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Con una de las tasas de mortalidad más altas entre los campos de concentración del Tercer Reich, al horror austriaco de Mauthausen llegaron miles de presos en 1940. Entre ellos se encontraba Francisco Boix, un español que dio testimonio de cuanto allí pasó a través de la fotografía. Por María Fernández Rei

Rompehuesos A sí denominaban los oficiales de las Schutzstaffel (SS) a Mauthausen, el campo matriz de todos cuantos se instalaron en la Austria ocupada por Hitler.

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En 1938 el jerarca del Tercer Reich Heinrich Himmler decidió construir un campo de concentración junto al pequeño pueblo así llamado, en la Austria recién anexionada. El dirigente nazi se había fijado en las productivas canteras de granito de la zona y pretendía explotar a los prisioneros haciendo que trabajaran en ellas. Las piedras debían servir para pavimentar las calles de Viena y embellecer la cercana ciudad de Linz, situada a menos de 100 kilómetros de la localidad natal del Führer.

El campo fue erigido paso a paso durante años por los propios prisioneros, por lo que la estampa que encontraron los primeros de ellos, llegados en agosto de 1940, fue muy diferente a la que vieron quienes arribaron en los albores de 1942. La alambrada electrificada que rodeaba Mauthausen fue siendo sustituida, metro a metro, por muros de granito. Se alzaron nuevos edificios y se habilitaron áreas anexas. El campo no dejó de crecer hasta el mismo momento en que fue liberado por las tropas estadounidenses.

En la foto, los primeros prisioneros soviéticos –que llegaron a este infierno en octubre de 1941– aguardan en formación frente a los barracones las instrucciones de los temidos oficiales de las SS, en la Apellplatz de Mauthausen.

Funesto campo de exterminio E n abril de 1941, Heinrich Himmler (1) visitó Mauthausen y pasó revista a los prisioneros, que debían formar a su paso ( 2), jóvenes ucranianos obligados a formar y además a hacer ejercicios de gimnasia completamente desnudos. Así lo narró uno de los supervivientes confinados en el campo. El alto mando nazi se había trasladado allí para “pedir plaza”, lo que significaba eliminar a más presos para que entraran otros. Según los datos, en un principio las instalaciones de Mauthausen estaban previstas para ser ocupadas por 3,000 reclusos, pero llegaron a albergar hasta a 70,000. Y de las 206,000 personas que pasaron por ellas, perecieron 122,000.

Construidos por los primeros prisioneros llegados a Mauthausen, los crematorios ( 3) no se daban abasto a esas alturas de la contienda, así que se hicieron fosas comunes para los prisioneros muertos, muchos a causa del frío (se congelaban porque no tenían ropa).

Sin embargo la mayoría murió como consecuencia de su explotación como mano de obra ( 4), llevada a cabo sin ningún escrúpulo y acompañada de malos tratos, así como de raciones alimentarias insuficientes, una vestimenta deficiente y la carencia de atención médica.

Imágenes del horror J unto con otros 1,500 republicanos españoles exiliados en Francia, Francisco Boix (1, tras la liberación del campo, portando una máquina de fotos Leica) fue conducido por las tropas del Reich a Mauthausen el 27 de enero de 1941. Allí fue un “privilegiado” al conseguir un puesto administrativo en la oficina de identificación de presos del campo, donde se conservaban fotografías de los altos mandos y sus actividades, que tomaban los SS para su archivo.

En 1943, tras la rendición alemana en Stalingrado, los oficiales nazis dieron la orden de destruir dichos archivos porque eran “comprometedores”, pero, según declaró Francisco Boix en los juicios de Núremberg y Dachau, se lograron salvar unas 20,000 fotos de las 60,000 que se habían hecho. Y esos miles de fotos sirvieron para mostrar al mundo el horror de Mauthausen.

Sobre cómo se logró sacar las fotos del campo hay distintas versiones, pero todas coinciden en que un comando compuesto por prisioneros españoles ( 2, de izq. a der., Miguel García, Manuel San Martín, Jesús Tello Gómez y Rafael Sivera), incluido Boix, logró burlar la seguridad alemana para robar un verdadero tesoro: copias que ellos mismos hacían de las fotografías y que, aportadas por Boix, sirvieron en Núremberg como pruebas de la crueldad nazi ( 3, prisioneros retratados por el fotógrafo catalán, tras la liberación del campo).

10 personajes enigmáticos

En esta relación de nombres que operaron en la sombra durante la guerra hay de todo: traidores con causa o sin ella, redes de espionaje, informadores involuntarios, agentes dobles, héroes casi anónimos que descifraron códigos enemigos, además de personajes poderosos y

siniestros. Por Fernando Cohnen

Richard Sorge 57

Alan Turing y Bill Tutte 58

La Orquesta Roja 59

Los Cinco de Cambridge 56

Alexander Demyanov 60

El Barón Hiroshi Oshima 61

El almirante Wilhelm Canaris 62

Klaus Fuchs 63

Lavrenti Beria 64

Joseph J. Rochefort 65

De izquierda a derecha, Anthony Blunt en 1979, tras ser “destapado”, y sus compañeros Donald Maclean, Guy Burgess y Kim Philby. A la derecha, el quinto hombre del Círculo de Cambridge, John Cairncross, el último en ser descubierto (lo delató un exmiembro del KGB).

El 15 de noviembre de 1975 saltó el gran escándalo. La primera ministra británica Margaret Thatcher reveló que Sir Anthony Blunt, prestigioso historiador del arte, caballero desde 1956, era en realidad un agente doble al servicio de Moscú. Aquel hombre exquisito, experto en arte francés y pariente lejano de la reina, era el cuarto hombre del denominado Círculo de Cambridge, un grupo de espías británicos reclutados en la década de 1930 por el NKVD (agencia de inteligencia soviética precursora del KGB). Todos ellos se infiltraron en distintos organismos públicos, como el Ministerio de Exteriores o los servicios de inteligencia del Reino Unido, de donde extrajeron un auténtico caudal de información que pasaron a los rusos durante décadas.

