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Hábito y Mortaja

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HÁBITO Y MORTAJA

HÁBITO Y MORTAJA

Precisamente, se habla de costumbre ya que no se puede ratificar ningún exhorto estatutario más allá de la propia tradición. María Felisa de Nó Vázquez, archivera y depositaria de la Congregación, destaca que el carácter de la túnica como mortaja tenía que ver con un uso funerario distinto al actual en el que se sabe que los cuerpos eran inhumados directamente y no enterrados en el ataúd. En ese momento el ataúd, caja de muertos o tumba, solo se utilizaba para las honras fúnebres y el traslado del cadáver, pero no para el enterramiento, ya que se reutilizaba. Tal vez por eso, porque una cosa llevaba en la mentalidad de la época aparejada la otra, lo que no es difícil encontrar en los archivos de la Congregación son alusiones constantes a esa caja que se empleaba para la vela y traslado de los hermanos fallecidos.

“Esa caja, recogida como tumba, aparece desde el primer inventario del año 1700 y se repite en todos los de los años siguientes”, señala Vega Villar. Así, junto a otros bienes fundamentales para el funcionamiento de la congregación —faroles del paso, arca grande para la cera, la cruz con la que participa en el Via Crucis, la llave del convento de San Francisco...—, aparece “la túnica que se pone sobre las tumbas”. Es la alusión a la túnica con la que se cubría esa caja donde se depositaba temporalmente el cadáver del hermano fallecido. En 1726 se explica que es un paño bordado con cuatro escudos, que junto a la “corona y soga se pone sobre la tumba” y en el inventario de 1737 se especifica también que esa tumba es “un arca grande de madera de pino (…) que sirve a las honras de los congregantes”.

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Unas honras que, según explica la secretaria de la Congregación, vienen recogidas con todo detalle en los estatutos que van adaptándose a las diferentes sedes de la cofradía, desde el convento de San Francisco, luego San Adrián, hasta la actual iglesia de San Julián. A ella se llegó en 1814 y en la concordia firmada con la parroquia se señala que la Congregación se compromete a poner “la cera necesaria según sus acuerdos, en el altar, ciriales y tumba” en los funerales de sus hermanos.

María Felisa de Nó subraya también que desde el comienzo de la congregación la túnica se había convertido en un símbolo de una forma más estricta de vivir los preceptos religiosos en general y en particular la Semana Santa, por lo que su carácter simbólico se reforzaba también al máximo: “se bendice en el momento del ingreso del congregante y lo acompañará hasta su tumba, por lo tanto se le debe un respeto como objeto bendecido que es”.

Ese puede ser el motivo, se supone, por el que la Congregación ponía tanto celo en evitar el uso indebido de la túnica. En 1767 aparece la figura de los celadores comisionados por el

Obispado para impedir que los congregantes fueran suplantados en las procesiones por otras personas que se hicieran así pasar por ellos, criados fundamentalmente, a los que es posible que les pagaran. El castigo era ser conducidos ante la justicia real y el hecho podía acabar en una cuantiosa multa.

Hoy las cosas han cambiado, ya que la Congregación del Nazareno tiene “túnicas para alquilar y así se facilita que aquellas personas que entran por primera vez puedan salir en procesión de inmediato o que los niños y adolescentes no tengan que hacerse una para pocos años y que luego ya con el tiempo se hagan la suya definitiva”, explica Vega Villar. Es un cambio “por motivos prácticos”, aunque la Congregación mantiene que “la túnica sigue siendo algo muy personal, al que se le debe todo el respeto y que se debe utilizar solo en la procesión”, subraya la secretaria.

Por eso, siempre ha estado rodeada de un aura casi mística que llevó durante décadas a prohibir, si no de derecho sí de hecho, que los congregantes se hicieran fotos con la túnica puesta. María Felisa de Nó recalca que “entre los mayores de nuestra generación la túnica seguía siendo algo muy importante. Tanto que mi padre siempre viajaba con una bolsa en la maleta en la que estaba la túnica, por si le ocurría algo en ese viaje, para ser amortajado con ella”.

También Vega Villar recuerda cómo su familia conserva de su abuelo —Carlos Gutiérrez de Ceballos, alcalde de Salamanca en los 50— una bolsa de tela con todos los atributos que se colocaron en su velatorio, con la excepción de la túnica que se usó efectivamente como mortaja.

“Hoy hay otra visión en muchos hermanos, que prefieren guardar la túnica como recuerdo, aunque aquí siempre la tradición ha sido heredar la cruz de plata, algo que todos llevamos con mucho orgullo”, concluye José María Guervós.

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