DON JOSÉ JULIÁN DE A COSTA Y CALBO
N ACIMIENTO Y ASCENDENCIA
Don José Julián de Acosta y Calbo, hijo de don Francisco de Acosta y Sandoval y de doña Juana Antonia Calbo y Garriga, nació en San Juan de Puerto Rico el 16 de febrero de 1825 54 , en la casa solariega de la familia de Acosta, marcada con el número 6, sita en la actual calle de O’Donnell número 206, frente a la antigua plaza de Santiago, hoy plaza de Colón, en el Viejo San Juan. Recibió el sacramento del bautismo, según lo dispone el rito católico, con óleo y crisma, en la Catedral de San Juan (hoy Basílica Menor) el 12 de marzo de 1825 del presbítero don Manuel Almanza. Tuvo de padrinos a don Manuel Coronado 55
Su padre, don Francisco de Acosta y a su tía doña María del Patrocinio Calbo y Delgado, hecho que aparece asentado en el folio 17 vuelto del Libro doce parroquial de bautismos de blancos de la Catedral de San Juan. 56, 57
54 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Libro doce parroquial de bautismos de blancos de la Catedral de San Juan de Puerto Rico (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2011), págs. 80-82. , natural de San Juan de Puerto Rico, notario de Reinos, escribano público de
55 Don Manuel Coronado fue escribano real. Adolfo de Hostos, Tesauro de datos historicos [sic], 1.ª ed., tomo I (Río Piedras, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1990), pág. 566.
56 Don Francisco de Acosta tuvo un anillo de oro de 21 quilates, con el escudo de los de Acosta, que usó cuando lacraba. Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), págs. 87-88.
Gobierno y Guerra, escribano del Juzgado de Bienes de Difuntos y contador judicial, fue «muy aficionado a los buenos estudios, docto en humanidades, amante de su tierra y de posición económica desahogada» 58
, de la que fue viniendo a
57 Los de Acosta de esta familia llevan por armas: «Partido: 1.º, en gules, seis costillas, de plata, puestas de dos en dos, y 2.º, en azur, una rueda de Santa Catalina, de oro, con las cuchillas de plata». Ampelio Alonso de Cadenas y Lopez [sic] y Vicente de Cadenas y Vicent, Heraldario español, europeo y americano, tomo IV (Madrid, España: Ediciones de la Revista Hidalguía, 1996), pág. 251; Ampelio Alonso de Cadenas López y Vicente de Cadenas y Vicent, Blasonario de la consanguinidad ibérica 1996-1997 (Madrid, España: Hidalguía, 1997), pág. 110.
En el libro Retablos, joyas, platería y arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), del Dr. Robert Stolberg Acosta, se puede apreciar el escudo de los de Acosta en varias piezas de arte: en una medalla de plata y oro, en la página 127; en una taza de plata para niño, en la página 129; y en una taza de plata para niña, en una pila bautismal de plata y en una patena de plata, en la página 138.
La rueda de Santa Catalina que figura en las armas alude al instrumento de tortura al que fue sometida Santa Catalina de Alejandría, «patrona de la familia Acosta» desde tiempo inmemorial. Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), págs. 23 y 196.
Según la tradición cristiana, en el año 307, el emperador Majencio condena a Santa Catalina de Alejandría «a morir en una rueda o torno armado de cuchillas, que milagrosamente se rompe al tocarla con sus manos. No bien se salva de esta sentencia es torturada y finalmente decapitada y su cuerpo es llevado por ángeles al Monte Sinaí, donde más tarde, en su honor, se erigen un monasterio y una iglesia que llevan su nombre». Jaime Alberto Solivan de Acosta, «La rueda de Santa Catalina», Hidalguía, 204 (septiembre-octubre de 1987), pág. 778; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Ensayos heráldicos (Río Piedras, Puerto Rico: Jay-Ce Printing, 1990), pág. 14.
58 Angel [sic] Acosta Quintero, Jose [sic] Julian [sic] Acosta y su tiempo (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1965), pág. 23.
menos rápidamente a causa de sus malos negocios, pues había comprado
una hacienda de cañas en el pueblo de Río Piedras que fue la causa de la ruina de la familia, pues para atender a los gastos de su cultivo tuvo necesidad de vender las fincas que poseía, llegando a desprenderse de diez y siete [sic] casas, para tener en definitiva que deshacerse de aquella malhadada finca 59 que tantos desastres le había causado 60 .
Don Francisco de Acosta contrajo matrimonio en la Catedral de San Juan el 30 de agosto de 1814 61 , ante el presbítero don Nicolás Ruiz y Peña, con doña Juana Antonia Calbo y Garriga 62, 63 , natural de San Sebastián 64
59 Esta finca era la más grande de Río Piedras. Se extendía desde la entrada del pueblo hasta la Parada 15, en Miramar, Santurce. Carlos Gaztambide Arrillaga, Historia de Rio [sic] Piedras ([Puerto Rico]: Model Offset Printing, 1985), pág. 23. (Guipúzcoa),
60 Angel [sic] Acosta Quintero, Jose [sic] Julian [sic] Acosta y su tiempo (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1965), pág. 24.
61 Libro de matrimonios de blancos, vol. V, 1814, fol. 8.
62 Figura en el libro La formacion [sic] del pueblo puertorriqueño: La contribucion [sic] de los vascongados, navarros y aragoneses, de la Dra. Estela Cifre de Loubriel, en la página 156.
63 Tuvo una hermana llamada doña María (de la) Merced Calbo y Garriga, natural de La Coruña (Galicia), quien casó el 15 de abril de 1805 en la Catedral de San Juan con don Juan Jacinto Rodríguez Calderón. Tuvo también otra hermana de nombre doña María del Patrocinio Calbo y Delgado, hija de don José Calbo y de doña Bárbara Delgado y Acosta; natural de Santiago de Cuba; soltera; sepultada en San Juan el 14 de abril de 1852 a la edad de 48 años; y un hermano llamado don Juan Felipe Calbo y Delgado, brigantino, de estado soltero, artillero de la Segunda Compañía de la Brigada de San Juan, sepultado en San Juan el 4 de noviembre de 1813 a
la edad de quince años aproximadamente. Archivo General de Indias, Legajo, Indiferente General 2170, «Relación de pasajeros de la fragata María Josefa y del bergantín Nuestra Señora del Carmen», Cádiz, 12 de septiembre de 1803; Libro de matrimonios de blancos, vol. IV, 1805, fol. 115; Libro de defunciones, vol. XXI, 1813, fol. 70; Estela Cifre de Loubriel, Catálogo de extranjeros residentes en Puerto Rico en el siglo XIX (Río Piedras, Puerto Rico: Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, 1962), pág. 13; Estela Cifre de Loubriel, La formacion [sic] del pueblo puertorriqueño: Contribucion [sic] de los gallegos, asturianos y santanderinos (San Juan, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1989), págs. 206-207; Jaime A. Soliván [sic] de Acosta, «Genealogia [sic] de don Jose [sic] Julian [sic] de Acosta y Calbo», La Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 8 (enero a junio de 1989), págs. 132-133.
Dicha doña María de la Merced Calbo y Garriga figura como «Doña Maria [sic] Merced Calvo [sic] de Calderon [sic]» en la Gaceta del Gobierno de Puerto-Rico [sic] del 21 de octubre de 1829, en el folio 1008.
Dicho don Juan Jacinto Rodríguez Calderón (1778-m. despúes de 1839), originario de Puentedeume (La Coruña), hijo de don Manuel Francisco Rodríguez y de doña Bernardina Martínez de Castro, perteneció a una ilustre familia gallega descendiente de los Marqueses de Santa Cruz. Fue guardia de corps en la corte española. En 1802, fungió de intérprete de idiomas extranjeros en la capitanía general de Puerto Rico. Hacia 1806, introdujo la primera imprenta en Puerto Rico, en los bajos de la casa de los de Acosta, con quienes emparentó. Escribió, en 1806, el primer libro impreso en Puerto Rico, un poemario titulado Ocios de la juventud. En 1808, fue nombrado secretario del Santo Oficio en San Juan por el Tribunal de la Inquisición de Cartagena de Indias. Ocupó la alcaldía de San Lorenzo de 1811 a 1813. Josefina Rivera de Alvarez [sic], Diccionario de literatura puertorriqueña, tomo segundo, vol. II (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1974), págs. 1368-1371; Jose [sic] A. Romeu [sic], Panorama del periodismo puertorriqueño, 1.ª ed. (Río Piedras, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1985), pág. 4; Estela Cifre de Loubriel, La formacion [sic] del pueblo puertorriqueño: Contribucion [sic] de los gallegos, asturianos y santanderinos (San Juan, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1989), págs. 354-355; G[eneroso] E. Morales Muñoz, «La introducción de la imprenta en Puerto Rico», Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 9 (junio de 2004), págs. 33-35; Alejandro Tapia y Rivera, Mis memorias. Puerto Rico como lo encontré y como
hija del capitán del Real Cuerpo de Artillería don José Calbo 65, 66, natural de Rebolledo (Burgos) 67 , y de doña Rita Tecla Garriga 68 , y descrita como
señora de extremada hermosura y de mayor virtud, dama distinguida, de una educación esmerada no
lo dejo (Guaynabo, Puerto Rico: Academia Puertorriqueña de la Lengua Española y Editorial Plaza Mayor, Inc., 2015), págs. 10-11.
Don Juan Jacinto Rodríguez Calderón y doña María de la Merced Calbo y Garriga fueron padres de doña Eugenia Rosalía Bernardina Rodríguez Calderón y Calbo, nacida en San Juan el 13 de noviembre de 1807 y bautizada en la Catedral de San Juan el 25 de noviembre de 1807. Libro 9 de bautismos de blancos, 1807, fol. 10vto.
64 Don José Julián de Acosta y Calbo menciona que su madre era donostiarra en la trigesimocuarta conferencia de la Junta Informativa de Ultramar del 25 de abril de 1867. Apéndice. Conferencias de la Junta Informativa de Ultramar celebradas en esta capital en los años de 1866 y 1867 (Madrid, España: Imprenta Nacional, 1873), pág. 146.
65 Figura en algunos documentos como don José de Calbo y don José Calvo.
66 Don José Calbo alcanzó el grado de teniente coronel de artillería y falleció en San Juan en 1804. Estela Cifre de Loubriel, La formacion [sic] del pueblo puertorriqueño: Contribucion [sic] de los gallegos, asturianos y santanderinos (San Juan, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1989), págs. 206-207.
67 Estela Cifre de Loubriel, La formacion [sic] del pueblo puertorriqueño: Contribucion [sic] de los gallegos, asturianos y santanderinos (San Juan, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1989), págs. 206-207.
68 En una tela bordada con el árbol genealógico de los de Acosta, de 1912, se señala que doña Rita Tecla Garriga era hija de don Pedro Garriga, natural de Amézqueta (Guipúzcoa) y de doña Tecla García, oriunda de Villafranca de Oria (Guipúzcoa). Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), pág. 137.
común en su tiempo, a la que reunía un valor moral y fortaleza de alma de la que dio pruebas hasta en sus últimos años, en que viuda y con pérdidas en su hacienda, supo educar y formar a sus hijos 69 .
Tuvo de testigos nupciales a don Andrés Moreno 70
69 Angel [sic] Acosta Quintero, Jose [sic] Julian [sic] Acosta y su tiempo (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1965), pág. 24. , al subteniente de Milicia don Pedro Álvarez y a doña Manuela Noa. Fue padre de
70 Don Andrés Moreno fue síndico procurador general en 1820 y juez de hecho del ayuntamiento de San Juan en 1821 y 1822. Cayetano Coll y Toste, Boletín Histórico de Puerto Rico, tomo II (San Juan, Puerto Rico: Tip. Cantero, Fernández & Co., 1915), pág. 13; Cayetano Coll y Toste, Boletín Histórico de Puerto Rico, tomo VII (San Juan, Puerto Rico: Tip. Cantero, Fernández & Co., 1920), pág. 120.
Don Andrés Moreno [y Fuerte(s)] fue hijo de don Sebastián Moreno, natural de San Lucas, España, y de doña Francisca Fuerte(s), natural de San Juan, Puerto Rico. Contrajo nupcias en la Catedral de San Juan el 28 de septiembre de 1801 con doña María Maximina de la Trinidad de Acosta y Sandoval, hermana de don Francisco de Acosta y Sandoval. Fue padre de doña María Tomasa del Carmen Moreno y de Acosta, nacida en San Juan el 6 de marzo de 1804 y bautizada en la Catedral de San Juan el 31 de marzo de 1804. Libro de matrimonios de blancos, vol. III, 1767, fol. 137; Libro de matrimonios de blancos, vol. IV, 1801, folios 88vto.-89; Libro de bautismos de blancos, vol. VIII, 1804, fol. 155.
Fue padre también de don José María Leonardo Moreno y de Acosta, nacido en San Juan el 27 de noviembre de 1807 y bautizado en la Catedral de San Juan el 7 de diciembre de 1807, y de don Aniceto Ramón Moreno y de Acosta, nacido en San Juan el 17 de abril de 1812 y bautizado en la Catedral de San Juan el 30 de abril de 1812. Libro 9 de bautismos de blancos, 1807, fol. 11; Libro 9 de bautismos de blancos, 1812, fol. 121.
Tuvo también a doña María del Pilar Moreno y de Acosta, quien casó en San Juan el 6 de septiembre de 1829 con el Lic. don Ramón Dapena y Cáceres, de cuyo matrimonio nació, entre otros, don Joaquín
1. Don Manuel Joaquín de Acosta y Calbo, quien nació en San Juan el 19 de agosto de 1815 y fue bautizado en la Catedral de San Juan el 2 de septiembre de 1815 71, 72 .
2. Doña María del Carmen Fabiana de Acosta y Calbo, quien nació en San Juan el 19 de enero de 1818 y fue bautizada en la Catedral de San Juan el 9 de febrero de 1818 73, 74, 75 .
3. Don Juan Francisco de Acosta y (de) Calbo, quien nació en San Juan el 27 de enero de 1820 y fue Dapena y Moreno. Libro de matrimonios de blancos, vol. VI, 1829, folios 130vto.-131; María Teresa Delgado y Acosta, Carta dirigida a doña Josefina de Acosta y Matienzo, sin fecha.
Don Andrés Moreno y Fuertes tuvo un hermano llamado don Antonio Moreno y Fuertes, casado en San Juan el 21 de abril de 1806 con doña María Calderón y Prieto, hija de don Francisco Calderón y de doña María de la Cruz Prieto. Libro de matrimonios de blancos, vol. IV, 1806, fol. 124.
71 Libro 9 de bautismos de blancos, 1815, fol. 226vto.
72 Angel [sic] Acosta Quintero, Jose [sic] Julian [sic] Acosta y su tiempo (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1965), pág. 26.
73 Libro diez de bautismos de blancos, 1818, fol. 100.
74 Angel [sic] Acosta Quintero, Jose [sic] Julian [sic] Acosta y su tiempo (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1965), pág. 28; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), pág. 19.
75 De acuerdo con la partida de bautismo de un esclavo de don Francisco de Acosta y de doña Juana Calbo, de nombre Teodoro Gregorio, localizada en el Libro veinte y cinco [sic] de bautismos, en el folio 129, doña Fabiana de Acosta y Calbo estuvo casada con don Juan José Geraldino.
bautizado en la Catedral de San Juan el 12 de febrero de 1820 76 .
4. Doña María del Carmen Amalia de Acosta y Calbo, quien nació en San Juan el 11 de julio de 1822 y fue bautizada en la Catedral de San Juan el 26 de julio de 1822 77, 78 .
5. Don Eduardo Eugenio de Acosta y Calbo, quien nació en San Juan el 14 de noviembre de 1823 y murió el 24 de agosto de 1868 79. Fue poeta 80
76 Libro diez de bautismos de blancos, 1820, folios. 180-180vto.; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), pág. 18. ,
77 Libro once de bautismos de blancos, 1822, fol. 8; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), pág. 19.
78 De acuerdo con la Dra. Birgit Sonesson, doña Carmen de Acosta y Calbo casó en 1847 con don José María Goenaga y Arévalo, «hijo de Martín Antonio Goenaga Izaguirre, casado en Granada en 1813 con María Tecla Lucía Arévalo y Domínguez del Prado». Birgit Sonesson, Vascos en la diáspora. La emigración de La Guaira a Puerto Rico (1799-1830) (Sevilla, España: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2008), pág. 92.
79 José Julián de Acosta y Calbo, «Necrologia [sic]» en Colección de artículos (San Juan, Puerto Rico: Imprenta de Acosta, 1869), págs. 161-164; S[alvador] Arana-Soto, Catalogo [sic] de poetas puertorriqueños (San Juan, Puerto Rico: Sociedad de Autores Puertorriqueños, 1968), pág. 16; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), págs. 123-124.
80 S[alvador] Arana-Soto, Catalogo [sic] de poetas puertorriqueños (San Juan, Puerto Rico: Sociedad de Autores Puertorriqueños, 1968), pág. 16.
articulista, librero 81 y tipógrafo 82 , y continuador de los Almanaques aguinaldos, después de 1857. Compuso la balada «Pobre niña», recogida en el Aguinaldo lírico de la poesía puertorriqueña 83 En calidad de poeta, apenas queda de él una breve opinión valorativa emitida por el prócer puertorriqueño don Alejandro de Tapia y de Rivera, que dice así: .
“Figuró en nuestras nacientes letras con cantos de bella forma y apasionados conceptos, esparcidos aquí y allá en las columnas de los periódicos”. Como prosista, se inquietó con hondura y erudición ante diversos aspectos de la
81 En agosto de 1857, compró la imprenta y librería de don Francisco Márquez, fundada a mediados de 1837, en la calle de la Fortaleza número 23, y la primera gran librería establecida en San Juan y muy probablemente en toda la Isla. «Avisos», Gaceta del Gobierno de Puerto-Rico [sic], 18 de agosto de 1857, pág. 4; Lidio Cruz Monclova, El libro en la cultura puertorriqueña (San Juan, Puerto Rico: Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, 1980), pág. 18; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), págs. 23-24.
82 Cesáreo Rosa-Nieves, Aguinaldo lírico de la poesía puertorriqueña, vol. I (Puerto Rico: Librería Campos, 1957), pág. 88; Josefina Rivera de Alvarez [sic], Diccionario de literatura puertorriqueña, tomo segundo, vol. I (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1974), pág. 16; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), págs. 18-19.
83 Cesareo [sic] Rosa-Nieves, Aguinaldo lirico [sic] de la poesia [sic] puertorriqueña, ed. rev., tomo I (Río Piedras, Puerto Rico: Editorial Edil, Inc., 1971), págs. 88-89.
problemática cultural puertorriqueña de sus días 84 .
6. Don José Julián de Acosta y Calbo, nuestro biografiado.
7. Don Mariano Julio de Acosta y Calbo, soltero, nacido en San Juan en 1828 y sepultado en el Cementerio de Santa María Magdalena de Pazzi, en el Viejo San Juan, el 3 de noviembre de 1849, después de recibir los santos sacramentos de la penitencia y la extremaunción 85, 86 .
8. Doña Emilia Saturnina de Acosta y Calbo 87, quien nació en San Juan el 11 de febrero de 1830 y fue bautizada en la Catedral de San Juan el 6 de marzo de 1830 88 .
84 Josefina Rivera de Alvarez [sic], Diccionario de literatura puertorriqueña, tomo segundo, vol. I (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1974), págs. 16-17.
85 Libro de defunciones, 1849, fol. 27.
86 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), pág. 19.
87 «Duelo público: ¡Don José Julián de Acosta, no existe!», El Clamor del País, 27 de agosto de 1891, pág. sin numerar.
88 Libro de bautismos, vol. XIII, 1830, folios 138-138vto.; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), pág. 19.
9. Don Luis Gustavo de Acosta y Calbo 89, 90, quien poseyó la famosa finca El Cacao 91, ubicada en Carolina, donde se reunieron los principales reformistas y revolucionarios en junio de 1867, para discutir la situación del país luego del fracaso de la presentación de peticiones de reformas al régimen colonial ante la Junta Informativa de Ultramar[,] [...] [y en cuya reunión] se produjo un debate y división entre el sector reformista, encabezado por [don José Julián de] Acosta, y el sector revolucionario, liderado por [don Ramón Emeterio] Betances 92 .
10. Don Juan de Acosta y Calbo, quien nació en San Juan el 26 de noviembre de 1835 y fue bautizado en la Catedral de San Juan el 20 de enero de 1836 por el presbítero don Manuel Almanza, teniendo de
89 Alejandro Tapia y Rivera, Mis memorias. Puerto Rico como lo encontré y como lo dejo (Guaynabo, Puerto Rico: Academia Puertorriqueña de la Lengua Española y Editorial Plaza Mayor, Inc., 2015), pág. 13.
90 G[eneroso] E. Morales Muñoz, «La introducción de la imprenta en Puerto Rico», Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 9 (junio de 2004), pág. 35.
91 Angel [sic] Acosta Quintero, «Estudios históricos. Puerto Rico en el parlamento [sic] español. Alcolea - Yara - Lares», La Democracia, 9 de agosto de 1918, pág. 4.
92 Francisco Moscoso, «Tapia, la Sociedad Recolectora y la Biblioteca histórica de Puerto Rico (1854)» en Tapiana I, ed. Roberto RamosPerea (San Juan, Puerto Rico: Ateneo Puertorriqueño, 2012), pág. 32.
padrinos a sus hermanos don Francisco y doña María del Carmen de Acosta y Calbo 93 .
11. Don Juan Euclides de Acosta y Calbo 94, quien nació en San Juan el 30 de septiembre de 1837 95 y falleció el 11 de marzo de 1911 en Fajardo 96, patria del héroe de la independencia de España y América y general don Antonio Valero de Bernabé 97. Fue farmacéutico 98, 99. Casó en Fajardo el 12 de diciembre de 1867 con doña Concepción Becerril y Espinosa (1849-1887) 100
93 Libro de bautismos de blancos, vol. XIV, 1836, fol. 81vto.; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), pág. 19. . Logró tener «una colección importante de documentos, grabados,
94 «Duelo público: ¡Don José Julián de Acosta, no existe!», El Clamor del País, 27 de agosto de 1891, pág. sin numerar.
95 Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y arte: Colección
Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), pág. 102.
96 Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), pág. 118.
97 Mariano Abril, Un heroe [sic] de la independencia de España y America [sic] (Antonio Valero de Bernabe [sic]), ed. facsímil (San Juan, Puerto Rico: Oficina del Historiador Oficial de Puerto Rico, 2013), pág. 7.
98 Alejandro Tapia y Rivera, Mis memorias. Puerto Rico como lo encontré y como lo dejo (Guaynabo, Puerto Rico: Academia Puertorriqueña de la Lengua Española y Editorial Plaza Mayor, Inc., 2015), pág. 13.
99 S[alvador] Arana-Soto, Catalogo [sic] de farmaceuticos [sic] de Puerto Rico (Desde 1512 a 1925) (Burgos, España: Imprenta de Aldecoa, 1966), pág. 19.
100 Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), págs. 109 y 117.
mapas y libros de la época colonial que ya su abuelo, Manuel de Acosta y Moreno, había comenzado en las postrimerías del siglo XVIII» 101 . Recibió del gobernador de Puerto Rico, en representación del rey Alfonso XII, la medalla de plata de los Voluntarios de Puerto Rico por poner las tierras de la Hacienda Acosta al servicio de la corona española para maniobras de gobierno y guerra 102, 103 .
Hijo de la Ilustración, don Francisco de Acosta fue un gran coleccionista: «se interesó vivamente en el tema indígena y adquirió cerca de 2,000 artefactos arqueológicos de Puerto Rico: vasijas de barro, ídolos, collares, codos, cemíes, espátulas vómicas, manos de mortero, hachas petaloides y amuletos» 104 . Fue, además, agraciado con el Escudo de Distinción de la Fidelidad 105
101 Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), pág. 108. , condecoración creada «por Real Decreto de 14 de
102 Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), pág. 118.
103 G[eneroso] E. Morales Muñoz, «La introducción de la imprenta en Puerto Rico», Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 9 (junio de 2004), pág. 35.
104 Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), pág. 90.
105 Libro de bautismos, vol. XIII, 1830, folios 138-138vto.; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Próceres sanjuaneros y su justificación nobiliaria
diciembre de 1823, para premiar a cuantos se distinguieron durante el Trienio Constitucional (1820-1823) por su fidelidad al Rey [don Fernando VII] y su aversión a los liberales» 106 . En 1827, obtuvo una real cédula que le autorizó a «firmar con el distintivo de Don los instrumentos y actuaciones en que intervinier[a] como [...] Notario de Reynos [sic]» 107 , por
la distincion [sic] y lustre de las familias de que deriva[ba], y [...] [porque sus] individuos ha[bía]n obtenido empleos militares y políticos, siendo nobles, y descendientes los mas [sic], de los primeros fundadores de poblaciones de la Isla; y modernamente su abuelo Capitan [sic] y dos Tios [sic] Cadetes [sic] del Regimiento Fijo [sic] de la misma 108 .
Don Francisco de Acosta falleció en mayo de 1843, y fue sepultado el 15 de mayo de ese mismo año en el cementerio de Santa María Magdalena de Pazzi, en el Viejo San Juan 109
(Carolina: First Book Publishing of Puerto Rico, 2000), pág. 20; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Diccionario onomástico, etimológico, heráldico y genealógico puertorriqueño (Puerto Rico: Impresos Quintana, Inc., 2006), pág. 35. . En su tumba figura el siguiente epitafio:
106 Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila y Fernando GarcíaMercadal y García-Loygorri, Las órdenes y condecoraciones civiles del Reino de España, 2.ª ed. (Madrid: Boletín Oficial del Estado y Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2003), pág. 219.
107 Cayetano Coll y Toste, Boletín Histórico de Puerto Rico, tomo IV (San Juan, Puerto Rico: Tip. Cantero, Fernández & Co., 1917), pág. 77.
108 Cayetano Coll y Toste, Boletín Histórico de Puerto Rico, tomo IV (San Juan, Puerto Rico: Tip. Cantero, Fernández & Co., 1917), págs. 76-77.
109 Libro de defunciones, vol. XXXI, mayo de 1843, fol. 231.
Aquí yace el noble caballero Don Francisco de Acosta y Sandoval, Notario de Reinos, Escribano Público de Gobierno y Guerra, Escribano del Juzgado de Bienes de Difuntos y Contador Judicial. Terrateniente, aficionado a los buenos estudios, coleccionista incansable, docto en humanidades, amante de su patria. Nacido en San Juan de Puerto Rico en 1781. Hijo de Don Manuel de Acosta y Moreno y Doña Benita Sandoval Domínguez y descendiente de Don Juan Ponce de León, Conquistador, Colonizador y Primer Gobernador de Puerto Rico y Adelantado de la Florida y la Isla de Biminí. Casado que fue con Doña Juana Calbo y Garriga. Feneció el 15 [sic] de mayo de 1843 110 .
Nuestro biografiado fue nieto por línea paterna de don Manuel de Acosta y Moreno 111, 112, natural de San Juan, escribano de Guerra y Marina, contador judicial y propietario y auxiliar de la Real Hacienda de San Juan, quien, en 1776 y en 1777, probó hidalguía y limpieza de sangre, y de doña Benita Sandoval y Domínguez 113
(nacida en San Juan el 21 de marzo
110 Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), pág. 98.
111 Don Manuel de Acosta casó el 16 de diciembre de 1770 en la Catedral de San Juan. Libro de matrimonios de blancos, vol. III, 1770, folios 159vto.-160.
112 Don Manuel de Acosta tuvo un hermano llamado don Lorenzo de Acosta y Moreno, natural de San Juan, presbítero, capellán del Monasterio de las RR. MM. Carmelitas, fallecido el 6 de noviembre de 1811 y sepultado en el presbiterio del Convento de las Carmelitas. Else Zayas León, «Clero nativo», Boletín de la Sociedad Puertorriqueña de Genealogía, IX (abril de 1997), págs. 89-90.
113 Doña Benita Sandoval casó en primeras nupcias en la Catedral de San Juan el 18 de noviembre de 1754 con don Antonio Quintana,
de 1739, bautizada en la Catedral de San Juan el 4 de abril de 1739 114 , hija del artillero don Juan Mat(h)eo Sandoval y de Sosa 115, 116, natural de Sanlúcar de Barrameda [Cádiz], hijo de don Pedro de Sandoval y de doña Bernarda de Sosa, y de doña
Paula Domínguez y Romero, hija de don Andrés Domínguez y de doña Catalina Romero 117
); bisnieto de don Francisco de
natural de Palma de Mallorca, hijo de don Raphael [sic] Quintana y doña Francisca Alsina (no muy claro). Libro de matrimonios de blancos, vol. III, 1754, folios 50-50vto.
114 Libro de bautismos de blancos, vol. VIII, 1739, folios 7vto.-8.
115 Don Juan Matheo Sandoval y de Sosa casó dos veces: en primeras nupcias en la Catedral de San Juan el 27 de enero de 1721 con doña Paula Domínguez y Romero, y en segundas el 31 de marzo de 1744 con doña Juana Antonia de Vergara y de Castro. De este segundo matrimonio nació don Gregorio Sandoval y de Vergara (1749-1820), célebre escribano real, escribano de Gobierno y Guerra, escribano del Juzgado de Bienes de Difuntos, escribano de Cabildo, notario público y teniente de Gobernación, quien probó limpieza de sangre en 1776. Libro de matrimonios de blancos, vol. II, 1744, fol. 163vto.; Jaime A. Soliván [sic] de Acosta, «Genealogia [sic] de don Jose [sic] Julian [sic] de Acosta y Calbo», La Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 8 (enero a junio de 1989), págs. 128-129; Ángel López Cantos, Los puertorriqueños: Mentalidad y actitudes (siglo XVIII) (San Juan, Puerto Rico: Ediciones Puerto, 2001), págs. 119-120.
Don Gregorio Sandoval y de Vergara fue admirado por el gobernador de aquella época «por su exactitud, buen desempeño, y fidelidad» en el trabajo. Archivo General de Indias, «Expediente personal de don Gregorio Sandoval», 1817.
116 Don Juan Matheo Sandoval fue «sepultado el 26 de noviembre de 1771 en la capilla de terceros del Convento de San Francisco de Asís». Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), pág. 64.
117 Doña Catalina Romero fue «fundadora de la misa cantada en la Iglesia de Santo Tomás de Aquino en San Juan en 1692 y descendiente directa de[l] [conquistador de Puerto Rico don] Juan Ponce de León y su
Acosta y García (1715-1765), oriundo de San Juan, capitán de Infantería, y de doña Ana María Moreno y Merencio 118, 119 (hermana terciaria de la Orden de San Francisco, hija de don Francisco Vicente Moreno y de doña María Malena Merencio), ambos enterrados en la Iglesia de San Francisco, en el Viejo San Juan; tataranieto de don Juan de Acosta y de Herrera 120, 121, militar, originario de Oporto (Portugal), y de doña María García 122 (natural de Irlanda, hija de don Francisco Moreno y de doña Juana Romero) 123
esposa Leonor. De ella se conservan en la Colección Acosta varias piezas de joyería inventariadas en 1693». Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), pág. 64. ; y
118 Doña Ana María Moreno fue sepultada el 23 de abril de 1791. Libro de defunciones, vol. XI, 1791, folios 17-17vto.
119 Doña Ana María Moreno y el gobernador de Puerto Rico don Matías de Abadía tuvieron un hijo llamado don Francisco de Abadía. Archivo General de Indias, Sección de Santo Domingo, Legajo 554, «Carta de don Matías de Abadía», 6 de mayo de 1743.
120 Don Juan de Acosta casó el 25 de septiembre de 1695 en la Catedral de San Juan Libro de matrimonios de blancos, vol. I, 1695, fol. 261.
121 En algunos documentos aparece como don Juan de Acosta Machado. Libro de bautismos de blancos, vol. II, 1715, fol. 74.
122 En algunos documentos aparece como doña María García de Matheos. Biblioteca José M. Lázaro, Colección Puertorriqueña, Micropelículas, Colección María del Pilar Acosta Velarde de Legrand, «Micro 326/A1851m», núm. 1.
123 Don Juan de Acosta y doña María García «establecieron en su hogar de San Juan la capilla primada de la familia Acosta en el Nuevo Mundo. En ella figuraban prominentemente nueve retablos (de los que se conservan ocho) hechos por encargo en diferentes talleres del Virreinato del Perú a fines del siglo XVII y principios del XVIII. Aunque provenían de cuatro diferentes talleres de pintor, en conjunto formaban el altar de la capilla. Todos los retablos tienen al dorso la siguiente inscripción: “Capilla de Acosta ∙ Ciudad de Puertorrico [ sic] ∙ Por Encargo [ sic] de Don [sic] Juan de Acosta y de Herrera”». Robert Stolberg Acosta, Retablos, joyas, platería y
chozno de don Juan de Acosta y de doña Ysabel [sic] de Herrera, vecinos de la mencionada ciudad lusitana, a orillas del Duero 124, 125 .
V IDA Y OBRA
Durante su infancia, don José Julián de Acosta aprende las primeras letras de la maestra Jacinta Ramírez y, luego, continúa sus estudios en el Colegio Carpegna, institución fundada el 10 de abril de 1833 por el ilustrísimo señor don Ramón Carpegna y Lebrón de Tegeiro, Conde de Carpegna, oficial de Infantería y exsecretario del Gobierno político de Puerto Rico.
Algún tiempo después, su familia se traslada a Ponce y allí tiene de maestros a don Vicente Silva y a don Lorenzo Sancho. Terminada la instrucción primaria apenas tiene trece años , regresa a su ciudad natal para seguir los estudios de la segunda enseñanza en el Seminario Conciliar de San Ildefonso. En ese centro docente, tiene de maestro al eminente excatedrático de la Universidad de Santiago de Compostela y presbítero doctor don Rufo Manuel Fernández y Carballido, por quien siempre conservará «la más entusiasta admiración por sus virtudes» 126 arte: Colección Acosta de San Juan, Puerto Rico (1695-2010), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Editorial Revés, 2011), pág. 18. .
124 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Diccionario onomástico, etimológico, heráldico y genealógico puertorriqueño (Puerto Rico: Impresos Quintana, Inc., 2006), págs. 34-37.
125 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Próceres sanjuaneros y su justificación nobiliaria (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 2000), págs. 15-22.
126 «¡En honor de Acosta!: Discurso del señor don Alberto Regulez [sic]», El Clamor del País, antes El Agente, 30 de agosto de 1892, pág. sin
Además de asistir al Seminario Conciliar, toma cursos en el Laboratorio de Química y en el Gabinete de Física que funda a sus expensas el citado reverendo padre Fernández. Allí tiene de compañeros de aula a su gran amigo don Román Baldorioty de Castro, personaje que estará siempre presente en la vida del biografiado, tanto en los momentos de ventura como en los de aflicción, y a don Manuel Alonso y Pacheco, el futuro autor de El gíbaro, uno de los primeros libros costumbristas de Puerto Rico.
A los diecisiete años, obtiene el título de bachiller y enseña gramática castellana en la escuela privada de don Juan de la Cruz Coca, lugar donde, a expensas de él, cursa su hermano don Luis Gustavo de Acosta y Calbo.
Dos años más tarde, el 6 de octubre de 1844, sustituye al educador, político y periodista don Nicolás Aguayo y Aldea, para impartir gratuitamente la clase de geografía en el Seminario Conciliar. En marzo de 1845, durante el mando del gobernador don Rafael de Arístegui y Vélez de Guevara, Conde de Mirasol, explica la cátedra de retórica en el mencionado plantel; y en ese mismo año, presenta una propuesta al Ayuntamiento de la capital para dirigir una escuela de instrucción primaria, petición que le es denegada por su minoría. ¡Cuenta veinte años solamente!
A pesar de esta negativa, continúa dando lecciones particulares a señoritas de la alta sociedad sanjuanera, entre ellas a las hermanas de Vizcarrondo y Coronado, una de las cuales sería la madre del escritor, orador y periodista don Manuel de Elzaburu y de Vizcarrondo. Nos referimos a doña Bárbara de Vizcarrondo y Coronado. numerar; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 145.
También tiene la dicha de tener como discípulo a don Julio Lorenzo de Vizcarrondo y Coronado, quien, andando el tiempo, fundará la Sociedad Abolicionista Española y, en 1863, verterá del francés al español el libro Viaje a la isla de Puerto Rico en el año 1797, de André-Pierre Ledru, obra en la que apuntalará lo siguiente:
Al decidido amor a las letras que ha caracterizado en todos tiempos a mi distinguido amigo, el Lcdo. D. José Julián de Acosta, debe el país tener hoy en su seno el único ejemplar del libro que traduzco. Cuando visitaba Acosta la capital de Francia, completando su carrera científica, su espíritu escudriñador lo llevó a desentrañar de entre los innumerables puestos de libros viejos que apenas mira el viajero indiferente en las orillas del Sena, tal vez el último ejemplar de una edición agotada y que tanto se roza con la historia y la flora de nuestra preciosa Isla: a él debe, pues, Puerto Rico el conocimiento de este libro que yo, con menos habilidad, pero con no tantas obligaciones que embarguen mi tiempo, he querido dar a conocer al país a quien deseo ser útil 127, 128 .
127 André Pierre Ledrú [sic], Viaje a la isla de Puerto Rico en el año 1797, traducido al español por Julio L. de Vizcarrondo (San Juan, Puerto Rico: Editorial Coquí, 1971), pág. 13.
128 Este mismo texto, con ciertas variantes ortográficas y tipográficas, se encuentra en la primera edición bilingüe de 2013. André Pierre Ledru, Viaje a la isla de Puerto Rico, 1.ª ed., nueva traducción basada en la de Julio de Vizcarrondo de 1863, ed. Manuel A. Domenech Ball (San Juan, Puerto Rico: Oficina del Historiador Oficial de Puerto Rico, 2013), págs. 43-44.
