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ANGUSTIAS y DULZURA

Relegada históricamente a un papel muy secundario en la imaginería procesional salmantina, en los últimos años los expertos han comenzado a llamar la atención sobre la calidad de Nuestra Señora de las Angustias. La intensa devoción que despierta en el seno de la Congregación de Jesús Rescatado, que se puede ver en la calle cada Viernes Santo, ha vivido siempre por encima de estas cuestiones materiales. Pero, sin duda, las intervenciones poco afortunadas del pasado habían mantenido ocultas en gran medida sus muchas virtudes artísticas. Las hipótesis de Virginia Albarrán Martín o de Francisco Javier Casaseca apuntando a la autoría nada menos que de José de Larra Domínguez hicieron que se empezara a mirar de otra forma esta gran Piedad. Ahora, la restauración realizada por Isabel Pantaleón ha sacado a la luz unos colores absolutamente inesperados para su hábito y su túnica. Son tonalidades, explica la restauradora, mucho más adaptadas al estilo preponderante en el tiempo de su realización, siglo XVIII. A la vez, los nuevos azules y morados remarcan la inmensa dulzura de una obra delicada y detallista.

Nuestra Señora de las Angustias es una de las imágenes de la devoción cada Viernes Santo. Su salida tras los pasos de Jesús Rescatado conforma una de las procesiones de más vivo fervor en la ciudad. Pero la falta de documentación y las intervenciones muy poco afortunadas del pasado han privado hasta ahora de contemplar esta obra en toda su grandeza. La Congregación está inmersa en un minucioso estudio de sus archivos y, a la vez, se decidió a iniciar una restauración valiente que permitiera al devoto de hoy encontrarse con la verdadera imagen de esta Piedad.

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La cofradía se puso en manos de la restauradora Isabel Pantaleón, cuidadora por antonomasia del patrimonio de la Semana Santa salmantina, quien comenzó un profundo estudio previo. “Además de los problemas propios de obras que no han sido tocadas en muchos años, nos sorprendía la policromía, que era muy oscura, y empezamos a hacer catas porque este tipo de tonalidades no es propia de una obra de su tiempo. Efectivamente, descubrimos que había otros sustratos anteriores que nos remitían a otros colores”.

Así que tras una primera eliminación del polvo superficial y tras el buen resultado de esas catas, se decidió, de mano de la congregación, buscar la policromía original. El resultado deparaba un manto azul mucho más claro que el anterior y en su anverso, además, más pálido y con una tonalidad ligeramente verdosa. Pero el gran cambio lo depara la túnica. Antes tenía un uniforme color carmelita oscuro que ocultaba completamente un delicado morado nazareno, de tonalidad y pincelada mucho más sutil. El cambio

Lo primero ante un cambio tan profundo en una obra religiosa es sopesar detenidamente los pros y contras de la intervención. “Cuando estás ante una imagen de devoción, lo artístico no es lo único que prima y el criterio de la restauradora tiene que cotejarse con el de la cofradía, porque no es una pieza de museo, sino algo vivo; aquí estaba claro que la mejora iba a ser muy importante y se decidió eliminar todos esos repintes”, explica Isabel Pantaleón. Para ello, hubo que retirar una gruesa capa de pintura oscura. “Ha habido que ir sacando parte a parte, con disolvente o bisturí y hay zonas que ha costado bastante, en aquella mano de pintura se esmeraron mucho por cubrirlo todo”, ironiza la restauradora. “En ese momento, si había un problema con una policromía se echaba encima otra y ya está. Suponemos que entonces se quiso quitar el color morado por el motivo que fuera, pero se hizo con una pintura muy plana, verdaderamente de calidad escasa”.

Los indicios apuntan a una intervención de 1927, reflejada incluso por una firma en la peana, que había influido mucho en la contemplación de la imagen: “parecía mucho más triste y además le daba una apariencia como de obra de escayola, sin ningún valor, algo que no se corresponde con la realidad. De hecho, con este trabajo lo que se ve es que es una talla muy buena, con muchos detalles que quedaban enmascarados”.

Esa firma en la peana se ha conservado como testigo de la historia de la propia imagen. También se ha decidido mantener la cenefa que recorre el manto de María. “Con un criterio estricto de restauración lo normal hubiera sido retirar esa cenefa de flores, pero se ha decidido de acuerdo con la Congregación mantenerlo, también como vestigio de aquella intervención pero sobre todo porque para los cofrades sabemos que es un elemento muy emblemático de Nuestra Señora de las Angustias”, afirma Pantaleón. El repinte también había estropeado la contemplación de las rocas sobre las que se asientan la Madre y el Hijo, creando una masa oscura y uniforme a la que ahora se han reintroducido tonalidades verdosas que le dan mayor profundidad.

Es el gran resultado de un trabajo lento y costoso, con horas de esfuerzo en el taller de restauración que también ha permitido solucionar algunas pequeñas grietas y pérdidas y que enseña otra forma de mirar esta obra emblemática.

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