Mollete literario 21

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El Mollete Literario noticiastransicion.mx

Director: Carlos Ramírez

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Mayo 15, 2015, Número 21, Tercera Época

Canto de Sirenas: El llamado de la Memoria Por Paul Martínez pág.16


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El Mollete Literario

El viaje a través de las letras

Leo, luego existo. ¿De dónde venimos, o cuándo comprendemos, como por un chispazo, que empezamos a ser? La lectura, actividad imprescindible para cualquier ser humano, nos hace ser y pertenecer a algún maravilloso y alucinante lugar. Nos hace descubrir nuestra historia conforme pasan los libros y los años. En esta ocasión Paul Martínez nos hace reflexionar la importancia que tiene en nuestras vidas la conformación de una memoria lectora. Cada lectura se ve atravesada por un recuerdo y la escritura podría pensarse como un almacenaje de memoria, o como una productora de recuerdos. En cualquiera de las dos posibilidades que sea considerada, la lectura juega un papel primordial en la formación de los recuerdos. ¿Hasta dónde puedo volver con plena conciencia para recuperar este pasado? No encuentro más respuesta que la de la propia lectura; ese sitio donde comienza la pregunta. Así, pues, pasemos a la lectura, y dejémonos llevar por el mar de recuerdos ocultos en las letras de nuestros colaboradores, el mejor viaje lisérgico que hay.

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Índice 3

Performance: Crónica a destiempo Por Ene Riaño

de un personaje 19 Memoria que no existe

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Letras Torcidas Por César Cañedo

pasos para huir del 21 Ocho mundanal ruido

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Cuento Por P.I.G., Marco Villavicencio, y Samuel Enciso

Por Ulises Casal

Por Luis Flores Romero Insólita 24 Semilla Por Lydia Zárate

Grass, el escritor Sexting 13 Günter preocupado por la ecología y el 26 Por Luis Villalón futuro de la humanidad Por Monserrat Méndez

14 Diario Por Edwing Roldán Ortiz de Sirenas: 16 Canto El llamado de la Memoria Por Paul Martínez

Árbol literario Por Luy

desaliento 28 Del Por Margarita Salazar Mendoza teoría del pensamiento 30 Lacomplejo de Morin Por Ximena Cobos

31 Reseñas literarias

El Mollete Literario Mtro. Carlos Ramírez Presidente y Director General carlosramirezh@hotmail.com Lic. José Luis Rojas Coordinador General Editorial joselrojasr@hotmail.com Monserrat Méndez Pérez Jefa de Edición Consejo Editorial René Avilés Fabila Wendy Coss y León Coordinadora de Relaciones Públicas Mathieu Domínguez Pérez Diseño Raúl Urbina Asistente de la Dirección General El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670. Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el Desarrollo Productivo, A. C.

“Tienes que amar la lectura para poder ser un buen escritor, porque escribir no empieza contigo”.

Carlos Fuentes (1928-2012)


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Performance:

Crónica a destiempo Por Ene Riaño

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ersonas que agarraron sillas, favor de quitarlas”, “personas que agarraron sillas, favor de desocuparlas” decía una invisible voz potente y desconocida en medio de la absoluta oscuridad, donde lo único que resplandecía un poco era la enorme cópula del antiguo episcopado repleta de oro. En el ExTeresa, Arte Actual, cuchicheos inentendibles e impacientes aguardaban el inicio. La voz insistente continuaba “Van a cortar el performance”, “van a cortar el performance”. Repetía así, cada vez más enérgica, hasta que después de nueve ocasiones tal mensaje fue asimilado. Silencio, alguien ¿o acaso algo?, se aproxima. Es el inicio. El público ignora la pantalla proyectora de imágenes robóticas. Dirige su mirada a ese alguien o algo infestado de pequeños relojes, esos de colores, de unos ocho por ocho centímetros; sí, esos que no cuestan más de diez pesos fuera de cualquier estación de metro de esta enorme ciudad. A ese alguien-algo le cuelgan una especie de láminas rectangulares, como espejos borrosos que sinceramente deslumbran de inclemente forma las pupilas. Decenas de modernos celulares pelean por grabar o plasmar las mejores imágenes, mismas que con certera seguridad serán borradas en menos de una semana y reemplazadas por algo más novedoso y vanguardista. Parece ser que se trata del mismísimo Tiempo en persona. “Cronos” dice la joven que está a mi izquierda, “Saaturno” pude haber enunciado yo en ese mismo instante pero para qué, si de todas formas terminaremos llamándole Tiempo. Un chico jala que jala una maleta rodante color verde, y una madura mujer le siguen. Ambos acompañantes ajustan los relojes m-a-d-e in China. Ruidos estremecedores son emitidos, todos callamos más por incertidumbre que por asombro. El chico Maleta Verde, asistente ejecutivo y/o personal del señor Tiempo, ha ido a traer una escalera de seis peldaños, color aluminio (o plateado si es que

quieren darle más valor a esta herramienta marca Cuprum), en la cual, el señor Tiempo, ante alarmas estridentes, comienza a subir. Los sevaacaer, secaerá se murmuran o se tienen en la punta de la lengua. Observamos nerviosos y petrificados, sólo esperamos por una espectacular caída. Ya arriba, Electric man? ata una hélice a una cuerda. Vueltas cada vez más rápidas, ruidos más estridentes que los anteriores y expectativas más grandes de la esperada caída que no, nunca llega. Él, Tiempo, nunca tiene ni un pequeño tropiezo, nunca se detiene y siempre sigue su curso. Avanza, sus asistentes sacan de la maleta plumones y billetes falsos con sentencias como la clásica “este es un juguete didáctico”. Se solicita la ayuda de algún espectador, Jacobo es invitado a participar. El señor Tiempo habla, y por casualidades babélicas lo hace en un fluido español, lengua imperial. Comienza a dictar a sus ahora tres secretarios: “El tiempo es una sensación de duración. Ba,ble,bla…”. Calla, enmudecido da la espalda. Reparte varas retorcidas. Él y Jacobo desarman con billetes didácticos de 500 adheridos con cinta canela dos relojitos, uno verde es, otro, azul. Ahora ya no sé lo que sentimos, ¿es asombro o incertidumbre? Camina y todos lo seguimos, con la vista. Se para enfrente de una madera paliducha que funge como pizarrón, con un plumón rojo el señor Tiempo dibuja tres círculos, sigue una mecánica similar a la pasada, sus asistentes dotan de los materiales necesarios a los cada vez más voluntarios elegidos por dedazo. Bille-relojes dentro de los circos. No me es fácil ver, la gente se aglutina cada vez más. La temperatura se eleva y los olores se entrelazan, los que sobresalen son de tabaco y alcohol, aunque nadie fuma ni bebe en el recinto, es a lo que huele, quizá sea que ese aroma híbrido delate algunas de las aficiones de los presentes… quizá sea yo, la que quiero creer que huele a eso y no quiere admitir que es a sudor, en realidad.

Laargos: Nallely Pérez Vargas, aspirante a cronista, estudiosa del decadentismo americano, en la actualidad se desempeña como correctora de estilo.


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Poesía

Letras Torcidas César Cañedo

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para Javier Ureña

Jota del reino, J nazarena, Jota de tu inicial y mi desvelo. Ángel primero cuyo urgente sieno elevo a caliz de sagrado anhelo. Canto con otra Jota, la impostada voz dadivosa de poesía preclara para darte en el alga de tu verde musgo la salmónica esencia de mi tanga elefantada: Oye, muchacho de mi ardiente vara, palidecer mi reino en tu regazo, descúbrete la espalda de un zarpazo, cubre túmulo afertil mi senara. Si al imán de tus gracias, te gratino, lisonjero, único, abierto, el mundanal mollete suave pincel que pule el caballete óleo de oscuridad que nutre el Duero. Río subterráneo de mi amor versátil, púrpura manto de cubierta púrpura, esencia olor ciruela, piel nefanda escamada del pez que fluye y brota. A otra jota arribamos y a otra alquimia, a otra canción acaso, pero al mismo y duro sexo compartido y equidistante, matemática, algebraica mi intención: si A por B, J por J y es indivisa y una la poesía.

1 Publicado en la revista Opción ITAM.

Jota de letra y carta, barajas y alfabetos, canción para guardarme de mayates, rezo para invocar al ángel de la guarda reta guardia reta guardia: ““Mi dulce compañía, no me desampares ni en lo seco ni en el día, llévame al paraíso de tus tías, me quedo con el plátano y no con la papaya aya aya. [Coro:] Los de adelante cogen mucho y los de atrás gozan igual, igual igual””. A ti quiero guardarme, santificarme, encomendarme. Por la Jota inicial de tu nombre, Javier, que es como un anzuelo que espera reencontrase con ese pez que no muere en su agonía, mística de una letra y de un destino. Porque sientes, palpitas, gozas y callas (para el mundo), un amor que desde hace mucho dice su nombre y canta con muchas voces, en muchos tiempos, en perras negras, y blancas y vomitivas de poetas atrevidos, perseguidas, violentados, admiradas, muertas, jodidos, encarcelados, somíticos, almibarados, lesbosas, tortilludas, deícticas, sinuosas, sopladores de lecho, mariposas, ninfos, volteados y jotas. Por tu afán de ser hombre y de ser mío y de lamer mi selva axila y ese pubis tan negro que deshaces en las atormentadas horas de pasión espalda, barebackers de un amor sulfúrico, que tiene del asombro la estocada a pelo. Bichis como la muerte que me aguarda después de poseerte. A ti me entrego en esta J, póker de tradiciones, bastos, espadas y copas, máscaras todas de tu nombre, arquetipo de genealogías invertidas: San Bohórquez, San Novo, San Eluterio. Ruega por los culos. Décima letra de una muerte pronta que espera el fin del sida y del calvario en las familia, las sotanas, y los adoradores del futbol, hienas al fin cegadas por su devorar y sus buenas maneras que se la pasan ahogando nuestra nueva revolución y la esperanza, nos prefieren con el culo al aire y con el corazón oculto, contoneados en República de Cuba, grises de excremento en el sexo, marchitos de labial, fabricados de bares, improductivos de redes sociales,


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enajenados por el nuevo día en el que hay legislaciones a nuestro favor, matrimonios felices a la Disney y un último vagón que se reactiva, pero en ese nuevo día seguimos atacándonos unos a otros, porque la culpa y el pecado y la señora que aleja a sus hijos de nosotros nos rompen más las ganas de ser diferentes que los rectos, porque aquél es chacal, éste una fresa, el otro un perro reprimido que nunca se quiso acostar conmigo y tiene tres hijos una esposa una cuenta a crédito y yo no tengo más que ochenta penes bien identificados para el record, mi ponzoña y mis ganas de señalar las carencias de tantas jotas tan infelices, y eso no va a cambiar. Sabedores estamos de que aquel otro día nunca llega porque el mundo y los hombres y la vida y los miedos hacia adentro y lo nacas que son tantas y lo locas que son otras y lo vacías que nos vemos al destazarnos y lo calientes e infieles que somos todas y (hasta el poeta pierde la voz) ((porque no puede llegar ese otro modo)). Pero así como moriremos en el intento de tener hijos por la vía natural, no dejaremos de reconocernos en el rosado de las tardes de pueblo, en el niñito que realiza con una gracia la primera posición de ballet, en las miradas reversibles del asfalto a la oficina, ni en las lágrimas por no poder decirle nada al mejor amigo de secundaria, ésas que se convierten luego en semen muchas veces derramado, en anhelo de campo abierto y flor de loto. Por todo eso y lo que se me olvida, Javier, te invito a que no guardes ni ocultes esta J sino que la vueles como papalote, la degustes como algodón de azúcar, la proclames como el evangelio, la vistas como las ropas nuevas del emperador, la cantes como el ruiseñor a la rosa, la recites como el padrenuestro antes de dormir, la ostentes como el título universitario, la legalices como el pasaporte, la actualices como las aplicaciones de tu teléfono, la compartas, como tu estado en Facebook, la derroches, como el dinero de tus padres, la cuides, como la salud del abuelo, la uses, como tu cuenta de Grindr, la desarrolles como la confianza, la actúes como el teatro de Óscar Liera, la integres como tu tarea de cálculo, la fortalezcas, como las encías que se cansan de sangrar en besos negros, la defiendas como a tu hermana de sus novios, la sueñes, como la mariposa que soñó que era un gusano, la publicites, como la coca-cola en tiempos del imperio gringo, la enseñes, como tu primo te enseñó por primera vez una verga que no era la tuya, la sientas, como esa tarde oscura en que te penetraron dos veces en aquél camión de ruta, la escojas como tu destino, la vivas, como tu vida amando a ese otro hombre que algún día quise ser yo.

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César Cañedo (El Fuerte, Sinaloa, 1988), poeta, atleta, profesor, investigador, actualmente estudia el Doctorado en Letras en la UNAM, donde estudió su licenciatura y maestría con trabajos de investigación sobre poetas y escritores marginales mexicanos del siglo XIX, como Antonio Plaza, Josefa Murillo y Adolfo Carrillo. Es fundador y codirector del Seminario de Literatura Lésbica Gay, UNAM y ha sido publicado en Círculo de poesía.


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Cuento Repugnancia Por P.I.G.