De Acosta concurre, además, a las clases de anatomía que se imparten en el Hospital Militar a fin de ampliar su cultura. En enero de 1846, escribe «Recuerdo a José Campeche», breve bosquejo biográfico y tributo de admiración al mérito, la originalidad y la sencillez del primer pintor puertorriqueño de fama: José Campeche y Jordán. Con esta semblanza, recogida en el segundo Aguinaldo puertorriqueño, el autor no solo se inicia como crítico de arte, llegando a comparar al hábil pincel con los grandes maestros de la pintura europea, como Sánchez Coello, Velázquez y Murillo, sino también como biógrafo, pues, como buen maestro, está convencido de que «de todos los géneros de lectura, ninguno mas [sic] capaz de despertar los nobles instintos en el niño, y de formar un carácter elevado en los jóvenes, como el de las vidas de los hombres ilustres» 129
En 1846, el presbítero don Rufo Manuel Fernández resuelve llevar a de Acosta a España, en unión de don Eduardo Micault Pignatelli y don Julián Aurelio Núñez, becarios de la Real Subdelegación de Farmacia, y, en última instancia, a don Román Baldorioty de Castro, gracias a la intercesión de don José Julián, pues este convence al reverendo padre Fernández para que lo lleve bajo su amparo y protección. .
Así pues, los cuatro estudiantes, acompañados de dicho sacerdote, embarcan en la fragata Ceres, con destino a Cádiz, el 29 de abril de 1846, a las once de la mañana, llevando de Acosta y Calbo doscientos pesos y, de equipaje, un baúl grande
129 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), pág. 53.
y otro pequeño, cinco bultos, ocho líos de cama, un saco de noche y una sombrerera 130
A su llegada a la madre patria, don José Julián visita los principales sitios de interés de Cádiz, Sevilla, Córdoba, Jaén, Ciudad Real y Madrid. En ellos, tiene el gusto de conocer y tratar a personalidades del mundo social e intelectual español. En la capital española, concurre a .
las tertulias literarias que tenían efecto en casa del célebre pensador y consumado humanista don Domingo del Monte; allí conoció al viejo y laureado clásico don Manuel José Quintana de quien fué [sic] siempre respetuoso admirador y cuya biografía escribió y tantas otras distinguidas figuras, como don Salustiano Olózaga, gloria inmortal de la tribuna española; al célebre literato y ministro Martínez de la Rosa y al benemérito antillano don José Antonio Saco, el historiador de la esclavitud, que consagró su honrosa vida á [sic] combatir esta infame institución 131 .
A fines de 1846, de Acosta cae enfermo, junto con Núñez y Micault. Se trata de la viruela hemorrágica, negra o maligna, cuyas hemorragias en distintas partes del cuerpo, fiebre elevada, escalofríos y convulsiones la hacen generalmente mortal. De ella, solo de Acosta sale con vida, gracias a los cuidos recibidos de su amigo Baldorioty de Castro, que, inmune a esta afección, lo pone bajo una dieta estricta que lo
130 Lidio Cruz Monclova, Baldorioty de Castro (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1973), pág. 8.
131 Eduardo Neumann Gandia [sic], Benefactores y hombres notables de Puerto Rico, vol. II (Ponce, Puerto Rico: Imp. «Listín Comercial», 1899), pág. 172.
restablece milagrosamente. ¡Es como si la Vida dispusiese algo especial para ellos dos!
Sobre este lamentable suceso, la Gaceta del Gobierno de Puerto Rico, del 16 de febrero de 1847, expresa lo siguiente:
En el mes de Abril [sic] partieron para Europa los jóvenes D. Eduardo Micault, y D. Julian [sic] Aurelio
Núñez enviados por el Gobierno con los ausilios [sic] que facilitó la Subdelegacion [sic] de Farmacia para perfeccionarse en Química [sic] y estudiar las demas [sic] ciencias naturales, bajo la conducta del referido
Sr. Chantre [sic] 132, quien añadiera á [sic] las pruebas de su patriotismo la de llevar á [sic] costa suya otros dos jóvenes D. José Julian [sic] Acosta y D. Roman [sic]
Castro [sic], con el fin de que se instruyesen en los modernos filosóficos métodos de educacion [sic] relijiosa [sic], fisica [sic], intelectual é [sic] industrial. Pero la muerte, arrebatando prematuramente á [sic]
Núñez y Micault, cuando ya estaban matriculados al segundo año de sus estudios, ha destruido las esperanzas de dos familias y privado al Pais [sic] de esos dignos
Profesores [sic] 133 .
Repuesto de su enfermedad, el joven patriota prosigue con sus planes. En 1847, funge en Madrid como corresponsal de la Sociedad Económica de Amigos del País de Puerto Rico, y el 12 de octubre de 1848, firma un acuerdo en el Ministerio de
132 Se refiere al Rev. P. Dr. D. Rufo Manuel Fernández y Carballido.
133 «Acta de la Junta pública celebrada por la Sociedad Económica de Amigos del Pais [sic] en [sic] 27 de Enero [sic] de 1847», Gaceta del Gobierno de Puerto-Rico [sic], 16 de febrero de 1847, pág. 1.
la Gobernación para estudiar ciencias físicas, con la condición de que, después que termine los estudios en Europa, enseñe durante seis años en las cátedras de la Isla. Para ello, el Gobierno de Su Majestad le designa, en 1849, al sabio catedrático de la Universidad Central de Madrid don Lucas de Tornos, para que sea su director de estudios. Atraído por la historia y por el amor a la patria, crea el 20 de marzo de 1851, en compañía de don Román Baldorioty de Castro, la Sociedad Recolectora de Documentos Históricos de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, con objeto de copiar documentos de los archivos españoles referentes al descubrimiento, conquista y colonización de la Isla. Para ello, visita el Archivo de Simancas, el Archivo de Indias y el Museo Arqueológico. Registra, desempolva y hasta restaura documentos que se relacionan con los viajes y conquistas de América 134
El sábado 12 de julio de 1851, se licencia en Ciencias Físico-Matemáticas y se recibe de regente de primera clase equivalente al título de doctor en nuestros días . En el establecimiento de esta sociedad cooperan don Genaro Aranzamendi, don Ramón Emeterio Betances y Alacán, don Cornelio Cintrón, don Federico González, don Calixto Romero y Togores, don Segundo Ruiz Belvis, don Lino Dámaso Saldaña, don Alejandro de Tapia y de Rivera, don José Joaquín Vargas Torres, don Juan Viñals y otros estudiantes puertorriqueños residentes en Madrid. 135, 136, 137 , con cuatro diplomas de honor y notas sobresalientes en todas las asignaturas 138
134 Eduardo Neumann Gandia [sic], Benefactores y hombres notables de Puerto Rico, vol. II (Ponce, Puerto Rico: Imp. «Listín Comercial», 1899), pág. 174. .
135 X. X. [sic], «¡A las Urnas!», Revista de Puerto Rico, 60 (31 de marzo de 1887), pág. sin numerar; Jaime Alberto Solivan de Acosta,
Finalizados los estudios en Madrid, se traslada a París, donde reside brevemente, y después a Berlín, donde estudia en el laboratorio del renombrado químico y mineralogista alemán don Karl Friedrich Rammelsberg, lugar al que acude con frecuencia el príncipe don Federico Guillermo. En la «Atenas del Spree», conoce a la familia de otro científico alemán de apellido Rose, y concurre a las reuniones literarias y científicas que se celebran en su casa, donde tiene el honor de tratar íntimamente al Barón de Humboldt, célebre geógrafo y naturalista alemán. Allí es protegido del Marqués de Viluma, a la sazón embajador de España en la corte prusiana.
De vuelta a París, asiste al Conservatorio de Artes y Oficios, donde toma cursos nocturnos y escucha las
Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 112.
136 Eduardo Acosta Quintero, «Ilustres maestros del pasado», The Porto Rico School Review, enero de 1925, pág. 1.
137 R. W. Ramírez de Arellano, director, «D. Jose [sic] Julian [sic] de Acosta», El Mes Historico [sic], febrero de 1935, «Seccion [sic] biografica [sic]», pág. 6; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 290.
138 Según don Alberto Regúlez y Sanz del Río, de Acosta obtuvo «en público certamen los premios ordinarios de 2.º curso de “Matemáticas” [sic] y de “Ampliación de Física,” [sic] según consta de [sic] los diplomas de honor que por aquel superior centro le fueron expedidos en 30 de julio de 1849. No pararon aquí sus triunfos académicos. En 1850 obt[uvo] también premio de honor en las asignaturas de “Cálculos Sublimes,” [sic] “Química” [sic] y “Mecánica racional” [sic] y en 1851 se le expid[ió] el título de Regente [sic] de 1.ª clase en la Sección de Ciencias, que después fué [sic] canjeado, dentro de la ley, por el de Licenciado [sic] en la misma Facultad, Sección de Ciencias Fisico-Matemáticas [sic]». «¡En honor de Acosta!: Discurso del señor don Alberto Regulez [sic]», El Clamor del País, antes El Agente, 30 de agosto de 1892, pág. sin numerar; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 145.
explicaciones del profesor Anselme Payen sobre la fabricación de azúcar. En la Ciudad Luz, publica, en 1852, un opúsculo sobre el famoso naturalista y matemático neogranadino don Francisco José de Caldas, cuya vida fue segada por el general Morillo en 1816, por haber abrazado la causa de la independencia de su país. En dicha obra, además de elevarlo «al rango de gran botánico, de astrónomo distinguido, de intrépido geógrafo y de físico creador» 139 , deja entrever su apoyo a la educación intelectual de la mujer, para lograr «la felicidad y prosperidad de los pueblos» 140
A su retorno a Madrid, demuestra el eximio varón su nobleza de corazón. Recibe varias proposiciones para ejercer el profesorado universitario; pero, lejos de pensar en beneficios personales, declina toda clase de ofertas halagüeñas y decide regresar a su país, donde sabe que le aguarda un terreno yermo, difícil de labrar y que requerirá todo su esfuerzo y sacrificio. .
De regreso a la Isla, en 1853, don José Julián de Acosta y Calbo saca a luz, el 28 de octubre, el ensayo titulado «Cuestión de brazos, para el cultivo actual de las tierras de Puerto Rico», en el que presenta con «claridad sus ideas abolicionistas» 141
139 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), pág. 38. , y que el propio autor publicará y ampliará, en 1869, en su Colección de artículos, con otro ensayo titulado
140 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), pág. 35.
141 Carmen Vásquez, «José Julián Acosta, abolicionista», Anuario de Estudios Americanos, XLIII (1986), pág. 262.
«Artículo segundo», en respuesta a un artículo publicado en su contra en el periódico El Ponceño 142
El 30 de noviembre de 1853, da a la estampa un «Programa para la enseñanza de la geografía en la isla de Puerto Rico» para la juventud puertorriqueña de ambos sexos, para que tanto el hombre como la mujer contribuyan al progreso y al proceso civilizador de la sociedad. En este ensayo, no solo habla de la enseñanza de la geografía en los colegios y en las cátedras especiales, sino también en las escuelas de instrucción primaria. En él, hace alusión, además, a varios geógrafos y a la opinión que tenía «el ilustre Jovellanos sobre los trabajos de [Pedro] Esquivel» . 143, 144
El 6 de diciembre de 1853, figura, junto con Baldorioty de Castro, en un anuncio de la Gaceta del Gobierno de Puerto Rico, para impartir las clases de geografía comercial y agrícola y de botánica en el Seminario Conciliar en enero de 1854. Dicho anuncio reza así: , famoso matemático y geógrafo español del siglo XVI.
Debiendo verificarse el dia [sic] 9 de Enero [sic] próximo la apertura de las clases de Geografia [sic] comercial y agrícola y de Botánica [sic] que han de dar en una de las piezas del Seminario conciliar [sic] de esta ciudad desde siete y media á [sic] nueve de la mañana,
142 José Julián de Acosta y Calbo, «Artículo segundo» en Colección de artículos (San Juan, Puerto Rico: Imprenta de Acosta, 1869), págs. 17-43.
143 José Julián de Acosta y Calbo, «Instruccion [sic] publica [sic]. Programa para la enseñanza de la geografia [sic] en la isla de Puerto-Rico [sic]» en Colección de artículos (San Juan, Puerto Rico: Imprenta de Acosta, 1869), pág. 51.
144 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), pág. 54.
los Licenciados [sic] D. José Julian [sic] de Acosta y D. Roman [sic] Valdorioty [sic] de Castro, ha dispuesto el Excmo. Sr. Gobernador [sic] y Capitan [sic] General [sic] que se abra la matrícula para dichas clases desde este dia [sic] hasta el 31 del presente, á [sic] fin de que los que quieran entrar á [sic] ellas se presenten ante el señor Rector [sic] del Seminario con los documentos que acrediten haber concluido las materias de instruccion [sic] primaria, con objeto de que les provea de la boleta necesaria para su ingreso en la clase y en que recibirán grátis [sic] la instruccion [sic] á [sic] que quieran pertenecer; bien entendido que la de Geografia [sic] comercial y agrícola se dará á [sic] las horas prefijadas los dias [sic] lúnes [sic], miércoles y viernes, y la de Botánica [sic] los mártes [sic], jueves y sábado á [sic] las mismas horas 145 .
En la Escuela de Comercio, Agricultura y Náutica, creada en 1854 por el general y gobernador de Puerto Rico don Fernando de Norzagaray y Escudero, de Acosta desempeña la cátedra de agricultura. Es el primer profesor de dicha disciplina en Puerto Rico. Por ello, actualmente, la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez otorga cada año, al mejor estudiante de educación agrícola, el Premio José Julián Acosta. Consciente de la importancia de la primera Feria Exposición de Puerto Rico, y adelantándose un mes antes a dicho acontecimiento, don José Julián publica, el 1 de mayo de 1854, un ensayo que lleva por título «Exposición Industrial en Puerto Rico», en el que manifiesta que dicho magno evento
145 «Secretaria [sic] del Gobierno y capitania [sic] general de la isla de Puerto-Rico [sic]», Gaceta del Gobierno de Puerto-Rico [sic], 22 (6 de diciembre de 1853), pág. 1.
«podrá servir [...] para prepararnos á [sic] enviar muestras de las producciones naturales, que se ostentan en la Isla, tanto á [sic] la Nacional de Madrid, como á [sic] la Universal de París[,] [...] [de modo que] nadie tendrá derecho para echarnos al rostro la acusacion [sic] de apáticos é [sic] indiferentes á [sic] nuestra prosperidad» 146
En dicha feria, inaugurada por el gobernador de Norzagaray el 8 de junio de 1854, expone .
[d]os ídolos de piedra que afectan la forma de una serpiente enroscada, sobre la cual se adapta una especie de cara con ciertos rasgos de la fisonomía humana[,] [...][que] [f]ueron encontrados en dos puntos destintos [sic] del pueblo de Yauco[;] [...][u]n ídolo de piedra que representa una figura estraña [sic], porque en su conjunto participa de la del hombre y del mono[,] [...] [hallado] en la hacienda San Isidro que pertenece á [sic] Don [sic] Juan Conde, vecino de Ponce[;] [y] [u]na piedra en forma de hierro de hacha que pudo servir de instrumento cortante en manos de los indios[,] [...] [encontrada] en Ponce 147[,]
146 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), pág. 59.
147 Cayetano Coll y Toste, Boletín Histórico de Puerto Rico, tomo III (San Juan, Puerto Rico: Tip. Cantero, Fernández & Co., 1916), págs. 209-210; Ricardo E. Alegría, «La primera exposición de piezas arqueológicas y el establecimiento del primer museo en Puerto Rico», Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 64 (julio-septiembre de 1974), págs. 38-39.
lo que le hace obtener una medalla de plata en la primera exposición pública de objetos arqueológicos indígenas en Puerto Rico 148
Un año más tarde, el 9 de agosto de 1855, asiste en Caguas a las exequias de su estimado maestro y entrañable amigo el padre Rufo, y lee, al pie de la tumba, un sentido discurso, obra de don Nicolás Aguayo . 149. Para esa ocasión, consigue, junto con Baldorioty de Castro, que viaje el pintor don Ramón Atiles a este pueblo del interior, para que haga un retrato fiel del ilustre presbítero y científico gallego. Participa, además, en la Feria Exposición de 1855, y el 18 de octubre de ese mismo año, da una reseña a la estampa, titulada Biografía de José Campeche, a raíz de la obra Vida del pintor puertorriqueño José Campeche, publicada por don Alejandro de Tapia y de Rivera en 1854 150
En 1856, contribuye para la compra del retrato al óleo del intendente don Alejandro Ramírez, y ese mismo año, redacta un informe, junto con Baldorioty de Castro, titulado «Métodos actuales de cristalización de azúcar», en el que describe y elogia el invento de don Juan Ramos
151
148 Ricardo E. Alegría, «La primera exposición de piezas arqueológicas y el establecimiento del primer museo en Puerto Rico», Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 64 (julio-septiembre de 1974), págs. 38-39. , residente en
149 Cayetano Coll y Toste, Boletín Histórico de Puerto Rico, tomo XI (San Juan, Puerto Rico: Tip. Cantero, Fernández & Co., 1924), pág. 30.
150 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), pág. 53.
151 Un artículo sobre este invento figura en «Secretaria [sic] del Superior Gobierno y Capitania [sic] General [sic] de la isla de Puerto-Rico [sic]», Gaceta del Gobierno de Puerto-Rico [sic], 25 (4 de octubre de 1856), pág. 1 y en Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de
Manatí, que consiste en un «sistema de boca de fuego » 152 , una «modalidad de sistema de montura de pailas o calderas para la evaporación del guarapo» 153 . En dicho informe, juzga que este invento, creado en 1852, trae muchos beneficios: «[f]acilita la extracción de azúcar moscabado de primera[,] [...] [e]conomiza brazos, [...] [d]ificulta mucho que se quemen los fondos y [...] [e]conomiza el combustible» 154
Al año siguiente, en 1857 . 155 , saca a luz el artículo «El café» en el Almanaque aguinaldo de la isla de Puerto Rico, en la Imprenta de Márquez, opúsculo que luego volverá a publicar en la prestigiosa revista madrileña Revista Hispanoamericana, en 1866 156, y en la conocida revista puertorriqueña La Azucena, en 1871 157
Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), págs. 107-108. .
152 Lizette Cabrera Salcedo, «Inventos para el azúcar: Historia tecnológica puertorriqueña, siglo XIX», Cuadernos de Cultura, 15 (2007), pág. 14.
153 Lizette Cabrera Salcedo, «Inventos para el azúcar: Historia tecnológica puertorriqueña, siglo XIX», Cuadernos de Cultura, 15 (2007), pág. 43.
154 Lizette Cabrera Salcedo, «Inventos para el azúcar: Historia tecnológica puertorriqueña, siglo XIX», Cuadernos de Cultura, 15 (2007), pág. 18.
155 El artículo «El café» fue publicado por primera vez en noviembre de 1856. José Julián de Acosta y Calbo, «El café» en Colección de artículos (San Juan, Puerto Rico: Imprenta de Acosta, 1869), pág. 111.
156 J[osé] J[ulián] de Acosta, «El café», Revista Hispano-Americana [sic], tomo V, 45 (27 de noviembre de 1866), págs. 254-256.
157 J[osé] J[ulián] de Acosta, «El café», La Azucena, 7 (20 de enero de 1871), págs. 2-3. También aparece en La Azucena, ed. facsimilar (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Literatura Puertorriqueña y Ediciones Puerto Inc., 2013), págs. 88-89.
En 1858, publica un ensayo titulado «Libros que convienen a toda biblioteca», en el que señala que hay tres clases de libros: necesarios, útiles y agradables.
Libros necesarios son los que tratan del estado de cada individuo ó [sic] de las condiciones de la existencia humana, con respecto á [sic] la religion [sic], á [sic] sí mismo y á [sic] la sociedad en cuyo seno se vive. A la cabeza de ellos deben colocarse La [sic] Biblia, que contiene el antiguo y el nuevo testamento, es decir la ley de Moisés y la de Jesucristo; la Imitacion [sic] de Cristo, lo mas [sic] bello que ha producido la pluma del hombre, y el Evangelio como la obra de Dios, segun [sic] la expresion [sic] de un escritor ilustre. ......................................................................................
Entre los libros útiles que se refieren á [sic] la salud deben colocarse en primer lugar aquellos que tienen por objeto las reglas que deben observarse, tanto para precaver las enfermedades como para combatirlas; tales son la Medicina doméstica de Buchan [sic], el [sic] Manual de la Salud [sic] por Raspail [sic], la [sic] Higiene pública, la privada y la [sic] del Matrimonio [sic] por el Dr. Monlau. &c. [sic]
Entre los muchos libros amenos é [sic] instructivos que existen y que puedan formar el recreo de las personas de todo sexo, edad y condicion [sic] con gran provecho para sí mismas y sin peligro alguno para la salud del alma, nos limitarémos [sic] á [sic] citar las obras de Larra, Calderon [sic], Moratin [sic], Quintana, &c. [sic], el Tesoro del Parnaso de Quintana [sic], las [sic] Vidas de españoles célebres, del mismo autor; Vidas de los
hombres célebres, de Plutarco, el [sic] Quijote, el [sic] Gil Blas de Santillana 158 .
Poco tiempo después de su regreso a Puerto Rico, de Acosta y Calbo conoce a doña Josefa Quintero y Hernández 159 , dama de noble alcurnia 160, hija del prominente estadista venezolano doctor don Ángel Quintero e Hidalgo 161
158 [José Julián de Acosta y Calbo], «Libros que convienen a toda biblioteca» en Almanaque-aguinaldo de la isla de Puerto-Rico [sic], correspondiente al año de 1859 (Puerto Rico: Imprenta de Acosta, [1858]), págs. 141-142. y de doña
159 Doña Josefa Quintero nació en 1838 en Valencia (Venezuela) y falleció el 17 de marzo de 1895 en San Juan (Puerto Rico). Cofundó, en 1860, el Asilo Colegio de San Ildefonso. Presidió la Cruz Roja española en Santurce, Puerto Rico. Intervino en el restablecimiento del Colegio de las Reverendas Madres del Sagrado Corazón, al este ser privado de un subvenio que le daba la Diputación Provincial. Jaime Alberto Solivan de Acosta, La familia Quintero de Venezuela y su descendencia en Puerto Rico (Hato Rey, Puerto Rico: Esmaco Printers Corp., 1992), págs. 70-72.
160 La familia Quintero probó hidalguía en 1797. Jaime Alberto Solivan de Acosta, «Don José Julián de Acosta Velarde», Sexagésimo aniversario: Autoridad de Tierras de Puerto Rico (1941-2001), noviembre de 2001, pág. 42.
161 Don Ángel Quintero (o don Ángel de Lima Quintero, Hidalgo y de Cejas [o de Sejas]) nació en Caracas (Venezuela) el 23 de noviembre de 1802 y falleció en su ciudad natal el 2 de septiembre de 1866. Fue hijo de don Gonzalo de Lima Quintero y de Cejas, natural de la isla de Hierro, y de doña María Luisa Hidalgo y Ávila, natural de Venezuela; nieto de de don Simón de Lima Quintero y de doña María de Cejas Padrón, y de don Juan Hidalgo y de doña Teresa Ávila; y bisnieto por línea paterna del sargento don Juan Quintero Febles (hijo de don Bernardo García Hermoso y de doña María Quintero de Febles, hija del capitán don Juan Quintero Febles y de doña Mariana de Cejas) y de doña María de Febles Toledo Lima. Casó con doña Soledad Hernández y Martínez en Caracas el 27 de octubre de 1825. Fue doctor en Derecho, escritor, orador, periodista, presidente del Senado y vicepresidente de la República de Venezuela. Redactó, junto con
Soledad Hernández y Martínez, quienes, en 1851, emigran a Puerto Rico por razones políticas. El 4 de agosto de 1858, contrae nupcias con ella en Venezuela, en la Catedral de Caracas, teniendo como celebrante al tío paterno de la contrayente, señor doctor don Domingo Quintero 162, 163, 164
otros patriotas, la «Constitución de 1830» de Venezuela. Jaime Alberto Solivan de Acosta, Diccionario onomástico, etimológico, heráldico y genealógico puertorriqueño (Puerto Rico: Impresos Quintana, Inc., 2006), págs. 135-136. , provisor y vicario general del arzobispado de Caracas.
El capitán don Juan Quintero Febles, casado con doña Mariana de Cejas, fue hijo del capitán don Gonzalo Martín Blanco y de doña María Gutiérrez Díaz; nieto del capitán don Juan Quintero (familiar del Santo Oficio de la Inquisición) y de doña Catalina Martín; bisnieto de doña Catalina Núñez Quintero (casada con el capitán Alonso de Magdaleno, hijo del regidor don Andrés Machín de Magdaleno y de doña María González); tataranieto de doña Isabel Quintero Príncipe (natural de Moguer, Huelva, España, y casada con el gobernador y regidor de la isla de Hierro, don Gregorio Núñez Figueira); y cuarto nieto de don Juan Quintero (hermano entero de don Cristóbal Quintero, condueño de «La Pinta», una de las tres carabelas que acompañaron a don Cristóbal Colón en el viaje del descubrimiento de América) y de doña María Báez, vecinos de Buenavista, Tenerife (Islas Canarias). Jaime Alberto Solivan de Acosta, Diccionario onomástico, etimológico, heráldico y genealógico puertorriqueño (Puerto Rico: Impresos Quintana, Inc., 2006), pág. 137.
162 Don Domingo Quintero, hermano de don Ángel Quintero, nació en Caracas el 10 de noviembre de 1787. Recibiose de doctor en Derecho Canónico el 26 de diciembre de 1809. Durante su vida, desempeñó varios cargos de gran envergadura. Fue catedrático de teología y derecho canónico en la Universidad Central de Venezuela; canónigo magistral de la Catedral de Caracas el 30 de mayo de 1841; rector de la mencionada universidad, de 1843 a 1845; y promotor fiscal, examinador sinodal, provisor y gobernador del arzobispado de Caracas. Fue designado deán de la Santa Iglesia Catedral Metropolitana el 5 de julio de 1875, y, durante su deanazgo, recibió el honor de ser el primer sacerdote venezolano en ser elevado a prelado doméstico de Su Santidad, bajo el pontificado del
De este himeneo nacerán:
1. Don José Julián de Acosta y Quintero, fallecido soltero en Madrid el 3 de marzo (?) de 1887 165, 166, 167 .
2. Doña Carolina de Acosta y Quintero 168, casada con don Francisco de Acosta y Hernández 169 .
papa Pío IX. Como orador sagrado, fue uno de los más notables de su país. En calidad de escritor, prologó, en 1873, el libro titulado Defensa del celibato eclesiástico ó [sic] sea compendio de doctrinas ortodoxas sobre el matrimonio de los clérigos mayores, escrito por el doctor don Manuel José Mosquera, arzobispo de Bogotá. Jaime Alberto Solivan de Acosta, La familia Quintero de Venezuela y su descendencia en Puerto Rico (Hato Rey, Puerto Rico: Esmaco Printers Corp., 1992), págs. 76-77.
163 J[osé] Pérez Losada, «Estampas del pasado: Del San Juan que yo amo…», Puerto Rico Ilustrado, 1246 (20 de enero de 1934), pág. 3.
164 Jaime A. Solivan, «Loas a una ilustre fémina», El Nuevo Día, 17 de marzo de 1990, «Cartas», pág. 66.
165 Archivo General de Puerto Rico, Fondo: Obras públicas, Serie: Asuntos varios, Legajo 108, Expediente 14, «Expediente relativo á [sic] instancia de D.ª Josefa Quintero V.ª [sic] de Acosta pidiendo autorización para desembarcar los restos de su hijo D. José Julian [sic]», 1893.
166 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), pág. 22.
167 Don José Julián de Acosta y Quintero falleció de pulmonía cuando cursaba el tercer año de leyes en la Universidad Central. Biblioteca José M. Lázaro, Colección Puertorriqueña, Micropelículas, Colección María del Pilar Acosta Velarde de Legrand, «Micro 326/A1851m», núm. 7.
168 «Duelo público: ¡Don José Julián de Acosta, no existe!», El Clamor del País, 27 de agosto de 1891, pág. sin numerar.
169 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), pág. 22.
3. Doña Juana de Acosta y Quintero 170, casada con don Carlos B. Meltz 171, 172 .
4. Don Ángel de Acosta y Quintero, nacido en San Juan, Puerto Rico, el 5 de febrero de 1865; casado en Huesca el 17 de febrero de 1890 con doña María Velarde y Villanova; y fallecido en su ciudad natal el 3 de octubre de 1943. Fue caballero de Colón; licenciado en Derecho civil, canónico y administrativo; presidente de la Academia de Jurisprudencia de Zaragoza; catedrático de derecho natural en el Ateneo de San Juan; teniente auditor de guerra en Navarra; juez de primera instancia en Guanabacoa (Cuba), en Humacao (Puerto Rico) y en Sagua la Grande (Cuba); teniente fiscal de la Audiencia de Santa Clara (Cuba); magistrado de la Real Audiencia de Puerto Príncipe (Cuba); y juez de la primera Corte Suprema de Puerto Rico en 1899. Fundó y dirigió, en 1886, el periódico La Colonia en Madrid. Escribió una biografía de su padre titulada José Julián Acosta y su tiempo y un artículo necrológico sobre el célebre poeta, ensayista
170 «Duelo público: ¡Don José Julián de Acosta, no existe!», El Clamor del País, 27 de agosto de 1891, pág. sin numerar.
171 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), pág. 22.
172 Su verdadero nombre era Karl Berthold Meltz, de origen alemán. Ileana Cidoncha, «Carmen T. Gómez: Mujer de letras de oro», El Nuevo Día, 29 de marzo de 1992, «Por Dentro», pág. 63.
y periodista puertorriqueño don Manuel Corchado y Juarbe, publicado en La Derecha de Zaragoza 173 .
5. Don Mariano de Acosta y Quintero 174, casado con doña María Luisa Bonafoux y Quintero, hija de don Louis Bonafoux y Addariche y de doña Clemencia Quintero y Hernández, y hermana del famoso escritor satírico don Luis Bonafoux y Quintero (1855-1918) 175 .
173 Archivo General Militar de Segovia, «Expediente personal de don Ángel de Acosta y Quintero», 1889; «Duelo público: ¡Don José Julián de Acosta, no existe!», El Clamor del País, 27 de agosto de 1891, pág. sin numerar; José González Font, Escritos sobre Puerto-Rico [sic] (Barcelona, España: Imprenta de Henrich y C.ª, 1903), pág. 189; José Géigel y Zenón y Abelardo Morales Ferrer, Bibliografía puertorriqueña, ed. Fernando J. Géigel y Sabat (Barcelona, España: Editorial Araluce, 1934), pág. 52; Jaime A. Sólivan [sic] de Acosta, «Brillante carrera», El Vocero, 16 de febrero de 1990, pág. 21; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Diccionario onomástico, etimológico, heráldico y genealógico puertorriqueño (Puerto Rico: Impresos Quintana, Inc., 2006), pág. 35.
174 «Duelo público: ¡Don José Julián de Acosta, no existe!», El Clamor del País, 27 de agosto de 1891, pág. sin numerar; «Aristocratica [sic] boda en New [sic] York», Puerto Rico Ilustrado, 502 (11 de octubre de 1919), pág. sin numerar.
175 Eduardo Cautiño Jordan [sic], La sátira en la obra de Luis Bonafoux Quintero (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1985), págs. 13-14; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), pág. 22; Jaime Alberto Solivan de Acosta, La familia Quintero de Venezuela y su descendencia en Puerto Rico (Hato Rey, Puerto Rico: Esmaco Printers Corp., 1992), págs. 36-37; Carlos F. Mendoza Tió, Quién fue quién en Puerto Rico, 3.ª ed., tomo I (San Juan, Puerto Rico: Colección Hipatia, 2000), pág. 95.
6. Doña Soledad de Acosta y Quintero, soltera 176 .
7. Don Tomás de Acosta y Quintero 177, nacido en 1873, casado con doña Carmen Casalduc y fallecido en San Juan el 21 de octubre de 1955 178 .
8. Don Eduardo de Acosta y Quintero 179
176 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), pág. 22. , licenciado en Derecho, nacido en San Juan el 17 de mayo de 1875, bautizado en la Parroquia de San Francisco el 3 de julio de 1875, fallecido soltero y autor de varios artículos periodísticos, entre los que se encuentran: «Acosta y Baldorioty» (1913), «El Archivo de Sevilla y el Archivo Histórico de Puerto Rico» (1920), «La Casa de España» (1924), «Ilustres maestros del pasado» (1925), «El arquitecto Gaudí» (1926), «Añoranzas de lecturas juveniles» (1926), «Los académicos regionales» (1927), «Francisco Giner de los Ríos, y Joaquín Costa» (1927), «El renacimiento de la lengua y la literatura catalanas» (1928), «La evolución de Hispanoamérica» (1928),
177 «Duelo público: ¡Don José Julián de Acosta, no existe!», El Clamor del País, 27 de agosto de 1891, pág. sin numerar.
178 «Tomas [sic] Acosta Quintero», Puerto Rico Ilustrado, 19 de marzo de 1927, pág. 56; «T. Acosta Quintero muere en San Juan», El Mundo, 22 de octubre de 1955, pág. 25; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), pág. 22.
179 «Duelo público: ¡Don José Julián de Acosta, no existe!», El Clamor del País, 27 de agosto de 1891, pág. sin numerar.
«San Juan de la Peña» (1934) y «En la muerte de Stefan George» (1934) 180 .
Luego de su enlace y de una corta estadía en la hermana república venezolana, retorna a su país en 1858, año en que es comisionado por el Gobierno para estudiar y analizar, por primera vez, los terrenos de las islas de Mona y Monito 181 , hecho que deja al descubierto
el grado de calificación que había logrado en su formación en Europa, tanto para ser considerado por el gobierno dentro del equipo científico, como por el tipo de peritaje que realiza en su informe. La manera en que se conduce en esta exploración permite ver el grado de conciencia social que adquiere en esos años sobre las riquezas naturales de su tierra natal 182 .
Publica, en 1859, el Almanaque aguinaldo de la isla de Puerto Rico, para el año bisiesto de 1860, junto con su hermano el impresor, poeta y articulista don Eduardo de Acosta y Calbo.
180 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Cinco familias linajudas en Puerto Rico (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe Inc., 1988), págs. 22-23; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Artículos de don Eduardo de Acosta y Quintero (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe, Inc., 1990), págs. 19-58.
181 El Dr. Frank H. Wadsworth alude a este estudio en las páginas N-9 y N-24 de su artículo «The Historical Resources of Mona Island», en Las islas de Mona y Monito: Una evaluación de sus recursos naturales e históricos, volumen II. Menciona, además, que este trabajo lleva por título Informe oficial sobre las islas Mona y Monito y sus fosfatos calizos (1858).
182 María Teresa Cortés Zavala, Los hombres de la nación. Itinerarios del progreso económico y el desarrollo intelectual, Puerto Rico en el siglo XIX (España: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y Ediciones Doce Calles, S. L., 2012), pág. 117.
En dicha publicación, recoge poesías, trabajos en prosa, una sección sobre economía y medicina doméstica, noticias sobre los correos marítimos y terrestres, y una pequeña guía de la capital 183. Incluye, además, en ella, una breve biografía sobre el destacado intendente español don Alejandro Ramírez 184, 185 , y un ensayo titulado «Exposición agrícola-industrial de Puerto Rico» 186
En la Feria Exposición de 1860, participa y obtiene una medalla de plata por «varios trabajos tipográficos sueltos y encuadernados á [sic] la rústica hechos en su establecimiento , ambas obras de su autoría. En ese mismo año, funge asimismo como socio residente y vicecensor de la Sociedad Económica de Amigos del País.
183 Manuel Maria [sic] Sama, Obras completas (San Juan, Puerto Rico: Editorial LEA, Ateneo Puertorriqueño, 2000), pág. 185.
184 Don Alejandro Ramírez de Arellano y Blanco nació en Alaejos, Valladolid (España) el 25 de febrero de 1777 y falleció en La Habana (Cuba) el 20 de mayo de 1821. Fue secretario de la capitanía general de Guatemala, intendente de Puerto Rico de 1813 a 1816 e intentendente de Cuba de 1816 a 1821. Casó dos veces: en primeras nupcias con doña María Ferrándiz, y en segundas con doña Mercedes Villa-Urrutia y de la Puente. Carlos F. Mendoza-Tió, Quien [sic] fue quien [sic] en Puerto Rico, 2.ª ed., tomo IV (San Juan, Puerto Rico: Colección Hipatia, 1995), pág. 5. Algunas fuentes lo confunden con su hijo don Alejandro Ramírez de Arellano y Villa-Urrutia, que fue senador del Reino por Puerto Rico de 1879 a 1881. Carlos F. Mendoza-Tió, Quien [sic] fue quien [sic] en Puerto Rico, 2.ª ed., tomo IV (San Juan, Puerto Rico: Colección Hipatia, 1995), pág. 9.
185 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), págs. 97-102.
186 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), págs. 103-104.
tipográfico y perfectamente acabados» 187
Traduce, en 1861, para el Almanaque aguinaldo de la isla de Puerto Rico, para el año de 1862, un estudio titulado «Orígenes de la población indígena del Nuevo Mundo», del distinguido antropólogo y naturalista francés don Jean Louis Armand de Quatrefages (1810-1892), . En ese año, suscribe, con el seudónimo de «El Bachiller Fernando de Rojas», su ensayo titulado «El mago de Aguas Buenas», publicado en el Almanaque aguinaldo.
por exponer de un modo breve y claro todo lo que la ciencia, los viajes y la erudicion [sic] han podido descubrir sobre los orígenes de la poblacion [sic] indígena de [...] América, y que se encuentra esparcido en multitud de libros de dificil [sic] y costosa adquisicion [sic] 188 .
