IATR: 2015 CENSURADO Y OTRAS PIEZAS BREVES de ROBERTO RAMOS=PEREA

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y otras piezas breves

CENSURADO

ROBERTO RAMOS-PEREA

CENSURADO

y otras piezas breves

Teatro en un acto

Los textos de CENSURADO y otras piezas breves: Teatro en un acto, escritos por Roberto Ramos-Perea incluidos en este libro, están completamente protegidos bajo la Ley de Derechos de Autor, en Puerto Rico, Estados Unidos y países con relaciones recíprocas. Queda totalmente prohibida su reproducción por medios mecánicos, electrónicos, cibernéticos y/ o fotográficos. Los derechos de reproducción, representación profesional, aficionada, estudiantil o universitaria, cine, radio, televisión, vídeo privado, lectura pública, citas más allá de extensión razonable, así como adaptación y traducción a idiomas foráneos, son de absoluta propiedad de su autor y/o su sucesores directos o depositarios autorizados y están sujetos a regalías. Para información o petición de derechos debe dirigir correspondencia a Roberto Ramos-Perea. Correo electrónico: ramosperea@gmail.com, o a Santa María 6, Urb. Alemañy, Mayagüez, PR 00680.

Ramos-Perea Roberto; CENSURADO y otras piezas breves: Teatro en un acto. San Juan de Puerto Rico: Ediciones EDP, 2015. 220 p.

© Roberto Ramos-Perea 2015

Derechos Reservados conforme a la Ley

© Derechos de la Primera Edición concedidos a Editorial EDP University, 2015.

Portada: Guillaume Seignac. (Francia 1870-1924) Joven desnuda sobre un sofá. Oleo de 1897.

ISBN: 978-1-942352-17-4

EDP University, Inc.

Ave. Ponce de León 560

Hato Rey P.R. PO Box 192303 San Juan, P.R. 00919-2303 www.edpuniversity.edu

Teatro en un Acto …

Las Piezas Breves, o el Teatro en un Acto que inicio con Censurado (El lado oscuro de las arañas y Ese punto de vista), son hijas de la urgencia y de cierta indignación que busca expresarse y dar expresión a otras voces, que por la infamia social, aún padecemos.

El Teatro en un Acto se escribe para ser representado en emergencia. Es decir, que para estas piezas escénicas nada es más necesario que un par de sillas, una mesa, un camastro viejo y un poco de utilería. Pero lo que sí se les hace urgente, es el visceral atributo de su verdad.

Censurado tuvo muchos detractores de su verdad, así como las otras que aquí se publican. Pero “la verdad” de la que nadie es poseedor, tiene traducciones valientes propias de su natural expresión. La injusticia crasa, la utilización de los inocentes, el abuso político, la autodestrucción, la rebelión sofocada y la inquina, así como el eterno mal demencial que disocia “la verdad” y la hace una y falsa, revierten necesariamente a la esencia del teatro que es el conflicto y la decepción.

Busco, como dramaturgo, el sueño roto. Y lo encuentro en mis pesadillas y en mi decepción del hombre y en su moribunda esperanza. Agónica siempre me parece su pequeña esperanza de prevalecer –como sea- sobre la voluntad de otro hombre. Patético el sempiterno deseo de querer que los demás cambien a costa de nuestras ideas, o de que esa ideología que nos forma sea capaz de matar para demostrar que es la correcta, aún por encima de la razón, el criterio y el sentido común. Y encima justificarse en toda su maldad.

El Teatro en un Acto es una chispa de esas eternas interrogantes. El dramaturgo no puede hacer otra cosa que hacerse preguntas sobre sí mismo y su entorno y es obvio que no puede contestarlas, como cuando se quema un cañaveral que se quema por indignación, sin saber que ese fuego dejará sin trabajo a mucha gente, o que ese torbellino irredento no se detendrá con solo desearlo. Que hay disparos que no regresan de su herida.

A la invitación de la publicación de este volumen acudo con piezas concebidas desde los años 80, hasta las más contemporáneas.

Algunas de ellas son hijas de grandes pesadillas personales, otras escritas para que otros tuvieran esas pesadillas. Hay incluidos tres o cuatro ejercicios de actuación para los estudiantes del Conservatorio de Arte

Dramático del Ateneo, algunos de tonos cómicos, pero con la clara intención de que el actor dimensione en la psicología de sus personajes.

Otras piezas, las más queridas, llevan de mí lo más valioso, que como ya dije, es una honda decepción.

Que sirvan a estudiantes y actores, para que puedan vislumbrar un destello del terrible mundo que me toca vivir, que es, en última instancia, igual al suyo.

Adelante pues, pero en un acto.

Roberto Ramos-Perea 2015

CENSURADO:

EL LADO OSCURO DE LAS ARAÑAS (1985)

Sobre todo sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.

Ernesto "Ché" Guevara

Yo sostengo que la verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarnos a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta. En el momento en que siguen a alguien, dejan de seguir la verdad.

Censurado, (Suite Dramática compuesta por El lado oscuro de las arañas y Ese punto de vista), fue estrenada el 6 de noviembre de l987 en la Primera Muestra de Teatro Puertorriqueño Contemporáneo en el Centro de Bellas Artes. Dirigida por el autor. Actuada por Marian Pabón, Ángel Amaro, Miguel Ángel Lugo y Glenn Zayas.

El lado oscuro de las arañas fue repuesta en el Teatro de Arecibo, por el Grupo Guanín en dirección de David Muñoz. Octubre l988.

El lado oscuro de las arañas fue repuesta en el Teatro Presidente Alvear del Complejo Teatral Santos Discépolo de Buenos Aires, Argentina, en el Festival Voces con la Misma Sangre por la compañía teatral de ese centro bajo la dirección de Carlos Thiel en una producción de Juan Carlos Cernadas La Madrid con las actuaciones de Isabel Spagnuolo, Gabriel Robito y Omar Tiberti, el 9 de Octubre de 1992.

Ese punto de vista y El lado oscuro de las arañas fueron repuestas además en el Teatro del Ateneo Puertorriqueño el 9 de junio de 1995 por el Taller de Teatro Los Cuatro, bajo la dirección del Autor. Actuaron Rosabel del Valle, Jorge Dieppa, José Brocco y Modesto Lacen.

El lado oscuro de las arañas fue repuesta por la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Arecibo, por el Grupo Guanín en dirección de David Muñoz. 2003.

Censurado: El lado oscuro de las arañas fue llevada al cine en un largometraje dirigido por Eduardo Rosado, en guión de Ramos-Perea, para la compañía cinematográfica Cinemovida con las actuaciones de Jessyka Rodríguez, Rey Pascual y Ricardo Magriñá. 2014.

Una nota breve…

Estuve mucho tiempo pensando en aquella foto que publicó el periódico El Mundo en su primera plana hace ya algún tiempo. Era el rostro de Jessica, una indefensa jovencita, con cierto grado de retardación mental, que había tomado parte como testigo en un sonado caso de tráfico de drogas y corrupción policial. Aquel rostro, inefablemente inocente, me estrujó su mirada larga como su esperanza y llena del posible sueño de vivir bien y feliz. Jessica se me convirtió en una pequeña obsesión. Pero tampoco quería entrar así de buenas a primeras, en el sórdido mundo de la droga. Jessica no lo merecía.

Fue en los años de la huelga de la Universidad de Puerto Rico, en 1980, cuando esta obra me tomó por asalto la conciencia (así suelen hacer), y me cautivó desprevenido. Sería la ambigüedad de la lucha por el poder, el deseo inmenso y horrendo de los hombres -de los hombres políticos- de dominarse unos a otros. Jessica me parecía tan inocente a todo. Tan inocente a toda nuestra bajeza. Tan víctima, que inevitablemente yo también me sentí culpable. Culpable como los que de uno u otro lado hacen cualquier cosa por mantenerse arriba, por seguir mandando o aspirar a mandar.

No quise hacer una obra que honrara su nombre., no quise que la gente la recordara por ser ella, de hecho; la obra no trata de Jessica y nunca lo pretendió. Pero sí, desde el principio, quise traer a la memoria de sus espectadores, "todos" los que han sido como Jessica. Los

que han sido servidores obligados de la bajeza de los demás, los que han sido verdaderos esclavos de la ideología, de las mañas utilizadas para viles propósitos, de los que compran una sonrisa con ideales secos e inhumanos como aquellos que, día a día, se enarbolan en las tribunas de esta Latinoamérica nuestra... Jessica no tiene discursos que la defiendan... éste no pretende ser ni el primero ni el único.

Pero a Jessica, o los que han padecido como ella, tampoco la defiende nuestro silencio. Esta obra me fue censurada varias veces, una de ellas por una institución y muchas otras veces por amigos de mi propia ideología que pretendían culparme por hacerle daño a mis propios ideales. Pero el teatro no puede ser arma para ideales, sino filosa espada de preguntas... y nadie puede quitarme el derecho de cuestionar incluso mis propias ideas políticas en nombre de la firmeza de una causa.

Las causas son firmes cuando precisamente pueden evitar toda mancha de duda, toda mancha de manipulación, toda mancha de mentira o toda mancha de absoluta verdad.

Y entonces me pregunto si todos no tenemos un poquito de Jessica, un poco de esa ingenuidad que pregunta inocente: "¿Cuál es la verdad? ¿Por qué todo el mundo juega con la verdad como si fuera una mentira?” y si esa ingenuidad no está dispuesta a venderse, a entregarse porque una vez se prometió la felicidad eterna o, peor aún, la libertad...

Finalmente, una bala ciega a Jessica en un paraje apartado del mundo, tirada en un pastizal después de ofrecer el servicio... y su cuerpo quedó en espera del bocinazo con el que se abre la puerta de la dicha... y pensé... "Dios bendito..., ¿no terminaremos todos así?”

Roberto Ramos-Perea Septiembre de 1987

EL LADO OSCURO DE LAS ARAÑAS, primera parte del dueto titulado CENSURADO. La otra pieza del dueto estrenada junto a EL LADO OSCURO DE LAS ARAÑAS se titula ESE PUNTO DE VISTA.

CENSURADO:

EL LADO OSCURO DE LAS ARAÑAS

Pieza latinoamericana en cinco escenas

PERSONAJES: ELENA NICO

GAMUNDI

ÉPOCA.- HOY

LUGAR: LATINOAMÉRICA EN GUERRA

DECORADO: La escena estará dividida en dos áreas escénicas. La primera, a la derecha del actor, el cuarto de NICO. Allí, un catre de lona con sábanas sucias. Una mesa con silla. Sobre la mesa, periódicos y envases de comida vieja. Un pote con dos arañas. Una ventana con marco lo suficientemente ancho para sentarse en él.

A la izquierda, el cuarto de GAMUNDI. Un matre pequeño tirado en el suelo. Sábanas sucias y almohada. Mesa pequeña sobre la que hay latas y comida vieja. Una silla. Colgado en alguna parte, un afiche del «Ché» Guevara.

ACTO ÚNICO

ESCENA PRIMERA

En la oscuridad, se escucha el comienzo de la canción West End Girls del grupo de rock inglés “Pet Shop Boys”. El rítmico golpetazo de ese rock meloso entra en su calor cuando ELENA enciende un cigarrillo en la oscuridad. La luz del encendedor le ilumina la cara, al mismo tiempo una mortecina luz azul ilumina muy suavemente el escenario, demasiado suavemente como para no ver bien del todo.

Pero sí vemos el esbelto cuerpo de ELENA bailando lenta, lánguida, perezosamente, -pero muy sensual- al ritmo de la música que ya se escucha en todo su poder.

Dispara una bocanada de humo y continúa bailando. Su pesado y despacioso baile recuerda el aburrido movimiento cadencioso de las mujeres que bailan desnudas en los bares de los puertos.

Se dispara súbitamente la luz de magnesio de una cámara fotográfica. ELENA ríe al ser fotografiada; es una risita triste, pero simpática, llena de cierto dejo de amargura contenida que de pronto destapó una dicha fugaz. Quien la retrata es GAMUNDI, silueta de hombre alto joven y fuerte, torso desnudo y barba descuidada. Pero de ellos sólo vemos las sombras azuladas, uno mirando a la otra que persiste en su baile.

ELENA, bailando, le tiende la mano a él, que la toma despreocupado. ELENA, sin perder su ritmo, se enrosca en los brazos de GAMUNDI quedando abrazada a él y sus rostros muy pegados. ELENA dispara una bocanada de humo en el rostro de GAMUNDI, y suelta su risita dichosa otra vez. GAMUNDI la abraza y la besa en el cuello. ELENA ríe otra vez y se suelta escurridiza de

sus brazos. GAMUNDI se separa un poco de ella y saca del bolsillo de su mahón unos billetes enrollados y se los da a ELENA. Ella se acerca, sin perder su son y toma los billetes aprisionándolos en los puños. Luego sube por la pequeña escalera y desde el último escalón lo mira. Él se voltea y lentamente vuelve a tomarle una foto. ELENA posa, graciosa, para esa última foto y luego le da la espalda. GAMUNDI toma en las manos la pequeña grabadora de donde sale la música y le baja su volumen hasta el silencio. La luz azulosa se desvanece y se ilumina sobriamente la Plataforma que divide la escena. Sobre ella, ELENA se guarda algunos de los billetes en su ropa interior. Luego se dispone a bajar por el otro lado de la plataforma. La segunda área escénica se ilumina difusa.

ELENA entra a la habitación con confianza, pero tan rápido como tomaría no pensarlo, una pistola inmensa se acomoda en su nuca.

Asustada levanta sus manos y cierra sus ojos con fuerza como pidiendo por su vida.

