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MADRE de la ESPERANZA

En tod as l as cu ltur as, soc iedad es y c ivi liz ac ion es, tanto en el ám bit o ind ivi d ua l co mo en el colectivo , h a es tado prese nte la es peranza –y es tá– , co mo don o gr ac ia , para la res istencia ante el mal existente en la vi da de los hombres o para la l uc ha co ntra él. La es peranza ha sido –y es – el la ti r en los moment os de más fragor, inte rn o o exte rn o , y en el dí a a dí a Si n e ll a no se co mp ortan bien la co ngoja , la pena , el to rm ento , la aflicc ión moral … o mil males más –físicos , psí qu icos , em oc ionales y soc iales, entre otros – que ha ll am os en el ca mino. Si n e ll a , no se vive.

OCTAVIO C. VELASCO

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FOTOGRAFÍA: ALFONSO BARCO

Ya Hefesto , entre los griegos , por amor a Pandora , la colocó en la caja, a escondidas, como aliento y bendición y, movidos por este don, los hombres decidieron seguir adelante a pesar de todas las desgracias. Ya no importaba tanto lo mucho que tuvieran que sufrir, la humanidad conser v ar ía siempre la esperan z a en u na v ida mejor, en la que no e x istiera el dolor ni la pena , la gu erra , la enfermedad o la muerte.

Y ya los primeros cristianos creían que la Virgen María, en la gloria celeste, se preocupaba –y se preocupa, así lo creemos – de manera maternal de sus hijos . Po r ello , en toda necesidad, en toda dificultad y cuando la Iglesia ha estado – o está– en peligro , pu dieron –y podemos –invocarla como Madre de Esperanza

María es una figura importante en la historia de la salvación Con su ascensión a la gloria, que también esperamos alcanzar según las promesas de Nuestro Señor Jesucristo –decimos al final de la Salve–, no está fuera y ausente, sino presente en nuestro caminar diario, en nuestras vidas Por su fiat es modelo para cada cual y es ejemplo de todo creyente: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra” (cf Lc 1, 38) Nos propone oír la palabra de Dios, meditarla en el corazón (cf Lc 2, 19) e intentar plasmarla en la vida y en las obras A día de hoy, la sociedad propugna valores contrarios a la humildad y a la disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios; sin embargo, los encontramos en María y son centrales en las enseñanzas de Cristo, quien fue humilde Como Madre de Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, ella es también Madre de todos los cristianos y de todos los hombres

En cierto modo, como María tuvo una especial cercanía a su Hijo y a su obra salvadora, Ella también participa de su papel de mediador de la gracia. No obstante, no es mediadora en el mismo sentido en que Cristo es mediador, pues Cristo es el ú nico mediador entre Dios y los hom b res (cf 1 Timoteo 2, 5-6) María solo es mediadora en virtud de la mediación de Cristo y por su participación en ella. Somos sus hijos En el evangelio de Juan (cf 19, 25-27) se dice sobre la crucifixión de Jesús: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al lado, al discípulo predilecto, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” Después dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Juan, el discípulo predilecto, representa a los discípulos de Jesús, a la Iglesia fundada en la cruz, a todos los creyentes María, por su parte, se convierte así en Madre de la Iglesia y de los discípulos de Cristo, en Madre tuya y mía, en Madre nuestra.

La maternidad de María era materia de fe ya en los primeros siglos de nuestra era Nos lo muestra la oración más antigua que conocemos, la célebre Sub tuum praesidium, “Bajo tu amparo” –“Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no desprecies nu estras sú plicas en las necesidades , antes b ien líb ranos siempre de todos los peligros, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!”– (siglo III)

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