Sus miembros fueron Kim Philby, Donald Maclean, Guy Burgess, el propio Blunt y un quinto “desconocido”. Durante mucho tiempo se acusó al filósofo Ludwig Wittgenstein de ser ese integrante del grupo en la sombra, pero finalmente se averiguó que era John Cairncross. En la Segunda Guerra Mundial, los también llamados Cinco de Cambridge proporcionaron a Stalin valiosa información sobre los planes angloamericanos. Su labor de espionaje inspiró muchas películas y novelas, como Un espía perfecto, de John le Carré, o El tercer hombre, de Graham Greene, amigo de Philby. Aristócratas resentidos En su biografía sobre Blunt, Miranda Carter revela la compleja personalidad de este británico aristocrático que vendió su alma al Kremlin, y las de sus cuatro compañeros de viaje. “Los cinco agentes dobles pensaban que el avance del fascismo y el nazismo, la actitud pusilánime de las democracias europeas y el impacto de la Guerra Civil española situaban a la Unión Soviética como única esperanza de contención contra el empuje fascista”, subraya Carter.

El historiador británico Max Hastings opina que los Cinco de Cambridge eran unos simples traidores que compartían Los Cinco de Cambridge

un cierto odio hacia sus respectivas familias o hacia las comunidades donde vivían. Hastings recuerda que Philby realizaba ácidas caricaturas de las clases dominantes británicas y mostraba un gran resentimiento hacia su padre. “Tenían cualidades intelectuales y un cierto encanto personal que los hacían irresistibles en algunos círculos, pero a mí no me parecen nada atractivos”, afirma Hastings.

Burgess se infiltró en el servicio de inteligencia británico MI5 y transmitió a los soviéticos secretos militares occidentales. Maclean escapó junto a Burgess a la Unión Soviética, donde la KGB lo condecoró.

El más importante de los Cinco fue Philby, que utilizó su trabajo como corresponsal en la Guerra Civil española para espiar a favor de los soviéticos. Aunque sus reportajes fueron los más favorables para los militares franquistas de todos los escritos por los enviados extranjeros que cubrieron aquella contienda, un documento secreto desclasificado hace pocos años mostró que Moscú le había encomendado la misión de asesinar a Franco, un atentado que Philby no pudo llevar a cabo.

¿Traidores o idealistas?

La entrada de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial elevó el ánimo de los Cinco de Cambridge: pensaron que Gran Bretaña y Estados Unidos luchaban contra el mismo enemigo fascista. Pasar información a los soviéticos, pues, no constituía traición, sino un medio para colaborar en la causa común contra los nazis. Por esa razón, no tuvieron ningún reparo en proporcionar a los soviéticos datos sobre la postura que iban a adoptar Churchill y Roosevelt en las cumbres que se celebraron durante la guerra, de tal modo que Stalin sabía de antemano lo que pensaban los líderes aliados. “Churchill y Roosevelt no pudieron jugar una partida de póquer con Rusia, porque Stalin les había visto las cartas”, asegura Max Hastings. Cuando finalizó la guerra, Philby facilitó a Moscú amplia información sobre operaciones secretas del Reino Unido en el Este, lo que causó muchas víctimas. “Él fue responsable de la muerte de agentes de la inteligencia británica en el Báltico y en otros lugares de Europa Oriental”, sentencia Hastings.

Richard Sorge

Fue uno de los mejores agentes dobles a las órdenes de Moscú. De padre alemán y madre rusa, Richard Sorge estudió en Alemania, donde abrazó el marxismo. En 1924 se trasladó a Moscú y comenzó su carrera de espía. “Ika”, tal y como lo apodaban, era un hombre atractivo que despertaba la atención de las mujeres, una ventaja que utilizó a su favor en su carrera profesional. Tras una estancia en China, los servicios de inteligencia militar soviéticos (GRU) lo destinaron a Japón.

Antes de partir, Sorge viajó a Berlín y se afilió al Partido Nazi en 1933. En la capital alemana conoció a Karl Haushofer, fundador de la revista Zeitschrift für Geopolitik, que lo recomendó al teniente coronel Eugen Ott, un oficial destinado en Tokio que iba a servirle de enlace para enviar a los alemanes unos informes cargados de medias verdades. Con 38 años, Sorge estaba a punto de comenzar una de las mayores carreras del espionaje mundial.

Informes descartados por Stalin Una vez que se situó en Tokio, el agente doble averiguó que los japoneses no tenían intención de declarar la guerra a la Unión Soviética, ya que preferían centrar sus esfuerzos en China. También alertó a Moscú del ataque japonés a Pearl Harbor y del inicio del ataque de la Wehrmacht a Rusia (la Operación Barbarrroja) el 22 de junio de 1941. Se sabe que Stalin rechazó sus advertencias y que lo ridiculizó en público afirmando que no iba a creer a un pervertido que malgastaba su vida en burdeles japoneses.

El dictador soviético también desoyó a otros agentes de inteligencia soviéticos ubicados en Berlín que advertían del inminente ataque de los alemanes a Rusia. La prepotencia y desconfianza enfermiza de Stalin puso en serios aprietos a la Unión Soviética en los primeros meses de la guerra. Los datos que había proporcionado Sorge sobre las intenciones de Japón de no atacar a la Unión Soviética dieron un respiro a Stalin, que ante la evidencia de la invasión nazi ordenó el traslado de la mitad de las tropas que defendían la frontera con Manchuria para tratar de frenar el empuje de los ejércitos alemanes en Moscú.

Descubierto y ahorcado Cuando Sorge fue descubierto y detenido por los japoneses, sus informaciones ya habían llegado a la URSS. El embajador alemán no creyó las acusaciones contra su amigo e intercedió por él, aunque no sirvió de nada. Ott no podía imaginar que Sorge era un doble agente soviético y que había proporcionado a Tokio información sensible que los alemanes ocultaban a sus aliados. Evidentemente, “Ika” también engañó a los japoneses, transmitiendo a Berlín los secretos que Tokio quería ocultar a los alemanes.

Su red de agentes en Japón incluía a un artista llamado Yotoku Miyagi, al corresponsal de la agencia francesa Havas Branko Vukelic, a su operador de radio Max Clausen y a Hotsumi Ozaki, un periodista japonés de ideas marxistas. Tras ser desenmascarado

Richard Sorge (1895-1944) fue militar, periodista y agente doble al servicio de la URSS.

por los servicios secretos japoneses, Sorge fue ahorcado el 7 de septiembre de 1944 en compañía de Ozaki. Según consta en las actas de la ejecución, el espía soviético murió dando vivas a la Revolución de Octubre.

