En el ISKALTIPS de Noviembre ¿Y los hombres no tenemos un día?

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Dirección

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Mtro. Miguel Ángel De León

Editor de contenido

J.E. Cervantes Cervantes

Edición y Diseño

D.G. Aidé Amelia Huerta Torres

Autor “La Cueva del Clan”: J.E. Cervantes Cervantes

Autor “ISKALTIPS del mes”: Psic. Blanca Sánchez

*Si tienes comentarios en relación a este boletín, o a nuestros productos y servicios. Escribenos a: contacto@iskalti.com

EDI T O RIA L

En México, noviembre reúne celebraciones culturales, cívicas y religiosas que nos invitan a re exionar sobre cómo estereotipos y tradiciones afectan la crianza, el bienestar emocional y las relaciones en casa, recordándonos que educar a nuestros hijos implica transmitir equidad, respeto, motivación y salud emocional con nuestro ejemplo.

En la sección La Cueva del Clan. Pro-Defensa con un cuento dirigido a adolescentes, y a las guras que coadyuvan en su formación, nos presenta la primera parte de: "Tres metros más”. Mostrandonos que la fuerza más poderosa, nace de uno mismo; impulsandonos a descubrir que cada persona puede ser su propio motor para crecer y triunfar. Sin embargo, aunque la fuerza sea interior, guras como padres, mentores o profesores pueden encender esa chispa, acompañando a los jóvenes a reconocer el poder que ya habita en ellos.

En el artículo de este mes,, “¿Y los hombres no tenemos un día?”, re exionamos sobre cómo ciertas ideas tradicionales de lo que “debe ser” un hombre afectan su bienestar y sus relaciones. Repensar la masculinidad signi ca replantearse esas ideas: estar presentes como padres, compartir responsabilidades en el hogar y expresar lo que sienten de una manera sana y con mayor libertad, son algunas acciones que no solo los ayudan a sentirse mejor y más equilibrados, también fortalecen a toda la familia. Cuando los hombres se sienten bien consigo mismos, se re eja en los hijos, la pareja y el hogar en general.

En ISKALTI promovemos que el hogar sea el primer espacio para aprender valores y gestionar emociones; así, cada aprendizaje en casa es una acción que impulsa al crecimiento, fortalece la convivencia familiar y prepara a los hijos para enfrentar retos, tomar decisiones conscientes y alcanzar sus metas en la escuela, el trabajo y la vida social.

SECCIONES NUESTRAS

ISK ALTIPS del mes 6 14

La Cueva del Clan: Protección en primera Línea

Tres metros más

ISKALTI SIGNIFICA CRECER, CRECE CON NOSOTROS.

¿Y los hombres no tenemos un día?

¿QUIÉNES SOMOS?

Nacimos en 1994, somos un equipo de terapeutas profesionales dedicados a la atención y educación psicológica. Nuestro principal objetivo es apoyar a las personas promoviendo su crecimiento personal, sostenidos desde el amor, los valores y la sana convivencia a través del autoconocimiento, logrando la estabilidad emocional, desarrollando las habilidades y competencias del individuo.

¡Estamos para servirte!

Atendemos a aquellas personas que se enfrentan a la imposibilidad de cubrir un servicio terapéutico de especialidad, proporcionándoles atención acorde a sus posibilidades. Al mismo tiempo, recibimos nuevos profesionales, a quienes impulsamos y formamos dentro de su profesión.

lå çüëvå dël çlåñ: Protección en

primera

línea

TRES METROS MÁS

Por J.E. Cervantes Cervantes

Subdirector Pro-Defensa

PRIMERA PARTE

Capítulo I

Matías tenía 17 años era hijo único y vivía en la Ciudad de México. Tenia una relación complicada con el mundo, como con una permanente sensación de estar un poco fuera de lugar, no porque tuviera problemas graves o porque no encajara sino porque, en el fondo, había algo en él que no encajaba consigo mismo. Tenía un par de buenos amigos, jugaba baloncesto los sábados, y sobrevivía a la prepa; estaba a punto de terminarla, pero su promedio apenas era suficiente para pasar, y mucho menos para pensar en una Universidad.

Era ese tipo de adolescente que oye rock y lee poesía, pero no lo admite, que se encierra en su cuarto para imaginar futuros imposibles, que dice que odia todo pero, en secreto, quiere que algo le apasione, que hace chistes sarcásticos para no parecer cursi, irónico por defensa e idealista por naturaleza; quiere cambiar el mundo pero no sabe ni por dónde empezar. Sus papás lo querían, aunque no siempre lo entendían. Su mamá le preguntaba si todo estaba bien con esa mirada que parecía leerle el alma, y él siempre contestaba con un “todo bien” y un encogimiento de hombros que en realidad significaba “no tengo ni idea”.