¿Dónde vivo? Lo peor de todo es que no tengo estrictamente un hogar, puede que me permita un lugar para guarecerme, pero no necesariamente debe llamarse Mi Hogar. Vivo con los míos, eso sí; somos muchos yo y hemos sobrevivido gracias a nuestra inteligencia más que a otra cosa. Nos movemos de un lado a otro porque la realidad no nos deja alternativa; hemos sido despojados a lo largo de nuestra historia de ese espacio que por derecho nos correspondía. Ahora nos dedicamos a viajar, errantes e impacientes por encontrar la paz. Al principio no nos tomaban en cuenta, claro, solemos pasar inadvertidos. Ahora se nos persigue cual criminales buscados por una justicia que no termino por comprender, por quién fue conferida. Si logramos llegar hasta aquí es porque hemos demostrado que incluso esa justicia, deshonesta y vil sigue sin estar a la altura de nuestras capacidades. Ahora somos legión, antes sólo un pequeño ejército de seres que intentaban sobrevivir. Hoy sabemos que vivir bajo la tierra o por encima de ella es tener una oportunidad de encontrar la muerte o de hacerse de un día más de vida. No crean que es grato vivir escondido en las alcantarillas, pero las situaciones nos obligan a eso, a organizarnos, a defendernos, a no dar por muertas las posibilidades de extender nuestros territorios y retornar a los buenos tiempos donde moríamos por equivocación o por las complejas instrucciones de la naturaleza, pero no azotados por un exterminio cada vez más exacerbado. La historia lo confirma, nunca nos hemos caracterizado por ser opresores de las demás razas, sólo nos hemos dedicado a vivir, a rentar este espacio al más bajo costo pero sin alterar el mismo con nuestras acciones. Extraño resulta que no todos piensen así cuando en verdad deberían hacerlo; no comprendo las razones de algunos de querer iniciar un suicidio colectivo, lento pero asegurado al corto o mediano plazo.

Autor: María Bazana

Nosotros somos víctimas de un despropósito de la realidad, vivimos presas de una expectativa que también merma nuestras actividades. No podemos salir a tomar un poco de sol o sombra, derecho inexorable de todo el mundo, sin sentirnos presas de las miradas lascivas de la gente, ora de terror, ora de angustia, ora de desprecio o de odio irracional. ¿Qué hemos hecho? Nunca hemos levantado una guerra en contra de ellos, nunca hemos atacado sus puntos estratégicos de vida; si sobrevivimos fue gracias a nosotros mismos y no debido a las circunstancias que ellos habrían de permitirnos para seguir adelante. Las nuestras son acciones ya no de venganza sino de absoluta necesidad, necesitamos comer, necesitamos descansar, ocultarnos de las inclemencias del clima, evitar hasta el hartazgo a los depredadores. Actuamos para sobrevivir, no para vivir cómoda y placenteramente, como ellos por cierto. Sí, nuestro aspecto puede ser patético, pero quién puede jactarse en este mundo de no serlo, ¿los humanos? Serían ellos quienes deberían ocupar la lista de los seres más des-

preciables del planeta; luego lo que han creado y luego, más aún, el futuro que les espera. Eso es patético en serio. Nosotros no buscamos la guerra, una guerra que de entrada no hará más que multiplicarnos y hacernos más y más fuertes como ha sido hasta ahora. Lo que queremos es vivir en paz, poder desplazarnos sin temor a ser aplastados o devorados, o desquiciados por aquellos que se dicen ser seres inteligentes. Las cucarachas vivimos en la oscuridad, hemos sido privadas de la luz no porque lo dicte la siempre inflexible ley de la naturaleza, sino porque así lo han establecido los caprichos del “homo sapiens”. Tenemos que roer las sobras, tenemos que tolerar caminar sobre la mierda, sobre la saliva que tan salvajemente arrojan los hombres al suelo. Ése es nuestro camino que a diario tenemos que recorrer. Me sirve de consuelo el hecho de pensar que a pesar de sus esfuerzos nunca moriremos; podrán asesinarnos a miles de nosotros sí, pero llegaremos más lejos que ellos en la línea del tiempo. La historia, insisto, nos da la razón. Uriel Arteaga Apolinar, autodenominado “P.I.G.” (en abierta referencia al personaje de Xavier Velasco), o en su modo más laxo “El Doctor Pluma” (referencia al Doctor Alquitrán de Poe), fue colaborador de principio a fin de los extintos fanzines universitarios Almohadón de Plumas y Noúmeno. Colaborador permanente del blog literario Regiones Inferiores, tuvo oportunidad de publicar una crónica para el periódico 24 Horas, en 2012. Egresado de la carrera de Comunicación y Periodismo de la Facultad de Estudios Superiores Aragón, con especialidad en prensa escrita, durante los últimos años se ha desempeñado como analista de información y corrector de estilo. Recientemente labora como asistente editorial en la Coordinación de Publicaciones Académicas de la Universidad Anáhuac.


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Minificciones

Fotografía: Lucía López Canales

Por Marco Villavicencio Encuentros Puntuales Se veían, a diario se veían, a una cierta hora de la tarde, con las campanadas que acompañaban el encuentro, con las gaviotas, las nubes y el calor azul marino que pegaba a los niños a las sombras, bajo los árboles, sudando y tragando aire a bocanadas para seguir jugando. El oleaje del mar se mezclaba con los ruidos de la gente que pasaba, mientras ellos se veían, se encontraban, uno al otro, caminando, con perfecta sincronía en sus pasos. A diario se detenían, se miraban, cambiaban palabras y se iban. Daban las tres de la tarde y los ojos enamorados se juntaban hasta besarse y reír. Se marchaban tras un enorme juego de caricias, abrazos y palabras que acababan antes que las campanadas del reloj, en una eterna carrera. Se iban, esperando el día siguiente, hasta que todas las palabras de amor pudieran ser usadas de nuevo, hasta salir por un encuentro y otro día más, basta esperar que la aguja del reloj marque las tres de la tarde para que las puertas se abran y se vuelvan a encontrar. El árbol El árbol llora hojas y nos dice de qué color debemos llorar, a veces exagera y se queda calvo, a veces sólo lloramos algunas lágrimas verdes. El árbol crece y nos dice hacia dónde debemos mirar cuando soñamos, el sol nos ciega, el árbol nos protege. Ayer vine a ver al árbol, toqué su gran tronco, sus arrugas fuertes, escuché su silencio largo y abismal. Le hice una pregunta muy importante, la más importante de todas las preguntas, su respuesta fue una hoja color naranja, la mía la absorbió la tierra. No empujar al niño Un día de esos en que el universo se encontraba inusualmente inestable, un niño que

ésta espera a su marido que está en la sala de espera de un hospital y convalece, y espera al doctor que espera tener una cura para su paciente. El doctor hace una llamada a una mujer y ésta a su amante y éste a su esposa y la última mujer que espera la llamada recibe la noticia que su marido ha muerto. El náufrago Como buen náufrago, avienta botellas con cartas capaces de hacer llorar a los burócratas, se deja una barba monumental la cual podría ser usada para barrer toda la arena, lleva un taparrabos hecho de palmas digno de los aplausos del sindicato de artesanos, nada y pesca con las manos e incluso ha atrapado presas con su boca, es experto en prender fogatas que duran semanas en tiempos de lluvia, es hábil en la construcción de casas hechas con varas. Cuenta las horas y espera algún día viajar en un crucero y escapar hacía alguna isla desierta porque ya está harto de trabajar en el call center, del piso trece. se columpiaba comprendió la complejidad absoluta del tiempo y del infinito, comprendió que su movimiento pendular se había hecho imprescindible para la continuidad del todo. Así que nunca dejó de columpiarse, hoy se cumplen 86 años desde ese incidente, el niño sigue teniendo el mismo aspecto y está categóricamente prohibido ir a empujarlo pues cualquier alteración en su balanceo podría hacer que pasaran 15 años como segundos, ya pasó una vez y fue fatal. Milagros A veces nuestros ángeles guardianes deciden presentarse visibles ante nosotros, pero los matamos creyendo que son solo moscas. Milagros II Un hombre espera a su mujer, que espera a que éste le llame, pero él no llama porque espera la llamada de su amante y

Milagros III Cuando un hombre, que por designios de fuerzas inconcebibles es destinado a morir, muere; pero si por otras fuerzas incluso más extrañas tiene la fortuna de evitar el choque en el auto, el rayo a media calle, la bala perdida, etcétera, ambas fuerzas van a dar en él la inmortalidad, que al mismo tiempo es la peor de las muertes y la peor de las vidas. Marco Villavicencio. “A veces escribo poemas o minificciones, a veces las dos y a veces ninguna. No acabé Letras porque no pude acabar de leer La Araucana y estudié diseño integral”. Villavicencio obtuvo tercer lugar de poesía en el concurso Décima Muerte de la UNAM y sus cuentos han sido publicados en las revistas El puro cuento y Migala, además de que ha realizado comics. Actualmente participa en un medio independiente que se llama El pequeño gran.


Fotografía: Lucía López Canales

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15.05.2015 Fotografía: Mathieu Domínguez

El extraño caso de Jean Carlo Durán y el doctor Enzo Encino Segunda parte

Por Samuel Enciso Cuando despertó no recordaba ya casi nada. Sólo vagamente su mente canalizó el recuerdo de una voz que parecía perdida en la lejanía del tiempo, esa voz había dicho: “El siguiente”. Pero los ojos de Jean miraban otra cosa, a la joven de voz rara que lo veía directamente a los ojos. El muchacho sintió frío y acabó por despertar completamente. —¿Q-q-qué pasó? –dijo titubeando. —Es tu turno. Ya todos pasamos, eres el último del día, parece –dijo la joven, las manchas de su cuello eran visibles aún pero parecían más tenues. Sin embargo su voz era nítida y bella como el rocío matutino. —Tu voz –dijo Jean aturdido–. ¿Cómo?... Yo pensé que... —El doctor Enzo es bastante bueno – dijo la joven y, con una sonrisa enigmática y mirada soñadora en el rostro, se fue regocijada hacia el pasillo oscuro. “Bastante misterioso”, pensó Jean, “¿quién es ese tal Doctor Enzo?”. Entonces la asistente se le acercó. —Le sugiero que entre, señor Durán, el Doctor Enzo lo espera, ya casi es la hora de su salida y en ese aspecto el doctor es bastante estricto. Apresúrese o no le atenderá. Al decir esto la asistente se cubrió la boca con ambas manos como si lo que acababa de decir fuera horrible. —Disculpe –Jean notó que ella no lo miraba, Martha parecía ver sólo el pasillo negro que quedaba frente a ella–. Vayamos. Ella lo levantó de su asiento y se alejó hacia su escritorio apenas él hubo cruzado el umbral. Dentro el mundo era diferente. Más luminoso... más natural. Todo relucía con un tono blanquiazul, como en un sueño. Justo frente a la entrada había un amplio librero con muchos compartimentos. Libros de psicología lo cubrían casi completamente. Sin embargo, en otros escondrijos yacían cosas como El Señor de los Anillos, Los Miserables de Víctor Hugo, Don Quijote de la Mancha y una extenuante colección en tomos de Dante Alighieri. Por aquí y por allá retozaban, en contraste, novelas baratas, al-

gunas otras de escritores de moda e incluso revistas sin que una tendencia en especial predominara; las había de cine, de cocina, de televisión, música, arte, moda, etcétera. La puerta abría hacia adentro, ocultando un perchero y parte de una pared que daba con el librero, esa pared estaba tapizada con un montón de marcos que contenían diplomas, al centro, no obstante, estaba una réplica de La Gioconda. Al lado del librero había un ventanal enorme cubierto con persianas, pero la poca luz que entraba por los resquicios parecía azul, no como la del sol, sino como iluminación artificial para un set de cine. Lo más inquietante era un diván en el centro de la habitación. Más allá estaba el escritorio del doctor y detrás de éste, en la pared, había otros tantos diplomas, más al centro, había una fotografía del propio doctor, sonriente, confiado, perturbadoramente confiado, era casi molesta la autosuficiencia que demostraba. Jean, que no comprendía nada se preguntó que si así lucía en la fotografía cómo sería en persona. Se sorprendió entonces, porque el doctor no estaba. Aquello era un error. Una absoluta locura. Y de pronto Jean vio algo que lo asustó, una mano que venía de abajo se posó sobre el escritorio. Y unos cabellos mal peinados asomaron. Luego unos lentes mal acomodados y mientras se incorporaba, una ridícula sonrisa, casi tonta, se dibujaba en la cara de... ¿el doctor Enzo? No se parecía nada a la foto. De hecho la visión en persona de ese hombre tan porfiado de las fotografías era como una caricatura de sí mismo. El hombre estaba despeinado y desarreglado, y esa

sonrisa tan idiota le daba el aspecto de un genio extravagante, un loco. Jean dio un respingo en su lugar. El doctor levantó la otra mano y dejó ver que sostenía la muleta que la mujer de antes le había lanzado. —La mujer que entró antes de ti estaba en un apuro... –dijo el doctor mientras caminaba hacia Jean con la muleta en la mano y se acomodaba las gafas con la otra–. Se fue tranquila, espero, pero como entró como una ráfaga no me dio tiempo de recoger esto –y dejó la muleta en el perchero de detrás de la puerta. El doctor se acomodó el cabello también y lentamente, mientras susurraba cosas ininteligibles se sentó tras su escritorio. Ahora sí que se parece a su foto, pensó Jean. —¡Bueno muchacho! –dijo el doctor con una voz profunda y reconfortante, señalando el diván–. ¿Qué esperas? Siéntate. Casi por instinto el muchacho obedeció. De pronto sintió mucho calor y hasta unas pequeñas gotas de sudor que le resbalaban por la cabeza. Se acomodó para sentarse. Apenas había tocado el forro de piel del mueble cuando... ¡MALDITA SEA! Tuvo que levantarse como si le hubieran marcado el trasero con un hierro al rojo vivo. La cabeza comenzó a dolerle. Una imagen le llegó de la nada, clavándosele en el cerebro como una flecha disparada, certera. Veía el cielo. El amarillo sol que le quemaba y varias caras lo rodeaban. Más o menos con la misma fuerza con la que vino el pensamiento se le escapó, dejándole sólo una extraña resaca. —Ya empieza –dijo el doctor mirando