Un seductor en Tokio

En la capital japonesa, Richard Sorge utilizó el restaurante Alt-Heidelberg como centro de operaciones. En aquel local de estilo alemán y dudosa reputación, servido por camareras japonesas vestidas con blusas escotadísimas y faldas cortas, Sorge escribía los informes que distribuía a alemanes y soviéticos. Una vez redactados, el agente salía del local y se dirigía a un bosque cercano, donde encendía un cigarrillo. Si alguien en la oscuridad encendía otro, Sorge sabía que no había moros en la costa. También utilizó las recepciones de la embajada alemana en Tokio para entregar su informe periódico a Eugen Ott, que había sido ascendido a general y nombrado embajador en Japón. En esas recepciones, Sorge se mostraba como un voluble seductor al que sólo le interesaba coquetear con las damas de la alta sociedad. Sorge también aprovechaba esas recepciones para proporcionar información a su amante, una periodista sueca que era la encargada de hacer llegar los mensajes a Moscú. Entre los tesoros que este agente doble proporcionó a Rusia se encontraban las claves secretas de la Marina alemana. Vista aérea de Tokio a finales de 1944, cuando Sorge fue descubierto como agente de Moscú y ejecutado. Murió gritando: “¡Viva la Revolución!”.

Alan Turing y Bill Tutte

Alan Turing (1912-1954), matemático y pionero de la computación que dirigió al equipo descifrador de Enigma, en una imagen de juventud.

La máquina de cifrado de mensajes Enigma, inventada por el alemán Arthur Scherbius en 1918 y mejorada en 1930, funcionaba con varios rotores que podían usarse indistintamente. Los operadores nazis llevaban con ellos las instrucciones de cómo debían colocarse esos rotores y cómo cambiarlos periódicamente. Al ser portátil, la máquina ofrecía la posibilidad de ser utilizada en el interior de los carros de combate, los buques de guerra, los submarinos o los bombarderos. Toda la información pasaba al Alto Mando de Berlín.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, los británicos ya tenían en marcha las primeras instalaciones de Bletchley Park, un edificio victoriano cercano a Londres que había sido adquirido por los servicios de inteligencia. Pronto contrataron a un puñado de jóvenes y brillantes matemáticos para configurar el primer equipo de descifradores de Enigma, cuyo líder era Alan Turing, quien ya entonces descollaba como pionero de la computación.

Su equipo encontró pautas en los mensajes nazis, pero necesitaba algunos datos concretos o una máquina alemana para avanzar en su trabajo. En abril de 1941, un marino inglés rescató del agua una bolsa arrojada desde un buque alemán que contenía datos fragmentarios que ayudaron a Turing a imaginar cómo funcionaba Enigma. Semanas después, los aliados capturaron un submarino alemán que tenía su máquina operativa. Aunque se había dado un gran paso, pronto surgieron nuevas dificultades.

Lorenz, la máquina alternativa Los alemanes empezaron a transmitir una porción creciente de sus mensajes más sensibles a través de otros medios, entre ellos, la máquina Lorenz, lo que dificultó todavía más el trabajo en Bletchley Park. En 1942, Bill Tutte, un estudiante de química del Trinity College que posteriormente se pasó al campo de las matemáticas, recreó sobre el papel un posible modelo de la Lorenz. Su trabajo de desciframiento de la segunda máquina alemana lo hace merecedor de tanto reconocimiento como Turing.

En junio de 1943, los expertos británicos en criptoanálisis descifraron 114 del total de 575 mensajes que el Alto Mando alemán en Italia había enviado a Berlín a través del código secreto Lorenz. Aunque el flujo de información descifrado en el código Enigma fue más importante que el logrado en el segundo código, los mensajes alemanes captados a través de este último sistema fueron de gran valor, pues afectaban a las comunicaciones de contenido más reservado de los ejércitos alemanes.

Información esencial para la guerra El desciframiento de buena parte de los códigos encriptados de ambas maquinarias alemanas contribuyó a que Londres supiera de antemano algunos de los movimientos estratégicos del ejército alemán. A partir de entonces, los británicos pudieron localizar las posiciones de los submarinos germanos, muchos de los cuales fueron hundidos. Gracias al esfuerzo conjunto de los descifradores de Bletchley Park, el Alto Mando británico averiguó los problemas de combustible que padecía el Afrika Korps en el norte de África y filtró a la Unión Soviética los movimientos de las divisiones blindadas alemanas días antes de producirse la decisiva batalla de Kursk.

Bletchley Park, el lugar más secreto de Inglaterra

Al menos lo fue hasta 1974; ahora, esta mansión victoriana ubicada en una finca a una hora de tren desde Londres se ha convertido en un museo que recibe visitas los fines de semana. Además de ser la cuna de la informática moderna, este lugar reunió a centenares de expertos en criptografía. Su cometido era desvelar los mensajes cifrados con los que se comunicaba el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Al finalizar la contienda, todo el personal de esta base secreta volvió a casa con la obligación jurada de no decir dónde habían estado ni en qué habían trabajado. El servicio de inteligencia británico compró esta finca meses antes de que estallara la guerra para dar cobijo al Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno. Miles de jóvenes que brillaban en idiomas, matemáticas o que mostraban algún talento específico fueron reclutados para descifrar los mensajes de la máquina Enigma. Una vez derrotado el Tercer Reich, la base se abandonó y parte de los archivos fueron destruidos. Hoy día la base secreta de Bletchley Park es un museo en el que puede verse la maquinaria empleada por Alan Turing.

En 1929 un agente a las órdenes de Moscú llamado Ernst Kur reclutó al primer “músico” de la Orquesta Roja, nombre genérico que se dio a distintas redes de espías del NKVD y del servicio de inteligencia militar soviético (GRU) en Alemania, Bélgica, Holanda, Francia, Suiza y Japón. Los soviéticos llamaban “músicos” a los operadores de radio que transmitían a Moscú los mensajes cifrados. Fue el grupo de agentes de la Orquesta Roja de Berlín el que advirtió del ataque sorpresa que estaban a punto de lanzar los alemanes contra Rusia, un logro que compartió con Richard Sorge, el hombre de Moscú en Tokio.

