Mollete literario 22

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El Mollete Literario www.noticiastransicion.mx Director: Carlos Ramírez

molleteliterario@noticiastransicion.mx Junio 15, 2015, Número 22, Tercera Época

De la mesa a la belleza: La rebelión del artista Por Paul Martínez pág.14


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La individualidad La singularidad es de las pocas cosas que se valoran y que se cuestionan aún más, e incluso a veces es calificada de locura, misma que hoy en día sólo los valientes y fieles a su espíritu tiene el don de poseer. Claro, la singularidad de la que aquí hablamos no es la que flagela de forma clandestina o pública a los demás habitantes de la tierra, sino de aquella hace volar espíritus y corazones. Encontrar la rebeldía en la literatura y, con ayuda de la inconformidad, la parte creadora en nosotros, es menester para subyugar los males contemporáneos y los pasados encaprichados en no bajar la guardia. “Una recomposición del universo que se devela sólo para aquel que se moviliza, el que se ve ‘forzado’ a levantarse de la mesa para mirar…”, nos dice en este número Paul Martínez, quien encuentra la belleza de la rebelión en dos textos, El barón rampante, fábula del escritor Italo Calvino y el relato largo de Franz Kafka, intitulado Un artista del hambre. Así, pues, en Mollete Literario los empujamos, poquito, suavemente, a la piscina de la lectura que ofrecemos. Saquen, estimados lectores, jugo de nuestros colaboradores. Beban quienes quieran y sumérjanse en la lectura que es mucha, ya el tiempo no hace tregua.

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Índice 3

Poetaastro local Por Ene Riaño

Insólita 23 Semilla Por Lydia Zárate

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Letras Torcidas Por César Cañedo

class hero 25 Working Por Luis Villalón

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Cuento Por P.I.G., Marco Villavicencio, y Samuel Enciso

y literatura 27 Cine Por René Avilés

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my hand, I’m the stranger 29 Take in Paradise

Diario Por Canuto Roldán

Por Ximena Cobos

la mesa a la belleza: 14 De La rebelión del artista

todo o la nada 30 OPorelP.I.G.

Por Paul Martínez

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Memoria de un personaje que no existe Por Ulises Casal

ver en el DF 31 Para Por Monserrat Méndez

cuadros, reflexiones 20 Ladesdevidaelaajedrez Por Luis Flores Romero

Manjar literario Por Luy

El Mollete Literario Mtro. Carlos Ramírez Presidente y Director General carlosramirezh@hotmail.com Lic. José Luis Rojas Coordinador General Editorial joselrojasr@hotmail.com Monserrat Méndez Pérez Jefa de Edición Consejo Editorial René Avilés Fabila Wendy Coss y León Coordinadora de Relaciones Públicas Mathieu Domínguez Pérez Diseño Raúl Urbina Asistente de la Dirección General El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670. Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el Desarrollo Productivo, A. C.

“Siempre habrá labios que digan una cosa mientras el corazón piensa otra”

Alejandro Dumas


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Poetaastro local Por Ene Riaño El prometedor invicto de Adversario, edición 2013, habla de Genealogía del asfalto, su más reciente poemario.

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o es que le agrade la noción de patria, pero asegura que a él le cuesta trabajo imaginar que Yucatán sea su patria, mas a esta urbe —la conformadora de su almanaque personal—, a la que le ha hecho una genealogía, sí la vislumbra como tal. Se considera chilango, en todas acepciones, incluso las peyorativas que a este término se le puedan adherir.

A ésta, la ciudad que lo vio nacer hace dos décadas en Azcapotzalco, lo une el espanto, el dolor, en fin, la agonía cotidiana. Pasados unos días fuera de ella experimenta unas ansias por volver a recorrerla a pie, como es su costumbre, por subirse a sus trenes o contemplar Circuito Exterior. La sabe derruida, saturada, distinta a la de “Palinodia de polvo” y La Región más transparente, a la de los palacios no hechos de hierro, y más todavía, al lacustre locous amenus, hoy bajo asfalto. Peregrino de la periferia en su niñez y adolescencia, a Ricardo Suasnavar, autor de Genealogía del asfalto le extraña le hayan dicho en más de una ocasión que su poesía remite a la César Vallejo y es que confiesa no gustar del vallejismo. Habitante de la colonia Atlalpan, muy cerca del sitio que sirviera de locación de Los Olvidados, y otros filmes, como la adaptación de José Trigo de Fernando del Paso, a quien dice admirar irredentamente, me contó que es poeta por decisión, no por designio. Ve a la poesía como un oficio real, no divino; de hecho, le disgusta, y no poco, la imaginaria de la alquimia del verbo y la magia de la palabra que durante el Renacimiento concebía a los poetas como tocados por Dios; así como tampoco concuerda con la idea de las Musas, arraigada entre los

“El malditismo no es algo que me atraiga, espero llegar a poeta viejo”

románticos (de quienes festeja su impulso vital y la trasgresión que propagaron): Todo eso no existe. Si uno pretende ser un hombre moderno, y digo moderno en el sentido histórico de la palabra, uno tiene que dejar de lado todo lo que tenga que ver con ese pensamiento mágico Y si no, si [ellos] se burlan de Dios, o se burlan de la religión pero crean una alquimia del verbo, ahí hay una contradicción.

Suasnavar escribió sus primeras piezas a finales del sexenio pasado, cuando la década era semicapicúa, y las hallará en el portal de cierta revista queretana quien las busque. La brecha estilística de ese entonces a hoy en día radica —según él mismo— en el tono cursi en el que solía escribir, e indicó que una de las misiones del poeta a lo largo de su trayectoria es la de alejarse de la cursilería que, naturalmente, suele caracterizar los pininos de cualquiera.


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Sentado en los jardines de la biblioteca Vasconcelos, diseñada por Alberto Kalach, Suasnavar sostiene que es imperativo ser “tan plural en lo que se lee, como sea posible”. De ahí que por el momento lea lo mismo sobre la creación de sabores que por segunda ocasión El Quijote, o bien múltiples archivos electrónicos, entre los cuales no puede faltar The New Yorker. A Suasnavar le parece inconcebible no pensar en la producción poética como una mezcla, licuado, del afán de estilo personal cultivado por el creador, así como del eco de lo que éste ha leído. Al bucear en sus influencias, señaló a poetas sesenteros, su predilecto: el chileno Enrique Lihn, y a los autores del volumen colectivo La Espiga amotinada: Óscar Olivas, Eraclio Zepeda y Jaime Augusto Shelley. También confesó, sin afán de oportunismos tras los recientes hechos fatídicos, la influencia que la obra de Max Rojas dejó en la suya, de quien aprendió que un verdadero poema tiene que ser como un chingadazo en el rostro. Por otra parte, cree que la mecánica a la que se ve expuesto el poeta en el Torneo de Poesía Adversario, certamen en el que resultó laureado en 2013, obliga a entregar mejores poemas y motiva al público a exigir mejor poesía. Acepta que hasta ese entonces no se había interesado por la verbalidad oral, fonética de un poema, y que a partir de dicho momento comenzó a escribir con un aliento distinto, al grado de incursionar con el ensamble de poemas sonoros, al lado de su amigo, el compositor Uriel Infante. Respecto al vínculo que lo une a Adversario, puntualizó:

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No creo que ganar el Torneo te adscriba a un grupo y creo que eso es lo saludable del Torneo mismo: que no busca epígonos de Verso-Destierro, sino que busca, pues, poetas. Y esto tiene sus detalles (como cualquier acto), pero, en dado caso, sí, me parece una forma muy transparente de descubrir poesía nueva. Ganar o no es circunstancial, creo depende mucho de tus textos, sí, pero también del ánimo de los jueces, de cómo los leíste, de qué leyó el que leyó antes que tú. Es decir, ganar el Torneo es una garantía de calidad y no. Pero creo que es ante todo una garantía de suerte, más que de calidad. Del acto que más pegó en ese momento. El hecho de que haya tantos jurados y que por esos hayan pasado ya Raúl Renan, Norma Bazúa o Saúll Ibargoyen, de alguna forma legítima el Torneo.

Asimismo, niega que en la actualidad en el panorama nacional exista la idea de grupo literario, ni siquiera por correspondencia generacional: En México no creo haya una idea altamente del grupo literario como hegemonía y si lo hay es por accidente. Creo que todo tiene que ver en realidad como política. El medio poético está más lleno de asuntos que no tienen que ver con lo poético (como cualquier medio). Supongo y en México el grupo suele definir la postura poética con respecto más a qué es el poeta como ente político (Entiéndase por político, el viejo sentido de la palabra), más que su convicción poética, estética.

“Me interesa la metapoesía” Genealogía del asfalto se componía originalmente por más piezas de las que fueron


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recogidas en la serie Poesía sin permiso: menos de diez, la mayoría de ellas escritas en Junio-Julio de 2013, a excepción de “Trenes” (que abre el poemario) y “Estatuas” (la composición que más estima de la colección), que datan ambas de inicios de 2014. Por su parte, de “Acapulco” —que habla no del destino turístico de la Época de Oro ni tampoco del puerto histórico, sino de la ciudad considerada más violenta que Bagdad— existen dos versiones, la que se eligió es la versión extendida, aunque dentro de ella se conserva entremetida e íntegra la primera. De modo que el proceso creativo que realiza, dice, varia: Hay textos que no pongo en papel en mucho tiempo y que cuando me siento a escribir ya sé más o menos lo que voy a decir. Creo que mis mejores poemas han salido como si alguien me los dictara. Por ejemplo, “Versos por Chucho Anaya”, que a la gente le gusta mucho, lo escribí en una sentada. En este poema plagado de nahuatlismos, buscados al azar en un diccionario, con los ojos cerrados, sublima a un personaje olvidado de la ciudad:

Sí existió, y sí vendía timbres en Neza. El poeta Carlos Santibañez, que es maestro en el Centro Xavier Villaurrutia, me lo contó. Y la idea de que vendiera timbres en una ciudad sin puertas me pareció tan curiosa que no pude sino escribir un poema que, te digo, salió rapidísimo. Hay otros poemas que me llevan mucho tiempo, que tacho, que están en el cuaderno lleno de tachaduras, que un día que me levanto de malas y rayo por completo y ya no los quiero. Esto pasa más con los poemas de largo aliento. De cualquier forma creo que mis poemas no son precisamente cortos. Me cuesta trabajo escribirlos cortos, tengo algunos haikús, pero me cuesta trabajo limitarme, contenerme y, sobre todo, en los textos largos hay mucho trabajo mío de corrección. Nunca ha tomado talleres, así que no sé cómo tallerear, esa palabra que usan y que no me gusta… Eres sólo poeta, ¿escribes sólo en verso, te llama la prosa, su práctica? Escribo reseñas de libros, ensayitos. Tenía una columna hace unos meses en la que hablé, no sé, por ejemplo, de cómo detesto los automóviles y de

cómo tendría que estar prohibido tener un coche particular. Entonces sí, escribo prosa, sobre todo lo que los gringos llaman Non-fiction. Ficción jamás, no estoy hecho para ello. Yo a la gente le digo que escribí un libro y me dicen ¿de qué trata? Como si fuera una novela. Con mira a los grafitis que sábado con sábado ven desplazarse a empedernidos transeúntes del Tianguis del Chopo, Ricardo Suasnavar, quien por afición ha traducido del catalán a Ramón Xirau, ratifica la atracción que siente por la relación ciudadhistoria-literatura, y declara que ignora qué significará su nombre para las letras mexicanas, aunque deja entrever que le gustaría permanecer al margen, que así se imagina, y es que “la figura del intelectual público está desapareciendo, la estamos viendo morir, se están muriendo los últimos autores que podían salir a la calle y ser reconocidos”. Tiene razón y, sin embargo, una vez flaneando por concurrido paso fijé la vista a la distancia y a lo lejos iba él pasando, y pensé “ahí va Ricardo Suasnavar”. Nallely Pérez Vargas, aspirante a cronista, estudiosa del decadentismo americano, en la actualidad se desempeña como correctora de estilo.


