción Pública, a la vez que el Primer Jefe lo impulsó como diputado por el quinto distrito de Ciudad de México y miembro del bloque “renovador”. Ya cobrando como representante popular debía, por encargo, siempre de Carranza, enfrentar a los “jacobinos” para hacer prevalecer los intereses de su jefe durante las discusiones del constituyente de 1917. No sólo eso, en ese momento decidió también explotar al máximo sus contactos de tiempo atrás por medio de tratos secretos y pactos dudo-

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sos de una iguala económica con la empresa El Águila, para que, en las mismas discusiones del constituyente, se redactara el artículo 27 a gusto del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y de la petrolera inglesa. Esto último no lo logró, pero sobrevivió evidencia suficiente, hallada por Clavé, para desenmarañar y entender las sucias actuaciones de Palavicini. Dejé al final las acusaciones peores: ladrón y corrupto. Me detengo en este tema por un par de razones. Fue ladrón y corrupto porque, en julio de 1913, siendo un funcionario menor lo denunciaron por comprar una prensa con un sobreprecio importante, pero eso en comparación a lo siguiente fue un juego de niños: en junio de 1916, a partir de la investigación policiaca contra “Eugenio Morales y Adolfo Grajales”, se descubrió que en el Ministerio de Instrucción Pública, del que era ya titular Palavicini, durante dos años se compraron útiles y artículos escolares con sobreprecios por casi 170 mil pesos de la época; se llegaron a tener testimonios de los mensajes, promesas y amenazas de Palavicini a los acusados para que no lo denunciaran; se comprobó la triangulación de recursos a través del latifundista tabasqueño (que resultó su padrino) Jesús M. Balboa, y hasta llegó a conocerse el tránsito del dinero mal habido dirigido por este último a la compra de tres casas, que puso a su nombre, pero de inmediato heredó a su ahijado, no obstante, en el último momento el mismísimo Venustiano Carranza, quien estuvo al tanto del caso, salvó a Palavicini impidiendo que se iniciara el juicio contra los acusados, pues en octubre del mismo 1916 debía renunciar para ir por encargo

del Primer Jefe a engrosar, como ya se dijo, el grupo de congresistas afines a él en Querétaro; por si algo faltara, finalmente porque, a la vez que se preparaba el constituyente hizo pasar las máquinas del antiguo periódico El Imparcial, que era propiedad del gobierno, a una sociedad anónima y en seguida él resultó dueño de la mayoría de las acciones del nuevo diario llamado desde entonces El Universal. Palavicini resultó una verdadera ficha, un impresentable, un rufián que salió impune. Justo por el resultado revelador, interesante y sorprendente que arroja la investigación de Clavé es que este es un libro instructivo. Sin embargo, el descuido por momentos de la escritura, la edición y algún concepto anquilosado (ciertos nombres de personajes se cambian, no hay uniformidad en la presentación de datos y en un par de ocasiones se hace referencia de modo lapidario al pretendido “juicio” que dicta la historia), aunque no opacan su valor documental, hacen que un libro que se lee bien, pudiera haberse leído aún mejor. No obstante las consideraciones anteriores, lo sugerente del presente trabajo es que Clavé, al desmontar y explicar el modus operandi de Palavicini señala a los múltiples involucrados y el papel que jugó cada uno en el conjunto de hechos, por lo que, a la vez, hace al lector caer en la cuenta de que históricamente la corrupción sólo se entiende si se llegan a desarmar conceptualmente (y después de modo material) las estructuras, así como el funcionamiento y solidaridad de las redes que la sostienen. Por eso no basta con aprehender a Emilio Lozoya o Rosario Robles. Se debe también, a la vez, entender para explicar por lo menos lo siguiente: ¿Cómo se sostienen esas redes? ¿Quién y cómo las arropan? ¿En qué vacío de las leyes los implicados confiaron? ¿Cómo triangularon los productos de sus hurtos? ¿Cómo, cuando, a dónde y a quién los enviaron? ¿Cómo retribuyeron a estos últimos? ¿Cómo regresó el dinero mal habido a sus manos? Y, en toda esta telaraña: ¿cuántos y quiénes son los involucrados en esas redes y cómo operan? Asimismo, finalmente, con base en toda la información anterior: ¿cómo lograr que se recupere el dinero? ●

