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Espías y

del Proyecto Manhattan

El espionaje nuclear Espías

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Afinales de 1941, un joven soldado soviético esperaba acontecimientos en Vorónezh, una ciudad de la Rusia europea e importante nudo de comunicaciones ferroviarias. El recluta se llamaba Gueorgui Fliórov y se había preparado como ingeniero ferroviario, aunque él en realidad era físico. Y no uno cualquiera. En la Escuela Politécnica de Leningrado había conocido los descubrimientos de Bohr y Wheeler sobre la fisión de uranio y junto a otro compañero había hecho verificaciones indirectas. Luego probó él mismo la fisión espontánea en el isótopo U-235.

La guerra y la invasión alemana lo habían alejado de sus laboratorios, pero no le habían hecho olvidar su tema favorito y tenía la suerte de que Vorózneh, mucho más al sur, contaba con una excelente biblioteca universitaria. Quería seguir investigando sobre la fisión espontánea y decidió buscar en las revistas especializadas de todo el mundo que allí se recibían artículos escritos por los físicos occidentales, para ver hacia dónde se encaminaban los estudios de estos científicos de referencia. La información sobre los avances en el campo atómico tenía un valor incalculable para Stalin. Sus agentes trabajaron para conseguirla... Y los occidentales, para impedirlo. Por José Ángel Martos

Secretismo en el mundo de la física Su sorpresa fue mayúscula. Revisó todas las publicaciones y no encontró ni un solo artículo sobre la materia. ¿Cómo podía ser que, después de la publicación en Nature de la explicación teórica por Meitner y Fritsch de la fisión nuclear en 1939, nadie en Alemania, Inglaterra o Estados Unidos hubiera escrito ni una sola línea ni se hubiera interesado por el asunto?

En la soledad de la biblioteca de aquella lejana ciudad soviética, únicamente acompañado por revistas de física, Fliórov llegó a una conclusión: los gobiernos alemán, británico y estadounidense debían haber declarado la investigación sobre ese tema como secreta; la habían “clasificado”, como se dice en la jerga del espionaje. Alarmado, decidió alertar a su propio gobierno. Escribió una carta a Igor Kurchatov, para quien había traba

La bomba atómica Natividad Carpintero, Díaz de Santos, 2012. Este libro es un testimonio del complejo entramado sociopolítico que condujo a la fabricación de la primera bomba nuclear en el marco del final de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría.

LIBRO

Arresto del espía atómico. Bajo un interrogatorio prolongado realizado por un oficial del MI-5, Klaus Fuchs confesó su actividad de espionaje en enero de 1950. En la foto, los responsables de la Comisión de Energía Atómica de EUA, Brien McMahon (izq.) y Carl T. Durham (der.), leen en la prensa el titular de la detención del físico alemán en Inglaterra.

jado en Leningrado y que era el principal científico nuclear soviético de la época. No hubo respuesta. Luego decidió llevar más arriba su sospecha y escribió a Sergey Kaftanov, el responsable gubernamental de ciencia. Silencio de nuevo. Inasequible al desaliento, Gueorgui Fliórov escribió directamente al mismísimo Stalin en abril de 1942.

Su carta sería leída por Stalin y también por Beria, el temible jefe de la policía y el servicio secreto. Éste ató cabos con las informaciones que le habían llegado ya el año anterior de sus espías, y en particular de los Cinco de Cambridge, los intachables ingleses captados en la prestigiosa universidad para filtrar secretos a la URSS. Dos de ellos, John Cairncross y Donald Maclean, le habían enviado referencias el año anterior sobre conversaciones angloamericanas a propósito del potencial que tendría una bomba atómica. En un primer momento, Beria había desestimado la veracidad de estos rumores pensando que pretendían hacer perder tiempo y recursos a la URSS en una investigación sin ninguna aplicación valiosa.

El peligro ronda sobre la URSS Además de la carta de Fliórov, Beria recibió la evaluación de otro físico sobre un documento filtrado por Cairncross: era el informe hecho para Churchill en 1941 por un comité llamado MAUD (Military Application of Uranium Detonation), un dossier muy teórico y completo en el que los expertos analizaban, por ejemplo, por qué sería ésta una bomba de enorme potencial. Beria decidió entonces a empezar a estudiar si ellos también podrían hacer una bomba y, sobre todo, si existía el peligro de que los alemanes obtuvieran una y la lanzaran sobre territorio soviético. El programa soviético, aprobado en la llamada Resolución 2352, quedaría a cargo de Kurchatov, el jefe del científico que había dado la alarma.