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Poesía

Letras Torcidas

Fotografía: Lucía López Canales

César Cañedo

J mazatleca Lleno de ti, sitiado entre mis nalgas, esa espuma que rompes de Pacífico, lecho adulterio de mi mar abierto donde aprendí a nadar cuando era niño y del nocturno ahogo adolesciento. A camarón pelado huele el cuarto, arrullado del eco de chicharras un calor farolesco y sinaloenso de esa bichola infiel y pequeñísima que nauseas y dolores me saeta sin poder conjurar la voz poeta. Oráculo de Delfos por un rato, pirueta re moderna y bien gozada que bailas contempórico de escuela, danzante amor que da sin concesiones de ser amante eterno porque hay otro. Me entrego bichi a tus caricias sombras, porque la luz la tiene el que te novia en la violácea tarde malecónica de un Mayatlán, orgullo de sus huestes, lugar en el que abundan venados mayatones, como el tuyo. Fotografía: Lucía López Canales

César Cañedo (El Fuerte, Sinaloa, 1988), poeta, atleta, profesor, investigador, actualmente estudia el Doctorado en Letras en la UNAM, donde estudió su licenciatura y maestría con trabajos de investigación sobre poetas y escritores marginales

Ay qué bonita también tu Catedral, digo capilla de tu amor machiwi, aquí hasta un joto se siente en el armario, aquí los morros se entregan sin llorar. Ya no tengo cervezas ni calores, las tarantas me llegan a despecho, mi gusto es que me lo quites todo y lejano te masques el tabaco, que al ir a la molienda los judíos te capiroten en la cruz de olvido, para quemarte, leña pirulina junto a aquel sauce de la peña graba, y que la palma erguida y desafiante cobije al indio que lloró y que quiso cuando las nieves del primer calendo sulfuren esta mesa arrinconada, ahí viene el toro, te diré al oído, con la memoria reseteada y limpia, la casetera de la MS arrolladiante de limón recodo, traerá la mezcla de este amor en piezas que rabiado confunde de tus sobras, será el olvido, la única puñeta del perdón y estas canciones, el roble y la pitaya del adiós. mexicanos del siglo XIX, como Antonio Plaza, Josefa Murillo y Adolfo Carrillo. Es fundador y codirector del Seminario de Literatura Lésbica Gay, UNAM y ha sido publicado en Círculo de poesía.


Fotografía: Lucía López Canales

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Cuento

Autor: María Bazana

La vacuidad Por P.I.G

L

a calle está vacía a esta hora de la mañana, pero en los hogares de las aceras ya comienza la gente a prepararse para salir a sus actividades diarias, cotidianas, rutinarias. Una puerta grande rechina y la mujer rechoncha, a pesar de que puede ahorrarse la actividad, envaina la escoba y comienza a barrer, primero con lentitud y más tarde con desesperación, la sucia banqueta defecada, ora por un perro, ora por un ser humano, ora por un monstruo a decir del tamaño de la suciedad. El color de la escena es un gris tenue, pero pronto dejará de serlo pues ya salen los niños, apresurados porque optaron por dormir veinte minutos más de lo previsto y dos horas más de lo necesario, y con sus uniformes verdes, azules y blancos inundarán las calles con sonrisas, los menos, y caras aletargadas, los más, todos arrastrando los zapatos recién boleados y cargando una pesada mochila que ya los previene desde ahora de la cruz que tendrán que cargar hasta el último de sus días. La neutralidad del aire se pierde, ya no más aire medianamente puro, pues ya comienzan a encender los motores de aquellos carros viejos y oxidados que trasladarán al ejército de trabajadores hacia aquella antigua fábrica al otro lado de la ciudad y para ello habrán de inyectarle al ambiente dos horas de contaminante humo mientras se hayan varados en el inmenso y cotidiano y rutinario tránsito. Él sale, a diferencia de los demás, con la cara limpia, húmeda aún, destilando perfume caro, con el traje hecho a la medida y las líneas de la vestimenta perfectamente marcadas, en sintonía con su peinado que denota una elegancia pulcra y delicada. Con movimientos inteligentes esquiva la fila de charcos que enmarcan la parte baja de la acera, odiaría ensuciar su pulcro calzado. También odiaría saludar a la gente y desperdiciar el penetrante sabor a menta que aguarda en su boca, y por ello saca su teléfono celular para fingir que responde

un mensaje y así no tener que mirar a la cara a nadie. Camina con pasos agigantados, con prisa, con desdén. Es su vida y el traje fino, el aroma caro y la menta en el hocico. Para él no existe ni la mujer recogiendo la mierda, ni los niños sonriendo o con caras aletargadas, muchos menos los automovilistas que se perfilan a encerrarse en una avenida por dos horas para ver pasar la vida a través del parabrisas. Hurga en la bolsa izquierda de su pantalón de línea, maldita sea, no trae consigo el anillo de compromiso, costoso, inútil a estas alturas de su relación, tan insignificante que fue olvidado en algún rincón de quién sabe qué parte de la casa que con presunción le procuran sus padres, de quienes por cierto no se despidió pues seguramente son tan insignificantes como aquel diamante. No piensa regresar, es tarde para todo: para el trabajo, para la escuela, para vivir, para detenerse y volver sobre sus pasos, para volver a lustrar sus zapatos en caso de que estúpidamente pise uno de esos charcos de agua acumulada. Mejor mañana, mañana seguro que no olvidará llevar consigo el presente, mañana llegará al trabajo, la escuela o el lugar en el que se tengan que desarrollar los hechos y le pedirá a su novia, con la determinación de escuchar un no por repuesta, que se case con él. Hoy debe darse prisa, llegar puntual a donde sea que tenga que llegar puntual y

mostrarse como si nada le importase más que su apariencia, su aliento fresco acumulado y un compromiso matrimonial que al menos hoy ya se postergó. La oportunidad la perderá por la tarde, pues su novia morirá atropellada por algún conductor que, desesperado y pletórico, empujará la máquina contra el cuerpo perfumado y débil de aquella mujer que por la mañana salió con la esperanza de que este día su novio le propusiera matrimonio. Vaya vida, sus padres no volverán a estar juntos de nuevo pues están hartos el uno del otro, luego ya no tendrá de quién despedirse al salir de casa ya no tendrá casa, ni lugar para lustrar sus zapatos, ni espejo donde delinear el perfecto peinado, ni tarja donde escupir el enjuague sabor menta. Tan insignificante él como el anillo perdido. Uriel Arteaga Apolinar, autodenominado “P.I.G.” (en abierta referencia al personaje de Xavier Velasco), o en su modo más laxo “El Doctor Pluma” (referencia al Doctor Alquitrán de Poe), fue colaborador de principio a fin de los extintos fanzines universitarios Almohadón de Plumas y Noúmeno. Colaborador permanente del blog literario Regiones Inferiores, tuvo oportunidad de publicar una crónica para el periódico 24 Horas, en 2012. Egresado de la carrera de Comunicación y Periodismo de la Facultad de Estudios Superiores Aragón, con especialidad en prensa escrita, durante los últimos años se ha desempeñado como analista de información y corrector de estilo. Recientemente labora como asistente editorial en la Coordinación de Publicaciones Académicas de la Universidad Anáhuac.


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Autor: Vania Lecuona

Maguey Por Marco Villavicencio En el fondo de la botella vive un gusano que tiene sueños y aspiraciones como todos nosotros. Así como ves a este batito, delgadito y flotando en su onda, te sorprendería lo que pasa por su cabeza. Para empezar si algo o alguien le cortara la cabeza les crecería otra de inmediato, y justo así crecen sus ideas, ideas de átomos a velocidades cercanas a la de la luz e ideas de supernovas explotando y creando universos dentro de agujeros negros. Se dice que Nicola Tesla tenía el coeficiente tan grande como el de un gusano, aunque no parezca. También dicen que son seres muy espirituales, hay algunos que meditan durante toda su vida y sus espíritus de gusano están a miles de kilómetros de sus cuerpos.

Así, todos los pinches gusanos tienen poderes sobre-gusaniles que ni tú ni yo sabemos por qué los tienen o para qué les sirve, porque si haces memoria, los gusanos no tienen brazos y no pueden hablar, así que sus poderes sirven para pura madre. Ahí comienza el debate inmenso entre ateos y religiosos: ¿tenemos un dios cruel?, ¿no existe ese tal “dios”?, quizá el gusano meditador sabe la respuesta, o el genio. Pero ninguno nos va acontestar (o entender). El gusano que está frente a nosotros está razonando una teoría que Stephen Hawking aún no comprende y que repite a diario con su voz de robot una y otra vez, el gusano ya la entendió y sonríe por dentro; aunque lo más seguro es que no, lo más probable es que el gusano sólo quiere seguir flotando. Los gusanos quizá no sepan que están frente a otro gusano, o que hay algo al lado

de ellos, de hecho no sé si puedan concebir que existe otra cosa más alla de su cuerpo. Toda esta historia se la cuento a la morra que está frente a mí y es la misma historia que digo siempre en todas las fiestas a cada morra que se deja, nunca resulta, jamás llego siquiera a besarlas, sólo se ríen de mí y esperan a que regrese su amiga del baño para poder largarse. Llega la hora de servir el último vaso. El gusano que flotaba dentro cae irremediablemente y yo estoy sumamente ebrio. No comprendo muy bien lo que pasa pero parece que me caigo, durante un largo tiempo me caigo, huele inmensamente a mezcal, de pronto los labios de la morra se acercan a mí, pero son unos labios inmensos, más grandes que yo, me engullen, sus dientes cortan mi cabeza y esta crece de nuevo y comprendo el universo en su totalidad, pero muy tarde. Me ha tragado.


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Mosca

Por Marco Villavicencio Revienta el pequeño huevo y nace la mosca, todo es nuevo, todo es enorme, todo es para ella. Por alguna razón evolutiva tiene alas y puede volar, y vuela. ¡Zum!, para allá, ¡zum!, para otro lado. En pocos minutos sabe que no hay límites pero también sabe que en poco tiempo morirá así que sin pensarlo mucho jerarquiza prioridades. La primera es encontrar un humano o algún mamífero grande, no sabe por qué, sólo lo sabe. Hay que encontrarlo. ¡Maravilla, ahí está! Vuela feliz, no sabe qué hacer después, así que vuela en círculos hasta que le surge en su pequeña pero compleja mente de mosca la necesidad de posarse en alguna parte expuesta del humano, si es la cara mucho mejor. Así que vuela y esquiva una mano gigante que la ataca y llega a la cara, pero la mano la aleja y la mosca entra en un loop donde se acerca a la cara y la

mano gigante lo impide hasta que el mamífero huye. La mosca sabe que ha ganado, no sabe qué, sólo lo sabe. Los días siguientes, se resumen en hacer exactamente lo mismo. Sólo una cosa detiene a la mosca y es el hambre, así que va a buscar mierda o algo qué comer, aterriza, es tanta comida que podría dormir en esa montaña. Pero una vez que está satisfecha busca al humano, choca repetidamente sobre un cristal, pero ella no sabe que hay un cristal, sólo lo ignora y de pronto, por terquedad, ya está de vuelta con el homínido a quien atormenta y cuando saca un trapo, o una pala, o un aerosol la mosca hace una retirada estratégica y regresa, siempre regresa. La edad sólo la hace más lenta, su cuerpo toma un color verde azulado y ha crecido en proporciones monumentales, ahora es más lenta, menos temerosa.

Autor: Monserrat Méndez Pérez

Entre comer en la montaña de mierda y golpear en la cara al mamífero o al vidrio, pasa otra mosca que justo está en alguna de esas tres actividades y ocurre una cuarta actividad más: se aparean. Sobre la mierda, o en el vidrio o en el mamífero, pues a las moscas les aterra salir de su zona de confort. Y alguna de ellas, no se sabe cuál, deposita los huevos en uno de los lugares que acostumbra y regresa a otro lugar familiar para seguir. Es después de algunos días de haber salido del huevito, la mosca muere; a veces aplastada por la gran mano, a veces de tantos golpes que se da contra un vidrio o mientras se aparea en la mierda. Y la vida de las moscas se repite, cada una de un color distinto, con un zumbido distinto, comiendo una mierda distinta, aterrando a un mamífero distinto y siempre mueren igual, su espíritu de mosca se desprende y se dirige hacia una luz gigante y a la cual no pueden llegar nunca, pues entre el camino hacia la eternidad a alguien se le ocurrió que podría ser gracioso poner alguna especie de cristal. Marco Villavicencio. “A veces escribo poemas o minificciones, a veces las dos y a veces ninguna. No acabé Letras porque no pude acabar de leer La Araucana y estudié diseño integral”. Villavicencio obtuvo tercer lugar de poesía en el concurso Décima Muerte de la UNAM y sus cuentos han sido publicados en las revistas El puro cuento y Migala, además de que ha realizado comics. Actualmente participa en un medio independiente que se llama El pequeño gran.