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En nuestro próximo número

FRANCISCO TARIO, EL FANTASMA SEMANAL QUE SOÑABA CON PALABRAS SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA


Arte y pensamiento

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Las rayas de la cebra/ Verónica Murguía

La otra escena/ Miguel Ángel Quemain

El balazo en el pie

Tomas Urtusástegui, un síntoma de nuestro teatro (II y ÚLTIMA)

“DISPARARSE EN EL PIE” es una expresión común en lengua inglesa. Significa, obviamente, hacer algo grave en contra del propio interés, meterse solo el pie, pero la imagen que acude a la mente es más tremenda que caerse al suelo y ya. Dispararse en el pie es hacerse un agujero sangriento donde debería haber dedos, el calcetín agujereado, el zapato arruinado. Y me temo que, si dispararse a los pies fuera un deporte, los mexicanos seríamos los campeones mundiales. Muchas sociedades se meten solas el pie; si no fuera así, Jair Bolsonaro no sería presidente de Brasil, por no hablar de Donald Trump, cuya sola presencia física al lado del expresidente Obama revela mucho de la diferencia intelectual entre los dos y la inexplicable decisión de votar por una persona que a estas alturas ha cometido errores gravísimos en su administración, errores que afectarán al planeta entero, como el berrinche contra la OMS. Nosotros no vamos a la zaga: somos muy autodestructivos. Y si el lector lo duda, lo invito a asomarse a la ventana o recordar su propia calle. No faltarán las imágenes de paradas de camión con los cristales rotos, las macetas con la base quebrada, las coladeras a las que les han robado la tapa, la basura, la caca de perro, la luminaria apedreada, etcétera. El machito soez que se siente superior al destruir la propiedad comunal o al insultar al de junto, abunda. Sólo en el caso de los temblores esta tendencia horrenda se ha revertido. Tal vez porque esta ciudad no se concibe a sí misma de otra forma que no sea solidaria ante un edificio devastado. Pero no hemos reaccionado así ahora. La gente sale sin tapabocas, no respeta al espacio interpersonal aconsejado, descree los dichos de los expertos, se sale sin precauciones a comprar mojarras y camarones en Viernes Santo “porque es una creencia”, hacen fiestas de quince años y temeridades ignorantes de una audacia que daría tristeza si no fuera tan destructiva. Da coraje.

Foto: La Jornada/ Marco Peláez

Y ahora, frente al espectáculo del planeta entero luchando por respirar, mexicanamente nos volamos la barda: con el sistema de salud totalmente rebasado, hay quien se ha atrevido a agredir a las enfermeras, enfermeros y los médicos. La visión de la conmovedora jefa de enfermeras Fabiana Zepeda pidiendo respeto para su gremio, suplicando que cesen las agresiones, me dejó llorando y con una profunda vergüenza. No soy patriotera. No creo en la bondad intrínseca del mexicano. Más bien creo que nos falta mucho por aprender como ciudadanos y que nos hemos degradado éticamente debido a la guerra de Calderón. La conducta de muchos de mis compatriotas me mortifica y no puedo evitar comparar estos comportamientos con lo que leo de otras ciudades: de cómo el silencio en París es total y sólo se rompe con aplausos cada vez que el personal médico termina un turno; el casi medio millón de voluntarios que se ofrecieron a servir como pudieran en Inglaterra, etcétera. No sé qué traen en la cabeza, por ejemplo, Anthuan O. y Sandra F. quienes golpearon a la enfermera Francia Itzel en Lindavista cuando llegaba a trabajar; no sé si en verdad creen que las enfermeras son las villanas en el escenario de emergencia en el que estamos. Como ellos, otros. Lo que me recuerda esto es el horror que sentí cuando leí que, en África, las víctimas de ébola que logran recuperarse son rechazadas por sus comunidades, por las mismas, ignorantes razones por las que la gente ha agredido a los trabajadores de salud aquí en México. La OMS declaró, hoy que escribo esto, que hacen falta al menos seis millones más de enfermeras y enfermeros en el mundo. Que merecen mejores sueldos y prestaciones. La OMS manifiesta lo que debería ser obvio: sin enfermeras y enfermeros no hay forma de salir adelante. Estas agresiones representan un nuevo nivel de vileza. Habrá quien me diga mala mexicana por escribir esto. Me temo que sería peor mexicana si no lo dijera ●