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15.05.2015 unas hojas que estaban dentro de un folder azul–. Tranquilízate. Ya pasará. Inténtalo de nuevo, sólo que ve más despacio. Vamos, siéntate –añadió al ver que el muchacho miraba desconfiado el diván. Al fin obedeció, puso un dedo primero, luego la palma de su mano, al final un brazo y entonces tuvo la confianza para sentarse. Pensó que aquello debía ser demasiado cómico, y lo era, pero al parecer el doctor Encino ya estaba bastante acostumbrado pues no hizo la menor mueca de sonrisa. Después de revisar extenuantemente aquellos papeles al fin le dirigió una mirada a Jean, una mirada por encima de sus gafas que parecía lástima, pero también algo como el reproche. Súbitamente Jean tuvo una extraña impresión, más bien una pregunta. ¿Por qué había pensado que desde fuera el consultorio parecía una tumba? Apartó ese pensamiento en el instante en que el doctor con voz potente le decía: —Bueno, muchacho, tienes dos opciones... –y se levantó de su silla–. Recuéstate por favor. El muchacho, intimidado, obedeció. En el techo había un letrero con letras blancas sobre un fondo negro: MEJOR ACÉPTELO USTED ESTÁ MUERTO (A) Jean cerró los ojos no dando crédito a lo que veía, pero de todos modos se puso pálido. Cuando los abrió descubrió que el letrero seguía allí, tan nítido e implacable como hacía un momento. Sintió vértigo. —¿Es una broma? –preguntó el chico, pensando que el detalle de la A entre parén-

Fotografía: Monserrat Méndez Pérez

tesis era bastante hilarante, pero aun así, su pregunta surgió apenas con un hilo de voz, el doctor estaba a su lado e hizo un gesto negativo con la cabeza. —Te quedas o te vas –dijo el doctor. —¿Qué? —Esas son tus opciones. —¿De qué está hablando? ¿Mis opciones para qué? —Para este mundo. Alégrate. De todas las posibles decisiones que habrías tomado en toda tu vida sólo hay una ya, elemental, obligatoria, pero liberadora –el doctor rió–. Ya me gustaría estar en tu lugar. Me muero de ganas... Ja, ja, ja. Si tú me entiendes. Elige: te quedas o te vas. —No comprendo. —¿No ha leído el letrero, joven Durán? Está usted muerto, ya no es de carne y hueso. De hecho, técnicamente ni si quiera lo estoy tocando –agregó el doctor que en ese momento masajeaba a Jean en las sienes. —Tiene que ser una broma. ¿De qué se trata? ¿Es por haberle robado la novia a Tony? Ese maldito imbécil la golpeaba, nadie me puede culpar por eso. Además yo no la obligué... El doctor se llevó un dedo en posición vertical hacia los labios. Jean calló. Enzo tenía los ojos cerrados y seguía frotándole las sienes a Jean en una actitud concentrada, casi solemne. Los ojos de Jean adquirieron duda y temor. ¿Qué demonios ocurría allí? Si era una broma era mejor que parara. Y de pronto otra imagen. Miraba un campo verde y corría por él cuando todo se ponía negro y caía dolorosamente, con la cara en el pasto, azotando después de desmayarse. El dolor de cabeza que acompañaba a esas visiones era tan intenso que creía des-

mayarse de nuevo, pero la voz del doctor lo sacó del ensimismamiento. Entonces tuvo otro instante de iluminación, el consultorio era como una tumba, sí, pero como una tumba al abrirse y era tan lúgubre como el pedazo de cielo que puede verse desde dentro del hoyo en la tumba. Oh sí, ya lo recordaba todo muy claro, pero prefirió no pensar en ello en ese instante. El doctor se había ido a sentar nuevamente tras su escritorio. Sonreía. —Jean Carlo Durán... –dijo el hombre con voz de anunciante que presenta a un cantante en un programa de televisión–, ¿tienes alguna duda? Esa pregunta era insultante. Por Dios que tenía preguntas, millones le bullían en la garganta y sin embargo no era capaz de articularlas. Otra imagen le nubló el pensamiento por un momento: corría hacia una portería con un balón de americano en las manos. Escuchaba a lo lejos, como a través de un vidrio a sus contrincantes que venían detrás. De pronto no podía correr más, alguien lo sostenía por los tobillos. Cayó de bruces sobre la cal que marcaba una yarda cualquiera y entonces, así tumbado como estaba una opresión en su pecho le impidió respirar. Sentía el peso de un mundo a sus espaldas y escuchaba algo, como cuando uno se truena un dedo de la mano, pero más fuerte y el dolor era tan intenso que no lo soportaba. —¡Jean! –dijo el doctor–. ¡Vamos muchacho, casi es la hora de mi comida! No ahora, contén los recuerdos para el Pasillo de los Desprendimientos. —¿El qué? —Olvídalo. Si te soy sincero estoy bastante cansado. Las personas de hace rato me dieron un buen dolor de cabeza. A cada una le cuesta mucho trabajo entender que en realidad está muerta. Te lo hubiese explicado con más tacto pero el hambre y el cansancio –a esto el doctor se apuntó con los dedos a la cabeza– me tienen agotado. No sé tú, pero siento que me muero. Parecía que Enzo Encino tenía un peculiar sentido del humor que de alguna manera lo hacía frío, cínico para el trabajo que, sospechaba Jean, desempeñaba. —Todo indica que lo estás tomando naturalmente. Así debería ser con todos, pero los accidentes suceden. Fuiste víctima de uno, al parecer. Esta acta dice que ayer a las 5:37 diste tu último suspiro. Lo lamento, chico, pero sólo puedo decirte una cosa: valor.


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Fotografía: Mathieu Domínguez

Jean veía al doctor con la boca abierta, tratando de asimilar todo al momento, pero las imágenes de un ataúd y una iglesia, la procesión, el entierro ya se le habían acumulado mientras el hombre parloteaba. Así que lo escuchó con atención. —Casi todos ustedes... Bueno, sufren de un mal muy común. Doble personalidad. Una pasiva, otra activa. La activa es por supuesto la parte consiente, como tú ahora, la pasiva son los recuerdos. La activa dicta a la pasiva que aún queda... ¿cómo decirlo? Vida. Sí, su subconsciente cree que aún está vivo. Las personas que llegan aquí, por lo general son aquellas que han muerto inesperadamente, y, perdona que lo diga de esa manera, pero pienso que eres un paciente excepcional, tu calma así me lo sugiere, eres un hombre inteligente y que nada tiene de arrepentimiento. Jean se sintió ridículamente abrumado por el cumplido. —Entonces bien –continuó el docto–, la parte activa no acepta lo ocurrido y borra momentáneamente todo aquello que sufrió, el episodio del accidente, si me sigues. Hasta antes de pisar este consultorio no sabías qué pasaba. Te apuesto que no podías recordar como llegaste aquí. Jean Carlo sacudió la cabeza. —Ya me lo imaginaba –prosiguió el doctor Encino–. Pues bien, he aquí que tú ya lo asimilaste. Yo no tuve nada que ver. Te felicito. —Doctor –logró escupir Jean–... ¿cómo es que usted puede...? —¿Hablar con los muertos? –Jean asintió, estaba sorprendido–. Acércate, mira esto.

Jean se levantó sintiendo que el mundo se le movía bajo sus pies, fue hacia el escritorio. El doctor tenía una mano levantada, señalando algo en la pared, uno de tantos diplomas. Aquél se le expedía como Psicólogo Paranormal. —Psicólogo de Fantasmas, en otras palabras, hijo –y se rió–. Soy una rara especie. Digamos que tuve experiencias fuertes durante mi crecimiento. Eso me acercó a la otra dimensión. La gente –volvió a reír–, la gente viva quiero decir, me toma por loco, por un charlatán. No me importa. Hago lo que más me divierte, a veces es grotesco, como el hombre que entró cojeando. Se había quedado sin ojos. “¡La sangre de su traje!”, pensó Jean sintiendo un escalofrío. —Al parecer el pobre hombre iba de visita a la granja de sus padres. Mientras llegaba, caminando por el sembradío, trastabilló con una piedra en el camino, metió su pie en un hoyo y ahí se quedó, adolorido, sin poder levantarse pues se había fracturado la espinilla. Lo demás es perturbador. Algunos cuervos le picotearon el rostro y le arrancaron sus glóbulos... –el doctor miró por su ventana, pensativo–. Esas horribles cosas suelen pasar. ¿Pero qué se puede hacer? Lo consolé un rato y le di un par de ojos nuevos de mi colección. Enzo señaló hacia un estante en el rincón derecho donde había varios frascos, entre ellos uno en donde flotaban pequeñas canicas en un líquido de consistencia extraña: eran ojos, pero no parecían reales. –Son como los ojos de un maniquí, pero funcionan, cuando uno está muerto ya no necesita cosas tangibles, lo que percibe es

por medio de la conciencia, y la conciencia no necesita ojos, ni orejas, ni lengua, basta con un placebo. Si el hombre creía que con eso vería, entonces efectivamente vería. Y se fue, cojeando, sí, pero más feliz que como había entrado. Sobre su traje no pude hacer nada. La sangre es sangre... y ni el maestro limpio la borra –el doctor rió como si fuera el mejor chiste del mundo, luego miró a Jean con impaciencia. —¿Qué me dice de los otros? –preguntó Jean–, ¿cómo murieron? —Bueno el hombre de la cara de espanto que entró después cayó desde una altura de veinte pisos. Entonces Jean recordó que cuando lo había visto marcharse hacia el pasillo negro había visto que el hombre regordete, que pensó se estaba rascando, tenía la nuca sumida, rota como una calabaza, se le veían los sesos, pero había entrado en una posición extraña y un gesto indecible, sin embargo había salido sonriente. —El hombre fue asesinado por un ladrón que entró a su departamento en medio de la noche. Bueno... con él sólo tuve que ser paciente y explicarle que la muerte no era tan horrible. Se fue muy feliz. Enzo tomó agua de una jarra que tenía en su escritorio, la levantó ofreciéndole a Jean y éste notó que tenía la boca seca. Quiso un poco. El doctor se la dio y bebió ávido. Se sintió un poco mejor después, más sosegado. Encino comenzó a reír fieramente. —La mujer de las muletas –dijo entre risas histéricas–. ¡Oh pobre mujer! Creyó que la insultaba cuando vio el letrero de encima del diván. Hay personas que simplemente lo niegan. Esas no tienen elección: sólo pueden


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15.05.2015 quedarse. Lo lamento por eso, pero es bastante gracioso. Siempre me han dado lástima las personas materialistas. Ella pertenecía a una asociación de caridad para niños enfermos. Y compraba su escalera al cielo con buenas obras, pero su vida estaba vacía... —¿Cómo murió? —No lo sé. Ella no lo recordó, pero al darse cuenta que no tenía pierna se puso como loca y empezó a aventar todo. “Ahora lo recuerdo”, pensó Jean, “me desmayé porque vi que estaba despellejada, su cara era como si estuviese quemada”. —Quizás se quemó –aventuró el joven Durán, Encino asintió dubitativo. —Es probable –dijo–, muchas personas se mutilan en incendios. Quizás una viga le cortó la pierna y alguna otra cosa quemó su “bello” rostro. Jean rió para sus adentros pensando que, efectivamente Enzo era bastante profesional, pero no lo suficientemente profesional como para ser serio. Cínico. Ya lo había sospechado, ahora lo confirmaba. Cuando la señora de las muletas había salido en su histérica carrera del consultorio, Jean notó que el doctor estaba desesperado porque ella no hiciera una locura porque entonces se quedaría... según el doctor, se quedaría... ¿en dónde? No era momento para hacer esa pregunta, algo más lo intrigaba. —¿Y la joven? —Pobre de ella –argumentó inmediatamente Enzo–. Pudo haber sido una genio. Era retraída, linda, inteligentísima, culta. Pero también muy depresiva. Hace unas horas, parece, no resistió más y se colgó en un parque, desde un pasamanos. ¡Ay de los niños que la vieron! Así es la vida. Tiene sus vueltas. Ella decidió irse. Pero se fue feliz al final de todo. Apliqué algún “ungüento” para que la garganta se le desinflamara. Sobre los moretones que la cuerda dejó en su cuello no pude hacer nada. Ya lo dije, la sangre es sangre. Enzo volvió a tomar agua. —Ahora que tu curiosidad está satisfecha... —No del todo –dijo Jean–. Aún no sé qué me pasó a mí. —Mmm –el doctor puso los ojos en blanco–. Me tendrás que excusar, pues no tengo mucho tiempo ya. Jugabas futbol americano. Supongo recuerdas que eso hacías. Corrías para hacer touch down cuando de pronto el tacle estrella del equipo contrario te sostuvo tramposamente de los tobillos... y luego una

mole humana cayó sobre tu espalda. Primero fue uno que cayó justo encima de tus omoplatos y te sacó el aire. El golpe que te diste en el suelo te raspó la nariz aún con el casco puesto. Perdiste un diente –Jean se llevó las manos a la cara para comprobar y sintió caliente en la parte blanda de su olfato. Carne viva. En cuanto al diente, notó que podía silbar sin intentarlo. Aquello casi lo hace reír–. Pero no fue el único que en su ávido intento por desposeerte del balón se tumbó sobre ti. Uno tras otro cayeron como troncos sobre ardillas indefensas y al final tu cuello no resistió más. Se resquebrajó. Puede que hasta ahora no lo hayas notado pero tu cabeza no está muy bien sostenida que digamos. Verdad. Jean observó que el mundo parecía inclinado. Trató de acomodarse la cabeza, pero no se quedaba quieta, incapaz de sostenerse por sí misma. Jean se puso triste. —En fin, todo esto me lleva a mi pregunta primordial. ¿Te quedas o te vas? Si te quedas sufrirás el mismo destino que la mujer de las muletas. Quedarse es permanecer en el mundo, no con un cuerpo físico sino como un ente que asusta a los vivos. No tendrás descanso. Vagarás y vagarás sin encontrar nada que te complazca. Si te vas... bueno, ¿quién podría decirlo? ¿Hay cielo? ¿Hay infierno? ¿A dónde irías? ¿Has sido bueno o terriblemente egoísta y vil? No podría decirte yo si alguno de esos augurios se haga realidad o si sólo duermas eternamente y tu conciencia muera también hasta el fin de los tiempos. No sabrás que viviste así como no sabías que existías antes de nacer. Es extraño, pero puede ser. ¿Qué eliges? —-Yo... —-No lo sé –Enzo le puso palabras en la boca a Jean–. Vamos... ayúdame, hijo. Mi comida es a las 5, son 4:59. Fotografía: Mathieu Domínguez