ELENA: ¡SOY Yo! ¡No dispares! (La pistola en la nuca la empuja hacia el interior de la habitación y se enciende una mortecina luz amarilla. Ahora los vemos bien a los dos. ELENA es joven, de unos 22 años. Es rubia, un rubio deslucido con razas de tintes de otros colores. Es alta, pero la esbeltez de su cuerpo se confunde entre la sensualidad de sus movimientos y el caminar torpe e inocente de una niña de diez años. ELENA sufre una retardación mental leve, que la ataca en ocasiones severa e inmisericorde. Su recurrente normalidad la salpica su estupidez iluminada de inocencia. En su rostro se notan las huellas de una vida sola y amarga, al tiempo en que su trabajo en la prostitución le han dejado marcas imborrables en su cuerpo. La imagen que más afecta de ella, es la de la niña abandonada a

su suerte. Viste mahones muy apretados y deslucidos, quizá rotos, que permiten ver las aún atractivas formas de sus piernas. Sus pequeñitos pechos los esconde una blusa ajada y sucia y sus temblorosas manos están aprisionadas por algunas pulseras de fantasía. NICO, por su parte, es un hombre mayor, grueso. De amplio bigote y mirada seca. Lleva unas gafas oscuras que se quitará y pondrá con frecuencia, como si fuera una manía. Viste mahones apretados también; camisa a lo vaquero y el pelo encrespado y corto. De andar pesado y maneras toscas, NICO no es del todo un miserable. Es un hombre que sabe manipular y adora la conveniencia, lo que le ha enseñado a realizar bien su oficio de verdugo. NICO saca la pistola del cuello de ELENA y la pone sobre la mesa.)

NICO: Toca la puerta la próxima vez. No me gusta preguntar. (ELENA, molesta, se tira en el caucho. Pausa.) ¿Qué pasó?

ELENA: Me botó de su casa.

NICO: ¿Por qué?

ELENA: (Molesta.) ¿Y yo qué sé?

NICO: (La toma por el brazo.) ¿Qué te dije antes de salir?

ELENA: Me lo aprendí muy bien. ¡Suéltame!

NICO: (La suelta.) ¿Por qué no te quedaste con él?

ELENA: Dijo que tenía un compromiso.

NICO: ¿Con quién?

ELENA: No sé.

NICO: ¿Y para qué rayos te mandó allá? ¿Para que me digas “no sé" a todo lo que te pregunto?

ELENA: Me siento mal, déjame. (Pausa.) Dijo que una muchacha iba a visitarlo.

NICO: ¿Qué muchacha?

ELENA: Una novia que tiene.

NICO: ¿Y tú? ¿No lo tocaste? ¿No le hiciste nada?

ELENA: (Divirtiéndose.) Me empujó, me tiró en la cama... me obligó a quitarme los mahones y...

NICO: ¿Y qué?

ELENA: Me sacó unos retratos. (Ríe.)

NICO: ¿Te retrató? ¿Y para qué?

ELENA: (Aburrida.) Estoy cansada de esto. Ese no es el tipo que ustedes andan buscando.

NICO: Los JEFES no se equivocan nunca. Estamos seguros de que es él.

ELENA: (Se sienta en el borde de la ventana.) Hace frío allá afuera. Ya mismo llega Navidad...

NICO: ¿Qué hiciste después?

ELENA: (Enciende un cigarrillo.) No había nadie en la Universidad. (Fuma.) Pero... las paredes de los edificios... con todas esas cosas escritas con esprey... (Sonríe.) Parecía como que había mucha gente, todos hablando a la vez... y del silencio de los pasillos parecía como si salieran miles de voces de personas bailando y cantando... (Pausa.) Y el viento me daba en la cara y había un olor bueno... como a libro nuevo. (Pausa. Simple.) Después tomé el camión y me vine para acá. (Lo mira.) Y tú ... ¿qué hiciste hoy?

NICO: Lavé los platos ... recogí un poco esta pocilga y me fui al cuartel a buscar unas órdenes. Eso fue todo lo que hice hoy.

ELENA: Sí... parece tan entretenido. (Pausa.) ¿Qué órdenes?

NICO: Las que a ti no te importan. (Pausa.) También di de comer a las arañas. (Va hacia ella con un frasco tapado en el que hay dos arañas.) ¡Se quieren tanto ... !

ELENA: (Las observa con fingida alegría.) Sí... son lindas.

NICO: Serán tuyas cuando terminemos este trabajito. Serán mi agradecimiento.

ELENA: (Sosa.) ¿De verdad? Gracias... (ELENA mira las arañas y NICO se las quita de la vista.)

NICO: Pero ahora tienen que volver a la oscuridad. No les gusta que las miren cuando se están queriendo.

ELENA: ¿Por qué buscan a ese muchacho?

NICO: (Comienza a vestirse para salir.) Es un contacto.

ELENA: ¿Qué es un contacto?

NICO: Alguien que une a unas personas con otras.

ELENA: ¿Y por eso lo van a matar?

NICO: (Enojado.) Ese tipo es un comunista... un terrorista. ¿Entiendes? Pone bombas y secuestra gente. Es un estudiante revoltoso que no hace nada por su país. Está en contra del gobierno y de las leyes... ¿Quieres que te diga más?

ELENA: No te creo. Tiene cara de bebé, no de matón.

NICO: Los peores siempre tienen cara de bebé.

ELENA: ¿Por qué me mandas a su casa? Allí no hay nada que sea malo.

NICO: Tienes que ir tú, porque yo no puedo ir. Todavía.

ELENA: No, dime en serio.

NICO: Hablo en serio. Para que lo complazcas, lo mimes, para que busques que te quiera como te quiero yo y así... pues, te diga sus cosas como yo te digo las mías.

Luego tú me dices a mí lo que hablaste con él. Así podemos saber lo que piensa y hace cuando no lo vemos. Es sencillo... tan sencillo que parece idiota.

ELENA: Entonces yo soy tu contacto.

NICO: (Se encoge de hombros.) Si lo pones así, sí. (Revisa su arma.)

ELENA: ¿Y tengo que aguantar todo lo que me hace... por ti?

NICO: Ya no me hagas más preguntas. Eres una imprudente. (Pausa.) Si te sacamos de la mugre en que estabas, es para que nos ayudes.

ELENA: Yo no estaba en ninguna mugre.

NICO: Tres cargos por prostitución y dos de robo... ¿A dónde pensabas llegar con eso? Estabas hasta el cuello. ¿Cuánto ganabas bailando en cueros en esa barra? ¿Cuánto te quitaba tu chulo?

ELENA: Por lo menos comía... tenía amigas...

NICO: Ahora yo soy tu único amigo y también te doy de comer. Comida buena... ¡Ah! Si estás libre y en la calle, me lo debes a mí. Todavía estarías pudriéndote en un Centro de Detención si no te hubiera dado esta misión. Para alguna cosa tienes que servir que no sea estar chupeteándote con otras mujeres en la cárcel...

ELENA: (Muy herida.) ¡Yo no me chupeteo con nadie!

NICO: ¿Quieres libertad? Ayúdanos... ¿Quieres comida? Haz lo que te digo... ¿Quieres irte de este pueblo?

Obedéceme... ¿Okey?

ELENA: Ese hombre no es malo. (Saca unos billetes de su sostén.) Me dio dinero. (Nico se los arrebata.)

NICO: ¡Dame acá!

ELENA: (Sobre él.) ¡Es mío! ¿Por qué me quitas todo siempre?

NICO: Porque no tienes derecho a nada, ya te lo dije.

ELENA: ¡Me quería comprar un traje! (Desesperada.) Es un trajecito bien lindo que vi en una vitrina del centro..., por Dios, estuve mirándolo toda la tarde, es azul turquesa, bien brilloso, con unos volantitos abajo, te juro que me enamoré de ese traje, por Dios bendito, me lo quiero comprar... te lo suplico... (Realmente desesperada y al borde del llanto, grita.) ¡Por favor, Nico! (Se lleva las manos a la cara y dice muy suavecito.) Hago lo que tú quieras, por favor. (Pausa.) Mis mahones ya están muy gastados...

NICO: Los trajes son para las mujeres. (ELENA lo mira confundida.) Vamos, no me mires así, no lo decía en serio. (ELENA huye a un rinconcito como un animal herido.)

NICO: No te pongas así, fue jugando, Elena... no... (La toma por el brazo.) ¡Levántate y déjate de niñerías! (ELENA lo muerde en la mano.) ¡Coño! Pues si te quieres quedar ahí no me va a importar nada... (Pausa. NICO Parece confundido.) No me gusta tratarte mal ... pero si me molestas...

ELENA: (Llorosa.) En la calle me trataban mejor que tú.

NICO: (Recoge su revólver y sus cosas. La mira.) Vendré mañana por la mañana. No se te ocurra salir a ningún sitio. En esa bolsa está tu comida, es comida buena... si la quieres... (Mutis.)

ELENA: (Sola.) ¡Hasta nunca! (Se queda en el rinconcito breves segundos. Se limpia las lágrimas con el dorso de la mano. Se levanta y mira por la ventana. Prende otro cigarro. Por un momento parece que no hará nada más.. De pronto abre el cierre de su mahón, mete la mano dentro de su ropa interior y saca un fajito de billetes. Los cuenta, sonríe y sale. La luz desaparece rápidamente.)

ESCENA SEGUNDA

Cuarto de GAMUNDI. Horas después. GAMUNDI sin camisa, en mahones y medias blancas, fuma apaciblemente sobre el sucio matre donde duerme. Junto a él, una pequeña mesa sobre la que hay vasos de cerveza, latas vacías y la grabadora con algunas cintas de música. Se escucha música cantada por Mercedes Sosa. La sombra de ELENA se proyecta sobre la puerta del cuarto. Toca en ella. GAMUNDI se incorpora presuroso y apaga la grabadora. Saca de un bulto de ropa sucia una ametralladora pequeña, reluciente y negra. GAMUNDI se acerca a la puerta.

GAMUNDI: ¿Quién es?

ELENA: Soy yo. Elena. (GAMUNDI reacciona despectivamente.)

GAMUNDI: Espera un momento. (Guarda la ametralladora en el bolso de la ropa. Abre la puerta.) ¡Hola!

ELENA: Aquí de nuevo.

GAMUNDI: (Pausa. Silencio embarazoso.) Pasa.

ELENA: ¿Por qué apagaste la música? Era tan bonita.

GAMUNDI: (Mirando hacia afuera con suspicacia.) Para oír mejor.

ELENA: (Sin tener mucho que decir.) Pues... tengo hambre.

GAMUNDI: ¿Cómo?

ELENA: Que tengo hambre.

GAMUNDI: ¡Oh, sí. (Busca en la mesa.) Por aquí había unas galletas. Aquí están. (ELENA toma algunas y se sienta en la cama a comérselas muy despacio y mirando el cuarto. Sonríe. Le ofrece a GAMUNDI el pedazo de una. Él sonríe y niega con la cabeza. Ella pasa la mano por el matre acariciándolo. Ambos ríen nuevamente.)

ELENA: ¿Y tu compromiso?

GAMUNDI: Ya se fue.

ELENA: ¡Ah! (Come.)

GAMUNDI: (Muy despacio.) ¿Él... él te dijo que vinieras ahora?

ELENA: (Tranquila.) No. Vine por mi cuenta.

GAMUNDI: ¿No te están siguiendo?

ELENA: No te asustes. No.

GAMUNDI: ¿Qué le contaste hoy?

ELENA: ¿De qué?

GAMUNDI: De mí.

ELENA: Oh... le dije que eras un buen muchacho. Que no era a ti a quien estaban buscando y que tenías una cara de bebé que me gustaba mucho. (Pausa.) Porque

me gusta mucho cuando me miras así... te brillan los ojos. (Sonríe y come.)

GAMUNDI: ¿Eso nada más?

ELENA: ¿Qué más querías que le dijera?

GAMUNDI: No sé. Sólo eso... está bien. (Tratando de halagarla.) Esta tarde se me olvidó decirte que... (Pausa.)

ELENA: ¿Qué? Cuéntame y dímelo todito.

GAMUNDI: Que me gusta mucho tu pelo.

ELENA: En la cárcel todo el mundo se lo corta, por el calor. (Animada.) Yo tenía una amiga, en el bar donde bailábamos, que tenía el pelo tan largo y tan largo que no necesitaba taparse con el bikini y todo el show lo hacía tapándose con el pelo y destapándose. A los soldados les gustaba mucho eso. Pero yo no tenía...

GAMUNDI: Eres muy linda...

ELENA: (Voltea la cara con vergüenza.) No me digas nada más.

GAMUNDI: No estoy diciendo mentiras.

ELENA: (Mira la cámara.) ¿Para qué son los retratos que me sacaste hoy?

GAMUNDI: Para verte cuando no estás. (Pausa.)

ELENA: Bueno... Me voy.

GAMUNDI: No. No puedes irte... todavía.

ELENA: ¿Quieres que me quede?

GAMUNDI: Sí, me siento muy solo. (Pausa.)

ELENA: Voy a poner música. (Mira las cintas.) ¿Dónde está la música americana?

GAMUNDI: Por ahí debe estar.

ELENA: A mí me encanta esa música. Es tan pegajosa... en el bar yo tenía una canción favorita que era la más que me gustaba bailar porque... (Busca entre las cintas y pone una. La música suena un poco y ella ríe.) ... porque me recordaba cuando yo era chiquita... ¿A ti te gusta?

GAMUNDI: A ella le gusta. (ELENA apaga la música y deja las cintas en su lugar y se vuelve hacia él.) No te enojes. Olvídate de ella. Olvida lo que dije.

ELENA: ¿Te gustan las arañas?

GAMUNDI: Esa pregunta es estúpida.

ELENA: Contéstame.

GAMUNDI: Me son indiferentes.

ELENA: Yo las detesto.

GAMUNDI: ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

ELENA: Pero ya me acostumbraré. (Pausa. Se ríe.)

GAMUNDI: Va a ser muy difícil que podamos hablar de una cosa a la vez.

ELENA: No me hagas caso. (Va hasta el poster del "Ché”.) Ahora cumple tu promesa.

