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Aniversario
Aunque sus orígenes se remontan casi a la misma presencia de la orden franciscana en la ciudad, siglo XIII, la Cofradía de la Vera Cruz marca como su fecha de fundación oficial el año 1506. Entre los muchos acontecimientos que jalonan su larga historia desde entonces se encuentra la unión en el año 1532 con la Cofradía de Nuestra Señora de la Concepción. Desde ese momento dos fueron los motivos centrales de esta todopoderosa institución: el culto a la Cruz del Redentor y la defensa del dogma de la Inmaculada. Apenas 90 años después de esa fusión, la cofradía y toda la ciudad se sobrecogían ante la llegada de una imagen única que venía a subrayar su vocación inmaculista. La firmaba el mismísimoGregorio Fernández.
Así se escribe la página de una de las cumbres artísticas vinculadas a la Semana Santa de Salamanca. Con motivo del cuarto centenario de su llegada a la ciudad, la Capilla de la Vera Cruz se ha engalanado para mostrar de manera privilegiada la gran joya de aquel que Felipe IV consideró "mejor escultor" de sus reinos.
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Habitualmente, la imagen mariana ocupa el centro del retablo barroco de la capilla, que subraya en la actual configuración las dos vocaciones de la cofradía. Una cruz sostenida por ángeles en la parte superior y la gran Inmaculada que ocupa cotidianamente el camarín central. Pero durante los últimos meses del 2021 y hasta la próxima procesión extraor- dinaria del Primero de mayo, la imagen de Gregorio Fernández ha bajado del retablo y ocupa un lugar preeminente junto al altar. Una ocasión única para disfrutar del excepcional acabado y de toda la carga simbólica que aglutina esta talla. La silueta de la imagen, gracias a un particular tratamiento de los ropajes, queda perfectamente inscrita en un triángulo, una forma áurea que resalta su divinidad vinculada al misterio trinitario. Además, todo el cuerpo se enmarca por una mandorla dorada de la que salen dos tipos de rayos. Unos con forma ondulante y otros con forma recta. Ambos son un reflejo del relato del apocalipsis, alternando la luz y el fuego.
En el diálogo casi de tú a tú que ha sido posible entablar con la imagen bajada del retablo sorprenden, sin embargo, los detalles prácticamente inapreciables en la altura habitual de la talla y ahora visibles en la cercanía: la belleza del rostro, el labrado minucioso de la larga melena ondulada, que se distribuye por los hombros y la espalda y las manos juntas en oración. Aquí Gregorio Fernández realizó una particular “firma” para resaltar su condición de Inmaculada de la Vera Cruz, ya que los pulgares se colocan precisamente en forma de cruz, di- ferenciándola así de las otras seis Inmaculadas que salieron de su taller y a las que la de Salamanca sirvió de modelo.
No es fácil apreciar habitualmente otros detalles delicados, como la presencia del cíngulo que remarca esa condición de María como madre de Dios y, sobre todo, un bello alfiler que recoge el manto en la parte posterior, dando volumen con un grácil pliegue que reproduce exactamente la moda en la nobleza del siglo XVII. Un elemento que, por otra parte, subraya que la imagen no fue hecha para un retablo. En esos casos, por motivos de economía, la parte posterior no solía rematarse y, desde luego, de ninguna manera estofarse tan ricamente. Era, por tanto, esta Inmaculada una talla de procesión, como estuvo siendo hasta la década de los 30 del siglo XX.
1. La Inmaculada porta una vistosa corona, con piedras y esmaltes, rodeada por una serie de rayos, rematados en doce estrellas.
2. Detalle de las manos, uno de los rasgos más expresivos de la producción de Gregorio Fernández. Aquí se aprecia la postura de los dedos pulgares en forma de cruz, en alusión a la cofradía.


3. La altura del retablo impide contemplar los detalles pictóricos ejecutados por Antonio González en el manto y la túnica, como esta escena de la Anunciación.
Esa tarea de completar con la policromía la obra del genial escultor recayó en Antonio González. El preciosismo de su trabajo se aprecia también ahora mejor que nunca. En la orla del manto se representan los símbolos de las letanías marianas (espejo de justicia, torre de sabiduría, torre de David…) y entre los pliegues dorados de la túnica se admira el trato delicadísimo dado a algunas escenas marianas, así como las alegorías de las virtudes.
Dice Carlos Marzal (Nunca fuimos más felices) que por el encima de todo al ser humano le gusta estrenar. Quizá por eso nos ha conmovido esta Inmaculada. Poder verla en su perfección, en su detallismo, envuelta en la bóveda celeste tal y como la imaginó Gregorio Fernández. En su belleza y verdad. Estrenándola otra vez, cuatro siglos después.