El informe MAUD –que los ingleses compartieron con los estadounidenses– fue de mucha ayuda para que los esfuerzos nucleares de estos últimos avanzaran con rapidez. Un año antes de que los

Investigación clasificada Administrado por la Universidad de California, el Laboratorio Nacional de Los Álamos (en la foto, una vista de los años cincuenta) se fundó durante la Segunda Guerra Mundial como una instalación secreta para coordinar el desarrollo científico del Proyecto Manhattan, el plan de los aliados para conseguir las primeras armas nucleares.

soviéticos se pusieran en marcha, en octubre de 1941, el presidente Roosevelt había decidido iniciar el programa nuclear de EUA, dirigido por el Ejército de Tierra (también se consideró a la Armada). El teniente general Leslie Groves y el coronel James C. Marshall establecieron el primer cuartel general de los científicos participantes en un edificio de la avenida Broadway, en el famoso distrito de Manhattan, en Nueva York, motivo por el cual la iniciativa acabaría conociéndose como Proyecto Manhattan.

El recluta perfecto El equipo de hombres de ciencia que se reunió para el proyecto congregaba a las mejores mentes de la época, no sólo estadounidenses sino también procedentes de Europa. Algunos de estos intelectuales habían tenido que emigrar por su militancia en partidos comunistas y su simpatía hacia las ideas de la lucha de clases, que por entonces gozaban de gran popularidad y eran consideradas por muchos como la opción política hacia la que el mundo debía avanzar. Entre ellos, el espionaje soviético buscaría a aquellos con más afinidad para intentar que les pasaran información.

El alemán Klaus Fuchs, quien había militado en el Partido Socialdemócrata Alemán y luego en el Comunista, fue el principal espía que el KGB pudo reclutar en el equipo del Proyecto Manhattan. Había huido de su país natal en 1933 cuando, tras el incendio del Reichstag, los comunistas fueron culpados del suceso y perseguidos. Obtuvo su licenciatura en Física ya en Inglaterra y allí trabajó como asistente del insigne Max Born, también un refugiado y que décadas después obtendría el Nobel.

Con el estallido de la guerra, en un primer momento muchos alemanes fueron internados como medida preventiva. Eso le ocurrió a Fuchs, a pesar

de que sus credenciales políticas no hicieran pensar que pudiera ser filonazi sino todo lo contrario. Primero fue llevado a la isla de Man y luego a Canadá, donde entabló contacto con un grupo de simpatizantes comunistas. En 1940, al volver a Inglaterra, entraría a trabajar en el programa nuclear británico pero de manera paralela –a través de las amistades forjadas en el alejamiento canadiense– se puso en contacto con el profesor de la London School of Economics Jürgen Kuczynski, que a su vez lo llevó hasta Alexander, alias de Simon Davidovitch Kremer, el agregado militar de la embajada soviética en Londres, tapadera para sus actividades como espía del GRU (la organización de inteligencia del Ejército Rojo). Éste lo reclutó y lo puso a trabajar con Ruth Kuczynski, hermana del profesor universitario, que sería su mensajero.

Los ingleses compartieron con los estadounidenses el informe MAUD, lo que ayudó al avance del esfuerzo nuclear.

Dentro de los Álamos Fuchs era un físico teórico brillante, altamente valorado por sus jefes británicos, de manera que en 1943 decidieron trasladarlo a la Universidad de Columbia, en Nueva York, para que colaborara con los estadounidenses en el desarrollo de la tecnología de difusión gaseosa, un método para producir uranio enriquecido (el componente clave de la futura bomba atómica). Pronto Fuchs sería llevado directamente al Laboratorio de Los Álamos, en el desértico estado de Nuevo México. Allí se había trasladado el equipo del Proyecto Manhattan para trabajar en la fase decisiva del desarrollo de la bomba y él sería asignado a la división de Física Teórica, dirigida por el también alemán Hans Bethe, otro futuro Premio Nobel. Bethe le encargó trabajar en uno de los temas críticos: la implosión del núcleo fisionable de una bomba de plutonio.