En 1939, el agente soviético Leopold Trepper estableció las primeras redes de la Orquesta Roja, cuyos tentáculos facilitaron un gran caudal de información a los soviéticos. Los datos filtrados por los agentes dobles contribuyeron activamente a la victoria en el Frente Oriental. El almirante Canaris, jefe el servicio de inteligencia alemán (Abwehr), aseguró que Trepper había sido de vital importancia para el Alto Mando soviético. “Su actuación costó más de 300,000 muertos a Alemania”, reconoció el almirante. Alemanes antinazis Aunque la Abwehr pensaba que los componentes de la Orquesta Roja eran agentes soviéticos, lo cierto es que en La Orquesta Roja ella había muchos alemanes que odiaban a los nazis. Entre ellos figuraban artistas, escritores, estudiantes, militares desafectos al Tercer Reich e incluso algunos agentes de la propia Abwehr. Los responsables de las distintas redes de la Orquesta eran fervientes comunistas que arriesgaban sus vidas por la Unión Soviética, pero muchos de los integrantes de base alemanes no sabían que participaban en una organización de espionaje que trabajaba a favor de Stalin.

La red berlinesa, controlada por Harnack y Schulze-Boysen, enviaba a Moscú ingentes cantidades de información proporcionada por un círculo cada vez más extenso de alemanes hostiles a Hitler. El fin de la Orquesta Roja comenzó días después de que la Wehrmacht invadiera Rusia, cuando una estación de escucha de la Abwehr interceptó uno de sus mensajes.

Hans Kopp, teniente coronel de la Abwehr, ordenó que las estaciones monitoras en Alemania y en los países ocupados prestaran especial atención a la frecuencia en la que sus agentes habían captado ese mensaje. Durante los dos meses siguientes, las estaciones alemanas interceptaron otros mensajes cifrados destinados a Moscú. ¿De dónde provenían? ¿Quiénes eran sus emisores? A mediados de julio de 1941, Kopp fue informado de que la fuente de emisión estaba en el mismo corazón de Berlín.

Leopold Trepper,

el organizador de la Orquesta Roja.

La red, desmantelada En agosto de 1942, la Gestapo desmanteló la Orquesta Roja y detuvo a 600 personas en Berlín, Bruselas y París, de las cuales 58 fueron ejecutadas y otras muchas condenadas a cadena perpetua. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses mostraron gran interés por los agentes de las SS, la Gestapo y la Abwehr que habían ayudado a acabar con los miembros de la Orquesta Roja; su objetivo era aprovechar sus conocimientos sobre los servicios de espionaje de la Unión Soviética, una nación que EUA consideró aliada hasta el inicio de la Guerra Fría, momento en que se convirtió en una amenaza para Occidente.

Stalin despreció la información de sus agentes dobles

El líder soviético era un paranoico. En abril de 1941, cuando Churchill le dijo que los alemanes estaban a punto de invadir su país, Stalin no le creyó. Según su lógica, los ingleses querían engañarlo puesto que el objetivo principal del Reino Unido era acabar con los bolcheviques, y qué mejor manera de lograrlo que empujar a la Unión Soviética a declarar la guerra a Alemania. La información más fidedigna que llegó a Moscú anticipando la invasión alemana provenía del espía Richard Sorge, quien operaba en Tokio, y de la Orquesta Roja –uno de los agentes de esa red de inteligencia soviética mandó a Moscú un documento en el que avisaba del inminente ataque de la Wehrmacht, y el jefe de información lo pasó al dictador soviético, quien tras leerlo escribió al margen una frase ofensiva que aludía a la madre del agente–. El georgiano despreciaba a todo aquel que no participara de su lógica desquiciada. Gente inteligente del entorno más cercano a Stalin sabía que su mal juicio podía llevarlos al desastre, pero ninguno se atrevió a contradecirlo. Soldados soviéticos rindiéndose a las tropas alemanas invasoras en septiembre de 1941.

La Operación Monasterio fue una de las historias secretas más fascinantes de la Segunda Guerra Mundial. Para el historiador británico Max Hastings se trató de una maniobra de engaño más completa que la Operación Fortitude puesta en marcha por los aliados antes del desembarco en Normandía y que sembró la confusión entre los alemanes respecto a dónde se iba a producir la invasión aliada en Francia. Durante muchos años los historiadores pensaban que la Operación Monasterio no era más que una leyenda. Les costaba admitir que Stalin hubiera ordenado el sacrificio de más de 70,000 soldados rusos para engañar a los alemanes.

En 1941, Moscú la puso en marcha con el objetivo de penetrar en los servicios de inteligencia alemanes (Abwehr). El agente Alexander Demyanov consiguió que éstos lo ficharan como agente con el nombre en clave de Max. A finales de 1942, el espía soviético informó a Berlín de su reciente nombramiento como oficial de comunicaciones adjunto al cuartel general del Alto Mando en Moscú. Tres operaciones en una En los meses siguientes, la información que envió a los alemanes fue tan importante que los convenció de su valor como agente infiltrado en la cadena de mando del Ejército Rojo. Ajenos al riesgo que corrían, los alemanes festejaron su suerte de tener un ‘topo’ en el mismo corazón del Kremlin.

El 19 de noviembre de 1942, Stalin ordenó el inicio de la Operación Urano, una maniobra que debía tomar desprevenida a la retaguardia del ejército alemán que sitiaba la ciudad de Stalingrado. Para distraer al Alto Mando enemigo, los soviéticos iniciaron días después la Operación Marte, una embestida de seis ejércitos a 150 kilómetros al noroeste de Moscú que pretendía desconcertar a los alemanes. Éstos desviaron de Stalingrado grandes contingentes de hombres y carros blindados para acabar con los soviéticos, quienes perdieron más de 70,000 soldados.