En 1862, saca a luz un Tratado de agricultura teórica, con aplicación a los cultivos intertropicales, que viene a ser «una coleccion [sic] de preceptos que pertenecen primitivamente á [sic] varios ramos de los conocimientos humanos» 189
187 Cayetano Coll y Toste, Boletín Histórico de Puerto Rico, tomo VII (San Juan, Puerto Rico: Tip. Cantero, Fernández & Co., 1920), pág. 293. , como la química, la física, la mecánica, la geografía, la estadística agrícola y la
188 José Julián de Acosta y Calbo, «Origenes [sic] de la población indígena del Nuevo-Mundo [ sic]» en Almanaque-aguinaldo de la isla de Puerto-Rico [sic], para el año de 1862 (Puerto Rico: Imprenta de Acosta, [1861]), pág. 59.
189 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo IV (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2009), pág. 2.
economía 190. Esta obra es, además, un compendio de las lecciones impartidas por él en la Escuela de Comercio, Agricultura y Náutica; el libro de texto de esta asignatura; y «uno de los primeros textos de agronomía, de aplicación práctica en las Antillas, publicado[s] por un autor antillano» 191 . En palabras del bibliógrafo puertorriqueño don Manuel María Sama y Auger, es una serie de conferencias sobre la química agrícola, la meteorología y el estudio del suelo, o sea, «“del teatro donde deben nacer, desarrollarse y fructificar las plantas que el labrador se propone obtener, ya para aprovechar inmediatamente sus productos, ya para multiplicar los animales que le son útiles”» 192
Figura de jurado, en 1863, en un certamen poético, auspiciado por la Sociedad Económica de Amigos del País, en el que sale premiada, nemine discrepante, la oda «Campeche», de don Manuel Corchado y Juarbe. De Acosta, a la sazón censor de dicha asociación, pronuncia las siguientes palabras en la premiación: .
“Si la opinión pública, supremo juez, sanciona el fallo del Jurado, es un motivo más para que el vate, a quien se ha ceñido el lauro continúe en la senda que acaba de pisar con tanto brillo. Y ya que, por la distancia a que se encuentra, nos vemos privados de su presencia, y no le
190 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo IV (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2009), págs. 2-3.
191 Adolfo de Hostos, Hombres representativos de Puerto Rico (San Juan, Puerto Rico: Imp. Venezuela, 1961), pág. 31.
192 Manuel Maria [sic] Sama, Bibliografia [sic] puerto-riqueña [sic] (Mayagüez, Puerto Rico: Tipografía Comercial, 1887), pág. 27; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 115.
ha sido posible tener el honor de recibir ese lauro personalmente, y de manos de la primera Autoridad de la Isla, séale permitido al Censor recordarle desde la patria orilla[ 193], que si a los dones del divino Apolo reúne también los de la fortuna, pesa sobre él una grave responsabilidad: la de cultivar aquéllos [sic] no obstante éstos [sic], probando así que la riqueza de Puerto Rico no siempre es la Beocia[ 194] del espíritu” 195, 196 .
Durante los meses de junio a septiembre de 1864, se traslada a La Habana (Cuba) «con objeto de adquirir datos y hacer estudios» 197
. Para el 8 de julio de 1865, aparece como dueño de un almacén de papel, ubicado en el mismo lugar de su imprenta y librería, sito en la calle de la Fortaleza número 21, local que, con el tiempo, será de gran importancia, pues, en
193 Para de Acosta, «Puerto Rico era la patria orilla, era una provincia, y España era la nación». Lizette Cabrera Salcedo, De los bueyes al vapor: caminos de la tecnología del azúcar en Puerto Rico y el Caribe (San Juan, Puerto Rico: La Editorial, Universidad de Puerto Rico, 2010), pág. 210.
194 Era una región de la antigua Grecia cuyos habitantes tenían fama de groseros, obtusos e incultos.
195 Salvador Brau, «Manuel Corchado y Juarbe» en Obras completas de Manuel Corchado y Juarbe, tomo II (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1975), pág. 440.
196 Vicente Géigel Polanco, «Prólogo. Apuntes biográficos: Manuel Corchado y Juarbe» en Obras completas de Manuel Corchado y Juarbe, tomo I (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1975), pág. 12.
197 Archivo Histórico Nacional (España), Sección Ultramar, Legajo 1122, Expediente 9, «Expediente referente al traslado de don José Julián de Acosta a la isla de Cuba», 29 de octubre de 1864; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 39.
él, se llegará a editar la Gaceta, órgano del Gobierno de Puerto Rico, y a imprimirse los billetes de la lotería 198
También, figura como miembro correspondiente de la Academia Real de Buenas Letras, institución creada en Puerto Rico el 9 de julio de 1850 por el gobernador don Juan de la Pezuela y Ceballos, y cerrada en 1865 por el obispo don Pablo Benigno Carrión de Málaga . Asimismo, en 1865, forma parte de la comisión del Gobierno encargada de los trabajos para la Feria Exposición.
199
En la segunda mitad del siglo XIX, don José Julián de Acosta descuella como impresor. Su imprenta es, sin duda, la «de mayor número de impresos [en la Isla,] así como [la de] mejor calidad en el contenido de las obras» . 200, debido, entre otras razones, al hecho de contar, por algunos años, hasta 1867, con la ayuda de un cajista de renombre y distinguido académico, periodista y político colombiano: don Bartolomé Calvo, quien fue presidente de la Confederación Granadina (hoy Colombia), en 1861 201
. Según la Dra. Lizette Cabrera Salcedo, de Acosta «[m]erece que se le distinga como uno de los
198 Roberto H. Todd, Patriotas puertorriqueños. Siluetas biograficas [sic], 1.ª ed. (Madrid, España: Ediciones Iberoamericanas, S. A., 1965), pág. 23.
199 Alejandro Tapia y Rivera, Mis memorias. Puerto Rico como lo encontré y como lo dejo (Guaynabo, Puerto Rico: Academia Puertorriqueña de la Lengua Española y Editorial Plaza Mayor, Inc., 2015), págs. 487-488.
200 Lizette Cabrera Salcedo, De la pluma a la imprenta: La cultura impresa en Puerto Rico (1806-1906), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Museo de Historia, Antropología y Arte, Universidad de Puerto Rico, 2008), pág. 33.
201 Rodolfo Perez [sic] Pimentel, Diccionario biografico [sic] del Ecuador, tomo VIII ([Guayaquil, Ecuador]: Editorial Universidad de Guayaquil, 1994), pág. 101.
impresores más educados de su época, si no, el más educado, sobre todo formalmente» 202
A semejanza de los Didot, Hachette y Rivadeneyra, tiene el distinguido impresor puertorriqueño la .
oportunidad de servir á [sic] su país, de contribuir á [sic] su progreso intelectual, como erudito bibliófilo, editando é [sic] introduciendo libros didascálicos que vendía á [sic] precios reducidos; recomendando á [sic] la juventud estudiosa la adquisición de las obras más adecuadas á [sic] sus aficiones y estableciendo una corriente favorable al movimiento y propagación de los grandes ideales modernos 203 .
En su imprenta, además de publicar toda clase de libros y folletos, da a la estampa las obras de varios patriotas puertorriqueños: en 1863, por ejemplo, Oda laureada en el certamen literario celebrado por la Sociedad Económica de Puerto Rico en honor del distinguido pintor puertorriqueño José Campeche, de don Manuel Corchado y Juarbe; en 1868, Memoria presentada a la comisión provincial de Puerto Rico sobre la Exposición de París de 1867, de don Román Baldorioty de Castro, y Catecismo del sistema métrico-decimal [sic] o teoría de las nuevas pesas, medidas y monedas legales, de don Pascasio P. Sancerrit; en 1878, Camoens, de don Alejandro de Tapia y de
202 Lizette Cabrera Salcedo, De la pluma a la imprenta: La cultura impresa en Puerto Rico (1806-1906), 1.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Museo de Historia, Antropología y Arte, Universidad de Puerto Rico, 2008), pág. 32.
203 Eduardo Neumann Gandia [sic], Benefactores y hombres notables de Puerto Rico, vol. II (Ponce, Puerto Rico: Imp. «Listín Comercial», 1899), pág. 173.
Rivera; en 1886, Mi grano de arena para la historia política de Puerto-Rico [sic], de don José de Celis y Aguilera; y en 1889, Los indios borinqueños, de don Agustín Stahl y Stamm, y ¡Patria!, de don Salvador Brau y Asencio 204
Por un tiempo, es el único impresor de las producciones filarmónicas de los maestros de música puertorriqueños, gracias a la ayuda de su amigo y empleado don Pascasio P. Sancerrit . 205
En calidad de librero, ayuda extraordinariamente a la ilustración del pueblo puertorriqueño. Da a conocer las obras de Quevedo, Tirso, Góngora, Vélez de Guevara, Alarcón, Rojas y Moreto, así como las de Cicerón, Tácito, Suetonio, Lucano, Tito Livio, Plinio, Marcial, Tibulo y Juvenal . 206 , en un momento en que el país se halla sumido en la ignorancia.
Es sin duda, en los libros de estos autores “que fijaron para siempre,” [sic] como advierte don Victoriano Sardou “las reglas del buen gusto, de la templanza y de la sobria elocuencia,” [sic] que hacen su aprendizaje y forjan su afición, nuestros clasicistas más representativos como don José Gualberto Padilla 207
204 José Géigel y Zenón y Abelardo Morales Ferrer, Bibliografía puertorriqueña, ed. Fernando J. Géigel y Sabat (Barcelona, España: Editorial Araluce, 1934), págs. 69, 82, 95, 102, 215, 223 y 229. ,
205 Sotero Figueroa, Ensayo biografico [sic] de los que mas [sic] han contribuido al progreso de Puerto Rico (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1973), pág. 173.
206 Lidio Cruz Monclova, El libro en la cultura puertorriqueña (San Juan, Puerto Rico: Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, 1980), pág. 21.
207 Don José Gualberto Padilla y Alfonzo (1829-1896) fue un médico, periodista y poeta puertorriqueño. Jaime Alberto Solivan de Acosta,
don José María Monge 208 y don Julio Padilla Iguina 209, 210 .
Como historiador, publica, en 1866, la primera historia de la Isla escrita por un puertorriqueño 211. Se trata de una nueva edición 212, anotada en la parte histórica y continuada en la estadística y económica, de la Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, de fray Íñigo Abbad y Lasierra 213, 214
Próceres sanjuaneros y su justificación nobiliaria (Carolina: First Book Publishing of Puerto Rico, 2000), págs. 57-58. .
208 Don José María Monge y Arredondo (1840-1891) fue un ensayista, periodista y poeta puertorriqueño. Carlos F. Mendoza-Tió, Quien [sic] fue quien [sic] en Puerto Rico, 2.ª ed., tomo III (San Juan, Puerto Rico: Colección Hipatia, 1995), pág. 59.
209 Don Julio Padilla e Iguina (ca. 1855-1913) fue un abogado, poeta y traductor puertorriqueño. Josefina Rivera de Alvarez [sic], Diccionario de literatura puertorriqueña, tomo segundo, vol. II (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1974), págs. 1124-1125.
210 Lidio Cruz Monclova, El libro en la cultura puertorriqueña (San Juan, Puerto Rico: Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, 1980), pág. 21.
211 Gervasio L. García, «Estudio introductorio» en Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto-Rico [sic], por fray Íñigo Abbad y Lasierra. Nueva edición, anotada en la parte histórica y continuada en la estadística y económica, por José Julián de Acosta y Calbo (España: Ediciones Doce Calles e Historiador Oficial de Puerto Rico, 2002), pág. 9.
212 Esta nueva edición aparece a la venta «en todas las librerías de Puerto-Rico [sic]» y anunciada en una revista madrileña. «Anuncios», Revista Hispano-Americana [sic], tomo VI, 48 (15 de enero de 1867), pág. sin numerar.
213 Existen dos versiones al francés de la Historia, del fraile benedictino: una de 1798, debida a don Médéric-Louis Moreau de SaintMéry, y otra de 1840, de don Gaspard-Théodore Mollien. Albert-André Genel, «Présentation» en Porto Rico 1493-1778. Histoire géographique, civile
Según don Julio L. Vizcarrondo, uno de los directores y redactores de la Revista Hispanoamericana, de Madrid, la importancia de este
libro, su necesidad y el amor á [sic] las glorias patrias y á [sic] las letras que ha distinguido siempre á [sic] nuestro tan querido como ilustrado amigo, el licenciado D. José Julian [sic] de Acosta y Calvo [sic], le arrastr[a] á [sic] reproducir el libro primitivo del padre Iñigo [sic] enriqueciéndolo con eruditas notas, fruto de largos años de estudio y meditacion [sic] 215 .
Las notas a la Historia de Abbad, escritas por «el más prolífico relator de las imágenes sobre nuestra prosperidad[,] [...] son básicamente reflexiones en torno al desarrollo lineal y progresivo de los pueblos a la manera como lo esbozaban otros intelectuales de su época» 216
Al año siguiente, el 22 de febrero de 1867, por sus valiosas anotaciones y eruditos comentarios a esta obra, tiene el . et naturelle de l’île, de Íñigo Abbad y Lasierra (París, Francia: Éditions L’Harmattan, 1989), pág. 10.
214 Según don Zenón Medina y González, el ilustre historiador «[c]omentó la historia [sic] de Puerto Rico [sic], escrita por Fray [sic] Iñigo [sic] Abad [sic] Lasierra, porque la obra carecía de ciertos detalles, que Acosta subsanó de una manera magistral». Zenón Medina y González, Pinceladas, 1.ª ed. (Puerto Rico: Tipografía Viuda de González, 1895), pág. 28; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 172.
215 J[ulio] L[orenzo] V[izcarrondo], «Bibliografía», Revista HispanoAmericana [sic], tomo III, 17 (12 de agosto de 1865), pág. 265.
216 Libia M. González López, «Esbozos y sueños de ciudad: Puerto Rico desde el siglo XIX» en Escribir la ciudad, 1.ª ed., eds. Maribel Ortiz Márquez y Vanessa Vilches Norat (San Juan, Puerto Rico: Fragmento imán Editores, 2009), pág. 85.
honor de ser nombrado socio correspondiente de la Real Academia de la Historia 217, 218
. Es el primer puertorriqueño en pertenecer a tan ínclita corporación.
217 En una carta escrita por don Dalmiro de la Válgoma y DíazVarela el 10 de diciembre de 1985, el exsecretario perpetuo de la Real Academia de la Historia certifica que el «8 de Marzo [sic] del mismo 1.867 [sic], Don [sic] José Julián de Acosta, agradece a éste [sic] Instituto su expresado nombramiento. “Suplico a V.S. se sirva poner en conocimiento de esa Real Academia, mi más profunda gratitud por la distinción con que me ha honrrado [sic] y mi ardiente deseo de corresponder dignamente a ella”. Se dirige al Secretario [sic] de la Real Academia.
No existe aquí escrito alguno más, relacionado con el tema, aparte de la oportuna propuesta, suscrita por los Sres. Sabau, La Serna, Muñoz y Pezuela». Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), pág. 68.
El señor La Serna que figura en la propuesta se refiere a don Félix María de Messina e Iglesias, quien fue Marqués de la Serna y capitán general de Puerto Rico de 1862 a 1865, y casó con doña María de los Dolores Garcés de Marcilla y Heredia, I Marquesa de la Serna, hija de don Ramón Garcés de Marcilla y de doña María del Carmen Heredia.
El señor Pezuela que figura en la propuesta se refiere a don Juan Manuel de la Pezuela y Ceballos (1809-1906), quien fue Marqués de la Pezuela, Conde de Cheste, Vizconde de Ayala y capitán general de Puerto Rico de 1848 a 1851, e hijo de don Joaquín de la Pezuela y Sánchez de Aragón, Marqués de Viluma y virrey del Perú, y de doña Ángela de Ceballos y Olarria.
218 A raíz de este nombramiento, y seguramente por la envidia de algunos, el comerciante ponceño Carlos Elías Lacroix fue censurado por haber felicitado «al licenciado don José J. de Acosta, por [su ingreso en] […] la Real Academia de [la] Historia». Archivo Histórico de Ponce, «Expediente que trata de la censura de los periódicos en esta villa. Incluye recortes de periódicos. Mención de censura de un artículo de Carlos Elías Lacroix, 1867», clasificación S-92A-5. Este dato figura en el periódico ponceño El País, de 1867, y fue descubierto por el Dr. Francisco Moscoso y suministrado por la Dra. Lizette Cabrera Salcedo.
Este estudio histórico es «“uno de los mejores libros lanzados de veinte años acá [ entre 1846 y 1866 ] por las prensas españolas”» 219 , según lo manifiesta el distinguido abogado y abolicionista cubano don Rafael María de Labra y Cadrana 220 , a más de ser una obra notable de «sólida erudición» 221, 222 , de acuerdo con el célebre polígrafo santanderino don Marcelino Menéndez y Pelayo, al historiar el desarrollo de la cultura literaria en Puerto Rico, en su Antología de poetas hispanoamericanos. En palabras de la destacada educadora y académica puertorriqueña doña Josefina Rivera de Álvarez, las notas acostianas 223
«ponen de manifiesto al historiador metódico, celoso del informe completo y exacto, de
219 Eduardo Neumann Gandía, Benefactores y hombres notables de Puerto Rico, vol. II (Ponce, Puerto Rico: Imp. «Listín Comercial», 1899), pág. 174.
220 Don Rafael María de Labra nació en La Habana (Cuba) el 7 de septiembre de 1840 en el Castillo del Príncipe y falleció en Madrid (España) el 16 de abril de 1918. Era hijo del brigadier y gobernador civil y militar de Cienfuegos (Cuba) don Ramón María de Labra, natural de Cangas de Onís (Asturias), y de doña Rafaela González Cadrana, natural de Cuba, de ascendencia asturiana. María Dolores Domingo Acebrón, Rafael María de Labra (Cuba, Puerto Rico, las Filipinas, Europa y Marruecos, en la España del Sexenio Democrático y la Restauración [1871-1918]) (Madrid, España: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2006), pág. 27.
221 M[arcelino] Menéndez y Pelayo, Antología de poetas hispanoamericanos [sic], tomo II (Madrid, España: Real Academia Española, 1927), pág. LXXXIX.
222 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Artículos de don Eduardo de Acosta y Quintero (Caparra Heights, Puerto Rico: Centro Gráfico del Caribe, Inc., 1990), pág. 25.
223 El término acostiano significa «[d]el prócer puertorriqueño José Julián de Acosta y Calbo (1825-1891) o relacionado con él». Jaime Alberto Solivan de Acosta, La formación de los adjetivos deonomásticos de persona o antroponicios (Diccionario de antroponicios) (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2014), pág. 191.
mente ágil para la observación acertada y aguda» 224 . Para el conocido poeta y bibliógrafo puertorriqueño don Manuel María Sama y Auger, si de Acosta «sólo [sic] hubiese escrito esas luminosas é [sic] interesantes notas, éllas [sic] bastarían para que siempre viviese su recuerdo, y fuese enaltecida su memoria» 225
Apóstol de la libertad, don José Julián de Acosta forma parte, en 1866 y 1867, de la Junta Informativa de Reformas, junto con don Segundo Ruiz Belvis, don Francisco Mariano de Quiñones y Quiñones y don Manuel de Jesús Zeno y Correa. Como comisionado, defiende públicamente al siervo oprimido, y pide, sin reservas, la abolición inmediata de la esclavitud en Puerto Rico, con indemnización o sin ella. Para lograr este objetivo, redacta, junto con los señores Ruiz Belvis y de Quiñones, el Proyecto para la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, «uno de los documentos más inteligentes y originales de la historia de la lucha por la libertad y la dignidad humanas en América» . 226
Por esta razón, es justo señalar, como lo hace don Juan Braschi, que don José Julián de Acosta es, «entre los abolicionistas portorriqueños [sic], el más esforzado entre los , cuya parte histórica y económica se debe exclusivamente a él.
224 Josefina Rivera de Alvarez [sic], Diccionario de literatura puertorriqueña, tomo segundo, vol. I (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1974), pág. 18.
225 Manuel Maria [sic] Sama, Obras completas (San Juan, Puerto Rico: Editorial LEA, Ateneo Puertorriqueño, 2000), pág. 190.
226 Gervasio L. García, «Estudio introductorio» en Historia, geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto-Rico [sic], por fray Íñigo Abbad y Lasierra. Nueva edición, anotada en la parte histórica y continuada en la estadística y económica, por José Julián de Acosta y Calbo (España: Ediciones Doce Calles e Historiador Oficial de Puerto Rico, 2002), pág. 23.
más esforzados» 227. Por su obra emancipadora, varios periodistas y diputados le ofrecen un espléndido banquete en el restaurante Lhardy de Madrid 228. Y, más tarde, por su gloriosa participación en la abolición de la esclavitud, aparecerá el egregio patriota en uno de los mosaicos de las pechinas del Capitolio de Puerto Rico 229. Ya lo dirá don Julio de Vizcarrondo y Coronado, fundador de la Sociedad
Abolicionista Española, en una carta del 28 de abril de 1886: «Si algo significo, si valgo alguna cosa, si en vez de haber sido vergüenza de mi país, le he sido útil de algún modo, a ti [don José Julián] se debe» 230. Por eso, de igual modo, el Instituto de Cultura Puertorriqueña acuñará una medalla con la efigie del patricio, en conmemoración del centenario de la Junta
Informativa de Ultramar 231
Cerremos, pues, este capítulo de su vida con las palabras pronunciadas por el gran repúblico e insigne tribuno don Emilio Castelar el 20 de junio de 1870, ante las Cortes .
227 Juan Braschi, «Doble apostolado», Puerto Rico Ilustrado, 18 de noviembre de 1916, pág. sin numerar.
228 Este banquete fue dado también en honor del distinguido abogado y abolicionista cubano don Rafael María de Labra y Cadrana. Eduardo Neumann Gandia [sic], Benefactores y hombres notables de Puerto Rico, vol. II (Ponce, Puerto Rico: Imp. «Listín Comercial», 1899), pág. 182; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 196.
229 Primer cincuentenario: Senado de Puerto Rico (1917-1967) (Puerto Rico: Talleres de Artes Gráficas del Departamento de Instrucción Pública, 1968), pág. 155.
230 Angel [sic] Acosta Quintero, Jose [sic] Julian [sic] Acosta y su tiempo (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1965), pág. 530.
231 El autor de esta medalla fue el escultor gallego conocido como Compostela (don Francisco Vázquez Díaz). «Medalla honra patricios», El Mundo, 3 de octubre de 1968, pág. 60.
Españolas, sobre el documento y la actuación de los tres comisionados reformistas puertorriqueños.
“Los comisionados de Puerto Rico dieron un dictamen que será su honra, su gloria, dictamen que el porvenir colocará junto a la declaración de los derechos del hombre en el 4 de agosto de 1789. Todos eran propietarios, y todos pedían la abolición inmediata y simultánea, con organización del trabajo o sin organización del trabajo, con indemnización o sin indemnización. Yo me lamento de que después de la revolución de septiembre ninguno de aquellos varones se haya sentado en estos bancos. Yo no sé por qué no habrán venido aquí todos ellos, cuando tantos títulos tenían a la consideración de Puerto Rico y a la consideración de la patria.
Vinieron, decía, los comisionados de Puerto Rico y presentaron un luminoso informe, en el cual no sabemos qué admirar más, si la copia de noticias o la abnegación sublime con que, siendo en su mayoría propietarios de esclavos, demandaban la abolición simultánea, inmediata, con plazo o sin plazo, con indemnización o sin ella...
Permitidme, señores diputados, consagrarles a aquellos ilustres varones un elogio, al cual se asociará sin excepción en sus elevados sentimientos toda la Cámara. Desde la renuncia de los señores feudales a sus privilegios en la Constituyente francesa, no se ha vuelto a ver abnegación tan sublime. El patriciado colonial no
ofrece en ninguna otra parte ese ejemplo, ese gran ejemplo” 232 .
En calidad de economista, don José Julián de Acosta es uno de los pocos hispanoamericanos de su época expertísimos en materias económicas. Muchas de sus obras, como «Cuestión de brazos, para el cultivo de las tierras de Puerto Rico» (1853), su edición de la Historia de Abbad (1866), el mencionado Proyecto para la abolición de la esclavitud (1867) 233, «El sistema prohibitivo y la libertad de comercio en América» 234
En su Historia, en el capítulo dedicado a la agricultura, verbigracia, el distinguido economista (1880) y El canje de la moneda de plata mejicana en Puerto Rico (1887), dejan ver su maestría en esta ciencia.
pone de manifiesto las causas de la decadencia y la necesidad de una renovación en las formas y estructuras técnicas y económicas. Para Acosta, el latifundismo, los monocultivos, deficiencias de los sistemas técnicos, carencia de un utillaje adecuado y eficaz, un anticuado y agobiante sistema comercial, los gravámenes tributarios, etc., ahoga[n] la economía de la Isla y
232 Segundo Ruiz Belvis, Jose [sic] Julian [sic] Acosta y Francisco Mariano Quiñones, Proyecto para la abolicion [sic] de la esclavitud en Puerto Rico (Río Piedras, Puerto Rico: Editorial Edil, Inc., 1978), pág. 10.
233 De acuerdo con don Manuel María Sama, esta misma obra, con el título Informe sobre la abolición inmediata de la esclavitud en la isla de Puerto-Rico [sic], fue publicada en Madrid, en 1870. Manuel Maria [sic] Sama, Obras completas (San Juan, Puerto Rico: Editorial LEA, Ateneo Puertorriqueño, 2000), pág. 192.
234 Esta obra la recoge don Cayetano Coll y Toste en el tomo VII del Boletín Histórico de Puerto Rico, en las páginas 272 a 287, con el título «El sistema prohibitivo y la libertad de comercio de América».
pon[en] a sus habitantes en condiciones de inferioridad. Ha[y] que remover estos obstáculos y dar un ritmo más racionalizado y en consonancia con la época a la agricultura y el comercio de ella derivado. La división del trabajo y la abolición de la esclavitud (no solo por razones humanas sino económicas) [son] de necesidad urgentes 235 .
En su ensayo «El sistema prohibitivo y la libertad de comercio en América», don José Julián concluye que la «libertad comercial produjo, tanto en el pasado como en el presente siglo [XIX], y aun [sic] practicada con las limitaciones que la acompañan, la prosperidad comun [sic] y recíproca de la Europa y la América» 236 . De acuerdo con él, las cuestiones comerciales «son en el fondo esencialmente políticas y sociales, y llevan en su seno, a pesar de las miras particulares de los Gobiernos, profundas transformaciones en la balanza del poder internacional, que á [sic] primera vista no se descubren, ni perciben» 237
Como lo indica el título, en El canje de la moneda de plata mejicana en Puerto Rico, de Acosta aboga «por el canje inmediato de la plata mejicana por moneda del cuño español .
235 Juana Gil-Bermejo Garcia [sic], Panorama histórico de la agricultura en Puerto Rico (Sevilla, España: Instituto de Cultura Puertorriqueña y Escuela de Estudios Hispano-Americanos [sic], 1970), pág. 54.
236 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), pág. 155.
237 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), pág. 155.
como único medio de hacer frente (no como desideratum [sic]) a la gran crisis económica de que se ve amenazado el país» 238, 239 Saca a luz, en 1868, el «Catálogo de la Librería de Acosta» . 240 , que viene a ser la primera relación de libros o escritos más de trescientos , de cierta extensión de cincuenta y dos páginas , que se hace en Puerto Rico, diecinueve años antes que la célebre Bibliografía puertorriqueña 241 de don Manuel María Sama y Auger. Se trata de una selecta lista de obras europeas y americanas y puertorriqueñas 242
238 José Géigel y Zenón y Abelardo Morales Ferrer, Bibliografía puertorriqueña, ed. Fernando J. Géigel y Sabat (Barcelona, España: Editorial Araluce, 1934), pág. 45. , entre las que figuran atlas, biografías,
239 Ya don José Julián de Acosta y Calbo había manifestado, como comisionado, que hacía falta «una tarifa que regulase el valor de las diferentes monedas que tienen curso en Puerto-Rico [sic]», en la vigésima conferencia de la Junta Informativa de Ultramar del 27 de febrero de 1867. Apéndice. Conferencias de la Junta Informativa de Ultramar celebradas en esta capital en los años de 1866 y 1867 (Madrid, España: Imprenta Nacional, 1873), pág. 77.
240 José J. de Acosta, «Catalogo [sic] de la Libreria [sic] de Acosta» en Almanaque-aguinaldo de la isla de Puerto-Rico [sic] para el año de 1869 (Puerto Rico: Imprenta y Librería de Acosta, 1868), págs. 1-52; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), págs. 127-149.
241 Esta obra, premiada por el Ateneo Puertorriqueño y publicada en 1887, es considerada la primera en su género en Puerto Rico. José Géigel y Zenón y Abelardo Morales Ferrer, Bibliografía puertorriqueña, ed. Fernando J. Géigel y Sabat (Barcelona, España: Editorial Araluce, 1934), págs. 214-215; Manuel Maria [sic] Sama, Obras completas (San Juan, Puerto Rico: Editorial LEA, Ateneo Puertorriqueño, 2000), pág. 177.
242 Entre las obras de autores puertorriqueños se encuentran Obras de don Alejandro de Tapia y de Rivera y el Silabario de los niños puertorriqueños de don Julio L. Vizcarrondo.
catecismos, cuentos, devocionarios, diccionarios monolingües y bilingües, fábulas, gramáticas, hagiografías y libros de filosofía, poesía, religión, teatro y urbanidad, al igual que manuales, novelas, poemarios, silabarios y tratados de agronomía, economía, educación, higiene, historia, física, geografía, legislación y jurisprudencia, matemática, medicina, política y química.
Tras el Grito de Lares nombre con que se conoce la insurrección de algunos puertorriqueños contra los españoles el 23 de septiembre de 1868 , y a semejanza de fray Luis de León 243 , el ilustre abolicionista es encarcelado injustamente 244, 245
por la envidia y la mentira en el
243 Fray Luis de León (1527-1591) fue un religioso agustino, teólogo, orador y poeta místico español que, por haber traducido el Cantar de los Cantares, pasó cinco años en la cárcel y fue absuelto después por inocente.
244 De Acosta fue injustamente encarcelado, pues, dos años antes de padecer prisión, el gobernador don José María Marchesi y Oleaga le había informado el 30 de enero de 1866 a don Antonio Cánovas del Castillo que «[s]us ideas políticas son avanzadas y es decidido reformista en el sentido más alto posible, incluso la abolición de la esclavitud, razón por la cual es vigilado por este Gobierno, sin que hasta ahora haya dado fundados motivos para que se le considere decididamente como poco adicto a la Madre Patria». «Informe del general Marchesi a Cánovas del Castillo», 30 de enero de 1866; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 40.
Ya lo dirá el Puerto Rico Ilustrado, veinte años más tarde, «España ha tenido constantemente un hijo fidelísimo en Acosta, que, al solicitar reformas para su provincia nativa, las ha reclamado siempre dentro de la asimilación más absoluta á [sic] la Metrópoli [sic], y protestando el mayor respeto y veneración á [sic] la Monarquía [sic], y á [sic] las instituciones que á [sic] su calor han dado carácter al génio [sic] de nuestra raza en todas las zonas». X. X. [sic], «D. José Julian [sic] de Acosta y Calvo [sic]», Puerto Rico Ilustrado, 29 (18 de julio de 1886), pág. 1; X. X. [sic], «¡A las Urnas!», Revista de Puerto Rico, 60 (31 de marzo de 1887), pág. sin numerar; Jaime
Castillo San Felipe del Morro 246 , en el Viejo San Juan, y trasladado más tarde a la cárcel de Arecibo, pues, aunque no colabora con Betances en el frustrado alzamiento, le creen cómplice del movimiento revolucionario. En su artículo «Horas de prisión», publicado primero el 11 de octubre de 1868 y posteriormente en el Almanaque aguinaldo de 1869, narra esta experiencia 247
Sobre su encarcelamiento, se sabe, además, por medio de su hijo don Ángel de Acosta y Quintero, que, a raíz de este injusto y lamentable incidente, don Román Baldorioty de Castro le dirige una carta a doña Josefa Quintero y Hernández, esposa del prócer, que reza así: .
“Mi estimada Pepita: el [sic] disgusto de los sucesos del día me ha enfermado el alma y el cuerpo. Dígame si Pepe sigue o no incomunicado, y lo mismo de los otros, si lo sabe. Confíe usted en la inocencia de todos ellos y pídale a Dios fuerzas, para sufrir con
Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 108.
245 De Acosta fue detenido «en unión de sus amigos don Julián E. Blanco, Dres. Goyco y Calixto Romero y don Rufino Goenaga» y apresado «por el entonces Alcalde [sic] de San Juan, don José Ramón Fernández [y Martínez], Marqués de la Esperanza». Eduardo Acosta Quintero, «Ilustres maestros del pasado», The Porto Rico School Review, enero de 1925, pág. 4.
246 De Acosta estuvo preso «en el calabozo conocido por “el del Chino”», en el Castillo San Felipe del Morro. «La familia Acosta se solidariza con petición a la Universidad», El Mundo, 17 de diciembre de 1949, pág. 23.
247 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina: Esmaco Printers Corp.], 1995), págs. 65-69.
resignación, mientras se evidencian los hechos. Su afectísimo amigo, ROMAN [sic]” 248 .
Consta también en otra misiva, escrita por la señora de Acosta, lo siguiente:
“Mi muy querido Acosta. [sic] Sabía ya por el corregidor que esta tarde te trasladaban a Arecibo, y tu carta acaba de confirmar esta noticia. La recibo Acosta, con verdadera resignación, y nada me consuela tanto, como el saber que tú estás tranquilo y que esperas con calma el término feliz que debemos esperar tenga este grave suceso.
Cuenta, pues, conmigo; a donde quiera que te lleven, allí se te seguirá mi pensamiento y mis oraciones. Tus hijos te besan y te piden tu bendición. ¡Hoy eres más santo para ellos!
Me ocupo de tu equipaje y descuida que nada te faltará. Te suplico hagas todo lo posible para hacernos llegar algunas noticias tuyas. Piensa en la incertidumbre en que quedamos. Luis te abraza. Adiós Acosta. Dios velará por nosotros. Te abraza en su corazón, tu esposa.
PEPITA[”] 249 .
248 Angel [sic] Acosta Quintero, «En el Castillo del Morro», El Mundo, 10 de octubre de 1919, «Tal día como hoy», pág. 9.
249 Angel [sic] Acosta Quintero, «En el Castillo del Morro», El Mundo, 10 de octubre de 1919, «Tal día como hoy», pág. 9.
Poco tiempo después de su excarcelación 250 , acaecida el 1 de noviembre de 1868, don José Julián traduce del francés al castellano el ensayo «El Palacio de Cristal de Sidenham», del conocido escritor, industrial y filántropo francés don Benjamin Delessert (1773-1847), que saca a luz en 1869 251 . Ese mismo año, vuelve a dar a la estampa el «Discurso leído por el licenciado D. José Julián de Acosta y Calbo, en la sesión pública que celebró la Real Junta de Comercio con motivo del establecimiento de una Escuela de Comercio, Agricultura y Náutica», publicado el 18 de noviembre de 1854 252
El 2 de septiembre de 1870, funda y dirige el primer periódico liberal reformista, El Progreso . Da a la estampa también los ensayos «Leyes de Keplero y estabilidad del sistema planetario» y «Necrología», a raíz del óbito de su hermano don Eduardo de Acosta y Calbo.
253 , desde cuya tribuna defiende la unión permanente con España y expone sus demandas de libertad y reformas políticas, sociales y económicas 254, 255
250 De Acosta obtuvo su libertad mediante fianza prestada por el odontólogo, impresor y periodista don Luis Salicrup y Colón. Eduardo Acosta Quintero, «Ilustres maestros del pasado», The Porto Rico School Review, enero de 1925, pág. 4. , lo que lo convierte en «el iniciador del
251 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), págs. 61-69.
252 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), págs. 71-74.
253 El Progreso fue un periódico político, literario y de noticias.
254 El Progreso, 27 de enero de 1871, portada; Obras de Antonio S. Pedreira, tomo II (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1970), págs. 98 y 508.
255 Otros próceres puertorriqueños que compartieron las mismas ideas políticas de don José Julián de Acosta y Calbo fueron: don Manuel
periodismo político en Puerto Rico» 256 . Entre el 7 y el 23 de septiembre de 1870, saca a luz su artículo «Los partidos políticos». En noviembre de ese mismo año, cofunda el primer partido político puertorriqueño, el Partido Liberal Reformista, que presidirá en 1873, y desde el cual defiende
la Asimilación [sic] de nuestra provincia á [sic] las demás de la Monarquía [sic], á [sic] fin de unirlas [...] con los estrechos lazos de una verdadera fraternidad y el de seguir demostrando la necesidad, la conveniencia y la justicia de que se resolviese definitivamente y cuanto antes el problema social, conciliando los intereses generales de la Nación [sic] y del país, con los particulares de ambas partes directamente interesadas en la cuestión 257 .
Asimismo publica, en 1870, un artículo titulado «Toussaint L’Ouverture 258 juzgado por Mr. Wendell Phillips» 259
Alonso y Pacheco, don Julián Blanco y Sosa, don José de Celis y Aguilera, don Manuel Corchado y Juarbe, don Manuel de Elzaburu y Vizcarrondo, don José Gautier Benítez, don José Pablo Morales y Miranda, don Luis Padial y Vizcarrondo, don José Gualberto Padilla y Alfonzo, don Alejandro de Tapia y de Rivera y don Julio de Vizcarrondo y Coronado. Eladio Rodríguez Otero, «Defensa y elogio de José Julián Acosta» en Obras completas. Ateneo, 1.ª ed., tomo IV (San Juan, Puerto Rico: Sucesores de Eladio Rodríguez Otero, 2008), pág. 14. , en el que
256 Jose [sic] A. Romeu [sic], Panorama del periodismo puertorriqueño, 1.ª ed. (Río Piedras, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1985), pág. 43.