GAMUNDI: ¿Cuál?

ELENA: Ibas a decirme quién es ese Cristo que está ahí. (Señala el afiche.)

GAMUNDI: (Sonreído.) ¿Por qué le llamas Cristo?

ELENA: Por la barba.

GAMUNDI: Se llamaba Ernesto. Y fue casi un Cristo.

ELENA: ¿Cómo que casi?

GAMUNDI: Lo mataron antes de hacer el milagro. (Pausa.) Fue un gran hombre. Siempre tenía la verdad en los ojos. Siempre habló de redención, de libertad y justicia... ¿Cómo podría explicarte para que entiendas?

ELENA: Explicándome.

GAMUNDI: Hay una cosa que se llama "revolución", Elena. Los pobres la hacen cuando los ricos se vuelven tiranos. Hubo pobres que no se atrevían a protestar... este hombre... (Pausa. Afirmativa) Este Cristo ... le dio una voz a esos pobres, los dirigió y logró sacar a los tiranos del poder.

ELENA: ¿Cómo lo hizo?

GAMUNDI: Utilizó muchas formas...

ELENA: ¿Lo mató?

GAMUNDI: Digamos que sí. Y al hacerlo, mató también todo lo que representa el odio y la miseria, y nos trajo grandes ideas sobre la paz y la libertad. Esas ideas estarán con nosotros siempre que nos amenacen el ejército y la tortura...

ELENA: ¿Quién pudo haber sido tan malo para matar a un hombre así?

GAMUNDI: Gente como tu amigo. (ELENA se ríe.) ¿De qué te ríes?

ELENA: Ese no podría matar una cucaracha. (Transición repentina.) A veces creo que sí.

GAMUNDI: Elena, ¿qué hiciste con el dinero?

ELENA: Él me lo quitó.

GAMUNDI: (Asustada) ¿Todo?

ELENA: No. Todo no. Guardé un poco. (Pausa.) ¿No entiendes? (Molesta, con profundas ganas de convencerle.) ¿No ves que yo no tengo derecho a nada?

GAMUNDI: ¿Él te dijo eso?

ELENA: (Solloza suavemente.) Yo no quiero volver a la cárcel.

GAMUNDI: (La abraza muy tiemo.) Nadie te va a llevar a la cárcel. Él no tiene ningún derecho sobre ti. Pero no debiste decirle que yo te había dado dinero. Ese dinero es tuyo, linda. Me dio mucho trabajo conseguirlo. Yo te lo regalé y él no puede quitártelo.

ELENA - ¿Pero cómo se lo digo?

GAMUNDI: Simplemente... no le digas nada.

ELENA: A veces pienso que él me lee la mente. (Pausa.) La vida sería tan sencilla si sólo hablara uno a la vez... (Se abraza fuerte a él.) ¿Por qué eres bueno conmigo?

GAMUNDI: Trato de serlo con todo el mundo.

ELENA: ¿Como él? (Señala el afiche.)

GAMUNDI: Más o menos.

ELENA: (Se suelta de él.) A cambio de lo que yo te diga.

GAMUNDI: Bueno... sí.

ELENA: ¿Y vas a creer en todo lo que yo te diga?

GAMUNDI: Tú no eres capaz de engañarme. Tú no eres mala.

ELENA: Pero puedo serlo.

GAMUNDI: ¿Conmigo? (ELENA se encoge de hombros.) ¿Por qué dices eso? (ELENA se tira en la cama y se acurruca.) Elena, mírame. Dime, ¿me has mentido? (ELENA se muerde las uñas.) Elena, háblame... dime qué pasa...

ELENA: (Sin mirarle.) No te asustes... no te va a pasar nada... todavía.

GAMUNDI: ¿Qué te dijo de mí? ¿Hablé algo de lo que pasa en la Universidad? ¿Mencionó algún nombre? (ELENA se encoge de hombros.) ¿Mencionó el nombre de "Ileana Morgan” ¿Te habló algo de los hermanos Tavárez? (ELENA niega. GAMUNDI respira hondo y aliviado.) ¿Cuáles son tus órdenes, Elena?

ELENA: ¿Es verdad que eres un contacto?

GAMUNDI: ¿Él te dijo eso?

ELENA: (Juega con las sábanas.) ¿Por qué es malo ser comunista?

GAMUNDI: Ellos piensan que es malo, pero no lo es. Ellos quieren que haya ricos y pobres. Nosotros pensamos que no debe haber ninguno de los dos. Todo el mundo por igual. Ni ricos ni pobres.

ELENA: Eso sería bueno. (Pausa.) Él dice que tú pones bombas, y que estás en contra del gobierno y que por eso tienen que agarrarte.

GAMUNDI: ¿Tú lo crees?

ELENA: No sé. A veces sí, a veces no. (Pausa.) Si me pega, le creo. Si me trata bien, de seguro que me está engañando. Él es así. Misterioso. Pero yo ya lo conozco. Lo conozco muy bien. Oh, sí. A mí no me engaña. (Pausa.) ¿Te gusta la vida?

GAMUNDI: Sí. Mucho. (Pausa.) ¿Qué más te dijo?

ELENA: A él no le gusta que a ti te guste la vida.

GAMUNDI: Me manda a vigilarte. (Se justifica.) Yo cumplo ... y ellos no me mandarán a la cárcel otra vez.

GAMUNDI: ¿Te gustaba bailar en aquel bar?

ELENA: Era mejor que lo que estoy haciendo ahora. Nadie me decía cómo tenía que hacerlo. (Se mueve un poquito.) Yo me dejaba ir con la música y me ponía a imaginarme cosas bonitas.

GAMUNDI: ¿Qué vas a hacer con el dinero que te queda?

ELENA: Me voy a comprar un traje precioso que vi en una tienda del centro. Es azul turquesa, como si fuera de seda, porque es muy brilloso y suave... tiene unos volan...

GAMUNDI: (Interrumpiéndola.) Te daré más dinero si me cuentas cómo van las cosas. ¿Te gustaría? (ELENA asiente.) ¿Cuánto cuesta el traje?

ELENA: No es muy caro, pero es muy fino. Se ve de señora pudiente ... y es hermoso, lo más hermoso que he visto en toda mi vida... (Lo abraza.) Y me lo voy a comprar gracias a ti. (Lo besa suavemente en el cachete.) Te estoy cogiendo mucho cariño... ¿será eso bueno? (Pausa. Lo mira.) A ti y a él. (Señala el afiche.)

GAMUNDI: Sí. Creo que es bueno.

ELENA: (Se recuesta en su hombro.) Es algo bien distinto. ¿Te das cuenta? Casi nadie me cuenta cosas. Nadie me cuenta nada. Y de pronto tú... (Ríe y dice contenta.) Me gusta ser importante para las demás personas. Es bueno ser importante. Es bueno que a uno lo quieran. Uno se siente como acabadito de nacer ... como si lo sacaran a uno nuevecito de un paquete ... pero tú no vas a tener tiempo para quererme porque pronto te tendrás que ir de aquí.

GAMUNDI: ¿Irme?

ELENA: Antes de que te agarren, idiota.

GAMUNDI: ¿Van a agarrarme pronto?

ELENA: Sí. Quizá más pronto de lo que tú te imaginas.

GAMUNDI: (Camina preocupado por la habitación.) ¡Dios mío! (La mira.) Necesito más tiempo. (Se le acerca.) ¿No puedes retrasar un poco todo esto? ¿No puedes hacer algo por mí?

ELENA: ¿Por qué? Lo que tienes que hacer es irte...

GAMUNDI: (Inquieto.) Unos amigos míos vienen a traerme algo importante. Ellos no saben que me están vigilando. Tampoco puedo comunicarme con ellos. Si vienen hasta acá y no me encuentran, ellos podrían...

ELENA: Es que yo no puedo hacer nada. Él es quien decide. ¿Qué traen tus amigos?

GAMUNDI: No preguntes. No debes saber demasiado. Olvida lo que te he dicho. Ya veré cómo resuelvo esto. No se lo digas a él tampoco. ¿No lo harás, verdad?

ELENA: No. Te lo juro. (Pausa.) ¿Sabes qué? (GAMUNDI la mira y le hace alguna caricia suave en el pelo.) Me gustaría irme contigo. (GAMUNDI reacciona.) ¿No te gustaría llevarme?

GAMUNDI: Bueno...

ELENA: No digas que no. Yo te ayudé. No puedes dejarme sola con él.

GAMUNDI: (Serio.) No puedo decidir eso ahora. Hasta que no lo sepa todo. Hasta que no sepa qué es lo que él piensa hacer conmigo.

ELENA: Me contestarás mañana. Seguro.

GAMUNDI: ¿Mañana?

ELENA: El querrá que yo venga mañana. (Sonríe.)

GAMUNDI: Entiendo. (Se miran. Ella coloca sus dedos sobre los labios de él. El le quita la mano. Lo hace con cierta dureza, pero a pesar de eso le sonríe y se deja besar de ella. Esta vez, muy suavemente en los labios. La luz se desvanece lentamente )

ESCENA TERCERA

Cuarto de NICO. ELENA sentada en el catre, se pinta las uñas de los pies. Canta cualquier tonada popular en un muy mal inglés. Entra NICO con una bolsa de víveres.

NICO: (La mira.) ¿Con qué compraste eso?

ELENA: Cierra el pico.

NICO: Entonces saliste. (Pone los víveres sobre la mesa.)

ELENA: No salí. Lo compré en la farmacia de abajo. Eso no es salir.

NICO: ¿De dónde sacaste el dinero?

LENA - ¡Qué mucho me fastidias! (Asiente.) Anoche vino un cliente. Un viejito de este mismo edificio.. . el pobre, por poco se me muere encima ... ¿Quieres que te cuente todo lo que me pidió hacerle?

NICO: ¿Y lo hiciste aquí? (ELENA asiente.) Cochina... (La zarandea.) ¡Dame el dinero!

ELENA: ¡Ya lo gasté! Me compré el traje y compré cosas que me hacían falta. Ahora déjame quieta. Mira, ya se me regó la pintura... Ahora tengo que pintármelas de nuevo, idiota.

NICO: (Se sienta en la silla y pone los pies en la mesa mientras abre una cerveza.) Estamos a punto de arrestarlo. Lo que falta queda de tu parte. Me dijo el Jefe que te archivarán los casos si todo sale bien.

ELENA: ¿Cuándo?

NICO: Nunca se especifica cuando se promete. (Pausa.) Tendrás que ir a su apartamento mañana.

ELENA: Ya lo sé. Me lo habías dicho. (Se sopla las uñas.)

NICO: (Saca un dibujo del bolsillo.) Tendrás que buscar algo parecido a esto.

ELENA: (Lo mira rápido.) ¿Qué es?

NICO: Es un nuevo modelo de metralleta. Es pequeña y liviana, parece casi de juguete. De fabricación soviética.

ELENA: ¿Qué es soviética?

NICO: Ruso. Comunista.

ELENA: ¡Ah! (Vuelve a soplar.) ¿Todo lo que viene de Rusia es malo?

NICO: Todo. Hasta el ron. ¿Viste bien el dibujo?

ELENA: Sí.

NICO: Escucha bien las instrucciones. Te vamos a poner un micrófono aquí. (Le señala los pechos.) Nosotros estaremos abajo, dentro del carro, con otro micrófono. Oíremos todo lo que ustedes hablen. Si logras ver la metralleta del dibujo, pues tú lo dirás en voz alta y nosotros subiremos y agarraremos al tipo.

ELENA: ¿Y no es más fácil entrar, buscarla y ya?

NICO: No. Porque si no la tiene, quiere decir que aún está esperando por el cargamento. Dañaríamos la operación si lo arrestamos sin estar seguros de que vienen esas armas.

ELENA: ¿Y para qué ustedes quieren esa metralleta?

NICO: Es la prueba de que están llegando armas de Rusia para las guerrillas urbanas.

ELENA: ¿Y si el microfonito ese se daña?

NICO: Eso no va a pasar.

ELENA: Nunca digas de esta agua no beberé.

NICO: Si se daña... te pondrás a gritar como una loca. Son sólo tres pisos, cualquier grito tuyo se va a escuchar claramente.

ELENA: Entonces por ahí tú vas a oír todo lo que yo diga.

NICO: El no puede saber que tú tienes eso puesto.

ELENA: A él le gusta besarme ahí.

NICO: Tendrás que hacer que te bese en otro lado. (ELENA ríe.) ¿De qué te ríes?

ELENA: A él le gusta besarme en todos lados.

NICO: No me interesan los jueguitos sexuales de ninguno de los dos, así que hazme el favor de callarte. (ELENA trata de contener su risa.) ¿Me oíste?

ELENA: ¿Te imaginas que me esté besando y de momento se encuentre con esa cosa en la boca? (NICO la mira fijo. ELENA desborda un ataque de risa.) ¿No te da gracia? (NICO le propina una brutal bofetada que la arroja sobre el catre.) No me vuelvas a pegar. Tú no tienes ningún derecho sobre mí.

NICO: (Furioso.) ¡Tengo todo el derecho que me dé la gana! Y me importa un comino lo que tú pienses. Así que me obedeces o te vuelves a la cárcel.

ELENA: ¡Si supieras lo mucho que te odio!

NICO: Claro que lo sé. ¿Por qué crees que te saqué a ti y no a otra de la cárcel? Porque hace tiempo que me odias ... y te doy comida y te prometo cosas porque me odias ... pero no puedes separarte de mí ... y si vuelves a la calle algún día volverás a hacer cualquier cosa para volver a mí. Porque soy el único que soporta tu peste y tu basura... todo ese odio que te quema por dentro sólo yo puedo aguantarlo... desde aquel día de tu redada, tu miradita perdida y llorosa, buscando una cara conocida de la que agarrarte. Sólo yo te miraba, sólo yo te escuché... el que te puso las esposas y te tiró en la cárcel... ¡Ay, Elenita, me debes mucho más que tu vida... y nunca vas a terminar de pagarme!