EL CONTEXTO QUE explica y enmarca la presencia de Tomás Urtusástegui en los años ochenta es de una gran complejidad y riqueza. Es una década bisagra de dos mundos que definieron la transición escénica entre el siglo XX y el XXI. Se consolida uno de los grandes dramaturgos del siglo XX, Vicente Leñero. Su influencia, su pedagogía teatral, es algo que está en su cine, en su narrativa breve, en sus crónicas y en sus novelas. Es el hombre que tiene el taller referencial de la dramaturgia que marcará los años noventa con autores plenamente consolidados, Tomás entre ellos, que pasó por su taller como un ritual obligado. Hugo Argüelles había formado dramaturgos muy importantes por la riqueza, la amplitud y profundidad de sus obras: Jesús González Dávila, Víctor Hugo Rascón Banda, Sabina Berman, que después encontrarían, creo, en el taller de Leñero, la sabiduría definitiva que modeló y orientó la libertad que consiguieron. También estaba Carballido, de una gran originalidad y de un gran costumbrismo, de una visión humorística que por momentos recordaba, con sus visiones de CDMX, una penetración como la de Rius y la de Chava Flores. Para nada es el Carlos Arniches, costumbrista y conservador, con quien trataron de compararlo varios críticos malintencionados que miraban Rosa de dos aromas y Orinoco como una dramaturgia chabacana y repulsiva del Carballido finisecular. Alumnos destacados de Carballido fueron Reynaldo Carballido y Alejando Licona, un dramaturgo sobresaliente, con sentido profundo de la comedia y un humorista de gran oído para captar atmósferas populares, un humor muy sexualizado pero no estigmatizante, a pesar de que no existían entonces las atmósferas persecutorias, políticamente correctas y del feminismo crítico que hoy ponen a discusión discursos patriarcales, discriminatorios, sexistas y homófobos. Licona no ha sido un dramaturgo evaluado con justeza, no ha sido valorado lo suficiente. En 1972 él no sabía que era dramaturgo, hasta que entró al “taller de creación dramática” del IPN dirigido por Carballido. Años más tarde ya estaba encarrerado en la literatura y en 1976 comenzó una producción dramática, de guiones cinematográficos y para televisión. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con Tomás Urtusástegui? Con un conjunto de obras bien recibidas por su audacia, su irreverencia y el tratamiento escatológico de un mundo nombrado e innombrable, Licona encuentra en Urtusástegui una especie de hermandad que los coloca como precursores de un tratamiento temático ausente en nuestra dramaturgia y en nuestra escena, porque si algo han tenido siempre es que hay una fila de jóvenes directores, egresados y por egresar de las escuelas de teatro, cuyo mayor deso es montar una de estas obras, accesibles tanto a sus compañeros alumnos de actuación como a sus familiares, que van a aplaudir sus exámenes finales. Véanse las primeras obras de Licona en los años setenta (Cuentas por cobrar, Guau, vida de perros, Raptóla, viólola y matóla, y los sketches de Qué nos pasa en los años noventa de Televisa) hasta llegar, a mediados de los noventa, a este éxito de taquilla que hizo con Urtusástegui: El espectáculo Macarenazo. Todo esto tiene mucho que ver con los dos grandes éxitos de Tomás: Cupo limitado y Huele a gas. El suyo es un teatro que llama la atención de un público amplio y de muchos estudiantes de teatro interesados en la relojería escénica, pero poco familiarizados con problemas teóricos sobre el tiempo, la interpretación, la semiótica, en fin. Hay que entender también que forma parte de una atmósfera cultural que explica el desinterés de un conjunto importante de creadores escénicos por su teatro. Dificilmente De Tavira, Olguín, Margules, Acosta, Liera, Hevia, Julio Castillo o Héctor Mendoza, habrían montado sus obras. Tomás Urtusástegui abrió un sitio de internet donde puso a disposición sus obras, que pueden leerse y montarse. Un hombre de teatro, sin duda ●