—No tiene usted consideración. —Cuando yo muera, ¿quién me ayudará? Con esa extraña pregunta en el aire el doctor se levantó y fue hacia el perchero. Allí había un suéter de cuello de tortuga. —Quizás su asistente. Martha. —¡Oh no! –-dijo el doctor con una voz profundamente triste que a Jean le sonó desconsolada–. Ella no. No me lo permitiría. —¿Por qué? Enzo Encino levantó una ceja. Por qué, en verdad. —Ella... Yo la amaba. —¿Cómo? Si es apenas una jovencita. –Jean se ruborizó, gestó que no pasó desapercibido por el Dr., quien sólo sonrió tristemente–. Usted está cerca de los cincuenta. ¿Y usted la retiene aquí? Enzo se sentó junto a Jean en el diván. —Este lugar –dijo lentamente– era nuestra casa. Tú lo ves como... si tuviera un brillo angelical, ¿no? Y a ella también la ves así. Y la luz que hay encima de su escritorio. Esos es porque tú eres un fantasma y aquello que es real es... intocable para ustedes. Es como difuso, como si lo vieran en un sueño. —Sí, es cierto –dijo Jean casi entusiasmado. —Ella está muerta –dijo el doctor sombrío. —Pero, ¿cómo? Si la veo como veo todo lo demás que pertenece a su mundo –la forma en que comenzaba a hablar lo asustaba. Enzo señaló su cabeza e hizo como que tenía un sombrerito en ella. La cofia. —Decidió quedarse –dijo Enzo–. Nos amamos locamente pero ella murió. Y cuando fue mi turno de atenderla entonces ella decidió quedarse. Por mí. Supongo que al morir también me quedaré. Por ella. Creo


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15.05.2015 Fotografía: Monserrat Méndez Pérez

que el amor que le profeso la mantiene viva. ¿No has oído eso? Que aquellos a los que más quieres están siempre contigo aún más allá de la muerte. Creo que el amor que nos tenemos la mantiene un poco más viva que a todos los demás. ¿Y cómo no iba a amarla si fue casi la única que me creyó y me acompañó en esta locura paranormal? ¿Comprendes? Es triste, pero es real. El doctor, aunque fuera inverosímil comenzó a reír de nuevo. —Nunca le gustó mi trabajo hasta que murió. No me creía. Y como un castigo que se impuso ella misma decidió ser mi asistente. Pero no le gusta. Procura no ver a ninguno de los que llegan. Aún le provocan miedo. Jean comprendió porqué Martha no lo miraba a los ojos. Enzo soltó un gran suspiro. —¿Te quedas o te vas? –esperó dos segundos y dijo–: Son las 5:05. —Me voy. No tengo nada aquí que me retenga. —Buena elección. Así obtengas un arpa o vayas al más profundo y caliente receptáculo del infierno, es la mejor elección que pudiste haber hecho en toda tu vida… Es decir, muerte. Lo que sea. El doctor se levantó no sin antes darle el

suéter de cuello de tortuga al joven Durán, quien al ponérselo pudo sostener su cabeza en su sitio. Casi se sintió feliz. Cuando salió del consultorio, estando aún en el umbral miró a Martha que estaba distraída en sus documentos y al doctor, que lo veía con una mirada de cariño en su rostro barbudo y con gafas. —Que tengas suerte hijo, partiendo de ésta puerta sigue derecho hacia el pasillo oscuro, el Pasillo del Desprendimiento y entonces, si puedes, regresa a verme algún día y me dices que hay más allá... Nadie lo sabe. Disculpa mi comportamiento pero... es que es algo tarde. —No se preocupe doctor. Ya vendré si puedo regresar... yo también quiero saber qué hay más allá. Me muero de ganas... Los dos rieron, cómplices. —Adiós –dijo Jean. Cerró la puerta y comenzó a caminar hacia la negrura. —Jean –el muchacho escuchó una vocecita tras él. Era Martha–. Gracias. Hacía mucho que Enzo no recordaba esas cosas. Ahora podría acompañarte, pues sé que sólo me ha querido a mí y sólo a mí me querrá pero... Enzo pensó que Jean le recordaba mucho a sí mismo. La puerta del consultorio se abrió.

—Señorita Solís... –dijo Enzo con lágrimas en los ojos, pero una tonta sonrisa de caricatura en el rostro–. Ha cumplido su condena. Ya has sufrido bastante y por nada. Por un momento los tres se quedaron en silencio. Un silencio desconcertado. Martha rompió en lágrimas. —Adiós, amado mío. Nos veremos porque tus tontas hipótesis no son más que falacias, ya lo verás. Gracias por todo. —Gracias a ti –el doctor sólo pudo reír tristemente, pero liberado de alguna forma también. Entonces Martha se quitó la cofia, regalo de graduación de Enzo, y la dejó bajo la luz de la lámpara de su escritorio. Allí brillaba más, no como ella, cuyo brillo se había extinguido a los ojos de Jean. Martha hizo una seña de adiós con la mano al hombre de las gafas y él se despidió con la mano levantada, moviendo los dedos graciosamente sin poder borrar su torpe sonrisa. —Eso fue lo que me conquistó de ti. —Ay de mí tan ingenuo –dijo Enzo y ella rió. Luego caminó hacia Jean y lo tomó de la mano como una niña tomaría a un amigo. Y ambos se perdieron en aquel pasillo misterioso que Enzo sólo podía ver de una manera bastante ordinaria, una extensión de paredes blancas y suelo verde con techo de plafón y puertas a derecha y a izquierda. Enzo deseó poder verlo como ellos lo veían aunque fuera por una vez. Y es que, aunque algunos de sus pacientes lo describían con terror, otros se convertían en poetas y sus palabras se parecían a la Escalera al Cielo. Además quiso verla por última vez. A Ella. A Martha. Que llegó un día toda despistada al consultorio, sin cofia y sin nada. Martha que se quedó por la estúpida sonrisa de caricatura. Pero no. Ya había visto bastante para toda una vida llena de espantos. Entonces decidió que era suficiente. Era una pena por los diplomas, pero… ¿qué se le iba a hacer? El reloj marcaba las 5:14, pero Enzo ya no tenía hambre. Aquel día iba a renunciar. Escribiría dos libros acerca de terror y amor, y luego viviría como una persona normal durante el resto de su vida. Samuel Enciso (Estado de México). Estudió periodismo en la UNAM y ha colaborado en Cinemaspro, una página web dedicada al séptimo arte, y la página web de la revista Vértigo. Es amante del rock, la literatura y el cine de fantasía y ciencia ficción. En sus escritos hay algo de oscuro y algo de esperanzador, como la vida misma.


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Günter Grass, el escritor preocupado por la ecología y el futuro de la humanidad Por Monserrat Méndez Pérez

A

Günter Grass lo caracterizaba su mordaz opinión sobre un futuro desolador para la humanidad de no tomarse las medidas pertinentes, inmediatas. Si bien el ser humano, que parece hostil consigo mismo, ha destruido lugares imprescindibles para su subsistencia, ahora parece paliar con un futuro que de no trabajarse, como proponía Grass, sería desolador e irremediable. Ante el reciente fallecimiento del escritor (13 de abril), retomamos una entrevista realizada por el periodista Ricardo Rocha al escritor alemán. En dicho encuentro con el periodista, Günter Grass resaltó, talvez sin querer, una cualidad que lo destacó siempre, su estridente preocupación por el porvenir, no como un futuro inmediato, sino como uno que lo construimos todos los días y que, en cierta medida, promete generar problemas irremediables, que incluso ya comienzan a verse; un apocalipsis generado por el hombre, creado por y para la humanidad. Grass le dijo a Rocha que a la infancia del nuevo milenio “le dejaremos un mundo terrible, donde el futuro ya está predeterminado”. No mentía. Sin embargo Grass creía en la redención del humano aunque la consideraba más un acto necesario que de meditación: “Nosotros en realidad, por primera vez después de haberse terminado la confrontación esteoeste, ahora estamos ante la posibilidad de que todos los recursos que se malbaratan para el armamentismo se empleen ahora para sanar todos estos daños. Pero nada está ocurriendo en ese sentido y eso me conduce a una apreciación muy escéptica y a una condena, a una denuncia frente a los políticamente responsables”.

Así, aseguraba el escritor alemán, autor de El Tambor de hojalata: “Todo esto no es un Apocalipsis que nos viene impuesto por un poder celestial, sino es obra humana exclusivamente, y por ser obra humana puede darse, o podría concluirse también con recursos humanos”. “A ellos, a los niños de hoy, les estamos legando un futuro espantoso”. Para Grass, las peores advertencias se han visto superadas y para otras tantas ya es demasiado tarde, por ejemplo el cambio climático, pero aún conservaba una poca de esperanza: “creo que existiría una posibilidad de evitar lo peor, esto, sin embargo, presupone que ante cualquier acción política uno ponga en primer plano a la ecología y por fin se establezca un orden económico mundial justo entre los países desarrollados y los países del tercer mundo. Mientras los países industrializados de occidente todavía malgasten aproximadamente el 80 por ciento de los energéticos, no habrá una justicia equilibrada entre unos y otros. Yo creo que los países del tercer mundo se tienen que poner de acuerdo entre sí para convertirse en una fuerza política exigente, reivindicatoria”.

Rocha, le pregunta al final: “Probablemente en todas partes, lo mismo en Asia que en América, en Europa, sigamos necesitando a un niño que con un tambor tal vez pueda llamarnos a todos a la buena fe y a la acción”. Günter responde: “Probablemente sea necesario, pero también se requieren oídos abiertos para ese sonido”.


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Diario Por Edwing Roldán Ortiz

M.,

Para Ángel Beltrán

La vida es intolerable. Para todos hay un pedazo de sol sobre esta tierra y una dosis de amargura, igual de inconmensurable. Por este motivo últimamente no escribo nada, las preguntas (reproches) que siempre te hago al mirarnos se acabaron. Tú o yo, no importa quién fue el culpable, quién la víctima, es igual de insoportable para cualquiera de los dos. Te abrazo; cada uno sabe el cacho de tierra y sol, humo y lodo que le toca. Te veo como un igual y me admiro porque no hay palabras para todo el daño que nos hicimos, no las hay sin más dolor, ni más distancia. P.d. Sigo alzando mi pregunta a los cielos, en espera de una respuesta de nube. Caminando a mi costado izquierdo aparece un grillo de alas verdes como árbol y ojos como un diminuto dios. Lo levanto y se mantiene quieto sobre mi dedo índice. Luego se va volando. Un gavilán lo apresa entre sus garras como manos, lo quiebra fácil y rápido lo engulle. Yo no observo nada de esto último, me lo dice el policía parado frente a mí. Ahí estaremos, M., andando hacia nuestro inevitable destino.

Memoria colectiva Me acuerdo más o menos. Nos congregamos desde diferentes lugares. Compartimos la lengua, el oído, el estómago y la garganta junto con la voz. Aunque muchas veces nos volvimos el programa televisivo de chistes malos, o bien, de chistes mal contados, recuerdo cómo varias palabras comenzaron a señalar un norte temporal en el mapa de un lugar que ahora ya casi no frecuento. Si escarbo más, hay incluso un índice que no sigue un orden alfabético pero si una secuencia genuina de palabras, cambiando de rumbo, de acuerdo a las voces y cuerpos que se encontraba al paso. Esto a veces importa porque aunque el país de ese mapa ya no existe, yo me descubro su sitio más alejado del progreso. He aquí el índice de esta breve historia: gajos, bobalicón, silencio, ahíto, cúmulo, magia, gratefully, libar, manifestarse, monchis, needy, chimba, procastinar, resonar, rodar, resilencia, cocho… Repito esta lista de palabras que comparto con cierta gente. La repito como si fuera una letanía, como si fuera un santo peregrino pidiendo posada y por supuesto pasan días hasta que algún amigo me abre la puerta. Entonces me doy cuenta de la imposibilidad de que varios de ellos me recuerden con esas mismas letras. Entonces la memoria otra vez se vuelve un chiste a veces bien o mal contado pero que volvemos a escuchar al congregarnos.

