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“SIENTO QUE ESTE ES MI SITIO”

Hay muchas formas de ayudar a hacer hermandad. Se avanza gracias al empuje de todos y el compromiso repartido. No sobra nadie y todo suma, de lo más grande a lo pequeño. Eso sí, a veces el trabajo encomendado requiere de una dosis verdaderamente extraordinaria de generosidad. Es el caso de Emiliano Mateos, que desde hace décadas renuncia a poder ni siquiera ver como cualquier espectador la procesión de su hermandad, Amor y Paz. Su encomienda, quedarse durante la procesión dentro de la iglesia nueva del Arrabal y cuidar de la ropa de sus hermanos. También echa un ojo a los alrededores. Es una especie de ángel guardián en silla de ruedas. Puede ser uno de los trabajos menos vistosos, pero todos y cada uno de los hermanos se lo agradecen.

Como casi todos nuestros mayores, ha pasado casi de todo y, desde luego, la vida no se lo ha puesto fácil. Afronta desde hace tiempo graves problemas de salud que se traducen, entre otras cosas, en una muy difícil movilidad. Pero Emiliano nunca se ha rendido, ni tampoco ahora que está a punto de convertirse en octogenario. Llegado hasta aquí, no tiene más planes que seguir peleando. Y su pelea es ser útil en la Hermandad de Amor y Paz aportando lo que puede, que no es poco: suya es la responsabilidad, cada Jueves Santo, de que a sus hermanos no les falte nada de lo que dejaron en el templo al iniciar la procesión cuando regresan a él.

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Emiliano forma parte de la hermandad desde el año 1988. “Siempre me había llamado mucho la atención esta cofradía, pero no me decidí a hacerme hermano hasta que se incorporó la imagen de María Nuestra Madre, entonces ya fue como el impulso definitivo y desde ese momento hasta hoy ya siempre he formado parte de la hermandad,que ha acabado por ser una parte muy significativa de mi vida”.

Una trayectoria que, efectivamente, ha ido convirtiéndose en la historia familiar. “Al poco de entrar yo, también mis hijos empezaron a salir y ya nos metimos todos en la hermandad: todos mis hijos han sido hermanos y ahora también algunos de los nietos”, recuerda Emiliano.

Su particular encargo, que desempeña hasta hoy, llegó poco después. “En aquellos años las cosas no eran como ahora, no había la seguridad que hay ahora en general ni el cuidado por todas las cosas, y venir aquí los Jueves requería que hubiera siempre alguien al tanto, de las cosas que se dejaban en la iglesia, de los coches, de todo”, recuerda. “Así que un día me pidieron que si podía echar una mano a otro hermano que se encargaba precisamente de guardar todo esto, y así ha sido hasta hoy”.

Emiliano ironiza con su misión: “pensaba que era un poco mirar los toros desde la talanquera, pero es verdad que desde el primer momento vi que era una labor muy necesaria, es que aquí entonces no había ni luz donde se dejaban los coches y podía pasar cualquier cosa”.

Ya eso se ha dedicado desde entonces, una historia dentro de la historia de la propia procesión que da para miles de anécdotas. “Uno tiene ese cariño por su hermandad y todas las cosas que ocurren te tocan más, es como cuando veo subir a la Virgen y empezar a caminar y luego desde donde yo estoy cómo tienen que bajar, casi arrastrarse, las hermanas por el suelo para salir por la puerta, se estremece el corazón, son cosas que calan mucho”. De entre los miles de momentos, Emiliano recuerda especialmente “aquella vez que le pedí al hermano mayor que me dejara estar un momento fuera de la iglesia, para ver salir a la Virgen; yo realmente solo la había visto desde dentro con la de años que llevaba ya y fue una sorpresa esa perspectiva: ves los hermanos de cara, ves todo lo que sienten, te vienen los recuerdos de los que faltan...”

Casi 80 años y no tiene otros planes que seguir ahí. “He estado siempre en la puerta y siento que este es mi sitio. Mis hijos no me dicen que lo deje, todo lo contrario, porque ahora se encargan ellos de abrir y cerrar la puerta”. “No me pone nadie pegas de momento, así que mientras pueda, aquí voy a seguir”.

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