Ese martes comenzó como cualquier otro. Tres clases pesadas, una tarea sin entregar y una charla inútil de orientación vocacional. Pero hubo algo más, el examen parcial de física. O, más bien, el resultado. Matías miró el número rojo en la esquina de la hoja como si le estuvieran avisando de una catástrofe: “3.5”, ni siquiera un miserable “4”. El profesor apodado “el fósil”, más por razones visuales que pedagógicas, y que parecía disfrutar más reprendiendo que enseñando, le dijo al pasar:

—Con esas calificaciones no hay mucho futuro en la Universidad, ¿eh? Tú decides si esto te sirve de trampolín o de lápida.

Lo dijo sin malicia, pero a Matías, la primera parte de la frase se le quedó grabada. Como una sentencia. Como un: “no vas a llegar”. Y es que esa no era la única materia que llevaba reprobada; con esa ya eran cinco. Matías tenía pocas ganas de seguir en la prepa y muchas razones para tirar la toalla; estaba a punto de perder el año y lo peor: eso ni siquiera le sorprendía. Pero si lo hacía sentir como si su vida entera se estuviera yendo a la coladera; el fracaso total. Su madre trabaja doble turno y su forma de expresar decepción era con silencios que pesaban más que los gritos.

Esa mañana, en el descanso, Matías no fue a la cancha. Ni a la banca donde usualmente se sentaba con Diego e Ian a burlarse de todo.

Caminó sin rumbo por el pasillo vacío detrás de la cafetería, y se sentó en un rincón con los audífonos puestos, sin música. Solo para que nadie lo molestara.

—¿Y si ya no sigo? —pensó—. ¿Y si no tengo lo que se necesita?

Pasó el resto del día con ese número rojo tatuado en la frente. Se sentía tonto, cansado, fuera de lugar. A la salida de la escuela, se fue como de costumbre, y al llegar la tarde, tenía entrenamiento de básquet; su única constante, su lugar favorito. Allí, no era el mejor, pero si estaba entre los mejores, porque era terco. Y en la cancha, eso servía. Allí era donde su familia iba a verlo y podía mostrarles con orgullo lo bueno que era.

El equipo no era escolar. Era un grupo semicompetitivo al que lo había llevado su papá hacía dos años. Ahí conoció a Antonio César, a quien llamaban “AC”, pronunciando las letra en inglés: un alero de 21 años que ya estaba por terminar la Universidad; jugaba como si el balón le debiera algo y hablaba poco... pero bien; era de esos que no dicen lo que han vivido, pero al ver cómo se comportan, sabes que “algo” hay en ellos. Tenía una mentalidad brutal, obstinada, inquebrantable. Cada vez que el entrenador lo mandaba a correr “una vuelta más”, “AC” resoplaba, pero corría. Y cuando parecía que no daba más, corría una más. “Tres metros más, cabrón”, decía. Era como su mantra personal. Una frase tonta, simple, pero que, al parecer, funcionaba. Matías lo había visto en partidos importantes. Exhausto, frustrado, sin aire… pero siempre empujando tres metros más. No eran solo los encestes o las asistencias, eran esos “tres metros más”, los que lo hacían ser “el hombre” en el equipo. Los que hacían que todos lo respetaran.

Ese día, Matías estaba apagado. Se le iba el balón de las manos, se rendía en las jugadas, y el entrenador ya lo había regañado dos veces. “AC” lo alcanzó al terminar la práctica, mientras Matías fingía hacer estiramientos para no hablar con nadie.

—¿Qué onda, prepa? —le dijo con esa sonrisa entre relajada y cómplice—. ¿Te comiste un 5 o qué?

—¡Peor! Me comí un 3.5 —. Respondió Matías.

—¿Sabes cuál es el secreto para terminar una carrera, ganar un partido o soportar una clase infumable?

—“AC” lo miró serio esta vez, hizo una larga pausa antes de continuar y añadió en un tono más cercano—. Es algo que tú ya haces. Te he visto cómo juegas, pero te lo voy a explicar: Cuando creas que ya no das más, no pienses en todo lo que falta. Solo piensa en “tres metros más”. Nada más. Solo eso. Luego otros tres. Y los vas sumando.

Matías tragó saliva.

—¿Y si no llegas?

