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Dos años después, la hora de la verdad
Paco Gómez estrena traje, el de entrevistado. Se le nota extraño en un papel que no acostumbra, pero es lo que toca. Mira el reloj de reojo... ruedas de prensa, reportajes pendientes, esta propia revista Christus... quehaceres que se acumulan y le quitan el sueño. Aun así, siempre hay tiempo para una charla o una confesión de contrabando a unos días de convertirse en pregonero de la Semana Santa 2022, también lo fue, sin llegar a serlo, de la de 2020 y 2021. La historia lo ha querido así, es «el pregonero interminable».
Acostumbrado a ser el eterno pregonero de la Semana Santa, ¿este año será el definitivo?
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Es una mera anécdota. Circunstancias de la pandemia. Después de dos cancelaciones, espero que esta vez haya llegado la hora definitiva, veremos en qué condiciones, porque eso las olas sucesivas lo van marcando de semana en semana, pero espero que con cierta normalidad.
En los últimos días de 2019 se hacía público tu nombre como pregonero del 2020 y entonces me dijiste que te parecía el encargo más importante de tu vida. ¿Sigues manteniendo esa misma ilusión?
Con el pregón he tenido una relación de montaña rusa… se ha alternado esa ilusión inmensa con la decepción de todo lo que iba interponiéndose. Cuando te llega el encargo te abruma la responsabilidad y te metes manos a la obra con mucha ilusión. Pensando, redactando, dejándolo reposar… y finalmente cuando se iba acercando el momento de la verdad vino esa ola primera de covid que arrasó con todo. Con lo que pasó en ese momento, lo tuyo es una pequeña anécdota, pero sí acusas el golpe. En 2021 igual y ahora ya por fin parece que se acerca el momento. Y pase lo que pase, sí: sigo pensando que esto es lo más grande que me ha pasado en la vida.
Con tanto paréntesis y revisiones, ¿ha sido muy difícil llegar a la versión final?
Lo que cuesta de un pregón verdaderamente es lo que pasa antes de sentarte a escribir. Buscar la estructura que le quieres dar. Eso porque realmente no hay un libro de estilo sobre cómo hay que hacer un pregón de Semana Santa. Así que eso es trabajo de cada persona que se enfrenta a él, buscar una estructura con la que tú te sientas cómodo y que creas que puede funcionar.
¿Y a qué conclusión llegaste sobre la mejor estructura?
En mi caso particular, tenía muy claras dos cosas: quería que me representara como periodista audiovisual, que además de la palabra tiene que manejar otros lenguajes –imagino, además, que eso tiene mucho que ver con mi designación: explorar nuevos caminos–. Luego, como estrategia de puesta en escena, también me he preocupado en ir dejando permanentemente una puerta abierta para que las personas que se vayan quedando por el camino se puedan reenganchar con facilidad.
¿Cuáles son esos nuevos caminos que buscas explorar? Estamos ante un pregón de la Semana Santa y eso no se puede perder de vista, pero al mismo tiempo el hecho de hacerlo en el Liceo otorga muchas otras posibilidades que quizá se puedan aprovechar. Ese puede ser un desafío, tratar de gustar y sorprender, y yo le he dado muchas vueltas a eso, manteniendo al mismo tiempo otros elementos que debe tener un acto de este tipo.
¿Cómo se podría resumir la esencia del pregón?
Tengo 42 años y desde muy pequeño tengo recuerdos de la Semana Santa de mi ciudad. Hilar todos esos recuerdos es en gran medida la esencia del pregón. Y no son necesariamente recuerdos de procesiones, sino que me he dado cuenta de que hay un sentimiento de vínculo a la Semana Santa que lo impregna todo: lugares, momentos y personas. Los sitios donde he vivido, las calles por las que he jugado, los sitios donde he esperado la procesión... de eso va.
En ese hilo de recuerdos, ¿cuál sería el primero?
Es muy difícil, porque son muchos. En mi casa no hubo nunca tradición cofrade, pero sí de mucha vivencia de la Semana Santa. Así que con el paso de los años fueron sedimentando en mí todas esas cosas. Pero imagino que si hay que empezar por algún sitio, puede ser por San Pablo y la presencia impresionante para un niño de toda la devoción que envuelve a Jesús Rescatado.
No había tradición cofrade en tu casa pero tú sí has sido cofrade.
Sí, el año que empecé CoU me hice hermano de la Dominicana. Fue también una particular forma de vivir el paso de la niñez a la juventud, porque fíjate que en casa íbamos a todas las procesiones menos a esa, por la hora, de madrugada. Así que como una reivindicación de independencia, me fui a hacer hermano justamente de esa. Ahora, la verdad es que me siento un poco miembro de todas las cofradías. Por mi trabajo convivo con todas, y acabas por conocer a toda la gente que hay detrás de cada una de ellas y tengo la suerte de que todas me abren la puerta y me trasladan su cariño.
Con todo ese bagaje, ¿es posible quedarse con un solo momento de la Semana Santa?
Imposible del todo. Hay muchos momentos que me emocionan profundamente. No me atrevería a elegir. Parte de la magia es que cada uno descubra ese momento único para él.

¿Y crees que esa magia, esa vivencia, es sólo para católicos?
En absoluto. La Semana Santa es por encima de todo una manifestación religiosa. Es un teatro sagrado en la calle y como tal tiene que cumplir esa función. Pero es otras muchas cosas. Es una joya etnográfica que hemos mantenido con las peculiaridades de cada sitio y en la que se superponen muchos planos además del religioso: el cultural, el artístico, el musical, la propia estética...
¿Y no existe el riesgo de reducir la Semana Santa a folklore? Es un debate que siempre está ahí. Hay personas, incluso partes de la propia Iglesia, que rechazan la Semana Santa por populachera. Pero si te molestas en acercarte de verdad a este mundo te das cuenta de que por encima de todo es un reflejo de la sociedad y de sus muchas sensibilidades.
¿Y cuál es el peor «pero» que se le puede poner a nuestra Semana Santa?
La Semana Santa de Salamanca está declarada de interés turístico internacional, así que es una de las grandes de pleno derecho. Eso no quiere decir que no haya que mejorar cosas, como se está haciendo: cuidando más los detalles, tapando señales, apagando semáforos… Y me preocupa ver cómo superan las cofradías el paréntesis de estos dos años y sobre todo la presencia de nazarenos en las procesiones. En Salamanca siempre ha habido en general pocos nazarenos y es una lástima, porque solo unas pocas personas más darían a las procesiones una dimensión espectacular.