ELENA: (Con gran furia.) ¡Vete a la mierda!

NICO: (Con igual furia.) ¡Contigo! (La hala por el brazo.)

ELENA: Un día de estos me las voy a cobrar todas. Me voy a olvidar de ti y de todo lo que está pasando... como cuando me tocas, que ya no sé si me tocas o me miras porque te juro que ya no siento nada.

NICO: (Le tuerce el brazo.) Esto sí que lo sientes... (ELENA gime de dolor.)

ELENA: ¡Suéltame! (NICO la tira sobre el catre.) Ya no me importa, polizonte. Puedes hacer lo que te dé la gana de mí. (Se llena de un odio inmenso y magnífico.) ¡yo soy dos personas ahora! Tus golpes me parten en dos. Hay una Elena bien lejos de ti, que ni con tu larga lengua de culebra podrás tocar. Y esta otra... (Se abre la camisa, le enseña sus diminutos pechos caídos.) ... esta Elena bien puerca como tus ojos. Haz lo que te dé la gana. Empuércame con tu boca... porque hoy soy Elena la buena y ya no me importa que me toques. (En un grito desgarrador.) ¡Ya no me importa! (Se abalanza sobre él golpeándole con los puños. Él la aprisiona fuerte y la tira contra el catre. Ella llora. La luz disminuye en el momento en que NICO se dispone a acariciar sus pechos.)

ESCENA CUARTA

ELENA recostada en el marco de la ventana con una de las arañas en la mano. Se escuchan ruidos lejanos de la ciudad. La araña, inmóvil, provoca la fija mirada de ELENA quien habla casi como hipnotizada. Amanece.

ELENA: De verdad que no me importa. Mi cabeza crece y crece como un tapón de sueños que se tocan bocina unos con otros a ver cuál llega primero a la realidad. Pero no está aquí, ni aquí.. ni aquí. (Refiriéndose a la araña.) Está más lejos que, nunca.

NICO: (Aparece en camiseta con un ciganillo y una cerveza en las manos.) ¿Te gustó?

ELENA: Te dije que no me importaba.

NICO: Estás loca.

ELENA: Un poquito, sí.

NICO: Son las nueve, vístete. Es hora de irnos.

ELENA: Mejor me voy a pie. Me gusta caminar sin pisar las rayas de la acera. Cuando yo era chiquita me gustaba caminar por el río por encima de las piedras.

NICO: ¿Naciste en el campo?

ELENA: De noche estaba todo tan callado que se podían oír los grillos cuando se besaban. A veces, a lo lejos, las bombas de la guerra parecían como música... como si fueran un pájaro inmenso que pasara pitando por encima de nuestra casucha. (Hace un ruido sordo con la boca, como un obús que pasa.) La guerra... le conozco la música ... nació conmigo. Tarde en la noche también llegaban a casa los guerrilleros heridos. Papá les daba agua y comida. Un día llegaron unos torturados que se habían fugado de Tejas Verdes1 . Tenían los dedos rotos y estaban quemados por todo el cuerpo. Estaban tan adoloridos que no podían siquiera sentarse... Entonces papá les leyó de la Biblia y ellos escupieron a papá y le gritaron y le enseñaron las heridas y la sangre... (Pausa. Transición.) y después se fueron con sus dolores a otro lado. Me acuerdo que ese día lloré mucho. Lloré tanto como el día en que los soldados se llevaron a papá. Entonces los guerrilleros heridos ya no tenían quien les diera agua ... ni yo quien me contara cuentos... (Pausa.)

NICO: Ya está bueno de esas historias... Vístete.

ELENA: (Mirándolo fijo.) Tengo la sensación de que fuiste un idiota al confiar en mí.

NICO: ¿Por qué me dices eso?

ELENA: (Le entrega la araña.) Odio las arañas, me dan asco sus pelos. Se parecen a tus manos... (Pensando.) ¿Qué me pondré? (Sale de escena.)

NICO: Avanza. (Pausa.) Si arrestamos a ese tipo hoy, en dos o tres días arrestamos a los demás. Trataremos de interceptar un cargamento grande de armas.

ELENA: ¿A quién?

NICO: Avisaron de unos mercenarios en la frontera, cerca de la costa. Este terrorista va a caer muy fácil, como todos los que faltan.

ELENA: Sí. Y dentro de un año tendrán a todo el país en la cárcel.

NICO: ¿Qué dijiste?

ELENA: Que estoy acabando.

NICO: (Saca de una pequeña cajita un micrófono diminuto. Lo examina.) Son tremendos...

ELENA: ¿Quiénes?

NICO: Estos aparatitos. Estos gringos sí saben hacer las cosas. Nos mandan lo mejor de lo mejor. Dicen que esto es lo último en espionaje.

ELENA: (Entrando con el hermoso vestido azul turquesa.)

Súbeme el cierre. (NICO lo hace.)

NICO: Ese viejo debe haberte pagado bien. Este traje no se ve nada de barato. ¿Cuánto te pagó?

ELENA: ¡Ay, no empecemos otra vez! ¿Ah?

NICO: Date la vuelta. Déjame ver. (Le coloca el microfonito entre los senos. ELENA no puede contener la risa.) ¿Qué te pasa?

ELENA: Está frío. (Ríe.)

NICO: Quédate quieta. (Pausa.) Ya está. (Mira con detenimiento.) Yo creo que no se ve. (ELENA modela sus senos y ríe) Deja ya. (ELENA se pone seria de pronto.) Recuerda que él no puede verlo. Si se da cuenta puede hacerte daño y quizá matarte. Si lo viera, déjalo que te lo quite, dile que no sabías nada, que no es tu culpa... y prepárate a gritar como loca por la ventana cuando veas la metralleta.

ELENA: Sí, jefe. Como usted ordene, jefe. ¿Algo más, mi jefe? (Ríe.) Te ves cómico mirándome así.

NICO: Y tú te ves tan ridícula con ese traje. (Pausa.) Bueno, vámonos.

ELENA: Después que lo arresten, ¿qué voy a hacer?

NICO: Te mandaremos a otra ciudad para que no haya problemas.

ELENA: ¿Qué problemas?

NICO: Tú sabes, que te persigan o algo así.

ELENA: Me pueden matar, ¿verdad?

NICO: Ese tipo es un contacto importante. Tiene amigos y ellos están muy bien organizados. (Atemorizándola.) Serían capaces de secuestrarte y torturarte. Así que para evitar que eso pase, te pasarás unos días en el cuartel.

ELENA: ¡Ustedes son los que me torturan en el cuartel!

NICO: Es mejor que la cárcel. (Pausa.) Yo no tengo la culpa de lo que te hacen los muchachos del cuartel...

ELENA: Se supone que tú me protejas.

NICO: (Pausa.) Mira, Elenita...

ELENA: No me digas Elenita, que me hierve la sangre. No voy a ir al cuartel, ¿me oyes?

NICO: Sólo quiero decirte que esto es un asunto muy serio. Ya estás comprometida con nosotros en el arresto de ese tipo... Él es un enemigo, Elena, es enemigo del gobierno y es el gobierno el que nos paga.

ELENA: Él me dio dinero.

NICO: Estaba pagando tu cuerpo, nena, eso es todo. Eso no quiere decir nada.

ELENA: Quiere decir que el dinero compra muchas cosas.

NICO: Armas rusas de contrabando, hay que tener mucho dinero para eso.

ELENA: Yo nunca había tenido tanto dinero. ¡Tú me lo quitaste!

NICO: Pero vas a tener tu libertad. ¿De qué te quejas?

ELENA: No me gusta ese cambio. (Pausa.) Y después que lo arresten ... ¿lo van a torturar?

NICO: Puede ser ... creo que si no quiere hablar, hay que hacerlo hablar de alguna manera. (Revisa su revólver.)

ELENA: (Rápida.) ¿Y si me porto mal? ¿Si las cosas no salen como ustedes quieren?

NICO: (Muy serio. Pone el revólver en la frente de ELENA.) Una bala en el mismo medio de tu frente resuelve ese problema. Luego serás comida de las moscas en cualquier pastizal de los suburbios y te juro por mi santa madre que nadie te va a extrañar. (Pausa larga. Baja el arma y la guarda.)

ELENA: No hablemos más. Vámonos. (Sonríe.)

NICO: ¿Por qué estás tan contenta?

ELENA: (Le quita el cigarrillo.) Voy a una fiesta. (Sale. NICO la mira confundido y sale tras ella. La luz se desvanece lentamente.)

ESCENA ÚLTIMA

Cuarto de GAMUNDI. Se escucha música americana. Es música de protesta de los años '60, el «American Pie» de Don Mclean resultaría atractivo para GAMUNDI, quien está limpiando su ametralladora con una camiseta. Junto a él, el bolso de ropa sucia listo para salir. Tocan a la puerta. GAMUNDI apaga la música y esconde la ametralladora en el bolso de ropa. Vuelven a tocar.

GAMUNDI: Voy. (Da una revisión rápida a todo.)

¿Quién es?

ELENA: Un pajarito.

GAMUNDI: (Abre la puerta.) Sabía que eras tú.

ELENA: (Simple.) ¿Entonces para qué preguntaste?

GAMUNDI: Para asegurarme. (La mira.) Estás preciosa hoy. Este es el traje del que...

ELENA: ¿Te gusta? (ELENA se separa de él y se voltea de frente. Señala entre sus senos mientras lo insta a que haga silencio.) Ven.

GAMUNDI: (Sorprendido.) ¿Así? ¿Ya? ¿Tan rápido?

ELENA: (Molesta.) No... acércate.

GAMUNDI: Bueno... (Al acercarse, ELENA lo agarra por el cuello y lo hunde entre sus senos.) ¡Espera! (Se separa, ELENA le señala para que mire y le vuelve a pedir que calle. GAMUNDI mira con más cuidado. Descubre el micrófono y metiendo la mano lentamente entre los senos de ella, lo saca, ELENA no puede contener sus cosquillas. GAMUNDI, con el micrófono entre los dedos no sabe qué hacer con él. Está verdaderamente asustado. ELENA no puede contener su risa y estalla en una carcajada. Se acerca al micrófono y hace ruidos de pasión, luego se ríe. GAMUNDI busca un vaso de agua que hay encima de la mesita y echa el aparatito en él. GAMUNDI respira aliviado.) ¿Lo estaban oyendo todo?

ELENA: (Sin contener su risa.) Sí... pero no te asustes, por ahora pensarán que estamos muy ocupados. No nos molestarán. (Ríe bajito.)

GAMUNDI: Elena...

ELENA: (Tranquilizando su risa.) Ajá...

GAMUNDI: ¿Qué diablos quieren de mí?

ELENA: (Mira el bulto preparado.) Me hiciste caso.

GAMUNDI: No me queda más remedio que irme. No puedo esperar más por mis amigos. Ya han tardado demasiado. Ahora dime, ¿qué están planeando para mí?

ELENA: (Se le acerca y lo toca.) Me llevarás... ¿Verdad que sí? Te lo diré todo si me llevas contigo. Me lo prometiste.

GAMUNDI: Elena, te dimos dinero. Tu servicio... está pagado.

ELENA: ¿Te dimos?

GAMUNDI: Ese dinero no era mío... es de una causa. Es para la revolución que él quiso que se hiciera en toda Latinoamérica. Ese dinero con el que te compraste ese traje, esas pantallas... es dinero de gente honrada. Compramos tu información, solamente eso. Ya

acabamos lo que había entre nosotros. No puedo llevarte conmigo. Ahora, por favor, dime cómo piensan arrestarme.

ELENA: Yo quiero ayudarte.

GAMUNDI: Yo también quiero ayudarte, pero la única forma de hacerlo es si me dices lo que piensan hacerme.

ELENA: (Sin comprender del todo, ingenua.) Hace tiempo que debiste haber escapado... ¿Por qué no lo hiciste?

GAMUNDI: Por lo que tú me decías pensé que eran sólo sospechas de rutina. Confié en ti y hasta ahora no me ha pasado nada. Pero ahora es distinto, Elena. Hoy es mi último día aquí y ellos lo saben. Dime, por Dios, ¿qué piensan hacerme?

ELENA: (Después de una pausa de indecisión.) Están abajo esperando por que yo les dé una señal.

GAMUNDI: ¿Abajo?

ELENA: En un carro. Son cuatro. Si ven que no pasa nada no subirán. Pero si grito fuerte o hago algún alboroto entrarán aquí arriba más rápido que volverlo a decir y eso será suficiente para mandarte al otro mundo.

GAMUNDI: Bueno... (Digiere la información.) Pues entonces... dame tiempo para salir de aquí. Tan pronto salga, esperarás una media hora y luego gritarás para que suban. Dirás que yo te golpeé y me fui por... por la puerta de escape o por... por donde te dé la gana. En esa media hora tengo tiempo de sobra para esconderme.

ELENA: ¿Dónde te vas a esconder?

GAMUNDI: Debo llegar hasta la frontera a ver si logro encontrarlos y luego volveré a los suburbios de la Universidad. No puedo hacer otra cosa. (Pausa. Enojado consigo mismo.) ¡Maldita desorganización! Esto puede costarnos la revolución entera.

ELENA: ¿Y después qué pasará conmigo?

GAMUNDI: Volverás a la calle. Como tú querías.

ELENA: Yo nunca dije que quería volver a la calle. ¡Yo nunca he dicho lo que quiero hacer!

GAMUNDI: ¿Y por qué no?

ELENA: ¡Porque no lo sé! No he tenido tiempo de pensarlo.

GAMUNDI: ¿Cómo que no has pensado ... ?

ELENA: Sus puños siempre piensan por mí.

GAMUNDI: ¿Sus puños?

ELENA: (Muy resuelta.) Sólo sé que yo no quiero hacer nada de lo que he hecho hasta ahora. (Pausa.) Me aprieta el traje. Ya no me gusta.