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La mujer de Juan Calavera Parte I Por Samuel Enciso

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icen que Juan Calavera tenía una mujer. Una flor del desierto de Ozumatla. Tan bella como prohibida. Pero esto último no lo sabía Juan Calavera, cuando, perseguido por tres bandidos de los caminos, la vio por primera vez; momento en que el deseo que lo acometió casi igualaba la sed tormentosa que lo acosaba, lo que no era poca cosa después de 2 días bajo el sol apremiante de aquel lugar extraviado en la lejanía del pensamiento y el tiempo. Iba Juan Calavera arrastrándose, herido hasta los huesos. Las capas subyacentes del polvo que lo cubría tendrían al menos una semana. Sin embargo logró despejar la mente y enfocar su visión por un momento, cuando a lo lejos, regando las flores de su improvisado jardín, la vio silbando, dando gracias por un nuevo día, ajena al destino que se les venía encima. —Ayuda. Agua… Asustada, bella, morena y de ojos avellanados, prieta y suave, mujer de la sierra, perfumada por las flores, empapada de ca-

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lor. Así la vio Juan Calavera antes de sucumbir al cansancio y el punzante dolor. Despertó con el canto matutino de su voz limpia y ligera como el viento. Ya la fiebre y el delirio se habían perdido en el olvido de una violenta pesadilla. Juan Calavera se levantó y siguió la melodía a través de una casa rústica con paredes de adobe y ladrillo, pero adornada simple y vivamente, con flores y cuadros de la vida agreste y pacífica. La mujer gritó cuando Juan Calavera se le apareció de pronto tras un pilar que separaba la sala de la cocina y luego se rio de sí misma, cantarinamente, al darse cuenta de que su enfermo visitante había despertado. —Buenos días, señor. ¿Cómo se siente? Llevaba sin hablar unas tres semanas. Su voz salió rasposa y pastosa. —Bien. Gracias –luego hizo una pausa larga, como tomando valor y, aunque balbuceando, pudo preguntarle su nombre. —Azucena Campoviejo –dijo la mujer. Azucena Campoviejo. A huevo. –pensó Juan Calavera. —¿Y usté cómo se llama? Juan Calavera peló los ojos y negó con la cabeza. Azucena Campoviejo lo miró un tanto desconcertada. —Juan –dijo al fin Juan Calavera, apenas abriendo la boca.

—Oiga, ¿de veras está bien? ¿No le duelen los golpes? Sí le dolían, hasta el alma. Tenía golpes en las costillas y quemaduras en las muñecas, lo habían arrastrado un trecho, amarrado a un caballo, así que tenía también raspaduras en todo el cuerpo y un diente trozado, pero lo más grave era una herida en la frente que, a pesar de los temores de Azucena y todo el polvo que había acumulado, parecía estar sanando. Pero Juan Calavera dijo que no dolía. —¿No vino nadie a buscarme? –preguntó Azucena Campoviejo emitió un largo suspiró. —Vinieron tres de allá del mismo camino de donde usté venía, montados en sus caballotes, apenas tantito después de que lo metiera para curarlo. Con la mirada desesperadamente atenta, Juan Calavera le pidió continuar. —Pasaron de largo. Llegaron de noche e iban por ahí del otro lado del arroyo. Desde ahí no se ve la casita. Juan Calavera se aproximó a la mujer y le tomó las manos para luego llevárselas a la boca y besarlas. Ella tendría apenas unos 19 años, llevaba un fresco vestido de verano que le llegaba a los tobillos, sandalias para el sol y el cabello negro azabache, que a Juan Calavera le recordaba la noche de su


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15.06.2015 antiguo hogar, recogido con un paliacate; más que campesina parecía gitana. Él tenía entonces veintiún años, y aunque parecía de veintiocho, no tenía más malicia que la de un cachorro juguetón. Azucena Campoviejo, sin embargo, buena cristiana como era, se sintió amenazada y lo apartó bruscamente. —¡Siéntese! Ya casi va a estar la comida. Juan Calavera obedeció, como perro apaleado. Hacía tanto que Juan Calavera había dejado su casa que ya no recordaba el sabor de una comida hogareña. Hasta entonces había sobrevivido de comida enlatada, comida barata en alguna cantina y el ocasional hurto si era lo bastante rápido. —Señor Juan, no quiero meterme en lo que no me importa, ¿verdad?, ¿pero quiénes son los que lo vienen buscando?, ¿qué tal si vienen aquí? —Les dice que no me ha visto. Me escondo. —Señor Juan –le dijo en un tono más implorante–. No quisiera tener que mentir. La virgencita nos ve desde allá arriba. ¿Si sabe? Y Diosito, señor Juan, Diosito nos perdone si lo ofendemos. ¿Qué tal que nos castiga con esos tres bandidos que lo quieren matar?

Fotografía: Monserrat Méndez Pérez

—Eso del temor a Dios no se me da, señorita Azucena –dijo Juan Calavera sin despegar sus ojos de los de ella–. Pero usté me da harta ternura. Hoy mismo me voy, nomás tenga la bondad de arreglarme lo mejor que pueda. Azucena Campoviejo se persignó pues nunca había escuchado una blasfemia, pero no le pareció que Juan Calavera tuviera malas intenciones y le creyó. Cuando el sol estaba a punto de ocultarse ya estaban hechos todos los preparativos y Juan Calavera estaba rodeado de vendas, untando de menjunjes y provisto de remedios, además de comida para tres días, que era la distancia, según Azucena Campoviejo, que había entre Ozumatla y Santa Cruz, otro pueblo muy parecido con el que compartían doctor, y daba la casualidad de que ahora se encontraba allá. —Vaya y dígale que lo mando yo. Mi esposo es buen amigo de él. Juan Calavera levantó una ceja a la par de un latido desacompasado de su ignorante corazón. Joven, bella y bondadosa como era, Juan Calavera no le había visto defecto. Si bien su corazón se había detenido, los pies no le dejaron mostrar flaqueza

y atravesó el umbral de la puerta, dando las gracias. Se dio cuenta entonces de que era ya demasiado tarde para andarse con medias tintas. También, y no menos importante, era el hecho de que nunca había puesto los ojos en nadie. Había pensado, incluso, que después de ir al pueblo y merodear un rato en busca de sus perseguidores, iría a comprar flores amarillas para el jardincito de Azucena Campoviejo. No se le ocurrió que no viviera sola ahí, a la vera del camino, apartada de todo y de todos; cuestión que no la tenía tan contenta, pero que no era suficiente para amilanar su espíritu y su buen humor. En fin, no se le ocurrió porque estaba aturdido, porque nunca había sido un genio, ya se lo decía su difunta madre, y porque era algo ingenuo. Ingenuo, pero hombre al fin. Antes de poner un pie fuera de la verja que separaba la propiedad de los Campoviejo, se lo pensó mejor, dio media vuelta y con los enseres recién recibidos en las manos, se aproximó, ella por encima de él, sobre las escaleritas blancas que sorteaban el pequeño desnivel entre la casa y el patio. —Sepa, señorita –le dijo, sin importarle que Azucena Campoviejo le acababa


12 El Mollete Literario de dar el pie para llamarla señora y acercándosele más de lo propiamente correcto– que los bandidos que me persiguen son también asesinos y han dejado tras de ellos un rastro de sangre. No dudo que ya hayan matado a alguien en el pueblo. Sepa también que por eso mismo es que quedo en deuda eterna con usté por todo lo hizo por mí la noche anterior y el día de hoy. Y sepa que me acaba de pegar justo aquí –Juan Calavera se golpeó el pecho con el puño en un golpe sordo–, porque apenas terminara de pasear por el pueblo iba a regresar por usté y pedirle que se fuera conmigo porque está usté muy chula y es buena mujer. Pero no le guardo rencor, mire –hizo la señal de la cruz y la llevó a sus labios, besándola–, y me voy bien feliz nomás de haberla visto y conocido. Con su permiso, señorita, perdón… señora. Y por segunda vez Juan Calavera le besó las manos. Sólo que esta vez Azucena Campoviejo no lo apartó, conmovida y nerviosa. A la luz de la Luna creciente y las estrellas lejanas, que era bien poca, el único defecto de Azucena Campoviejo, quien llevaba por nombre Genaro Del Monte Aven-

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tado y por apellido Jefe de la Policía Municipal de Ozumatla, observaba desde hacía un rato la escena sin siquiera molestarse en esconderse. El arma había llegado a su mano de manera automática, le tomó un segundo apuntar, pero debido a la oscuridad y a los tragos que traía encima el tirador, la bala sólo alcanzó a volar el sombrero del blanco. --¡Quiubo, Genarito! –le dijo su compadre en un susurro burlón–, ya te andan cortando la flor de tu jardín. --¡Azucena! –el grito cruzó los veinte metros que los separaban con toda la furia embriagada del hombre del que se han reído–. ¡Hija de la chingada, métete! Pero Azucena Campoviejo no era miedosa y en lugar de hacer lo que su esposo le pedía, fue a asistir de nueva cuenta a Juan

Calavera quien ya estaba haciendo costumbre de esa nunca bien ponderada táctica de arrastrarse. —¡Haga caso!, ¡métase! –le dijo Juan Calavera que ya había recuperado su sombrero y ahora simplemente se mantenía en el suelo para que no le volvieran a disparar. —¡Genaro, pérate! –rogó Azucena Campoviejo al tiempo que se incorporaba e interpelaba a su marido, quien como toro desbocado ya iba sobre el agredido– ¡El señor ya se iba!, ¿verdad? Desde el suelo y mirándolo directo a los ojos Juan Calavera reafirmó lo que la mujer acababa de decir. En ese momento se le olvidó hasta su nombre y sólo pensó en correr. Decisión que le salvó la vida porque de no haber sido así, desarmado como iba, quizás Genaro Del Monte Aventado hubiese decidido matarlo ahí mismo en lugar de gritar: —¡Pélenle! Enciérrenlo ahí con los otros tres. Juan Calavera logró dar catorce pasos, pero al quinceavo se le enredaron la derecha y la izquierda y fue a dar al suelo, mordiendo el pasto. Y entonces el que le había hecho burla al compadre, y otro más que iba con ellos se le echaron encima. —¡Pérense, ojetes! –gritó Juan Calavera. —¡Espérate Genaro! –Azucena Campoviejo forcejeaba contra su esposo, pero éste la apartó con una bofetada. —¡Cállate, pendeja! ¡Métete! Juan Calavera forcejeó también, pero los dos policías lo sometieron y lo dejaron inconsciente para después ir por dos caballos en los que lo llevarían a su encierro. Samuel Enciso (Estado de México). Estudió periodismo en la UNAM y ha colaborado en Cinemaspro, una página web dedicada al séptimo arte, y la página web de la revista Vértigo. Es amante del rock, la literatura y el cine de fantasía y ciencia ficción. En sus escritos hay algo de oscuro y algo de esperanzador, como la vida misma.


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Autor: María Bazana

Diario Por Canuto Roldán

Memoria Siempre tengo un poco de pereza antes de escribir. Siempre estiro mis brazos hacia el cielo, gruño un poco estirando el cuello y cierro los ojos. Antes de escribir mis pies están cansados, la espalda es una piedra. Antes de escribir las ideas revolotean y pienso en mis sueños, en las emociones del día, en la misma fecha de hoy pero del año pasado, en hace 5, en algún amigo, en el artículo que debería estar escribiendo en vez del poema, en el poema que debería escribir en vez del artículo. Pienso luego en el futuro, en el mañana de estas palabras, en cómo se entretejen con mis clases y entonces en las orillas de mi piel se levanta una marea, veo la lucha de ideas tras de mis ojos, mi cuerpo agitado por la angustia y el placer. Luego la calma del ahora me hace levantar, prendo un cigarro, preparo el café, tomo una manzana o una zanahoria. Me siento de nuevo y escribo.

Pilar

Los mares son un devenir inverso, esto quiere decir que el agua proviene de la infancia, que cuando la marea crece y amenaza con ahogarnos, nos ahogan el llanto de los niños. Y hay que entender que no todos los llantos son tristes. Este texto es un río que se abraza al tuyo y pronto, cuando al bajar del tren lleguemos a Salerno, esa ciudad peligrosa —de la que nos dijo el hombre, mitad egipcio, mitad italiano, que nos cuidáramos— pronto, digo, nuestras aguas llegarán al mar y se abrazarán a otros ríos. La inundación llegará pronto, luego de diferentes trazos, después de tan variados tejidos, risas, miradas sorprendidas hacia lo alto, frente a los muros, el mar se volverá una fuente inversa, esto es, las mareas crecerán hacia lo hondo y dentro.

Sueños

Desperté esta mañana como si hubiera acabado de ver una película que no entendía del todo. Abrí algunos libros y ninguno tenía autor. Ninguno tenía título. No conocía ninguna frase leída antes por mí. Todo era un entusiasta continuo de frases. De ingeniosas frases como en una fiesta; toda sílaba se acercaba una a otra, bailando, confundiendo sus cuerpos; las palabras se tendían como brazos. Las palabras se abrazaban en multitud hasta volverse una danza negra de raíces húmedas, una danza que insistía en adentrarse más en cada cuerpo, ocupar cada poro de la piel hasta darle voz, aullido, risa, canto. Desperté en la orilla de mi cama, después de navegar de sol a sol, el mar me entregaba en esta orilla. Levanté mi pesado cuerpo de entre las aguas. En el reflejo relamido de la arena noté mi sexo erguido, mis senos mórbidos, mis muslos terregosos, mi cabello largo como las nubes. Me levanté decidida, feliz, seguí rumbo a la isla. Canuto Roldán, pasante de la licenciatura en Lengua y Literaturas hispánicas por la UNAM. Participa con el Colectivo Contra la Violencia, el Arte; asimismo colabora en el Slam Nacional de poesía de la Red Nacional de Estudiantes de Lingüística y Literatura (REDNELL). Actualmente es asesor de inglés en la ONG Enseña por México.