Fotografía: Mathieu Domínguez


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15.05.2015

Inbox Ayer me escribió Á. Me mandó un inbox diciendo que el perro estaba como triste desde hace unas semanas. No comía, no se levantaba, miraba hacia ningún lado. Á. dijo que soñó que el perro me había encontrado. Que estábamos juntos en la casa donde creció. Que yo estaba escondiéndome de los militares porque había ido a buscar a mi papá para conocerlo. Las noticias, según Á. decían que papá y yo estábamos drogados cuando nos detuvieron, que habíamos escondido el encarguito en un perro muerto. Que además yo había dicho muchas incoherencias en el Ministerio. Decía que no me arrepentía de haber escrito afuera de la presidencia con la sangre del perro: “Más drogas, más sexo; el placer es público. Hagan un mercado legal con eso”. Después, continuaba gritando frente a las cámaras: “Alcen su mano, alcen su voz, alcen el pito si alguna vez se han sentido discriminados por su cuerpo, por su acento, por su apetito de sexo hecho injustamente tabú”. Me quedé pasmado leyendo todo lo que escribió Á. Sí, Á. había escrito eso y era mucho mejor que cualquier cosa que yo hubiera antes hecho. Se lo robaré –pensé como reclamando la autoría– porque después de todo, eso lo ha soñado luego de vernos en el desayuno y mostrarme un video en Youtube de un concurso de poesía en voz alta, en el que hablaba mal de ellos. Leí de nuevo el mensaje, lo mastiqué fascinado y lo transcribí recordando cuántos otros escritos míos podría hacerle llegar a Á., para que luego de soñarlos y contármelos, yo los reescribiera y mandara a una revista. A lo mejor ese sería al fin nuestro ansiado diálogo.

Edwing Roldán Ortiz, pasante de la licenciatura en Lengua y Literaturas hispánicas por la UNAM. Ha participado en diferentes encuentros de investigación en torno a la retórica y el discurso como vías del desarrollo del pensamiento en la cultura mexicana del siglo XX y en la cultura italiana del Renacimiento. Durante la elaboración de su tesis, Figuras retóricas como procesos fictivos en Altazor de Vicente Huidobro, se ha percatado de la importancia de la oralización de la poesía para la conformación de grupos sociales. Por este motivo participa en Colectiva Poéticas, donde desarrolla e imparte talleres de lectura creativa y sentido de pertenencia. De 2011-2013 colaboró en la organización del Slam

Nacional de la Red Nacional de Estudiantes de Lingüística y Literatura (REDNELL) en diferentes emisiones y sedes: D.F., Mérida, Tijuana y Aguascalientes. Actualmente es asesor de inglés de la ONG Enseña por México, desempeñando su labor como becario en la Biblioteca Digital, donde además de enseñar inglés y lectura, apoya en la gestión de proyectos comunitarios estudiantiles. Una de las razones que lo motiva a continuar con la creación, difusión e investigación en torno a la oralidad es su curiosidad por entender las particularidades comunicativas de la cultura mexicana a partir de la elaboración y difusión de sus discursos.


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Canto de Sirenas: El llamado de la Memoria Por Paul Martínez

C

Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto). Jorge L. Borges.

ontinúo por este camino trazado a medias, siguiendo la pista de las lecturas que voy realizando; llevado por ellas mismas en una dirección que desconozco, rebuscando en los charcos de esa lluvia los recuerdos que han resistido al sol del tiempo. En conferencia magistral expuesta por el Dr. José Manuel Lozoya, titulada El mito como relato simbólico1, sostiene que “el mito tiene una voluntad explicativa, queremos explicarnos de dónde venimos… cada uno de nosotros tiene un mito” ¿Cuál es nuestro origen? En adelante propongo una visión sobre la lectura como una forma de búsqueda de nuestro mito personal, la trascendencia y el origen. 1 Conferencia impartida durante el Congreso Internacional sobre Psicología y Humanidades en el C.U. de Lagos de Moreno (Univ. de Guadalajara, México). 3 de julio de 2013

Pensar la escritura como un almacenaje de memoria no es una idea original, desde los primeros hombres que dibujaron sobre las paredes sus hazañas, hasta el moderno postick adherido al refrigerador, la idea de fijar a través de un lenguaje impreso aquello que es digno o necesario para el recuerdo, aparece como una costumbre regular entre la especie. La experiencia lectora responde a la necesidad de develar el origen del individuo. El lector se acerca al texto porque necesita encontrar su origen, su propio mito fundacional; un comienzo que por demás está decirlo, resulta imposible constatar. Sería necesario que al ser concebidos se instalara también, y al mismo tiempo, una suerte de bitácora mental que pudiésemos consultar en un estado de plena consciencia. Borges,

como casi siempre, se adelantó en el tema con su texto Funes el memorioso, Fresán en su novela Mantra, vuelve a explorar esta posibilidad con los debidos adelantos tecnológicos de la época. Ambas ficciones no han hecho más que excitar la mente de este aprendiz de ser humano. Imposible regresar al punto de origen, y sin embargo, la necesidad persiste. ¿Hasta dónde puedo volver con plena conciencia para recuperar este pasado? No encuentro más respuesta que la de la propia lectura; ese sitio donde comienza la pregunta. Toda escritura es metáfora, toda lectura es realidad En su primera función la escritura es utilizada para, a través de la lectura, regresarnos hasta el momento en que dicha actividad fue fijada. Nos hace conscientes de lo que sucedió o incluso, de aquello que debe suceder. Sin embargo, es sencillo adivinar que no es esta la única relación entre la lectura y la memoria. Bastará con encontrarnos delante de un “recado” ajeno para darnos cuenta de que la lectura comunica con algo más allá de esa primera intención. Cada lectura se ve atravesada por un recuerdo, y a su vez, la lectura atraviesa la memoria en busca del recuerdo exacto que ha de rescatar del oscuro sótano del pasado. Leo y recuerdo. Acaso, lector, no has tenido que despegar de pronto la mirada de X o Z libro, sólo para maravillarte con la coincidencia de lo leído y el recuerdo al que te lleva; o te has visto obligado a regresar a determinado pasaje de la lectura, porque justo ahora crees haber encontrado nuevas luces para comprenderla. Es necesario apreciar el “fenómeno lector” como un organismo nacido del encuentro lectura-lector que crea y recrea realidades, modifica y se modifica; cada lectura es la reinvención de un universo.


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Si la memoria se está reconfigurando a cada lectura, ¿qué es lo que llamamos recuerdo? ¿Es posible modificar una experiencia? Lo vivido, lo concreto, puede llegar a ser reconfigurado; algunos autores incluso, hablan de la necesidad de reconfigurar la experiencia para poder asimilarla a nuestra memoria. La Memoria, nos dice Cassirer en su ya clásica Antropología filosófica, “supone un proceso de reconocimiento e identificación, un proceso ideacional de un género complejo. Tienen que repetirse las impresiones anteriores”; Umberto Eco, en la introducción a su Semiótica General, sostiene la necesidad de la repetición de la experiencia para comprenderla y asimilarla. Desde esta perspectiva nuestras experiencias serían apenas una serie de impresiones que deben repetirse para poder ser considerados parte de nuestra memoria. ¿Cómo construimos nuestra memoria si resulta imposible repetir las impresiones tal como fueron recibidas por primera vez? Diversos mecanismos, unos más complejos que otros, permiten este proceso que el mismo Cassirer designa como inherente a lo humano, entre ellos la lectura. A través de la lectura es posible “repetir” estas impresiones.

Bachelard en su Poética del sueño abre la puerta para que nos apropiemos de la lectura. Nos exige ser nosotros mismos quienes sueñen las imágenes que los poetas han logrado capturar. Nos propone tomarle la palabra al poeta y dejarnos guiar con él y por él hacia ese camino de estática belleza, hacia el recuerdo.

El poeta produce imágenes capaces de alcanzar las “impresiones pasivas” que hemos recibido de la experiencia directa. Imágenes que a la postre se superponen a esa primera impresión para reforzar y definir el recuerdo, y que vendrán a ser la cara visible de nuestra memoria. Fijar los recuerdos desde la lectura es elaborar una ficción a partir de una experiencia diferenciada, consolidamos nuestro pasado con la tristeza de saber que al mismo tiempo lo hemos perdido. Y es que acaso, ¿no es todo recuerdo una nostálgica reimpresión de la vida? En mayor o menor medida atravesamos en reversa nuestra existencia en cada viaje a la memoria. Eliminamos la distancia temporal para reconstruir esa experiencia. Somos arqueólogos entre nuestros vestigios, nos asomamos a nuestro pasado con la mirada ajena del que somos ahora, del que ha leído. Me detengo por un momento en una experiencia lectora que me ha causado una profunda impresión, el cuento de Imbert El leve Pedro; impresión que he llegado a sentir enclavada en mi infancia y que sin embargo tengo que reconocer como nueva. Busco en la memoria sin encontrar más conexión entre la impresión y mi recuerdo que la lectura del cuento. La emoción despertada al releer


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esta pequeña obra maestra, es una mezcla de horror y atracción por lo infinito del cielo y la posibilidad de desaparecer en él. He comentado un poco la obra con algunos cercanos, me sorprende afirmar ante ellos, que este cuento me gusta porque me ha hecho sentir eso desde mi primer encuentro, como si el horror y la atracción hubieran estado ahí desde antes de encontrarme con el texto. No puedo menos que preguntarme si realmente había en mi pasado un recuerdo dormido o en realidad el recuerdo ha nacido apenas en la lectura. ¿Es que acaso es posible formar recuerdos a partir de una ficción absoluta? O de otro modo, ¿es que nuestras primeras impresiones han sido tan pobres que necesitamos de una segunda para imprimirlas con fuerza en nuestra memoria? Leemos entonces para recuperar nuestro pasado, somos seres que alcanzan la plenitud al descubrirse tomando conciencia de sí mismos. Había entonces en mi experiencia anterior un primer Pedro, que se ha hecho visible al reimprimirlo desde la lectura de Imbert.

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O por qué no pensar que esa memoria ha sido apenas forjada; que este preciso recuerdo no existía antes de la lectura. Podríamos definir la memoria como una narrativa que vamos elaborando a medida que recibimos las impresiones artificiales concebidas en el alma del poeta. Esta postura resulta sin duda más arriesgada; apostar a la ficción tiene sus riesgos y nos pondría en una posición más bien incómoda, habría que concebirnos como creaturas y no creadores, productos y no productores de memoria. No seríamos más que un medio por el cual la lectura se manifiesta en una forma más “concreta”. Aceptando cualquiera de estas dos posturas algo es claro, sea artificial o superpuesta, creando o develando, la lectura juega un papel primordial en la formación de los recuerdos. Sea para definirlos o para crearlos. Ambas posturas abren una infinitud (igualmente aterradora que la infinitud del cielo) de terrenos a explorar. ¿Existen esas memorias primigenias?, probablemente innatas que nos acompañarán en la oscuridad

en tanto no podamos despertarlas, ¿o acaso el horror nos aguarda al abrir una nueva lectura con la certeza de saber que a partir de ella definiremos nuestra existencia pasada? La experiencia lectora es un artefacto que utilizamos no sólo para modificar nuestra percepción de la realidad sino, al mismo tiempo, para elaborar nuevas narrativas para nuestro pasado. El poeta, el cazador de imágenes, nos comunica desde su experiencia creadora con nuestro propio origen; con esas primeras impresiones que hemos recibido en nuestra historia personal. En un sentido profundo, nos permite establecer un puente con eso que somos sin saberlo. No leemos para escapar de nosotros, sino para encontrarnos. En su función creadora, la lectura expande. A través del arte del lenguaje, el poeta no sólo se apropia de su propia experiencia, sino que la extiende a un universo aún más amplio en el que el lector tiene la posibilidad de encontrarla, asimilarla y, por un efecto todavía incomprensible, volverla parte de su propia historia de vida; anclarla al mismo nivel de una memoria “vivida”. Imposible saber hasta qué punto mi propia historia ha sido la que he vivido, o en cuáles recuerdos he tenido que recrear ficciones para completar lo que de algún poeta he decidido asimilar. Imposible saber hasta dónde he logrado, con intención o sin ella, modificar mi propia historia, cuál es la cara invisible de aquello que he vivido y en cuánto corresponde con lo que recuerdo. No soy el mismo niño que se aterró ante la imagen de El leve Pedro ascendiendo con el viento a la infinitud del cielo hasta volverse un puntito y luego nada; no es sin duda el mismo temor el que nace al volver a releer el cuento; tampoco lo es la misma experiencia que en la primera lectura me hizo imaginar la posibilidad de desaparecer; y sin embargo, ahora, luego de volver a la lectura del cuento de Imbert, soy el mismo Pedro que se eleva y teme por su desaparición en la infinitud del cielo. Probablemente toda lectura no sea otra cosa que un canto de sirenas que nos atrae hacia ese oscuro punto de origen, al que nunca llegaremos y en todo caso del que no podríamos salir. Paúl Martínez Facio (Lagos de Moreno Jalisco. 1982) es egresado de la Lic. en Humanidades de la Universidad de Guadalajara CULagos.