GAMUNDI: Elena, si me agarran, se acabó todo. Me torturarán hasta que me muera y después me dejarán tirado en un zafacón. Y la revolución de los pobres... no podrá hacerse.

ELENA: (Reprochándole.) Nadie es tan importante. Vendrán otros. Tú no haces falta.

GAMUNDI: Tú no sabes eso.

ELENA: Él me dijo que podían matarte y que... que nada cambiaría. Que solamente eres un estudiante revoltoso y un comunista. ¡Que no vales nada! Y que es mejor que estés muerto.

GAMUNDI: Elena, eso no es cierto. No puedes creer eso. ¡Tienes que creer en la verdad!

ELENA: (Iluminada de ira.) ¿Cuál verdad, maldita sea? ¿Cuál? ¿Por qué todo el mundo juega con la verdad como si fuera una mentira? (Pausa. Rabiosa.) ¿Quién de ustedes dos tiene la verdad? ¡Díganmelo! Quiero saberlo ahora...

GAMUNDI: Elena, no tengo tiempo de explicártelo... Tengo que irme...

ELENA: Ah, no ... creo que voy a empezar a gritar. (Alzando un poco la voz.) Voy a gritar, te lo juro por mi madre...

(PARLAMENTOS SIMULTÁNEOS.)

GAMUNDI: (Tratando de callarla.) Elena, por favor, no quiero lastimarte...

ELENA: Sí, te lo juro que sí...

GAMUNDI: Elena, no quiero hacerte daño ... por favor, Elena, no...

ELENA: (Sobre la voz de él.) Tú no te atreves ... (GAMUNDI se contiene. Con voz poderosa, ordenándole.) ¡Dime! ¿Por qué eres tan importante? (Pausa.)

GAMUNDI: (Confundido.) Bueno... porque...

ELENA: ¿Qué hay en ese bolso?

GAMUNDI: Ropa sucia.

ELENA: ¿Y qué más?

GAMUNDI: (Hastiado.) ¡Ah, qué estupidez! (Abre el bolso y saca la metralleta.) Esto es lo que están buscando. Por esto es que soy tan importante.

ELENA: ¿Qué vas a hacer con eso?

GAMUNDI: No entenderías.

ELENA: (Molesta. Gritando un poco.) ¡No soy tan bruta!

GAMUNDI: (Nervioso.) ¡Cálmate!

ELENA: (Calmada.) ¿Qué vas a hacer con eso? Dime...

GAMUNDI: (Midiendo cada palabra.) La revolución, Elena. (Pausa.) Vamos a sacar a este gobierno de ricos para dárselo a los pobres y a los trabajadores.

ELENA: ¿Y lo vas a hacer con eso?

GAMUNDI: Si es necesario, sí.

ELENA: Entonces la vida para ti no vale nada.

GAMUNDI: Porque vale mucho es que estoy dispuesto a entregarla, ¿es que no entiendes?

ELENA: ¡Eso es mentira!

GAMUNDI: Yo le entregué mi vida y mis ilusiones a la revolución, Elena.

ELENA: (Rabiosa.) ¡Y yo te la entregué a ti! Así que me vas a llevar contigo.

GAMUNDI: No puedo, Elena. Me agarrarían. Se dañaría la misión. No puedo arriesgarme contigo.

ELENA: Entonces yo soy un estorbo.

GAMUNDI: ¡Pues sí! Tengo que viajar constantemente, no puedo dejarte con otra persona. En esta guerra todo el mundo tiene sus obligaciones. Yo tengo las mías. No puedo dejarlas por ti.

ELENA: No quiero volver con él. ¡Tienes que llevarme contigo!

GAMUNDI: ¡Dios mío, Elena... ¡No puedo!

ELENA: ¡Voy a empezar a gritar! (Gritando.) ¡Tengo muchas ganas de gritar! (GAMUNDI salta para taparle la boca. ELENA forcejea como un animalito atrapado.) ¡Llévame contigo! (GAMUNDI trata de taparle la boca, ella lo muerde.) ¡Llévame! (GAMUNDI reacciona adolorido y la logra dominar con un poco más de fuerza.)

GAMUNDI: ¡Quieta, Elena! Esto no es un juego...(GAMUNDI le pone la metralleta en la sien. ELENA se paraliza por el pánico.) Es mi vida la que estás gritando. (ELENA comienza a llorar desconsolada. GAMUNDI le quita las manos de la boca y aleja la metralleta. Se oye el lloriqueo silencioso de ELENA que se vuelve un ovillo en sí misma.) Está bien... (La suelta del todo.) Te llevaré conmigo.

ELENA: (Secándose el rostro con el dorso de la mano.) No te creo.

GAMUNDI: ¿Qué diablos quieres que haga entonces? (Pausa.)

ELENA: ¿Cuándo nos vamos?

GAMUNDI: Ahora mismo.

ELENA: (Se abraza a él con desespero.) Me quedaré contigo siempre. Te ayudaré en todo lo que me pidas, me haré comunista como tú.

GAMUNDI: ¡No bromees con eso!

ELENA: Estoy hablando muy en serio. Yo también soy pobre. (Pausa. Se arrodilla presa de un llanto

amargo.) No me dejes con él. Te lo pido por lo que más quieras...

GAMUNDI: (Pausa. Piensa.) Vamos, levántate ... (ELENA obedece.) Dices que está abajo, en la calle ...

ELENA: (Conteniéndose.) Sí, en un carro azul claro.

GAMUNDI: ¿En qué parte de la calle?

ELENA: En la esquina de acá. (Señala algún lugar.)

GAMUNDI: Sólo un carro...

ELENA: Sólo uno... cuatro polizontes.

GAMUNDI: Cuatro. Bueno...

ELENA: ¿Cómo nos llevaremos las cosas? ¿El retrato?

GAMUNDI: (Toma el bolso y guarda la metralleta en él.)

Sólo nos llevaremos esto. Lo demás no hace falta.

ELENA: Entonces, vámonos.

GAMUNDI: Escúchame con mucha atención. (Mintiendo.) Yo... tengo un carro...

ELENA: ¿Tú?

GAMUNDI: Está del otro lado, por atrás del edificio. Ellos no lo ven porque está escondido. (ELENA lo mira con desconfianza.) Es cierto, creéme. (Pausa.)

Atiéndeme bien. Yo bajaré primero... prenderé el motor, tocaré bocina dos veces. Sólo dos veces... entonces tú bajas y nos vamos lejos, lejos de aquí.

ELENA: ¿Por qué no puedo bajar contigo?

GAMUNDI: Cualquiera que nos vea juntos puede sospechar. Si nos agarran juntos nos matan a los dos. Si lo hacemos como yo digo, a ti no te pasaría nada. Pero si te ven conmigo, les darás una buena razón para salir de ti... para que te maten.

ELENA: (Lo sostiene fuerte y lo mira a los ojos.) ¿No me estás engañando?

GAMUNDI: (Seco.) No.

ELENA: ¿Me lo juras? (Señala el afiche del "Ché".) ¿Por él? (El afiche, con el rostro recio y profundo del "Ché ", como si creciera descomunalmente y se apoderara de la habitación.)

GAMUNDI: (Pausa. Percibe el duro golpe de su memoria histórica. Decide) Te lo juro... por él.

ELENA: Entonces te creo. (Sonríe y lo besa.)

GAMUNDI: (Duda terriblemente.) Elena... (Va a decírselo todo pero se arrepiente.) Bueno... vámonos.

ELENA: ¿Cuánto tiempo tengo que esperar?

GAMUNDI: Sólo el tiempo que me tome bajar los tres pisos, y llegar hasta el carro... recuerda, voy a tocar la bocina una vez solamente...

ELENA: (Asustada.) Habías dicho dos.

GAMUNDI: Sí, dos. Dos veces. (Pausa.) Entonces bajas corriendo.

ELENA: Voy a estar muy atenta. La bocina, dos veces. Una y luego otra. (Se quita los zapatos como para salir corriendo.)

GAMUNDI: (Revisando todo.) Sí.. así.

ELENA: Me voy a parar junto a la puerta para oír bien. Pero no pierdas tiempo, baja...

GAMUNDI: Sí, me voy primero. (La mira sonreído.) Todo va a salir muy bien, Elena.

ELENA: (Susurra.) Sí. (Se besa un dedo y se lo pone en los labios a él. Él sonríe y ella se lanza a su cuello y lo besa.) Te quiero mucho... mucho...

GAMUNDI: Sí... yo... yo también te quiero.

ELENA: Anda, baja ya. (GAMUNDI sale.) Dos veces... (ELENA se coloca junto a la puerta, no sin antes dar una mirada confundida al afiche del «Ché» Se quita las pantallas y las guarda en las manos.) Tú vas a ayudarme a entender el mundo, ¿verdad que sí? (Pausa. Se detiene frente a la puerta. Está muy atenta. Parece oír algo; no es nada. Se queda mirando a un punto vacío. Pasa el tiempo... pasa el tiempo... el rostro feliz de ELENA se va petrificando en un llanto demasiado grueso para salir por sus finos ojos. Un llanto silencioso, natimuerto casi. Las pantallas se caen de sus manos provocando un leve

ruido en la habitación que la asusta de pronto... vuelve a mirar al vacío. La luz desaparece lentamente. Se escucha la música de los “Pet Shop Boys” luego del apagón total.)

Septiembre de 1987

Hostos, San Juan

UNA EXIGENCIA DEL AUTOR:

Muchos detractores, e incluso amigos, me acusaron de innoble y reaccionario el haber utilizado la figura del "Ché" Guevara en esta pieza de teatro.

Nada más todos de mi intención. Si usé la figura del Ché en CENSURADO fue precisamente para enaltecer su recuerdo y su hazaña ante la vil manipulación a la que han sido sometidos sus ideales, incluso por muchos de aquellos que dicen propulsarlos.

Ernesto “Ché" Guevara, como el Simón Bolívar del Siglo XX es estandarte de vida y progreso, de lucha y revolución para toda América y en esto no tengo ni duda ni contradicción, ni me exige más explicación que ésta.

Si esto no se entendiera de esta manera, si el director, el productor o los actores creyeran que es otra mi intención, quedo en el deber de exigirles que al punto suspendan todo esfuerzo para su representación.

Si se persistiera en el empeño, quedará terminantemente prohibido alterar mi texto dramático para consolar, clarificar o dirigir las dudas que surjan de mi real intención.

Roberto Ramos-Perea

Jessika Rodríguez como Elena, en el largometraje El Lado Oscuro de las Arañas. 2014.

ESE PUNTO DE VISTA:

(1981)

Estrenada como parte de la trilogía titulada Fetora. Suite de tres piezas dramáticas: El Llanto de la parca, La Mueca de Pandora y Ese Punto de Vista. Estrenada por la compañía Teatro Experimental Puertorriqueño (luego ATTIKA, Inc.) en el Ateneo Puertorriqueño en l98l. Coauspicio de la Sección de Teatro del Ateneo. Dirigidas por su autor. Con las actuaciones de Freddy Arce, Frankie García, Glenn Zayas y Angélica Mercado.

Censurado, (Suite Dramática compuesta por El lado oscuro de las arañas y Ese punto de vista), fue estrenada el 6 de noviembre de l987 en la Primera Muestra De Teatro Puertorriqueño Contemporáneo en el Centro de Bellas Artes. Dirigida por el autor. Actuada por Marian Pabón, Ángel Amaro, Miguel Ángel Lugo y Glenn Zayas.

A mi padre, Carlos Ramos Ramos, quien me enseñó el difícil oficio de hacer preguntas.

R.R-P.

Mariana-... sólo es posible la traición cuando existe un ideal, una causa una creencia al menos...

MARIANA O EL ALBA René Marqués (1917-1979)

ESE PUNTO DE VISTA

Pieza latinoamericana en un acto.

PERSONAJES:

EL HOMBRE

EL VIEJO

EL JOVEN

LA CORRESPONSAL

LUGAR: En un país de Latinoamérica

EPOCA: Actual

DECORADO: Interior de un almacén con dos áreas escénicas.

Área Primera: Lado izquierdo del actor. Mesa con silla. Sobre la mesa, una estatua de la Venus de Milo de poco más de un pie de alto. Junto a ella, otra de plasticina que trata de imitar en lo posible al modelo. Al fondo, silla y puerta sugerida que conduce al cuarto. Claraboya de barco por donde entra alguna luz. Al lado izquierdo de dicha área, escalera pequeña que conduce a puerta lateral sugerida.

Área Segunda: Puerta sugerida a la derecha. Mesa pequeña con silla al centro. Al fondo, algunas cajas de jabón de fregar. Una lámpara que cuelga del techo. Las dos áreas se unen por medio de puerta sugerida al centro.

ACTO ÚNICO

ESCENA PRIMERA

Al comenzar la obra, se ilumina lentamente la primera área escénica. EL VIEJO moldea la plasticina tratando de imitar la estatua. EL HOMBRE, sentado de frente al respaldo de la silla, apoya la barbilla en el respaldar de ésta, mientras mordisquea el filtro de un cigarrillo.

VIEJO: (Irritado.) ¡Es imposible imitar la perfección!

HOMBRE: (Molesto también.) ¡Ah, ya cállate! Me fastidias con tu cantaleta.

VIEJO: Hablo cuando me dé la gana y si no te gusta lo que hago puedes irte a tu cuarto.

HOMBRE: ¿Te doy lástima?

VIEJO: No eres deforme.

HOMBRE: (Después de una pausa, refiriéndose a la estatua.) No podrás hacerlo.

VIEJO: ¿Hacer qué?

HOMBRE: (Aburrido.) Nada. También te estás volviendo sordo.

VIEJO: Pues habla más fuerte.

HOMBRE: (Gritando.) ¡Dije que te estás volviendo sordo!