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De la mesa a la belleza: La rebelión del artista Por Paul Martínez

E

l acto de la singularidad es a menudo considerado como una forma de comportamiento irracional. Atreverse a cuestionar desde la acción las cosas cotidianas puede aparecer como un principio de locura. Andar sobre las cuatro extremidades en lugar de posarse sanamente en las dos que hemos establecido para tales hábitos, asomarse desde ahí al mundo para transformar la perspectiva y reelaborar las narrativas de lo cotidiano. El capricho de no aceptar las condiciones y la función del mismo como motor de la creatividad, son temas que aparecen cotidianamente en la literatura, algunas veces de manera velada,

otras de forma manifiesta. En esta ocasión me detengo un poco sobre un par de obras que recuperan el gesto de la arbitrariedad como un mecanismo de resistencia en contra de la imposición cultural. En su acepción coloquial la palabra Capricho es asumida como el deseo irracional de transformar o adquirir alguna condición u objeto, a menudo esta palabra es relacionada en sentido peyorativo con la incapacidad de conformarse a lo que existe. Sin embargo, es también esta condición irracional y arbitraria la que permite al creador redefinir las posibilidades de ser. Autor: María Bazana

La palabra Capricho nos viene del italiano, Capriccio en su forma original, la Real Academia de la Lengua la define como una “Determinación que se toma arbitrariamente, inspirada por un antojo, por humor o por deleite en lo extravagante y original”. El Capricho entonces, como motor de la inspiración creativa, debe observarse como una postura que ante todo, se manifiesta abiertamente en contra de una situación dada. A continuación propongo un par de lecturas que iluminan hasta qué punto el Capricho puede ser motivo de transformación, en principio del personaje y en un segundo movimiento de la cultura. El primero de ellos, El barón rampante, fábula del escritor Italo Calvino; a modo de segunda voz en este diálogo de historias propongo el relato largo de Franz Kafka, intitulado Un artista del hambre.

La revolución de la mesa familiar Fue el 15 de junio de 1767 cuando Cosimo Piovasco di Rondó, se sentó por última vez a la mesa de su familia. Negándose a comer los caracoles que habían preparado para la comida, Cosimo se levantó de la mesa y se fue a montar sobre un árbol para no bajar nunca más. Con esta escena comienza Italo Calvino su fábula El Barón Rampante, la rabieta de un pequeño hombrecito de apenas doce años que decide rebelarse contra las imposiciones de su familia, contra una observancia de las reglas. Un acto de infantil rebeldía que devendrá en una decisión de vida. La arbitrariedad del individuo que se opone a una forma dada. El acto fabuloso de no aceptar bajo ninguna condición que se impida la necesidad de ser. La fábula de Calvino se desarrolla a lo largo de la vida del Barón, Cosimo Rondó, que se transforma con el correr del tiempo y las condiciones a que se ve sujeto desde su postura sobre los árboles. La ciudad de Ombrosa, donde se desarrolla la historia, se transforma también al verse obligada y agraciada, con la presencia de tan extraña ave.


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Calvino retrata la vida de Cosimo Rondó, quien toma la arbitraria, extravagante y original decisión de treparse a los árboles para no volver a pisar tierra nunca más. El capricho del baroncito cobra una dimensión extraordinaria al ser llevado a sus últimas consecuencias. En un despegue de individualidad se opone en un primer momento a la imposición de comer lo que le es servido, para luego, en un gesto de originalidad, treparse a un encebo y quedarse ahí para siempre. Calvino nos revela en este pequeño gesto de Cosimo Rondó, una de las cualidades-debilidades del ser creativo: la inconformidad con casi cualquier estado de cosas determinadas. Encontrar la rebeldía en la literatura no es en absoluto nuevo; sin embargo, en el caso del baroncito, el tema central de la fábula correrá a partir de este pequeño movimiento. Lo que comienza con una travesura infantil, se verá convertido en un gesto magnifico que determina una vida y todo lo que le rodea.

El Capricho también puede llevarse en silencio, tal como lo demuestra Kafka en su relato corto Un artista del hambre, en el que nos pone delante de la obra-vida del artista ayunador, quien sólo al final de sus días y haciendo acopio de su último aliento nos revela el motivo de su arte, sencillamente dice: “-Porque me es forzoso ayunar, no puedo evitarlo […-] …porque no pude encontrar comida que me gustara. Si la hubiera encontrado, puedes creerlo, no habría hecho ningún cumplido y me habría hartado como tú y como todos”. He tomado este par de ejemplos, de entre los tantos posibles, dada la similitud del gesto al resistirse a la receta de lo cotidiano. En el caso de Cosimo a través de una postura en principio irracional y poco meditada que irá tomando forma con el devenir de la trama; el caso del Ayunador de Kafka, como la prueba del acto consciente,

la rebeldía que se opone por medio de la abstinencia al consumo de lo elaborado de antemano, la renuncia a todo aquello conocido para adentrarse en una sensación interior que no se manifestará sino hasta el final de la obra. Ambos personajes comienzan su rebelión desde la mesa, ese lugar al que se acude a poner en orden el universo de lo diario. Cosimo se levanta y la abandona, el Ayunador ha decidido no entrar siquiera, al despreciar lo que le será servido. El movimiento de ambos personajes revela la primera naturaleza creadora del Capricho; renunciar a lo conocido los coloca inmediatamente en una postura “privilegiada”. De Cosimo se dice que “miraba el mundo desde el árbol; todo visto desde allá arriba, era distinto, y eso ya era una diversión”. El artista ayunador de Kafka vuelve a su interior para comprobar que justo el acto de hacerse a un lado, le proporciona una butaca de lujo para contemplar su propia obra, pues:


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“Nadie estaba en situación de poder pasar, ininterrumpidamente, días y noches como vigilante junto al ayunador; nadie, por tanto, podía saber por experiencia propia si realmente había ayunado sin interrupción y sin falta; sólo el ayunador podía saberlo, ya que él era, al mismo tiempo, un espectador de su hambre completamente satisfecho”. La renuncia al alimento es tomada como el motor de ambas historias, ya sea porque en principio hay una ruptura que no puede recomponerse sobre la mesa, como en el caso del baroncito, quien comienza sus andares en las ramas para evitar un destino prefigurado, o por medio de una renuncia manifiesta a consumir lo prefabricado. En ambos casos los autores proponen un cambio de perspectiva a consecuencia de ese primer movimiento arbitrario. Una recomposición del universo que se devela sólo para aquel que se moviliza, el que se ve “forzado” a levantarse de la mesa para mirar, ya sea a través de las ramas o desde el otro lado de las rejas de la jaula, ese orden contra el que se ha movilizado.

En direcciones opuestas, los personajes se encontrarán al final de sus vidas. Así, el Capricho, al ser llevado a su última consecuencia, alcanza siempre la condición extraordinaria. Sea la travesura del niño o el acto sobrehumano que reta la propia resistencia de lo humano para hacerla extender sus límites.

La tenacidad que fragua Aunque es evidente la transformación del creador desde el momento en que decide oponer una resistencia a lo cotidiano, es necesario el paso del tiempo, esperar y sostener pacientemente esa perspectiva hasta alcanzar a fijarla en el proceso cultural. Pasar de la locura a la regla para, seguramente, desear abandonarla en ese momento. Don o maldición, el creador vive en ese constante vaivén, pasando de lo elaborado al caos sin posible descanso. Sólo de este modo nos garantiza el movimiento constante de las costumbres, la movilidad de la cultura y sobre todo, las continuas reinterpretaciones de la misma. Bendito el creador (poeta, pintor, músico, inventor, etcétera) se multiplica a través de la inconformidad. Permitiéndonos también multiplicarnos en él. Llevando a situaciones extraordinarias sus más arbitrarias decisiones. Maldito el creador, nos obliga a sufrir sus transformaciones y a despojarnos de la suave conformidad, nos libera, a veces sin nuestro consentimiento, de la costumbre de aceptar que determinada cosa sea así y no de otro modo. El artista-creador, enfermo o bendito por la necesidad del movimiento, se manifiesta en constante disconformidad con el universo, sea la palabra que no define por completo al objeto que quiere nombrar, sea el color o el movimiento que no describe al objeto observado, sea quizás la perspectiva, el punto de vista, huyendo siempre de manera caprichosa de todo aquello que produzca inmovilidad. Al final somos víctimas y beneficiaros de la condición anómala del artista, sufrimos y disfrutamos de su padecimiento y su empecinamiento por realizar, a veces, tareas que se antojan absurdas y que sólo al ser llevadas a cabo revelarán un sentido. Paúl Martínez Facio (Lagos de Moreno Jalisco. 1982) es egresado de la Lic. en Humanidades de la Universidad de Guadalajara CULagos.


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Memoria de un personaje que no existe Por Ulises Casal

Legado Yo elegí este camino: elegí ser más que sólo yo, fundir mi ADN con palabras, ser un demente esquizofrénico. Yo elegí ser astronauta colocarme al lado de la Luna, elegí ser celeste y hablar con las almohadas reñir con la pluma a borrones y silencios, elegí el gusto por sonreír después de vomitar todo lo que mi imaginación necesitaba. Yo elegí ser padre cada noche, hacer el amor con mi imaginación mover la pluma y el papel para espermar historias o sentimientos, ser un lamido de lobo negro y aullar en la sombra. Yo elegí no creer en nadie y tener fe en los que me simpatizan, ser un tatuador de ilusiones y ser un obrero de la poesía, entregarme a mi patria literaria; entregarme a un cuerpo, uno solo que me ama. Del ajedrez preferí ser reina y no sólo rey. Creer en los milagros, hacer milagros ser milagro. Elegí no estar aquí cuando no quiera, elegí no ser amigo de quien no me merecía, elegí ser hedonista, el peligro de mí mismo. Elegí ser de ella, sólo tú sabes que soy tuyo en todos los lugares del mundo, porque yo elegí ser el hombre más feliz de la historia. Elegí estar enamorado, amar de pie, amar de frente, con los ojos abiertos. Amar porque sé que siempre habrá amor. Yo elegí ser más que dios: ser la creación y ser eterno mientras pueda.

Angustia (Ya puse mi corazón en la estrella, que te guiará hasta el polo norte de mis labios en medio de ese mar de terror) Después de cerrar mis ojos y caminar hacia la luz, de tomar la mano del diablo y charlar con José Agustín... Luego de hibernar en mi memoria deleitarme con la musa melancolía de Pessoa y Pizarnik, de conocer un muerto más que a mis manos y sonreír mientras te pienso... Después de salir de la mirada de un dragón que nace en el vértice de la realidad donde va desapareciendo poco a poco el barco que enardece la furia de las entrañas... Más allá, de ver lo que no puedo más acá, de fundirme en el delirio de pensar, de sonrojarme con una frase de mi madre y el abrazo lejano de un amigo que me admira... Después de reafirmarme con mi esfuerzo para quedarme plasmado en las palabras, luego de darme cuenta que soy más feliz de lo que muchos pudieran imaginar, de llorar, de emocionarme, de gritar, de bailar, de disentir, de volar... Necesito con brutal demencia, con angustia radiante y salud emocional, volver a sentir tus dedos entrelazados con los míos.


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La espera ¿Brillará alguna otra vez este techo roto? He dejado que los días pasen, me detengo bajo la lluvia para esperarte, miro al cielo para ver tus lunares y luego cierro los ojos para sentirte respirar, me has dejado solo con tu tempestad. Hace casi un año me detengo en la llovizna que dejo que el agua se apodere de mí, que se lleve las huellas que ya no quiero sentir sucias heridas que desangraron mis ojos, sucia sangre que bañó mi alma, fantasma triste que deambula por la memoria;

Bienvenida Pan de trigo que se pega al paladar no te canses de quererme, porque a veces hace frío y te extraño y el resto del tiempo te extraño aún más, no dejes que la memoria te convierta en una silueta vacía. Si un día te cansas de esta distancia que es sólo neblina pasajera toma mi mano y colócala en tu rostro y deja que sean mis dedos los primeros que te beses, cierra los ojos y toca mis labios y siente los gritos desesperados de su carne, siente como tiembla la angustia en mi cuerpo. En horas como esta, cuando es temprano o tarde o nada, me da por sonreírle a tu recuerdo, dejar perder la vista en el infinito que me paraliza, por soltar una carcajada como las tuyas, por tocarme los labios o los dientes que sintieron la suavidad de tu piel, por sentir el sabor de pan dulce que me dejabas. ¿Dónde estás ahora? ¿Qué tiempo y espacio aguarda tu sonrisa? Si me extrañas vuelve, y pégate a mi paladar, siéntate a mi lado el tiempo que quieras, siempre serás bienvenida.