Cincuenta años después de aquel desastre, el agente soviético Pável Sudoplátov admitió que Demyanov, eje central de la Operación Monasterio, delató a los alemanes la Operación Marte por orden directa de Stalin. La idea era desviar la atención de la Wehrmacht de la Operación Urano en Stalingrado, que era el principal objetivo de Moscú. Aquel engaño, que supuso el sacrificio de miles de rusos, fue vital para la derrota alemana en Stalingrado. También supuso el principio del fin de la Wehrmacht en el Frente Oriental. Doble condecoración Demyanov fue condecorado por el NKVD soviético con la Orden de la Bandera Roja por los servicios prestados a la URSS, y con la Cruz de Hierro Alexander Demyanov

La intoxicación informativa llevada a cabo por Demyanov (en la foto) fue vital para la victoria de la URSS en Stalingrado.

alemana por sus labores de espionaje a favor del Tercer Reich. Tras el hundimiento de Alemania, los jerarcas nazis que sobrevivieron a la guerra siguieron creyendo que Demyanov había sido su gran espía en Moscú. En la posguerra, volvió a ejercer su profesión como ingeniero eléctrico hasta que el NKVD quiso volver a utilizarlo para que se infiltrara en la comunidad de emigrados rusos en París. Pero en aquella ocasión Demyanov fracasó. Murió de un ataque al corazón en 1975, a los 74 años.

La cuestionada veracidad de la Operación Monasterio

La nueva documentación que ha aparecido en los archivos ingleses y alemanes aporta datos absolutamente relevantes sobre la Operación Monasterio, una maniobra de distracción soviética que fue puesta en entredicho por muchos historiadores. Según revelan informes de 1942, la inteligencia británica avisó a los soviéticos que tenían una brecha muy grande de seguridad en su Alto Mando y de que Demyanov era el infiltrado. Al comprobar que los rusos no hacían nada, los agentes británicos supusieron que Demyanov era un agente doble que trabajaba para Moscú. Pero poco después detectaron que este agente había proporcionado a los alemanes una información muy detallada de la Operación Marte, con la cual la Wehrmacht derrotó a la URSS. Los británicos supusieron que Demyanov estaba traicionando a los suyos. ¿Cómo se explica que los soviéticos filtraran los movimientos de sus ejércitos para que los alemanes los masacraran sin piedad? En realidad, los británicos desconocían la maniobra de engaño que había ordenado Stalin. La batalla de Rzhev, en la Operación Marte, fue llamada “la picadora de carne” por la masacre de soldados rusos.

Fue un espía de los angloestadounidenses sin saberlo y un traidor involuntario. El barón Hiroshi Oshima era el embajador japonés en Berlín durante la Segunda Guerra Mundial y todos los mensajes que transmitió a Tokio fueron leídos por los servicios de inteligencia estadounidenses y británicos. Nunca antes Washington y Londres habían tenido tanta información de un agente doble, y lo más asombroso es que ese informador era un alto funcionario enemigo. El general estadounidense George C. Marshall afirmó que Oshima fue la principal fuente de información de los aliados sobre las intenciones de Hitler en Europa.

En 1934, el entonces coronel Oshima fue asignado como asesor militar en la embajada japonesa. Hablaba alemán y tuvo amistad con Joachim von Ribbentrop, ministro de Exteriores del Tercer Reich. Sus contactos con altos jerarcas nazis y con el propio Adolf Hitler, con el que mantuvo también una relación muy estrecha, contribuyeron a su vertiginosa carrera profesional. Conversaciones no tan privadas En octubre de 1938, Oshima fue nombrado embajador de su país ante Alemania. Durante sus primeros meses en el cargo acordó con Heinrich Himmler un pacto de colaboración entre los dos países en asuntos de inteligencia.

Oshima realizó varias visitas a los frentes de guerra y asistió a reuniones periódicas con Hitler, con el que mantenía conversaciones privadas sobre sus planes militares. El embajador japonés transmitió a Japón aquel continuo caudal de información que provenía directamente del Führer. Lo que no sospechaba Oshima era que Estados Unidos había logrado descifrar el código secreto Púrpura de los japoneses y que, por tanto, sus mensajes los leían en Washington casi al mismo tiempo que en Tokio.

Todos los despachos que envió Oshima a sus superiores fueron interceptados por los estadounidenses: 75 en 11 meses de 1941, cerca de 100 en 1942, 400 en 1943, 600 en 1944 y alrededor de 300 en los últimos meses de vida del Tercer Reich en 1945. A pesar de que algunas de sus predicciones fueron erróneas, la información que transmitió a Tokio sobre los planes militares y políticos de los líderes nazis fue una valiosísima ayuda para los aliados. Detalles estratégicos Además de alertar sobre el inminente ataque de Alemania contra Rusia en junio de 1941, Oshima describió con todo tipo de detalle su viaje de cuatro días a la Muralla del Atlántico. Los datos que proporcionaba incluían las posiciones de las divisiones alemanas desplegadas en las costas francesas, así como el tipo de artillería, las fortificaciones, las El barón Hiroshi Oshima

Hiroshi Oshima, embajador nipón ante el gobierno de Hitler entre 1938 y 1945. Foto tomada hacia 1940.

torres de vigilancia y otros detalles que fueron de un valor incalculable para los aliados, que en aquel entonces estaban organizando los pormenores del desembarco en Normandía.

Asimismo, los despachos del embajador japonés reflejaron con gran minuciosidad los efectos devastadores que habían tenido los bombardeos angloestadounidenses sobre las ciudades alemanas, de tal manera que los aliados pudieron saber qué objetivos se habían cumplido y cuáles habían sobrevivido a los miles de toneladas de bombas que se arrojaban casi a diario sobre el enemigo.

Hitler no sabía dónde iba a ser el desembarco del Día D

El 27 de mayo de 1944, Hitler invitó a su residencia de Berghof a Hiroshi Oshima y le comunicó las noticias que habían llegado de sus agentes en Londres. Hiroshi redactó un despacho con esos datos a sus jefes en Tokio, que fue descodificado por los estadounidenses y transmitido a los británicos. El informe afirmaba que los aliados habían concentrado unas 80 divisiones en el Reino Unido y que Hitler creía que el enemigo establecería cabezas de puente en Bretaña y Normandía y luego avanzaría con su segundo frente a través del estrecho de Dover hacia Calais, lo cual demostraba que los alemanes habían mordido el anzuelo que proponía la Operación Fortitude. El objetivo de este plan de desinformación y engaño urdido por los servicios de inteligencia británicos y varios agentes dobles, era convencer a Hitler y su Estado Mayor de que la invasión aliada se llevaría a cabo en el paso de Calais, a unos 250 kilómetros de las playas de Normandía en las que finalmente se produjo el desembarco, el Día D. Las tropas estadounidenses a su llegada a las playas de Normandía el 6 de junio de 1944.