Con su traslado, Fuchs perdió el contacto con el espionaje soviético y no lo recuperó hasta principios de 1944 cuando conoció a Harry Gold, un químico de Filadelfia que trabajaba secretamente como emisario para el espionaje soviético. Fuchs le pasaría a él abundante información sobre sus trabajos en el Proyecto Manhattan y sobre la evolución de éste.

Tras conversar por primera vez con Fuchs, Gold escribió un informe en el que decía, entre otras cosas: “Es un físico matemático, probablemente un hombre muy brillante para haber conseguido este puesto a su edad: aparenta unos 30 años [tenía 33 por entonces]; dimos un largo paseo después de cenar”. En ese paseo Fuchs le explicaría el calendario previsto para el desarrollo de los métodos que

Delatado por el hermano de Ethel, el matrimonio Rosenberg (abajo) fue condenado a muerte por filtrar secretos nucleares.

El 6 de marzo de 1951 comenzó uno de los juicios más criticados de la Historia, el que se siguió contra el matrimonio de Julius y Ethel Rosenberg por pasar secretos nucleares a la URSS. Ambos lo negaron y se mantuvieron desafiantes, pero en realidad lo tenían todo en contra. Con el fantasma de la Guerra de Corea flotando en el ambiente, el juicio estuvo cargado de dramatismo, sobre todo por las decisivas revelaciones del hermano de Ethel, David Greenglass, que lo convirtieron en el temible testigo de cargo del caso. Como parte de su acuerdo con la acusación, David inculpó tanto a su cuñado Julius como a su propia hermana, a pesar de que había exculpado a ésta en un principio diciendo que no había participado en las actividades de su marido. David y su esposa Ruth cambiaron en el último momento su declaración para afirmar que Ethel había transcrito las notas con las informaciones que él mismo había proporcionado, fruto de su estancia en los laboratorios de Oak Ridge y de Los Álamos.

No hay clemencia para el enemigo.

El matrimonio fue condenado a muerte y el juez Irving Kaufman llegó a responsabilizar a los Rosenberg de “las más de 50,000 muertes por la agresión comunista en Corea”. Las peticiones de clemencia llegadas de todo el mundo no tendrían el más mínimo efecto sobre las autoridades estadounidenses, muy endurecidas y deseosas de dar una lección.

Caza de brujas a los Rosenberg

La obsesión por buscar espías estaba muy presente en las autoridades de EUA durante la guerra. Por ejemplo, al físico Martin Kamen, uno de los autores del descubrimiento del Carbono 14, el FBI le grabó una conversación durante una cena en un conocido restaurante de San Francisco con dos espías soviéticos, en la que se mencionaron nombres y conceptos relacionados con el proyecto atómico. Eso fue suficiente para exigir el cese de sus responsabilidades en el Laboratorio de Radiación de Berkeley. Kamen siempre negó que hubiera pasado información a los soviéticos. Afirmó que se le habían acercado para que ayudara en el caso de un tratamiento radiológico a un enfermo de leucemia. La mala calidad de la grabación del FBI, que en muchos tramos no se entendía, aumentó las dudas. Pero a Kamen durante años se le negó el pasaporte, y la prensa se hizo eco de su caso con bastante sensacionalismo. “Publicaban fotos mías con aspecto de gánster”, diría el acusado, lo que lo llevó a un intento de suicidio.

Plan de gran dimensión. Quizá el mayor esfuerzo de contrainteligencia estadounidense fue el Proyecto Venona, una iniciativa que comenzó en 1943 para descifrar los mensajes encriptados de los espías soviéticos. El esfuerzo para desvelar su significado resultó ímprobo, ya que los agentes de la URSS utilizaban una plantilla de letras y signos puestos al azar que se interpretaban mediante

Buscando espías: el Proyecto Venona

Una conversación grabada por el FBI le costó al físico Martin Kamen el escarnio público, al verse relacionado con agentes rusos.

cuadernos de claves de un solo uso. El primer desciframiento del proyecto tardó tres años en conseguirse, en 1946, y permitió saber que había informantes en el Proyecto Manhattan. Pero Venona no terminó ahí, sino que continuó durante toda la Guerra Fría.

Los soviéticos llegaron a puntos clave de la investigación atómica con la información enviada por los espías.

llevarían a la separación de los isótopos de uranio enriquecido, que debían estar preparados para julio de 1945, aunque a él le parecía “una estimación optimista”. Fuchs también le explicó que “mucha de la información no se da a los británicos y ni siquiera se le dice todo a Niels Bohr, que está de incógnito en el país con el alias de Nicholas Baker”.