257 Francisco Mariano Quiñones, Historia de los Partidos Reformista y Conservador de Puerto-Rico [sic], 2.ª ed. (San Juan, Puerto Rico: Oficina del Historiador Oficial de Puerto Rico, 2011), pág. 35.
258 En algunas fuentes aparece como Toussaint Louverture. Diccionario enciclopédico ilustrado (Barcelona, España: Thema Equipo
elogia el discurso pronunciado por el célebre orador estadounidense en favor del patriota haitiano. Más adelante, contribuye intelectualmente a la publicación del periódico político capitalino El Agente, como miembro de su cuerpo de redacción.
En 1871, además de ser elegido diputado a Cortes por San Germán, y de lograr, durante su diputación, el indulto de algunos estudiantes de La Habana, con la ayuda de sus amigos los insignes repúblicos don Augusto Ulloa y don Gabriel Rodríguez, al enterarse en Madrid del fusilamiento perpetrado en septiembre de dicho año, don José Julián escribe un decálogo titulado «Quinta esencia de una constitución, estatuto o pacto social para el género humano, y para cualquier ínsula o península», en el que manifiesta que las dos profesiones más honrosas de la sociedad son la enseñanza y la agricultura, y que en ellas reside el remedio de los males sociales. Para de Acosta, tanto el maestro como el labrador son
la base, el uno del órden [sic] moral é [sic] intelectual de los pueblos, y el otro del órden [sic] económico. El uno deposita en el corazon [sic] y entendimiento del niño las primeras semillas de la virtud, los primeros gérmenes de la ciencia; el otro riega y fecunda con el sudor de su frente una tierra maldita, obligándola á [sic] conservar la vida de mil generaciones, y ofrecer la ruda materia de infinitas industrias. El uno cultiva el espíritu despojándole de la ignorancia para preservarle del vicio,
Editorial, S. A., 2002), pág. 892; Le petit Larousse illustré (París, Francia: Larousse, 2004), pág. 1772.
259 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), págs. 41-42.
y preparando con las primeras verdades el semillero de virtudes que fructificarán á [sic] su tiempo en beneficio de la sociedad; el otro labra los campos destruyendo abrojos y espinas, y haciendo que vengan en su lugar los frutos mas [sic] preciosos y necesarios al hombre... 260 .
El 5 de febrero de 1872, y siendo vocal de la Junta
Directiva de la Sociedad Abolicionista Española, pronuncia un discurso publicado en Madrid por la Secretaría de dicha asociación, y en Puerto Rico por la Imprenta Sancerrit 261, 262 que lleva por título La esclavitud en Puerto Rico 263 , que termina con estas hermosas palabras: «Sí, señores, lo habéis oído: la causa de la abolición de la esclavitud por que nosotros trabajamos es la de Jesucristo. ¡Que él la defienda!» 264
En 1873, funge como corredactor del periódico ponceño El Derecho, cuyo director y redactor principal es don Román Baldorioty de Castro. Ese mismo año, traduce el ensayo .
260 [José Julián de] A[costa], «Quinta esencia de una constitucion [sic], estatuto ó [sic] pacto social para el género humano, y para cualquier insula [sic] ó [sic] península» en Almanaque-aguinaldo de la isla de PuertoRico [sic] para el año de 1872 (Puerto Rico: Imprenta y Librería de Sancerrit, 1871), págs. 94-95.
261 Jose [sic] Julian [sic] Acosta, La esclavitud en Puerto-Rico [sic] (Puerto Rico: Imprenta de Sancerrit, 1873).
262 Este es el nombre que adoptó la Imprenta de Acosta durante la ausencia del prócer de la Isla.
263 Esta obra también se conoce como La servidumbre en Puerto Rico. José Julian [sic] Acosta, La esclavitud en Puerto-Rico [sic] (Madrid, España: Secretaría de la Sociedad Abolicionista Española, 1872), pág. 3.
264 Esta cita ha sido sacada de Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), pág. 57, y ajustada a las normas ortográficas del español actual.
«La astronomia [sic]» 265 y publica, en El Progreso, el artículo «La inviolabilidad del domicilio», en el que
no se cansará de pedir su aplicacion [sic] á [sic] PuertoRico [sic], para que pueda decirse del domicilio de cada uno de sus habitantes, lo que se repite como una verdad del de los ingleses: “¿Veis esa pobre choza? Pueden entrar en ella los vientos, la lluvia y la nieve; pero no puede traspasar su dintel, el Rey [sic] de la Gran Bretaña” 266 .
Al establecerse la primera escuela secundaria pública de Puerto Rico 267
265 J[osé] J[ulián] Acosta, «La astronomia [sic]» en Almanaqueaguinaldo de la isla de Puerto-Rico [sic], para el año 1874 (Puerto Rico: Imprenta y Librería de Sancerrit, 1873), págs. 121-132; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), págs. 69-74. , esto es, el Instituto Civil de Segunda Enseñanza, en 1873, el sabio catedrático de geografía e historia de España y universal ocupa el cargo de director en tres ocasiones, de 1873 a 1874, de 1882 a 1883 y de 1883 a 1884, además de la cátedra de agricultura. Es el primer puertorriqueño en regir este centro docente, y si no es la primera voz, es una de las primeras voces en clamar por la creación de la Universidad de Puerto Rico. A este respecto, en su discurso de apertura del instituto, del 2 de noviembre de
266 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), pág. 80.
267 María Francisca Torres Lozano, «El Instituto Civil Provincial: La primera escuela secundaria pública de Puerto Rico», Educación, 53 (febrero de 1984), pág. 62.
1873, manifiesta que «para acabar de redimir la inteligencia de la mayoría de los puerto-riqueños [sic] de la vergonzosa servidumbre de la ignorancia, nos falta dar el segundo [paso]: fundar la Universidad» 268 . En su discurso para el curso académico de 1882 a 1883, insiste en lo mismo e invoca el nombre del rey don Alfonso XII de Borbón para que ponga «bajo su egregia protección los destinos del Instituto» 269
En diciembre de 1873, el hombre de ciencia saca a luz, en el Almanaque aguinaldo de la isla de Puerto Rico, para el año 1874, un artículo titulado «El barómetro considerado como instrumento meteorológico», en el que recomienda un centro de observaciones meteorológicas para la Isla. , para que prontamente haya una institución de enseñanza superior en la Isla.
Al año siguiente, en 1874, su amigo don Alejandro de Tapia y de Rivera le dedica la novela corta La leyenda de los veinte años, como muestra de afecto y admiración. Ese mismo año, de Acosta publica una memoria que lleva por título «Consideraciones generales sobre la enseñanza de la geografía astronómica y política y de la historia universal y particular de España» 270
268 Jose [sic] Julian [sic] Acosta, Memoria que en la oposicion [sic] a la catedra [sic] de geografía é [sic] historia presento [sic] al jurado don Jose [sic] Julian [sic] Acosta y Discurso pronunciado por el [sic] mismo en la apertura del Instituto Civil de 2.ª Enseñanza el 2 de noviembre de 1873 (San Juan, Puerto Rico: Imprenta de Sancerrit, 1874), pág. 22. .
269 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), pág. 112.
270 Este ensayo ya había sido publicado el 21 de agosto de 1873. Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), pág. 89.
En 1875, de Acosta y Calbo figura como uno de los redactores y colaboradores del periódico El Abolicionista de Madrid 271. En ese año, da a la estampa Los partidos políticos, que es una colección de artículos publicados en el periódico
El Progreso, y, el 12 de noviembre de 1875, saca a luz el ensayo «Novedad literaria», en el que hace saber que la célebre elegía «Canción a las ruinas de Itálica» era del poeta y arqueólogo sevillano don Rodrigo Caro (1573-1647) y no del poeta y bibliotecario sevillano don Francisco de Rioja (1583-1659), como se creía. Aclara, igualmente, que la «Epístola moral a Fabio» era del poeta español del siglo XVII don Andrés Fernández de Andrada 272
Preocupado por promover el gusto por la lectura y los conocimientos en ciencias, literatura y bellas artes, don José Julián presenta el 26 de febrero de 1876, en compañía de otros, una moción, que es aceptada, sobre la conveniencia de extender el círculo de los lectores de la revista La Azucena, editada por don Alejandro de Tapia y de Rivera y la esposa de este, doña Rosario Díaz y Espiau . 273, 274, 275
El 30 de abril de 1876, de Acosta funda el Ateneo Puertorriqueño, junto con don Manuel de Elzaburu y de Vizcarrondo, don Alejandro de Tapia y de Rivera, don .
271 El Abolicionista, Madrid, España, 20 de enero de 1875, pág. 16.
272 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), págs. 83-85.
273 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), págs. 86-90.
274 César A. Salgado, «Nuevos hallazgos sobre Alejandro Tapia y Rivera en Cuba» en Tapiana I, ed. Roberto Ramos-Perea (San Juan, Puerto Rico: Ateneo Puertorriqueño, 2012), pág. 82.
275 Esta revista fue editada entre 1870 y 1877.
Francisco de Paula Acuña y Paniagua y otros insignes representantes de la cultura intelectual y artística puertorriqueña 276, 277 . En dicha corporación, se compromete, como todos los ateneístas, en aportar veinticinco libros de su colección particular para crear la «primera biblioteca pública de Puerto Rico» 278 . Entre 1876 y 1885, cuando la presidencia se ocupaba por meses, trimestres y semestres, funge como presidente de dicha asociación en una ocasión 279 . Allí da varias conferencias, entre ellas, «El antiguo Egipto» 280 , «El teléfono» 281
276 «Fundación del Ateneo Puertorriqueño», Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 33 (octubre-diciembre de 1966), págs. 26 y 28. y «Bosquejo histórico del conocimiento de la superficie
277 Centenario de la fundacion [sic] del Ateneo Puertorriqueño (San Juan, Puerto Rico: Ateneo Puertorriqueño, 1976), págs. sin numerar.
278 Clara S. de Lergier, «La primera biblioteca publica [sic] de Puerto Rico» en Las columnas del Ateneo, Cuadernos del Ateneo, vol. II, Serie de Periodismo, número 1 (San Juan, Puerto Rico: Ateneo Puertorriqueño, 1994), págs. 66-67.
279 Vicente Géigel Polanco, «Una antorcha que sigue alumbrando», Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 33 (octubre-diciembre de 1966), pág. 34.
280 José Julian [sic] de Acosta, «El antiguo Egipto», La Azucena, 51 (15 de septiembre de 1876), págs. 1-5; José Julian [sic] de Acosta, «El antiguo Egipto», La Azucena, 52 (30 de septiembre de 1876), págs. 1-3; José J. de Acosta, «El antiguo Egipto» en Almanaque-aguinaldo de la isla de Puerto-Rico [sic] para el año de 1878 (Puerto Rico: Imprenta y Librería de Acosta, 1877), págs. 119-149; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), págs. 93-107.
281 José J. Acosta y Calbo, «El telefono [sic]» en Almanaqueaguinaldo de la isla de Puerto-Rico [sic], para el año de 1879 (Puerto Rico: Imprenta y Librería de Acosta, 1878), págs. 84-102; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), págs. 113-121.
Por su participación en el establecimiento de esta asociación cultural, el Ateneo Puertorriqueño cuenta con un busto del optimate, realizado en 1975 por el escultor cubano Alfredo Lozano, y con una medalla conmemorativa del primer centenario de la institución con la inscripción del apellido Acosta. .
En mayo de 1876, el egregio político es elegido diputado, pero las Cortes anulan su elección y, en su lugar,
282 José J. Acosta, «Bosquejo histórico del conocimiento de la superficie terrestre», La Azucena, 31 de julio de 1876, págs. 1-4; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), págs. 95-102.
283 También se conoce esta conferencia como «Marcha progresiva de la humanidad en el conocimiento de la superficie terrestre». Ismael Rodríguez Bou, «Significado del Ateneo desde el punto de vista de un educador», Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 33 (octubrediciembre de 1966), pág. 40.
284 Otto Olivera, La literatura en periodicos [sic] y revistas de Puerto Rico (siglo XIX), 1.ª ed. (Río Piedras, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1987), págs. 167 y 250; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo IV (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2009), pág. XLVII
285 Según don Eduardo Neumann Gandía, de Acosta dictó, además, en el Ateneo Puertorriqueño, una conferencia titulada «Prehistoria de Puerto Rico». Eduardo Neumann Gandia [sic], Benefactores y hombres notables de Puerto Rico, vol. II (Ponce, Puerto Rico: Imp. «Listín Comercial», 1899), pág. 183; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 198.
100 terrestre» 282, 283, que es la primera conferencia pública que se dicta en la docta casa 284, 285
designan al candidato derrotado, don Juan Antonio Rascón, Conde de Rascón 286
Funge también, en 1877, como agente general en Puerto Rico del prestigioso periódico La Ilustración Española y Americana y del semanario La Moda Elegante Ilustrada . 287
De 1877 a 1880, don José Julián de Acosta signa un contrato para hacer los impresos de las oficinas de Hacienda. Y, en 1878, da a la estampa, junto con los doctores don Carlos Grivot Grand-Court y don Agustín Stahl, el Informe dado a la Excma. Diputación Provincial sobre la enfermedad de la caña de azúcar en el cuarto departamento de la isla de Puerto Rico, en el que se concluye que la enfermedad reside en el terreno . 288
289
le dedica a don José Julián
En 1878, el célebre escritor e historiador venezolano don Arístides de Rojas y Espaillat . Es de Acosta y Calbo quien redacta la memoria.
286 Fernando Bayron [sic] Toro, Elecciones y partidos politicos [sic] de Puerto Rico (1809-1976), 2.ª ed. (Mayagüez, Puerto Rico: Editorial Isla, Inc., 1979), pág. 73.
287 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), págs. 109-110.
288 «Varios años más tarde, se comprobó que la enfermedad la causaba la larva de un insecto coleóptero conocido como el gusano blanco (Phyllophaga [sic]).» Juan A. Bonnet, «El desarrollo de las ciencias naturales y la politica [sic] cientifica [sic] en Puerto Rico», Revista del Ateneo Puertorriqueño, 7 (enero a abril de 1993), pág. 32.
289 Don Arístides de Rojas y Espaillat (1826-1894) tuvo un hermano llamado don José María de Rojas y Espaillat, Marqués de Rojas (1828-1907), quien estuvo casado con doña Soledad Quintero y Hernández, hermana de doña Josefa Quintero y Hernández, esposa del biografiado. «Otras noticias», La Democracia, 16 de noviembre de 1907, pág. 5; Carlos Larrazábal Blanco, «Origen hispano-dominicano de algunas familias caraqueñas», Boletín del Instituto Venezolano de Genealogía, 2 (junio de 1971), [págs. 35-36].
de Acosta, como homenaje, el capítulo «Las radicales del agua en las lenguas americanas», que figura en su libro Estudios indígenas. Contribuciones a la historia antigua de Venezuela 290 Al año siguiente, el 8 de abril de 1879, don José Julián saca a luz un folleto titulado El brigadier don Luis Padial y Vizcarrondo . 291, en el que da a conocer a este «hombre público, a la luz de sus antecedentes de familia, de su época, de la situación jurídica de su país y del agitado escenario que le ofreció la metrópoli» 292 . En ese mismo año, publica, en el Almanaque aguinaldo de la isla de Puerto Rico, para el año bisiesto 1880, el ensayo «Sidón», que, como lo indica su nombre, trata sobre la antigua ciudad fenicia, la actual Saida, en el Líbano, célebre por el comercio y la navegación. El 17 de abril de 1879, pronuncia también un discurso en el que elogia el hecho de dotar a la Isla de un buen vapor costanero 293
290 Arístides Rojas, Estudios indigenas [sic]. Contribuciones a la historia antigua de Venezuela (Caracas, Venezuela: Imprenta Nacional, 1878), pág. 112. . Y, un
291 Hijo del capitán don Luis Padial y Medina y de doña Margarita Vizcarrondo y Ortiz de Zárate, y nieto de don Antonio Padial, comisario de guerra, y de doña María de las Mercedes Medina, Marquesa de Viso Alegre, don Luis Ricardo María Padial y Vizcarrondo nació en San Juan (Puerto Rico) en 1832 y falleció en Madrid (España) en 1879. Fue brigadier, abolicionista, diputado a Cortes, escritor y orador. Jaime Alberto Solivan de Acosta, Próceres sanjuaneros y su justificación nobiliaria (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 2000), págs. 55-56.
292 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo III (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1999), pág. 128; José Géigel y Zenón y Abelardo Morales Ferrer, Bibliografía puertorriqueña, ed. Fernando J. Géigel y Sabat (Barcelona, España: Editorial Araluce, 1934), pág. 39.
293 Se refiere al vapor San Juan, al mando del capitán Lartitegui. Biblioteca José M. Lázaro, Colección Puertorriqueña, Micropelículas, Colección María del Pilar Acosta Velarde de Legrand, «Micro 326/A1851m», núm. 13.
mes más tarde, pronuncia el discurso «Los fenicios» que reseña el periódico El Agente el 17 de mayo de 1879.
En las elecciones de 1879, de Acosta sale elegido diputado a Cortes por el distrito de Quebradillas, para luchar nuevamente por las reformas ultramarinas. Durante su diputación, defiende la justicia y la administración de Puerto Rico, manifestando «que hace muchos años no se ha dado ni caso, ni sospecha alguna contra los tribunales de la pequeña Isla» 294 , pues el político español don Antonio Cánovas del Castillo había declarado que «la inmoralidad y la corrupcion [sic] imperaban en toda América, [...] para disculpar de ese modo las prevaricaciones denunciadas en Cuba por el general Jovellar» 295. Esto le vale al noble diputado puertorriqueño «los plácemes entusiastas de ambos lados de la Cámara, y [...] la prensa de Madrid» 296
El 22 de mayo de 1880 . 297, es declarado el historiador más destacado de San Juan por la prensa de Madrid 298 . Para esa época, construye «una casa de campo 299
294 César de Bazan [sic], «Correspondencia particular de El Agente», El Agente, 25 de marzo de 1880, pág. 1. , bastante amplia, en Cangrejos, [...] [hoy] Santurce[,] [...] [lugar adonde] en aquella
295 César de Bazan [sic], «Correspondencia particular de El Agente», El Agente, 25 de marzo de 1880, pág. 1.
296 César de Bazan [sic], «Correspondencia particular de El Agente», El Agente, 25 de marzo de 1880, pág. 1.
297 Según don Antonio S. Pedreira, de Acosta pronunció, en 1880, un discurso en el Congreso de los Diputados, en Cuba, titulado «La Iglesia», que no hemos podido localizar. Antonio S. Pedreira, Bibliografía puertorriqueña (1493-1930) (Madrid, España: Imprenta de la Librería y Casa Editorial Hernando, S. A., 1932, pág. 359.
298 Pedro A. Vazquez [sic], «Jose [sic] Julian [sic] Acosta y Calvo [sic]…», El Imparcial, 15 de febrero de 1958, «Comentando las noticias», pág. 22.
299 Se trata de una quinta.
época las familias pudientes[,] que vivían dentro del casco de la población de San Juan, iban a veranear» 300
En 1882, da a la estampa algunos párrafos del «Discurso pronunciado por el Sr. don José J. Acosta y Calbo, vicepresidente del Ateneo Puertorriqueño, en el certamen celebrado por dicho centro, la noche del 2 de septiempre de 1882» que forma parte de la obra Las razas bovinas de Puerto Rico, de don Eusebio Molina y Serrano. En 1883, saca a luz el Discurso pronunciado por don José J. Acosta, en la noche del 19 de los corrientes . 301, con motivo de la velada celebrada en el teatro en honor de don Alejandro Tapia y Rivera, en el que elogia a su «amigo», «compañero inseparable» y «hermano» don Alejandro de Tapia y de Rivera, figura señera de la dramaturgia puertorriqueña. Y, en mayo de 1883, funge como corredactor del periódico reformista El Clamor del País 302
A propuesta del gobernador y capitán general de Puerto Rico, don Miguel de la Vega-Inclán y Palma, Marqués de la Vega Inclán . 303, recibe, en 1884, la gran cruz de la Real y Americana Orden de Isabel la Católica 304, 305
300 Roberto H. Todd, Estampas coloniales (San Juan, Puerto Rico: Biblioteca de Autores Puertorriqueños, 1953), pág. 55. , de parte del rey
301 Don Alejandro de Tapia y de Rivera falleció en San Juan de Puerto Rico el 19 de julio de 1882.
302 Según don Eduardo Neumann Gandía, en la década de 1880, el prócer dio, en el Círculo Mercantil, una conferencia sobre «La transformación del trabajo», «que agradó mucho y mereció grandes aplausos». Eduardo Neumann Gandia [sic], Benefactores y hombres notables de Puerto Rico, vol. II (Ponce, Puerto Rico: Imp. «Listín Comercial», 1899), pág. 183; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 197.
303 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 103.
304 Esta orden fue creada por el rey Fernando VII el 24 de marzo de 1815 para recompensar «la acrisolada lealtad, el zelo [sic] y patriotismo,
don Alfonso XII de Borbón, por su «lealtad acrisolada y los méritos contraídos en favor de la prosperidad [de la Isla]» 306
Por tan alta distinción, y llenos de júbilo, los dos próceres puertorriqueños el médico y poeta don José Gualberto Padilla y Alfonzo y el escritor y político don Luis Muñoz Rivera le escriben a de Acosta lo siguiente: , y por sus excelentes dotes de caballero, científico, escritor, historiador, orador, pedagogo, pensador y político.
“Señor don José J. Acosta. Vega Baja, 14 de febrero de 1884. Mi querido amigo: Con verdadero regocijo me acabo de enterar por el Agente, de que le ha sido concedida a usted la Gran Cruz de Isabel la Católica. ¡Loado sea Dios! Si yo dispusiera ahora de un Toisón, se lo conferiría a ese Gobierno. Mi enhorabuena a usted y al país, que al fin ve apreciado en algo, de lo muchísimo, al hijo suyo que más vale.
Un abrazo y suyo, José G. Padilla.”
desprendimiento, valor y otras virtudes, que tanto los individuos de la milicia como los de todas las clases y gerarquías [sic] del Estado han mostrado y mostraren en adelante, en favor de la defensa y conservación de aquellos remotos países». Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila y Fernando García-Mercadal y García-Loygorri, Las órdenes y condecoraciones civiles del Reino de España, 2.ª ed. (Madrid, España: Boletín Oficial del Estado y Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2003), pág. 131; Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila, «La Real y Americana Orden de Isabel la Católica en su bicentenario», Cuadernos de Ayala, 61 (enero-marzo de 2015), pág. 18.
305 La Real Orden de Isabel la Católica «dejó de apellidarse Americana en virtud del real decreto de[l] 15 de abril de 1889». Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila, «La Real y Americana Orden de Isabel la Católica en su bicentenario», Cuadernos de Ayala, 61 (enero-marzo de 2015), pág. 20.
306 Orden de Isabel la Católica, 2.ª ed. ([España]: Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, 2011), pág. 25.
“Señor don José Julián Acosta. Barranquitas, 15 de febrero de 1884. Mi respetado amigo: He tenido el gusto de saber que el Gobierno Supremo premia los servicios prestados por usted al país, concediéndole una Gran [sic] Cruz [sic] de Isabel la Católica. Pocas veces con tanta justicia, ninguna con más, se otorgó la honorífica distinción. Siento profunda alegría al ver que al fin se recompensa al mérito verdadero, y aunque es muy humilde mi pláceme, espero que el amigo benévolo, el puertorriqueño ilustre, lo aceptará como prueba de que sé unirme a su legítima satisfacción. Si leyó usted el último número de El Buscapié, quizás se fijara en una modesta composición poética titulada “En Varsovia” y suscrita por el pseudónimo de “Rigoló”; es mía y si bien no vale gran cosa, demuestra el afán con que rindo culto a las ideas grandes. Reciba las seguridades de mi respetuoso afecto y ordene lo que guste a su att. amigo Q. S. M. B. Luis Muñoz Rivera” 307 .
Además de recibir esta condecoración civil, de Acosta tiene el honor de ser nombrado miembro del «Liceo Hidalgo» de México 308, 309, 310
307 Angel [sic] Acosta Quintero, Jose [sic] Julian [sic] Acosta y su tiempo (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1965), pág. 481. , y socio de mérito de la Sociedad Económica de Amigos del País de Jaén.
308 Este nombramiento figura en la portada de su libro Alejandro Farnesio y su tiempo. Jose [sic] Julian [sic] Acosta y Calvo [sic], Alejandro Farnesio y su tiempo (Puerto Rico: Establecimiento tipográfico de Meltz, 1887), portada.
309 «Duelo público: ¡Don José Julián de Acosta, no existe!», El Clamor del País, 27 de agosto de 1891, pág. sin numerar.
En calidad de director del Instituto Provincial y catedrático de agricultura del mismo, emite, en 1884, un informe sobre el Manual práctico de la agricultura de la caña de azúcar, escrito por don Manuel Fernández Umpierre, en el que concluye que dicha obra, por la ordenada distribución de sus partes y de sus Capítulos [sic], por la riqueza de sus detalles, por los procedimientos que en la mayoría de los casos recomienda y por la sencillez y claridad de su exposición, es un buen tratado fitotécnico, que viene oportunamente á [sic] llenar un gran vacío 311 .
El 8 de febrero de 1885, pronuncia dos discursos: el «Discurso de apertura, pronunciado por el Excmo. Sr. D. José J. Acosta en la velada que tuvo efecto el domingo 8 del corriente a beneficio de las provincias andaluzas azotadas por los terremotos» 312
, en el que apela al patriotismo y a la caridad cristiana entre los presentes, y «El teléfono», que ya había pronunciado en 1878. También saca a luz, en 1885, un estudio histórico titulado El padre Didón y su libro «Los alemanes y la
310 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), pág. 143.
311 José J. Acosta, «Manual práctico de la agricultura de la caña de azucar [sic] por don Manuel Fernandez [sic] Umpierre. Informe emitido por el Sr. director del Instituto Provincial y catedrático de agricultura del mismo» en Manual práctico de la agricultura de la caña de azucar [sic] (Puerto Rico: Imprenta del «Boletín Mercantil», 1884), pág. 14.
312 El terremoto tuvo lugar el 25 de diciembre de 1884.
Francia», en el que da a conocer la obra del renombrado religioso dominico y pedagogo francés fray Henri Didon 313 ,
sin menoscabo de su integridad y de su carácter oportunista y eminentemente francés y latino, bajo el aspecto de interés universal y constante que más la exalta y recomendará siempre, con abstraccion [sic] y fuera de la candente atmósfera de las rivalidades y luchas que por desgracia dividen á [sic] las naciones europeas: verdadero himno en acabado elogio de la enseñanza Superior [sic], magnífica cima de todo el saber humano, servirá de poderosa emulacion [sic] y derrotero seguro, para que todo el pueblo de nobles instintos y de anhelos intelectuales se esfuerze [sic] por conquistarla, con su unidad dentro de la universalidad, su amor desinteresado á [sic] la ciencia abstracta y sus ámplios [sic] y fecundos procedimientos de autonomía administrativa y de libertad y libre exámen [sic] 314 .
A fines de ese año, don José Julián pronuncia un discurso en el Ateneo Científico y Literario de Puerto Rico, en la velada celebrada en obsequio a la memoria del Dr. don Francisco Jorge Hernández y Martínez del 7 de diciembre de
313 Fray Henri Didon (1840-1900) es el autor del lema «Citius, Altius, Fortius » del Comité Olímpico Internacional. Esteban Llagostera, «El ocio en la antigüedad. Juegos del mundo», Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, 24 (2011), pág. 327.
314 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), pág. 136. Este mismo pasaje, con ciertas variantes ortográficas y tipográficas, se encuentra en José Géigel y Zenón y Abelardo Morales Ferrer, Bibliografía puertorriqueña, ed. Fernando J. Géigel y Sabat (Barcelona, España: Editorial Araluce, 1934), pág. 44.
1885, que será publicado en una colección de discursos y poesías en 1886. En este panegírico, exalta las virtudes, los grandes hechos y el saber de este médico y escritor puertorriqueño, y aprovecha la ocasión para darle las gracias por haber salvado la vida a muchos de sus familiares 315
En 1886, forma parte del cuerpo redactor de la Revista de Agricultura, Industria y Comercio, con laboratorio anexo para toda clase de análisis . 316, 317. En ese año, sale diputado por el distrito de San Germán, gracias a la activa campaña librada en su favor por doña Amina Tió de Malaret. Pero, por motivos políticos y arbitrariamente, se invalida el nombramiento del patriota y se convoca a una nueva elección, en 1887, en la que sale vencedor un cunero 318
Al crearse el Partido Autonomista en 1887, por don Román Baldorioty de Castro, don José Julián de Acosta y Calbo se retira de la política y consagra sus últimos días a la enseñanza, a escribir y a dar conferencias. En ese año, da a la estampa un estudio histórico que lleva por título Alejandro , don Ángel Avilés Merino, abogado y empleado del Ministerio de Ultramar.
315 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), págs. 137-142.
316 Revista de Agricultura, Industria y Comercio, con laboratorio anexo para toda clase de análisis, tomo 2 (Puerto Rico: Imprenta del «Boletín Mercantil», 1886); Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 110.
317 Esta revista se publicó en 1886 en la Imprenta del Boletín Mercantil, y, más tarde, en 1890 en la Imprenta y Librería de Acosta.
318 Este término se empleaba antiguamente para designar al candidato o diputado a Cortes que no pertenecía al distrito.
Farnesio y su tiempo 319, en el que describe a uno de los más ilustres generales españoles del siglo XVI 320, 321 En 1888, escribe el prólogo de la obra Ensayo biográfico de los que más han contribuido al progreso de Puerto Rico, de Sotero Figueroa, en el que «aquilata la diligencia y perseverancia del investigador [...] [y elogia] “el estilo sencillo y reposado de la historia, único propio de las obras de investigación y no de fantasía”» . 322 . Ese mismo año, forma parte también de la Facultad de Filosofía y Letras de la Institución de Enseñanza Superior 323
319 Existe también una edición de 1886. creada por el Ateneo Puertorriqueño. En dicho centro docente, cuyo objeto era preparar a los «alumnos para obtener los títulos facultativos de carreras universitarias,
320 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), págs. 143-171.
321 Según don Alberto Regúlez y Sanz del Río, «[s]u monografía sobre Alejandro Farnesio [...] [es] el estudio más minuciosamente hecho después de sus concienzudas notas á [sic] la Historia de Puerto Rico [sic] del P. Abbad». «¡En honor de Acosta!: Discurso del señor don Alberto Regulez [sic]», El Clamor del País, antes El Agente, 30 de agosto de 1892, pág. sin numerar; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 149.
322 Matilde Diaz [sic] de Fortier, La critica [sic] literaria en Puerto Rico (1843-1915) (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1980), pág. 58.
323 Esta institución tenía «cuatro facultades y dos cátedras de idiomas: Filosofía y Letras, Derecho, Medicina y Ciencias; francés y alemán». Carmen Dolores Hernández, «Los tesoros del Ateneo», El Nuevo Día, 26 de diciembre de 1993, «Revista Domingo», pág. 7.
en cuatro actos por D. Alejandro Tapia y Rivera» (24 de diciembre de 1856 y 1869); «Don Manuel José Quintana» (abril de 1857 y 1869); «La carta de Víctor Hugo a los alemanes» (1870); Certamen cervántico (1880); Centenario de Calderón 327
Sobre el drama tapiano (1881); y Alejandrina Benítez y de Arce de Gautier (1886).
328 , señala «que si su autor continúa como hasta aqui [sic] cultivando sus facultades naturales con el estndio [sic] de los grandes modelos y de los buenos preceptistas y críticos, podrá adquirir mayores lauros en el difícil arte [dramático]» 329
En su ensayo quintanesco . 330 , le canta al «gran poeta, eminente crítico y profundo historiador» 331
327 Este discurso debió titularse «Bicentenario de Calderón», pues el gran dramaturgo español don Pedro Calderón de la Barca falleció en 1681. , y elogia el Tesoro
328 El término tapiano significa «[d]el dramaturgo puertorriqueño Alejandro de Tapia y de Rivera (1826-1882) o relacionado con él». Jaime Alberto Solivan de Acosta, La formación de los adjetivos deonomásticos de persona o antroponicios (Diccionario de antroponicios) (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2014), pág. 296.
329 José Julián de Acosta y Calbo, «Roberto d’Evreux [sic][,] drama historico [sic] en cuatro actos por D. Alejandro Tapia y Rivera» en Colección de artículos (San Juan, Puerto Rico: Imprenta de Acosta, 1869), pág. 104; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), pág. 91.
330 El término quintanesco significa «[d]el escritor español Manuel José Quintana (1772-1857) o relacionado con él». Jaime Alberto Solivan de Acosta, La formación de los adjetivos deonomásticos de persona o antroponicios (Diccionario de antroponicios) (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2014), pág. 278.
331 José Julián de Acosta y Calbo, «Don Manuel José Quintana» en Colección de artículos (San Juan, Puerto Rico: Imprenta de Acosta, 1869), pág. 56; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta
del Parnaso español, obra en la que Quintana «pone en manos de la juventud un código del buen gusto, tanto por la atinada eleccion [sic] de las composiciones, cuanto por las noticias y notas que aclaran y depuran el testo [sic]» 332. Destaca asimismo el hecho de que el insigne madrileño
no se apartó nunca en su larga vida (y este es su mayor título de gloria) de la senda del deber, y conformó siempre su conducta literaria al siguiente principio que se encuentra en sus obras “[a] manejar y respetar la poesía como un don que el cielo dispensa á [sic] los hombres para que se perfeccionen y se amen y no para que se destrocen y corrompan” 333 .
Para el crítico, la muerte de Quintana «es mas [sic] que la pérdida de un individuo, es el adios [sic] que nos da el siglo XVIII, época de leales convicciones y de fé [sic] en la perfectibilidad del género humano» 334 y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), pág. 93. .
332 José Julián de Acosta y Calbo, «Don Manuel José Quintana» en Colección de artículos (San Juan, Puerto Rico: Imprenta de Acosta, 1869), pág. 57; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), pág. 93.
333 José Julián de Acosta y Calbo, «Don Manuel José Quintana» en Colección de artículos (San Juan, Puerto Rico: Imprenta de Acosta, 1869), págs. 57-58; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), págs. 93-94.
334 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), pág. 93.
En «La carta de Víctor Hugo a los alemanes», de Acosta comparte los mismos sentimientos del gran poeta y publicista francés. Se declara en contra de cualquier conflicto bélico que pueda haber entre Alemania y Francia. Sostiene que
[s]ería un fratricidio, porque ambos pueblos han marchado juntos á [sic] la conquista de la civilización, prestándose mútuo [sic] y poderoso apoyo; sería un suicidio, porque la humanidad necesita de París, como necesita de Berlín, para su progreso en el vasto campo de las ciencias y las artes 335 .
En su discurso titulado Certamen cervántico y citando parcialmente al propio Cervantes , don José Julián describe el Quijote como un
“libro lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, con cuya lectura, el melancólico se mueve á [sic] risa, el risueño la acrecienta, el simple no se enfada, el discreto se admira de la invencion [sic], el grave no la desprecia y el prúdente [sic] no deja de alabarla” 336, 337, 338
335 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), pág. 73. .
336 José J. Acosta, Certámen [sic] cervantico [sic] (Puerto Rico: Establecimiento tip. de Acosta, 1880), p. 7.
337 Parte de esta cita se halla en el «Prólogo» del Quijote. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, 4.ª reimpresión (Querétaro, México: Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, 2005), pág. 14.
338 Este discurso fue pronunciado en un certamen celebrado en San Juan el 9 de octubre de 1880, a iniciativa de don Manuel Fernández Juncos,
En su discurso titulado Centenario de Calderón, pronunciado en el Ateneo Puertorriqueño el 23 de mayo de 1881, con motivo del bicentenario de la muerte del dramaturgo español, el crítico
hace un breve recuento del arte dramático desde Esquilo, Sófocles y Eurípides, y se detiene en el teatro español elogiando la fecundidad de sus cultivadores. Considera que Calderón cuenta con la primacía entre los dramaturgos de su época y admira “su gran fantasía y su portentosa originalidad”, reconociendo en sus dramas “la sencillez y verosimilitud de las situaciones y la profundidad de los pensamientos”. Cree también que Calderón fue el poeta, no sólo [sic] de la España del siglo XVII, sino de la humanidad entera. Lo compara con Shakespeare y observa que tanto Hamlet como Segismundo son símbolos, tipos eternos de la belleza moral y expresión genuina del alma humana. Y concluye: “¿Qué hombre, ante el espectáculo del mundo y en la lucha y los combates de la vida, no se reconoce en ellos?” 339 .
Por su lado, en su folleto Alejandrina Benítez y de Arce de Gautier (1886), el crítico literario menciona que indudablemente «existen familias predispuestas por su
director del periódico El Buscapié, para honrar la memoria de don Miguel de Cervantes y Saavedra, y en el que de Acosta fungió como presidente del jurado. Manuel Maria [sic] Sama, Obras completas (San Juan, Puerto Rico: Editorial LEA, Ateneo Puertorriqueño, 2000), pág. 205.