—Al menos avanzaste más de lo que pensabas. A veces eso basta. Y otras... te sorprendes de lo lejos que puedes llegar.

No hubo discurso motivacional. Ni palmadita en la espalda, ni nada de esas tonterías. Solo se levantó y le lanzó el balón diciéndole:

—“Tres metros más” prepa.

Y se fue.

Esa noche, viajando en el metro de regreso a su casa, sentado en un rincón del vagón, Matías sintió una chispa. Pequeña, pero real, no una epifanía, pero sí una semilla. No pudo dejar de pensar en esa frase. No era una solución mágica. Pero tampoco era una mentira. Quizá no necesitaba solucionar toda su vida de golpe, tal vez solo necesitaba hacer algo pequeño. Y continuar haciéndolo; lo que le hacía falta no era una gran señal del Universo... sino solo un poco más de camino y tal vez, solo tal vez… avanzar “tres metros más”.

Capítulo II

El próximo partido fue el sábado siguiente. En el parque, los partidos empezaban desde temprano pero el sol ya caía inclemente sobre las canchas; el lugar rebosaba de personas que semana a semana, se reunían en gradas improvisadas que vibraban con gritos de madres, hermanos, amigos y gente que no conoces, pero igual te aplaudían —o te abucheaban— como si te conocieran.

Era día de partido, y aunque en teoría eso emocionaba a Matías, hoy no sentía nada. Estaba en la cancha, sí, pero por inercia. En el calentamiento se le podía ver lanzando tiros libres, uno tras otro, con la mirada perdida de quien ya no espera nada, pero todavía sigue lanzando.

—¡Ese rebote era tuyo, bro! —gritó “AC” desde el otro lado de la cancha, mientras se ajustaba las rodilleras. Tenía esa voz que de pronto, no ordena, pero tampoco pide permiso.

Matías solo asintió con la cabeza. No era que no le importara. Es que últimamente, en cualquier ámbito de su vida, todo parecía costar más.

El equipo contrario era bueno. Rápidos, organizados, afilados. Desde el primer cuarto, los pusieron a correr, a defender, a desgastarse. Matías falló un pase clave y luego perdió una marca que terminó en enceste. El coach lo mandó a la banca, y él no protestó. Se dejó caer en el asiento como quien acepta una derrota que ya estaba pactada desde antes.

—¿Qué pasa, prepa? —preguntó “AC”, sentándose a su lado mientras secaba su sudor con la camiseta—. ¿Te rendiste ya?

—No estoy al nivel —respondió Matías, sin mirarlo.

“AC” se quedó un momento en silencio. Luego le dijo:

—¿Sabes, has pensado en lo que hablamos? “Tres metros más” Matías.

Claro que había pensado, pero… negó con la cabeza.

—No pienses en todo el partido. Piensa en tres metros. Solo eso. “Tres metros más”. Aguanta la jugada. Aguanta el siguiente rebote. Corre tres más. Y luego otros tres. Y así. Hasta que te das cuenta de que no solo seguiste… sino que te volviste peligroso.

El segundo tiempo comenzó, y Matías volvió a la cancha. El equipo perdía por ocho puntos. No era el fin del mundo, pero se sentía así. En la primera jugada, lo chocaron y cayó al suelo. ¡Otra vez! Podía haberse quedado ahí. Decir que ya, que era suficiente.

Pero no.

Se levantó.

“Tres metros más”, se dijo. Solo eso. ¿O era una voz en su interior quien se lo decía?

Marcó con más fuerza. Peleó cada balón. No le interesaba brillar. No le importaba ser un héroe. Solo empezó a hacer lo suyo. Tapó un pase, forzó una falta, recuperó un rebote difícil. El equipo lo notó. “AC” también. En un tiempo fuera, le dio un puñetazo en el brazo y dijo:

—Así se juega, prepa.

En el último cuarto, faltando treinta segundos, iban abajo por dos. El balón estaba en juego. “AC” recibió, lo marcaron doble, miró a Matías y sin pensarlo, soltó el pase hacia él. Matías recibió el balón, lanzó al aro y… falló.

Rebote largo. Lo tomó el otro equipo. Quedaban quince segundos. El partido se les iba. Pero Matías corrió.

No pensó en ganar. No pensó en el error. Pensó en tres metros. Y luego otros tres. Interceptó el pase de salida. Robó el balón.

Diez segundos.

Dribló hacia el aro.

Cinco segundos.

Saltó.

Lanzó.

¡Empate!

Sonó la chicharra. Tiempo extra.