LA JORNADA SEMANAL

14 3 de mayo de 2020 // Número 1313

Arte y pensamiento

ProsaIsmos / Orlando Ortiz

El primer escritor de la onda AUNQUE EL TÉRMINO “onda”, o para más precisión “literatura de la onda” ya no les dice mucho a nuestros jóvenes escritores, es preciso recordar que hace algunas décadas, en el siglo pasado, fue algo bastante controvertido. Había escritores “serios” y críticos célebres y celebrados que aseguraban categóricamente que “eso” no era literatura; otros la descalificaban tachándola de estampida de búfalos que destruían cuanto se les atravesaba. Lo curioso e interesante, me parece, es que los más conspicuos protagonistas de esta literatura negaban ser “autores de la onda”, dando argumentos sólidos y fundados. Y les asistía la razón cuando por lo general lo de “la onda” tenía cierta intención peyorativa. A pesar de todo, no han faltado investigadores que se han acercado con seriedad a estudiar las obras llamadas de la onda, o mejor, dicho, los autores más importantes. Han caracterizado, incluso, algunos rasgos de esta literatura, señalando, por ejemplo, la irrupción de jóvenes clasemedieros como protagonistas (con problemas muy diferentes a las angustias y melancolías de jóvenes como Adolfo o Werther); el rock and roll y un tímido asomo del consumo de drogas (al principio, después ya no se soslayó, excepción hecha de Margarita Dalton y Parménides García Saldaña); y, campeando a lo largo y ancho de las páginas: desenfado e irreverencia. Me detengo en estos aspectos: desenfado e irreverencia, que no son frecuentes ni fáciles de hallar en nuestras letras, que como alguien dijera, parecen adolecer de solemnidad y compostura. Me refiero a “letras”, no a los autores, porque éstos, en su faceta de periodistas, a menudo se han soltado el pelo. Guillermo Prieto es diferente, aunque precisamente por eso en ocasiones los eruditos se refieren a él con cierta cautela, no atreviéndose a calificarlo de protagonista de nuestra literatura, a pesar de haber sido miembro conspicuo de la Academia de Letrán, a la que pertenecían los hermanos Lacunza, Andrés Quintana Roo, Ignacio Ramírez y otros poetas y dramaturgos distinguidos. El motivo de tanta cautela es, quizá, su proclividad hacia lo popular, o si se prefiere, al “pueblo”, y en especial a los bajos fondos, donde encontraba los motivos necesarios a su cálamo y vena poética. En algunos de sus textos de Los San Lunes de Fidel, escribió: “para que no me embargase el marasmo, recurrí a mi arsenal de impresiones, que son los barrios, y me di una divagada entre Nuevo México

Avante despacio Odysseas Elytis I (2a parte)

UNA ADIVINACIÓN DEL café sin café, o mejor dicho un juego de naipes en que el lugar de los ases y los reyes lo ocupa el hombre. Y en el que los resultados, por más sorprendentes o comunes que puedan ser, cuelgan del hilo de alguna fuerza superior que no necesitas, o la necesitas y la aceptas sin más titubeos.