Desde hace casi un año que espero tu sonrisa, tan frágil como un dibujo borrado por la lluvia que espero que me mires a los ojos sin esconder las lágrimas de orgullo que se quedaron en tu mirada como un capullo de muerte; Hace más de un año que te espero para viajar con la imaginación por la noche, entre siglos de alegría de versos en la lengua y no en este pantano de miedo y furia. Hace más de un año que no estás, ¿quién me va a salvar de tu sentencia? De tu amor inservible y miserable, de tus utopías estúpidas, fantasías que se han vuelto dolor, que se han vuelto la muerte en vano de los besos que no quieres volver a dar... Dime cuándo regresarás a cuidar de nuestros sueños, dime cuándo dejarás de ser la rabia de los días la mentira piadosa de tus amigos, el niño admirado de tus padres, dime cuándo volverás para verte cumplir tus metas dime cuándo sentirás placer cuando viajas y conoces más de ese mundo enigmático que jamás llegaste a tener cuando niño; dime cuándo disfrutarás el aplauso de quienes reconocen tu trabajo, la admiración sincera de los que te aman, una charla o un partido de futbol, dime cuándo haremos real al Suicida de Imbert dime cuándo volverás a sonreír de felicidad cuándo sentirás placer cuando te embriagas para sentirte un poco fuera de tu cuerpo; dime cuándo volverás para disfrutar la lluvia


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y la luna, y a Aronofsky, y a Sabina y Huidobro, dime cuándo secarás tus putas lágrimas, ¡Cuándo vas a llorar! Dime cuándo dejarás de ser cobarde, dime cuándo dejarás de ser promesa, dime cuándo dejarás de ser una bomba de tiempo dime cuándo te estallará el corazón... para no estar contigo Dime cuándo volveremos a hacer de la poesía una forma de vida, dime si aún hay magia en tu corazón... Hace casi un año que te espero bajo la lluvia, con los ojos cerrados a esperar que vuelvas a pisar estos zapatos en los que te estás esperando.

Tu silencio Tu silencio está a mí lado junto con el silencio de todo lo demás con el de todos los dioses o el rechinido, junto a mí y el ruido de los pasos de una sobra que se llama noche. Tu silencio es la embriagues dominante que agobia todos los temas de conversación, la pauta que provoca la caída de líquido del lagrimal con sollozos apretujados que parecen escandalosos. Tu silencio es desierto y voluble de muerte súbita y recuerdos llenos de tu aroma, de diminutos instantes de zozobra agotada o pasión encarnada en la luz de tus pupilas. De la pared salen fantasmas con marcapasos. Afuera se congeló el tiempo y se alzó un corazón sangrando como bandera. Es el grito de repudio a la angustia de sentirnos vivos mojando el viento con sueños húmedos, haciendo el aseo en el pensamiento colgando en el tendedero la furia de un mal día.

Autor: María Bazana

El silencio es todo lo que dice la nada. Y sin embargo, las palabras se revuelcan en las escaleras hacia el sexto piso de la demencia, es el ignorar la luz lo que hace chocar al ciego. Tu silencio habla por tu ropa, por tus gestos por tu ausencia. Es el juego de azar de la lengua amarrada al árbol. Un hombro disfrazado de impaciencia o la gotera de la casa de un pobre diablo. Tu silencio es el desprecio que se escurre sobre mi espalda del que brotan manos con las venas aferradas a sus raíces las que me rasguñan con sigilo en cada pausa cuando me despido de mí para pensar en ti. Tu silencio es una trinchera contra la incredulidad, Un termómetro sin mercurio. Vacío. Es un mundo imaginario, paralelo a la conciencia, al alcohol como alimento del alma a los colmillos que sangran dentro de una bestia.

Tu silencio es una mueca a distancia, el reclamó a la sucia mano tendida, un perdón vacío que se contagia como un maldito enfermo que sólo respira.

El silencio está lleno de nada. Ni de ruido ni de paz ni de silencio ni de ganas. Tu silencio es la nube que empaña la Luna el eco que no me deja descansar: porque cuando el silencio vacío crece, tú gritas lejos, dentro de mí hasta que me dejas sordo.

Ulises Casal (Estado de México, 1988), estudió periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la UNAM. Profesional en el periódico La Crónica de Hoy como coeditor y reportero de espectáculos con especialidad en cine y música, crítico de cine en su sección de

opinión La pluma y la lente en el mismo diario, cronista en la revista radiofónica Crónicas de Asfalto y apasionado y adicto de la poesía, el séptimo arte, los viajes, la noche, el amor, la comida y la cerveza, siempre inspiradora.


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La vida a cuadros, reflexiones desde el ajedrez (Tercera parte) Por Luis Flores Romero 1. Elogio del peón

S

alvo los peones, el resto de las piezas dibujará rayas azarosas en el tablero. La torre hará sus cruces, el caballo trazará espirales, el alfil diseñará sus equis, la reina se encaprichará, el rey se ocultará en la torre. El peón avanza rectilíneo, zigzaguea cuando come, se corona si es que puede. Trae un sueño de grandeza que pocas veces habrá de realizarse. Para ello, no debe combatir como ermitaño, necesita de los otros. Por fortuna, hay siete parecidos a él en el tablero. Las otras especies gemelas del partido (torre, alfil y caballo) no son menos solitarias que la reina y el rey, por más que todas ellas necesiten apoyarse entre sí. Los peones, en cambio, son una comunidad más amplia; podrán juzgarse menos, pero su posición espacial en las casillas los coloca por delante de los demás soldados. Esta colectividad y trabajo en equipo les da un rasgo propio: su aparente pequeñez se torna una auténtica ventaja. La cautela de los peones debe ser la cautela de nosotros. Podemos dar un brinco

de dos cuadros al inicio de la guerra, pero después iremos con cuidado, poco a poco. Los peones que están frente al rey y a la reina son tal vez los más envalentonados. Ese primer avance es provocativo, en él se transparentan algunos movimientos posteriores. Un peón que comienza la partida insinúa las posibles jugadas siguientes. No sólo se trata de adelantarlo dos casillas, sino también de sugerir el desarrollo de la lucha; capacidad que tiene un contrapunto cuando hay un peón que estorba el paso de su compañero. Un peón obstruido por otro es un sujeto silenciado por un semejante suyo, es una pieza entorpecida por un análogo. La fuerza de un peón central en la apertura será equivalente a la fuerza que posee un peón marginal cuando está por acabarse el juego. La carrera de los peones por conquistar una corona es un momento acelerado en la partida próxima a concluir; sobre todo cuando un peón negro y otro blanco nunca se movieron y, ya por el final, se apresuran con una urgencia de corredor u hormiga.

El peón puede ser la figura que refleja al hombre, sin embargo, también es la pieza que más contradice al jugador. Un ajedrecista es un ser solitario, está solo en la contienda: controla su ejército mientras del otro lado existe el contrincante controlando otro ejército. El peón es lo opuesto al ajedrecista. El jugador, mientras combate, necesita estar aislado para poder maniobrar su maquinaria. Un peón aislado no funciona: el abandono siempre es un obstáculo. El aspecto sustancial de los peones quizá no sea el de su pretensión por llegar a la última casilla, sino su fragilidad. A veces parecieran tan frágiles que su sacrificio llega a ser un beneficio. El gambito de dama aceptado constata la destreza del jugador y su arrojo por permitir la muerte de uno de sus peones a fin de optimizar su estrategia. Intercambia a un soldado por la idea de tener una posición privilegiada en el juego. Al final de una partida, este menosprecio cambia de manera radical: un peón de ventaja casi asegura la victoria.


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15.06.2015 John Cage y Marcel Duchamp jugando ajedrez.

Es mejor guardar cierta distancia con los que se asumen alfiles, caballos o torres. Saludable es desconfiar de aquellos que se sienten reyes o fingen parentesco con la dama. No hay una pieza tan humana como el peón. Es de peones simpatizar con los peones, y es de humanos sentirnos peones de ajedrez. Pensarnos peones es tener la sensación de estar frente al tablero como si se estuviera a la orilla del futuro, bordeando lo desconocido. Caminantes sigilosos iremos hasta la última línea, sin volver atrás. Entenderemos, mejor que cualquier otra pieza, la condición del tiempo: el tiempo, las personas y lo peones nunca habrán de retroceder.

2. ¿Futbol o ajedrez? En el mundial de 2014, el ya inolvidable partido de Alemania contra Brasil despertó puntiagudas bromas y reflexiones de distinta profundidad. Brasil, equipo anfitrión, era uno de los favoritos; sin embargo, en la semifinal, vino su derrumbe: 7-1 el marcador, favor Alemania. No podía ser de otra manera: la selección pentacampeona se volvió un monumento frágil, pronto a desmoronarse en cualquier partido, tal vez ante cualquier rival. Y fue nada menos que Alemania quien descubrió la fragilidad del cuadro brasileño. ¿Qué habrá pensado la afición sudamericana durante la masacre? La única alternativa era dejar de creer, repensar el entorno, recordar que sólo se trataba de un mal juego, pero juego al fin de cuentas.

Durante el partido, cuando la catástrofe se llevaba a cabo, un locutor mezclaba sus opiniones con la narración de aquella goliza. En los primeros minutos, comenzó a comparar el partido con un juego de ajedrez: el equipo brasileño —decía— ataca nada más con puros peones, mientras Alemania tiene un desarrollo intenso con sus piezas más valiosas. Al escuchar este símil y contemplar la lluvia de goles, concluí que, si ese partido en verdad fuera de ajedrez, se trataría de un juego en completo desequilibrio, quizás un principiante contra un gran maestro. Luego visualicé otra posibilidad: a lo mejor aquel desastre se podría traducir a un enfrentamiento de dos ajedrecistas experimentados y con cierta trayectoria, donde uno de ellos comete errores dolorosos. La semifinal catastrófica de Brasil contra Alemania es equiparable a la partida inmortal del mexicano Carlos Torre contra el alemán Emanuel Lasker, cuando el despiadado torbellino de Torre destruyó al ejército negro. Conforme el locutor transformaba en tablero de ajedrez aquel campo de futbol, fue inevitable imaginar a un ajedrecista en total desacuerdo: “¡cómo se atreven a igualar el juego ciencia con el circo de las masas!”, pudo haber exclamado. Tal vez otro expectante, más accesible y menos categórico, opinó distinto: “claro, mucho tienen en común ambos juegos: el gol y el jaque son el síntoma de un mal camino o de una posible victoria, el silbatazo final y el jaque mate son el golpe definitivo…”. Las semejanzas

son obvias y elementales; las diferencias, inmediatas e infinitas. Será tarea de alguien más señalarlas. Más allá de las similitudes entre piezas y deportistas, hay otro rasgo en común. Se trata del entusiasmo, encantamiento e interés con que los espectadores presencian una partida ajedrecística o futbolera. En más de un caso, el público es el mismo; hay aficionados capaces de disfrutar, e incluso practicar, ambas disciplinas. El asombro ante esa contemplación produce efectos diferentes. Quien mira el futbol experimenta una euforia que va de adentro para afuera; el que observa una partida de ajedrez manifiesta un ímpetu de afuera para adentro. En un sofá o en un estadio, la afición corea los goles. Alrededor de una mesa, un grupo de curiosos se congrega en silencio y visualiza varias posibilidades de ataque en el tablero. La expectación de ambos eventos posee un sentido estético. El público se sumerge en el partido como si fuera la trama de una película, el paisaje del mediodía, o un cielo lleno de estrellas. Las chutadas, los enroques, el tiro de esquina, el salto del caballo lo envuelven y lo hacen temblar. La atmósfera resulta bella, hay una misteriosa empatía entre el deslizamiento del balón y el de un alfil. Ya no solamente es el juego, es la danza, las variaciones imprevistas, las figuras que dos o veintidós jugadores van diseñando poco a poco. Con la sensibilidad suficiente, un partido de ajedrez o de futbol es una degustación polisémica. De pronto, deja de existir la fuerza de dos contrarios y sólo queda la música que producen, la ambientación de signos y azares en sesenta y cuatro casillas o en una cancha. Si resulta interesante observar un partido, observar a los que observan es también una experiencia reveladora. Al borde de la silla, un individuo reza para que un penal sea fallado; otro, estudia religiosamente el movimiento de una reina. El espectador tiene la fortuna de no ser caballo, delantero, peón o defensa, sino sólo público. Él está del otro lado, participa de los goles y los jaques pero no está en sus manos interferir en ese destino, como tampoco está en su poder salvar la vida de algún personaje cinematográfico. Un buen espectador sabe mirar estéticamente no sólo un partido de futbol o de ajedrez, sino también la vida. Bueno o malo, al fin de cuentas, todo se trata de un juego y nada más. Todo individuo, de alguna forma, es ajedrecista, árbitro, pieza, balón y futbolista al mismo tiempo.