VIEJO: (Enojado, le tira con una pequeña bola de plasticina.) ¡No me importa! (EL HOMBRE esquiva el golpe de la plasticina y ríe.)

HOMBRE: ¿Cuándo llegará el infeliz?

VIEJO: Pronto.

HOMBRE: Estuve pensando. No creo que sea digno para la causa. Lo que vamos a hacer quiero decir. Es en cierta manera abusivo y por lo tanto pienso que puede ser traición.

VIEJO: A mí no me lo digas, yo nada tengo que ver.

HOMBRE: ¿Pero lo has pensado bien?

VIEJO: No he tenido tiempo.

HOMBRE: ¿Cómo no has tenido tiempo de pensar en algo tan serio?

VIEJO: ¿Qué tiene de serio? No es la primera vez que matas. Yo he robado antes y nunca me he sentido culpable.

HOMBRE: Como lo dices tú parece muy fácil

VIEJO: Yo no dije que fuera fácil. Yo no puedo matar, tu sí. Me asombra que te preocupes tanto. (Pensando.) Claro que... la verdad es que yo no sé como se mata. Resulta ser un oficio demasiado grotesco para mentes tan elevadas como la mía. (Ríe.) Pero me imagino que debe ser sencillo cuando se persigue algo.

HOMBRE: Yo no aprendí en un curso por correspondencia.

VIEJO: Bueno, ¿y qué tiene de especial?

HOMBRE: Ese ‘pobre’ hombre a quien vamos a matar...

VIEJO: (Aclarando.) A quien vas a matar.

HOMBRE: Ese hombre tiene las mismas ideas políticas que nosotros y está luchando por lo mismo que luchamos tú y yo allá en la Universidad.

VIEJO: (Sonríe y se levanta. Se limpia las manos.) Es difícil imitar la estatua. O se hace mejor o queda peor, pero nunca igual, no sería interesante.

HOMBRE: ¿Y por qué la imitas?

VIEJO: Para probarme a mi mismo que no hay secretos para el hombre.

HOMBRE: Vamos a matar a un estudiante luchador, a un guerrillero.

VIEJO: Tú, yo y ella y todos los que están allá arriba ya no somos guerrilleros.

HOMBRE: ¿Por qué no?

VIEJO: Entiéndeme muchacho, ese es otro nivel, otra fase desconocida del problema. ¿Es que no entiendes que la derecha y la izquierda siempre vuelven a lo mismo?

No sé cómo, pero siempre termina todo en un hombre, en una cabeza... pero eres demasiado entrometido. ¿Por qué no te pones a leer, ah?

HOMBRE: Estoy harto de leer.

VIEJO: Pues ponte a contarte los dedos de los pies.

HOMBRE: Tengo diez, todo el mundo tiene diez dedos en los pies.

VIEJO: (Lo mira de soslayo y le dice con sorna intrigante.) ¿Estás seguro? (Pausa. Sonríe. EL HOMBRE, incómodo, camina por la habitación.)

HOMBRE: ¿Vendrá a ver las armas primero?

VIEJO: En su segunda visita traerá el dinero.

ESCENA SEGUNDA

CORRESPONSAL: (Se escucha trasbastidores la voz de la CORRESPONSAL imitando a una mendiga.) Dios bendiga la paz de este santo hogar.

VIEJO: Dios te bendiga mujer.

CORRESPONSAL: Se quiere morir el Diablo

VIEJO: No lo dejemos morir.

CORRESPONSAL: (Abre la puerta con rápidez y entra envuelta en harapos y retazos de tela. Da dos pasos hacia el interior, se endereza repentinamente y se quita varios de sus harapos con premura y calor. EL VIEJO cierra la puerta. Se ve el vientre de la CORRESPONSAL bastante crecido por un embarazo de siete meses.) Maldita sea la hora en que me dieron este turno.

VIEJO: No te quejes más, ya estás aquí. (Presentándolos.) Te presento a...

CORRESPONSAL: Si, ya nos conocemos... (Le da la mano masculinamente.) ¿Cómo está?

HOMBRE: Bien. ¿Y usted?

CORRESPONSAL: ¡Jodida! Este sector es el más transitado y el más lejos del Centro de Mando. Pero,

¿qué quiere que haga? Tengo tres hijos y con éste serán cuatro y encima un marido que lo que tiene de hombre... lo tengo yo de millonaria. Ya los hombres no los fabrican como antes, no señor...

VIEJO: Siéntate. (Ella lo hace, cansada y resoplando.)

¿Que hay de nuevo?

CORRESPONSAL: (Se saca del pecho unos papeles doblados.) Aquí está la descripción del cliente y una foto de cuando era niño. No se pudo conseguir una mejor. Esto es un historial más o menos cronológico de su actividad dentro del partido y todo lo demás.

HOMBRE: ¿Estudiante?

CORRESPONSAL: Es un niño, tendrá unos 17 o 19 años.

HOMBRE: ¿Y por qué él?

CORRESPONSAL: Es el brazo derecho del líder. (Señala los papeles.) Ahí lo dice, por eso se los traje.

HOMBRE: ¿Tienen urgencia de las armas?

CORRESPONSAL: Eso a nosotros no nos importa. Pero para cuestión de información... creo que las cosas en la Universidad no están muy bien... la Policía, los soldados y todo eso... creo que esta compra de armas iba a ser el inicio de lo que podría ser una gran revolución estudiantil con consecuencias mayores.

HOMBRE: ¿Y por qué dice usted que a nosotros no nos importa?

VIEJO: Ya te expliqué. No la vuelvas a molestar con la misma pregunta que ya me hiciste.

CORRESPONSAL: (Al HOMBRE.) Mire amigo, nosotros comerciamos con armas, no con ideas. Los JEFES quieren ese dinero.

HOMBRE: ¡Pero políticamente los JEFES están con la izquierda! ¡No tiene sentido robarse a uno mismo!

CORRESPONSAL: Izquierda o derecha, amigo, a la hora de los billetes todo el mundo se va donde sople el viento. Y aún así, ¿a quién se le llamaría derecha?, ¿a los buenos? De ser así la izquierda serían siempre los

malos... ¿Y no sería lo mismo al revés? ¿No lucha la izquierda por tener el poder con los mismos trucos asquerosos que tiene la derecha? Vamos muchacho, usted sabe que toda esta pamplina que tiene la izquierda con los pobres y la revolución social, vale tanto como el papel que usan para limpiarse el culo. La derecha es peor, porque ellos no solo protegen el papel, sino que también quieren quedarse con el culo. (Ríe aburrida.) Todos son buenos y malos según las circunstancias. Cuando usted viene a ver todo esto es una sopa de ideas que nadie entendería.

HOMBRE: Sólo el dinero podría aclarar esa sopa.

CORRESPONSAL: “Money talks”. Usted lo dijo.

HOMBRE: Pero los estudiantes están peleando por una causa justa...

CORRESPONSAL: Yo no he dicho que no lo sea.

HOMBRE: ¡Debemos apoyarlos!

CORRESPONSAL: ¡No podemos! Tenemos que pensar en nosotros.

HOMBRE: ¡Pero esto es traición!

CORRESPONSAL: Si lo es o no, ¿yo qué culpa tengo? Me pagan por traer mensajes. A él le pagan por planear y a usted le pagan por matar. Cumplamos nuestro deber y los JEFE estarán seguros.

HOMBRE: Y después que yo lo mate... ¿qué va a pasar? ¿qué van a hacer los JEFES por mí?

CORRESPONSAL: Aprenda una cosa amigo. En cualquier trabajo, cada cual tiene una labor que desempeñar. Cada cosa que envuelve gente es como el engranaje de un reloj, sincronía. Yo llevo el mensaje, él planea y usted ejecuta, ya se lo he dicho antes; y claro, siempre hay alguien que se ocupe de los restos... (Sonríe.) de los resultados del trabajo, pero ya ese es otro cantar. El por qué y el para qué están fuera de discusión. Usted elimine a ese estudiante. No lo mate en su primera visita sino en la segunda, cuando traiga

el dinero. Yo vendré a buscarlo y se le pagará lo que se le prometió. Luego se largan del país.

HOMBRE: ¿Qué harán ustedes con el dinero?

CORRESPONSAL: Comprar armas para revender.

HOMBRE: ¿Y todas las que están en las cajas?

CORRESPONSAL: Todas juntas no hacen una de verdad. Son de calamina.

HOMBRE: Pero... ¡Los estamos engañando!

CORRESPONSAL: (Al VIEJO.) ¿Estás seguro de que éste es el hombre?

VIEJO: No le hagas caso. Es que no se le ha explicado bien todavía.

CORRESPONSAL: Tendré que poner esto en mi informe.

VIEJO: No hace falta. No habrá problemas.

HOMBRE: Yo sólo quiero saber por qué tenemos que matar a alguien de nuestro mismo bando.

CORRESPONSAL: Ellos tienen dinero. Los JEFES quieren ese dinero para tener más dinero.

HOMBRE: ¿No estamos todos luchando por un mismo fin? (CORRESPONSAL mira al VIEJO, éste baja la cabeza avergonzado.)

CORRESPONSAL: Eso es todo compañero. (Se levanta.) Nos mantendremos en contacto. (Se pone los harapos.) El JOVEN llegará esta noche. Los JEFES quieren un trabajo limpio.

HOMBRE: ¿Y la segunda visita?

CORRESPONSAL: Eso lo deciden ellos. (Saliendo vestida como mendiga.) Gracias, buena mujer.

VIEJO: (Bajito.) Cierra bien la puerta. (La CORRESPONSAL desaparece.)

ESCENA TERCERA

VIEJO: (Mira al HOMBRE y éste esquiva la mirada. Iracundo.) ¡Estuviste a punto de arruinarlo todo! ¡Eres un torpe!

HOMBRE: Está bien, lo siento. ¡No pude evitarlo!

VIEJO: (Colérico.) ¡Nunca pensé que fueras tan bruto! ¡Esa indiscreción pudo habernos costado miles! ¡Todos nuestros planes, nuestros sueños!

HOMBRE: ¡No sabía nada! ¡No me habías dado los detalles! ¡Sólo me llenaste la cabeza con...

VIEJO: ¡Cumple tu trabajo! ¡No tienes ningún derecho a preguntar!

HOMBRE: Sólo tenía curiosidad. ¡No me molestes!

VIEJO: Y yo... ¡Yo no te importo nada!

HOMBRE: (Se voltea para golpearlo, con gran violencia le agarra por el cuello. Por un momento parecerá que va a estrangularlo, pero se emociona y lo trae hasta su pecho, se abrazan.) Lo siento, no volverá a suceder. (Se separan.)

VIEJO: Tu corazón se agita con fuerza... (Pausa.) ¿Tienes hambre?

HOMBRE: No. Quiero dormir un poco antes de la entrevista. (Va a salir.)

VIEJO: ¿Te acuerdas cuando mataste al Ministro? Luego nos fuimos a México...

HOMBRE: (Se detiene.) Sí.

VIEJO: ¿Y al Comandante de la Policía? Entonces nos escondimos en la Cordillera...

HOMBRE: Sí, también. Todo eso fue antes de la tortura.

VIEJO: Quiero que pienses a dónde te gustaría ir ahora. Tengo entendido que es mucho dinero. (El HOMBRE sale por la puerta del fondo. El VIEJO se voltea y vuelve a la mesa. Comienza a moldear desesperadamente mientras se muerde los labios.) Mucho dinero... (La escena se oscurece parcialmente.

Pausa breve y se escucha el sonido de un auto que se acerca y se detiene. El VIEJO se levanta presuroso, escucha un momento y va al cuarto. Toca la puerta.)

VIEJO: Despierta. Ya llegó... ¡Despierta!

HOMBRE: (Sale del cuarto.) Sí, ya te oí... no grites. (Se restrega los ojos.)

VIEJO: Bien, vete pronto. Muéstrale sólo la que es de verdad. Es la primera que está en la caja que abrimos. Está al descubierto. Si reconoce las otras armas de calamina, estamos fritos.

HOMBRE: Está bien. (Camina a través de la división y llega al almacén, el área escénica del VIEJO se oscurece.)

ESCENA CUARTA

La lámpara del almacén ilumina sobriamente. El HOMBRE mira por la ventana. Enciende un cigarrillo. Se retira al lado opuesto del cuarto. Toques en la puerta.

HOMBRE: Pasa, está abierto. (Entra el JOVEN, vestido de gabán oscuro. Demasiado niño y flaco, de rostro inocente. Trae una cámara fotográfica al hombro.)

JOVEN: Buenas noches.

HOMBRE: Pasa y siéntate. (El JOVEN se sienta.) Dime tu nombre completo.

JOVEN: No estoy autorizado a decirlo, sólo puedo decir mi número. (El HOMBRE se pasea por el cuarto mirándolo detenidamente. Mientras lo hace, saca unos papeles del bolsillo y parece ojearlos pero en realidad mira al JOVEN. Pausa.) Es el 18681950.

HOMBRE: Bien. (Pausa, se miran.)

JOVEN: Quiero ver las armas.

HOMBRE: ¿Por qué tienes tanta prisa?

JOVEN: El líder quiere la información esta misma noche.

HOMBRE: Si fuera así, ¿cuándo traerías el dinero?

JOVEN: No soy yo quien decide esas cosas. Además, todo depende de mi informe. Si ellos llegan a un acuerdo, entonces enviarán a un mensajero con el dinero.

HOMBRE: ¿Otro mensajero? ¿Por qué no tú mismo?

JOVEN: Tenemos que hacerlo así. Me conoce mucha gente. Pueden interceptarme, seguirme, que sé yo. ¡Ya no quiero hablar más! ¡Muéstreme las armas!

HOMBRE: ¿Por qué enviaron a un hombre tan joven?

JOVEN: Conozco de armas.

HOMBRE: ¿Por qué? ¿Eres militar?