El Pacífico, zona de

pruebas. En el verano de 1945, el gobierno estadounidense llevó a cabo la Operación Encrucijada, que consistió en dos pruebas con bombas atómicas en el atolón Bikini. En la foto de abajo, el hongo creado por la explosión.

La información llega al Kremlin Los soviéticos bautizaron a Fuchs con dos alias distintos, Charles y Rest. Las informaciones que iría filtrando Fuchs fueron consideradas “de gran valor” por sus corresponsales soviéticos, que así lo hicieron constar en mensajes cifrados enviados a Moscú. Por ejemplo, les proporcionó datos sobre la masa atómica del explosivo nuclear.

Su colaboración no acabó con la guerra. Los responsables del Laboratorio de Los Álamos solicitaron que Fuchs se quedara y trabajó tanto en las primeras pruebas nucleares en el atolón de Bikini en el verano de 1946, conocidas como Operación Encrucijada, como en el desarrollo de la bomba de hidrógeno. Sobre esto último se sabe que pasó cumplida información, tanto de los fundamentos teóricos de este tipo de arma como de los primeros borradores para su desarrollo. En 1947 continuó participando de una manera importante en los trabajos del programa nuclear estadounidense y británico, tanto que incluso asistía a reuniones de coordinación de alto nivel entre ambos países y con Canadá.

Agentes con menos suerte que Fuchs La labor de Fuchs como espía fue descubierta en 1949, cuando ya se encontraba en Inglaterra. Eso y su colaboración en los interrogatorios seguramente fueron los factores que salvaron su vida, pero los nombres que dio tras acceder a colaborar llevarían a que en territorio estadounidense cayera Harry Gold, su emisario, y con él algunos otros implicados, entre ellos unos que no iban a tener tanta suerte como Fuchs: el matrimonio Rosenberg.

Julius Rosenberg era un ingeniero nacido en Nueva York de padres inmigrantes judíos, que trabajaba en el ejército durante la guerra. Previamente había sido un destacado miembro de las Juventudes Comunistas estadounidenses. Su labor de espionaje era equiparable a la del responsable de una célula, pues no sólo conseguía información sino que captaba a otros espías que dependían de él. En esta tarea era ayudado por su mujer, Ethel, cuya participación era básicamente administrativa y de apoyo organizativo.

Aunque hoy parece demostrado que Julius Rosenberg pasó multitud de informes secretos a sus contactos de la Unión Soviética sobre diversos temas militares, su conocimiento del programa nuclear estadounidense parece que era limitado. Rosenberg reclutó a dos especialistas que trabajaron en el Proyecto Manhattan, uno de ellos su cuñado Edward, quien después lo delataría, pero la información que ambos aportaron no resultó muy significativa y, según algunos testimonios rusos, apenas les sirvió para nada, en comparación con el material mucho más detallado ofrecido por Fuchs.

Otro infiltrado en el proyecto Sin embargo, los Rosenberg se convertirían en víctimas de la paranoia que, tras descubrirse las filtraciones, asaltó a la opinión pública de EUA. Se les realizó un dramático y polémico juicio que acabaría con su condena a muerte y posterior ejecución (ver recuadro “Caza de brujas a los Rosenberg”).

Durante mucho tiempo después, la opinión pública creyó que Fuchs era el único científico de importancia que había llevado a cabo espionaje dentro del Proyecto Manhattan, pero en la década de los 90 la desclasificación de documentos oficiales del programa de contrainteligencia Venona (ver recuadro “Buscando espías: el Proyecto Venona”) permitió conocer otro nombre más: el de Theodore Hall. Un caso doblemente singular, porque Hall ni siquiera había cumplido los 19 años cuando en 1944 se graduó en Física en Harvard, después de permitírsele saltar cursos a lo largo de su carrera escolar debido a su brillantez. Era sin duda un niño prodigio.

El joven Theodore, quien provenía de una familia judía, estaba ya por entonces muy preocupado por la posibilidad de que un gobierno fascista como el de los nazis pudiera llegar a tomar el poder en Estados Unidos y obtuviera el monopolio de las bombas atómicas, lo que en su opinión podía conducir al desastre. Parece que una influencia decisiva en estos puntos de vista resultó la de su compañero de habitación en Harvard, Saville Sax, a quien a su vez había influido su madre, una militante comunista.