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3. Elogio del caballo El poeta chileno Gonzalo Rojas (19172011) impartió la clase de teoría literaria en alguna universidad de los Estados Unidos. En cierta junta de profesores, mientras todos hablaban inglés y él se aburría terriblemente, escribió las siguientes once líneas: Al fondo de todo esto duerme un caballo blanco, un viejo caballo largo de oído, estrecho de entendederas, preocupado por la situación, el pulso de la velocidad es la madre que lo habita: lo montan los niños como a un fantasma, lo escarnecen, y él duerme durmiendo parado ahí en la lluvia, lo oye todo mientras pinto estas once líneas. Facha de loco, sabe que es el rey. ¿Qué significa “todo esto”? ¿Al fondo de qué? ¿De toda conversación inútil? ¿De toda esta mundanidad predecible? ¿Qué habría sucedido si este poema se hubiera desarrollado en un ámbito ajedrecístico? Uno de los caballos blancos, en pleno desarrollo de la partida, quedó aislado en una esquina. Ahí está, al fondo de todo el juego; duerme, está preocupado por la situación, espera algo. Hay una latencia incuestionable, existe en su quietud el pulso de la velocidad: con sólo dos movimientos llegaría al centro del juego, dominando ocho puntos a la vez. El caballo es la figura más expresiva; los cuatro del ajedrez ejecutan la danza en el tablero, son la entidad chispeante, el de repente, lo que salta con espontáneo salto, la sorpresa. El silencio del caballo sobresale ante los otros silencios; tal vez por su forma, por sus ojos, por la manera en que avanza. Tal vez su expresividad sea consecuencia de su carácter imprevisto: duerme al fondo de todo esto, y de pronto galopa, y cuando galopa amenaza a dos o tres piezas desde un mismo cuadro. Puede proteger al rey de un jaque, pero ninguna pieza podrá protegerse del caballo; ningún soldado se cubrirá de la amenaza equina; habrá que mover la pieza intimidada o contraatacar. Lo que distingue al caballo es el salto, ese movimiento matemático, flexible aunque metódico, recto y rotatorio, movimiento disidente. Es fácil explicar cómo se mueven las demás piezas. El caballo no, el caballo tiene su invariable ruta. Camina dos

cuadros y después se gira como si se arrepintiera, como si buscara distraer la partida. Va para adelante, luego da la vuelta. Este dar la vuelta es un prodigio casi bailarín: uno, dos, a la izquierda; uno, dos, a la derecha. Siempre del cuadro blanco al cuadro negro, del negro al blanco. Sentirán envidia los alfiles, ellos que solamente saben desplazarse en un mismo color de las casillas. Sentirá envidia la reina, ella que puede moverse como cualquier otra pieza, menos como el caballo. No creo haber sido el único niño al que le gustaba transformarse en un caballo de ajedrez cuando había un piso cuadriculado. Ese desplazamiento en “ele” me divertía mucho; el patio se tornaba un tablero de ajedrez que yo lo recorría con un trote decisivo; buscaba llegar a cada uno de los cuadros, sin temor de ser comido. El ajedrez del piso era el juego para una sola figura: el caballo que yo era. Esa alegría cabalgante sólo la he experimentado otra vez cuando conseguí realizar el ejercicio del “caballo loco”: un viejo problema donde el caballo debe recorrer las 64 casillas del tablero sin repetir ninguna de ellas. Cuando logré completar todo el tablero, supe que ninguna otra pieza me despertará tan grande fascinación. La última particularidad del caballo, y quizá la más encantadora, es su única silueta. No hay otra figura en el ajedrez que sea tan transparente en su fisonomía. Ni la torre es tan prototípica. Por supuesto, el caballo del ajedrez no es de cuerpo entero, es sólo la cabeza, símbolo de todo el poderío que representan estos animales. Ninguna otra pieza tendrá una postura tan firme en el

ajedrez; los caballos apuntan hacia el frente casi como proyectiles. Existen ajedrecistas que prefieran colocar sus caballos de forma ladeada, es decir, como si fueran cómplices y se miraran entre ellos, en lugar de observar al enemigo. Sería interesante colocar a los caballos de un mismo bando de tal manera que se dieran la espalda, o ¿qué pasaría si los pusiéramos de modo que le dieran la espalda a todo el juego?, tal vez esa rebeldía pueda causarle un susto al contrincante. La soltura equina se advierte cuando la contienda va por la mitad. Entonces los caballos se desplazan, son más peligrosos, pueden deshacer la protección de un monarca enrocado. Cambiar un caballo por un alfil resulta más tormentoso que intercambiar las reinas. Una partida sin caballos es una partida sin música, es una guerra menos lúdica, menos imaginativa. Cuando un caballo logra llegar al final del partido, se vuelve majestuoso, destaca más que el resto de las piezas sobrevivientes. Dar jaque mate con un equino significaría una especie de coronación; sería demostrarle al rey que ese movimiento delirante del caballo es superior a su corona. El caballo es el loco del tablero. Facha de loco, sabe que es el rey. Luis Flores Romero (Ciudad de México, 1987), Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado en algunas revistas impresas y electrónicas como La palabra y el hombre, Casa del tiempo y Punto de partida. Es autor del poemario Gris urbano, publicado en 2013 por la UACM. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas durante los períodos 2010–2011 y 2011–2012. Actualmente es locutor radiofónico y comparte poesía satírica y burlesca en la Fan page Lufloro Panadero


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Semilla Insólita

Fotografía: Lucía López Canales

Por Lydia Zárate

Retrato impreciso de la fuga Este rumor de escarcha que ha colmados los días desde donde nos sentamos a ser náufragas del fuego. La insostenible jerarquía de la hiedra que he ahuyentado, este aluvión de polvo al que me invitas como estrella oportuna. Las costumbres de las puertas, los insectos habituales que intercambian caracolas y melancolías en la vendimia clandestina de los cuadros. Toda esta colección de nostalgias desusadas que aterrizan sobre nuestra sombra como ciudadanas invasoras del tedio. Todo pesa sobre tu augusta profesión de sílfide. Pero yo te cuido el candor, y ando encendida por los andamios de tu boca. Me reparto entre las caras tristes de tus cosas, y asigno pequeñas violencias a los rincones donde todo recobra esa estruendosa mudez de las huellas.

Discurso del intersticio Has difuminado tu porción de luz. Te cedo las entregas del vértigo, el desgastado fuselaje, mi pequeño oficio de fuego importante. Cuando por primera vez te ubique en el letargo, en la parte profesional del silencio, cuando te esté segando la voz y no caiga ni un segundo de mi ensimismado empeño sobre tu parcela de visitante. Cuando finalmente se extinga mi moderado riesgo de intersticio y acuda a tu tedio sin más temblor que el de un ala en fuga y las manos ocultas se te fragmenten como una fiebre súbita.

Cuando te suelte el descuido un guiño titubeante y tropieces con flores de ámbar, arrebatos de arena, mariposas parlantes, y las procures a tu mal como una desconcertada ofrenda a la inversa, como un obtuso anuncio de pudor, como un mal trazo en el rostro… Entonces Codiciarás el record de las sombras, irás a recoger mis huellas al paradero de la isla, recordarás el fragmento de mí adherido a tu puerta, acercarás los labios a las reminiscencias de mi copa… Para reconstruirme en el espacio de ti que desocupé como una piel.

No te estás yendo de tu sombra No hay un solo fantasma en tu pecho. Los espectros pertenecen a tus manos, aunque tus ojos adelanten todas esas cruces.

Empeño se busca Nada. Nada vuelve con tu imagen de pocos empeños. Tienes el aura difuminada de un hechizo a mitad, la marca inhóspita del agua. Te tiendes como esfumada, ni hogueras ni laureles, ni muertes de hielo te descifran la intención atrincherada. Eres la instancia muda de todo este delirio, la dalia negada, eres... nada.


Fotografía: Lucía López Canales

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Desocupando las alas

Una guerra

Voy a pensar tal vez en algo que amortigüe el ruido de este habitado andamiaje que son mis pasos. Podrías pensar de pronto que no hay pausa en estas manos mías rudimentarias, en harapos, que juegan a vestirse entre ellas con galaxias inexistentes, y alcanzan a orillarte un manojo de nadas inciertas.

Hay un acuerdo de palabras dudosas en esta urdimbre de equilibrios, una esclavitud por ceñirse a la voz, una confusión de señuelos desamparados. Y en el umbral de tu cuello una guerra, una alevosa represión de lluvia, la sierpe de mis labios insinuando ausencia.

Voy a hacerte un flujo de mí a la medida de tu supervivencia, voy a enraizar mis flores tierra adentro: que deslicen sus perfumes en inverso crecimiento, y te oculten a todas luces una intromisión de lo subyacente, de lo verídico. Voy a remendarle lo mío a tus irremediabilidades, voy a tatuarme un silencio de flor en los labios, y a volcar esta maldita intersección en algún despeñadero de sueños.

Lazos Después de todo no somos sino lazos, lazos como memoria emancipada, lazos que nos tienden fracciones de conciencia que se nos han adelantado en el tiempo. Somos la enmienda primigenia de este duelo heredado, versiones del mundo, voces en llamas, pero lazos, siempre lazos desovillándose en la desnudez de una mano que nos teje y desteje a placer como trayectos de su abismado oficio, como lluvia precipitándose sobre sí misma sin descanso…

Mar adentro No. No hay aciertos en la apuesta del aliento. Sólo la rabia cuesta arriba, la inquietud de los soles. Te roza el instante con su temblor de encuentro improbable, el desasosiego, el cobarde impulso, la piel en llamas. Una respuesta se pregunta en tus labios entreabiertos, abismados, marchitos de tanto no auspiciarle la noticia al fuego. No. No hay quién arranque tanto fuego de las manos, quién restituya la pócima del vértigo y la noche y sus pasos de universo cimbrando los cimientos de la conciencia. La sangre multiplica sus dagas. Las miradas pulsan sus temblores como velas encendidas, como inconclusos augurios, como irisados lamentos, como el rumor del río invisible que le arrastra la sangre al tiempo. Cuántas barcas luminosas mar adentro, cuántos precipicios de luz, cuántas presencias punzándole la piel al presagio, cuántas lunas... cuántas lunas retratando la silueta del aire.

Fotografía: Lucía López Canales

Lydia Zárate (México, 1976). Autora del libro Semilla Insólita, publicado por la Editorial Torremozas en España y presentado en la Feria del Libro de Madrid en Mayo del 2009. Premio Nacional de Poesía Ramón Iván Suárez Caamal 2011. Premio de poesía Griselda Álvarez 2013. Becaria del programa Apoyo de Estímulos a la Producción Artística 2011, otorgado por el Gobierno del Estado de Querétaro a través del Instituto Queretano de la Cultura y las

Artes. Forma parte de las antologías Hijas de diablo hijas de santo: poetas hispanas actuales (2013) y La república en la voz de sus poetas (2012). Su poema “Condolencias” fue publicado en la Revista de la Casa de Las Américas, en La Habana, Cuba, en septiembre del 2006. Sus poemas han sido publicados en distintas revistas literarias nacionales e internacionales. Actualmente es Editora de la revista digital La que Arde.


