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Madre de la Esperanza

Para la devoción popular, María es también la Madre Dolorosa, que vemos en numerosas representaciones de la Piedad. La Madre que sostiene en sus brazos al Hijo muerto es una imagen muy humana. De modo que María es Madre y hermana de muchas madres que lloran a sus hijos. Y lo es de los pobres y de los oprimidos, de los atribulados, de los insignificantes, de los que están en las orillas de la vida… y, a la par, de los alegres y llenos de esperanza. El “Acordaos” de San Bernardo refleja muy claramente la advocación a María como Madre de Esperanza: “Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asis- tencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti. Animado con esta con fi anza, a ti también acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes! Y, aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No desoigas mis súplicas, ¡oh Madre de Dios!, antes bien, inclina a ellas tus oídos y dígnate atenderlas favorablemente”.

La oración a María más conocida es el Avemaría. El inicio es el saludo del ángel y la exclamación de Isabel: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (cf. Lc 1, 28). “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús” (cf. Lc 1, 42). En la segunda parte rogamos su intercesión para alcanzar la vida eterna:

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“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Es decir, oramos a María para que nos ayude a entrar en la gloria eterna, de la que ella ya participa, y para que nos ayude también en el ahora, como Madre de Esperanza.

También en la Salve. La invocamos como “Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra“. A ella “llamamos” y “suspiramos”, la declaramos “abogada nuestra”, le pedimos que “vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos” y le rogamos, doblemente, “que nos muestre a Jesús, fruto bendito de su vientre” y que, como “clementísima, piadosa, dulce Virgen María y Santa Madre de Dios, seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo”.

(Página anterior): La fila de hermanos de la Esperanza en la procesión de la Hermandad Dominicana cada madrugada de Viernes Santo llena las calles de Salamanca de luz y color verde.

(En esta página): El dulce rostro de Nuestra Señora de la Esperanza (Damián Villar) es la imagen del consuelo para miles de fieles salmantinos.

María nos dice que no es ninguna esperanza vacía o vana, no es ninguna ilusión, ninguna proyección de nuestras añoranzas y deseos profundos, sino una realidad en la fe, porque Dios mantiene la fidelidad a su Pueblo, a cada ser humano y a todas sus criaturas. De modo que, a lo largo de los siglos, hemos necesitado –¡y necesitamos!– a María como signo e instrumento de esperanza.

Ello porque, primeramente, “Cristo es el centro de la historia de la humanidad, y también el centro de la historia de todo hombre. A él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra vida se iluminan, y nos da esperanza” (Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, 24-112013, Papa Francisco).

Hoy, en unos tiempos en los que, de alguna manera, hemos perdido la esperanza y nos contentamos con las pequeñeces y las insignificantes alegrías del momento, necesitamos a Nuestra Madre de la Esperanza, que nos dé aliento, nos infunda paciencia y un gran corazón para los más profundos deseos de nuestra alma. Nadie puede vivir sin esperanza. Ningún individuo, ningún pueblo, ninguna comunidad.

Por ello, en el Santo Rosario, al final de las Letanías de Nuestra Señora, además de mostrarle nuestro agradecimiento por su ayuda e intersección en el “ahora y en la hora de nuestra muerte” –que frecuentemente olvidamos– podemos decir juntos:

“Oremos: Te pedimos, Señor, que nosotros, tus siervos, gocemos siempre de salud de alma y cuerpo; y que, por la intersección de santa María, la Virgen, nos libres de las tristezas de este mundo y nos concedas las alegrías del cielo, y te rogamos, junto a Nuestra Madre de la Esperanza, por los parados, los enfermos, los que están solos o abandonados, los desesperanzados, los que no son capaces de entusiasmarse con la vida o de realizarse, los infelices, los que pasan hambre y sed, los enfermos, los que carecen de sanidad o de medicinas, los que sufren por las guerras y los desplazamientos o por cualquier tipo de injusticia que no nos deja caminar esperanzados en la vida. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. Ave María Purísima, Madre de la Esperanza. Sin pecado concebida”.

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