Este marino alemán, católico y de porte aristocrático, es uno de los personajes más controvertidos de la Segunda Guerra Mundial. Algunos historiadores afirman que la agencia de inteligencia que puso en pie (Abwehr) nunca estuvo a la altura de otras, como las británicas MI5 o MI6. Entre los errores que los nazis cometieron, el historiador Max Hastings recuerda que se creyeron la Operación Mincemeat, por la que se hizo llegar al litoral español el cadáver de un supuesto oficial de la Armada británica portador de documentos que revelaban los planes de los aliados para invadir los Balcanes y Cerdeña, cuando el objetivo real de los mandos angloestadounidenses era Sicilia.

Sin embargo, otros historiadores sostienen que las redes de inteligencia de Canaris contribuyeron a los éxitos del ejército alemán en los primeros momentos de la contienda, en especial durante la blitzkrieg en Francia y la posterior invasión a la Unión Soviética (Operación Barbarroja).

Desanimando a Franco En 1940, Hitler envió a Canaris a España para intentar convencer a Franco de que colaborara en el esfuerzo de guerra del Eje, pero el responsable de la Abwehr aconsejó al dictador español que se abstuviera de entrar en el conflicto. En su biografía sobre Canaris, el investigador británico Richard Bassett afirma que el almirante trató de establecer negociaciones con los ingleses para llegar a un acuerdo de paz e hizo todo lo posible para desanimar a Hitler de muchas de las operaciones militares que éste tenía en mente.

Tanto Winston Churchill como Canaris contribuyeron decisivamente a impedir que Franco se involucrara en la guerra. “Los dos perseguían la neutralidad de España y ambos emplearon todas las armas de su arsenal para alcanzar esa meta”, recuerda Bassett. Entre el arsenal que utilizó Churchill para lograr ese objetivo se encontraba el soborno a algunos generales franquistas, que recibieron millones de libras para que Franco siguiera manteniendo al país al margen del conflicto armado.

¿Nazi arrepentido o sólo lúcido? Por lo que respecta a la ideología de Canaris, algunos historiadores creen que desde el principio apoyó a los nacionalsocialistas, aunque sus actos posteriores demuestran un claro alejamiento de los ideales nazis. Parece ser que su cambio de actitud se produjo cuando contempló en persona las acciones brutales de los Einsatzgruppen de las SS en suelo polaco y cuando le comunicaron poco después las atrocidades cometidas por las tropas alemanas en Rusia.

En el verano de 1943, el joven abogado Erich Vermehren y su mujer, la condesa Elisabeth Plettenberg, fueron destinados a Estambul como agentes de la Abwehr, pero el matrimonio ya sólo pensaba en la forma de huir de un barco que comenzaba a hundirse. Su deserción resultó decisiva para el futuro de Canaris. Hitler le reprochó que su servicio se estaba desintegrando y el almirante le respondió con calma que “eso no era de extrañar, teniendo

Canaris (1887-1945; aquí, en una fotografía oficial) pasó de dirigir la Abwehr a ser ejecutado como traidor al Tercer Reich.

en cuenta que Alemania estaba perdiendo la guerra”. Aquel derrotismo fue uno de los motivos por los que Hitler lo destituyó fulminantemente meses más tarde.

La caída en desgracia de la Abwehr

En septiembre de 1943, Hanna Solf, integrante del movimiento antinazi Solf Kreis, organizó una recepción en su domicilio a la que fue invitado un nuevo miembro llamado Paul Reckzeh, que en realidad era un agente de la Gestapo. Todo lo que se dijo en aquella reunión fue transmitido a la sede berlinesa de la policía secreta, en Prinz Albrecht Strasse. Alertados por los primeros arrestos, los integrantes de Solf Kreis trataron de huir, pero todos fueron capturados y ejecutados salvo la responsable máxima del grupo, Hanna. Entre los disidentes se hallaban tres miembros de la Abwehr, razón por la que el 18 de febrero Hitler ordenó el cese de actividades de los servicios de inteligencia. Tras ser relegado a un puesto de segunda fila en el Ministerio de Propaganda, Wilhem Canaris fue relacionado con la Operación Valquiria, cuyo objetivo era matar al dictador nazi. El atentado fracasó y Canaris fue detenido, juzgado y condenado a muerte. El 9 de abril de 1945, días antes de que finalizara la guerra, sería ahorcado en el campo de concentración de Flossenbürg. Göring y Bormann visitan el cuartel general del Führer tras el atentado fallido de la Operación Valquiria.

Ingresó en el Partido Comunista de Alemania en 1932 y sólo un año después, tras un altercado con los nazis, decidió exiliarse a Francia y posteriormente al Reino Unido, donde se doctoró en Ciencias en la Universidad de Edimburgo. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Klaus Fuchs fue trasladado a Canadá e internado en un campo de seguridad por su ascendencia alemana. Gracias a sus colegas británicos, que intercedieron por él para que lo dejaran en libertad y pudiera regresar a Edimburgo, su internamiento duró poco tiempo.

Jürgen Kuczynski, agente del GRU soviético, reclutó a Fuchs en agosto de 1941. Una vez los alemanes invadieron Rusia, este brillante físico alemán comenzó a transmitir a Moscú secretos militares británicos. A finales de 1943 fue invitado a trabajar en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y en agosto de 1944 sería reclutado por la División de Física Teórica del Laboratorio Nacional de Los Álamos, Nuevo México, para trabajar en el Proyecto Manhattan, cuyo objetivo secreto era fabricar la primera bomba atómica. Stalin y la carrera nuclear Aquel mismo año, Fuchs patentó junto a John von Neumann un método para iniciar el proceso de fusión en un arma termonuclear con un disparador de implosión. Los soviéticos quedaron muy impresionados –y alarmados– cuando Fuchs y otros agentes les comunicaron los enormes recursos económicos que los estadounidenses estaban destinando al Proyecto Manhattan. Stalin entendió con rapidez el tremendo poder y la naturaleza transformadora de aquella arma prodigiosa.