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Working class hero Por Luis Villalón

L

os políticos son unos vendidos. Rockstars remilgados. ¡Qué asquerosidad de mundo! Incluso en mi humilde oficio todo es dinero. ¿Dónde quedó la pasión, la cuestión artística, la trascendencia? Hay bastantes como yo en el medio, pero me atrevo a decir, a riesgo de sonar ególatra, que soy uno de los mejores en lo que hago. Los demás están en esto sólo por el dinero, creyendo a fe ciega que un montón de papel engrosará sus personalidades chiquitas. ¡Ja! Pendejos. Los he visto lloriqueando como niñitas después de que terminan su deber, sintiéndose prostitutas con clientes sucios y mal parecidos. —¡Era un hombre! –Gritan-. —¡Un pinche hombre! Qué maricones. Es el problema actual, le dan mucha importancia al puto dinero. Dinero esto, dinero aquello. Evaporan sus propias esencias en codicia. No disfrutan de lo que hacen; es más, lo aborrecen, puedo constatarlo. ¿En qué clase de mentira enferma conviertes tu vida cuando subordinas la felicidad a lo banal? Yo, a diferencia de ellos, estoy encantado con este empleo. Sí, es un estilo de vida muy lucrativo, pero eso es lo que menos me importa. Bien podría hacer esto por el salario mínimo. ¿Que qué hago con el dinero? Guardo el excedente, sin prever usarlo en el futuro. Un poco para comer, algo para un buen trago y no más. Soy un hombre sencillo. Sí, lo sé. Bien podría donar buenas cantidades a organizaciones altruistas, pero más bien eso no encaja del todo con mi forma de ser. Hay que mantenerse fiel a las creencias de uno mismo. Mi trabajo es mi pasión, punto. Es eso que ayuda a una persona a mantenerse cuerda. Un hobbie exquisito, que de faltarme, no hubiera dudado ni un segundo en darme un tiro en el puto cráneo desde hace años. Por eso soy el mejor, el más solicitado cuando menos. Puedo enfrascarme horas y horas en una tarea que tomaría unos cuantos minutos. Llámenme perfeccionista si quieren, pero no quedo satisfecho conmigo mismo hasta no plasmar en lo que hago el ambiente, el sentimiento exacto que se encuentra en mi interior. Creo que en cierta forma tampoco busco un reconocimiento que pudiera

Autor: María Bazana


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15.06.2015 Avaricia por G. Pencz.

generar fama alguna, es por eso que me gusta dejar todo en el anonimato, nada me costaría plasmar mi firma en mis trabajos terminados; simplemente no se me antoja, no sé por qué y no me interesa averiguarlo. Sin embargo, espero motivar a las personas de una u otra forma, ya saben, que vean de lo que soy capaz, tanta minuciosidad sin esperar nada a cambio, que sientan mi pasión. Sería agradable saber que por lo menos alguna de las personas que han contemplado mi deber terminado decida aplicar el mismo entusiasmo para con el suyo. Y no, este tema motivacional no es ni por poco mi meta final, digamos que es una prerrogativa que me hace sonreír. Mi meta final es, en sí, la misma meta final de mi desempeño. Digamos que soy el tipo adecuado en el lugar adecuado, sin más. *** El cuerpo del niño no presenta marcas de tortura, tampoco ninguna herida o signo que denote resistencia. Vino aquí por propia convicción, si se le puede llamar convicción al obrar de un niño de unos siete años. Perdió la vida al instante, recibió el tiro de gracia en la sien izquierda. Puede presumirse parentesco con el otro occiso, incluso, me atrevo a afirmar, que el asesinato del chiquillo formó parte de la tortura del adulto. Quizá su propio hijo, asesinado a sangre fría frente a sus ojos. Lidiamos con un sociópata hijo de puta. Llevaba años sin ver un crimen tan aparatoso, ¡repugnante!, ¿qué tan enferma debe estar una persona para carecer del menor respeto por la vida humana? No creo que este crimen pueda considerarse un delito pasional, alguien dirigido por el odio no tendría la paciencia para tratar a este pobre cabrón de la forma que fue tratado. Un arrebato de odio puro hubiera terminado con, en el peor de los escenarios, una golpiza brutal de unos diez minutos hasta que el hombre perdiera el conocimiento y posteriormente la vida. Este bastardo aplazó su sufrimiento por horas, mezclando el infierno psicológico de la impotencia que sintió al ver a su hijo asesinado sin poder impedirlo seguido de una dotación de dolor físico propiciado por las técnicas de tortura más infames. Me faltará estómago para poder redactar el informe de este caso. ¿Será el trabajo de un sólo hombre? El cadáver fue presentado maniatado a una silla, tirado, de espaldas. Ambas muñecas fracturadas, las uñas de los dedos meñique, anular y pulgar de la mano dere-

tefacto de esta índole para confirmar la teoría. Por último, cabe destacar que el cadáver presenta una jeringuilla inyectada directo al corazón, previsiblemente una dosis de adrenalina para reanimar al occiso durante la tortura. Se esperan resultados de necropsia para determinar la causa de muerte.

cha habían sido desprendidas parcialmente con un desarmador que fue hallado en la escena. El brazo izquierdo cuenta con 17 heridas punzocortantes por toda su superficie, hechas, asimismo, con el desarmador. Hombro del brazo derecho dislocado por una fuerte contusión ocasionada por algún objeto contundente, quizá un martillo, tres moretones en la zona dan fe. Dos heridas con un arma de fuego calibre 9 milímetros en la rótula izquierda, la rodilla derecha sólo presenta una, ambos muslos lucen torniquetes aplicados con pedazos de tela con el fin de evitar el desangrado y mantener el cuerpo con vida más tiempo. Cuatro casquillos percutidos se encuentran cerca del cuerpo, uno de ellos aún caliente tras la detonación, fue usado para quemar el cuello en el área yugular. El casquillo pudo ser maniobrado con unas pinzas encontradas en la escena y, que a su vez, sirvieron para extraer dos muelas inferiores del lado izquierdo y una superior del lado derecho. El occiso carece de ambos globos oculares, todo el perímetro de las cuencas se encuentra lacerado, la sangre que emana de ellas está coagulada, se habrá utilizado algún químico que produjera este efecto. El tabique nasal destrozado por un fuerte golpe, nariz colgando en jirones de cartílago. Los pezones, al igual que la zona rectal, ostentan quemaduras de primer y segundo grado originadas por descargas eléctricas con una batería convencional de automóvil, marcas de pinzas en las zonas hacen constar la suposición. Pene y testículos completamente descuartizados, herida ocasionada por algún aparto eléctrico de rotación de motor y cuchillas similar a una licuadora, no se encontró ningún ar-

*** Él se ha ido. No pude hacer nada para impedirlo. No podré hacer nada para hacerlo volver. Es extraño, y sobretodo irónico, en estos momentos me siento más vivo que nunca. Como si todo lo que había sido mi vida hasta este instante no fuera más que una antesala de tedio, un purgatorio carnoso. Los minutos se sucedían de una forma irreal, algo inconexa, como si estuviera viendo desfilar mi vida desde una perspectiva ajena. Esta desesperación, este dolor me vuelve real, en comunión conmigo mismo. Por primera vez me contemplo desde adentro, no puedo, ni mucho menos, aceptar que es una sensación placentera , todo lo contrario. Pero es esta desesperanza, este interminable nudo en la garganta lo que me hace aprehenderme, así, con hache; lo que le da sentido a todo. Las piezas se acomodan, al fin todo se presenta sin distorsiones. Puedo gritar sin titubear: ¡Yo soy yo! O al revés: ¡Hoy yo soy! Este personaje tan nefasto que me ha causado el peor dolor de mi vida a la vez me abrió los ojos. ¿Ángel o verdugo? Un mesías, de eso no hay duda. ¿Cómo proceder? Hay tanta de esta realidad purificada que se vuelve caótica. Manteniéndome sereno, como siempre he sido, sólo puedo pensar en mi libre albedrío. Sabía que esto, tarde o temprano, terminaría en tragedia. No puedo culpar a ese hombre que llegó como una cubetada de realidad, por mis acciones. ¡Venga! Él sólo hacía su trabajo; apuesto a que de una manera inconsciente, sin pensar en lo revelador que resultarían sus acciones, en lo nítido de la realidad que esparce. O quizá, tal vez, él está plenamente consciente de lo que hace. Incluso hasta orgulloso. Regalarle a un montón de escoria, como yo, estas revelaciones, darles estas fuertes dosis de sí mismos. Ángel de realidad, un regalo así es digno de ser profesado. Luis Villalón, México, D.F. 1987. Egresado de la carrera de periodismo en la FES Acatlán. Escritor a tientas. Co-creador y colaborador frecuente en el blog de literatura de-tetas.blogspot.mx Bajista de la banda de Hard Rock: Xkeban. Comediante.


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Cine y literatura

La guerra y la paz, película.

Por René Avilés

P

or más afinidades que haya entre novela y cine, si no hay un excelente guionista, la adaptación terminará en un inmenso fracaso, como la mayoría de los relatos llevados a la pantalla grande.

Desde su nacimiento, el cinematógrafo ha echado mano de la literatura. Novelas, obras de teatro y cuentos han sido utilizados para confeccionar películas. A su vez, la prosa narrativa tomó del cine muchos de sus recursos para modernizarse radicalmente. La novela del siglo XX está en deuda con la cinematografía y al revés. A pesar de que son lenguajes distintos (el cine son imágenes y movimiento, la literatura, palabras), ambas estéticas insisten en aprovecharse mutuamente. De esta manera, digamos, la cinematografía no deja libro exitoso sin convertirlo en guión y filmarlo, dejando con frecuencia poco de la obra literaria valiosa. Tengo la impresión de que raras veces la película basada en novelas o El gran Gatsby, película.

cuentos consigue superarlos. Balzac, Tolstoi, Verne, Dostoievski, Víctor Hugo, Dickens, Austen, Hemingway, por citar a unos cuantos de los autores más adaptados, para la pantalla han perdido buena parte de sus altísimos méritos, si acaso supervive el argumento. Al llevar a La guerra y la paz, de Tolstoi, al cine, por más correcta y respetuosa que sea la adaptación, no queda mucho de lo que su autor pretendió decir. Para no perder detalle de la obra maestra literaria habría que filmar muchas horas y pocos espectadores resistirían una rigurosa presentación cinematográfica de la novela épica. Por ello, quizá, se presten más al cine las novelas cortas. Pienso en El viejo y el mar, de Hemingway, o en El gran Gatsby, de Fitzgerald.

De todas maneras —y aunque el novelista narre fascinantes aventuras, sea un autor de acción— no es fácil gozar el texto literario y luego quedar satisfecho con el filme. Cada vez que voy al cine a ver una novela convertida en película regreso con la sensación de fracaso. Aunque no siempre: me emocioné con Muerte en Venecia, de Visconti, por la belleza plástica y el soporte musical de Mahler. Asimismo me gustó mucho Tom Jones, aunque no sobrevivió gran cosa de la novela de Henry Fielding. Contamos por cientos los autores que han sido francamente vejados por el cine: entre ellos están Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft. Siendo generosos se podrían salvar Los crímenes de la rue Morgue y La caída


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Naranja mecánica, película.

de la casa Usher, de Poe, y nada de Lovecraft: aun en tiempos de alta tecnología y magníficos trucos, sus atroces invenciones y el terror que inspiran sus relatos no han podido pasar exitosamente a la pantalla. Algunos especialistas afirman que la novela es el género más afín al cine “por su amplitud de acción, pero sobre todo por su capacidad de manejar libremente el tiempo”. Tal vez. Sólo que por más afinidades que haya, si no hay un excelente guionista, la adaptación terminará en un inmenso fracaso, como la mayoría de las novelas y cuentos llevados al cine. El teatro, es obvio, está más cerca de la cinematografía que la novela. Por ello, Shakespeare o Tennessee Williams han sido mejor captados que Cervantes y William Faulkner. Pero dentro de la literatura hay un género, el policiaLos pájaros, película.

co, que cuenta con un público fiel y esta pasmosa fidelidad ha pasado a las salas cinematográficas. Desde Dashiell Hammett y su célebre El halcón maltés, asombrosamente interpretado por Humphrey Bogart, y aun antes con películas basadas en las novelas de Arthur Conan Doyle, el espectador-lector y el lector-espectador (de los dos tenemos) han sufrido con sus héroes y odiado a los villanos, pese a que los primeros se han ido haciendo cada vez más rudos y brutales. Ya Mike Hammer era un ser violento y James Bond lo es en demasía. El cine y la televisión lanzaron a Mike Spillane y a Ian Flemming a la popularidad. Sus fórmulas son sencillas: imposible darle armas convencionales a los héroes policiacos ni tampoco tramas fáciles de seguir, a cambio, sexo y rudeza. Sólo Agatha Christie desoyó

la nueva manera de conseguir el éxito y siguió escribiendo novelas en las que los héroes son, prácticamente, incapaces de tomar un arma. Como Sherlock Holmes, preferían la inteligencia, la lógica deductiva y los claustros. Ignoro qué tanto Raymond Radiguet, de haber vivido, estaría satisfecho con los resultados de Claude Autant Lara al llevar a la pantalla El diablo en el cuerpo, una de las grandes novelas del siglo XX, escrita por un joven que no cumplía 20 años, por cierto amigo íntimo de Jean Cocteau, cuyo cine era arte puro. De lo que sí estoy seguro es que el genio de Alfred Hitchcock logró superar el relato Los pájaros, de Daphne du Maurier, y que a cambio la cinta Naranja mecánica provocó malestar en Anthony Burgess. Hay autores que jamás podrían ir al cine. Algunos son Borges, Joyce y Proust, o el Breton de Nadja. Se perdería la hermosura de sus textos literarios y sus personajes nada ganarían con el movimiento. Tengo la impresión de que Kafka jamás ha sido captado por un cineasta, ni siquiera por Orson Wells. A cambio, es probable que el complejo T. H. Lawrence hubiera disfrutado Lawrence de Arabia, de David Lean, de memorable reparto, basada en su libro Los siete pilares de la sabiduría. Algo semejante pudo ocurrir con Espartaco, filme edificado a partir del trabajo literario deHoward Fast. En fin, el tema es largo y complejo, polémico. www.reneavilesfabila.com.mx Texto obtenido de Excelsior. Publicado con el permiso del autor.