La época en que conocí por primera vez los mares antiguos, la cresta de las olas parecía estar hecha a mi medida. Caminaba y escuchaba cómo Poseidón se airaba y golpeaba su y Tarasquillo, donde alegres vecindades en tortuosos y angostos callejones pugnan por borrar el aduar que existía cerca de la capilla de los Dolores, que tampoco existe, el afamado ‘Callejón de las Damas’ en convivencia con el del Huerto, ahora carrocería de Raymond, y el callejón de Salsipuedes...” En esa área se encontraban barrios muy jodidos o lugares otrora respetables y después abandonados, semiderruidos y a la sazón transformados en vecindades de todo tipo, con viviendas o como madrigueras de prostitutas y delincuentes. Curiosamente, ahí estaba desde la cárcel de La Acordada hasta el edificio ruinoso que ocupaba la Academia de Letrán. Y si se quieren orientar con alguna referencia actual, trasládense al “Barrio chino”, es decir, a la calle de La Soledad, López, Independencia, Ernesto Pugibet, etcétera. Posiblemente el estigma de Prieto es el de haber sido “tan popular como los frijoles bayos” y haber escrito, siempre, con desenfado e irreverencia. Inventaba nombres irónicos a sus personajes, se mofaba de autoridades políticas y eclesiásticas, conocía como nadie sitios para el buen comer (a la mexicana) y donde había pulques excelentes o “ganado bravo” y chinas coquetas amigas de bailar sonesitos y entrarle a la jarana sin remilgos. Despiadado en la crítica a la hipocresía de las mochas que comen santos y cagan diablos (esto él jamás lo escribió, fui yo), de los curitas y los ricachones enemigos de la república y la independencia, y al mismo tiempo poseedor de una empatía indudable. Tal vez la cabeza más correcta para esta columna habría sido “Un escritor con onda antes de la onda”. O ponerle “h” a la primera onda ●

tridente. Las puertas de los patios con la pesada aldaba de pronto se abrían y se veía a la muchacha con la falda rasgada perderse en un fondo de arcos encalados. Las macetas hablaban. En la época de florescencia llenaban el aire de notas que ascendían sin cesar, formaban estribillos de Arquíloco y después se disolvían dejando una pequeña chispa en mi corazón, la misma que hasta hoy de vez en cuando se dispara, pavesa, como la llama el poeta.

¡Ah! Es asunto cruel vivir con la sensación de que continuamente regresas a tu patria y no te reconoce nadie. Hablas, y nada. Hablan, y nada. Ladran. Aúllan. Un entendimiento de perros sin su inteligencia. No sé. Tal vez es designio de Dios que el poeta no tenga lugar en ninguna parte. Que se encuentre siempre con las máquinas en marcha y levada el ancla. Como, sin saberlo, hice yo que de puerto en puerto he llegado hasta aquí

νηΐ σύν σμικρῇ μέγαν πόντον περήσας* (Continuará.)

*“Aunque pequeño el barco, grande mar atravesó.” Arquíloco.

Versión de Francisco Torres Córdova


Arte y pensamiento

LA JORNADA SEMANAL 3 de mayo de 2020 // Número 1313

15

Cinexcusas/ Luis Tovar @luistovars

Cine y cuarentena (V y ÚLTIMA) Foto: La Jornada, Luis Humberto González.

