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Las subidas de Romanos de antaño
Las Subidas De Romanos De AntañoDe Antaño
Cuando nuestro Rey Mago nos dice adiós, y al día siguiente el alumbrado brilla en nuestras calles por última vez, el cuerpo se predispone más intensamente a vivir las emociones que me embargan más profundamente en los días venideros de nuestra Cuaresma y Semana Santa.
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Por Sevilla, se aleja en la calle Sierpes los coros de campanilleros cantando los preciosos villancicos, cambiándose por marchas procesionales que salen de los altavoces de muchos comercios. El olor a romero quemado se transforma en ese olor tan característico que acompaña a muchas de nuestras procesiones como es el incienso, y la columna de humo fluye del quemador en dirección al límpido cielo azul de la capital hispalense, y las sensaciones fluyen de tal manera en esta predisposición que recuerda muchos hechos de antaño y los revives con ímpetu insospechado hasta el momento.
En unos de los reseñados paseos, me vino a la mente, poderosa maquinaria, la subida de romanos de hace bastantes años, no sabría precisar el año, pero estoy seguro que ·6·
han pasado varias décadas y con la intensidad que las vivía, no por ello dejo de hacerlo ahora, pero era de otra forma, quizás por la temprana edad en que me tocó disfrutarlo.
Recuerdo que el domingo, ya que hasta algún tiempo después, no se hizo los sábados, a eso de las ocho de la tarde, muchos grupos paseábamos por la calle Don Gonzalo esperando oír los sones del tambor de la banda del Imperio Romano que llegaría por los Frailes, y poco a poco, se iba poblando el lugar indicado de tunicones de varios colores. Hasta alguno de nosotros, cosa que no permitía nunca el presidente, osaba ponerse la túnica de rebateo para acompañarlos.
Detrás de la banda, muchísimos grupos, principalmente de niños, subíamos desfilando al compás del pasodoble “Enriquetilla”, enlazados por los brazos abarcando de acera a acera.
Cada calle, tenía su propio encanto, ya que al pasar por Don Gonzalo, en la Parroquia de la Purificación se daban muchos vivas al Santo Sepulcro y a la Virgen de las Angustias, al igual que se coreaba muchos nombres de los Grupos al
pasar por el bar Central, que es donde se congregaban gran cantidad de testigos de estos acontecimientos.
Me vino a la memoria también cómo subíamos la cuesta Borrego, y los saludos tan afectuosos en que se entregaban muchos hermanos del Imperio Romano y los de la Judea, que esperaban ver pasar en la esquina de la calle Campanas, en donde tienen su cuartel. Y un poco más arriba, el pasodoble dejaba de sonar y los redobles de la caja guiaban el camino cuesta Baena para arriba. Allí desde el balcón de la familia Cielos, siempre se oía los vivas a las Tres Caídas, que es como se llamaba nuestro Grupo, que profería la madre de nuestro hermano Alfredo.
La parada, para recuperar fuerzas, se hacía en la explanada de la iglesia del Hospital, allí, en la esquina del santuario de la Concepción, ocupaba su sitio la Corporación de los Ataos, y en el susodicho llano, los Apóstoles ofrecían a los Romanos algunas que otras uvitas.
Al rato de nuevo se hacía sonar las cajas, y acto seguido un pasodoble, con el cual desfilábamos con paso marcial a lo largo de toda la calle Aguilar, y de nuevo se producían muchos vivas en la aglomeración de espectadores que se congregaban en el bar Casa Rosales, establecimiento genuino, que hoy ya no existe, en el que se entablaban muchas conversaciones mananteras a lo largo del año y los domingos el sitio ideal para ver los partidos de fútbol.
Llegados a la ermita de Jesús, todos nos congregábamos en el pórtico y sus aledaños, para así poder oír lo más cerca posible el Miserere y el Stabat Mater que ofrecían al Patrón y a su Santísima Madre, el Imperio Romano.
La bajada se hacía de forma similar a la subida, aunque el descanso, ya más breve, se hacía en la cuesta Borrego, y de este modo entrar en perfecto estado de desfile por la calle Don Gonzalo.
Cuando llegábamos a la Iglesia de los Frailes, el gentío que acompañaba en este desfile, se disgregaba. Nuestro caso no era contrario a lo que acabo de relatar; de manera que nos marchábamos, a eso de las 10,30 horas hacia nuestro cuartel, sito en el Pasaje del Carmen y allí comenzábamos la cena y el acto de la bajada de la pata, con el regusto de haber participado de un desfile que se nos antojaba memorable y que con el tiempo no se ha dejado en el olvido de los que allí vivíamos estos momentos.
Lorenzo Jurado Luque-Romero. Sevilla, 3 de marzo de 2005 Festividad de San Emeterio.