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Memoria de un personaje que no existe Por Ulises Casal

Traspaso Voy a tomar mi pastilla... ... no me esperen mañana, tengo una cita con un doctor lejano... ... de vuelta a casa, a cuestas, me pongo de pie como puedo, tomo la silla por el respaldo, me siento a ver la noche... ... la noche se ve blanca... (Traspaso) ... del otro lado no hay luz, pero hay un ayer y la vida... (la Luna es negra)

Primavera (Hace tiempo... y luz) La dama de las violetas tocó mi rostro pueril, de inocente mirada y sueños mojados. Yo no tenía nada y me sonrojó con pánico escénico, y el parpado húmedo de mi morena era el sostén de la esperanza.

Las flores fuera de mi ventana me odiaban, me miraban con su androceo odio de puta. Tan hermosas y malditas, tan fúnebres de cariño hacían de las delgadas mejillas un verso de Baudelaire. (Voces voces voces)

Nunca las lágrimas caen en vano. Hay un cementerio de lágrimas en la memoria. Debajo de la tierra el mar hace un lavado de cerebro a la inconsciencia, al abandono.

Era temprano y máquina. La noche era un jardín de diamantes. Me asomaba despacio a la realidad, para darme cuenta que era común, tan común como una mentira.

La mujer es una sorda convenenciera, y en cambio, yo era silencio.

Afuera las sonrisas son falsas, en mi colchón el silencio era arrullo,

no hacía falta asomarme por la ventana. La dama era una cabrona de sucia ternura. (yo soy la salvación, no te preocupes... me voy a aventar, lo haré) He crecido con mis amigos de papel. Cada uno con su equipo e historia. Naturaleza muerta. Obra de arte de la imaginación de un niño que extraño. (“I can´t get no satisfaction” me susurraba el fantasma con un cuchillo en la lengua) ... también hace hambre, frío y dolor.


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Fantasma

Cuídate de mí

Silencio, el cielo está sumergido en ti, al irte te llevas contigo, como un peregrino, unas migajas de mi rabia.

Cuídate de mí, porque ya sea en mis ojos o en mi voz se te puede escapar el pensamiento, dentro de una alcoba para dos en un momento que se lleva el viento.

Dejas en la neblina mensajes de humo que yo no percibo, yo estoy hecho de luz y trocitos de almas que han marcado la historia, yo soy un vestigio del universo que distorsiona la realidad. Dime que sientes silencio, destrózate como bragas en medio de la excitación, no eres más que un parpado, una hermosa libélula que no perdura, no eres nada. Devuélveme las palabras que ocultas en el paladar, no te sirven, eres hoja blanca, la jaula de los gritos, de las ondas quiméricas de la voz. No me lleves contigo, déjame tendido donde mis versos se han detenido, déjame en el mismo lugar donde mi alma descansa.

Cuida tus pasos, porque tras mis huellas hay un respiro y delante de ellas una pisada hundida y sobre esa un corazón y un suspiro y entre respiro y suspiro, yo como hoja perdida. Cuida tu almohada, porque tal vez en ella deje parte de mi pecho e imagines en él tu rostro dormido y al despertar olvides mirar el negro techo por buscar en la almohada a quien no está contigo. Cuida tu espejo, porque tal vez en tu imagen veas la mía y me hables y grites y no te conteste, y gotee sobre tu mejilla la melancolía en una tiesa lágrima cuando pase por tu mente. Cuida tu voz, porque tal vez repitas tus palabras a cada hombre que a tu puerta toca, esperando que yo aparezca cuando la abras y la cierre para beber de tu boca. Cuida tus sueños, porque en ellos puedo estar aunque no quieras, tal vez en un abrazo o en la sencillez de un beso, o en una postal que no logrará ser verdad, porque nunca será en vano un tierno rezo que busca que el sueño se haga realidad.

Ulises Casal (Estado de México, 1988), estudió periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la UNAM. Profesional en el periódico La Crónica de Hoy como coeditor y reportero de espectáculos con especialidad en cine y música, crítico de cine en su sección de

opinión La pluma y la lente en el mismo diario, cronista en la revista radiofónica Crónicas de Asfalto y apasionado y adicto de la poesía, el séptimo arte, los viajes, la noche, el amor, la comida y la cerveza, siempre inspiradora.


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Ocho pasos para huir del mundanal ruido Por Luis Flores Romero

U

1.

sted trabaja en una oficia. Está formado para sacar fotocopias. De pronto le llega un inmenso fastidio. Le pesa la ropa, las tazas de café, la junta con sus colegas, la hora de comer, la hora de salir, las horas perdidas. Está cansado de las corbatas, el desodorante, las cuentas, los calcetines, el elevador. Odia las filas en el banco, la publicidad de una funeraria, el ruido de su reloj, el ruido de todos los relojes, la computadora y su silla. Se pone histérico al saludar amablemente. Los trámites, los créditos, los depósitos, los archivos y demás papeles lo despeinan y lo arrugan. El tráfico lo acribilla con sus cláxones. Tiene ganas de ahorcar a su jefe, o hacer que se ahorque él solo. Es momento de cerrar los ojos, detenerse y pensar: “voy a dejar este horrible trabajo y huiré muy lejos”. Siéntase invadido por esa idea, imagine que en ese mismo instante usted se va lejos, muy lejos. Qué satisfacción pensar que todo quedará a medias, que se irá sin previo aviso, el jefe sentirá dolor en el hígado, quizás hasta se ahorque. Usted ni se enterará, tendrá una vida alegre por delante. Una vida descansada. Ya que pensó escapar, ahora visualice un destino. No diga solamente: “debo correr muy lejos”, es necesario imaginar cómo es exactamente ese “muy lejos”. Piense, por ejemplo, en una playa, piense en el mar, en un lanchero que lo llevará a conocer ballenas, en una pequeña casa con árboles frutales, piense sobre todo en las actividades nuevas que haría en ese lugar, cómo será otra su existencia, cómo será su nuevo estilo de vida. Usted sabrá que es bienaventurado. Bienaventurado aquel que sale de sus inútiles tareas citadinas cotidianas para dedicarse a una vida lejos del ajetreo. Usted exclamará: “feliz aquél que abandona sus preocupaciones y escapa a un lugar pacífico…”, y enumerará así todas las virtudes de ese sitio meta a la par de los defectos de donde huye.

2. Usted sigue formado para sacar fotocopias, esa incómoda labor de colocar un papel en la máquina, apretar unos botones y esperar a que el artefacto reproduzca una serie inútil de palabras. Usted sabe que todo es inútil, que a nadie le importa su trabajo y que mañana mismo realizará tareas similares. Usted ya tiene los ojos cerrados, contempla su escape y se dibuja un espacio encantador: “dichoso aquel…” Después de este ritual, abra los ojos nuevamente: ahí sigue la máquina fotocopiadora, ahí siguen sus problemas, ahí sigue usted y la certeza de que nunca podrá escapar. No, usted no escapará de su rutina. Parte de su rutina es pensar en huir.

El viejo tío que alguna vez exclamó: “qué ganas de mandar todo al carajo y huir a la Huasteca para vivir feliz y tranquilo”, no supo que dos mil años antes un latino llamado Horacio escribió un poema (epodo) que habla sobre esto y que sirvió como modelo para muchos textos posteriores. Ignoró que Garcilaso de la Vega y Luis de Góngora cantaron a favor de los que mandan todo al carajo y se van a otra parte. Seguramente tampoco supo que en el siglo XVI Fray Luis de León escribió una “Oda a la vida retirada” en donde también hay un anhelo por “escapar a la Huasteca”, por huir de “aqueste mar tempestuoso”, de los trabajos que el mundo nos impone:


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¡Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruïdo, y sigue la escondida senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. Nadie lo dijo mejor que Fray Luis de León: el ambiente hostil es un “mundanal ruido”. La vida descansada se encuentra lejos de este escándalo; distante de las fábricas, neumáticos, máquinas, zapatos, bocinas… Serán muy pocos los que huyan, pero todos tenemos, tarde o temprano, un anhelo de escapar; aunque nos llamen hippies, alternativos, inadaptados, locos o cobardes. A este deseo de abandonar el mundanal ruido se le conoce como Beatus ille (bienaventurado aquel, dichoso aquel o feliz aquel…), por ser así como inicia el poema de Horacio; aquí los primeros cuatro versos en la traducción de Rubén Bonifaz Nuño: Feliz aquel que lejos de negocios cual la mortal gente antigua, paternos campos ara con sus bueyes, soltado de toda usura.

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El viejo tío pudo ser malhablado e ignorante, pero su deseo de vivir dichoso en un lugar apartado lo acerca a los “pocos sabios que en el mundo han sido”. Sabios y felices son los que huyen a la Huasteca, a cualquier lugar donde no hay soberbia, adulación, envidia, egoísmos u otro mal que, como dijo don Quijote, están presentes “en estos nuestros detestables siglos”. Dichosos los que alcanzan su descansada vida, bienaventurados aquéllos. El tópico del Beatus ille es casi una necesidad en todas las personas, con o sin Horacio de por medio.

3. El poema del autor latino está en voz de un personaje: Alfio, prestamista cansado de su oficio y deseoso de una vida en el campo. Así como el hombre de oficina desea cambiar su destino y evoca un lugar lejos de su entorno, Alfio desea también escapar y celebra la vida campestre. Ambos comparten una maldición: no verán realizado su plan. El oficinista abrirá los ojos y sacará las fotocopias; Alfio, cobrará el dinero que le deben y lo volverá a prestar. Ambos están condenados a su de-

testable destino. Condena que se repite en cada persona: en el tío que nunca huyó a la Huasteca, en el lector, en el editor de este texto, en mí mismo (qué ganas de no enviar ninguna colaboración y largarme a Valle de Bravo), en todos los que odian el día lunes. Al principio del poema, Alfio menciona algunos aspectos negativos de la vida rutinaria: los negocios, el ruido de las trompetas militares, el temor del mar airado y las soberbias puertas. Los siguientes versos son la descripción del dichoso que huye y de todos aquellos bienes que la naturaleza le otorga. Más adelante, se matizan rasgos negativos y positivos: Alfio quisiera tomar las aceitunas de un olivo y no todas aquellas exquisiteces culinarias que las personas de renombre acostumbran. El poema, como ya se dijo, acaba de manera satírica: el personaje cobra unos dineros y en seguida los vuelve a prestar: renuncia, con ironía, a la vida descansada.

4. Otros grandes ejemplos del Beatus ille se localizan en Garcilaso de la Vega y Luis de Góngora. Ambos autores celebran la vida rural, pero ya instalados en el campo: no es un deseo sino su plena realización. Garcilaso habla a través de un pastor; Góngora, con la voz de un peregrino. Pastor y peregrino guardan en su pasado un momento de transformación: el naufragio, por un lado; la lejanía de una dama, por el otro. Ambos personajes son reflexivos y conscientes de la descansada vida en donde se encuentran. El pastor así inicia su alabanza: ¡Cuán bienaventurado aquel puede llamarse que con la dulce soledad se abraza, y vive descuidado y lejos de empacharse en lo que al alma impide y embaraza! Y el peregrino de Góngora: ¡Oh bienaventurado albergue a cualquier hora, templo de Pales, alqueria de Flora! No moderno artificio borró designios, bosquejó modelos, al cóncavo ajustando de los cielos el sublime edificio…


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6. A diferencia del pastor, en Góngora es el propio albergue el bienaventurado. En Garcilaso, por el contrario, el poema versará en torno al dichoso habitante que “con la dulce soledad se abraza”. El albergue es bienaventurado porque es un sitio natural. Del mismo modo, la dulce soledad nos vuelve auténticos. Estas son apenas los primeros versos de ambos poemas, en los siguientes se verá el desarrollo del Beatus ille, pero sin el final irónico de Horacio.

5. En situaciones de fastidio, no sé qué les funcione a los otros, a mí me sirve repetir algunos de los versos que he citado. Los digo de corrido, como si se trataran de un sólo texto. Estoy en una fila interminable, debo llegar a una ventanilla donde tendré que entregar un recibo para que me entreguen un cheque el cual después habré de cambiar por dinero a fin de comprarme un libro; es decir: entregaré un papel para que me den otro papel para cambiarlo por otros papeles que me servirán para comprar otros papeles. Entonces repito, casi como un mantra, estos versos: Feliz aquel que lejos de negocios paternos campos ara con sus bueyes, qué descansada vida, la del que huye el mundanal ruïdo, cuán bienaventurado, aquel puede llamarse que con la dulce soledad se abraza, oh bienaventurado albergue a cualquier hora.

El viejo tío que nunca huyó a la Huasteca no supo que su sobrino escribiría ensayos y en uno de ellos lo habría de mencionar. Tampoco supo que ese sobrino es aficionado a escuchar un grupo de rap brasileño llamado Racionais Mc’s. No se enteró que uno de los raperos del grupo también pretendía una vida tranquila y campestre. Ello se constata en la canción “Vida loka, (parte 2)” donde reaparece el deseo del tío, es decir, el tópico del Beatus ille:

8. “A la chingada todo, yo me largo, voy a vivir contento en la Huasteca, sin el estrés que día a día cargo, sin mortificaciones, sin jaqueca; ya no soporto mi perfil amargo, los créditos, las deudas, la hipoteca; me voy, he dicho, bola de culeros, áhi se quedan, urbanos prisioneros”.