Bemol sostenido/ Alonso Arreola @LabAlonso

“Lo verdaderamente importante” LA SEMANA PASADA hablamos sobre la transformación del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, paso polémico en la táctica de austeridad gubernamental. Sin volver a ello, hoy diremos que ante la urgencia sanitaria parece lejano que el sector de las artes escénicas y de la música sea valorado por el Estado, no digamos gracias al grado que ostenta en el Producto Interno Bruto o como aliado del sacrosanto turismo, sino por el servicio que ofrece en tiempos de crisis y confusión. Lo anterior es reflejo de la insensibilidad, pero también de una normativa que niega las peculiaridades de la supervivencia artística. Hablamos de algo que antecede a la pandemia y que debería reflexionarse para reglamentar adecuadamente al mundo escénico, así como las condiciones de sus trabajadores tras bambalinas, sean éstos profesionales o autónomos. Facilitando su adhesión al SAT y al sistema de salud, flexibilizando su deducción de impuestos y reclasificando su actividad se recaudarían más recursos que manteniéndolos al margen de la formalidad. Viendo lo que otras naciones están haciendo, pensamos que un buen gobierno proporcionaría liquidez inmediata a empresas artísticas que demuestren gastos por compromisos caídos en la contingencia, e impediría que se pierdan los presupuestos de programación previamente asignados. Pero… ¿por qué es tan difícil ver el valor de estas actividades en medio de la emergencia? Lo explica bien un documento que la comunidad artística española hizo llegar a su gobierno bajo el nombre 52 Medidas extraordinarias para afrontar las consecuencias de la crisis sanitaria provocada por el Covid-19 en el sector de las artes escénicas y la música. Allí se dice que como el sector sirve –entre otras cosas invisibles– para entretener al ocio, termina situándose detrás de lo que erróneamente se clasifica como “lo verdaderamente importante”. Esto deja la protección de la actividad artística en segundo o tercer lugar. Es común, asegura, que se desconozca su singularidad fiscal. Se refiere a que su

producción no se regula por el mercado convencional, pues buena parte de la estructura tiene un carácter “artesanal” que se ve determinado por estacionalidades intermitentes. Esto ha hecho que en países más desarrollados los marcos legales salvaguarden la supervivencia del sector con acuerdos excepcionales que se conquistaron antes de la crisis. Por otro lado, se sabe desde hace décadas que el uso de recursos públicos en el mundo de las artes escénicas y la música es fundamental para su buena existencia, pues la oferta y la demanda no se ajustan con la lógica de otras actividades productivas. Sin este capital no habría cantidad, ni variedad, ni durabilidad en proyectos que resultan esenciales para la fortaleza creativa de una comunidad. En otras palabras: sin el compromiso del Estado con los artistas dependeríamos completamente de lo que dictaran los parámetros más comerciales del entretenimiento. Dicho esto y pensando en México, ¿qué pueden esperar los creadores, productores, foros y demás empleados involucrados cuando el gobierno quita la vista de sectores tan sensibles como el restaurantero? La repartición asistencialista del dinero o el otorgamiento de micro créditos no representa un impulso sustancial. Peligrosamente parece un dispendio que reduce posibilidades de efecto dominó que pudieran ser más fructíferas y duraderas a largo plazo. Ahora bien, ¿por qué apuntar en esta dirección cuando en las ambulancias no para el canto de las sirenas? Porque las artes escénicas y la música difunden valores relacionados con la integración social, con la comprensión del momento histórico que atraviesa la sociedad. Porque con ellas se pueden observar intereses, necesidades y contradicciones colectivas. Porque son instrumento básico para el desarrollo y transmisión de valores democráticos, además de que como servicio público generan riqueza, trabajo y nos aproximan a la plenitud espiritual. Porque son paliativos primarios ante el dolor y la tristeza. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos ●