Es probable que, en esos momentos finales de la Segunda Guerra Mundial, el joven físico alemán ya estuviera pasando a los soviéticos información sensible del Proyecto Manhattan. Lo que es seguro es que, desde otoño de 1947 hasta mayo de 1949, Fuchs proporcionó a Moscú el esbozo teórico para crear una bomba de hidrógeno y los diseños preliminares para su desarrollo. Asimismo, envió información sobre la producción de uranio 235 y otros datos que facilitaron a los soviéticos calcular el número de bombas nucleares que podían tener los estadounidenses.

Cuando regresó al Reino Unido, Fuchs fue sometido a severos interrogatorios hasta que, en enero de 1950, confesó sus labores de espionaje a favor de la Unión Soviética. Fue procesado y condenado a 14 años de prisión, aunque lo excarcelaron nueve años después. Una vez en libertad se trasladó a Dresde, en aquel entonces en la República Democrática de Alemania, donde se convirtió en uno de los científicos más sobresalientes del Este. Tras recibir la Orden de Karl Marx, Fuchs murió en Berlín en 1988. Klaus Fuchs

Klaus Fuchs (1911-1988), físico y agente soviético.

Relevancia cuestionada Los investigadores todavía discuten si la información que proporcionó contribuyó de forma decisiva al desarrollo de la bomba atómica soviética. Dado que la mayor parte de su trabajo es aún confidencial en Estados Unidos, no hay certeza absoluta de que los teoremas técnicos que Fuchs envió a Moscú fueran realmente utilizados por Igor Kurchatov, líder del proyecto de la bomba atómica en la Unión Soviética. Lo que sí es seguro es que la información que proporcionó Fuchs durante años estimuló sin duda la investigación soviética en ese campo.

Otros espías atómicos

La confirmación de casos de espionaje atómico llegó con el Proyecto Venona, una colaboración de las agencias de inteligencia de Estados Unidos y Reino Unido para descubrir aspectos relevantes en los mensajes cifrados enviados por los servicios secretos soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial y en la posguerra. Esos informes proporcionaron indicios sobre la identidad de varios espías en las instalaciones secretas de Los Álamos donde se desarrollaba el Proyecto Manhattan. Además de Fuchs, hubo otros agentes que filtraron secretos nucleares a Moscú. Por ejemplo, Morris Cohen, quien hizo llegar a los soviéticos documentación técnica sobre los laboratorios de Los Álamos, o Harry Gold, quien confesó haber trabajado como correo para Fuchs. Por su parte, David Greenglass fue acusado también de proporcionar información secreta a los soviéticos. En su juicio, Greenglass incriminó a su hermana y a su cuñado, Ethel y Julius Rosenberg. Este matrimonio neoyorquino de origen judío sería condenado a muerte por facilitar a Moscú los secretos del Proyecto Manhattan.

Era georgiano, como Iósif Stalin, y se le asocia con detenciones y ejecuciones masivas llevadas a cabo durante la Gran Purga, aunque muchos historiadores afirman que la responsabilidad de aquellas atrocidades recae en Nikolái Yezhov, al que Lavrenti Beria sucedió al frente del NKVD (policía secreta bolchevique, precursora del KGB).

En 1941, fue designado Comisario General de la Seguridad Estatal y, cuando los alemanes invadieron Rusia en junio, resultó elegido miembro del Comité de Defensa Estatal. Desde ese puesto, el brazo ejecutor de Stalin reprimió con especial dureza las muestras de desafección o derrotismo.

Beria puso en pie redes de espionaje en los países del Eje, como la Orquesta Roja en Alemania o la red de Richard Sorge en Japón. En 1944, mientras las tropas de la Wehrmacht retrocedían en el Frente Oriental, Beria investigó a las minorías étnicas que fueron acusadas de colaborar con los nazis y fue el responsable de las deportaciones masivas en Chechenia, Crimea, Ingusetia y otras regiones. A sus labores represivas añadió su contribución al proyecto soviético de la bomba atómica, organizando una eficiente red de espionaje que logró valiosísima información del Proyecto Manhattan estadounidense.

Su viraje tras la muerte de Stalin Dos días antes de sufrir el ataque que lo llevó a la tumba, el 28 de febrero de 1953 Stalin invitó a Beria, Malenkov, Kruschev y Bulganin a ver una película en su residencia. Tras una noche de vodka y risas, los invitados lo dejaron solo, muy borracho pero aparentemente bien. El 1 de marzo, al mediodía, el líder soviético seguía en su dormitorio, pero no daba señales de vida. Cerca de las 10 de la noche llegó un paquete para Stalin del Comité Central en Moscú, lo que animó a uno de los guardias a entrar en el dormitorio prohibido, en el cual encontró al “padre de la patria” tirado en el suelo.

Beria, que desde hacía meses sabía que había perdido el favor del líder soviético, no se dio prisa en procurarle asistencia médica. Mientras el “jefe” agonizaba, él y otros miembros del Politburó medraron en el Kremlin para dejar atada la sucesión. A las 9:50 de la mañana del 5 de marzo de 1953, el “líder de acero” dejó escapar su último aliento. Desde entonces, Beria inició un sospechoso viraje ideológico apoyando la liberación de prisioneros políticos, lo que no deja de ser sorprendente dado que él fue el primer responsable de la represión en la Unión Soviética de Stalin.

¿Ejecutado o liquidado El nuevo hombre fuerte del Kremlin, Nikita Kruschev, acusó a Beria de ser un espía británico y ordenó encarcelarlo. El diario Pravda anunció su caída el 10 de junio de 1953. Días después, Beria fue juzgado en un tribunal especial, sentenciado a muerte y ejecutado a las pocas horas. Sin embargo su hijo, Sergó Beria, negó el supuesto juicio de su padre,

Lavrenti Beria, jefe de la policía secreta bolchevique (el NKVD, precursor del tristemente célebre KGB), en 1910.

asegurando que fue asesinado por unidades militares que irrumpieron en su casa el 26 de junio de ese año.