339 Matilde Diaz [sic] de Fortier, La critica [sic] literaria en Puerto Rico (1843-1915) (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1980), pág. 57.
constitucion [sic] psicológica para cierto y determinado género de actividad intelectual» 340
El 21 de abril de 1890, de Acosta pronuncia un breve discurso en honor de la llegada a la Isla del teniente general y gobernador de Puerto Rico don José Lasso y Pérez, en el que elogia la pericia y la bravura de este militar en el campo de batalla. El 2 de mayo de 1890, pronuncia el «Discurso de apertura del Círculo Alfonso XIII», en el que celebra la llegada a la Isla del mencionado gobernador y del poeta, dramaturgo y militar español don Leopoldo Cano y Masas. , como los Benítez, en la gaya ciencia. Recuerda primero a doña Bibiana Benítez y Batista, considerada, cronológicamente, la primera poetisa puertorriqueña; luego, a la sobrina de esta, doña Alejandrina Benítez, considerada, en orden cronológico, la segunda poetisa puertorriqueña; y por último, al hijo de doña Alejandrina, don José Gautier Benítez, el más grande poeta romántico de Puerto Rico.
El 1 de febrero de 1891 341, prologa el libro Introducción al estudio de la química, del doctor en Medicina don Eliseo Font y Guillot. Y, el 20 de marzo de ese mismo año, pronuncia el «Discurso de apertura del Hospital de Caridad de Arecibo», en el que agradece los desvelos de su director, doctor don Cayetano Coll y Toste 342, en la construcción de este centro hospitalario 343
340 José J. Acosta y Calvo [sic], Alejandrina Benitez [sic] y de Arce de Gautier (Puerto Rico: Imprenta y Librería de Acosta, 1886), pág. 3. .
341 Según don Antonio Palau , de Acosta dio a la estampa, en 1891, Discurso en la inauguración del primer trozo de ferrocarril de circunvalación, comprendido entre Martín Peña y Río Grande, obra que no hemos podido localizar. Antonio Palau y Dulcet, Manual del librero hispano-americano [sic] (Barcelona, España: Librería Anticuaria de A. Palau, 1948), pág. 58.
342 Don Cayetano Coll y Toste (1850-1930), hijo de don Francisco Coll y Bassa, natural de Barcelona (España) y de doña Monserrate
Al final de su vida, deja inédito un estudio históricobiográfico titulado Jovellanos y su tiempo 344, que trata sobre el insigne repúblico gijonés y caballero de la Orden de Alcántara 345 , y del que se sirve para dar varias conferencias que «fueron pronunciadas en el Ateneo, tuvieron gran acogida y la prensa hizo comentarios altamente meritorios de las mismas» 346
El 25 de agosto de 1891, un día antes de cumplirse el curso de su vida terrena, el prócer puertorriqueño recibe los Santos Sacramentos . 347, 348
Toste y Torres, fue un médico, historiador y escritor puertorriqueño. Casó con doña Adela Cuchí y Arnau. Ocupó la presidencia del Ateneo Puertorriqueño y el cargo de historiador oficial de Puerto Rico. Carlos F. Mendoza Tió, Quién fue quién en Puerto Rico, 3.ª ed., tomo I (San Juan, Puerto Rico: Colección Hipatia, 2000), págs. 167 y 169. de parte del presbítero don José de
343 Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), págs. 173-175.
344 Para escribir esta biografía, de Acosta se sirvió de varias fuentes, entre ellas, las Obras escogidas de Jovellanos, de 1885, y la Vida de Jovellanos de Cándido Nocedal, de 1865. Biblioteca José M. Lázaro, Colección Puertorriqueña, Micropelículas, Colección María del Pilar Acosta Velarde de Legrand, «Micro 326/A1851m», núm. 5.
345 Vicente de Cadenas y Vicent, Caballeros de la Orden de Alcantara [sic] que efectuaron sus pruebas de ingreso durante el siglo XVIII, tomo II (Madrid, España: Hidalguía, 1992), págs. 32-35.
346 Matilde Diaz [sic] de Fortier, La critica [sic] literaria en Puerto Rico (1843-1915) (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1980), pág. 56.
347 Se refiere a la confesión, comunión y extremaunción.
348 Sobre la catolicidad del prócer, don Alberto Regúlez y Sanz del Río señala lo siguiente: «Si no hubiésemos conocido á [sic] Acosta como ferviente católico, por profesar la doctrina de Cristo en su mayor pureza y con la mayor convicción, que se demostraba en los más insignificantes actos de su vida, hubiéramos creído todos que solo el culto á [sic] los recuerdos del crucificado era parte suficiente para inspirarle aquel respeto á [sic] los
Jesús Nin, discípulo y amigo suyo. El 26 de agosto, pronuncia sus últimas palabras: «“No siento el corazón. Lo que veo es una gran claridad que lo ilumina todo”» 349, 350, y, a las 6:15 p. m., fallece en su residencia en Cangrejos (San Juan), a causa de un carcinoma abdominal 351
Con motivo de su deceso, el escritor, político y prócer puertorriqueño don Francisco Mariano de Quiñones y Quiñones manifiesta lo siguiente: . El 27 de agosto, recibe cristiana sepultura.
“Acosta ha muerto: Con él pierde Puerto Rico su gloria más pura y sólo [sic] habrá de conservar un nombre, ¡pero qué nombre!, de tal prestigio que ningún otro igual lo ha merecido.
ministros de altar, aquella consideración á [sic] los Reverendos [sic] Padres [sic] Jesuitas [sic] de que siempre dió [sic] pruebas, consideración fundada más en el sagrado carácter de que se hallaron revestidos, que de sus convicciones en la misión que dentro de la enseñanza pudieran aquí representar». «¡En honor de Acosta!: La velada del Ateneo», El Clamor del País, antes El Agente, 30 de agosto de 1892, pág. sin numerar; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), págs. 147-148.
349 Angel [sic] Acosta Quintero, Jose [sic] Julian [sic] Acosta y su tiempo (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1965), pág. 599.
350 En la tumba del patricio figura el siguiente epitafio: «SUS ULTIMAS [SIC] PALABRAS “NO SIENTO EL CORAZON [SIC] LO QUE VEO ES UNA LUZ QUE ME ILUMINA TODO”».
351 Departamento de Salud, División de Registro Demográfico y Estadísticas Vitales, Libro Núm. 5, Acta 557, «Acta de defunción de José Julián de Acosta y Calvo [sic]», San Juan, Puerto Rico, 1891, folio 268.
Que a nadie ofenda mi sinceridad: José Julián Acosta no tenía rival en Puerto Rico.
Su muerte, por el vacío que deja, es para todos pérdida irreparable” 352 .
Por lo que respecta a su entierro, veamos lo que nos dice el Boletín Mercantil de Puerto Rico del 30 de agosto de 1891.
EL ENTIERRO
DEL
EXCMO. SR. D. JOSÉ J. DE ACOSTA 353
Tuvo efecto el jueves, a las cinco de la tarde, y constituyó, al par que una imponente solemnidad, una grandiosa manifestación de duelo de todas las clases sociales.
Antes de la citada hora había llegado a la puerta de Santiago, en un tranvía expreso, procedente de Santurce, el lujoso féretro, de la agencia del señor Moreno, que contenía el cadáver del ilustre finado. Inmediatamente quedó aquel cubierto de infinidad de hermosas coronas.
Una inmensa concurrencia llenaba las cercanías de la mencionada puerta y mucha parte de la plazuela
352 Angel [sic] Acosta Quintero, Jose [sic] Julian [sic] Acosta y su tiempo (San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1965), pág. 602.
353 Este artículo ha sido transcrito literalmente, con ligeras variantes del texto original, y ajustado a las normas ortográficas del español actual.
de Santiago. En ella figuraban desde el alto funcionario y el capitalista y el hombre de ciencia al humilde proletario.
A las cinco llegó [a] la parroquia, y el cortejo, ya organizado, se puso en marcha.
Llevaban los cordones del féretro, que ostentaba la gran cruz y banda de Isabel la Católica y el birrete y toga de licenciado en Ciencias del difunto, los señores presbítero Hita, por el Instituto; Larrínaga, íntimo amigo de la familia Acosta; Álvarez Pérez, por el Ateneo; doctor Ferrer, por la Sociedad Económica; Brau, y Aquenza, nuestro compañero de redacción, por la prensa.
Componían la cabecera de duelo los señores presidente de la Audiencia, comandante principal de Marina, alcalde de la capital, licenciado Hernández López, D. Jaime Comas, presbítero Nin, López Zárate e hijos carnales y políticos del difunto.
Representaba al Excmo. Sr. gobernador general su señor hermano y ayudante D. Juan Lasso [y Pérez], y hallábanse también en el entierro el Ilmo. Sr. secretario del Gobierno general y el cuerpo consular. Figuraban asimismo en el cortejo el alto comercio, la prensa e individuos de todas las corporaciones civiles, militares y eclesiásticas.
La banda de Voluntarios escoltaba la brillante comitiva ejecutando con su proverbial maestría escogidas marchas fúnebres.
El acompañamiento, ya lo hemos dicho, era inmenso. En las bocacalles, balcones y ventanas se agolpaba igualmente innumerable gentío.
Enfrente de la casa de los señores Blanco (D. Julián) y Ferrer se colocaron más coronas sobre el féretro, y otra delante de la Iglesia de San Francisco, y otra en la encrucijada de las calles de la Cruz y San Francisco, en cuya parroquia se habían cantado las preces de ritual; tres, entre ellas la de la prensa, en la puerta del Ateneo, donde se cantó un responso a toda orquesta, y otra en la del Instituto de Segunda Enseñanza. El Ateneo había enlutado su balcón, y su fachada la imprenta de El Clamor del País. De algunos balcones se arrojaron flores sobre el féretro.
Antes de llegar a la rampa que conduce al cementerio, detúvose el cortejo, y entonces, en medio de un silencio verdaderamente sepulcral, despidió el duelo el señor Hernández López, quien, en elocuente y conmovedor discurso necrológico, hizo entusiasta cuanto merecida loa de los talentos superiores, de los prestigios notorios y de las edificantes virtudes públicas y privadas del inolvidable varón puertorriqueño que mora ya en la eternidad.
Entre la rampa y el pórtico que da acceso al camposanto dedicó también el señor Álvarez Pérez sentidas y apologéticas frases a la grata memoria del señor Acosta, de quien dijo que fue el hombre más ilustre que ha dado Puerto Rico 354
Los venerandos restos del señor Acosta descansan, esperando la resurrección y la vida sin fin, en el panteón de la familia Salazar, que galantemente se ofreció a cederles aquel monumental y funerario albergue. .
354 Este fragmento ha sido resaltado en negrita por el autor de este trabajo de investigación.
¡Bienaventurados los que mueren con la paz del justo!
Por otro lado, cuenta también El Clamor del País, y así lo sostiene don Eduardo Neumann Gandía, que, al introducirse el féretro en la tumba, «una negra anciana y valetudinaria[,] detenida por los guardias en el umbral del fúnebre recinto, irguiéndose enérgicamente exclamó: “¡Tengo que entrar! Yo era esclava, y ese blanco fué [sic] mi libertador! [sic] ¡Quiero verlo!”» 355
Días más tarde, el 2 de septiembre de 1891, el Boletín Mercantil de Puerto Rico suscribe la propuesta del periódico El Clamor del País para hacer un retrato al óleo del prócer . 356
355 Eduardo Neumann Gandia [sic], Benefactores y hombres notables de Puerto Rico, vol. II (Ponce, Puerto Rico: Imp. «Listín Comercial», 1899), pág. 185; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 200. , propuesta a la que se adhieren algunas personalidades como los señores Salvador Brau, Arturo Córdova, Mario Brau de Zuzuárregui, Julián E. Blanco, Ramón Falcón, Darío Rola,
356 El óleo del prócer fue desvelado en el Ateneo Puertorriqueño el 27 de agosto de 1892. Así consta en el periódico El Clamor del País: «El sábado 27, aniversario [sic] de la muerte del Exmo. [sic] señor don José Julián de Acosta, se llevó á [sic] efecto el solemne acto literario, dispuesto por la Directiva [sic] del Ateneo para honrar la memoria de aquel digno compatriota, colocándose á [sic] la vez su retrato, obra de Oller, en la galería de hombres beneméritos que decoran el salón principal del Centro [sic]». «¡En honor de Acosta!: La velada del Ateneo», El Clamor del País, antes El Agente, 30 de agosto de 1892, pág. sin numerar; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 139.
Miguel Cañellas, Manuel F. Rossy, Nicanor Zeno y Manuel Andino 357
Luego, se trasladan los restos mortales del patricio a un mausoleo marmóreo . 358, levantado por su viuda y sus hijos, en el cementerio de Santa María Magdalena de Pazzi 359
El 27 de agosto de 1892, esto es, un año después de la muerte del prócer, el expresidente del Ateneo Puertorriqueño don Alberto Regúlez y Sanz del Río pronuncia un discurso en el que señala que , en el Viejo San Juan, entre las tumbas del esclarecido parlamentario don Luis Padial y Vizcarrondo y el genial poeta don José Gautier Benítez, ambos también honra y prez de esta tierra.
[l]a vocación por la enseñanza y su incesante amor á [sic] la propagación de los conocimientos humanos han sido la nota más saliente en la vida pública y aún en la privada del Exmo. [sic] señor don José Julián Acosta. Puede decirse que esta nota ha dado carácter á [sic] todos sus actos y que desde su cátedra, desde su gabinete de estudio, en sus públicos discursos como en sus conversaciones privadas, ya en sus trabajosas
357 «El retrato del Sr. Acosta», Boletin [sic] Mercantil de Puerto-Rico [sic], 2 de septiembre de 1891, pág. sin numerar; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 138.
358 En esta tumba también descansan los restos de su esposa, doña Josefa Quintero y Hernández; los de sus hijos don José Julián y doña Soledad de Acosta y Quintero; y los de sus nietos don Alfredo Carl y don José Julián Meltz Acosta. Detrás de este sepulcro se encuentra la tumba de su nieto don José Julián de Acosta y Bonafoux.
359 El apellido de esta santa carmelita florentina es Pazzi, y no Pazzis, como se ve errónea y corrientemente en los libros de historia de Puerto Rico, e incluso en el rótulo del camposanto.
disquisiciones científicas como en la más vulgar é [sic] insignificante de sus habituales frases, enseñar y siempre enseñar era su objetivo, misión verdaderamente divina, cuyo alcance y cuya importancia pasa, en medio de las frivolidades del presente siglo, que de esa enseñanza se aprovecha para superar á [sic] todos los anteriores por la resolución de los grandes problemas que le han colocado á [sic] la altura en que se halla, completamente desconocidos 360 .
Años más tarde, en el siglo XX, en memoria y en agradecimiento a esta preclara figura, siete escuelas de la Isla ubicadas en Adjuntas, Camuy, Isabela, Ponce, Quebradillas, San Juan y Trujillo Alto 361 llevarán su nombre, al igual que un buque estadounidense 362
Actualmente, el nombre del conocido hombre de ciencia figura en un parque, al lado de la José Julián Acosta School . 363
360 «¡En honor de Acosta!: Discurso del señor don Alberto Regulez [sic]», El Clamor del País, antes El Agente, 30 de agosto de 1892, pág. sin numerar; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Bibliografía acostiana (San Juan, Puerto Rico: Bibliográficas, 2012), pág. 143. , en el Viejo San Juan, y en varias calles del país, a
361 Estas escuelas aparecen fotografiadas en Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), págs. 36, 60, 70, 78, 79, 80, 92 y 95.
362 Una fotografía de este buque se encuentra en Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), pág. 122.
363 La José Julián Acosta School, «cuyo nombre actual es Escuela Especializada en Artes Teatrales José Julián Acosta, fue la primera escuela pública americana [estadounidense] construida en la ciudad de San Juan (localizada en el Viejo San Juan), y fue el primer proyecto de ingeniería civil,
saber, en Caguas, Guaynabo, San Germán, Vega Baja y el Viejo San Juan 364
En la casa solariega de la familia de Acosta, en la calle de O’Donnell, en el Viejo San Juan, se encuentra una tarja con su nombre. En el Museo Francisco Oller de Bayamón, hay un retrato . 365 del primate, pintado por don Francisco Oller y Cestero y perteneciente a la Colección del Ateneo Puertorriqueño. En el Archivo Nacional de Teatro y Cine, se conserva, desde 2004, una obra teatral en dos actos que fue premiada 366 y cuyo protagonista es nuestro biografiado. Y, al lado del Castillo San Felipe del Morro, en el Cementerio de Santa María Magdalena de Pazzi, se yergue un busto de mármol de Carrara, cincelado magistralmente en Génova (Italia) por el comendador Federico Fabiani, y ornado de unas cadenas rotas, entrelazadas con hojas de laurel, que recuerdan a perpetuidad la magna obra del eximio abolicionista.
a gran escala, en salir de las antiguas murallas durante la administración [estadounidense]». Departamento de Educación, «Escuelas de principios de siglo XX», El Nuevo Día, 9 de agosto de 2000, «Suplemento», pág. 5.
364 Estas calles aparecen fotografiadas en Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, tomo II (Carolina, Puerto Rico: First Book Publishing of Puerto Rico, 1997), págs. 106, 107, 125, 150, 151, 152 y 173.
365 Del 29 de enero al 24 de abril de 2016, este cuadro formó parte de la exposición El impresionismo y el Caribe: Francisco Oller y su mundo transatlántico del Museo de Arte de Puerto Rico. Dicha exposición estuvo en 2015 en el Blanton Museum of Art, en Texas (Estados Unidos).
366 «Premio especial para obra de teatro», El Visitante, 24 al 30 de octubre de 2004, «EV de Revista», pág. 3.
DOCUMENTOS, LÁMINAS Y FOTOGRAFÍAS
Partida de bautismo de don José Julián de Acosta y Calbo
Residencia donde nació de Acosta, en el Viejo San Juan (A la derecha, se aprecia una tarja que así lo indica.)
Tarja localizada en la residencia donde nació el patriota
Autógrafo de don José Julián de Acosta
Fragmento de la portada de la Gaceta del Gobierno de Puerto Rico del 6 de diciembre de 1853, en el que se indica que de Acosta y Baldorioty fueron los profesores designados para dar las clases de geografía comercial y agrícola y de botánica en el Seminario Conciliar de San Ildefonso
Acta de matrimonio de don José Julián de Acosta y Calbo
Excma. Sra. doña Josefa Quintero y Hernández, esposa del prócer
Mostrador de la Imprenta y Librería de Acosta, hecho de pino aceitoso (Cortesía del Dr. Robert Stolberg Acosta)
368 La Ilustracion [sic] Española y Americana, XIX (22 de mayo de 1880), pág. 324.
Grabado del ilustre diputado 368
Portada de la Gaceta de Puerto Rico en cuya cabecera figura la Imprenta de Acosta 369
369 Gaceta de Puerto-Rico [sic], 14 (31 de enero de 1884), pág. 1.
Placa de la gran cruz de la Real y Americana Orden de Isabel la Católica conferida por el rey don Alfonso XII de Borbón a don José Julián de Acosta y Calbo en 1884
Plato de porcelana china, de estilo «mandarín rosa», de 1884 aproximadamente, que perteneció al esclarecido patricio
(Cortesía del Dr. Robert Stolberg Acosta)
Fotografía del prócer dedicada a su hijo don José Julián de Acosta y Quintero el 10 de octubre de 1885
Fragmento de la obra manuscrita Jovellanos y su tiempo que quedó inédita e inacabada por el fallecimiento del patricio en 1891 370
370 Biblioteca José M. Lázaro, Colección Puertorriqueña, Micropelículas, Colección María del Pilar Acosta Velarde de Legrand, «Micro 326/A1851m», núm. 11.
Partida de defunción de don José Julián de Acosta y Calbo
Busto de la tumba del prócer puertorriqueño
Detalle de la tumba del ilustre pensador
A la izquierda, medalla conmemorativa del Centenario del Ateneo Puertorriqueño (1876-1976) en la que figura el nombre del ateneísta y, a la derecha, medalla conmemorativa del Centenario de la Junta Informativa de Ultramar de 1867 en la que figura el nombre y la efigie del comisionado
«La familia de don José Julián Acosta y las alumnas del “Instituto de José de Diego” depositando flores, el día de San José, en las tumbas de aquel insigne patricio y el Muset portorriqueño [sic], [José] Gautier Benítez, quien dedicó sus más bellas e inspiradas estrofas a la mujer 371, 372
371 «La juventud a los hombres ilustres», Puerto Rico Ilustrado, 526 (27 de marzo de 1920), pág. sin numerar. .»
372 En esta lámina figuran dos hijas del prócer: doña Juana de Acosta y Quintero (primera de izquierda a derecha) y doña Soledad de Acosta y Quintero (tercera de izquierda a derecha). Las tres jóvenes que están con ellas son sobrinas de ellas. Información suministrada por doña Mildred Grubb y Ludwig Vda. de Acosta Velarde.
Don Ángel de Acosta y Quintero, hijo del prócer, y su esposa doña María Velarde y Villanova 373
373 Hija de don Federico Velarde y Abella y de doña Clementa Villanova y Perena, doña María Velarde y Villanova nació en Huesca el 18 de junio de 1866 y fue bautizada en la Real y Parroquial Basílica de San Lorenzo el 20 de junio de 1866, por mosén Bartolomé Ascaso, teniendo de padrinos a don Juan García y Bayo, de Madrid, casado con doña Emilia Velarde, y en su representación a don Francisco Villanova, y a doña Vicenta Perena y Fortuño, abuela materna de la bautizada. Contrajo matrimonio en Huesca el 17 de febrero de 1890 con el licenciado don Ángel de Acosta y Quintero Fue condecorada el 1 de diciembre de 1908 con la Medalla de plata de los Sitios de Zaragoza. En 1926, participó en una exposición celebrada en el Ateneo Puertorriqueño y patrocinada por el Club Cívico de Damas, en la que su «abanico de marfil y oro, que data del siglo diez y ocho [sic] y perteneció a su bisabuela [doña Vicenta Fortuño y López], esposa qué [sic] fué [sic] del Exmo. [sic] Sr. Don [sic] Felipe Perena, teniente general de los ejércitos de España que se distinguió notablemente durante la guerra contra Napoleón Bonaparte», obtuvo el primer premio. Falleció en su residencia, en Santurce, Puerto Rico, el 2 de abril de 1944, a las 4:30 p. m. Jaime Alberto Solivan de Acosta, Algunos datos sobre la familia Villanova de la ciudad de Huesca (Bayamón, Puerto Rico: Impresos Quintana, Inc., 2007), pág. 27; «El primer premio», El Águila de Puerto Rico, 6 de abril de 1926, pág. 7. Para información sobre la ilustre familia Royo-Villanova, véase la obra del doctor Solivan de Acosta antes mencionada, y la reseña sobre esta obra que se halla en A[lfonso de] C[eballos] E[scalera], «Revista de libros», Cuadernos de Ayala, 32 (octubre-diciembre de 2007), pág. 22.

Dibujo en tinta titulado «El Ateneo Puertorriqueño a los grandes abolicionistas», de don Mario Brau de Zuzuárregui 374, 375
374 Mario Brau de Zuzuárregui, «El Ateneo Puertorriqueño a los grandes abolicionistas» en Colección de dibujos de Mario Brau (Río Piedras, Puerto Rico: Universidad de Puerto Rico, Biblioteca José M. Lázaro, Biblioteca Digital Puertorriqueña, ¿1920?).
375 Existe otro dibujo similar que trae la efigie de don Rafael María de Labra en vez de Lincoln. Sergio Cuevas Zequeira, «Homenaje de “Las Antillas” a los libertadores del esclavo puertorriqueño», Las Antillas, 3 (marzo de 1921), pág. 192; Jaime Alberto Solivan de Acosta, Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo, [tomo I] ([Carolina], Puerto Rico: [Esmaco Printers Corp.], 1995), pág. 54.
Partida de matrimonio de los padres del eximio educador
Fragmento de la partida de bautismo de doña Emilia Saturnina de Acosta y Calbo, hermana del patricio, en el que se constata que don Francisco de Acosta y Sandoval fue agraciado con el Escudo de Distinción de la Fidelidad
Autógrafo de don Francisco de Acosta y Sandoval, padre del optimate
Anillo de oro, con el escudo de los de Acosta, que perteneció a don Francisco de Acosta y Sandoval, y que este usó cuando lacraba (Cortesía del Dr. Robert Stolberg Acosta)
Fragmento de una real cédula de 1827, en el que se indica que el padre del prócer era de noble estirpe y descendiente de los primeros fundadores de poblaciones de la Isla
Continuación del fragmento de la real cédula de 1827
Tumba de los padres del sabio puertorriqueño
Lápida de la tumba de los padres del prócer
Autógrafo de don Manuel de Acosta y Moreno, abuelo del ilustre hombre de ciencia
Fragmento de una limpieza de sangre de don Manuel de Acosta, abuelo del distinguido académico
Continuación del fragmento de la limpieza de sangre de don Manuel de Acosta
Partida de defunción del presbítero don Lorenzo de Acosta y Moreno, tío abuelo del distinguido hombre público
Cripta de la Iglesia de San Francisco, en el Viejo San Juan, lugar donde yacen los restos de los bisabuelos paternos del insigne abolicionista
Fragmento de una carta escrita en 1743 por don Matías de Abadía, en el que se constata que dicho gobernador tuvo un hijo con doña Ana Moreno, bisabuela del prócer
Sagrario y frente de altar de plata que se hallaban en la capilla de los de Acosta, y que datan de fines del siglo XVII y principios del XVIII
(Cortesía del Dr. Robert Stolberg Acosta)
Retablo principal que se hallaba en la capilla de los de Acosta, y que data de fines del siglo XVII y principios del XVIII (Cortesía del Dr. Robert Stolberg Acosta)
Custodia de plata dorada con rubíes que se hallaba en la capilla de los de Acosta, y que data de 1838 aproximadamente
(Cortesía del Dr. Robert Stolberg Acosta)
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Y SU TIEM PO 376 (1891)
376 Esta obra, cuyo texto original se encuentra mecanografiado y microfilmado en la Colección María del Pilar Acosta Velarde de Legrand, en la Colección Puertorriqueña de la Biblioteca José M. Lázaro de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, ha sido ajustada a las normas ortográficas del español actual. Es, mayormente, una transcripción literal del texto mecanografiado, con ciertas variantes, pues se han incluido algunos fragmentos del manuscrito original que no aparecen en el texto mecanografiado. En cuanto a las citas que figuran en esta obra, estas se han cotejado con las fuentes originales.
JOVELLANOS
Introducción
(1744 - 1767)
En el siglo pasado año 1767 tenía lugar, en Madrid, una escena que ha recogido la historia, entre un anciano venerable y un joven que frisaba con los 23 años, de apuesta figura, delicados modales, ojos expresivos y rizados cabellos.
Era el anciano el ilustre Conde de Aranda, capitán general de Castilla la Nueva y presidente del Consejo de Castilla; el joven, D. Gaspar Melchor de Jovellanos, recién nombrado alcalde del crimen en la Audiencia de Sevilla, que iba a despedirse y tomar órdenes.
Decíale el de Aranda: «no use Vd. el empolvado pelucón, que no contribuyen tales zaleas al mayor decoro y dignidad de la toga. No se corte Vd. su hermosa cabellera. Yo se lo mando. Rícela Vd. a la espalda».
Obedeció el joven alcalde del crimen, y empezó con él, en Sevilla, a desaparecer el tradicional peinado de la magistratura española.
Privilegio es de los hombres extraordinarios el que los más pequeños incidentes de su vida llamen y fijen la atención; y de seguro la breve y sencilla escena que acabo de referir, no hubiese pasado a la posteridad, a no figurar en ella dos repúblicos tan eminentes; y sobre todo, sin la misma no viésemos una especie de sino, una a manera de predestinación de la suerte que, en las mudables contingencias de lo futuro, a Jovellanos reservaba la varia e impetuosa corriente de los
sucesos públicos, de las profundas y trascendentales innovaciones que había de promover y de iniciar en los distintos órdenes de la vida nacional, así en el ameno y florido campo de las ciencias, las letras y las bellas artes, como en el accidentado y turbulento de la política, durante su larga, brillante y azarosa existencia.
Mas ¿quién era y de dónde venía el que, a la temprana edad de 23 años, inspiraba tamaño interés al personaje de la ilustrada corte de Carlos III, que en esa misma memorable fecha de 1767, se distinguía entre sus pares, por sus ideas innovadoras, que tomaba parte activa en los negocios políticos más graves, como el extrañamiento del poderoso Instituto de San Ignacio de todos los dominios españoles, y que quizás adivinó en Jovellanos, con la intuición del hombre de Estado, una vida entera de útiles reformas?
Nacido en Gijón el 5 de enero de 1744 de padres nobles y honrados, pero escasos de fortuna, había hecho sus estudios, primero en la Universidad de Ávila, al calor de su deudo, el piadoso obispo don Romualdo de Velarde y Cienfuegos, y después en la más célebre de Alcalá de Henares, donde terminó, nemine discrepante, la carrera de ambos derechos.
Destinado en un principio a las dignidades de la Iglesia, que este era frecuentemente, en aquellos días de preocupaciones de abolengo contrarias a las carreras de la industria y el comercio, el porvenir de los jóvenes nobles y no ricos, se consagró después a la del derecho, aconsejado de personas amigas y de su familia, y fue nombrado para la Audiencia de Sevilla mediante poderosas influencias en la corte.
En su cerebro, llevaba toda la suma de luces que podían dar las célebres escuelas, fundadas en otra edad por los más preclaros varones y en que se instruía entonces la juventud
regnícola; pero no tardó mucho tiempo en reconocer, una vez dado a la acción y bajo la grave responsabilidad que le imponía el austero ejercicio de la magistratura, cuan pobre y deficiente era la educación escolástica que en ellas había recibido.
Para que no se olviden hoy que tranquilos gozamos de los frutos cuyos primeros gérmenes se sembraron en España, al empezar el siglo XVIII, por Macanaz y Feijoo, y que han sido cultivados con esmero tanto en el actual, ni la dificultad que entraña toda innovación por necesaria que sea, ni la inmensa labor que su conquista representa y como en casi todos los periodos y las situaciones de su vida, lo mismo en los prósperos y encumbrados que en los más miserables, cuidó Jovellanos con solicitud paternal de mejorar la instrucción de la juventud española, guiándola con esplendente luz por nuevos y anchurosos senderos; justo y oportuno es traer a la memoria, siquiera sea en rapidísimo bosquejo, las ardientes luchas que costó, en el feliz reinado de Carlos III, la reforma de los públicos estudios.
Así también aparecerá bajo su verdadera faz aquella época en que, aun en medio de densas tinieblas, se aceleró un tanto el movimiento de regeneración literaria y científica que venía lentamente operándose, hacía 59 años, en los reinados de Felipe V y de Fernando VI. De gran provecho será siempre la historia de las ideas.
Sabido es que de una parte la filosofía aristotélica, dueña y señora de la mayoría de los espíritus y de otra el terror supersticioso con que se cuidaban las ciencias matemáticas y naturales, hicieron aunados tenaz y violenta oposición a los nuevos planes de estudio, que entre los 20 años corridos de 1767 a 1787, fueron obra de Olavide, Campomanes, Roda, Pérez Bayer, Muñoz Torrero y otros sabios, inflamados como el ilustre benedictino Feijoo, del patriótico deseo de llevar con
nuevas ideas y nuevos métodos, pasados ya por el crisol de la experiencia en otros países, nueva y prolífica savia a nuestras corporaciones docentes.
Al lado de esto, lógico era igualmente que las universidades, engreídas con su glorioso pasado, contentas y satisfechas con el statu quo, y agitadas del celo por conservar la dirección de los espíritus, se opusieran al movimiento y cambio, porque todo lo que existe se defiende y lucha tanto más por la existencia cuanto más antiguo data. ¿No fueron lanzadas de la Sorbona, en 1543, las doctrinas de Ramus, y un siglo más tarde de la Universidad de Utrecht, las de Descartes?
Al terminar el siglo XVIII, de animado teatro servía España, en cuyas aulas imperaba autocráticamente el clero, que en general las había fundado, a la lucha ardiente y tradicional entre los partidarios y los impugnadores de Aristóteles, entre la filosofía de las palabras, ociosa e infecunda, y la de la observación y la experiencia, madre del progreso moderno; lucha que vino a recrudecer y hacer más peligrosa la reforma luterana, enemiga del Estagirita, sobre todo en la nación católica por excelencia, y que tenía que servir de prólogo como en todas partes había acontecido, a las disquisiciones políticas y a la lucha entre las varias clases sociales por el imperio y la gobernación del Estado.
No sabemos si para su bien o para su mal, más seguramente para su renombre y gloria, tomó parte activa en la una y en la otra, según se verá en la narración de su vida, el gran patricio y hombre de Estado, que, nacido en Gijón de padres nobles en 1744, rindió fugitivo y errante su alma al Creador, el 27 de noviembre de 1811, en la desierta playa del puerto de Vega, en Asturias, víctima de las pasiones religiosas y políticas y después de haber sufrido el embate de las embravecidas olas del mar Cantábrico.
Sevilla (1767 - 1778)
Llegado don Gaspar a Sevilla, en 1767, y durante su larga permanencia de once años, los más tranquilos de su agitada vida, en la hermosa ciudad del Betis, todo contribuyó en horas felices a excitar sus levantadas aptitudes y generosos instintos, a desenvolver en múltiples esferas sus poderosas facultades intelectuales y a que adquiriese la suma portentosa de saber y el bello estilo con que, mientras dure la lengua castellana, habrá de ser autor querido, maestro y modelo de todas las inteligencias españolas, como Virgilio lo fue del Dante.
«Tu se’ lo mio maestro, e ’l mio autore: Tu se’ solo colui, da cu’io tolsi Lo bello stile, che m’ha fatto onore.»
De las universidades venía mal instruido, según su noble confesión, y al partir en 1778, de Sevilla para Madrid, era anticuario, poeta, jurisconsulto, filósofo y economista. ¡Feliz y asombrosa transformación!
Todo fue parte a producir en el privilegiado ingenio de Jovellanos tan opimos frutos: el lugar, los amigos y la fermentación intelectual y política en que se encontraba la Europa, y de manera especial la vecina Francia, de donde con su prestigio y su dinastía había venido naturalmente una acción más inmediata y directa.
Las históricas construcciones, de diversas razas y siglos que decoran a la capital de Andalucía, y en que las afiligranadas piedras son otras tantas cifras y brillantes símbolos de la fecunda variedad del ingenio humano en las regiones de la estética; sus numerosas pinturas que la convierten en un preciado museo, rico de luz y de colores; y el trato frecuente con don Agustín Ceán Bermúdez, su paisano y amigo, que le acompañó a Sevilla y que amaba y conocía las bellas artes, llevaron naturalmente a Jovellanos, dotado de exquisita sensibilidad y abierto a todas las sublimes manifestaciones de la fantasía creadora, al estudio de las mismas, acendrando su buen gusto y acumulando la inmensa erudición técnica, de que había de dar más tarde, en la capital del Reino, con pasmo y contentamiento de sus oyentes, tan lucidos e imperecederos testimonios.
En otro orden de ideas, esencialmente distintas y por su naturaleza mucho más trascendentales en la vida de los pueblos, ejerció saludable y decisiva influencia en su espíritu el célebre limeño don Pablo Olavide, asistente entonces de Sevilla y superintendente general de las colonias que, con naturales de Alemania, se fundaban en la despoblada Sierra Morena; y que habiendo sido secretario del Conde de Aranda en su embajada de Francia, conocía como su ilustre jefe, el movimiento científico y las corrientes filosóficas que, partiendo de París como de poderoso electroimán intelectual, agitaban la Europa entera, llegando en su esfera de acción hasta los hielos de la Rusia, hasta la apartada corte de Catalina II.
El sabio peruano abrió dilatados horizontes y señaló nuevos rumbos a la vasta inteligencia del joven asturiano, ejercitada hasta allí en el conocimiento de la antigüedad y de sus tradiciones patrias, llevándolo al estudio de las lenguas francesa e inglesa, tan descuidadas por aquel tiempo en España,
para que leyese en sus originales las obras de sus escritores clásicos de los siglos XVI y XVII y las de sus modernos pensadores. Con verdadero entusiasmo siguió estos consejos y su suerte quedó irrevocablemente fijada.
Al modo de lo que acontece al que aplica por primera vez la vista a un telescopio, y descubre admirado en las regiones celestes nuevos astros que le eran desconocidos; el espíritu de Jovellanos esparciéndose por el dilatado campo de una literatura nueva y original, y poblada de tipos eternos de la belleza moral, y poniéndose en íntima comunión con el pensamiento de ambos pueblos y con el de los escritores que, más allá de la barrera de los Pirineos, sometían audazmente al libre examen todas las instituciones sociales, ganaba en extensión y profundidad y descubría a cada paso ideas risueñas y generosas que brindaban mayor ventura a la mísera familia humana.
Así dotado de un nuevo criterio, formó sus honradas convicciones: obedeciéndolas, llegó a ser por impulso espontáneo y natural un reformador; mas ¡ah! como sucede siempre a los precursores, si fueron útiles y fecundas sus nuevas convicciones para su desgraciada patria, si dejó tras de sí profunda enseñanza, que aun hoy se aprovecha, e imperecedera gloria, también apuró hasta las heces, como su amigo y mentor Olavide, derribado de hinojos en presencia de la más alta nobleza, ante el impío altar de la Inquisición (24 [de] noviembre de 1778), el amargo cáliz de la persecución y la calumnia, lo mismo bajo el arbitrario despotismo ministerial, que el bárbaro e inconsciente de las masas populares. Por lo demás, este y no otro suele ser casi siempre el destino reservado a los que en el mundo de las ideas y en la gobernación de las sociedades, al igual de los atrevidos nautas en medio de escollos y bajíos, exploran nuevos mares y tierras desconocidas.