LA ENTREGA ANTERIOR de esta serie –pospuesta para dedicarle un merecido réquiem a Gabriel Retes– concluyó hablando de una distorsión, consistente en el conocimiento masivo y, podría decirse, también excesivo del cine estadunidense producido desde la década de los años noventa del siglo pasado hasta el presente. Debería ser obvio, pero más vale aclarar que con “excesivo” no quiere decirse que esté prohibido o “mal” conocer esa o cualquier otra cinematografía; el exceso surge por comparación, sobre todo cuando se coteja dicho conocimiento con el profundo y arraigado desconocimiento que el público mexicano en general tiene respecto del cine producido en su propio país, y ni hablar del que se hace en regiones del mundo como América Latina, para no ir más lejos. Así pues, la respuesta a la pregunta planteada aquí –¿qué ves cuando ves una película?– es masivamente respondida no tanto por los lugares comunes del espectador desavisado, idéntico a ese otro que se llena la boca con frases tipo “el cine es para entretener, no para pensar”, sino que es respondida, bien sea que dicho espectador lo sepa o no, por un proceso de comparación en el cual, inevitablemente, toda película que se incorpora es medida con la regla de lo previamente incorporado. Si la cinta es, por ejemplo, una comedia, será cotejada con los numerosos mamarrachos infumables del género que, un año sí y otro también, Hollywood ha provisto con una generosidad de espanto. Lo mismo sucederá con el género romántico, el de acción, el de superhéroes, etcétera, pero más grave aún que eso, es que simultáneamente sucederá idéntico proceso a la hora de ver cualquier otra película, provenga de donde provenga. Ese es el origen de la descalificación en bloque, tremendamente injusta, de la que se hace víctima al cine mexicano y a cualquier otro que, en mayor o menor medida, se aleje de las muy limitadas, repetitivas y previsibles estructuras narrativas del cine comercial estadunidense, y es también el origen de la pavorosa superficialidad con la que una película o, mejor dicho, cualquier película, es vista por lo general.

Pregúntale a la película A MEDIA CUARENTENA nada de raro tendría que, como se apuntó antes, los fanáticos de las series ya se hayan soplado enteras todas las temporadas disponibles de aquello que más les gusta; lo mismo pudo haber sucedido ya con la oferta de Netflix y similares, de la que a estas alturas debe constarle a Mediomundo que no es la gran cosa ni mucho menos la panacea, pues su catálogo no tiene grandes diferencias con el de las majors que surten a las salas hoy suspendidas: a unas cuantas películas valiosas le sigue una miríada de producciones de relleno, prescindibles y olvidables. No le falta razón a quienes afirman que valdría la pena considerar la situación actual, más que como un encierro forzoso –por más que lo sea, claro, para quien puede darse el lujo de no salir diario a ganarse el pan–, como una oportunidad para el cotejo con uno mismo: mirarse y cuestionar-se para conocer-se y entender-se. Pero si la introspección no es lo de uno, o si ya se hizo y todavía queda tiempo, ¿por qué no aplicarlo al cine? Hay más de un ejercicio analítico que valdría la pena intentar; por ejemplo, tómese una película que a uno le haya gustado mucho, que le parezca muy buena o que “lo haya marcado”, y véasela de nuevo pero haciéndose algunas preguntas realmente sencillas, como: ¿por qué sucede lo que sucede en la trama?, ¿podría suceder de otro modo y llegar al mismo final?, ¿es verosímil lo que estoy viendo, o de alguna manera está forzado el desarrollo de la historia? –ojo, “verosímil” no significa “real” sino creíble y congruente en el marco de esa realidad alterna llamada película–, y por ahí es posible llegar a preguntas más interesantes todavía, como: ¿por qué me gusta o me parece tan buena esa película?, ¿con qué me identifico o qué dice de mí? Ponga usted mismo las preguntas. El efecto de ver cine de esa manera, no lo dude nunca, es mucho más gratificante que sólo “entretenerse”. Haga la prueba en esta cuarentena ●


LA JORNADA SEMANAL

16 3 de mayo de 2020 // Número 1313

Xabier F. Coronado

Carta personal de despedida para Luis Sepúlveda En esta misiva se recuerda y se rinde homenaje a la obra de un escritor chileno de nacimiento (1949) y asturiano por adopción hasta su muerte (2020); novelista, periodista y cineasta, activista político y trotamundos a causa del exilio por la persecución de Pinochet. Pero también es la misiva a un amigo entrañable por el poder de las palabras, capaces de “una literatura hermosa y sencilla”.