JOVEN: (Se levanta molesto.) Oiga, mire... yo no vine aquí a contestarle preguntas sobre mi vida. Vine a hacer un negocio y tengo que irme pronto. Así que le suplico...

HOMBRE: (Ofendido.) Un guerrillero no suplica. (El JOVEN se incomoda. El HOMBRE le saca la corbata y la estira suavemente, luego de un golpe lo atrae cara con cara.) ¿O es que no eres guerrillero? El JOVEN se suelta y se retira con miedo.)

JOVEN: Si, lo soy.

HOMBRE: (Rápido.) ¿Dónde aprendiste de armas?

JOVEN: En el partido. Nos enseñan a reconocer diferentes tipos de armas. Pistolas, granadas...

HOMBRE: ¿Has usado armas antes?

JOVEN: Sí.

HOMBRE: ¿Dónde?

JOVEN: En la Universidad. (Pausa.) Disparé pistolas de bajo calibre y una vez disparé una escopeta.

HOMBRE: ¿Te sería fácil reconocer réplicas de calamina entre armamento pesado?

JOVEN: Como reconocer a un negro en un grupo de enfermeras. (Pausa.)

HOMBRE: ¿Cómo están las cosas en la Universidad?

JOVEN: ¡Quiero ver las armas!

HOMBRE: Es por tu bien. Contéstame.

JOVEN: (Colérico.) ¿Dónde están?

HOMBRE: (Lo toma por el cuello.) Vas a contestarme todo lo que te pregunte si no, no habrá armas.

JOVEN: Me está chantageando. ¡Se lo diré al líder!

HOMBRE: Tu líder tendrá muchas cosas que agradecerme luego de nuestra conversación.

JOVEN: ¿Qué es lo que quiere de mí?

HOMBRE: Conocer razones. Un motivo. Un maldito motivo que me haga pensar que sí. Que debo hacer lo que me ordenaron. Que no debo flaquear. Obviamente debo hacerlo por mí mismo, pero... ¿y tú? ¿Y los demás?

JOVEN: No lo entiendo.

HOMBRE: No te esmeres mucho. Además aquellos que tienen la razón, no tienen que entender nada porque ya lo saben todo y sólo les queda actuar. Pero yo... yo no tengo razones.

JOVEN: Bueno, acabemos con esto ya. ¿Qué quiere saber?

HOMBRE: ¿Para qué quieren las armas?

JOVEN: Pero usted es retardado ¿o qué? Vamos a comprarle 166 ametralladoras y todavía pregunta para qué las queremos?

HOMBRE: (Sin importarle el comentario.) ¿Qué pasa en la Universidad?

JOVEN: (Un poco más serio que antes.) La Policía ha sitiado el campus. El Ejército del Presidente entra, saquea y sale cuando le viene en gana. Están constantemente intimidándonos, provocándonos. Ya van más de doscientos arrestos injustificados en los últimos cuatro días.

HOMBRE: A ti, ¿te arrestaron?

JOVEN: Sí. Hace un mes. Pero me escapé. Íbamos en una marcha. Hubo una violenta confrontación. Hubo muchos disparos. Estuve tres días encerrado...

HOMBRE: ¿Te torturaron?

JOVEN: Sí... pero no me importa porque estoy vivo. Ellos no pueden darse el lujo de matarnos. (Enérgico y enfático.) ¡Ahora es que vamos a luchar con todas nuestras fuerzas! ¡Tenemos la victoria a la vuelta de la esquina!

HOMBRE: ¿Por qué dices eso?

JOVEN: Después de los sucesos de noviembre, los líderes planearon llevar a cabo una verdadera revolución. La muerte de los hermanos Tavárez y las torturas que sufrió la profesora Morgan han puesto muy tensa a la gente. (Pausa.) Empezaríamos por la Universidad. (Pausa corta.) Los comandos clandestinos nos ofrecieron su apoyo. El movimiento estudiantil encabezaría los frentes de lucha. ¡Todo el país se lanzaría a las calles con palos y piedras, y nosotros con sus ametra... (Se da cuenta de que no debe seguir hablando.)

HOMBRE: ¿Y ustedes con qué? (El JOVEN voltea la cara.) ¿Con las armas que le vamos a vender?

JOVEN: Sí. (Pausa.) Mire camarada, la revolución es inminente. Cada día que pasa se nos reprime y se nos explota más.

HOMBRE: Por lo menos tienen el derecho a protestar.

JOVEN: ¿De qué vale ese derecho si nadie nos escucha?

HOMBRE: Dale gracias a Dios de que al menos puedes hacerlo y así enterar a todo el mundo. En otros países te hubieran barrido a tiros.

JOVEN: No hace falta ir a otro país. Este ya tiene bastante de lo mismo. (Rápido.) ¡Hay que vivir la tortura para estar plenamente convencido! Usted no tiene cara de burgués. ¡Tiene que entenderme!

HOMBRE: Soy obrero... como tú.

JOVEN: (No lo ha escuchado.) La revolución y la lucha entre las clases es un hecho consumado en este país. Tenemos que estar preparados para las confrontaciones

inminentes, confrontaciones con la fuerza represiva del gobierno fascista. No nos queda otra salida que la lucha armada. Durante todos estos años hemos esperado pacientemente y con gran estoicismo esta oportunidad de vencer.

HOMBRE: Y cuentan con nuestras armas para lograr esa victoria.

JOVEN: (Molesto consigo mismo.) No debí decirle eso.

HOMBRE: Ya está hecho.

JOVEN: Ahora se aprovechará de nuestra desesperación y aumentará el precio de las armas.

HOMBRE: ¿Cómo lo sabes?

JOVEN: Usted no tiene cara de revolucionario. Tiene cara de mercenario. De contrabandista-capitalista. Usted no tiene escrúpulos. Se le ve en lo más profundo de sus ojos... y es por eso que debo decirle esto. No ha sido fácil reunir tanto dinero en tan poco tiempo. Hemos robado, hemos liquidado nuestras cuentas de banco, hemos hecho préstamos exorbitantes, hemos empeñado la imprenta, nuestras pertenencias... ¡Todo! (Avergonzado.) Hasta hemos pedido a los pobres. (El HOMBRE le mira fijo.) ¡Al fin y al cabo es por ellos por quienes hacemos esto!

Aunque nonos crean. Aunque nos den los ahorros de toda una vida remilgando y desconfiando. Es por ellos, por nosotros no. ¡Es por ellos!

HOMBRE: Han vendido la apestosa y podrida idea de la revolución para quitarle el dinero a quienes realmente lo necesitan. Comprarán sus asquerosas armas con dinero honrosamente ganado por obreros.

JOVEN: ¿Y qué quería que hiciéramos?

HOMBRE: ¿Y eres tú quien me habla de escrúpulos? Eres tan sucio como ellos.

JOVEN: ¿Como quiénes?

HOMBRE: Como los que mandan.

JOVEN: Estamos desesperados, no nos queda otra salida.

HOMBRE: (Molesto y resuelto a terminar.) Basta ya. (Se dirige hacia el fondo y examina la caja abierta, saca una ametralladora y se la muestra.) Toma. Mírala... todas son iguales. Dispara 120 balas por minuto. Es suficiente para barrer un regimiento entero del Ejército. Hay 165 más en todas esas cajas.

JOVEN: El precio... ¿sigue siendo el mismo?

HOMBRE: Sí.

JOVEN: ¿Aún después de lo que le dije?

HOMBRE: No me importa. Soy un mercenario, pero tengo escrúpulos.

JOVEN: ¿No dirá nada a sus JEFES?

HOMBRE: No... no diré nada.

JOVEN: (Sonreído.) Me equivoqué con usted. No pensé que fuera así tan de pronto, un hombre comprensivo, un guerrillero.

HOMBRE: (Le sonríe también.) Eres un niño. Te pareces tanto a mí. (Pausa incómoda.)

JOVEN: ¿Puedo ver las otras armas?

HOMBRE: (Confundido.) ¿Las otras?... este ... no. Sólo esa. Las demás están en sus fundas... No, no se puede.

JOVEN: Confío en usted. Ahora debo tomar unas fotos del cargamento.

HOMBRE: No me dijeron nada al respecto. Puedes hacerlo.

JOVEN: (Toma la cámara, se coloca y toma una foto con ‘flash’.) Confío en usted. (Otra foto.) No sabe cuánto confío en usted. (JOVEN acelera el ritmo repitiendo una frase y disparando el ‘flash’.) Es usted una persona decente. (Otra más.) Es usted un guerrillero. (Otra más.) Confío en usted... (Otra.) Confío en usted... (Otra, pero esta última logra desconcertar al HOMBRE momentáneamente.)

HOMBRE: (En voz alta, pero sin gritar.) Ya. (Pausa. El JOVEN guarda su cámara.)

JOVEN: Ahora debo irme.

HOMBRE: ¿Cuándo traerán el dinero?

JOVEN: El líder se comunicará con sus JEFES.

HOMBRE: ¿Quién va a traerlo? ¿Tú?

JOVEN: Trataré. Adiós. (Sale.)

ESCENA QUINTA

El HOMBRE se queda solo. Enciende otro cigarrillo. Guarda la ametralladora nuevamente en su caja. Se escucha el ruido del encendido del auto y luego alejarse. El HOMBRE apaga la lámpara y pasa a la habitación de el VIEJO que se ilumina lentamente. El VIEJO, al verlo entrar, se levanta animado.

VIEJO: ¿Qué dijo?

HOMBRE: Dijo que sí. Que traerá el dinero mañana y que no habrá problemas.

VIEJO: Se tragó el cuento. ¿Sólo le enseñaste la que era de verdad?

HOMBRE: Sí.

VIEJO: Bueno ahora lo que tenemos que hacer es esperar. (El HOMBRE aspira bocanadas profundas. El VIEJO vuelve a moldear con intensidad. La escultura está ahora más delineada, pero siendo una figura femenina el VIEJO le ha añadido un detalle curioso; el vientre de la estatua está abultado, como si la estatua estuviera embarazada. El HOMBRE se da cuenta de ello.)

HOMBRE: ¿Qué le has hecho a la estatua?

VIEJO: El toque de la perfección... está preñada ¿ves? (Pausa.) Háblame de él.

HOMBRE: No quiero hablar ahora.

VIEJO: ¿Qué tiene de particular?

HOMBRE: Precisamente eso. No tiene nada de particular. Es como todos nosotros. Miente, roba y

pide para él. Los ideales no importan. Aprendió muy bien de la derecha.

VIEJO: ¿Por qué dices eso?

HOMBRE: Claro, sabe hablar muy bien, usa las palabras adecuadas, gesticula como un guerrillero y para colmo es impetuoso y arrojado, por eso siempre fracasan.

VIEJO: Si han fracasado alguna vez es porque los han traicionado.

HOMBRE: Porque en su inseguridad y su indecisión no han sabido preveer las traiciones. Siempre hay un traidor . Siempre hay alguien que habla más de la cuenta.

VIEJO: (Interesado.) ¿Insinúas que ese mocoso es un traidor?

HOMBRE : Y de los malos. Dejó ver la desesperación que sentía por las armas. Pude aumentarle el precio si hubiera querido.

VIEJO: (Estupefacto.) ¿Y por qué no lo hiciste?

HOMBRE: (Colérico.) Porque no me dio la gana.

VIEJO: (Más colérico aún.) ¡Jamás pensé que fueras tan idiota! Si le hubieras pedido más dinero hubiéramos podido ir más lejos; a Salvador, a Timbuktu, pero lejos, muy lejos de aquí...

HOMBRE: Ya lo has pensado todo... ¿Has pensado en la traición?

VIEJO: Tú no me vas a traicionar.

HOMBRE: ¿No has pensado que yo pueda huir con el dinero?

VIEJO: Llevamos muchos años juntos. No es fácil.

HOMBRE: (Pausa.) Tienes razón... pero la traición...

VIEJO: ¿Qué?

HOMBRE: Huele a muerto... y aquí huele a muerto.

VIEJO: No digas eso. Te he dado los mejores años de mi vida. Te he querido y sólo tú sabes cómo. No me digas que ya te has cansado de mí. Somos un buen equipo de trabajo, ¿verdad?

HOMBRE: Sí, lo somos. (Pausa.) Pero, ¿y ellos? ¿Has pensado en ellos? (Pausa, el VIEJO hace una mueca de desagrado.) ¿Y nosotros? ¿Cómo vamos a huir?

VIEJO: Ese es mi problema. Déjamelo a mí. Despanzurraré a esa maldita Corresponsal. Le sacaré su hijo a cuchillazos. (En tono de secretividad.) No perderemos el tiempo.

HOMBRE: Los traicionaremos a ellos también.

VIEJO: ¿Nunca has estado en las playas de Timbuktu?

HOMBRE: Pero, ¿y las ideas? ¿Qué haré yo con mis ideas? ¿Qué hago yo con todo lo que se aprende en los corillos políticos de la Universidad? ¡Ese sentimiento vive todavía y vale más que tus asquerosas playas en Timbuktu!

VIEJO: Aprende a vivir sin eso.

HOMBRE: Yo entiendo lo del dinero... está bien... Pero, ¿y ellos, los estudiantes?

VIEJO: Ten en cuenta que es mucho dinero.

HOMBRE: (Agitado.) ¿Quiénes son los JEFES? ¿Cómo trabajan? (Pausa.) ¿Viven de vender armas falsas?

¿Están en la izquierda o en la derecha?

VIEJO: Yo no sé.

HOMBRE: ¿Sólo están con el dinero? ¿No tienen intereses?

VIEJO: Preguntas demasiado. Yo sé lo mismo que sabes tú.

HOMBRE: ¿Y si un día, de repente, dijeran que sí?

VIEJO: ¿Que sí a qué?

HOMBRE: A la derecha, por ejemplo.

VIEJO: (Pausa.) Acabarían las revoluciones. No habría quien vendiera las armas. Y tú bien sabes que en estos tiempos, ni los palos ni las piedras hacen una revolución.