Como había de negarse un carácter naturalmente benévolo, una conciencia recta y un espíritu expansivo, que dotes tan preclaras coexistían en el joven magistrado de Sevilla, a recorrer la nueva senda, si ganaban y convertían su entendimiento a la verdad las profundas meditaciones sobre el régimen y gobierno de los pueblos, que Montesquieu, honor de la Gironda, había dado a luz en la docta Francia en 1750, precisamente al mediar el siglo XVIII, como para definirlo y fijar su misión reformadora; si conmovían las fibras de su sensibilidad moral las humanitarias quejas del Marqués de Beccaria, levantando su generosa e indignada protesta en la artística Italia contra los horrores de la mal llamada justicia criminal; y cuando Quesnay y Turgot en el bullicioso París y Adam Smith desde el fondo de la tranquila Escocia, y en el albor de una gloria que en casi todas las ramas de las ciencias y las letras había de brillar tan alto, le doctrinaban en las verdaderas y entonces desconocidas fuentes de la riqueza de las naciones.
Al clamor elocuente de la antigua Europa, debatiéndose en gigantesca lucha entre sus gloriosas tradiciones romanas y sus deslumbradores ideales, venía a unirse con todos sus prestigios, para aumentar el noble anhelo por la felicidad social, la voz grave y reposada de la joven América, digna hija de los peregrinos, que después de detenida y luminosa controversia, propia del espíritu sajón, con su extraviada metrópoli, sobre los fundamentos del eterno derecho natural y los absurdos del tradicional y canónico, sancionaba de una manera práctica e irrevocable en la declaración de principios, solemnemente proclamada, el memorable 4 de julio de 1776, un nuevo derecho público. Y circunstancia característica de aquella época singular y extraordinaria, la primera nobleza francesa, la más altiva y brillante de la monarquía europea, traspasó el Atlántico
y corrió entusiasmada a prestarle el valioso apoyo de su espada, a las órdenes de Jorge Washington. Por esta reunión de extraordinarias y poderosas causas que, después de la noche de la Edad Media y a partir del Renacimiento iniciado en Florencia (1360), nueva Atenas, impulsaban al mundo, llegó Jovellanos a ser, desde su segunda juventud y mientras latió su noble corazón, legítimo hijo y representante fiel de su siglo, con su fe profunda en la perfectibilidad del género humano y en la virtualidad de las leyes, contribuyendo poderosamente, al lado y al par que muchos de sus ilustres compatricios y coetáneos, que la generación de un pueblo no puede ser nunca la obra de un solo hombre, a que su carísima España que, por causas múltiples y bien conocidas, había quedado estacionaria en el común progreso, entrase en el movimiento general, en las abundosas corrientes por donde iba el raudal de la moderna civilización. Solidaridad agriamente censurada entonces y de la que algunos espíritus, partidarios ciegos de lo que fue, podrán decir hoy mismo lo que les plazca, pero no por eso menos lógica, necesaria y conveniente. Fata invenient viam.
Mas sea como fuere de estos juicios a posteriori, se aquilata y resplandece más el mérito intrínseco del noble gijonés al considerar que con su carácter moderado, no cayó en las exageraciones propias de los neófitos, que supo resistir y no siguió a ese mismo siglo tan deslumbrador, en algunos de los extravíos y errores en que había de incurrir en el calor y en medio de las pasiones ardientes del combate, asemejándose en esto, como en otros muchos rasgos de su noble vida a su distinguido maestro, el gran Turgot, verdadero amigo del pueblo, según la frase tristemente célebre del desgraciado Luis XVI. Que si la frecuente lectura de obras francesas e inglesas no maleó en lo más mínimo su castizo y brillante estilo castellano,
el escepticismo y la impiedad de los enciclopedistas tampoco penetraron en su alma.
Adornado Jovellanos de tan exquisitas prendas morales, y en posesión de una laboriosidad incansable, no solo rehacía su educación, bajo influencias tan varias como benéficas y al calor del hermoso cielo andaluz, sino que Sevilla le contemplaba admirada, dando a cada paso, nuevas pruebas de su ardiente celo y diversas aptitudes.
Hombre de acción al par que de pensamiento, tan pronto establecía escuelas de hilaza, mejoraba la poda de los olivos y la elaboración del aceite, introducía el uso de los prados artificiales y se afanaba por el establecimiento de un hospicio; como verdadero alumno de Minerva y de las musas, redactaba ilustrados informes para crear montepíos, bancos de giro y otros establecimientos de general utilidad, o pulsaba la lira excitando noblemente a sus amigos de Salamanca, a que levantando el plectro a las más altas regiones, cantasen dignamente la religión, la patria y las acciones heroicas.
Hablando del teatro, les decía:
«¡Ah, vea alguna vez el pueblo hispano en sus tablas los héroes indígenas y las virtudes patrias bien loadas!».
Ardiendo en celo escribió El Pelayo, a imitación de las tragedias francesas, que leía entonces frecuentemente. Según su propia noble confesión, el ensayo fue desgraciado; pero será siempre prueba de su amor al coturno y de las ideas que, nacidas en la tertulia de D. Pablo Olavide, comenzaban a difundirse.
Para apreciar, como es debido, toda la trascendencia que informa la Epístola de Jovellanos a sus amigos de Salamanca,
séame permitido recordar, a grandes rasgos, los precedentes y la naturaleza del movimiento literario que, por aquellos días, se operaba en las márgenes del Tormes.
Que en el año 1700, a la muerte sin sucesión del último y menguado vástago de la dinastía austriaca en el trono de España, al par que con toda vitalidad interior y prepotencia exterior, había desaparecido de su suelo infeliz todo género de cultura intelectual, es punto por asaz sabido, hasta olvidado. Como escribe Lord Macaulay, en uno de sus admirables ensayos: «el contraste entre la España del siglo XVI y la de fines del XVII es tan grande como el que existió entre la Roma de Galieno y Honorio y la de Mario y César».
No es menos cierto que, terminada la guerra de Sucesión y a beneficio de la dulce paz, comenzaron a poco a brotar los primeros gérmenes del ingenio nacional; y que conforme a la índole de la humana naturaleza, mientras que unos espíritus, ciegos partidarios de lo existente, continuaban escribiendo como decía Moratín con paronomasias y retruécanos, conceptos falsos y metáforas absurdas y bufonadas truhanescas, todo linaje de desvaríos, y se oponían tenazmente a toda reforma; otros entusiastas admiradores de las literaturas extranjeras, y de un modo especial de la clásica del siglo de Luis XIV, llegaban en su exaltación hasta condenar las bellezas que atesora la nacional del tiempo de los Felipe, a pretexto de huir de sus defectos.
Sabido es también que como sucede siempre en el proceso de las opiniones, entre ambas escuelas extremas, no tardó en aparecer una media, verdadera síntesis, que sin dar al olvido por espíritu de sistema, antes bien inspirándose en la prístina originalidad de los argumentos, en la fresca lozanía y en la fácil y colorida versificación de nuestros poetas anteriores, proclamaba elocuentemente con el precepto y el ejemplo la
absoluta necesidad de disciplinar los ímpetus de la fantasía, sometiéndolos a las eternas leyes del arte y del buen gusto. Y Salamanca tuvo en aquel periodo de transición y tendrá siempre la gloria de haber servido de primer asiento a esta escuela, fundada por el benemérito, en las armas y en las letras, D. José Cadalso, y cuna de nuestra regeneración literaria. Más que miembros, principales figuras y representantes de la misma eran los ilustres poetas Meléndez Valdés, González y Fernández.
A ellos dirigía Jovellanos, desde Sevilla, su sentida y alentadora Epístola, que empieza:
«A vosotros, ¡oh, ingenios peregrinos! que allá del Tormes en la verde orilla, destinados de Apolo, honráis la cuna de las hispanas musas renacientes».
No satisfecho con esto, en los años sucesivos continuó estrecha y amistosa correspondencia con Meléndez, llena de sabios consejos y de nobles estímulos, preparándolo para que ciñese a sus sienes nuevos lauros, para la inmarcesible gloria que le esperaba y que la posteridad le ha acordado de restaurador del Parnaso español. Hablando de Meléndez, ¿cómo no repetir estos hermosos versos de Quintana, al pintar la hermosura de los versos de Meléndez?
«Bellos como la luz, tersos y puros, Bien como el fondo del etéreo cielo, Gratos aun mas que el vuelo Del céfiro sonante en el estío, Cuando las hojas mueve, Y templa el rayo en delicioso frío;
Tus armoniosos versos a raudales
Del manantial fecundo se arrebatan, Do fieles se retratan
Las flores y los árboles del suelo, Las sierras enriscadas, Las bóvedas espléndidas del cielo.»
Volvamos a Jovellanos.
Tamaña actividad empleada en objetos tan varios, no disminuyó la preferente atención que dedicaba al concienzudo ejercicio de su difícil empleo, de alcalde del crimen.
«Constan de las Actas del Tribunal dice uno de sus biógrafos sus notables y extensos trabajos, ya templando la prueba del tormento, ya variando la forma de examen a los reos, y ya dando a las cárceles su verdadero y propio carácter de asilos de seguridad.»
Ahora, para aquilatar con mayor precisión y apreciar a mejor luz la excelencia de estos hechos comparezcan ante nuestra memoria, con su cortejo infernal, la época a que pertenecía y el teatro en que actuaba: la Inquisición, la tortura, los apremios, los calabozos extraordinarios, las penas crueles e infamantes de generación en generación. Justificado está el exclamar con el poeta del dolor en sus terríficas visiones del infierno:
«questa selva selvaggia e aspra e forte che nel pensier rinova la paura!».
En medio de la caliginosa atmósfera que envolvía nuestra administración de Justicia, a fines del pasado siglo resplandece también su peregrino criterio jurídico en El
delincuente honrado, tragicomedia que, en sentida y elocuente prosa, escribió en Sevilla hacia 1773; y en que abriendo con la autoridad del ejemplo, y con mejor éxito que en su tragedia Pelayo, la ancha senda, que convidaba a franquear a sus insignes amigos de Salamanca, se sirvió de ficciones verosímiles y del tierno lloro de Melpómene, para excitar la piedad y el terror y ganar los corazones a la noble causa de las reformas, en que se había inscrito.
Si por la acción principal y dentro de la unidad de la misma, que bajo el aspecto del arte según dice un crítico no se escribió por aquellos tiempos comedia mejor en España, ni que mejor concertase las exigencias del clasicismo francés con la libertad tradicional del ingenio español en la escena, está destinado El delincuente a descubrir la dureza de la Real Pragmática, que castigaba a los duelistas con pena capital, sin distinción de provocado y provocante; en sus vivos y animados episodios se exponen de manera general las más sabias doctrinas sobre los delitos y las penas.
Tanto por su fondo como por su forma, fue una verdadera y feliz novedad la obra patética del joven magistrado de Sevilla, cuyo ilustre nombre acompaña a toda mejora, a todo progreso durante su vida en España, pues no debe olvidarse el estado de nuestro teatro en aquellos días. Don Leandro Fernández de Moratín, nacido en Madrid en 1760, su restaurador como Meléndez Valdés lo había sido de la poesía lírica, solo contaba entonces trece años de edad.
De la tortura decía: «¡Oh, nombre odioso! ¡Nombre funesto…! ¿Es posible que en un siglo que se respeta la humanidad y en que la filosofía derrama su luz por todas partes, se escuchen aún entre nosotros los gritos de la inocencia oprimida…?».
Esta sentida protesta de Jovellanos en la lóbrega noche de 1773, y la no menos elocuente del obispo de Osuna, el virtuoso y sabio don Antonio Tavira, pidiendo se aboliese enteramente tan cruel e inhumana prueba en la Inquisición como un oprobio de la mansedumbre sacerdotal, paréceme el feliz anuncio de la aurora esplendente de 1811, en que las Cortes de Cádiz abolieron el tormento en toda la ancha haz de los dominios españoles.
Pero donde más se manifiesta la idea reformadora que entraña El delincuente es en el vivo y pronunciado contraste que, a cada escena, y de manera cómica, ofrecen al espectador sus dos personajes, Don Justo y Don Simón, respectivamente partidarios de las nuevas doctrinas y de las antiguas prácticas forenses.
Oigamos definir su pensamiento al mismo Jovellanos, escribiendo al abate Valchrétien, traductor de su tragicomedia al francés, que también se tradujo al alemán.
«A este fin, di el primer lugar a un magistrado filósofo; esto es, ilustrado, virtuoso y humano. Ilustrado, para que conociese los defectos de las leyes; virtuoso, para que supiese respetarlas; y humano, para que compadeciese en alto grado al inocente que veía oprimido bajo de su peso. Tal es Don Justo. Penetra todo el rigor de la legislación en cuanto a desafíos, y la respeta; palpa la inocencia de Don Torcuato, y le condena; ve la preocupación del Gobierno contra los duelos, y representa y clama a favor de un duelista. Don Simón es todo lo contrario. Esclavo de las preocupaciones comunes, y dotado de un talento y de una instrucción limitados, aprueba sin conocimiento cuanto disponen las leyes, y reprueba sin examen
cuanto es contrario a ellas. Respétalas como leyes, y no como leyes buenas. Cree que los magistrados no son justos, si no son sangrientos, y que la pena de los duelistas es siempre justa. Pero por otra parte, intercede por un duelista, y cree que está en manos del magistrado no obrar según las leyes. Es duro y cruel por ignorancia; blando y flexible por genio.»
Sapientísimo análisis psicológico el anterior que me he detenido a transcribir, atento a que se conozca íntimamente el alma de Jovellanos, al hombre tal como era: análisis que, sin pintar un Brid’oison como el de Beaumarchais, convendrá recordar frecuentemente, para huir de jueces por estilo de Don Simón.
En cuanto al hijo insigne de Asturias, tributémosle con efusión la dulce ofrenda por que más suspiraba, cuando al terminar su humanitaria comedia, transcribía el memorable «Me fortunato» del ilustre César Beccaria, en su libro inmortal sobre los delitos y las penas, comentado por Voltaire, Diderot y otros.
Sí, dichoso Jovellanos que logró inspirar aquel dulce horror, con que responden las almas sensibles al que defiende los derechos de la humanidad.
Madrid (1778 - 1790)
«Voyme de ti alejando por instantes, ¡oh, gran Sevilla!, el corazón cubierto de triste luto, y del contino llanto profundamente aradas mis mejillas; voyme de ti alejando y de tu hermosa orilla, ¡oh, sacro Betis!, que otras veces en días ¡ay! más claros y serenos era el centro feliz de mis venturas; centro, do mal mi grado, todavía me detienes las prendas deliciosas de mi constante amor y mi ternura, prendas que allá te deja el alma mía, dulces y alegres cuando a Dios le plugo, y agora por mi mal en triste ausencia, origen de estas lágrimas que lloro.»
Con tan flébiles acentos se despedía Jovellanos de Sevilla, donde su ausencia era también sinceramente llorada. Ascendido al codiciado empleo de alcalde de casa y corte, no solo dejaba a la orilla del Betis, sus afectos más caros y el apacible estudio que constituía su principal encanto, sino que renacía en su pecho la natural adversión que siempre sintió por los negocios criminales.
De camino para la corte, quizás también, si a la vez que con la conciencia de su valer se prometía en aquel teatro, más digno de sus altas facultades, brillantes escenas de triunfos y de gloria, un secreto y melancólico presentimiento le advertía las crueles persecuciones que le esperaban.
En suerte tan varia contemplemos primero su gloriosa exaltación, gozando con las coronas que justamente ciñó a su frente.
Si en su ardiente amor al bien público buscaba la asociación como poderosa palanca para hacerle más fructífero; la justa fama que le precedía y sus inapreciables prendas de carácter, le señalaban asiento distinguido en todas las reuniones científicas, artísticas y literarias.
Así, no bien en Madrid, y trasladado por fortuna, en 1780, de la odiosa y pesada carga de alcalde de corte al Consejo de las Órdenes Militares, fue nombrado individuo de mérito de la Sociedad Económica y miembro de la Junta de Comercio, Moneda y Minas; y sucesivamente le vio España y hoy le admira la posteridad, figurando en primer término en las Academias de la Historia, de las Nobles Artes de San Fernando, de la Española o de la Lengua, de Cánones, Liturgia, Historia y Disciplina eclesiástica, de Derecho público y patrio.
¡Actividad prodigiosa! Crece naturalmente nuestro asombro, cuando tomamos en cuenta la extraordinaria valía de las producciones intelectuales con que enriqueció los anales de tantas corporaciones.
Recordemos siquiera los más prominentes, que tarea muy larga sería su completa enumeración.
El primero en potencia intelectual, y en trascendencia histórica, es, a no dudarlo, el famoso Informe sobre la Ley Agraria, que salido todo entero de su mente y de su pluma,
sirvió a la Económica de Madrid, para elevar su dictamen al Real y Supremo Consejo de Castilla.
Patriótico por su fin, original por la novedad de su doctrina, persuasivo por sus argumentos, simétrico, en sus partes y armónico en su conjunto, grave y reposado en la elocución, no sabe, entre tantos méritos, el que en su instructiva lectura se extasía, qué admirar más, si la penetración de su análisis, si la fuerza de su síntesis y la seguridad de su criterio al elevarse a la más alta inducción, o si su acendrado gusto literario para traducir en hermoso estilo todo su vasto pensamiento, dentro de la unidad más acabada.
El Informe sobre la Ley Agraria pertenece, por la íntima filiación de sus ideas y por la belleza de su forma, que la forma es la que esmalta las producciones del ingenio humano, a la clase de obras científicas en que brillan, entre otras, La Lógica de Condillac, la Química de Lavoisier y la síntesis química de Berthelot.
Porque todo el Informe, al considerar la agricultura bajo el aspecto de sus relaciones políticas, no es otra cosa más que una teoría, que un sencillo y completo sistema, en que de un solo y mismo principio se deducen sus lógicas consecuencias. El principio: que toda la protección de las leyes respecto de la agricultura, debe cifrarse en remover los estorbos que se oponen a la libre acción de sus agentes, dentro de la esfera señalada por la justicia. Las consecuencias: el examen de los estorbos políticos, morales y físicos (o que provienen respectivamente de la legislación, la opinión y la naturaleza) que se oponen a la tendencia y movimiento natural hacia el progreso de los agentes de la agricultura. Y como al hacerse cargo de estas tres clases de estorbos, en que los sintetizó todos, se indican y recomiendan también los medios más seguros de removerlos, todo el Informe
viene a ser, como he dicho antes, un sencillo y completo sistema.
Ponen más de relieve esta verdad, las conclusiones que, por vía de resumen terminan la obra, y que no puedo negarme a recordar en este estudio histórico.
«Dígnese, pues, V. A. [el Real y Supremo Consejo de Castilla] de derogar de un golpe las bárbaras leyes que condenan a perpetua esterilidad tantas tierras comunes; las que exponen la propiedad particular al cebo de la codicia y de la ociosidad; las que, prefiriendo las ovejas a los hombres, han cuidado más de las lanas que los visten que de los granos que los alimentan; las que, estancando la propiedad privada en las eternas manos de pocos cuerpos y familias poderosas, encarecen la propiedad libre y sus productos, y alejan de ella los capitales y la industria de la nación; las que obran el mismo efecto encadenando la libre contratación de los frutos, y las que, gravándolos directamente en su consumo, reúnen todos los grados de funesta influencia de todas las demás. Instruya V. A. la clase propietaria en aquellos útiles conocimientos sobre que se apoya la prosperidad de los Estados, y perfeccione en la clase laboriosa el instrumento de su instrucción para que pueda derivar alguna luz de las investigaciones de los sabios. Por último, luche V. A. con la naturaleza y, si puede decirse así, oblíguela a ayudar los esfuerzos del interés individual, o por lo menos a no frustrarlos. Así es como V. A. podrá coronar la grande empresa en que trabaja tanto tiempo ha; así es como corresponderá a la expectación pública, y como llenará aquella íntima y preciosa confianza que la nación tiene y ha tenido
siempre en su celo y su sabiduría. Y así es, en fin, como la sociedad, después de haber meditado profundamente esta materia, despúes de haberla reducido a un solo principio tan sencillo como luminoso, después de haber presentado con la noble confianza que es propia de su instituto, todas las grandes verdades que abraza, podrá tener la gloria de cooperar con V. A. al restablecimiento de la agricultura, y a la prosperidad general del Estado y de sus miembros.»
Ahora resaltará más la trascendencia histórica del famoso Informe sobre la Ley Agraria, verdadero programa de Gobierno y Administración que han ido traduciendo en hechos, según lo han permitido el constante vaivén y la distinta índole de los tiempos en España, las generaciones posteriores. Múltiples causas por las que, si este grave estudio que contenía en gérmenes prolíficos tantas reformas, le conquistó siempre grandes elogios y patriótico reconocimiento; entró también a la parte, dados los poderosos intereses que se debatían, los crueles infortunios de su vida, y más tarde cuando a la controversia siguió el fragor de las armas en encarnizada y lentísima guerra civil, las censuras injustas de los ciegos apologistas de un régimen caduco. Para ellos, aunque empleara con calma toda clase de miramientos hacia los intereses creados, y diera muchos testimonios de prudencia y tacto políticos, cuando demostró los males que aparejaba la propiedad estancada en manos muertas; para ellos, hay que repetirlo, es una gran falta y hasta un delito imperdonable el haber pedido la desamortización eclesiástica y civil.
El segundo de sus trabajos en el arduo camino de las innovaciones, por su trascendencia histórica, fue el Informe sobre el libre ejercicio de artes, dado en Madrid, en 9 de
noviembre de 1785, a la Junta General de Comercio, Moneda y Minas, de que le había nombrado miembro el rey Carlos III. A la manera que en el expediente de Ley Agraria había disentido con criterio independiente, de la opinión general, que la agricultura española estaba en decadencia y de que, para atajar esta, eran necesarias más y más leyes; ahora, mientras la Junta se ocupaba en la discusión de un reglamento para fijar los trabajos que a las mujeres habían de ser permitidos, no tan solo opinó con igual independencia: que la única excepción opuesta a la libertad de las mujeres, debía suprimirse como inútil, y que lejos de fijarla o declararla por medio de un reglamento era más conveniente abolirla del todo; sino que elevando la consideración a esfera más elevada, más universal, se vio conducido a examinar la gran cuestión sobre la libertad de las artes, según él mismo la llama, y en verdad lo era, pues la abolición de la dura cadena de los gremios ocupaba en aquel tiempo a los más grandes y generosos pensadores y a muchos gobiernos europeos.
Fiel a esta idea, después de trazar en grandes líneas la elocuente historia de los gremios, en su origen y desenvolvimiento al compás de la marcha progresiva de la nación, se dedica al examen de los males que con su complicada máquina de aprendices, oficiales, maestros, tasas, visitas y todo linaje de restricciones producían a la unión de la industria con la labranza, al aumento de la población, a la creación de nuevas artes y división de las antiguas, así como a la baratura de los precios mediante una saludable concurrencia. Igualmente, se dedica a proponer otro sistema, en que bajo la égida de una libertad ordenada, pueda prosperar la industria con recíproco beneficio del artista y del cosumidor.
En este concienzudo análisis, así como al promover los aumentos de la agricultura en todas sus múltiples y variadas
relaciones, partió de un solo principio y construyó un hermoso y completo sistema en que el espíritu se reposa, tratando de la no menos fecunda libertad de las artes, sentó como base inquebrantable, amigo siempre de la unidad y simetría, el gran principio del derecho que tiene todo hombre a trabajar. Oigamos sus graves raciocinios.
«El hombre debe vivir de los productos de su trabajo. Esta es una pena de la primera culpa, una pensión de la naturaleza humana, un decreto de la boca de su mismo Hacedor.
De este principio se deriva el derecho que tiene todo hombre a trabajar para vivir: derecho absoluto que abraza todas las ocupaciones útiles, y tiene tanta extensión como el de vivir y conservarse. Por consiguiente, poner límites a este derecho es defraudar la propiedad más sagrada del hombre, la más inherente a su ser, la más necesaria para su conservación.»
Al fijarme en estos elocuentes conceptos se despierta en mi memoria espontáneamente, por asociación, la gran semejanza que hubo entre el carácter, las ideas reformadoras y la agitada vida pública de Jovellanos y la de su distinguido maestro, el gran Turgot.
Véanse si no los elevados fundamentos del preámbulo del célebre edicto de 1776, en que, como ministro de Hacienda, expuso los motivos de la abolición de los gremios en Francia y la emancipación del trabajo. ¡Cómo olvidar que la revocación de este y otros edictos de Turgot, ante la violenta oposición que se les hizo, ocasionó su caída del ministerio más que para su mal para la desgracia de la Francia y de la monarquía! Siempre
la eterna leyenda de los libros fatídicos que encierran lo porvenir, de que habla M. de Laboulaye: la voz del buen sentido, la reforma, la revolución.
Volvamos a Turgot. El edicto decía: «Dieu, en donnant à l’homme des besoins, en lui rendant nécessaire la ressource du travail, a fait du droit de travailler la propriété de tout homme, et cette propriété est la première la plus sacrée et la plus imprescriptible de toutes».
Comparando las épocas se ocurre otra reflexión que brinda gran enseñanza en el alternado proceso de las doctrinas humanas: en tanto que, en el último tercio del siglo pasado y en los comienzos del actual, se preconizaban con entusiasmo los fecundos bienes de la libertad industrial y a su defensa se consagraban los padres de la economía política; en los días que corren existen no pocos escritores que, doliéndose de los sufrimientos de los obreros, y atribuyéndolos en gran parte al exceso de producción fabril, se dedican a crear y sostener una violenta reacción: bajo los nombres de socialismo del Estado, o socialismo cristiano, piden medidas restrictivas, queriendo volver por medio de los sindicatos, a la reglamentación del trabajo, tan combatida antes.
Continuemos ya en la grata tarea de reseñar los grandes trabajos jurídico-sociales de Jovellanos.
Idéntico amor por el mejoramiento social, las mismas vivas simpatías por el bienestar de las clases jornaleras, facilitándoles los medios de librar su subsistencia en un trabajo sin servidumbres, de que dan elocuente testimonio los informes sobre la Ley Agraria y la libertad de las artes, resplandecen en su no menos célebre Memoria sobre la policía de los espectáculos y diversiones públicas y su origen en España, presentada a la Real Academia de la Historia, en 29 de diciembre de 1790.
Memoria que se recomienda en las dos partes de que consta por muchos y varios conceptos. Por su vasta erudición; por la naturaleza e índole de las distintas diversiones y espectáculos de que trata: caza de montería y cetrería, romerías, juegos escénicos con sus trovadores y juglares, danzas y cantos populares, juegos privados de ajedrez y lanzas, torneos y justas, toros, fiestas palancianas, autos sagrados y profanos y el teatro con la propuesta de varias reformas y arbitrios para realizarlas.
A la vez, por lo escogido del lenguaje, ora sencillo, ora levantado y siempre elocuente y acomodado al asunto al historiar la situación social de España, lo mismo antes que después de la fecunda conquista de Toledo (1085), lo que viene a aumentar el interés y la belleza para los amigos de las crónicas patrias, de las excelencias del ingenio y de la riqueza de nuestro idioma; y finalmente, por las reflexiones políticas en que abunda en la segunda parte y que mantiene enérgicamente como decidido protector del bienestar y solaz de las sencillas clases rústicas.
Porque, como escribía, «recoger y apuntar estérilmente los hechos, ni es difícil ni provechoso: reunirlos, combinarlos, y deducir de ellos axiomas y máximas políticas, es lo que más importa, y lo que solo puede hacer la historia ayudada de la filosofía».
Veamos, aunque sea con brevedad, de qué manera brillante llevó a cabo su humanitario propósito. El pueblo que trabaja
«necesita diversiones, pero no espectáculos. No ha menester que el Gobierno le divierta, pero sí que le deje divertirse. En los pocos días, en las breves horas que puede destinar a su solaz y recreo, él buscará, él inventará sus entretenimientos; basta que se le dé
libertad y protección para disfrutarlos. Un día de fiesta claro y sereno en que pueda libremente pasear, correr, tirar a la barra, jugar a la pelota, al tejuelo, a los bolos, merendar, beber, bailar, y triscar por el campo, llenará todos su deseos, y le ofrecerá la diversión y el placer más cumplidos. ¡A tan poca costa se puede divertir a un pueblo, por grande y numeroso que desea!».
Y al fijarse en que tamaños bienes quedan frustrados por las ordenanzas y reglamentos de una policía asustadiza y opresora, se llena de noble indignación y exclama:
«Se dirá que todo se sufre, y es verdad: todo se sufre, pero se sufre de mala gana; todo se sufre, pero ¿quién no temerá las consecuencias de tan largo y forzado sufrimiento? El estado de libertad es una situación de paz, de comodidad y de alegría; el de sujeción lo es de agitación, de violencia y disgusto; por consiguiente, el primero es durable; el segundo, expuesto a mudanzas. No basta, pues, que los pueblos estén quietos; es preciso que estén contentos, y solo en corazones insensibles, o en cabezas vacías de todo principio de humanidad y aun de política, puede abrigarse la idea de aspirar a lo primero sin lo segundo».
Continuando en igual tema, añade:
«Hasta lo que se llama prosperidad pública, si acaso es otra cosa que el resultado de la felicidad individual, pende también de este objeto; porque el poder y la fuerza de un Estado no consiste tanto en la muchedumbre y en la riqueza cuanto, y principalmente,
en el carácter moral de sus habitantes. En efecto, ¿qué fuerza tendría una nación compuesta de hombres débiles y corrompidos, de hombres duros, insensibles y ajenos de todo interés, de todo amor público?».
Durante la misma época que le veía descollar en tan magnos trabajos, redactaba otros muchos que serán siempre leídos con fruto, tales como la «Consulta a S. M. sobre la jurisdicción temporal del Real y Supremo Consejo de las Órdenes Militares», y el «Plan de estudios para el Colegio Imperial de Calatrava en Salamanca»; sus numerosas disertaciones en la Academia de la Historia, acerca de la legislación de España en cuanto al uso de las sepulturas, sobre las leyes visigodas y el lenguaje y estilo propio de un diccionario geográfico. De igual modo en otras múltiples materias.
A la vez, en sus ocios, se consagraba al culto de las musas, siendo de ello imperecedero testimonio su «Epístola elegiaca a la Cartuja del Paular», en Segovia, y sus dos sátiras contra el lujo y la mala educación de la nobleza. Por opinión unánime de los críticos, estas composiciones no solo son las primeras, en que lució, por la fantasía y la fácil versificación, las dotes de verdadero poeta, sino que están a la altura de las mejores y más celebradas que entonces se escribieron.
Sin salir de las regiones de la estética, consideremos ahora a Jovellanos, en el florido y ameno campo de las bellas artes, digno coronamiento de la civilización, y el esplendor de un pueblo. Los gérmenes sembrados en buena hora, en 1767, en las orillas del Betis, van a producir sus opimos frutos en las del Manzanares.
En 1780, pronunció, en la Academia de San Fernando, el «Elogio de las nobles artes», oración clásica, ciceroniana, que no ha cesado nunca de merecer los aplausos más unánimes,
juzgándola todos verdadera historia de las creaciones del ingenio nacional en la difícil y gloriosa senda del buen gusto artístico, con las causas de su elevación o de su ruina, son tales, en el fondo y en la forma, las exquisitas prendas de tan sublime y delicado conocimiento en las regiones de la crítica, que su mero análisis, para un profano, llena el ánimo de natural temor y lo retrae del temerario empeño de acometerlo.
Y como no, si después y a continuación del vivo y colorido bosquejo de las nobles artes, en el suelo feliz de la Grecia bajo Pericles y Alejandro; y en Roma que alteró su prístina sencillez, y salvado el vacío de la Edad Media cuando se hundió toda cultura, en el brillante crepúsculo del Renacimiento en Italia; se dilata y espacia con amor, atraído por sus inefables encantos, en el cuadro completo y acabado de las mismas en España.
Sabia crítica de sus diversas escuelas, de sus obras principales y de sus grandes maestros, lo mismo en la corte que en provincias, ora bajo los Reyes Católicos y los monarcas de Austria que en tiempos de los de Borbón. Árbol que extiende con lozanía sus frondosas ramas en Toledo, Madrid y El Escorial, así como por Sevilla, Córdoba y Granada, llegando hasta Zaragoza, Valencia, Cataluña y Mallorca. Y entre la muchedumbre de celebrados artistas que en ellas inscribieron sus nombres, señala y admira como los primeros a Toledo y Herrera, Murillo, Velázquez y Cano, Juanes, Ribera, Coello y Mengs.
Exornan tan dilatada suma de luces, los más ricos primores del lenguaje. Al modo que Garcilaso, Herrera y León acendraron y fijaron, en la lírica, la elocuencia digna de las sacras musas; y con Cervantes adquirió, como eterno modelo, la prosa castellana toda su dulce fluidez y armónica sonoridad; Jovellanos no solo subió a la cumbre de la elocuencia digna y
propia de su difícil y elevado empeño, sino que con su vocabulario y sus construcciones, ya en el aplauso, ya en la censura, creó la elocuencia técnica, rica mina que han aprovechado después sus sucesores.
Con la historia general de las nobles artes, en sus tres grandes secciones, se enlaza íntimamente la particular de la arquitectura, que no otra cosa es el «Elogio de don Ventura Rodríguez, arquitecto mayor de esta corte», pronunciado en la Sociedad Patriótica de Madrid, en 1788, y que dio a la estampa, con notas en 1790.
Notas eruditas. Entre otras, conforme Ceán Bermúdez, las que fijan el origen, hasta entonces ignorado, de la arquitectura, que el vulgo llama gótica o tudesca, y que la denominan ultramarina, porque prueban que los cruzados la trajeron de la Palestina.
Como lo que más importa es conocer al hombre en toda la verdad y plenitud de sus sentimientos, el elogio de don Ventura Rodríguez atesora otro mérito mayor, el de ser retrato fiel del alma hermosa de Jovellanos. Véase si no como cerró su elocuente oración.
«¡Ah!, si la envidia que tanto persiguió en su vida a este célebre artista, oyere mal, aún después de su muerte, el débil obsequio que hoy consagro a vuestro respeto y su memoria, por lo menos me quedará el consuelo de haber desempeñado dos grandes obligaciones: la de pagar en vuestro nombre el tributo debido a la virtud y al mérito, y la de vengar a un ciudadano que los reunió de la injusticia de sus coetáneos. ¡Ojalá que este pequeño monumento que hoy levanta mi amistad a su reputación una para siempre mi nombre con el suyo! ¡Y ojalá que, trasladándolos juntos a la más remota
posteridad, los haga sobrevivir en ella a los edificios perdurables, en que Rodríguez dejó vinculada la admiración y la gratitud de los venideros!»
Para que el lector pueda formar idea más exacta de este tiempo, en que brillaba Jovellanos, parece conveniente, imitando a Quintana al hablar de Meléndez Valdés, copiar la siguiente ilustración.
«Era la época tal vez más brillante y estudiosa que hemos tenido desde el siglo XVI. Cuando se echa la vista a aquel decenio que medió desde la publicación del Batilo hasta el año de 90, asombra el incremento que habían tomado las luces, y el vigor con que brotaban las buenas semillas esparcidas en los tiempos de Fernando VI y primeros años de Carlos III. En el sinnúmero de escritos que cada año se publicaban, en las disertaciones de las academias, en las memorias de las sociedades, en los establecimientos científicos fundados de nuevo, en los de beneficencia que por todas partes se erigían y dotaban, en las reformas que se iban introduciendo en las universidades, en las providencias gubernativas que salían conformes con los buenos principios de administración, en el aspecto diferente que tomaba el suelo español con los canales, caminos y edificios públicos que se abrían y levantaban; en todo, finalmente, se veía una fermentación que prometía, continuada, los mayores progresos en la riqueza y civilización española.»
Cuadro más completo de esta época fausta en la historia patria trazó Jovellanos, con su brillante estilo, en el «Elogio de
Carlos III» que leyó en Junta plena de la Sociedad de Amigos del País. Con efusión podía y debía celebrar, como celebró, todos las grandes mejoras y progresos de que la nación entera, Europa y América, se reconocía deudora de aquel rey, en todas las fuentes de la prosperidad pública y privada, la agricultura, el comercio y la industria.
Con la muerte de Carlos III, acaecida por inmensa desgracia, un mes después, o sea, en diciembre de 1788, cesó la bienandanza que hasta entonces había disfrutado tranquila y legítimamente Jovellanos, y dio principio en mala hora la larga serie de sus inmerecidos infortunios...
Hagamos alto siquiera un momento, a fin de prepararnos al funesto cuadro, al horrible y repugnante espectáculo que, por dilatados años dieron unidas las pasiones más viles como el egoísmo, la hipocresía y la envidia, cuando sin piedad alguna hallaron en el hijo más benemérito que en su seno tenía entonces España, todos los fueros de la virtud y del saber.
Primer destierro a Asturias
Fundación del Instituto Asturiano (1790 - 1797)
Pronunciado contraste ofrecen la administración y el gobierno interior del buen rey Carlos III y la política exterior que siguió con decidido empeño.
Resentimiento personal contra los ingleses desde el tiempo que fuera rey de Nápoles (1742); y el amor hacia su estirpe borbónica, humillada en Francia con los triunfos de Inglaterra en todos los mares, entre los años de 1758 a 1760, bajo la enérgica dirección del gran William Pitt, llevaron al rey de España y de los vastos dominios de las Indias Occidentales, no ya a separarse de la prudente neutralidad observada por su inmediato predecesor, Fernando VI, sino a firmar en Versalles, el 15 de agosto de 1761, aquel célebre Pacto de familia y la Convención secreta, que tan funestos habían de ser, andando los años, para los intereses patrios y la integridad nacional en Europa y sobre todo en América.
Al Pacto de familia, siguió lógicamente la guerra con Inglaterra, y a la guerra con sus apremiantes necesidades y la suspensión del arribo de las flotas de México y del Perú, unos diez millones de pesos fuertes al año, nuevos y crecidos gastos, apuros para el tesoro.