No ganaron. Pero tampoco perdieron. Y él… no se rindió.

Esa noche, bajo la regadera, Matías recordó la jugada, pero sobre todo, recordó el momento exacto en que quiso parar… y no paró. No fue coraje ni magia. Fue un pensamiento sencillo, casi absurdo: “Solo tres metros más.”

Y entendió que, a veces, con eso basta.

Matías descubrió el poder de avanzar “tres metros más” en la cancha… pero la verdadera prueba apenas comienza. ¿Podrá llevar esa fuerza y constancia a la escuela y a su vida diaria? No te pierdas la próxima edición para seguir su camino de superación, donde exploraremos cómo la fortaleza emocional, la motivación y la gestión de la frustración pueden transformar la vida de los adolescentes… y cómo los formadores podemos acompañarlos en cada paso.

¡MANTENTE ALERTA!

¿Y los hombres no tenemos un día?

El mes de noviembre es muy importante en temas relacionados al género; por un lado, el 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, pero también es importante remarcar el 19 de noviembre como el Día Internacional del Hombre. En el presente artículo nos centraremos en este último, sin embargo, no podemos dejar de lado el hecho de que hoy más que nunca es relevante pensar en el impacto que tienen estos temas en las vivencias del día a día.

Es bastante frecuente escuchar en los diálogos cotidianos -sobre todo cuando se acerca el Día de la Mujer- “¿Y los hombres no tenemos día para que nos festejen?, ¡Todo se trata de las mujeres!”. Pero esto no es así ya que desde el año 1999 el Comité Internacional del Hombre perteneciente a la ONU, declara a nivel global que se designará este día para pensar, problematizar y generar propuestas y acciones relacionadas a las vivencias de los hombres.

Una vez más no se trata de un festejo que requiera regalos y globos, todo lo contrario. Se trata de generar modelos positivos masculinos, poner énfasis en la atención a la salud de niños y hombres, y la promoción de una mayor igualdad de género.

Estas propuestas surgen a partir de preocupaciones puntuales sobre cómo las ideas asociadas a ser hombre generan un impacto muy alto para los hombres, las mujeres y las infancias. Eso quiere decir que si se trabaja sobre estos objetivos a nivel social, no sólo los hombres se verán bene ciados sino la población en general.

Comencemos por dos objetivos que se pueden pensar en conjunto: Generar modelos positivos masculinos y la promoción de una mayor igualdad de género. A lo largo del último siglo, las mujeres han hecho un trabajo muy importante para reformular su rol en la sociedad; por un lado, su incursión en espacios académicos y laborales, pero por otro cuestionar directamente las características y estereotipos asociados a ser mujer. Todo esto ha cambiado las relaciones entre hombres y mujeres y eso dejó al descubierto que si ya no se puede ser mujer como “antes”, tampoco se puede ser hombre de la misma manera.

Ser hombre evidentemente no es el problema, sino los estereotipos, las conductas, las actitudes y los pensamientos que generan un malestar tanto en unas como en otros. ¿Entonces, los hombres también padecen estos estereotipos? La respuesta es sí y eso genera consecuencias en diferentes niveles, desde el descuido a su salud física y mental, hasta la creación de nuevos grupos de hombres de todas las edades con frustraciones severas que los llevan a cometer actos de violencia como lo son en la actualidad los grupos Incel.

Y ¿Cuáles son estas ideas o estereotipos dañinos? Algunos ejemplos son el tener que ser económicamente el proveedor, ser rudos y agresivos, tener que ser poderosos, no pedir ayuda, no tener una orientación sexual que no sea la heterosexual, pensar siempre en el sexo y querer tener simpre relaciones sexuales, ser fuertes y musculosos, no ser afectivos, gustar del alcohol y “aguantar” mucho bebiendo, no llorar, ser muy competitivos y tener que ganar, tener gustos asociados a la rudeza (box, futbol, deportes en general de contacto), saber hacer todas las reparaciones domésticas, no participar de los cuidados entre muchos otros. ¿Te suenan?

Ahora bien, las complicaciones con estas ideas impactan primeramente a los hombres pues al no cumplir con todo esto se sienten cada vez más frustrados, inconformes, se sienten inseguros y buscan cumplir con ellos -a como dé lugar- por muy infelices que los hagan, o pueden llegar a generar conductas destructivas tanto para sus vínculos como para ellos mismos. Tal es el caso de las adicciones, el aislamiento, grupos de amigos poco funcionales o niveles de estrés que afectan su salud en general. Por otro lado, generan relaciones inequitativas y en ocasiones violentas con las mujeres con quienes conviven, ya sea en la familia, en el trabajo, la escuela, o en los espacios cotidianos como la calle, el transporte, etc.