Tareas de inteligencia A través de su colega, Hall entabló contacto con el Partido Comunista de Estados Unidos durante unas vacaciones en Nueva York. Fue reclutado y se le dio el nombre en clave de Mlad, palabra que en varias lenguas eslavas significa “joven”, mientras que a Sax, que era su mensajero, se le conocería como Star, que en eslavo significa “viejo”.

Este espía casi adolescente demostraría igual aplicación para las tareas de la inteligencia que para su carrera como físico. Su primer informe era un completo texto sobre los científicos que trabajaban en Los Álamos, sobre las condiciones en que lo hacían y, lo más importante, sobre los principios de ciencia básica sobre los que se fundamentaba el sistema de implosión característico de la bomba. De hecho, a él se le había encargado en Los Álamos realizar experimentos sobre el mecanismo de implosión de la segunda bomba, la que se lanzó sobre Nagasaki (conocida como Fat Man , “hombre gordo”). Sax viajaría en varias ocasiones hasta Nuevo México para poder reunirse con Hall y recoger sus informes.

Los datos proporcionados por Klaus Fuchs eran cotejados en Moscú con los que proporcionaba Theodore Hall y juntos supusieron una decisiva información para los científicos soviéticos, que ya en 1949, tan sólo cuatro años después de las primeras bombas atómicas estadounidenses, hicieron su primer ensayo nuclear.

El rompecabezas nuclear Con la desclasificación de información secreta soviética tras la caída del régimen comunista en los años 90, se ha analizado hasta qué punto ayudó el espionaje a su esfuerzo nuclear. La conclusión es que su principal contribución fue la de ahorrar tiempo a la URSS, evitándole muchos trabajos que los estadounidenses sí habían tenido que hacer.

El punto clave al que soviéticos llegaron con la lección bien aprendida gracias a las filtraciones proporcionadas por sus espías fue el de determinar la masa crítica de uranio necesaria para el explosivo nuclear, una de las partes más difíciles científicamente y también más peligrosas (dos científicos habían muerto durante esas pruebas).

Posiblemente la ciencia soviética habría resuelto por sí misma el rompecabezas nuclear, pero hubiera tardado varios años más y eso habría influido sobre la decisión de Stalin de lanzarse a la Guerra de Corea –donde por primera vez ambas superpotencias cruzaron amenazas de destrucción–. La historia de la Guerra Fría se habría escrito de otra manera.

Explosión devastadora. El 9 de agosto de 1945 se lanzó sobre Nagasaki la bomba atómica Fat Man (arriba), la segunda en ser detonada sobre Japón y más poderosa que la de Hiroshima. Aunque la bomba falló por una distancia considerable, al caer a un costado del valle de Urakami, donde se emplazaba la ciudad, no perdonó y arrasó casi con la mitad de ésta.

brigada nazi Greif: una operación secreta de engaño La estrafalaria

La fallida Operación Grifo fue un encargo personal de Hitler a Otto Skorzeny: debía infiltrar a sus soldados en la retaguardia aliada y sembrar el caos. Pero al final lo más caótico fue la propia misión. Por José Antonio Peñas

En octubre de 1944, el teniente coronel Otto Skorzeny, jefe de las unidades de operaciones especiales, fue llamado a presencia de Hitler. Éste, tras felicitarlo por solventar el asunto húngaro (la neutralización del almirante Horthy, jefe del gobierno en Budapest), le dijo que iba a confiarle la misión más importante de su vida.

El Führer le explicó que Alemania iba a lanzar una ofensiva en el Frente Occidental. Los panzer atacarían en diciembre a través de las Ardenas para retomar Amberes, Bélgica, cortando en dos a los aliados y arrinconando a los ingleses contra el mar. La aviación aliada intentaría abortar el ataque germano, pero el clima dejaría a los cazabombarderos en tierra durante un par de semanas.

Infiltrarse en el bando enemigo El factor clave del éxito de la ofensiva era la velocidad: si las puntas de avance se retrasaban, la ventana de oportunidad pasaría y todo el esfuerzo habría sido en vano, y ahí era donde entraba en juego Skorzeny.