“Dichoso el que en un limpio campo brote viviendo de los árboles, y esté volando su fatiga en papalote, libre del tabaquismo y del café; A veces pienso que todo es negro como yo. dichoso quien escapa del borlote Sólo quiero un terreno en el campo, sólo tuyo, sin decir a dónde va y por qué; sin lujo, descalzo, nadar en un río, afortunado todo el que se ausente sin hambre, tomando los frutos de un de la ciudad horrible y pestilente.” árbol. “Ya estoy hasta la madre del bullicio, Amigo, eso creo y quiero también, del tráfico, las filas, el esmog, pero en São Paulo de tanta multitud, tanto edificio, Dios es un billete de cien. tanto comer frituras y hot-dog, y tanta hipocresía y tanto vicio…” esto un poeta publicó en su blog; 7. después firmó un espléndido contrato: ¿Usted sigue en la fila de las fotocoserá un Godínez más por mucho rato. pias? Si es así, es tiempo que tome como terapia la lectura de Horacio, Fray Luis de León, Garcilaso de la Vega y Luis de Gón- Luis Flores Romero (Ciudad de México, en gora. Es más: yo le consigo los libros y 1987), Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. usted, en su trabajo, saca varios juegos de Ha publicado en algunas revistas impresas y electrónicas como La palabra y el hombre, Casa fotocopias, sus colegas se lo agradecerán. del tiempo y Punto de partida. Es autor del poeEl rap de los Racionais Mc’s es un trata- mario Gris urbano, publicado en 2013 por la miento opcional. También es opcional el UACM. Becario de la Fundación para las Letras siguiente ejercicio: después de leer todos Mexicanas durante los períodos 2010–2011 y esos poemas, intente escribir su propia 2011–2012. Actualmente es locutor radiofónico y comparte poesía satírica y burlesca en la Fan versión del Beatus ille. page Lufloro Panadero


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Semilla Insólita Por Lydia Zárate

A ciegas

Aves en mi cintura

Estas nostalgias se han hecho una estancia en mis manos. El impulso adelanta su ademán de nube y yo y tu memoria nos hemos procurado encuentros a grande escala en los territorios de lo insólito... de lo incierto.

Me fui desdoblando hasta tu tacto, hasta el concierto enternecido de tus luces. Llovías desde algún lugar conocido y profundo. Llovías desde tu nombre, desde tu blanco itinerario de pájaros.

Hay una respuesta arrastrando su pregunta como a tientas, hay un reflejo y un espejismo. Las miradas desenredan sus pronunciamientos con más de una intención de lluvia. ¿Qué parte de silencio es todo este discurso a ciegas?

A expensas del daño

Los parajes son inciertos. Está el anuncio, la diáspora, el azul, una fiebre abrevada, como a tientas, hermosa de ti… un desorden de tacto y nostalgia, como la memoria de los puentes.

Entonces me enteraste de las cosas del aire y tus manos fulgieron sobre mi elevada circunstancia de zafiro, hospedaron aves trémulas en mi cintura, tramaron redes alígeras en mis pasos desgarbados. Entonces creció de pronto un trastorno en las ventanas. Entonces remontaron los invitados de las flores. Todo era de oleaje en mis zapatos diferentes, todas las presencias cayeron de sus tallos. Y tú, profesando en mis ingrávidas estancias, poniéndome en el pecho un desorden de rosas, acercándome a los rostros de las nubes… apretándome con tu ventisca a otro revuelo del mundo.

No hay silencio. Hay acuerdos, abalorios, métrica, rastros guarecidos en la fiebre cotidiana, la distancia y su oficio de pobre, el alma guardada a expensas del daño. Urgen tus manos, tu espalda lírica (espuma detenida continente cordillera). Urge el influjo de tu voz, tu silencio abarrotado de presencias. Urge la daga, la niebla en el vientre, saciar las guaridas de brisa y arena donde los peces nos cedieron sus máscaras nocturnas.

Fotografía: Lucía López Canales


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15.05.2015

Fotografía: Lucía López Canales

Previsiones Tu eterno repentino Hoy le pusiste nombre a mi sombra. Hoy me inscribiste en los atajos del mundo, en el vórtice del tiempo, toda de mar, toda convulsa, azuzándome el delirio, desnudándome las manos, acercándome al alma un fuego innombrable. Hoy colmaste los segundos con el humo repentino de tus dedos, con tu justicia de tiempo malherido, con tu olor de tierras murmurantes, con la hierba conmovida de tu sexo. Hoy tu irreparable rigor de azucenas rebozó los nichos de mis brazos, las cornisas desde donde gritan los ocupantes de esta fiebre concedida.

De ser necesario provocaría un derrame, un callado propósito de luces, una entrega que recordara el rapto alevoso que nos provocan las flores. De ser necesario convocaría a la herrumbre, a la confusión de voces que atormentan a los muros, a los restos de ti diseminados en las sombras de las puertas. De ser necesario regresaría a lo inaudito, al incendio que nos espera, al azul que nos toca como presas, como naves fugitivas. De ser necesario sería el intervalo, la gravedad inadvertida en el telar de la fuente, la astucia de la enredadera, el duelo que reclama tu audacia.

Hoy ascendiste hasta la lluvia de mi vientre. Hubo alguna herida en las ciudades de mi sangre.

De ser posible, temblaría como sombra clandestina en tu lamento de fronda. Provocaría un derrame, un extasiado regreso a los territorios de tu oscura celebración.

Lydia Zárate (México, 1976). Autora del libro Semilla Insólita, publicado por la Editorial Torremozas en España y presentado en la Feria del Libro de Madrid en Mayo del 2009. Premio Nacional de Poesía Ramón Iván Suárez Caamal 2011. Premio de poesía Griselda Álvarez 2013. Becaria del programa Apoyo de Estímulos a la Producción Artística 2011, otorgado por el Gobierno del Estado de Querétaro a través del Instituto Queretano de la Cultura y las

Artes. Forma parte de las antologías Hijas de diablo hijas de santo: poetas hispanas actuales (2013) y La república en la voz de sus poetas (2012). Su poema “Condolencias” fue publicado en la Revista de la Casa de Las Américas, en La Habana, Cuba, en septiembre del 2006. Sus poemas han sido publicados en distintas revistas literarias nacionales e internacionales. Actualmente es Editora de la revista digital La que Arde.


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Sexting

15.05.2015 Autor: María Bazana

Por Luis Villalón

E

liza murió hace un año y ocho meses. El duelo fue duro, como era de esperarse. Las noches en vela se volvieron rutina, la posibilidad de un nuevo amor repugnante. Frecuenté putas mensualmente, más como mero trámite fisiológico que como necesidad de compañía femenina. Un día sin previo aviso el luto fue superado, sentí que había guardado un lapso respetuoso por Eliza, estaba listo para seguir adelante. De repente me encontré chateando con Eliza en algún sitio web que es irrelevante para el relato. No, no era mi Eliza, a la que había sepultado un par de años atrás. Era su tocaya, una chica estadounidense que radicaba en Nevada, Eliza Bradley. Ella podía leer y comprender a la perfección el español, le costaba escribirlo por la conjugación de verbos en diferentes tiempos. A mí me pasaba exactamente lo mismo con el inglés; nuestras conversaciones eran fluidas, ella escribía en inglés y yo en el español más neutro posible. Las charlas se extendían por horas, una relación epistolar inmediata. Escribíamos sobre todo; nuestros gustos cinematográficos, musicales y literarios eran muy afines, temas nos sobraban. Charlábamos sobre nuestro pasado, le contaba de Eliza, de nuestra vida, de su muerte. Ella me contaba sobre un exnovio que tuvo, un tal Richard. Él la dejó para mudarse a California y perseguir su sueño de convertirse en actor, me contaba que era un tipo bastante guapo, aunque carente de talento interpretativo, sus actuaciones eran increíbles, adjetivo que encuentra su sentido negativo cuando se refiere al arte de actuar o mentir. Eliza, al igual que yo, se encontraba soltera. Nuestras conversaciones se volvieron una complicidad para soportar nuestras soledades. Ambos éramos lo suficiente maduros para comprender la imposibilidad de una relación romántica por los impedimentos geográficos; olvidé mencionarlo, resido en México. Por fotos descubrí la belleza de Eliza, sus ojos eran grandes, azul oscuro, profundos como el mar, sus labios eran delgados y un tanto alargados, nariz fina y respingada, quijada

afilada terminada en barbilla partida, pómulos prominentes, cabello largo, muy lacio y oscuro como la maldad, lo peinaba con una línea en medio y lo dejaba caer hacia los lados de manera que no cubriera su rostro. Yo no soy guapo, tampoco feo, quizá esté situado exactamente en la línea promedio. A la larga comenzamos a charlar sobre sexo, ambos rayábamos en lo antisocial y nos resultaba difícil relacionarnos con nuevas personas, ahora tomo a esas charlas como un desahogo de libido mutuo, sin intento de trascender lo epistolar. Por lo que contaba, era una mujer muy liberal respecto a lo sexual, cuando aún vivía con Richard, siempre estaba a la caza y práctica de nuevas posiciones sacadas de revistas de belleza y moda. Yo, por mi parte, soy un tanto conservador, más por pereza que por aventura, sólo he practicado unas seis o siete posiciones distintas, algunas de ellas variaciones de la misma. Los textos de Eliza me hacían excitar bastante, regularmente terminaba haciéndome la paja mientras la leía, a veces me la hacía sin leerla pero teniéndola muy presente en el pensamiento. Un día, tras conseguir una computadora equipada con Web Cam

tuvimos una videoconferencia. Me sentí muy satisfecho al descubrir que la hermosa chica de las fotos era real, estaba ahí en el monitor, sonriendo, los labios moviéndose al ritmo de su voz chillona. Desde ese momento, lo epistolar se acabó, todos nuestros encuentros eran por medio de Skype, habituábamos beber mientras charlábamos, al igual que antes, por horas. En una ocasión bebimos por unas cinco horas, ella coñac, yo cerveza Corona. Eliza estaba hermosamente borracha, me dijo que me tenía una sorpresa, acto seguido reprodujo una canción, una Power Balad de Glam Metal, no recuerdo cuál, y se dispuso a darme


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15.05.2015 Fotografía: Monserrat Méndez Pérez

un striptease privado, su cuerpo era largo, bien proporcionado, al quitarse la blusa y la falda pude ver que llevaba buena lencería, medias y liguero; lo había planeado todo, sólo le faltaba la borrachera para desinhibirse, sus senos eran pequeños, muy firmes y redondos, pezones rosados, aureola casi inexistente. Su culo estaba bien dotado, firme aunque paradójicamente con algo de celulitis, la cual, lejos de quitarle atractivo, le daba cierto halo de belleza verdadera de la que carecen las mujeres de catálogo. Ante el espectáculo me desabroché la bragueta y procedí a masturbarme, lentamente, aplazando lo más posible la eyaculación. Al ver mi pene en el monitor, Eliza me regaló una sonrisa pícara, seguida de un movimiento circular con la lengua por el perímetro de sus labios mientras sus ojos, fijos en la pantalla, me daban una mirada sensual, cómplice. Eliza se quitó las pantis para masturbarse también, noté sin darle mucha importancia que tenía un lunar en el pubis, con las mismas características y situado en el mismo lugar dónde la difunta Eliza tenía uno, no le di gran importancia, nunca he creído en los Doppelgängers. Tras masajearse durante un rato con el dedo índice y el medio el clítoris en un movimiento circular, Eliza se penetró con un dildo, tamaño regular. Cuando ambos llegamos, seguimos bebiendo y platicando como buenos amigos, Eliza

se quedó dormida en un sillón, con la computadora y la cámara encendida. No sé por qué, besé el monitor. Nuestros encuentros de cibersexo se sucedieron con regularidad, al igual que nuestras largas pláticas. Nos llevábamos muy bien, era como si la distancia hubiera perdido todo el significado. Evaluándolo desde este momento, puedo afirmar que estaba enamorado de Eliza Bradley, lo suficiente como para desinteresarme por el hecho de la total carencia de contacto físico, nuestras sesiones de masturbación me bastaban, sin embargo, en ocasiones tenía la necesidad de masturbarme viendo a otras chicas, no lo tomaba como infidelidad, al fin y al cabo no había contacto físico. Frecuentaba sitios en Internet de videos pornográficos cuando Eliza no estaba disponible para una video llamada. Encontré un video donde Eliza Bradley mantenía relaciones con un hombre, un video para nada amateur, con una buena producción pornográfica, incluso tenía historia. Eliza contrataba a un pintor para hacer un desnudo de ella, Eliza no quedaba satisfecha

con la obra de estética cubista y procedía a cogerse al tipo de manera hard core. Lo vi completo, me pajeé con un dejo de celos. Al terminar el video los créditos apuntaban a que la protagonista era una tal Zelia Bradley, su co-estrella se llamaba Dick Reynolds. Tecleé el nombre de Zelia Bradley en el buscador del sitio, se desplegaron varias docenas de videos, la mayoría coprotagonizados por Dick Reynolds. Vi otros cuatro con tristeza o nostalgia, entré a la sección de comentarios del quinto para leer: “R.I.P. Zelia Bradley”. Googleé el nombre Zelia Bradley. Fue una estrella de la industria para adultos, hace dos años fue diagnosticada con SIDA, al enterarse de eso y del inminente contagio su inseparable patiño, Dick Reynolds, la asesinó asestándole un hachazo en la cabeza sólo para después suicidarse con el tiro de una Colt en el corazón. Luis Villalón, México, D.F. 1987., Egresado de la carrera de periodismo en la FES Acatlán. Escritor a tientas. Co-creador y colaborador frecuente en el blog de literatura de-tetas.blogspot.mx Bajista de la banda de Hard Rock: Xkeban. Comediante.