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Take my hand, I’m the stranger in Paradise Por Ximena Cobos

E

sa mañana Sofía acudió al Zoológico de Chapultepec luego de haber olvidado cuántos años pasarían desde la última vez que lo visitó. En la entrada del Bosque la esperaba su amigo Roberto Xulú, con quien, además de ser la persona que más frecuentaba en los últimos meses, podía mantener largas conversaciones que saltaban de un lugar a otro sin que sintieran un corte entre tanto divague. Mientras caminaban, Sofía explicó a Roberto por qué lo había citado ahí, no como otra de sus tantas excentricidades, aduciendo que había tenido un sueño algo revelador. Por su parte, Roberto aceptó gustoso y prefirió no indagar más en las extrañas razones de su amiga, por lo que mejor contó durante el trayecto episodios de cuando, pequeño, su padre lo traía a Chapultepec junto a su hermano y entonces, decía, corrían por entre los árboles o subían a alguna de las lanchitas del lago, que antes no estaba tan verde. Sofía lo miraba sonriente, sólo recordaba una única ocasión en que visitó aquel lugar junto a su familia; además, de todo ese paseo dominical, únicamente guardaba las imágenes deslumbradas por el sol de un árbol, un balón y un sándwich de aquellos que no siempre su madre le permitía comer. Al llegar a las puertas del zoológico se encontraron con que el ingreso era libre. Una vez dentro, iniciaron el recorrido viendo antílopes y Sofía no tardaría en quejarse del espacio tan reducido en que habitaban, si a eso, ambos coincidieron, se le podía llamar vivir. Observaron por primera vez la figura imponente del búfalo que, de acuerdo a la ficha técnica y luego de apostar cinco pesos, era lo mismo que un bisonte. Durante su visita, ninguno de los dos pudo explicarse cómo es que mantenían dos cuervos sin jaula y en exhibición sin que atacaran a la gente o escaparan volando atropelladamente. Además del detalle de que no se encontraban en el área de las aves.

Por supuesto, Sofía no quiso entrar al insectario y a las dos de la tarde vieron pasar una Morpho didius volando bajo, la cual, aseguraron, indiscutiblemente se encontraba desconcertada en el exterior tan vasto y concurrido luego de escapar del mundo reducido que era el mariposario, lo que Roberto ligaría a algún presocrático. Más adelante y con un montón de niños a los lados, observaron alegremente y con cierta envidia un par de lobos marinos, cuya fisonomía no dejaba de impresionarlos. Sofía se tomó cierto aprecio instintivo por aquellos ojos completamente negros, tanto que parece que no ha podido olvidarlos. No obstante, su paso por aquella zona les dejó una desilusión al enterarse que no había pingüinos. Y es que ella no había visto uno jamás y Roberto le había contado, antes de llegar a dicha área, que podían verse bajo el agua a través de grandes vidrios, generando en el espíritu de su amiga cierta expectación. Apachurrada por la ausencia de pingüinos y luego de que se hubieran perdido por un rato dando vueltas a las jaulas dispuestas en círculo donde unos cuantos osos panda apenas y se movían, por fin hallaron un mapa que, aunque no les pareció tan claro, les permitió llegar al aviario luego de que se aseguraran que no volverían a pasar por la jaula de los pandas. Ahí, Roberto admiraba despacio, guardando su distancia, la curiosidad con que su amiga se acercaba a las jaulas, sabiendo que lo que tanto le asombraba eran los colores de las plumas y la suavidad que reflejaban, además de que, seguro, pensaba en lamerlas para probar a qué sabían los colores vivos. Luego de águilas y zopilotes, en la sección de primates, iniciaron una discusión sobre el desarrollo craneoencefálico, la aposición del dedo pulgar y la capacidad motriz que demuestran tener aquellos animales. Además de detalles como el miembro expuesto que, obviamente, Sofía resaltó, así como la ausen-

“Ximena Cobos CRUZ (para no olvidar el puerto que le puso a mi sangre la necedad de buscar calor a toda costa), es una mujer que a sus 26 años busca titularse de la carrera de Letras Hispánicas, pero que, ya que la única montaña rusa a la que me he subido es a la de las emociones, escribo en todas las hojas que me encuentro textos muchas veces ininteligibles. Por ello, me declaro una de las categorías faltantes en el Manifiesto Infrarrea-

cia o presencia de cola que había en algunos. Aunque jamás tuvieron una respuesta para el trasero rosado del mandril como parte fundamental en el proceso evolutivo. Mientras ellos continuaban comparando las huellas que ponían en las tablas de explicación y luego de que Sofía pasara por un episodio de indignación al ver el lugar tan pequeñito que habitaba el orangután, se sintió ansiosa por mantener un contacto más real con aquel sujeto de pelo más que abundante, algo menos mediado por los vidrios y más intervenido por el aíre. Sofía no podía parar de mirarlo, quería que le hablara como en aquella película donde sale con un smoking, siempre le había parecido que no era tan alto y ahora que lo tenía enfrente, le seguía recordando a un triste anciano que hacía jazz con un piano. Cuando Roberto logró separarla del vidrio donde el orangután la miraba, una serie de gritos los tomó por sorpresa. Niños lloraban asustados, se veían guardias correr por entre los pasillos con sus radios en la mano y los padres que habían ido para pasar un día ameno con sus hijos ahora se miraban enojados. Una hora más tarde se les vería salir del zoológico por una puerta totalmente diferente a aquella por la que entraron. Al cruzar el umbral, la tomaría de la mano asegurando —Somos libres, ahora sólo tienes que caminar erguida. Sin embargo, de ella se escaparía el instinto de volver a colocar las manos sobre la tierra para sentirse más segura, pero a él la detendría a prisa. Así, mientras caminaban por aquel sitio sin mirar atrás, con cierto nerviosismo ella alcanzaría a preguntar —¿Crees que les crean a los humanos que dejamos en la jaula? Un NO simple pero grave cimbraría su cuerpo y, aunque ambos sabrían, era el intento por tranquilizarla mientras lograban encontrar algún letrero que los condujera a la salida definitiva de aquel sitio tan lleno, rodeado completamente de una fuerte reja color verde, ella continuaría el recorrido con un nervio especialmente ancestral.

lista de Mario Santiago Papasquiaro: El Caos Total. He publicado en dos ocasiones en la revista Letras de Reserva, pero manejo un blog junto a un amigo en el que, creyente fervorosa de que un escritor, antes de ser leído, necesita generar un público, busco acercar a cualquiera que se deje con mis textos a los autores que me han construido”, así se autodefine nuestra colaboradora.


30 El Mollete Literario

15.06.2015

O el todo o la nada Por P.I.G.

E

n este país garnachero y de calles contaminadas hasta la azotea, de alcantarillas obstruidas y tenis colgados en los cables de luz, la diferencia económica entre los diversos sectores de la población es más que obvio y además es un tema comentado hasta el hartazgo. La desigualdad monetaria, la capacidad adquisitiva, perversa e infinita para unos, carente e inalcanzable para otros, es tan latente como el espíritu sobreviviente de la mayoría y el despilfarrador de unos pocos. ¡Bah! No me interesa ahondar en esos tópicos ultrajados a más no poder por los aspirantes a neoeconomistas de pláticas de café, chela, porro o de noventa minutos de inyección futbolera. Lo único que me (pre)ocupa en este momento es dar mi opinión sobre otra de las discrepancias existentes en este México del siglo XXI que huele a siglo XIX: la de los espacios a donde podemos escapar del mundo y taparnos de alcohol. ¿De verdad hemos fracasado tanto como sociedad, que ahora ya existen pulcatas V.I.P.? Claro que esta diferencia de “estatus” (palabra obligada) depende en toda medida de la

zona que se pise, y puede que la disimilitud se ensanche entre una colonia y otra, entre una ciudad y otra o entre un estado y otro, pero que la disparidad sea palpable a unas cuantas cuadras de distancia debería preocupar a propios y extraños (bebedores y sociólogos, por ejemplo). La última y única vez que he visitado la capital de Oaxaca, caí en cuenta que, más allá de toda la multicoloridad que amalgama esta joya histórica del país, una calle, Macedonio Alcalá, conformada por casitas multicolores de todos tamaños y formas, con pasajes culturales y puestecitos de exquisiteces gastronómicas, es el hervidero en el que confluyen, juntos pero no revueltos, los que no reparan en gastar dos grandes por un buen trago de mezcal y quienes con recelo escatiman trece pesos para comprar una cerveza de medio litro. Es cierto, de aquel lado (arriba) hay turistas y por ello los precios más elevados, y de este otro lado (abajo) quienes visitan son los vecinos, los trabajadores de la zona, los borrachos de siempre. ¿No es el objetivo el mismo, empedarse, salir echando tumbos, vomitando, gritando, buscando otro lugar para continuar

la fiesta? ¿No es el mismo efecto el que causa un mezcal barato que aquel elixir supraterrenal de las grandes destilerías y en el que se involucran más de veinte años de producción? Entonces por qué pagar tanto para tener acceso a la terraza de aquel lugar de exclusividad innecesaria, cuando todos sabemos que a la hora de sentarse a echar el trago las nalgas pueden aclimatarse a cualquier tipo de silla, dura, suave, acojinada, de madera, de piedra o, en el peor de los casos, sin silla, de pie, a la espera de que el efecto etílico llegue a las piernas y éstas traicionen la confianza de su poseedor. En un espacio reducido de terreno están los bares paragentebienquepuedepagarmuchoporuntrago y los lugares acondicionados para servir de cantina, con unas cuantas mesas, unas pocas sillas, una rocola, mujeres ficheando, un cantinero malencarado y con un anuncio como tarjeta de presentación que te invita a salir huyendo: “el mejor lugar en la zona más segura”. El primer y tercer mundo del alcohol convergen en los extremos de un mismo lugar.

Acá, en la capital, las cosas son semejantes, pero al menos (aunque eso no representa un alivio) las diferencias entre las chelerías snob y los hoyos de mala muerte están marcadas por cuando menos media hora de traslado a través de la ciudad de la esperanza o sus alrededores. Es como si en el corredor Francisco I. Madero del Centro Histórico te toparas con “antros de etiqueta” (explíquenme exactamente qué cosa es eso) y un lugar donde venden chelas de forma legal pero no regulada y a menudo los turistas que se aventuran a entrar salen, pero en camilla, cobijados por sábanas blancas, con heridas en todo el cuerpo, muertos. Cosas así dan de qué pensar. Hemos llegado a la etapa de la monopolización de los vicios y de los lugares para enviciarse. Llegará la época perversa en que monopolicen a los viciosos y entonces el espectáculo habrá perdido su mayor virtud. Y beber en la calle para evitar comulgar con cualquiera de esas dos capillas tampoco es opción. Estamos perdidos.


15.06.2015

El Mollete Literario 31

Para ver en el DF Gisèle Freud y su cámara El Museo de Arte Moderno presenta la exposición Gisèle Freud y su cámara, segunda exposición de la artista berlinesa en México. Considerada la mejor cronista visual de la vanguardia parisina de la entreguerra con sus retratos de Joyce, Walter Benjamin, Virginia Wolf, Juan Cocteau, Simone de Beauvoir entre muchos otros, esta nueva exposición consta de ocho núcleos: Reportajes en el contexto de la preguerra,‘Pionera del color, Camino a México, Estancias en México, Las exposiciones de arte mexicano en París, De vuelta a Europa: la consolidación como retratista, Freund escritora: socióloga e historiadora de la fotografía, y Los Coloquios latinoamericanos de fotografía. Museo de Arte Moderno. Reforma y Gandhi, Bosque de Chapultepec. Martes a domingo de 10:15 a 17:30 horas, costo por entrada $26, domingo libre. Hasta el 13 de septiembre.

Años Luz El Centro Nacional de las Artes (Cenart), a través de su Centro Multimedia, presenta la muestra Años Luz de la artista española Eugènia Ballcels, un viaje poético por la luz que deslumbrará percepciones. Compuesta por dos instalaciones: Frecuencias y Universo, acompañadas por el mural Homenaje a loa Elementos, el documental Vislumbrar el Universo, así como por la pieza Los Sonidos del Aluminio, los espera un excelente muestra sobre la complejidad de la luz, así como el misterio que encubre el universo y la aparición de vida en el mismo. Centro Nacional de las Artes. Lunes a viernes de 10:00 a 18:00. Entrada libre. Hasta el 7 de agosto.



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