Suelen ser motivo las ocasiones difíciles y extremas de que se den a conocer los grandes talentos: a fin de conjurar en
parte los males de la crisis económica apareció don Francisco Cabarrús, que nacido en Bayona de antiguos comerciantes, de variada instrucción y genio emprendedor, contaba en la corte con valiosos amigos, entre las grandes notabilidades científicas y literarias. Utilizando con gran actividad estas relaciones y los conocimientos, entonces no comunes en España, que tenía en las operaciones de crédito, influyó mucho en la creación de los vales reales, y cuando se tocaron sus ventajas en la del Banco Nacional de San Carlos, el 2 de junio de 1782, nombrándole su director.
Reformas útiles estas, como la de unir el comercio de América con el de Asia, por las islas Filipinas, y el proyecto de abrir un gran canal de riego y navegación desde las montañas de Guadarrama a las riberas del Guadalquivir. Mas como acontece generalmente a los inventores, no tardaron en amargarle sus satisfacciones y en separarle de sus grandes proyectos, los que le envidiaban y la falange de prestamistas que se sentían lastimados no pudiendo sacar de sus capitales el lucro usurario a que venían acostumbrados en sus negocios con el tesoro y en sus operaciones de descuento y giros.
Finalmente, en 1788, a la muerte de Carlos III, que le había servido siempre de escudo, encontraron sus enemigos un auxiliar poderoso en el ministro de Hacienda, don Pedro López de Lerena, que por envolverlo en las estrechas redes de un proceso ruinoso, le exigió la rendición de cuentas. Por esta serie de sucesos rápidamente enumerados a fin de que sirvieran de antecedentes explicativos, empezamos a encontrar el nombre ilustre de Jovellanos íntimamente asociado al célebre del Conde de Cabarrús, porque amigo de este, desde el año de 1779, que lo conoció en la tertulia del Conde de Campomanes, y justo apreciador de su mérito y servicios, lejos
de negarlo en la hora de la desgracia, como es frecuente e hicieron otros, tomó su defensa en los debates de las Juntas del Banco, con la noble entereza propia de su carácter y sin temor alguno a las iras del poderoso ministro.
Poco más tarde, mientras Cabarrús es llevado a un castillo, según se acostumbraba entonces, se destierra a don Gaspar, a pretexto de conferirle una comisión en Asturias.
Llega a Gijón a la casa donde se había mecido en su cuna, y propiedad de su hermano mayor, don Francisco de Paula, en setiembre de 1790, o sea, a los 46 años de su edad. Primer amago de las contrariedades de la fortuna que han de oprimirle en lo adelante…
Primer amago nada más, porque salvo el sentimiento natural de la injusticia con él cometida y lo que hería su pundonor el aparecer como un desterrado, a pesar de todo esto, vivía feliz en el querido suelo natal al dulce calor de su buen hermano, consagrado al apacible estudio y a traducir en hechos los grandiosos proyectos que acariciaba en utilidad de la nación entera.
Por eso le decía con harta justicia su amigo y admirador, el célebre D. Leandro Fernández de Moratín, en la sentida epístola que le dirigió desde Roma:
«… Sé que en oscura
Deliciosa quietud, contento vives, Siempre animado de incansable celo Por el público bien, de las virtudes
Y del talento protector y amigo».
Lo primero en el desempeño de la comisión que sirviera de pretexto para su destierro fueron las continuas visitas e informes acerca de las minas de carbón de piedra. También hay
que registrar las obras para embellecer a Gijón, con el buen camino que la unió a Oviedo; y puesta la vista en el fomento de Asturias, la gran empresa de una carretera general de León a Oviedo.
Con tan útiles obras se enlazan sus frecuentes viajes por Asturias y las provincias desde León a las Vascongadas, consignando en los Diarios toda clase de noticias e informes interesantes sobre dichas regiones. Y descansaba de estas fatigas escribiendo en su apacible retiro, con los primores de su estilo, muchos de los grandes trabajos que le habían encomendado las sociedades y academias de Madrid, y de que se ha hablado anteriormente.
Escrito queda que en casi todos los periodos y situaciones de su vida, cuidó Jovellanos con solicitud paternal de mejorar la instrucción de la juventud, guiándola con esplendente luz por nuevos y anchurosos senderos. Para demostrarlo en caracteres brillantes, bastan los cuidados que consagró a la fundación y sostenimiento del Instituto Asturiano.
Abierto al público con gran solemnidad en Gijón, el 6 de enero de 1794, al compás de los años fue aumentando sus enseñanzas con las cátedras de matemáticas puras, cosmografía y navegación, física y mineralogía, historia universal, gramática general y castellana, arte de extractar y recitar poesías, dibujo y la versión inglesa y francesa.
Asistía diariamente en medio de la juventud, animándola con su voz y su ardiente entusiasmo y explicando los principios generales del lenguaje y la elocuencia, en aquel modesto templo de las ciencias y las letras, que con verdad llamó un gran poeta:
«... altar primero Que alzó a Minerva la razón hispana».
Comparado el programa de estudios con los de las universidades y demás establecimientos docentes que existían, se ve que el Instituto iniciaba una gran novedad, una reforma trascendental: la preferencia dada a las ciencias físicomatemáticas y naturales, y la sustitución del tradicional latín por las lenguas que hablan los dos grandes pueblos más industriosos y mercantiles. Como corolario, el nuevo rumbo que se imprimía a la juventud, llevándola al ejercicio fecundo de las profesiones tecnológicas entonces tan descuidadas y aun menospreciadas.
En honor del criterio de Jovellanos resulta también, que huyendo de los extremos, a fin de evitar los males que más tarde se han llamado de la bifurcación, a la vez que de las ciencias que nutren y disciplinan el espíritu, cuidó del cultivo de las bellas letras que lo exornan, dentro de la medida más conveniente.
Los publicistas, y entre estos el célebre P. Didon, que han examinado el organismo de la instrucción pública en Alemania, fuente principal de su grandeza y de su gloria, reconocen que la enseñanza secundaria se difunde por dos clases de establecimientos, las escuelas reales (Realschulen), donde domina el elemento científico y profesional, y los gimnasios (Gymnasien), en que el literario alcanza el más elevado puesto: que no es la una la antítesis del otro, sino mera y sencillamente un gimnasio de proporciones más reducidas, pues, aunque hija directa, la escuela real de la corriente práctica y utilitaria del siglo es a la vez estética y científica, como así debía ser en la patria de Hegel y de Humboldt.
De donde resulta que el gran Jovellanos fundaba, hacia 1794, en un rincón de Asturias, un establecimiento docente, conforme a los cánones que se siguen hoy en la sabia Alemania.
Aparece todo esto con mayor evidencia cuando se consultan los mejores comentarios que del Instituto existen, o sea, los grandilocuentes discursos, que con el alma fija en sus alumnos, les dirigía en los certámenes públicos.
Imposible negarse al deseo de transcribir, siquiera sea rápidamente, algunos de sus hermosas efusiones y brillantes conceptos.
En la oración para demostrar la necesidad y conveniencia del estudio de la geografía histórica, termina con estos sentidos apóstrofes a Asturias y a Gijón.
«¡Oh, Asturias, porción preciosa de España! ¿Cuándo llegará el día que, poniendo a logro las luces que vamos difundiendo en tu seno, emplees en tan noble objeto estos jóvenes, que serán sus depositarios, y que ahora te presentamos como primicias de nuestro celo y prenda y anuncio de tu futura prosperidad? ¡Oh, amados jóvenes! ¿Cuándo os verán mis ojos, precedidos de vuestros maestros, trepar por estas cumbres que nos rodean, con el teodolito al ojo y el compás en la mano, medir en vastos triángulos el territorio de Asturias, y preguntar al cielo cuál es el espacio que ocupa vuestra patria en el globo, cuáles los límites que le dividen, las fuentes de sus rápidos ríos, las concas de sus hondos valles, el rumbo y la altura de sus montes y la extensión de estas tierras y playas, donde vuestros hermanos buscan con diario sudor el alimento y la dicha de tantas familias?
¿Cuándo os veré yo reducir este trabajo a una breve y exactísima carta topográfica, que multiplicada por el buril, difundida por todas partes, con la imagen de vuestra patria, el más ilustre testimonio del amor que la profesáis?
¡Oh, Gijón, amada cuna mía y objeto de mis continuos desvelos! No, no será ilusorio el dulce presentimiento de que el cielo te tiene reservada esta gloria, que llegará el día venturoso en que veas a tus hijos, llevando en la mano la carta, fruto de su celo y sus luces, correr todos los ángulos de Asturias, indagar las varias clases de vivientes que los pueblan, los vegetales que los adornan, los minerales que los enriquecen, y observar y ordenar y describir cuántos dones derramó sobre ellos la Providencia. Tú los verás ilustrar la topografía, la geografía física y la historia natural de este precioso suelo, en que vieron la luz, en que recibieron la educación y a cuyo bien están consagrados estos estudios.»
Otro elocuente comentario del dualismo que informaban las enseñanzas del Instituto, se encuentra en la oración sobre «la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias». Decía:
«¿Por ventura es otro el oficio de la gramática, retórica y poética, y aun el de la dialéctica y la lógica, que el de expresar rectamente nuestras ideas? ¿Es otro su fin que la exacta enumeración de nuestros pensamientos por medio de palabras claras, colocadas en el orden y serie más convenientes al objeto y fin de nuestros discursos?».
Y añadía:
«¿qué vale la instrucción que no se consagra al provecho común? No, la patria no os apreciará nunca por lo que supiereis, sino por lo que hiciereis. ¿Y de qué servirá que
atesoréis muchas verdades, sino las sabéis comunicar? Ahora bien, para comunicar la verdad es menester persuadirla, y para persuadirla, hacerla amable. Es menester despojarla del oscuro científico aparato, tomar sus más puros y claros resultados, simplificarla, acomodarla a la comprensión general, e inspirarle aquella fuerza, aquella gracia que, fijando la imaginación, cautiva victoriosamente la atención de cuantos la oyen».
Y uniendo el ejemplo al consejo, para vigorizar aún más el ánimo de sus jóvenes oyentes, los exhortaba con estos conceptos, que por su ritmo y armonía se graban fácilmente en la memoria.
«¿Queréis ser grandes poetas? Observad, como Homero, a los hombres en los importantes trances de la vida pública y privada, o estudiad, como Eurípides, el corazón humano en el tumulto y fluctuación de las pasiones, o contemplad, como Teócrito y Virgilio, las deliciosas situaciones de la vida rústica. ¿Queréis ser oradores elocuentes, historiadores disertos, políticos insignes y profundos? Estudiad, indagad, como Hortensio y Tulio, como Salustio y Tácito, aquellas secretas relaciones, aquellos grandes y repentinos movimientos con que una mano invisible, encadenando los humanos sucesos, compone los destinos de los hombres, y fuerza y arrastra todas las vicisitudes políticas. Ved aquí las huellas que debéis seguir, ved aquí el gran modelo que debéis imitar. Nacidos en un clima dulce y templado, y en un suelo en que la naturaleza reunió a las escenas más augustas y sublimes,
las más bellas y graciosas; dotados de un genio firme y penetrante, y ayudados de una lengua llena de majestad y de armonía, si la cultivareis, si aprendiereis a emplearla dignamente, cantaréis como Píndaro, narraréis como Tucídides, persuadiréis como Sócrates, argüiréis como Platón y Aristóteles, y aun demostraréis con la victoriosa precisión de Euclides.»
Inagotable la ciencia del fundador del Instituto Asturiano, aún hallaba fácil medio de excederse a sí mismo al pronunciar la Oración sobre el estudio de las ciencias naturales. Ante su magnitud solo se indicará que lo mismo la primera sección, en que critica las diversas escuelas que acerca de la filosofía natural han existido desde el Oriente y la Grecia hasta Bacon y Buffon, que la segunda en que recorriendo los cielos y la tierra, presenta el magnífico inventario de los tres reinos de la naturaleza, el todo constituye y ofrece un panorama grandioso de saber y de erudición. Condición técnica, tanto más admirable cuanto que consagró su vida a las elucubraciones de la jurisprudencia.
A estos méritos científicos y literarios, reúne dicha oración otros de inapreciable valor, los que retratan sus sentimientos morales y creencias espiritualistas. De la sinceridad de estas convicciones, de la augusta longanimidad que le fortificó contra el dolor y la tribulación, deponen elocuentemente los variados y contrarios sucesos de su vida, que pronto han de sobrevenir y que no podían menos que pasar a la historia.
Ministerio de Gracia y Justicia
Su exaltación y su caída (1797 - 1798)
Siete años habían corrido en tan varias y útiles atenciones. Si no completamente satisfecho, vivía tranquilo en su retiro.
Pisando ya los umbrales de la vejez y atento a las severas lecciones de la Epístola moral sobre las esperanzas cortesanas, lo menos que deseaba era su vuelta a Madrid, cuando le sorprende un oficio, suscrito por el Príncipe de la Paz, el valido omnipotente de los reyes Carlos IV y María Luisa.
Mientras contestaba el oficio, informando sobre varios puntos de instrucción y economía pública, llegan sucesivamente a su noticia ¡mayores y más graves sorpresas!, el nombramiento para la embajada de Rusia, con carta de Godoy, dándole la enhorabuena, y el 13 de noviembre de 1797, el de ministro de Gracia y Justicia, a la vez que se nombraba al respetable don Francisco de Saavedra para el de Hacienda.
Grato es consignar, en honor del pueblo español, la profunda alegría y las risueñas esperanzas que su justa exaltación produjo en Asturias y en la nación entera: oíanse, de consuno, víctores y aplausos en manifestaciones populares, y en las universidades y academias, elevados cantos.
No podía faltar, entre estos, el de Quintana, amigo y admirador de Jovino, y cuya robusta lira se dejaba oír siempre en todos los grandes hechos de la patria.
«¡Bien haya veces mil aquel momento
En que a las manos del saber se entregan
Las riendas del poder! En él cifrada.
Su ventura ve el orbe; en ti, Jovino, La suya ve tu patria. Ella anhelante,
Ya en el horror del precipicio puesta, Auxilio implora y tu robusta mano
Que solo tú de sus profundos males
El abismo sondar, das a sus llagas
El poderoso bálsamo, y en rayos
De luz clara y vivífica pudieras
Inundarla por fin. ¡Oh!, presto sea, Presto se cumpla la esperanza mía;
La nube ahuyenta del error, con ella Huirán al punto las funestas plagas
Que nuestra dicha en su insolencia ahogaron.
Y a ti solo debida esta victoria,
Mi vista, ansiosa de tu honor, te vea Brillar al fin con tan inmensa gloria.»
En regocijo tan general, solo Jovellanos se sentía triste, desconfiado de sus fuerzas y sondando en su alta razón, como le decía el poeta, las llagas de la patria infeliz, nave sin piloto en tempestad deshecha, y uncida por el funesto tratado de San Ildefonso, en 1797, al carro revolucionario de la vecina Francia. El 15 de noviembre se desprende de su querido Gijón, bañado en lágrimas, llegando a los seis días al puerto de Guadarrama, donde le reciben los brazos amigos de Cabarrús, al cabo de siete años de cruel ausencia. Sabe en aquella tierna entrevista, con gran sorpresa y profundo dolor, lo que había sucedido.
Cabarrús le dijo:
«Que dueño de la confianza de Godoy, le pronosticó con claridad y firmeza su inevitable ruina, semejante a la de don Álvaro de Luna, si no buscaba prontamente dos sujetos de ciencia, probidad y reputación, que le dirigiesen y le ayudasen a restablecer el reino y su opinión, proponiéndole a Jovellanos y a Saavedra. Cómo la reina desechó al primero, de lo que resultó destinarle a Rusia para no verle, el modo con que Cabarrús insistió sobre su primera propuesta para ministro de Gracia y Justicia, volviendo a intimidar al príncipe con la amenaza de su indispensable caída; y cómo dispuso este que el rey lo nombrase a lo que hubo de condescender la reina, aunque contra su voluntad, por no descontentar a Manuel».
Motivos sobrados había en las confidencias amistosas del conde, para que don Gaspar no dejara de estremecerse hasta lo más íntimo de su alma: la prepotencia del valido contrastando con la debilidad del soberano, y el malquerer de la reina declarado por dos veces y que al fin se pliega a la voluntad de su favorito.
Jovellanos, en su confusión natural, determina volverse a Asturias; pero a la manera que, en Gijón, había cedido a las insistencias y consejos de su hermano, cede ahora a los de Cabarrús, asociado siempre, aunque con las mejores intenciones, a su mal destino. Y en su compañía se dirige a El Escorial, donde estaba la corte, ausente casi siempre de Madrid por gusto de los reyes, a consumar el sacrificio. Que no tardó este mucho tiempo, lo publicó en tristes ecos por todos los ámbitos de España el Real Decreto de exoneración, a 15 de agosto de 1798, o sea, a los nueve meses y siete días de su nombramiento. ¡Rápida y fugaz escena!
Fácil era de preverla en el teatro en que la acción se había desarrollado. El carácter y las virtudes de ambos magistrados no podían acomodarse en manera alguna con los demás actores, ni subsistir en el nuevo medio social, a que se les había traído, por una influencia espuria, en la atmósfera dañada de aquella corte liviana. Lo que mal principia, mal acaba.
Historia escandalosa y deplorable la que sigue, debía ser trazada, por el buril de Tácito describiendo la corte de Claudio, o por el de Macaulay pintando con un patriotismo indignado, la de los Estuardos, esclavos de la Francia, después de la restauración. ¡Algún desagravio necesitan siquiera en el orden moral, la virtud escarnecida y los amargos sufrimientos de los pueblos!
Empezó el favorito, a pesar de su altísima posición, o más seguramente a causa de ella juzgándola en su foro interno inmerecida y asentada sobre criminal y frágil base, a sentir las negras sugestiones de la baja envidia ante los múltiples y calurosos elogios que espontáneamente por doquiera a Jovellanos se rendían. Natural y justo castigo el torcedor íntimo, que desazona y hiere las medianías vulgares y ensoberbecidas, ante el mérito que se eleva por su propio valer.
Después, las resistencias que hubo de encontrar en el hombre que, en su soberbia, juzgaba su hechura y que no cedía a algunas de sus pretensiones, estimándolas injustas y violentas, como el despojar de su mitra, a cierto obispo de América, acrecentaron su encono. Finalmente, pasó al odio, que tal es el plano inclinado de la lógica en el desarrollo de las pasiones.
Además, aunque Jovellanos y Saavedra no se habían tratado antes, se unieron íntimamente y probos y leales expusieron a Carlos IV con razones enérgicas los males públicos y la necesidad de urgente remedio: el rey, pasando con facilidad de la admiración y espanto que le causaba lo que nunca había
oído, lo que para él era una revelación, a un entusiasmo inconsciente, corría el infeliz desalado a contar a la reina cuanto le decían, y esta sagaz y astuta, si bien aparentaba en su gran disimulo apoyarlo todo, lo sentía en su corazón, y comprendiendo la ruina de su favorito, lo informó del peligro inminente que le amenazaba. Y en daño de Jovellanos se unieron el odio antiguo de María Luisa y el reciente de Godoy, que había de ser largo, duradero, implacable.
Anunciáronse primero sus horribles estragos en las graves enfermedades que acometieron de súbito a los dos ministros, llegando Saavedra en San Ildefonso, hasta los umbrales del sepulcro. Se había empleado, cual sucedía en el siglo XVI, la cobarde ponzoña contra aquellos pacíficos magistrados, sobornando a uno de los domésticos de Jovellanos.
Después, cuando Saavedra, sin esperanzas de vida, no podía seguir en el Ministerio, acusan a Jovellanos de ateísta, hereje y enemigo declarado de la Inquisición, a consecuencia de un dictamen sobre la misma; y aunque el rey estaba bien informado, comienza a titubear con la acusación de sus enemigos, y aprovechándose estos de su pusilanimidad, le amedrentan de tal manera, que firma el decreto de exoneración, el 15 de agosto de 1798.
Nueva arma, si más lenta no menos mortífera, la esgrimada contra el insigne patricio, que intentaba salvar al mísero país de tanto oprobio. Entremos en detalles.
En diciembre de 1797, elevó al Ministerio el gobernador eclesiástico de Granada, una queja contra la Inquisición, porque sin contar con la autoridad legítima del diocesano, había dipuesto tabicar un antiguo confesonario en uno de los monasterios de la ciudad, y que el gobernador había
«Que se desaprobase, decía, la conducta de la Inquisición de Granada, declarando que no debió entrometerse a turbar la jurisdicción del arzobispo, […] que convendría pasar a otras manos la autoridad de prohibir libros; que se siguiesen las causas del Santo Oficio conforme al derecho común; que quedase expedita la soberana prerrogativa del recurso al rey, puesto que ni la Inquisición ni otro tribunal puede sustraerse a esta superior inspección; y que debería abolirse enteramente en la Inquisición la cruel e inhumana prueba del tormento, como un oprobio de la mansedumbre sacerdotal.»
Para resolver lo más acertado, el rey, que estimaba al venerable obispo de Osma, encarga a su ministro una exposición de lo que era el Santo Oficio, y Jovellanos, ardiendo en celo por el progreso de España lee a S. M. el célebre informe que tanto le honra.
Siendo su idea dominante la reintegración de los obispos en sus derechos perdidos y su jurisdicción usurpada, propone a S. M. el plan de diferentes decretos, para que eligiese el que se conformara más con sus piadosas intenciones. No llegan a entenderse, porque entonces trabajan activamente los sostenedores de la Inquisición y los enemigos de Jovellanos.
254 mandado abrir. Suplicaba, inclinara el ánimo del rey a que sostuviese lo mandado y protegiera la autoridad episcopal. Consultado, para mejor resolver, el reverendo obispo de Osma, don Antonio Tavira, a quien se remitieron todos los antecedentes, elevó, el 2 de marzo, un dictamen, digno de sus virtudes y sabiduría.
Entre estos se contaba a Godoy, pues, de acuerdo con don Gaspar y Saavedra, lo obligaron a renunciar a la Secretaría de Estado; y aún fue para que, viendo en él Jovellanos un enemigo del bien de su patria, como así era, más que un rival suyo vencido, opinó que a la separación siguiera el destierro y hasta un tratamiento más riguroso.
En su caída entraron también a la parte celos de la reina, y que habiéndose mezclado, por aquellos tiempos tan agitados en Francia, en las intrigas de los realistas para restaurar la monarquía, el Directorio francés, que deportaba a sus conciudadanos, acudió a Carlos IV, reclamando con vehemencia su separación del mando.
Entre las múltiples reflexiones que sugiere la caída de Jovellanos, solo se anotarán algunas.
Que tratándose solo de la jurisdicción entre los prelados y los inquisidores, asunto de antiguo muy debatido, según Llorente, se fulminaran acusaciones tan tremendas contra un magistrado de opiniones y prácticas conformes con los preceptos de la Iglesia. Aún más, después de su caída, fue delatado por la Inquisición de sospechoso de herejía.
¡Qué mucho que tal se hiciera con un seglar, cuando se delataban también prelados venerables, entre otros, el sabio D. Manuel Abbad y Lasierra, exinquisidor general, arzobispo de Selimbria, y su hermano, fray Agustín (Íñigo) Abbad y Lasierra, obispo de Barbastro, y distinguido historiador de Puerto Rico!
Toda la conducta de Jovellanos, en su efímero ministerio, revela como en su elogio escribía Moratín, que nunca hubiera debido conocer el palacio, porque si sabía cumplir con su deber hasta el sacrificio, no es menos cierto que, por su carácter y hábitos, no pertenecía a la raza de los políticos ambiciosos y enérgicos que, como el cardenal de Richelieu en la
corte de Luis XIII, ni se detienen en la elección de los medios, ni retroceden en su lucha empeñada con las protestas más altas. De todo lo que resulta que Jovellanos hubiera sido un gran ministro en los felices tiempos de Carlos III, aquel buen rey, que sin talentos extraordinarios, sabía escoger a los hombres, a quienes dispensaba su confianza, procediendo en todo con la calma y circunspección dignas de la majestad real y de sus augustas funciones.
Nuevo destierro a Asturias
Expediente secreto
Prisión y confina ción a la Cartuja de Valdemuza, en Mallorca (1798 - 1801)
Sucede siempre al hombre cuando cae de una posición más o menos alta lo que a los cuerpos en su descenso, que el movimiento es acelerado. A esta ley física y biológica se unió, a fin de precipitar la ruina de Jovellanos, sin contar las malas naturalezas que no pueden sufrir el mérito de los demás, los que le odiaban por sus ideas innovadoras, con las que sentían amenazados sus monopolios y exenciones.
La última entrevista con la real familia al despedirse de ella el 16 de agosto, día siguiente al de su ruidosa caída, arroja alguna luz sobre la misma. Mientras la reina se excusó espontáneamente de no haber tomado parte alguna en el suceso, Carlos IV le dijo: que quedaba satisfecho de su celo y buen comportamiento; pero que tenía muchos enemigos. Aunque poco perspicaz, el rey de suyo, en este caso vio más lejos que de costumbre…
En su calidad de consejero de Estado con sueldo, confinan de nuevo a don Gaspar a Asturias, bajo el pretexto de seguir en sus comisiones. Llega a Gijón el 27 de octubre de 1798, y empiezan sus sufrimientos más crueles.
A la falta de salud, consecuencia de la artera ponzoña de El Escorial, únese ahora la de su muy querido hermano, D. Francisco de Paula, muerto el 4 de agosto. Así, doliente y melancólico, consignaba al reanudar su diario, depósito sagrado de sus sentimientos más íntimos. «Escribo con anteojos. ¡Que tal se ha degradado mi visita en este intermedio! ¡Qué de cosas no han pasado en él! Pero serán omitidas o dichas separadamente.»
Y al pisar su casa. «Nada me ocupa de lo que dejo atrás; pero me llena de amargura la falta de mi hermano, que tanto contribuía a la felicidad y dulzura de mi vida, en tiempo más venturoso. Su sombra virtuosa se me representa en todas partes, y empezando a venerarle como el espíritu de un justo que descansa, casi no me atrevo a llorar sobre sus cenizas.»
Aunque consagrado al culto religioso de tan tiernos sentimientos, su ocupación diaria era velar por el Instituto, su obra predilecta, que iba a ser motivo de amargos sinsabores y pretexto para que los muchos enemigos, de que el rey le había hablado, consumaran, sin piedad alguna, el mayor de sus infortunios.
Retirados los arbitrios, se paralizaron las obras del edificio que levantaba. Aparece también la amenaza de muerte de la Institución a consecuencia del rumor calumnioso de que su enseñanza era corruptora de la juventud.
La historia se repite. Acusado, como lo había sido Sócrates, de corruptor de la juventud, sus enemigos se amparaban en la oscuridad del expediente secreto, arma pérfida en que la acusación es procaz y descarada, segura de la impunidad, e imposible la defensa de la víctima.
Conócense hoy en gran parte los secretos del expediente que se formó en el Ministerio de Gracia y Justicia. Si su lectura causa profunda repugnancia, hay que hacer del mismo rápido
extracto, con objeto de que sean mejor conocidos la época y sus principales actores.
Se inicia con una delación anónima e hipócrita, en que se acumulan injurias y calumnias contra su venerable persona, tales como estas.
«Que usurpaba el apellido de Jovellanos, pretendía los puestos de mayor distinción en las fiestas públicas, y se había hecho eregir un monumento costoso en Oviedo, con su escudo a la derecha y una inscripción laudatoria que redactó. Que leía los libros de la mala nueva doctrina y de la pésima filosofía, llegando a ser con su verbosidad el Corifeo de los novatos, enemigos de la religión y los tronos, como en Francia.»
Respecto del Instituto, manifestaba el anónimo que era «escuela de disolución, de vicios, de libertad e independencia». Pero lo que da a conocer mejor toda la impía saña del delator son las conclusiones a que llega.
«Parece que el mejor medio es separarle, sin que nadie lo pudiese penetrar, muy lejos de su tierra, privándole de toda comunicación y correspondencia; examinar en Asturias y principalmente en su patria la certeza de estos hechos por medio de hombres hábiles, justos e imparciales, y verificando todo, usar de la soberana autoridad y poder con la prudencia, humanidad y misericordia que acostumbran vuestras majestades; pero en una situación y estado que sea el escarmiento de él y de los infinitos libertinos que abrazan su perniciosa doctrina y máximas corrompidas.»
Conocida la delación, veamos sus consecuencias.
El 19 de noviembre de 1800, desde El Escorial, dio comisión el ministro de Gracia y Justicia, don José Antonio Caballero, al regente de la Audiencia de Oviedo, don Andrés Lasauca, para que, bajo su más estrecha responsabilidad, con su persona, y la mayor cautela y reserva, informase acerca de la conducta, sentimientos y opiniones de Jovellanos.
A fin de que aparezca como realmente era el personaje que acababa de nombrarse, hay que colocarlo en el foco de la luz que sobre él irradia el testimonio que, por dos veces, da D. Antonio Alcalá-Galiano, primero en su Historia de España (1845), y después en sus Memorias (1886). Es un retrato como los de Saint-Simon.
«[Caballero,][d]e talento, si no grande, tampoco corto, aunque mal empleado, y acreditado en pequeñeces y arterías; de instrucción indigesta y mala, de depravadísimo corazón, bajo, adulador, y a veces rebelde a aquel a quien lisonjeaba y servía [...]; perseguidor de la ilustración del siglo [prohibió toda clase de buena instrucción en las universidades y favoreció a la Inquisición, tomándola en parte como auxiliar para que hiciese causas de religión, las del Estado]; hombre, en suma, que en una corte de mala fama pasaba por el peor entre los malos, en ella tan comunes.»
En los últimos meses de 1800, elevó el regente de Oviedo tres informes al expresado ministro. De la enseñanza dice:
«que si bien hay personas timoratas que se lamentan de que no se instruye a los jóvenes en las máximas cristianas, no ha oído que se enseñe máxima alguna perniciosa: que aunque se ha sospechado que hay algunos libros prohibidos, no ha llegado a saber hubiese para esto más fundamento que el lance particular de un familiar del Santo Oficio, a quien se hizo salir inmediatamente: que si hay quienes tienen al Sr. Jovellanos en concepto de poco piadoso y de carácter sobrado dominante, a otros nada ha oído decir, que pueda parecer digno de especial censura: que trata poco con las gentes del pueblo, que vive sin fausto alguno y que entregado al estudio, reduce su diversión a algunos paseos y a procurar el ornato de la villa, no pudiendo disimular la extrema pasión a su patria y el ansia de engrandecer a Asturias por cuantos caminos le sean posibles: que no fue el autor de la inscripción laudatoria y que su escudo, en el monumento, está a la izquierda y no a la derecha».
Hablando de la dificultad de su comisión dice con buen acuerdo:
«Son muchas las personas que, como V. E. me previno, demuestran ser apasionadas del Sr. Jovellanos, y de quienes, por lo mismo, debo y procuro cautelarme, para que no lleguen a penetrar el fin a que se dirigen mis preguntas; y otras, por el contrario, opuestas y enemigas suyas por resentimientos particulares, sobre cuyos dichos y aserciones no se puede descansar con seguridad, por descubrirse que sus explicaciones son en mucha parte hijas de la emulación con que lo miran».
En resumen, por los informes aparece el Sr. regente Lasauca, un hombre de conciencia que anhela ser verídico, observando las reglas de la crítica; pero que se defiende y toma sus posiciones para no irritar al poderoso ministro Caballero, que debía serle bien conocido, y no comprometer su seguridad personal, su porvenir, que tales eran aquellos tiempos calamitosos para los hombres honrados. Y llena el ánimo de tristeza el ver, como se hacía descender a un magistrado, llamado a vivir en la augusta esfera de la justicia, a desempeñar las degradantes funciones de un espía... Que por tales caminos es que se corrompen las sociedades.
Para mayor ilustración se añadirá que, habiéndose disgustado Jovellanos con un familiar del Santo Oficio, a quien encontró leyendo en la biblioteca, así se lo manifestó; pero que después de oír sus excusas, se separaron sin otro disgusto. Sin embargo, escribió en su diario:
«¿Qué será esto? ¿Por ventura empieza alguna sorda persecución contra el Instituto? ¿De este nuevo instituto, consagrado a la ilustración y al bien público?
¿Y seremos tan desgraciados que nadie pueda asegurar semejantes instituciones contra semejantes ataques? ¡Y qué ataques! Dirigidos por la perfidia, dados en las tinieblas, sostenidos por la hipocresía y por la infidelidad a todos los sentimientos de la virtud y la humanidad. Pero ¡guárdense! [...] Yo sostendré mi causa […] Ella es santa... Nada hay ni en mi institución, ni en la biblioteca, ni en mis consejos, ni en mis designios, que no sea dirigido al único objeto de descubrir las verdades útiles. Yo rechazaré los ataques, sean los que fuesen, y si es preciso moriré en la brecha».
Cuando el cardenal Lorenzana negó a Jovellanos la licencia pedida para que se custodiasen en la biblioteca algunos libros prohibidos, que solo podrían leer los jefes y maestros, fundado el cardenal en que su lectura corrompió a jóvenes y maestros en Vergara, Ocaña y Ávila, Jovellanos se refugiaba en su diario y escribía.
«Pero ¿serían los libros de física y mineralogía para que pedíamos la licencia? Y ¿se hará sistema de perpetuar nuestra ignorancia? Este monumento de barbarie debe quedar unido al Diario [como lo está]. ¿Qué dirá de él la generación que nos aguarda, y que a pesar del despotismo y la ignorancia que la oprimen será más ilustrada, más libre y feliz que la presente? ¿Qué barreras podrán cerrar las avenidas de la luz y la ilustración?»
¡Hermosas expansiones que deben recordarse, porque nos dejan ver su alma tal como era!
Mientras que el expediente secreto seguía su curso, arrastrándose como un reptil por suelo infecto, aparecen por Asturias, a principios de 1801, algunos ejemplares traducidos del Contrato social (impresos en Londres) y en una de cuyas notas el traductor elogiaba al ilustre gijonés. Temeroso este de nueva maquinación se apresura a ponerlo en conocimiento del ministro de Estado, que le ordena procure recoger los ejemplares que pueda, y cuando manifiesta que no había logrado ninguno, le previene se abstenga de escribir en adelante a ningún ministro. Mandato imperativo precursor de la vecina tempestad, cuando en su noble vida iba a cumplir 58 años.
El ministro Caballero no tarda en disponer que le sorprenda en las altas horas de la noche en su casa, aprisione y para que aprenda la doctrina cristiana, ¡sarcasmo irritante!, se le confine a la Cartuja de Jesús Nazareno de Valdemuza, en la isla de Mallorca, distante tres leguas de Palma. Como se ve, todo de acuerdo con lo que se pedía en la infame delación anónima.
«El instrumento de esta crueldad, escribe AlcaláGaliano, fue el ministro Caballero, que se prestó a ella de muy buen grado, pero el motor principal fue el Príncipe de la Paz, por más que de ella se disculpe en sus memorias. Sin duda, debía él mirar como un ingrato a Jovellanos, pues no calculando los motivos, hijos del amor a su patria porque este había contribuido a separarle del ministerio, solo veía en él a un hombre, que, habiendo recibido favores, había en pago dándole pruebas de enemistad amarga. Pero aun así no justificaba cosa alguna que agravios privados se vengasen a costa de la justicia, y chocaba más que se hiciese en un hombre distinguido, y de las glorias principales de su patria.»
Que el mismo Jovellanos haga la historia de semejantes atentados, que nada puede igualar la elevada y sentida elocuencia de sus protestas y quejas, en la digna representación que elevó al trono tan pronto como le fue posible.
«Señor: Sorprendido en mi cama al rayar el día 13 de marzo último por el regente de la Audiencia de Asturias, que a nombre de V. M. se apoderó absolutamente de mi persona y de todos mis papeles; sacado de mi casa antes de amanecer al siguiente día, y
entre la escolta de soldados que la tenían cercada, conducido por medio de la capital y pueblos de aquel principado hasta la ciudad de León; detenido allí recluso en el convento de franciscanos descalzos por espacio de diez días sin trato ni comunicación alguna; llevado después entre otra escolta de caballería, y en los días más santos de nuestra religión, por las provincias de Castilla, Rioja, Navarra, Aragón y Cataluña hasta el puerto de Barcelona; entregado allí al capitán general, y de su orden nuevamente recluso en el Convento de Nuestra Señora de las Mercedes, y finalmente, como si quisiese dar en mí un nuevo ejemplo de rigor y de ignominia, o como si no fuese ya digno de pisar el continente español, embarcado en un correo, trasladado a Palma, presentado a su capitán general, y conducido al destierro y confinación de esta cartuja, he sufrido con resignación y silencio, por espacio de cuarenta días, todas las fatigas, vejaciones y humillaciones que pueden oprimir a un hombre de honor; he pasado el bochorno de aparecer como reo de Estado, en medio de mi nación, que me vio arrastrar con escándalo a más de doscientas leguas de mi domicilio y arrojar a esa otra parte de los mares; y por fin, estoy padeciendo en esta vergonzosa reclusión las más crueles humillaciones y privaciones, sin que hasta ahora se me haya notificado orden alguna, ni hecho saber cuál puede ser la causa de tan duro e ignominioso tratamiento.»
Con igual elevación, dignidad y firmeza continúa, hasta su término, este documento firmado en la Cartuja, a 24 de abril de 1801.
No presentada al rey la solicitud, por cobardía del personaje a quien la encargó, elevó otra el 8 de octubre, de la que se reproducirá alguna parte.
«Yo he sido tratado como un facineroso, y todavía pesa sobre mi opinión la infamia de este concepto. Mi fidelidad, mi religión, mi conducta, mi fama y buen nombre han sido de un vez, no ya atacados y puestos en duda, sino denigrados, envilecidos y escarnecidos a los ojos del público. Mi antigua opinión, antes íntegra y sin mancilla, ha perecido con mi existencia civil: ¿y a semejante opresión se añadirá la injusticia de cerrarme las puertas a la defensa y al desagravio? ¿Y se negará a un hombre de honor y de mérito lo que el derecho divino, natural y positivo, estos derechos, cuya protección confió a V. M. el Altísimo, conceden al más infeliz y depravado delincuente? Yo ignoro de dónde me puede venir tanto mal. Si alguna extraña equivocación, si alguna aparente sospecha, dieron ocasión a él, óigaseme, y yo las desvaneceré en un punto. Pero si algún indigno delator osó poner su infame boca sobre mi opinión y mi inocencia, para sorprender a los ministros de V. M., óigaseme también, y póngasele cara a cara conmigo, para que yo le convenza, le confunda y le exponga a toda la indignación de V. M., y al horror y execración del público.