El organizador del asesinato de Trotski

Una vez en el poder absoluto, Stalin centró su atención en acabar con su enemigo mortal, León Trotski, quien tuvo que escapar de la Unión Soviética en 1929. Tras peregrinar por media Europa y Turquía, el disidente soviético halló refugio en Coyoacán, Ciudad de México. Nueve años más tarde, Stalin encargó al siniestro Lavrenti Beria que buscara profesionales entre los espías del NKVD para asesinar a Trotski. El elegido fue el español Ramón Mercader, que logró enamorar a la trotskista estadounidense Sylvia Ageloff, cuya hermana era una estrecha colaboradora de Trotski, lo que le permitió introducirse en la casa refugio de Coyoacán con una identidad falsa. El 20 de agosto de 1940, el brazo ejecutor de Beria le pidió al revolucionario que le corrigiera un artículo que iba a publicar en una revista extranjera. Cuando Trotski inició la lectura, Mercader le abrió la cabeza con un violento golpe de piolet. El político murió unas horas después. Con el éxito de aquella operación, Beria afianzó aún más su poder en la cúpula del Kremlin.

Un fotograma

del filme El asesinato de Trotski (1972, Joseph Losey), con Richard Burton (Trotski) y Alain Delon (Mercader).

El ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, desató un irrefrenable deseo de venganza en la opinión pública estadounidense, que exigió a su gobierno una respuesta inmediata. A finales de ese mismo mes, el almirante Chester W. Nimitz asumió el mando de la Flota del Pacífico, que había sufrido graves pérdidas. Aunque sabía que debía actuar con precaución, comenzó a trazar planes para devolver el golpe a los japoneses. Nimitz tenía a su favor una herramienta estratégica nada desdeñable: el sistema naval de códigos japonés había sido descifrado meses antes por el comandante Joseph J. Rochefort, jefe de los servicios de criptoanálisis de la Armada.

“Este oficial poco convencional, que solía calzar pantuflas enfundado en una elegante bata de color rojo, no había sido capaz de advertir del ataque a Pearl Harbor debido al estricto silencio de las radios de la flota japonesa”, recuerda el historiador británico Antony Beevor en su libro La II Guerra Mundial.

Pero Rochefort se desquitó poco después al lograr descodificar un mensaje que revelaba que los japoneses planeaban desembarcar en mayo en Nueva Guinea para hacerse del aeropuerto de Port Moresby, lo que les permitiría atacar libremente el norte de Australia. Su mayor logro fue interceptar una serie de despachos japoneses que indicaban la intención de atacar un punto del Pacífico que denominaban “AF”, y que Rochefort identificó con las islas Midway. Un truco muy eficaz Este experto en criptoanálisis envió un mensaje no cifrado en el que alertaba de una supuesta falta de agua potable en esas islas. Tal y como sospechó, los japoneses se hicieron eco de la noticia y alertaron a sus fuerzas de esa supuesta carencia de agua potable en el punto “AF”. Aunque el mensaje demostraba las intenciones de la flota nipona de atacar Midway, los responsables del Estado Mayor de la Marina estadounidense rechazaron el análisis de Rochefort. Maniobra sorpresa de EUA Sin embargo, Nimitz tomó en cuenta la advertencia y ordenó reagrupar a la flota en la base de Pearl Harbor para organizar un plan que sorprendiera a los japoneses. El 26 de mayo, el grueso de la flota nipona zarpó de Saipán, en las islas Marianas, para dirigirse hacia Midway y caer por sorpresa sobre los estadounidenses, pero éstos estaban preparados debido a los esfuerzos de Rochefort y sus hombres. Un avión de reconocimiento Catalina divisó la flota de portaaviones japonesa e informó de su posición, lo que posibilitó que los portaaviones estadounidenses se abalanzaran sobre un enemigo completamente desprevenido. Joseph J. Rochefort

Joseph J. Rochefort, exjefe de criptoanálisis en Pearl Harbor.

La batalla aeronaval le costó al almirante Yamamoto cuatro portaaviones y un crucero, además de un acorazado gravemente dañado y 250 aviones. Por su parte, Nimitz sufrió la pérdida de un solo portaaviones. La batalla de Midway fue una gran victoria para Estados Unidos y marcó un punto de inflexión en la guerra. “Con ella se esfumó cualquier esperanza que pudiera abrigar Yamamoto de acabar con la flota del Pacífico de Estados Unidos”, subraya Beevor. Sin embargo, el Estado Mayor de la Marina estadounidense negó a Rochefort el reconocimiento por su decisiva contribución a esta derrota de los japoneses.

La gran injusticia de Washington

Con el esfuerzo de Joseph J. Rochefort y de su equipo de descifradores de mensajes japoneses, la flota del Pacífico logró una importantísima victoria aeronaval en las islas Midway, la base estadounidense más adelantada en el Pacífico, a 1,931 km al noroeste de Hawái. Rochefort también supo con anticipación las intenciones de los japoneses de desembarcar en Guadalcanal, lo que facilitó la rápida respuesta y victoria de EUA. Pese a esos y otros logros, a Rochefort le negaron la Medalla al Servicio Distinguido. Poco después, el 14 de octubre de 1942, fue relevado de su puesto. Pasaron dos años hasta que lo nombraron responsable de la Unidad de Inteligencia Estratégica del Pacífico. Al finalizar la contienda, su nombre fue casi borrado de la historia militar de su país, y Rochefort falleció sin honores en 1976. Tuvieron que pasar 10 años para que la Administración estadounidense se acordara de aquel brillante descifrador de la Armada y le otorgara a título póstumo la Medalla al Servicio Distinguido, aquella que le negaron en 1942.

Objetivo conseguido. En 1961, en plena Guerra Fría, el presidente John F. Kennedy se encaminaba hacia la meta de la carrera espacial. Para alzarse con la victoria, contó con la inestimable ayuda del ingeniero aeroespacial alemán Wernher von Braun, colaborador nazi que, tras la guerra, se puso al servicio de las fuerzas aliadas. En la foto, JFK y Von Braun en Cabo Cañaveral.