Hitler quería que organizara una unidad de infiltración, la 150 Panzer-Brigade, compuesta por soldados alemanes angloparlantes y equipada con material y uniformes capturados a la US Army. Su misión sería atravesar el frente, aprovechando la confusión generada por el ataque alemán, y sumarse a las tropas enemigas en fuga. Ya en la retaguardia, tomaría los puentes y cruces del Mosa entre Lieja y Namur, asegurándolos hasta la llegada del 6º Ejército Panzer SS, de modo que éste pudiera proseguir su marcha sin detenerse. Asimismo, procuraría capturar los depósitos de combustible de los estadounidenses para garantizar el abastecimiento. Como misión adicional, Skorzeny enviaría pequeñas patrullas en jeeps, en misiones de sabotaje y reconocimiento. El operativo debía estar listo para el 1 de diciembre, así que el oficial puso manos a la obra de inmediato.

Do you speak english? En la disparatada misión de infiltración y engaño (en la imagen) se apuntó a todo aquel soldado alemán que ‘masticara’ el inglés. Lo peor fue la ropa: abrigos estadounidenses, uniformes ingleses...

El desastre de

Malmedy. Ocho de los comandos participantes en la Operación Grifo fueron capturados (arriba) y sus integrantes fusilados (imagen de la derecha). El éxito de la misión fue sobre todo indirecto: creó una psicosis colectiva en el bando aliado.

Tanques camuflados. Ante el escaso material proporcionado para la misión, Skorzeny hizo pintar sus panzer (abajo) para que parecieran americanos.

El secreto era vital: todo debía prepararse con la máxima discreción. Sin embargo, una semana después, mientras preparaba la lista de suministros y equipamiento necesarios para su misión, Skorzeny se encontró con una orden cursada en abierto por el Estado Mayor para que todas las unidades del ejército pusieran a su disposición a todo aquel que hablara inglés fluidamente.

La Operación Grifo sigue su curso Tras semejante despropósito, el teniente coronel trató de convencer a sus superiores de que no tenía sentido seguir adelante con la misión, puesto que los aliados podían haber leído el comunicado –como de hecho así fue–, pero nadie le hizo caso y la Operación Greif (Grifo) siguió su curso como si nada. Skorzeny calculó que necesitaría unos 3,000 combatientes equipados con 20 carros sherman, 30 blindados greyhound, 150 camiones o semiorugas y 100 jeeps. A fin de que pudiera cubrir sus necesidades sin contratiempos, se le hizo entrega de una Orden Especial del Führer para que sus peticiones tuvieran la más absoluta prioridad.

Pronto comprobó que el sistema educativo alemán fallaba clamorosamente en el apartado de los idiomas. A mediados de noviembre sólo tenía a 10 soldados capaces de hablar slang, 40 que podían mantener una conversación razonable en inglés, 100 con algunos rudimentos del idioma y varios cientos de voluntarios que sólo sabían decir yes y “ok” y se habían alistado atraídos en busca de algo de fama.

En el apartado material, las cosas no fueron mucho mejor. Tras mucho suplicar, la brigada recibió dos sherman (averiados), cuatro greyhound, 15 camiones y 30 jeeps. El resto se solventó con vehículos alemanes pintados de caqui y algunos carros panzer camuflados como cazacarros M-10. Las armas individuales sólo cubrieron las necesidades de los jeep teams. La puntilla vino con la vestimenta. Llegaron uniformes ingleses, abrigos estadounidenses (marcados con signos de los campos de prisioneros), ropa suelta (suéteres, pantalones de diferentes modelos), incluso algún uniforme polaco o francés. La Orden del Führer sólo fue útil para conseguir un bocadillo en una cantina (un buen bocadillo, según Skorzeny) y la única esperanza de que la brigada llegara hasta el Mosa era que nadie, absolutamente nadie, se fijara en ellos ni les preguntara nada.

En realidad, Skorzeny se estaba preocupando sin motivo. El 16 de diciembre dio comienzo la ofensiva de las Ardenas y la Operación Grifo se atoró antes de arrancar. Al lanzar dos ejércitos acorazados por un frente de apenas 50 kilómetros y a través de un bosque, los alemanes formaron un fenomenal embotellamiento en medio del cual las unidades de segundo rango, como la 150 Panzer-Brigade, se vieron imposibilitadas de alcanzar el frente.