Imploro, señor, la justicia de V. M., no solo para mí, sino para mi nación, porque no hay un hombre de bien en ella a quien no interese mi desagravio. La opresión de mi inocencia amenaza la suya, y el atropellamiento de mi libertad pone en
peligro y hace vacilante la de todos mis conciudadanos. V. M., señor, me debe esta justicia, se la debe a sí mismo, la debe a las tiernas e inalterables virtudes que abriga en su corazón, y la debe, en fin, a los dulces nombres de rey justo, bueno y piadoso, sobre que libran su confianza y consuelo todos sus vasallos. Cartuja de Jesús Nazareno, 8 de octubre de 1801. Señor. A L. R. P. de V. M. Gaspar de Jovellanos.»
Desde la Cartuja escribe Alcalá-Galiano:
«con noble entereza pidió justicia al rey, aun contra su mismo privado, si no nombrándole, señalándole a las claras, en dos representaciones bien sentidas y escritas, modelos admirados de elocuencia, cuando no sonaba otra voz, declarando en hermoso lenguaje, altos pensamientos que la del aquel hombre erguido cuando todos se postraban, y hablando alto mientras de puro temor todos estaban sumidos en profundo silencio. Mas dañó al Príncipe de la Paz aquella voz de un cautivo que dañan los más atroces libelos a otros hombres encumbrados. Bien pagó el valido este mal hecho suyo, pues habiéndose en él solo acreditado de perseguidor acerbo, perdió el concepto de que en general es merecedor de haber sido parco en perjudicar a sus contrarios, pues cotejada la suma de sus venganzas con la de su poder, más que por otra cosa debe ser tenido por de condición propensa, si no a olvidar, a no castigar con dureza las injurias a su persona».
Confinación a Mallorca
Cartuja de Valdemuza – Castillo de Bellver (1801 - 1808)
En el desenvolvimiento histórico de la civilización en su constante marca del oriente al ocaso, ha desempeñado siempre importantísimas funciones el mar Mediterráneo, debido, entre otras muchas causas, a su situación, en medio de dos continentes, a lo articulado de sus costas por el este y el norte, y a la muchedumbre de sus archipiélagos e islas, verdaderos puntos, según una expresión tradicional y gráfica, desde la de Chipre frente a los promontorios en que, a la falda del Líbano, fueron Sidón y Tiro en medio de los grandes imperios de Egipto, y desde las múltiples riberas del mar Egeo, vecinas del Helesponto hasta cerca del famoso estrecho, por donde el mar interior, después de haber unido tan hermosas comarcas, se pone en comunicación con el vasto Atlántico, a fin de llenar en la sucesión de los tiempos iguales y gloriosos destinos. Plus ultra.
A las ventajas propias de tantos archipiélagos, surgideros naturales y escalonados de descanso y orientación para los navegantes, mucho más cuando no había otra brújula que el polo refulgente, unían la fertilidad de sus tierras y la riqueza de sus producciones.
El más occidental de ellos, el de las Baleares, con 14,817 kilómetros cuadrados de superficie, ya por su situación geográfica entre los paralelos 38º y 40º y los meridianos 5º y 8º
al este del de Madrid, ya por la benignidad de su clima en la templada zona y la exuberancia de su suelo, respondió siempre a ambos importantes fines de navegación y tráfico mercantil, entre todas las razas y pueblos que, a través de los tiempos y mediante sus colonias, fueron sucediéndose en dominación e influencia.
Pero entre todas las islas de su archipiélago, conservó constantemente la primacía Mallorca, como lo indica su nombre, la que mide mayor extensión, 15 leguas de largo de N a S, por 8 de ancho.
De clima benigno: resguardada por las montañas de los vientos norte, solo en algunos días del invierno, baja el termómetro Réaumur a 6º sobre cero, y las brisas del Mediterráneo templan los ardores del verano. Las montañas cuyas cimas solo miden 1,163 y 1,403 metros sobre el mar, corriendo del NE al SO la dividen en dos grandes regiones, la una llana, y la otra, al norte y levante, montañosa, que se subdivide a su vez. Aunque propiamente no hay ríos, abundan las fuentes, de manera que es grande su fertilidad en todo género de producciones, de frutales delicados y de hermosos árboles como las gallardas palmeras y los almendros con sus alegres flores. Disfrutan merecida nombradía los hermosos valles de Deyá, Sóller y Pollensa.
Respecto del de Valdemuza escribe un cronista:
«Cruza al cabo el camino por estrecha garganta, baja al hondo valle que riegan mansas aguas de los montes circunvecinos, y allá en una altura parece la pintoresca villa de Valldemosa, sobre cuyas casas descuellan los cipreses de su cartuja. Señorean esta altura y forman agradable perspectiva preciosos grupos de gallardas palmeras, mientras en torno del sagrado edificio, que
data de 1396, y aun en sus mismas paredes se ven restos de fortificaciones de la Edad Media. Lo exterior y la iglesia antigua están, en verdad, conformes con el piadoso y recogido silencio que a los cartujos convenía».
En la primavera de 1801, llegó a este ameno y silencioso retiro don Gaspar de Jovellanos, por virtud de los inicuos sucesos anteriormente referidos. Mas al menos encuentra en él, el combatido ánimo del ilustre repúblico las dulces impresiones compañeras amigas de la apacibilidad del campo y de las bellas escenas de la naturaleza.
Por eso ha escrito el dulce Lamartine:
«Mais la nature est là qui t’invite et qui t’aime ; Plonge-toi dans son sein qu’elle t’ouvre toujours
Quand tout change pour toi, la nature est la même, Et le même soleil se lève sur tes jours».
¡Cuánto no recordaría el mísero prisionero de Valdemuza los tristes presentimientos que le asaltaron 22 años antes en los claustros del Paular! ¡Cómo recordaría estos versos de su «Epístola elegiaca a Anfriso»!
«¡Oh, monte impenetrable! ¡Oh, bosque umbrío!
¡Oh, valle deleitoso! ¡Oh, solitaria
Taciturna mansión! ¡Oh, quién del alto Y proceloso mar del mundo huyendo
A vuestra eterna calma, aquí seguro
Vivir pudiera siempre, y escondido!»
Pero más que en la íntima comunión de los encantos de la madre naturaleza, encontraba su espíritu solaz y consuelo,
que nada hay para el hombre esencialmente sociable como el hombre mismo, en la grata compañía de los monjes, que le acogieron y le trataban compasivos. O no llegaron hasta su apartado retiro los rumores que acerca de sus creencias religiosas inventaron sus enemigos para perderlo; o verdaderamente caritativos y más que nada en presencia de toda su conducta no les dieron el menor crédito.
A las pruebas de constante interés por su salud y su esparcimiento que recibía Jovellanos de los monjes, correspondió siempre con el aumento y orden de la biblioteca, con crecidas cantidades para la fábrica de la nueva iglesia y de un paseo con su calzada adornado de árboles que regaba con sus manos. Además, socorría a los jóvenes pobres en el estudio de la latinidad y a los vecinos de Valdemuza. Emprendió el estudio de la botánica, siguiendo las lecciones del religioso boticario del convento, que había conocido, en 1780, en el Paular.
Mas tan agradables distracciones no le apartaron de la justa defensa de su derecho, elevando al rey las dos elocuentes representaciones que, comentadas, ya conocemos. Secuestradas ambas, sacó de ellas una copia un sujeto desconocido, y que sin contar con Jovellanos pero llevado de buena intención, las hizo llegar a las inútiles manos de Carlos IV.
Y se agravó por todo extremo la situación del ilustre autor del Informe sobre la Ley Agraria. El 15 de mayo de 1802, le arrancó de aquella santa y tranquila reclusión, el sargento mayor de los dragones de Numancia, dejando a los venerables monjes y al agradecido pueblo en la mayor consternación, y le llevó con estrépito y tropa así como el 13 de marzo de 1801 se le había arrancado de su casa de Gijón al castillo de Bellver, situado en un alto cerro a media legua de la capital de Mallorca.
Hablen ahora los documentos oficiales, que así se verá en toda su desnudez el odio implacable de sus enemigos y sus crueles e inmerecidos sufrimientos.
«Guerra. El rey sabe que el Sr. D. Gaspar Melchor de Jovellanos ha hecho dos representaciones, sin embargo de estarle estrechamente prohibida toda comunicación, y el uso del papel, tinta, pluma y lápiz, como se previno a V. E. en 21 de abril último. Esto prueba evidentemente falta de cuidado, exactitud y vigilancia en el gobernador u oficial encargado de su custodia de dicho Sr. en el Castillo de Bellver, y abandono en el cumplimiento de las órdenes que le están comunicadas; por lo que S. M. hace a V. E. inmediatamente responsable de cualquier falta que en esta materia llegue a notarse en adelante, pues tiene las facultades necesarias para remover los sujetos encargados de la custodia del Sr. Jovellanos, que no le merezcan confianza, y remplazarlos con otros que sean de su mayor satisfacción. Lo digo a V. E. de real orden […] Barcelona, 7 de octubre de 1802. – Caballero. –Sr. capitán general de Mallorca.»
......................................................................................
«He leído al rey la carta de V. E. de 30 de octubre último, y el oficio que incluye y le pasó el gobernador interino del Castillo de Bellver, con fecha del mismo día, proponiendo a V. E. cinco dudas relativas al modo de permitir al Sr. D. Gaspar Melchor de Jovellanos el trato con su criado, en los casos que refiere, y demás que contienen. S. M. ha extrañado que se haya detenido V. E. en resolverlas, pues estando privada a
dicho Sr. toda comunicación, es claro que ni la del criado se halla exceptuada de aquella regla.»
......................................................................................
«Dios guarde a V. E. muchos años. Aranjuez, 2 de febrero de 1803. – Caballero – Sr. capitán general de Mallorca.»
Se cumplieron las bárbaras órdenes, y el resultado fue la pérdida de la preciosa salud del cautivo. Primero, padeció mucho de resultas de la inflamación de una parótida, de la dolorosa operación de abrirla y de una larga y molesta curación para cerrar la herida, consecuencias del calor, falta de ventilación de la pieza en que estaba encerrado y de la privación del ejercicio que acostumbraba. A estas dolencias siguió un principio de cataratas. ¡Cuánta crueldad!
Recetados por el médico los baños de mar, los concedió el ministro; pero no sin señalar el sitio en medio del paseo, expuesto a las miradas del público y con precauciones tan ignominiosas, que obligaron al pundonoroso caballero a renunciar a ellos, anteponiendo su dignidad a la conservación de la vista. Por fin, se le permitieron en otro sitio, aunque con las mismas precauciones, así como el confesarse, hacer testamento y escribir cartas abiertas a la familia, sobre asuntos de la misma, por conducto oficial.
Léanse los documentos.
«[Mayo de 1803.] Al señor D. Gaspar Melchor de Jovellanos le hará Vm. saber que, cuando le acomode puede confesarse, como y según antes lo acostumbraba, o bien más a menudo, si le pareciere; pero debe Vm. estar advertido de que, antes de entrar el confesor a oírle, se le deberá tomar la palabra, in verbo sacerdotis,
de no tratar más con dicho señor que de aquellos casos y negocios pura y precisamente de confesión.»
«[Junio 3 de 1804. En vista de la carta de V. E.] con motivo del estado de salud en que se halla el Sr. D. Gaspar Melchor de Jovellanos […] ha venido S. M. en permitirle tomar baños de mar en la forma que propuso V. E. […], a saber, acompañándole el gobernador del Castillo de Bellver, quien deberá responder a S. M. con su persona de su seguridad, y no debiendo tener comunicación ni correspondencia alguna; pero le permite S. M. que pueda testar, como solicita, y comunicar sobre esto con sus hermanos y apoderados por medio de cartas, que ha de dirigir abiertas a V. E., y después de sacar copia de ellas, y quedarse con estas V. E., me remitirá los originales, también abiertas, y con cubierta cerrada de V. E.; a quien lo participo de real orden para su inteligencia, la del interesado, y su cumplimiento.»
A la vista de los documentos precedentes, ha de convenirse que sobrada razón asistía al ilustre Jovellanos para escribir seis años después en una de sus más elocuentes memorias el infame ministro Caballero, sentencia confirmada por la posteridad.
Cuando bajo la enorme presión de tantas desgracias debía haber sucumbido, encontró su poderoso espíritu, como el de Sir Walter Raleigh y otros presos ilustres, solaz y contraste en el culto de las ciencias, las letras y las bellas artes. Gracias a un caritativo religioso, que le consolaba y traía algunos libros y manuscritos, tradujo al castellano una Geometría escrita en latín, en el siglo XIV, por Raimundo Lulio, gloria de Mallorca y objeto de su veneración, e hizo copias, con
todas las figuras geométricas, un discurso del siglo XVI, obra del célebre arquitecto Juan de Herrera, sobre la figura cúbica, añadiéndole una erudita ilustración.
Dirigió a la Sociedad Económica, de Mallorca, un tratado práctico de enseñanza con aplicación a las escuelas y colegios de niños. Al recorrer las páginas de esta sabia memoria, escritas en duro encierro; al encontrar de nuevo las mismas levantadas ideas del fundador del Instituto Asturiano imposible negarse a la compasión y dejar de admirar al gran ciudadano, que víctima inocente de las malas pasiones, todavía se desvelaba por la pública felicidad.
También al describir la magnífica Lonja, ornato de la ciudad de Palma, vuelve a exhibirse el espíritu público que lo animaba. La misma pluma que, en otros tiempos más felices, había ilustrado con profundo saber las grandes cuestiones relativas a la agricultura, al libre ejercicio de las artes, y a los espectáculos y diversiones públicas, desde una triste bóveda excitaba ahora a nuevos progresos al comercio balear, franqueando hacia el Occidente la ancha senda que había abierto el gran estadista don José de Gálvez, Marqués de la Sonora, con su Reglamento sobre el libre comercio de América. Jovellanos escribía:
«Con todo, la lonja de Palma existe, y espera el restablecimiento del comercio para recobrar su antigua dignidad. Abierto el nuevo mundo por la sabiduría de Carlos III a todas las provincias de España, las naves de Mallorca aguardan solo el momento en que la paz las deje volar libremente fuera del estrecho, en busca de la riqueza y de la gloria que en otro tiempo hallaban en su golfo. El consulado, mejorada su constitución por el mismo augusto soberano, prepara y anima el comercio
para tan noble intento. Traiga el cielo cuanto antes esta ansiada y venturosa época. Entonces la lonja, que conserva sin mengua su primera firmeza y hermosura, ennoblecido más y más su destino, llevará a la posteridad el nombre de Sagrera, y el de los ilustres ciudadanos que la levantaron».
Merece también especial recuerdo la descripción histórico-artística de Bellver, con su forma circular, sus torreones y su torre del homenaje, sus fosos y contrafosos, estacadas y puentes levadizos, habitaciones, patios y galerías interiores, así como sus contornos y pintorescos paisajes. No solo vuelve a lucir Jovellanos la erudición técnica de que dio elocuente testimonio, en el Elogio de las bellas artes, y en el de Ventura Rodríguez, sino que al evocar, a la vista de las antiguas habitaciones, cuando Bellver era palacio de los reyes, las escenas caballerescas que allí tuvieron lugar en celebridad del valor y del ingenio poético, resplandece la profunda calma y la tranquilidad de conciencia en que, superior la fortuna, vivía el prisionero.
Oigámosle si no.
«Es bien sabido que en la época de que hablamos, la judicatura del ingenio estaba reservada a las damas, como la del valor, y que la literatura de entonces se reducía casi a la poesía provenzal, especialmente en la corte de Aragón, en cuyo molde fue vaciada la de Mallorca. Esta poesía, que había nacido en Cataluña, y pasado de allí al país cuyo nombre tomó, era toda erótica, y toda consagrada al bello sexo, cuyos amores y celos, favores y desdenes, constancia y perfidias, daban materia a todos sus poemas. Y ¿quién ignora que las
leyes del ingenio se tenían entonces en los consistorios o cortes de amor, donde las damas presidían y juzgaban, ni que a esta diversión fueron sobremanera aficionados los soberanos que residieron aquí en 1394? ¿Será, pues, creíble que en un país do esta poesía era de tan antiguo cultivada, y en una temporada que se dio toda a fiestas y alegrías, no se hubiese celebrado un consistorio para poner a prueba los ingenios de Aragón y Mallorca? ¡Oh, y cuán brillante y discreta asamblea no presentarían bajo de estas bóvedas, el rey cercado de sus grandes y barones, la reina presidiendo en medio de las damas aragonesas y palmesanas, y los nobles trovadores de Aragón, Cataluña y Mallorca, recitando o cantando entre ellas a competencia sus terzones y serventesios, trovos y decires, para obtener de su mano la violeta de oro, premio del vencedor! Y aun acabado tan solemne acto, ¿qué sería oírlos cantar al son del arpa o del laúd sus lais y virolais, para deporte de las mismas damas, o bien hacerlos tañer y cantar por sus juglares y menestriles, mientras que las acompañaban en las danzas y zarabandas de sus saraos, esperando siempre de sus labios la recompensa de su ingenio? Y pensando en esto, ¿será posible no sentir alguna parte del entusiasmo que tales asambleas inspiraban?»
Aun más explícito testimonio de la profunda quietud, de que disfrutaba el poderoso espíritu de Jovellanos, nos dan los acordes de su lira. Como él decía:
«Tal vez alegre al olvidado plectro la mano alargará, y en dulce rapto, al son de las cadenas acordándole,
ensayará sobre sus cuerdas de oro liras a la amistad, himnos al cielo…».
En su epístola a Posidonio, se levanta a estos sublimes pensamientos cuando se declara libre en su prisión.
«¿Qué me puede robar, di, Posidonio?
¿La libertad? No, no, que no le es dado hasta el alma llegar donde se anida, y aherrojarla no puede. Ni esta pura emanación de la divina esencia, este sutil y celestial aliento que nos anima y nos eleva, puede ser cerrado entre muros, y con hierros encadenado, ni oprimido.»
Cuando teme que no se realice la dulce esperanza, concebida un instante, de obtener la libertad y pasear por las queridas montañas y valles de Asturias, en compañía de su amigo, se anima a sí propio y termina con estos acentos, dignos de Horacio.
«Empero, si tal bien del justo cielo los decretos me niegan; si más alta retribución a mi inocencia guardan, brame la envidia, y sobre mi desplome fiero el poder las bóvedas celestes; que el alto estruendo de la horrenda ruina escuchará impertérrita mi alma.»
Si son del romano Horacio los últimos acentos, la alta filosofía que en toda la epístola campea es la del griego, la del
divino Platón. ¡Cómo olvidar los modelos inmortales del Justo y del Injusto!
Ahora, separándonos brevemente de la estrecha y solitaria prisión de Jovellanos, y para volver a ella dentro de poco, traslademos a otro teatro más animado y dramático, el del mundo oficial y las relaciones diplomáticas, que así lo exige la realidad de los hechos que tuvieron lugar.
Para la más clara inteligencia de los mismos, atentos a su influjo en la vida y en los destinos de la nación y de Jovellanos, conviene anticipar que se derivaron inmediatamente de dos causas fundamentales.
La gran Revolución Francesa que destruyó el antiguo modo de ser, y conmovió, más allá de sus fronteras, los tronos y los pueblos. En medio del general trastorno, el hecho afortunado y glorioso para Francia, de sus espléndidos triunfos fuera y de la restauración del orden público en el interior, debido todo a los grandes capitanes y políticos con que contó siempre, salvo breves periodos, para encauzar las corrientes desbordadas y dirigir sus destinos, lo mismo bajo la Convención y el Directorio, que durante el Consulado y el Imperio.
De otra parte, y en pronunciado contraste, el que en medio de tan laboriosa crisis, la alta dirección de los públicos negocios en España estuvieran confiados a manos inhábiles, y sobre todo la situación lamentable de la corte, con los celos y divisiones entre los reyes padres, el Príncipe de Asturias y el prepotente valido, don Manuel Godoy. En resumen del lado allá del Pirineo la fuerza y el poder, y con ellos la soberbia y la ambición; del lado acá, la pobreza y la ruina.
Habiendo fracasado en sus relaciones diplomáticas con el Gobierno francés, los dos célebres antiguos ministros, Floridablanca y Aranda, lo que originó su caída y su desgracia,
se confía el poder con asombro general al joven Godoy, ascendido con rapidez vertiginosa de simple guardia de corps a las más altas dignidades, y que será en lo adelante el centro principal de toda la política española.
A poco, subiendo la revolucionaria en Francia, y con motivo del suplicio del desgraciado Luis XVI, por cuya vida intercedió el ministro noble e inútilmente de acuerdo con los sentimientos personales de Carlos IV y de todo el pueblo español, sobrevino la guerra declarada por la Convención, que siguió con alternada serie de triunfos y reveses, hasta 1795, año de la Paz de Basilea, que valió a Godoy el célebre título con que es conocido en la historia.
Va mucho más allá el nuevo príncipe en 1796, en que celebra el funesto Tratado de San Ildefonso, estrecha alianza con la república regicida, y al escándalo de tan monstruoso pacto para su monarquía, España siguió la guerra con Inglaterra, que costó el descalabro naval de San Vicente y la pérdida de la isla de la Trinidad, en las bocas del Orinoco.
A pesar de todos estos servicios, el Directorio exige con imperio y obtiene su caída, por mezclarse imprudentemente en las intrigas realistas de restauración borbónica. A ella contribuyeron influencias interiores de distinta índole.
Vuelto Godoy a la privanza en aquella corte desordenada, sube a su segundo ministerio, cuando para mayores complicaciones y desastres, el gobierno revolucionario de Francia había caído después del golpe de Estado de brumario, en las poderosas manos del joven Bonaparte, y que de primer cónsul, acababa de ser nombrado cónsul perpetuo, verdadero dictador.
Con su actividad asombrosa y los grandes prestigios que lo rodeaban, emplea en el desarrollo de una política pérfida todo genio de medios; primero, a la vez que envía y recibe
grandes presentes de los reyes y el valido lisonjea a este aparentando ver con gusto que se le nombre generalísimo de los ejércitos que invaden a Portugal, a fin de que rompa con Inglaterra; y más tarde escribe a Carlos IV, sin miramiento alguno, revelándole los secretos deshonrosos a su persona y su trono. El gran guerrero manchó siempre su nombre con semejantes indignidades para los que juzgaba débiles.
En 1803, se celebra el tratado que, bajo el nombre engañoso de neutralidad somete a España al completo vasallaje del francés, llegando hasta pagar un subsidio de seis millones anuales; y que motiva, por el atentado cometido por Inglaterra en el Cabo de Santa María, contra los fuertes españoles, que venían de América, una nueva guerra con aquella; y en enero de 1805, el Tratado de París, con Napoleón, exaltado ya al Imperio, que poniendo la escuadra a su servicio, condujo al desastre de Trafalgar. Y en medio del dolor de España, Godoy felicita y adula al que acababa de ceñirse los laureles de Austerlitz.
Cuando vencida, desmembrada y humillada la Prusia, en la persona de sus reyes, por la rota de Jena, llega Napoleón al apogeo de su fortuna y de su gloria, en 1807, con la paz de Tilsit, en que celebra alianza con Alejandro, emperador de Rusia; el Príncipe de Asturias, al igual que Godoy, se humilla también ante el vencedor del continente y le pide su protección paternal y el honor de que le concediera por esposa una princesa de su augusta familia.
Era que la situación de la corte no podía ser más lamentable, agitada por las contrarias y violentas pasiones del heredero del trono, del odiado favorito y de los reyes padres.
Así, por noviembre de 1807, sorprendieron dolorosamente a la nación los dos manifiestos, mal pensados y mal escritos, que debían de alcanzar tanta resonancia. En el
primero, denunciaba el rey desde El Escorial, la conspiración de su hijo, para quitarle el trono y la vida, horrible acusación a que no dio crédito alguno el pueblo, que, por el contrario, juzgaba inocente al príncipe y víctima de las tramas de su madre y del favorito; en el segundo manifiesto, perdonaba a su hijo, y lo volvía a su gracia. Cuida Carlos IV de escribir al poderoso emperador informándole de todo, como para obtener su apoyo y aprobación. Ciegos todos en la corte de España, caminaban al precipicio de debilidad en debilidad.
Porque ante tantas humillaciones, el ambicioso vencedor del continente empieza a poner en ejecución, con dolo y falsía, innecesarios e indignos de su poder, el proyecto de apoderarse del trono español, que se le venía a las manos, y como había hecho con otros. Con protestas de amistad sincera entran sus aguerridas legiones, al mando de sus famosos generales, y se apodera tranquilamente de las fortalezas y ciudades de la desgobernada Península. Primer acto, dígase así, del gran drama cuyo desenlace se acerca.
En presencia de tal lujo de fuerzas, Godoy que tan gran parte había tomado en el desenvolvimiento de los sucesos que habían hecho traspasar los Pirineos, desconfía el primero de los ambiciosos designios de Napoleón, a quien además debía conocer por la conducta desigual y artera, que siempre había observado con él; y para salvarse y salvar el trono, identificado con su fortuna, intenta patriótica y previsoramente el llevarse los reyes a Andalucía y América, como acababan de hacerlo los reyes de Portugal, amenazados de iguales peligros en aquel trastorno general que sufría Europa.
Pero tarde era ya para salvarse. Iba a sonar pronto la hora de la justa expiación para los principales actores españoles.
Aparece el pueblo que hasta allí no había tomado parte alguna en la marcha de los sucesos. El pueblo que no solo
odiaba profundamente al favorito, sino que veía, ignorante y engañado, en el vecino y poderoso emperador un amigo y protector del Príncipe de Asturias, objeto entonces de todo su amor y sus esperanzas, desconfiaba de los proyectos de Godoy, y para impedir el viaje, rompe su habitual sumisión y se amotina furiosamente, el 17 de marzo de 1808, en Aranjuez, residencia de la corte. Al instinto natural del pueblo se unieron las sugestiones y manejos de los partidarios del Príncipe de Asturias y enemigos del de la Paz.
Este, oculto más de 24 horas entre un lío de esteras en una buhardilla de su suntuoso palacio, después de horribles sufrimientos, entre ellos, la sed devoradora que le obliga a salir de su encierro, es visto y logra salvar la vida, a duras penas corriendo nuevos peligros, protegido por el príncipe Fernando, con fuerzas de guardias de corps, en cumplimiento de la orden de los desolados reyes padres. Salva la vida en aquel horrible tumulto popular el Príncipe de la Paz, pero es encerrado en un cuartel y sometido a un proceso.
Los sucesos se precipitan en Aranjuez y Madrid. Carlos IV, al ver que de hecho había dejado de ser rey ante la sedición triunfante que le desconoce, se intimida y abdica la corona, el 19 de marzo, en su hijo Fernando.
Entretanto continúa el movimiento de avance de las águilas imperiales. El 23 de marzo entran en Madrid, al mando del Príncipe Murat, cuñado de Napoleón, y al día siguiente, el nuevo rey Fernando VII es recibido en su corte, con el mayor entusiasmo y la más loca alegría por todo el pueblo.
Por su parte, los reyes destronados escriben de manera bochornosa a Murat, dueño de Madrid, desacreditando al hijo e intercediendo por la vida y la libertad del mísero Godoy. Como si esto no bastase, Carlos IV y Fernando VII lo hacen directamente y por separado a Napoleón, declarando el primero
que su abdicación había sido forzada, demandándole auxilio el uno contra el otro, y ofreciendo ambos su amistad en términos sumisos e indignos al grande hombre, su íntimo aliado, hermano y amigo. Finalmente, en medio del vértigo que les dominaba en sus discusiones domésticas, abandona toda la real familia a Madrid, y va anhelosa, de etapa en etapa, a Bayona en busca de la protección solicitada, y donde en presencia de Napoleón se consuma su ruina y su ignominia.
Tras tantas miserias que irritan el ánimo, llega por fortuna el 2 de mayo, y con él comienza, en buena hora, la protesta heroica, la reacción necesaria, justa y gloriosa para los altos intereses, el buen nombre y el porvenir de España.
Mientras bosquejamos más adelante tan hermoso asunto, volvamos ahora la vista a Jovellanos, a quien dejamos en su silencioso retiro de Bellver, asistido siempre de su gran espíritu, y a quien devolvió la dulce libertad, cuando menos la esperaba, el motín de Aranjuez, del 17 de marzo de 1808, que acabó para siempre y en hora feliz con el vergonzoso y humillante poderío de D. Manuel Godoy, su principal enemigo, desde que en 1798 cooperó, animado de sincero patriotismo, a su caída del ministerio.
El 5 de abril se le notificó la siguiente real orden.
«Excelentísimo señor: El rey, nuestro señor, don Fernando VII, se ha servido alzar a V. E. el arresto que sufre en ese Castillo de Bellver, y S. M. permite a V. E. que pueda venir a la corte. Lo que de real orden comunico a V. E. para su inteligencia y satisfacción. Dios guarde a V. E. muchos años. Aranjuez, 22 de marzo de 1808. El Marqués de Caballero. Señor don Gaspar Melchor de Jovellanos.»
Firmaba la orden de su libertad el mismo Caballero, que siete años antes había dado la de su prisión. Lejos de caer con Godoy, quedó por algún tiempo de ministro, mediante, según Alcalá-Galiano, a los servicios prestados vendiendo a sus antiguos amigos, y que había agradecido el público, aplaudiéndole de un modo singular y digno de tal personaje, con este grito: «¡Viva el pícaro de Caballero!».
Al recobrar Jovellanos su libertad, fue, como siempre, digno. Oigamos su propia enérgica narración.
«El 5 de abril llegó al capitán general y a mí la real orden en que nuestro amado Fernando VII quebrantaba mis cadenas; pero en cuyas menguadas frases, su infame ministro, el Marqués Caballero, había cuidado de esconder lo más precioso de la justa y piadosa voluntad del soberano. Decíaseme solamente que S. M. mandaba que se me diese libertad, y me permitía ir a Madrid. De forma que mientras el público celebraba el mío, entre tantos otros triunfos de la inocencia, yo solo le miraba como una nueva injuria hecha a mi justicia; porque no me interesaba tanto el logro de la libertad, como el desagravio y restauración del honor.»
Fiel a este propósito, el 6 deja el castillo y va a esconderse a la Cartuja de Valdemuza, donde pasa los oficios de la Semana Santa, en la amable compañía de aquellos piadosos anacoretas cuyas bondades recordó siempre agradecido. El 18 de abril dirige desde aquellos claustros, una representación al soberano, exponiendo a su piadosa consideración, que no era tanto su real clemencia son su palabras cuanto su suprema justicia la que tenía derecho a esperar, suplicándole se dignase
concederle un juicio, que pidiese servir a la reparación de su honor y buen nombre con tantos ultrajes ofendido.
Por fin, después de haber visitado los campos y pueblos de la pintoresca isla, y despedirse con muestras recíprocas de ternura de sus buenos amigos de Palma y otros centros, se embarca el 19 de mayo, cuando contaba 64 años de edad, arribando al día siguiente al puerto de Barcelona.
Nuevos y contrarios destinos le esperan en la agitada y convulsa Península, defendiendo con las armas su independencia y su libertad. Allá le seguiremos pronto en aquel gran teatro, tan digno de su elevado espíritu y de su ardiente patriotismo.
Entretanto, pasado el tiempo de las borrascas, cuando tranquilamente se piensa en los amargos sufrimientos que le aquejaron desde que fue arrancado con saña impía de su pacífico hogar y durante sus siete años de destierro, principalmente en el calabozo de Bellver, la historia, si ha de cumplir su alto ministerio, tiene que ser muy severa para los que un día y otro, con mortal perseverancia, procedieron con tanta injusticia como crueldad.
Y pesa sobre los mismos criminales otra gravísima responsabilidad de lesa patria. Secuestrar a un varón tan insigne, como D. Gaspar Melchor de Jovellanos, de todo trato social, y privarle bárbaramente de toda comunicación con los libros, es haber privado a España y a la humanidad de los magníficos frutos que, en las ciencias históricas, filosóficas y jurídicas y en el ameno campo de las letras, tenía derecho a esperar de su preclara inteligencia, cuando sus grandes facultades habían llegado a su madurez y prometían ser más fecundas.
VIII (1808 - 1811)
En la primavera de 1808, al volver D. Gaspar Melchor de Jovellanos al suelo peninsular, profundísimas eran las transformaciones realizadas en las personas y las cosas. Diríase que desde 1801, en que le confinaron a Mallorca, habían pasado no siete años, sino muchos siglos. En todo encontraba y veía otra España, esencialmente distinta a la que había dejado.
Sus reyes dinásticos ya no existían: trasladada a Mallorca la real familia por el torrente de los sucesos y propio anhelo, después de varias escenas entre sus principales miembros, unas violentas y bochornosas que las del Escorial y Aranjuez, la Corona de España había pasado rápida y sucesivamente en tierra extranjera, a manera de feria y como cosa baladí, de mano en mano: de Fernando a su padre Carlos IV, de este a Napoleón, que la traspasó enseguida a su hermano José Bonaparte.
La renuncia de Fernando la autorizó su maestro y consejero, el canónigo Escoiquiz, y la del Rey padre el tristemente célebre D. Manuel Godoy, que libertado por Murat de 377
377 Así termina la obra.
DATOS DEL AUTOR
Hijo del ingeniero don Juan Gilberto Solivan y Lupiáñez y de doña Sarah Margarita de Acosta y Grubb, y nieto por línea paterna de don Gil Ramón Solivan y Ortiz y doña María del Carmen Lupiáñez y López de Victoria, y por línea materna del doctor don Jaime Alberto de Acosta Velarde y de doña Mildred Margaretta Grubb y Ludwig, Jaime Alberto Solivan de Acosta nació en San Juan de Puerto Rico el 3 de septiembre de 1958. En 1983, obtuvo una maestría en Lengua y Literatura Francesas en la Universidad de Boston, y, en 1990, se diplomó en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria, en Madrid, por el Instituto Salazar y Castro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En 2002, obtuvo una maestría en Traducción en la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras, y, en 2011, una posmaestría en Traducción con especialidad en Ciencias y Tecnologías de la Información en la Universidad de Puerto Rico. En junio de 2014, se doctoró en Lingüística Hispánica por la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras. Ha recibido varios premios, entre ellos, el Premio
Samuel R. Quiñones, por su versión al español del Traité complet de la science du blason (Tratado completo de la ciencia del blasón), escrito por Jouffroy d’Eschavannes, conferido por la Academia Puertorriqueña de la Lengua, en 2002; el Premio Nacional de Estudios Genealógicos 2006, por su «extensa obra
genealógica de las familias antiguas de Puerto Rico» 378
Además, pertenece a la Academia Asturiana de Heráldica y Genealogía, al Colegio Heráldico de España y de las Indias, al Instituto Aragonés de Investigaciones Historiográficas, al Instituto Canario de Estudios Históricos «Rey Fernando Guanarteme», al Instituto Venezolano de Cultura Hispánica y al Instituto Venezolano de Genealogía. Es, también, caballero del Cuerpo de la Nobleza del Principado de Asturias y caballero gran oficial de la Orden del Águila de Georgia y la Túnica Inconsútil de Nuestro Señor Jesucristo. , otorgado por la Federación Española de Genealogía y Heráldica y Ciencias Históricas, en 2007; y el Accésit del V Premio Dragón de Aragón de la Cátedra de Emblemática «Barón de Valdeolivos», por su trabajo titulado Libro doce parroquial de bautismos de blancos de la Catedral de San Juan de Puerto Rico (1824-1827), discernido por la Institución «Fernando el Católico», en 2010.
Entre sus obras figuran: La formación de los adjetivos deonomásticos de persona o antroponicios (Diccionario de antroponicios) (2014), Armorial General de Francia (traducción) (2013), Bibliografía acostiana (2012), Libro doce parroquial de bautismos de blancos de la Catedral de San Juan de Puerto Rico (1824-1827) (2011), Diccionario etimológico de términos relacionados con la ciencia del blasón (2010), Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo (Tomo IV) (2009), Diccionario bilingüe de términos heráldicos y afines (francés-español / español-francés) (2008), Algunos datos sobre la familia Villanova de la ciudad de Huesca (2007), Diccionario onomástico, etimológico, heráldico y genealógico puertorriqueño (2006), Tratado completo de la ciencia
378 Manuel M[aría] Rodríguez de Maribona, «Entrega de los Premios Nacionales 2006», Cuadernos de Ayala, 33 (enero-marzo de 2008), pág. 3.
del blasón (traducción) (2003), Próceres sanjuaneros y su justificación nobiliaria (2000), Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo (Tomo III) (1999), Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo (Tomo II) (1997), Don Pedro Velarde y su descendencia aragonés-puertorriqueña (1996), Escritos de don José Julián de Acosta y Calbo (1995), El general oscense don Felipe Perena y su descendencia en Puerto Rico (1993), La familia Quintero de Venezuela y su descendencia en Puerto Rico (1992), «Don José Julián de Acosta y Calbo: En el centenario de su muerte» (Revista Asomante, número 1, 1991), Ensayos heráldicos (1990), Artículos de don Eduardo de Acosta y Quintero (1990) y Cinco familias linajudas en Puerto Rico (1988).
Acabose de imprimir el 11 de julio de 2016 festividad de San Benito en los talleres de Bibliográficas
Avenida Muñoz Rivera 399 San Juan, Puerto Rico