C RÓ N I C A , S Á B A D O 1 4 M AYO 2 0 2 2
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Nacional
La “locura momentánea” de un hombre que mató a su familia Los regímenes posrevolucionarios llevaron a la vida de los mexicanos nuevas instituciones y leyes. Los códigos penales modernizaron algunos criterios para impartir justicia, y beneficiaron a las mujeres. Pero en 1942, todavía se conocieron hechos sangrientos en los cuales la defensa intentó ayudar a su cliente a partir del argumento de la pérdida temporal de la conciencia a causa de la ira o los celos. Uno de esos casos fue el de Isidro Cortés, asesino de su esposa y sus hijos pequeños.
Historias Sangientas Bertha Hernández Ciudad. Cargo lorem
Los vecinos escucharon los gritos. Después, sonaron balazos. No faltó quien, asustado, saliera ahí nomás, a unos pocos pasos, a San Juan de Letrán, en busca de un gendarme. La modorra diurna de la Plaza de las Vizcaínas, en lo que en otros siglos se llamó el barrio del Salto del Agua y que en 1942 era ya parte de la colonia Centro, se había quebrado. Cuando un policía llegó al departamento 7 del edificio marcado con el número 12, se encontró con un drama que estremecería a la ciudad: sangre por todas partes, una joven mujer, muerta, con tiros en el cuerpo, a corta distancia, un bebé asesinado. Un hombre joven, tirado en el piso, se quejaba; solamente tenía un rozón de bala en la cabeza. En la habitación contigua, una pequeña, de unos tres años, respiraba angustiosamente, herida de gravedad. Con prontitud llegó una ambulancia, que recogió a la niña y al hombre adulto, al que, tras una curación rápida, se le dio de alta. Para ese hombre, que se llamaba Isidro Cortés Pizá, empezaba el infierno en la tierra, porque él y sólo él era el res-
ponsable de ese cuadro lamentable, que, una vez más, se convirtió en nota de primera plana en los periódicos que vivían de la narración de los hechos de sangre: era un infeliz, atormentado por la ira y los celos, que no había encontrado otra forma mejor de canalizar el negro huracán que llevaba en el alma, que echar mano de una pistola. Lo demás era tragedia. Los periódicos no vacilarían en aplicarle el calificativo tan de moda en la narrativa de la nota roja nacional: “fiera”. Ni la prensa ni el aparato judicial mexicano le tendrían el menor asomo de simpatía, aunque sus defensores intentaran demostrar que el origen del desastre había sido un desequilibrio transitorio, un extraño momento en que la niebla roja, que anuncia la llegada de la muerte, se apoderó de él. Los reporteros de la fuente policiaca estaban alborotados. Duros, curtidos a fuerza de enfrentarse, cada jornada, a los horrores de la violencia humana, sin poderlo evitar, estaban conmovidos: el hallazgo de un bebé de 8 meses, muerto de un tiro en la cabeza, le dolía al más pintado. Luego, la agonía de su hermanita mayor, herida de gravedad y que no vivió sino unas pocas horas más, a pesar de los esfuerzos de los médicos que la atendieron, acabó de irri(Pasa a la 8)
La miseria, los celos y el talante violento de Isidro Cortés crearon la tormenta perfecta en un departamento de la Plaza de las Vizcaínas en el centro de la ciudad de México. Aquel hombre atormentado, no tuvo suficiente con matar a su muy joven esposa: también asesinó a sus dos pequeños hijos. Luego pretendió suicidarse, o al menos eso declaró.