Aunque lo hubieran logrado, no habrían podido infiltrarse entre las masas de tropas enemigas en fuga, ya que no hubo fuga. Los alemanes sólo lograron una penetración razonable al sur, en el sector del 5º Ejército Panzer. El 6º se encontró con una defensa férrea y obstinada que aumentó aún más el caos en las líneas germanas. Al final del día, tan sólo el grupo acorazado del coronel Peiper estaba en condiciones de atravesar las líneas enemigas. Skorzeny, comprendiendo que su misión carecía ya de sentido, ofreció su brigada como refuerzo.

De la teoría estratégica a la cruda realidad El 19 de diciembre, la 150 recibió nuevas órdenes. El Kampfgruppe Peiper estaba atrapado tras las líneas enemigas y era necesario despejar el paso para libe

The most dangerous man in Europe, según Churchill, saltó a la fama el 12 de septiembre de 1943 al aparecer ante el mundo como el liberador de Benito Mussolini, prisionero en Italia desde su caída en desgracia.

Otto Skorzeny, un capitán de las Waffen-SS de origen austriaco que hasta entonces había pasado inadvertido, se ocupó de dirigir entonces las tropas de operaciones especiales. Tras la guerra residió en España y publicó unas memorias que, según él mismo, eran lectura obligada del Mossad, los Rangers y otros cuerpos de élite. La realidad resulta menos glamorosa. La operación que liberó al Duce era de la Luftwaffe y Skorzeny iba en ella sólo de observador pero, como oficial de mayor graduación, insistió en acompañar a Mussolini en la avioneta que lo llevó a Alemania, proclamándose héroe del día y ganando de esta manera la confianza de Hitler. De todas sus operaciones sólo tuvo éxito la Panzerfaust, el secuestro del hijo del dictador húngaro Horthy. El resto de sus misiones (Greif, la captura de Tito, el asesinato de los Tres Grandes en Teherán, armar a la resistencia en Irán, volar el puente de Remagen...) fracasaron, se anularon durante la planificación o simplemente surgieron de la fantasía de sus enemigos.

Cortinas de humo. Sus memorias parecen una novela y es dudoso que tengan ninguna utilidad más allá del entretenimiento, así que tras la figura del audaz jefe de comandos sólo parece haber oportunismo, suerte y cortinas de humo. Skorzeny demostró su valor en muchas ocasiones pero, más allá de entregar algunos informes al Mossad en los 60, en lo que a la guerra secreta se refiere nunca fue otra cosa más que un desvergonzado.

Skorzeny, el “hombre más peligroso de Europa”

Otto Skorzeny (1908-1975) en una imagen de 1944.

rarlo. Los estadounidenses se habían hecho fuertes en Malmedy, en la retaguardia de Peiper, y Skorzeny debía tomar el pueblo. El día 20, su estrafalaria unidad se desplegó en el sector, y el 21 empezó el asalto.

Skorzeny esperaba que un ataque en pinza por sorpresa forzaría a los soldados estadounidenses a refugiarse en el pueblo, permitiéndole despejar las alturas en torno al camino para asegurar el paso de suministros. El avance dio comienzo en la madrugada, pero la sorpresa se la llevaron ellos: los defensores estaban alerta y sus hombres, que apenas habían podido adiestrarse de manera conjunta, se dieron de bruces con un enemigo deseoso de luchar.

Durante la mañana se sucedieron los combates. Una compañía de granaderos logró alcanzar las líneas enemigas, apoyada por varios panzer camuflados, pero fue rechazada en solitario por el sargento Francis Currey, quien tras inutilizar los carros con su bazuca dispersó a los atacantes a fuerza de disparos, granadas y casi a patadas (ganándose con ello la Medalla de Honor, la más alta condecoración estadounidense).

Los alemanes tomaron posiciones en torno a Malmedy, incapaces de abrir la ruta, mientras su jefe solicitaba refuerzos y artillería. La mañana del 24 llegaron varias baterías de lanzacohetes para apoyarlo... sin cohetes, pues se habían perdido en el embotellamiento. Entre tanto despropósito, lo único que cabía hacer era mantenerse ahí para recibir a los hombres de Peiper que, tras abandonar los panzer, se retiraban a pie de regreso a sus líneas.

