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HÁBITO Y MORTAJA
La Congregación de Jesús Nazareno tiene en su túnica un auténtico tesoro Una prenda que n os ll eva dir ec tamente a la es pir itua lidad pr opia del s ig lo X VII y que, co n muy p ocas vari ac ion es, n os ha ll egado h as ta hoy env ue lta en su ca r ac terís ti co terciopelo morado. Una iden ti dad en la procesión y, para m uc h os, at ue ndo en la hora fi nal.
El Estatuto de la la Ilustre y Venerable Congregación de Jesús Nazareno aprobado en el año 1865 señala en el apartado correspondiente a las obligaciones y oficios: “concurrir en la tarde del Viernes Santo a la Junta general y vestir la túnica de holandilla orada, capillo de lo mismo, soga de esparto al cuello, corona de espinas, media de lana negra, zapato de lazo pequeño, de becerro o paño, para que con la debida decencia y compostura acompañen con luz encendida a Nuestro Padre Jesús”. Son palabras grabadas en el tiempo y que todavía hoy permiten seguir el rastro de una de las túnicas más particulares de la Semana Santa de Salamanca y con unas connotaciones espirituales más profundas. La túnica de los congregantes de Jesús Nazareno entronca directamente con la tradición barroca salmantina, fosilizada en un uso sostenido a través de los años con muy pocas modificaciones, y a la vez refuerza el hondo sentido penitencial cofrade, al otorgar tradicionalmente a esta túnica también la función de mortaja. Ciertamente, la tradición de la túnica de nazareno va más allá en el tiempo. En 1688, cuando se desarrolla la primera procesión de la congregación de manera independiente a la de la Vera Cruz, sus hermanos ya portan la túnica morada. Es la que, de hecho, la propia Vera Cruz había utilizado para su tercera procesión, la de “nazarenos”, que se celebraba inicialmente a las cuatro de la mañana del Viernes Santo. La diferencia más notable es que aquella llevaba sobre el capillo una corona de soga, mientras que la Congregación introdujo desde el origen una corona de espinas. Posteriormente, la nueva cofradía consiguió obtener del gobernador eclesiástico el privilegio para el uso exclusivo de la túnica morada en Salamanca en el año 1851. Se defendía así, por lo tanto, una túnica de nazareno que ya era su gran seña de identidad y que hunde sus raíces muy atrás en el tiempo, momentos en los que era habitual que las personas fallecidas se amortajaran con hábitos próximos a su devoción, fundamentalmente de órdenes religiosas como franciscanos o carmelitas.
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La cola triangular es uno de los elementos más característicos de la túnica de nazareno (foto página 74), de la que solo prescinden los hermanos de paso y aquellos que portan elementos penitenciales, si bien la identidad del hábito es esencialmente la misma.

Seguramente, ese es el origen también de la tradición que envuelve al hábito del Nazareno. En principio, la única de la Semana Santa de Salamanca que cumple esa doble función de túnica procesional y mortaja, si bien se trata de una tradición pasada oralmente a través de las generaciones de cofrades más que de una imposición estatutaria.

“La mayoría de nosotros conocemos a familiares que usaron la túnica como mortaja, mi bisabuelo entre ellos, y también actualmente: mi padre o un tío mío que ha fallecido hace poco han cumplido con esta tradición”, explica el hermano mayor, José María Santiago Guervós. Pero realmente no es posible hacer un rastreo documental del origen de esta condición para la túnica. “En los libros antiguos, donde hay una regulación muy específica del uso de la túnica y de las cuestiones funerarias de la Congregación, realmente no aparece ninguna alusión a este hecho”, corrobora Vega Villar Gutiérrez de Ceballos, secretaria del Nazareno.
Solo en las dos últimas redacciones de estatutos aparece recogida la cuestión. En los actuales, en 2009, se subraya en el artículo 58: “es costumbre de la Congregación que la túnica que sirvió para identificar al hermano en las manifestaciones públicas de fe durante su vida, sirva para amortajar su cuerpo después de su muerte, vistiéndola para presentarse ante Dios Nuestro Señor”.
La función de la túnica en gran medida es igualar a todos los hermanos sin hacer distinciones de condición económica, edad o género. Solo los niños y los hermanos de paso (foto página 75) carecen del capillo sobre el que el resto de los congregantes portan la corona de espinas.