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Nacional
C RÓ N I CA, S Á B A D O 22 E N E R O 2 02 2
La oscura muerte del comunista Julio Antonio Mella La criminalidad de los locos años veinte posee registros muy distintos: desde la brutalidad de los generales todopoderosos hasta la tragedia de las mujeres desesperadas. Pero en aquellos tiempos, empezó a tejerse una historia de penumbras, secretos e impunidad: empezó a acuñarse el modelo de crimen político que reaparecería una y otra vez en el siglo XX. Aquel joven líder cubano fue una de las primeras víctimas de ese modelo homicida.
Historias Sangientas Bertha Hernández Ciudad. Cargo lorem
De una cantina de la calle de Bolívar, salió el joven cubano Julio Antonio Mella, hacia su cita con el destino. Ese futuro no se cifraba en su reunión con la fotógrafa italiana, Tina Modotti, con quien tantas cosas compartía. Con ella caminó por la calle de Abraham González, y en la esquina con la Avenida Morelos, la muerte aguardaba a aquel hombre, conocido por su militancia comunista y su peso en la comunidad estudiantil. Dos disparos quebraron la tranquilidad de la noche. Mella cayó gravemente herido: sus agresores seguían a la pareja y le dispararon por la espalda al cubano. Inmediatamente escaparon, mientras Tina pedía ayuda y se arrodillaba junto a aquel hombre al que se le escapaba la vida. Julio Antonio Mella no murió en aquella esquina. Una ambulancia alcanzó a trasladarlo al hospital de la Cruz Roja, a donde llegó en estado de gravedad. No vivió mucho más, y así iniciaba una madeja oscura e intrincada: un crimen político diferente a los que se habían cometido antes en México. Ya no eran las órdenes brutales de los generales sonorenses, disputándose el poder. Se parecían más a los crímenes embozados que la policía secreta porfiriana cometía con alguna frecuencia, para desaparecer a los opositores demasiado incómodos. Pero los protagonistas y las causas cambiaban: el crimen político cometido a la sombra del poder to-
caba nuevos personajes, con otras ideas y militancias. Se hablaba de nuevas ideas; anarquismo, comunismo, y aquellos conceptos se reflejaban con fuerza en el movimiento obrero, en algunos sectores de la vida estudiantil. Agonizante, el joven Mella alcanzó a señalar al probable autor intelectual del ataque. No obstante, el asesinato de aquel hombre se volvió nota de primera plana, con dos lecturas de los hechos enfrentadas: no faltó quien asegurara que se trataba de un crimen pasional. Después de todo, esa era una década donde la nota roja se llenaba con las presencias femeninas, y Tina Modotti era joven, atractiva, extranjera: el personaje perfecto para una gran crónica que vendiera muchos ejemplares. La otra versión, que defendieron artistas y estudiantes, todos militantes de las nuevas ideas que menudeaban en la vida pública, hablaron de crimen político. ¿Enemigos? ¿Acaso aquel muchacho tenía enemigos? ¡Claro que los tenía! Y venían de muy lejos. Aquellas acusaciones miraban hacia Cuba, donde Mella tenía fama bien ganada de opositor. Aquel drama se reflejó con amplitud en la prensa de enero de 1929. “CRIMEN QUE CAUSA SENSACIÓN”
Así narró la prensa capitalina aquel crimen. Era invierno. Los hogares mexicanos apenas se quitaban los ropajes navideños y los niños pequeños todavía carreaban a todos lados los juguetes dejados por los Reyes Magos. El 10 de enero de 1929, Julio Antonio Mella caminó con la fotógrafa Tina Modotti por la calle Abraham González. Ahí, un hombre le gritó al joven cubano. Después se establecería que
Las autoridades mexicanas intentaron reconstruir la noche del crimen, pretendiendo demostrar que se trataba de un crimen pasional.
se trataba de José Agustín López Valiñas, a quien ahora se señala como un matón a sueldo, contratado por el jefe de la policía cubana para asesinar a Mella. Después, Modotti contaría que fue algo relampagueante. La pareja se alejaba cuando sonaron dos detonaciones: Mella se derrumbó, herido por la espalda. La italiana declaró después que, al volverse, solamente alcanzó a ver cómo dos hombres se alejaban corriendo del lugar. En el hospital de la Cruz Roja, el diagnóstico fue terrible: una bala estaba alojada en el pecho de Mella, y la otra le había destrozado el estómago. Esta herida fue la que le causó la muerte, a pocas horas de haber sido internado en el hospital. Era la madrugada del 11 de enero. Al día siguiente, la prensa capitalina habló del “crimen sensacional”, que opacaba todas las notas de aquella mañana. Desde luego, las autoridades afirmaron que procederían a una minuciosa investigación, donde Tina Modotti tenía singular importancia, pues era la única testigo del crimen. Cierto redactor, al consignar aquel hecho, describió a Modotti como “una interesante italiana”, que llamaba la atención, por
aquellos días, como una más de esas “mujeres modernas” que habían aparecido en la vida pública de los años veinte, y que hallaban espacio en el mundillo artístico e intelectual del momento, para expresar sus propias ideas y proyectos. Tina Modotti, cuyo nombre real era Assunta Adelaide Luigia Modotti, era, en efecto, una mujer distinta: era fotógrafa, había llegado a México en 1923, con su pareja, el también fotógrafo Edward Weston, y no faltaba quienes se escandalizara de que aquella pareja de talentos viviera junta sin estar casados. Tina, además, tenía ideas políticas: era simpatizante del anarquismo y del comunismo. Fue esa circunstancia la que puso a la fotógrafa italiana frente al líder cubano. Durante las investigaciones, Modotti narró cómo se habían conocido en las manifestaciones de repudio a las ejecuciones de Niccola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, anarquistas enjuiciados en Estados Unidos. Ahí, aseguró ella, nació una sólida amistad. Julio Antonio Mella, tenía una historia más trepidante. Se encontraba en México exiliado. Era, en la isla, un conocido opositor al régimen dictatorial de Gerardo Ma-
chado, y en México sostenía, con ayuda del comunismo local, dos publicaciones, “Tren Blindado”, y “¡Cuba Libre!”. Tina contaría después que el joven le había confiado la precariedad de su seguridad: en cualquier momento, podría ser víctima de un atentado, a manos de esbirros enviados desde Cuba. EL INTERROGATORIO
La presión de los artistas e intelectuales y la protesta estudiantil, hicieron que las autoridades policiacas de la capital se aplicaran en la investigación, o al menos eso fue lo que afirmaron durante varios días. Para mostrar sus buenas intenciones, mandaron llamar al que era considerado el mejor detective del país: Valente Quintana, a quien sus admiradores no tenían empacho en llamar “el Sherlock Holmes mexicano”, y que ocupaba el cargo de Jefe de las Comisiones de Seguridad. Quintana, que era un personaje muy popular, se convirtió también, con su sola presencia, en nota de primera plana: si alguien podía desentrañar el misterio, ese era Quintana, quien asumió, en persona, el interrogatorio a la única testigo: Tina Modotti. Las declaraciones de la fotógrafa llenaron planas y planas