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De mi Cuaderno de apuntes

Fotografía: Monserrat Méndez Pérez

Del desaliento Por Margarita Salazar Mendoza

E

n días pasados, al tomarme unos días de descanso (que en este caso fue dejar por un momento las actividades en las que últimamente he estado inmersa, para tomar otras distintas, así mi mente se desembota y se refresca) regresé a la lectura de poesía. Y caí de nuevo en los mismos brazos, García Lorca, Juana Ramírez, Lope, Góngora, Quevedo, ¿cómo olvidarme de ellos?, claro, sólo menciono algunos nombres, hay otros en mi corazón. Pero también León Felipe está entre mis mejores recuerdos. Y vean por qué.

la peruana Irene Lambarri, de quien poco tiempo después se separó, vivió en Guinea ecuatorial, que en ese entonces era una colonia de España. Por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar. Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura, y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar, va cargado de amargura, que allá encontró sepultura su amoroso batallar. Va cargado de amargura, que allá «quedó su ventura» en la playa de Barcino, frente al mar. Por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar. Va cargado de amargura, va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.

Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto. ¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura, Y he visto: en horas de desaliento así te miro pasar! que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre… ha inventado todos los cuentos. Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos… y sé todos los cuentos.

Ese conocidísimo texto se encuentra en su libro titulado Llamadme publicano, de 1950. León Felipe nació en Zamora, España, en 1884, y por los azares propios del destino murió en la ciudad de México, en 1968. ¿Saben qué estudio?, pues nada menos que una licenciatura en farmacéutica. A eso se dedicó, juntamente con su participación en una compañía de teatro. El resultado fue que empezó a llevar una vida bohemia, estuvo en la cárcel, se casó con

Fotografía: Monserrat Méndez Pérez

¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura y llévame a tu lugar; hazme un sitio en tu montura, caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura que yo también voy cargado de amargura y no puedo batallar! Ponme a la grupa contigo, caballero del honor, ponme a la grupa contigo, y llévame a ser contigo pastor. Por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar…


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Ese poema titulado “Vencidos”, fue creado a partir de una obra ya existente y muy conocida por el público, se encuentra en el libro Versos y oraciones del caminante, publicado en 1929. Fue amigo de Alfonso Reyes, quien lo invitó por primera vez a México, cuando ya casi terminaba la revolución, y trabajó como bibliotecario en Veracruz. Sin embargo, decidió regresar a España, que en ese momento sufría su propia guerra civil. Obviamente, debido a que “gritó, sufrió, protestó, blasfemó” y a declararse militante republicano, como él mismo lo expresó, tuvo que exiliarse definitivamente en 1938, por lo que radicó en México, en donde contrajo un segundo matrimonio, ahora con la profesora Berta Gamboa. De aquí no se va nadie. Mientras esta cabeza rota del Niño de Vallecas exista, de aquí no se va nadie. Nadie. Ni el místico ni el suicida. Antes hay que deshacer este entuerto, antes hay que resolver este enigma. Y hay que resolverlo entre todos, y hay que resolverlo sin cobardía, sin huir con unas alas de percalina o haciendo un agujero en la tarima. De aquí no se va nadie. Nadie. Ni el místico ni el suicida.

¿Piensan con ese poema en la actual situación de México? Además de poeta, León Felipe es autor de dos obras de teatro, La manzana (1951) y El juglarón (1961), pero también hizo unas ‘adaptaciones’ sobre tres obras de Shakespeare: Macbeth o el asesino del sueño, Otelo o el pañuelo encantado y No es cordero… que es cordera, cuya base es Noche de Reyes o La duodécima noche. Así mismo, incursionó en la traducción, que —se dice— fue muy abundante; pero desgraciadamente todo ese trabajo está perdido. Así es mi vida, piedra, como tú. Como tú, piedra pequeña; como tú, piedra ligera; como tú, canto que ruedas por las calzadas y por las veredas; como tú, guijarro humilde de las carreteras; como tú, que en días de tormenta te hundes Fotografía: Monserrat Méndez Pérez

en el cieno de la tierra y luego centelleas bajo los cascos y bajo las ruedas; como tú, que no has servido para ser ni piedra de una lonja, ni piedra de una audiencia, ni piedra de un palacio, ni piedra de una iglesia; como tú, piedra aventurera; como tú, que tal vez estás hecha sólo para una honda, piedra pequeña y ligera...

Como habrán notado, León Felipe era un profundo conocedor del ser humano. Quizá porque su obra está impregnada de un tono enérgico, de proclama y de una arenga casi religiosa, así como –tal vez– por su independencia de las corrientes y grupos literarios de su época, no ha sido considerado un poeta digno de ser incluido en los programas de estudios literarios.


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15.05.2015

La teoría del pensamiento complejo de Morin Por Ximena Cobos

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ía 1 Nace por cesárea en un hospital de Álvaro Obregón una niña que a los once años comenzará a degenerar la calidad de su vista. Hecho que reconocerá al constatar que se ha equivocado en el resultado de las operaciones, pues copió mal las cantidades que había anotado la maestra. Cinco meses después, en algún punto quizá no muy lejano, nace un niño que disfrutará aventando piedras a los sapos y una que otra vez reventará los globos que hacen en sus gargantas y se verá salpicado de una sustancia que describirá como asquerosa. 26 años más tarde y tras una vida a 80 revoluciones por hora, un aumento en la graduación de cinco puntos y los mismos lentes anchos de los que siempre se han burlado, esa misma niña aborda el tren de las 12:30 en la estación Atlalilco de la Línea 12. En el mismo vagón algo vacío, viaja un chico nervioso porque acudirá a una entrevista de trabajo. Aquella joven se dirige a su empleo aburrido, donde seguro tendrá un día normal, plano, poco excitante, de comi-

da seca y agua simple, por lo que antes de encerrarse en ese largo cuarto de casi 136 metros cuadrados, sostenido por un sólo pilar de color absurdamente amarillo, decide arañar cada minuto en el metro leyendo una novela brasileña de principios del siglo XX. Pocos días después, aquel chico nervios, acostumbrado a usar sus lentes sólo para leer aunque de lejos no vea un carajo, ha iniciado en el empleo. La chica, que ahora llamaremos “X”, que subió al tren aquella tarde del nervio de quien ahora nombraremos “Doble E”, se sienta en el comedor de su terrible trabajo a las 4:30. Sincronizados los relojes del mundo (ignorando diferencias en las zonas horarias del planeta), aquella hora se marcará como el momento justo cuando él levantó la cara del libro que sostenía, para descubrir el mismo cabello alborotado y largo de aquel día de su entrevista de trabajo y el tren de las 12:30 y la Línea 12 y el sudor en sus manos y la duda de decir hola y la chica de la mirada baja puesta en un libro de portada que ahora recuerda rosa.

“Ximena Cobos CRUZ (para no olvidar el puerto que le puso a mi sangre la necedad de buscar calor a toda costa), es una mujer que a sus 26 años busca titularse de la carrera de Letras Hispánicas, pero que, ya que la única montaña rusa a la que me he subido es a la de las emociones, escribo en todas las hojas que me encuentro textos muchas veces ininteligibles. Por ello, me declaro una de las categorías faltantes en el Manifiesto Infrarrea-

Luego de un respiro, un año adelante, recostada en una cama acomodada en la esquina derecha (según desde donde se ve) de un cuarto del Centro de la Ciudad de México, la misma niña, que ha comenzado a leer otra novela, recibe una noticia salida de los labios de aquel chico que ha averiguado siempre nervioso, no sólo en las entrevistas de trabajo. Noticia que bellamente ajusta mecanismos averiados. Y, entonces, aunque no le dice, entiende la, poco valorada entre académicos y estudiosos, teoría del pensamiento complejo de Morin con el mejor ejemplo de sistema que es su vida. Aquella “X” solitaria y distraída vivirá eternamente agradecida, no con Edgar Morin por su teoría que ahora trata de recordar constantemente, ni con “Doble E” por explicarla en varias tardes que pasaron juntos, sino porque la noticia de cierto encuentro que ignoraba ha destapado uno de los puntos más importantes, pero que había bloqueado y reprimido, de su cause de vida: Las casualidades elevadas a Destino…

lista de Mario Santiago Papasquiaro: El Caos Total. He publicado en dos ocasiones en la revista Letras de Reserva, pero manejo un blog junto a un amigo en el que, creyente fervorosa de que un escritor, antes de ser leído, necesita generar un público, busco acercar a cualquiera que se deje con mis textos a los autores que me han construido”, así se autodefine nuestra colaboradora.


El Mollete Literario 31

15.05.2015

Reseñas literarias Por El bolillo escéptico La Descendencia. Jack Michonik. Plaza y Valdés, España, 2015. 389 pp. Luego de escribir La insólita historia de Christian White, el autor israelí latinoamericano — como él se autonombra— nos presenta ahora en este nuevo libro una historia de las familias judías que en 1926 huyeron de la pobreza y el antisemitismo en la Europa Oriental hacia América del Sur. En la saga de esas familias, cuando están viajando a América, ocurren ciertos acontecimientos históricos como; el asesinato en París de un general a manos de un judío, o una mujer que atravesó el Canal de la Mancha nadando. Todos esos son hechos históricos que ocurrieron en las fechas precisas que figuran en el libro, que es el nacimiento de una comunidad judía en una ciudad católica. El autor prefiere hacer ficticia la ciudad en que se desarrolla la historia, aunque de hecho es la ciudad colombiana de Cali, en la que residió cerca de 20 años, y lo hace para que el lector pueda reconocer la historia de la comunidad judía de su propia ciudad, que bien podría ser la de cualquier Caracas, Lima o Bogotá. Octavio Paz. Semblanzas, territorios y dominios. Braulio peralta. Fundación Iberoamericana para el Arte y la Cultura, México, 2015. Un libro que causará motivación e inquietud es la nueva producción del periodista y editor Braulio Peralta. En Octavio Paz, Semblanzas, territorios y dominios, Peralta hace una excelente recopilación de entrevistas, ensayos y conversaciones con Octavio Paz entre 1981 y 1996, entre los que destaca lo escrito por Jorge Aguilar Mora, quien hace un recuento de la ruptura de Paz con el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre, en la que Carlos Monsiváis decidió no publicar un texto, para que el poeta no se enojara con ellos. El mérito de este nuevo libro de Peralta es que reúne a autores que tuvieron diferencias ideológicas y personales irreconciliables con el poeta como lo fue con Héctor Aguilar Camín. Para leer del mismo autor: El poeta en su tierra y Diálogos con Octavio Paz, dos excelentes libros de Braulio Peralta. El estudio científico de la felicidad. Mariano Rojas. FCE, México, 2014. Breviarios 582. 366pp. Un libro enfocado al caso latinoamericano, es un acercamiento al estudio de la felicidad y un análisis de cómo esto implica un cambio epistemológico y metodológico para la disciplina económica. Mariano Rojas centra sus esfuerzos en el estudio de la relación entre el bienestar con distintas variables —ingreso, pobreza, desempleo, crisis económicas— y su vinculación con las políticas públicas.

Erotismo en Oriente: sombras de placer. José Luis Trueba Lara. Editorial Porrúa, México, 2014. 250 pp. Este libro es una compilación y notas del maestro José Luis Trueba Lara, en el que nos da a conocer una breve muestra de los tratados amatorios orientales, escritos por los antiguos indios que sacralizaron el sexo. Documentos que comenzaron a formar parte de las bibliotecas europeas a finales del siglo XIX, sobre todo desde la publicación de la edición en inglés del Kama Sutra en 1883. El recorrido por el erotismo oriental que propone Trueba Lara, en estas páginas se inicia con El Cantar de los cantares del rey Salomón, continua con algunos textos del Jeque Nefzaqui publicados en El jardín perfumado y sigue con algunos escritos árabes de distintas épocas, se adentra en los libros descubiertos por el rey Salomón y culmina con un acercamiento a la sensualidad del Lejano Oriente a través de novelas y canciones de las geishas. El libro en sí nos lleva a una exploración en pos de la erotología, que parte del amor semítico para arribar al antiguo Japón. El Caballero de los siete Reinos. Canción de hielo y fuego: la precuela. George R. R. Martin. Plaza y Janes, España, 2015. 360 pp. Esta novela es la recopilación de los tres primeros cuentos de Dunk y Egg, ya publicados por este autor. Por primera vez se editan juntos y se les han añadido ilustraciones. En esta edición se incluyen: El Caballero errante, La Espada leal y El Caballero misterioso. Y la lectura de esta novela nos lleva a doscientos años después de la Conquista, en la que la dinastía Targaryen vive su apogeo. Los Siete Reinos de Poniente atraviesan un momento de relativa paz en los últimos años del reinado del buen rey Daeron. Es con este escenario como telón de fondo que Dunk, un muchacho pobre del Lecho de Pulgas, tiene una oportunidad única: dejar su vida miserable y convertirse en el escudero de un auténtico caballero. Pronto, el caballero muere y Dunk decide tomar su lugar y hacer historia en el torneo de Vado Ceniza. Es aquí donde conoce a Egg, un niño de diez años, tímido y enjuto, quien en realidad es mucho más de lo que parece ser. Dunk acepta a Egg como su escudero y juntos viajan por Poniente en busca de trabajo y aventuras. Una gran amistad nace entre ellos, una amistad para toda la vida, incluso cuando, años más tarde, ambos tendrán un papel fundamental en la estructura de poder de los Siete Reinos.



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