S

abíamos que estabas enfermo en un hospital, en Oviedo. Desde entonces, cuando hablaba con mi gente de Asturias siempre preguntaba por ti, cómo seguías, qué se decía de la evolución de la enfermedad. Llevabas demasiados días enfermo y, al no tener noticias, pensaba que eso era bueno, pero esta mañana me enteré de tu muerte y me decido a escribirte de inmediato; te escribo para que al partir al viaje definitivo leas esta carta de despedida que nunca te enviaré. Lo primero que quiero decirte es que a través de tus novelas, relatos, textos y fábulas nos abriste –y ahora hablo en plural porque sé que somos muchos los que te leemos– una puerta a la literatura de la belleza, de la ética cotidiana, de los valores básicos que nos dan la oportunidad de hacer de esta vida una aventura plena para caminar hacía el único fin posible: la libertad. Te presentaste a mí con esa inolvidable historia del viejo que leía novelas de amor –al terminar de leerla la compré y regalé por lo menos tres veces–, después de aquel primer encuentro seguí tu huella literaria a través de otros títulos fundamentales que tengo ahora aquí, encima de la mesa, y los voy a citar todos para que veas que fueron bastantes las obras que recolecté entre las que nos dejaste: El viejo que leía novelas de amor, Mundo del fin del mundo, Patagonia Express, La lámpara de Aladino, Komplot I (de tu antología irresponsable), Hot line, Desencuentros, Historias marginales, Cuentos apátridas (con varios autores), Los peores cuentos de los hermanos Grim (con Mario Delgado Aparaín), Diario de un killer sentimental y la Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar. Esta última obra, una penetrante y entretenida fábula –para jóvenes de ocho a ochenta y ocho años–, que explora vertientes insospechadas de convivencia, fue preludio de nuevos relatos que escribiste a par-

tir de entonces sobre la visión de la vida de esos otros seres con los que compartimos este mundo y que no se pierden como nosotros detrás de brillos fatuos o quimeras. Al leer estas obras tengo que confesarte que me hice cabalmente sepulvediano. Pero, por si fuera poco todo eso, hace algunos años me enteré de que vivías en mi tierra, lo leí en un artículo que publicaste en la prensa, que llevaba por título el nombre de aquella tierra donde yo había nacido y donde tú acabas de morir para encontrar la libertad: Asturias. En ese artículo explicas por qué te fuiste a vivir a Asturias después de estar unos años en Alemania. Pocas veces leí una exposición tan lúcida sobre la profunda esencia, de solidaria libertad, que se respira en nuestra tierra. Así que, aparte de todo lo dicho antes, nos habíamos hecho paisanos, estábamos coincidiendo en eso y en tantas otras cosas, como ser viajeros apátridas en busca de la magia de la realidad, ciudadanos del mundo en permanente exilio, militantes de la tierra, admiradores y defensores de los perdedores y de todo lo que se mueve al ritmo de la naturaleza. Nunca tuve la dicha de poder abrazarte, de apretar tus manos, palmear tu espalda o revolverte el cabello con mis dedos, pero eso no significa que no te conozca, Luis; me hice amigo tuyo hace muchos años a través de las palabras que nos ibas dejando escritas en todos esos libros donde se aspira el aroma de tu esencia. Por eso te conozco y sé del camino recorrido, del trabajo diario y de tú búsqueda constante de la belleza a través de una literatura hermosa y sencilla. Gracias por todo lo que nos enseñaste, por el legado del que nos haces herederos y que siempre va a estar ahí, a disposición de los que, como tú, creemos que lo único que nos puede salvar es llegar a la libertad a través de la solidaridad y la coherencia ● Ayotla, México, 16 de abril de 2020.


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