El 28 de diciembre, la Operación Grifo se dio por finalizada: la brigada fue retirada del frente y disuelta. El esfuerzo no fue en balde del todo; los equipos de infiltración lograron algunos éxitos saboteando, sembrando engaños, alterando postes de señalización y enviando informes de la situación tras el frente. No obstante, varios equipos fueron descu

La Operación Grifo logró algunos éxitos saboteando, sembrando engaños...

biertos por detalles nimios, como circular cuatro hombres en un jeep –lo que era reglamentario, pero no se hacía por la incomodidad– o alabar la comida en lata, y ocho comandos fueron fusilados. El mayor éxito, empero, sería indirecto: una marea de rumores sobre alemanes disfrazados corrió por toda la retaguardia, ocasionando una fiebre de caza al espía. Y así, numerosos soldados y oficiales aliados tuvieron que demostrar su nacionalidad ante centinelas recelosos y cientos de ellos fueron arrestados por no saber responder a preguntas sobre la liga de beisbol o la vida de alguna actriz.

Una mala comedia (con muertos reales) El propio Eisenhower se vio confinado en su cuartel de París al difundirse el rumor de que los comandos intentaban llegar hasta allí para asesinarlo. La psicosis duraría hasta febrero del año siguiente, causando una serie de incomodidades a los aliados.

De no ser porque los muertos fueron reales, la aventura de la 150 Panzer-Brigade parecería el guión de una mala comedia. Sin embargo, su historia tiene bastante fama entre los aficionados a las conspiraciones. Se han publicado docenas de libros sobre la misión secreta que pudo cambiar la Historia, y la película La batalla de las Ardenas (1965, Ken Annakin) dedica buena cantidad de metraje a los sanguinarios nazis disfrazados de estadounidenses. En realidad esta operación, como la mayoría de las de Skorzeny, fue un fracaso a causa del desconocimiento de los alemanes sobre sus enemigos y el absurdo optimismo que albergaba la mente de Hitler, siempre a la búsqueda de un milagro que diera la vuelta a la situación y le diera la victoria que el destino se empeñaba en negarle.

La hazaña de

Currey. El 21 de diciembre de 1944, este valeroso sargento estadounidense (abajo) repelió él solo a una compañía de granaderos alemana en las Ardenas usando su bazuca, granadas, etc. La hazaña le valió la Medalla de Honor.

contienda de la El retorno de los sobrevivientes Después

En 1945 Europa era un inmenso páramo de ruinas físicas, mentales y morales. Seis años de guerra salvaje no sólo se habían llevado por delante millones de vidas, sino también los medios de subsistencia de los sobrevivientes, que se enfrentaban a campos yermos, bosques quemados, industrias arrasadas y universidades desmanteladas. Todo era confusión y angustia. Más de la mitad de las familias se habían disgregado, y era rara aquélla que no había perdido a uno o varios de sus integrantes. Nadie sabía dónde encontrar a nadie ni dónde citarse con nadie; gran parte de las viviendas familiares habían quedado inutilizables o destruidas. Los cálculos globales indicaban que la guerra había expulsado de sus hogares a 50 millones de personas, solamente en Europa. Para estos desplazados comer cada día era una aventura, y el sueño de regresar a sus lugares de origen, una pesadilla. Los ferrocarriles y las carreteras, bombardeados sistemáticamente durante años, no podían encauzar la confusa y enorme masa de militares y civiles que trataban de recuperar su vida de antes de la guerra. La gente caminaba durante semanas con algunos trozos de pan seco en la mochila, expuesta a todas las calamidades. Las violaciones eran habituales, así como los asesinatos de quienes se habían atrevido a llevar encima algo de valor. Durante los primeros meses de posguerra, el caos imperaba en Europa en todo su esplendor.

Dos meses después de su victoria, en julio de 1945, los líderes aliados se reunieron en Potsdam, cerca de Berlín, para debatir el futuro de Alemania bajo su ocupación. El único superviviente de las anteriores conferencias era Stalin, porque Roosevelt había muerto en abril y Churchill tuvo que soportar la humillación de dejar Potsdam tras haber perdido contra todo pronóstico las elecciones en su país. El laborista británico Clement Atlee tomó su puesto. De allí salieron las decisiones que pondrían las bases de la Guerra Fría: el reparto de Alemania y su gobernanza por los vencedores bajo las llamadas “5 D”, a saber: desarme, desnazificación, democratización, descentralización y desmontaje de los grupos financieros que habían hecho posible el nazismo. En 1945 se fijó el reparto de Alemania y la política de las “5 D” (desarme, desnazificación...). Faltaba una: la del dolor y la devastación que sufrieron los ciudadanos de a pie. Por Alberto Porlan