Pero entonces, ¿Cómo debería ser un hombre? Al igual que con las mujeres, no hay una receta. No se trata de decirnos qué nuevo modelo seguir, sino pensar en conjunto qué conductas e ideas nos hacen daño y las seguimos únicamente por que así se nos ha dicho que debe ser, o porque lo asociamos a que así lo dicta la biología. Esto no es así, pues ya muchos estudios se han encargado de mostrar que no hay nada natural en estas perspectivas, por lo tanto podemos cambiarlas.

Si bien no hay una receta, sí hay algunas acciones que pueden ayudarnos. A continuación retomaremos algunas de ellas en los siguientes ISKALTIPS:

1.

Modi car la forma de ser padres: Para todas las infancias el papel del papá es muy importante, pero como dijimos antes hay estereotipos que no colaboran a tener una relación sana, cercana y afectiva. Pensar en ser siempre el proveedor y dar todo económicamente, ser rudos, fríos y castigadores aleja a las y los hijos de sus padres. En comparación se puede empezar a pensar en padres presentes tanto física como emocionalmente, capaces de dar amor, cuidar y proteger, pero que no tienen que poder todo, al contrario, muestran que pueden pedir ayuda cuando lo necesitan y disfrutar su vida familiar.

2.

No ejercer violencia y en particular hacia la pareja: Ser rudo, fuerte, frío y controlador son los estereotipos que nos estorban para este punto. Cuanto más frustrados estemos, más violentos podemos llegar a ser. Relaciones equitativas y empáticas serían el polo opuesto. No podemos ser amorosos con todos y con todo, pero sí hacernos cargo de nuestra frustración y no actuar desde ella; esto tampoco quiere decir ser débil y sumiso, sino actuar haciendo valer nuestra dignidad y la de los demás.

3.

Asumir el trabajo doméstico: Uno de los principales obstáculos para la equidad con las mujeres es el reparto desigual de los trabajos de cuidado. El trabajo doméstico consume muchas horas pues conlleva desde acciones concretas y repetitivas (barrer, trapear, comprar, lavar, etc.), hasta tareas mentales (como administrar, planear, buscar recursos). Cuando se deja todo en manos de una sola persona -regularmente mujeres- se desconoce que todo eso es un trabajo que consume tiempo y energía. Realizar tareas en conjunto para poder cuidarnos y vivir bien puede repartirse entre las personas que viven en la misma familia o comunidad y sí esto también involucra en la medida de las capacidades, edad y posibilidades a las infancias.

4.

Cuidado de la salud: Culturalmente se les enseña a los hombres que no deben llorar ni quejarse, lo cual genera que no contacten con su cuerpo y sensaciones, no registren o minimicen el dolor y como consecuencia lleguen más tarde a los servicios de salud tanto física como mental. El resultado es que llegan cuando la enfermedad está muy agravada, tal es el caso del cáncer de próstata, los infartos, las enfermedades degenerativas y claramente que haya una mayor tasa de suicidios concretados en hombres. Es muy importante que los hombres tengan una nueva relación con su cuerpo y con sus sensaciones, que no teman pedir ayuda o decir cuando algo les duela para poder acudir a tiempo y tener una mejor cantidad y calidad de vida.

5.

Expresión emocional: El ser rudo causa un efecto en particular. Cuando vemos a un hombre serio, pensando, o pasando una situación de con icto, la primera idea que nos surge es que “está enojado”. Pero esto no sólo nos pasa a quienes lo observamos, sino también a quienes lo viven. Es muy importante poder conocer y distinguir las emociones que son tan amplias y tan diversas como un catálogo de pinturas. Confundir el enojo con cualquier otra emoción conlleva inevitablemente al distanciamiento y a la violencia.

No todas las ideas asociadas a la violencia son negativas, la competitividad sana puede llevarnos a lograr muchas metas, la independencia a sentirnos seguros, la autoridad a saber ser líderes y guiar de una mejor manera a quienes tenemos a cargo sin ser autoritarios. Es decir, hay mucho trabajo en poder rescatar ideas que nos ayudan y muchas otras que es importante empezar a cuestionarnos.

Recordemos que no se trata de una lucha, ni de pensar que hombres o mujeres son villanos. La propuesta puede ser más clara: encontrar nuevas formas que nos permitan vivir mejor, en paz, sanos y ayudándonos a crecer.

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