HOMBRE: Parece fácil desde... ese punto de vista. Todo parece fácil si se mira con objetividad. (Le tumba la cabeza de plasticina a la muñeca, el VIEJO va a

imprecarle. El HOMBRE dice con fuerza.) ¿Y si dijeran que sí... a la izquierda?

VIEJO: (Colérico, absorve su imprecación y sólo musita.) ¿A la izquierda?

HOMBRE: (Explícito.) ¡A nosotros!

VIEJO: (Confundido.) No sé... tendríamos que cumplir nuestro deber o nos... ¡No vería las playas de Timbuktu! (El HOMBRE se encoleriza y da un puño en la mesa.) ¡Tendríamos que matarlo de todas maneras!

HOMBRE: ¿Por qué? ¿Estás seguro de que dirán ‘no’ a los ideales? ¿Estás seguro de que seguirán igual de mudos como hasta ahora? (Se le encara.)

¡Contéstame! ¡Contéstame! (Ambos se miran fijamente. La escena se oscurece rápidamente.)

ESCENA SEXTA

Mismo lugar. Al otro día por la noche.

Sentados a la mesa, CORRESPONSAL y VIEJO. Beben cerveza y comen algún fiambre barato. HOMBRE, sentado en la misma posición del Primer Acto, mordisquea el filtro de un cigarrillo.

CORRESPONSAL: (Mientras mastica.) ...claro que eso no tiene nada que ver. Entonces los JEFES me dijeron: “Tu hijo va a nacer pronto, debes dejar de trabajar”. Y yo le dije que mi hijo aprendería a buscárselas desde acá adentro. (Ríe.)

HOMBRE: (Aburrido.) ¿A qué hora llega?

CORRESPONSAL: Ya le dijeron que esta noche, ¿cómo quiere que sepa la hora exacta?

HOMBRE: Será entre las ocho y las doce.

CORRESPONSAL: Lógico. Lo demás se llama madrugada y no dijeron madrugada, dijeron noche.

(Al VIEJO.) Me han dicho... (Bebe.) ...que hay un cargamento de explosivos que viene de Turquía. Los JEFES lo van a comprar con el dinero que le saquen a los estudiantes.

HOMBRE: ¿Y qué le dirán a los estudiantes cuando se den cuenta?

CORRESPONSAL: Le echaremos la culpa a los americanos.

HOMBRE: ¿Usted se cree que ellos son tontos?

CORRESPONSAL: Tontos no, pero desbocados. Están tan desesperados que creerán cualquier cosa, y mucho más si hay americanos envueltos. Los JEFES lo han pensado todo.

HOMBRE: Sobre ese cargamento de explosivos de Turquía... ¿Para quién es?

VIEJO: Te dije que no hicieras tantas preguntas.

CORRESPONSAL: (Hace un gesto de que no le importa.) ¡Bah!

HOMBRE: ¿Para quién es?

CORRESPONSAL: Se venderá a doble precio. Es todo lo que sé.

HOMBRE: ¿A quién?

CORRESPONSAL: (Molesta.) A locos revolucionarios, a guerrilleros idiotas, a patriotas maricones... ¡Yo que sé!... ¿Por qué no se mete la lengua por el...

VIEJO: (Interrumpiendo al HOMBRE.) Creo que tus preguntas ya nos han molestado bastante.

HOMBRE: Está bien. Me callaré. No diré nada más. A propósito, antes de irse sacó unas fotos del cargamento. (CORRESPONSAL se ahoga con la cerveza y tose del susto. El VIEJO se levanta indignado.)

VIEJO: ¿Qué?

CORRESPONSAL: (Repuesta.) ¿Qué dice usted?

HOMBRE: No creí que fuera nada malo.

CORRESPONSAL: Si no se tiene sentido común no. En ese cuarto sólo hay ocho cajas de ametralladoras de calamina y se supone que le vendamos 166 ametralladoras. ¿Cómo van a caber en ocho cajas de jabón de fregar?

HOMBRE: ¡Le diré que el resto está en otro almacén!

CORRESPONSAL: ¡Es que no hay ese resto!

VIEJO: ¿Se las van a llevar hoy?

CORRESPONSAL: Hoy lo pagas, hoy te lo llevas. ¿Qué más quiere?

HOMBRE: Entonces no vendrá solo.

CORRESPONSAL: El acuerdo es de que sí. Tiene que venir solo. Si no, ¿cómo diablos lo iba a poder matar?

HOMBRE: ¿Será el mismo mensajero de la otra noche?

CORRESPONSAL: Debe ser el mismo.

HOMBRE: ¿Y si no?

CORRESPONSAL: ¡Ya vuelve a joderme con sus preguntas! ¡Yo no sé nada! Yo me lavo las manos. (Se levanta.) Si algo pasa yo no quiero estar aquí. Esos muchachos son locos, pueden venir de golpe cien o doscientos, matarlos a ustedes y robarse las armas.

HOMBRE: ¡Pero las armas no sirven!

CORRESPONSAL: ¡Pero ellos no lo saben!

HOMBRE: Los JEFES debieron pensar en eso. No podemos resolver todos los problemas que surjan. ¡No podemos matar a todo el mundo!

CORRESPONSAL: Si pasa algo es culpa de su torpeza. Unas fotos... ¡Está loco!

VIEJO: No va a pasar nada. Son ingenuos, van a confiar en nosotros.

CORRESPONSAL: Temprano en la mañana vendré a buscar el dinero, o antes si hay alguna emergencia.

VIEJO: Seguiremos las órdenes. Pero él tiene razón. ¿Tendremos protección de los JEFES?

CORRESPONSAL: (Mirando al HOMBRE.) Si son tan valientes cuando matan, deben serlo cuando defienden sus intereses.

HOMBRE: (Molesto.) ¡Yo no voy a defender intereses ajenos!

CORRESPONSAL: ¡De esos intereses dependen los suyos ‘Mister Killer’! Y si usted quiere su paga, asegúrese de que los JEFES estén contando el dinero de las armas mañana en la mañana. Si no... ya usted sabe el resto sabe el resto del cuento. (Pausa.) Además, para usted sería demasiado fácil preguntarse, ¿qué vale más a la larga? ¿El dinero o la causa?

HOMBRE: ¿Está insinuando que vamos a traicionar a los JEFES?

VIEJO: No vamos a fallarle a la causa. (Al HOMBRE.) Por ella es que estamos comiendo.

CORRESPONSAL: (Se acerca al HOMBRE.) Recuerde que fue usted quien habló de traiciones.

HOMBRE: (Molesto.) Escúcheme...

VIEJO: (Cortando.) Confiamos en que...

HOMBRE: ¡Cállate! Déjame hablar...

VIEJO: ¡No compliques más las cosas!

HOMBRE: Si pasara...

CORRESPONSAL: ¡Se les pagará de todas formas!

VIEJO: (Después de una pausa.) Son muy amables.

CORRESPONSAL: Yo no tengo nada que ver. Ellos esperan que yo cumpla, yo cumplo y las cosas marchan bien.

HOMBRE: ¿Y si los JEFES no cumplen?

CORRESPONSAL: (Molesta.) Oiga, mire...

VIEJO: ¡Basta ya! (Al HOMBRE.) ¿A dónde quieres llegar?

HOMBRE: ¡No es fácil matar a un hombre!

CORRESPONSAL: Claro, lo comprendo. Parece que para usted ese chico es, otra clase de hombre. (Todos

se miran entre sí.) Ahora me voy. Hasta mañana, cuando salga el sol. (Se pone sus trapos y sale.)

ESCENA SÉPTIMA

HOMBRE: Tal vez ella tenga razón. Es otra clase de hombre, sí.

VIEJO: (Acercándose a la puerta.) ¿Oíste lo que dijo? Estamos fritos. Esas malditas fotos arruinaron todos nuestros planes. Tengo miedo de que algo salga mal. Que esa hija de puta se de cuenta.

HOMBRE: Y si te dijera que no voy a matarlo. Que me arrepentí. Que le diré lo de las armas. Que somos conspiradores dentro de nuestro propio partido, que todo esta planificado para traicionar a los JEFES y que vamos a huir con el dinero.

VIEJO: (Amenazante.) ¡Te arrancaría los ojos!

HOMBRE: (Le sostiene las manos al VIEJO pues éstas se habían acercado a su cara.) ¿Soportarías pasar dos veces por lo mismo?

VIEJO: ¡Cállate!

HOMBRE: (Gritándole en el rostro.) ¡Y que estás decidido a matar por el partido, pero a la hora de la verdad la pistola hace ¡Plac!, y se encasquilla... luego te arrestan, te torturan... (Angustiado.) ¿Y qué carajo hace el partido por salvarte el pellejo? ¿Qué le importa al partido si te aplican voltios en los testículos? (Lo tira contra la silla.) Pero a tí te importó... y confesaste para que no me mataran.

VIEJO: ¡Claro! (Lloroso.) Si yo te quiero.

HOMBRE: Tienes razón. Estoy en deuda contigo. Todo salió como planeaste. ¡Ahora soy yo quien tengo que sacrificar mis ideales para complacerte!

VIEJO: No me condenes. Yo te salvé la vida, yo sólo quería ser feliz a tu lado.

HOMBRE: ¿Traicionando todo lo de antes, la patria libre y toda esa basura que tú mismo me inculcaste?

VIEJO: Pero tú estás dudando. Esto te pone a mi lado.

HOMBRE: Sin embargo el chico merece morir. El pueblo que se revele no puede cargar con toda esa bazofia política que él y su gente le han metido en la cabeza a los pobres. ¡Esto no es la revolución rusa! ¡Es Latinoamérica! ¡Latinoamérica pobre! No puede haber engaño ideológico posible, ni de izquierda ni de derecha.

VIEJO: ¿Qué esperas entonces? ¡Mátalo! ¿Por qué dudas?

HOMBRE: Porque me fascina su inocencia. Nosotros ya hemos descubierto la sucia verdad de todo este asunto. Pero él no es inocente para sí mismo y esa clase de gente hace falta. ¡Ah! Como quisiera abrirle la cabeza y espetarle las ideas, las verdaderas ideas de una revolución digna... (En un comedido arrebato de ansiedad.) ¡Si yo tuviera su juventud!

VIEJO: Si tú no lo matas, lo haré yo.

HOMBRE: ¿Tengo motivos? ¿El dinero es suficiente motivo?

VIEJO: Para los JEFES sí.

HOMBRE: ¡Me importan un comino los JEFES!

VIEJO: ¡Qué débil eres!

HOMBRE: ¡Tampoco me importa si soy débil o no! ¡Sólo quiero un motivo!

VIEJO: Lo harás. (Pausa.) Por mí.

HOMBRE: Por tí y tu asqueroso dinero. Ya los JEFES no existen porque ellos no representan nada. Estamos tú y yo solos, desnudos frente a nuestros ideales, frente a nuestros ideales manchados por la traición. (Se escucha un automóvil que se acerca y se detiene.) Ahí está. (El HOMBRE va hasta la puerta de su cuarto.) ¿Qué puedo esperar al lado tuyo? ¿Qué, con todo el dinero del mundo y tomando sol en las playas de Timbuktu? Sólo puedes moldear estatuas imperfectas.

Mírate... ¿Quién eres realmente? Estás viejo, amarillo, famélico. ¿Vales más que mi tambaleante y romántica idea de la libertad? (Se escuchan tres toques de la bocina de un auto. El HOMBRE entra a su cuarto. El VIEJO, colérico y lloroso, de un manotón arroja ambas estatuas al suelo. El HOMBRE VUELVE a entrar, ahora con un revolver gigantesco en el cinto. Mira al VIEJO y camina hasta el cuarto de las armas.)

ESCENA OCTAVA

El HOMBRE enciende la lámpara y se coloca al lado opuesto de la entrada. El JOVEN abre la puerta y entra al almacén. Trae una maleta pequeña en la mano y viene vestido en ropa de guerrilla.

JOVEN: Aquí estoy.

HOMBRE: Ya se ve.

JOVEN: (Señalando una maleta pequeña que trae consigo.) He traído el dinero.

HOMBRE: Déjame verlo.

JOVEN: Carguemos las armas primero. El camión está frente a la puerta.

HOMBRE: ¿No confías en mí?

JOVEN: Ya le dije que sí.

HOMBRE: Podría ayudarte a cargar el camión, luego me pegarías un tiro y huirías con las armas.

JOVEN: Ahora es usted el que no confía en mí.

HOMBRE: Confiemos los dos entonces. (El HOMBRE le señala el cinto.) Dame ese revólver.

JOVEN: (Saca el revólver que escondía bajo la camisa.) Se lo daré. Pero póngalo con el suyo, ahí, sobre la mesa. (El HOMBRE saca su revólver y al unísono, ambos los colocan sobre la mesa.) Ahora a las armas.

HOMBRE: Primero el dinero.

JOVEN: Somos del mismo partido, ¿por qué hacemos las cosas tan difíciles?

HOMBRE: No veo el problema.

JOVEN: Pues yo sí. ¿Dónde están las otras armas?

HOMBRE: ¿Cuáles otras?

JOVEN: Oiga, no somos tan tontos. Usted sabe mejor que yo que 166 ametralladoras no caben en ocho cajas de jabón de fregar. El líder analizó muy bien las fotos.

HOMBRE: (Sonriendo.) Hay un almacén abajo. Ahí está el resto.

JOVEN: Le voy a ser franco, compañero. Yo quizá confíe en usted, pero el líder no. Es un asunto muy serio este de la revolución. No vamos a arriesgar tanto por nada.

HOMBRE: ¿Arriesgar?

JOVEN: Desconfiamos de usted tanto como de nosotros mismos. El dinero, así como el miedo y la cobardía, hacen que el hombre fracase en su lucha y lo desvía del verdadero sentimiento patriótico que lo une al servicio del partido.

HOMBRE: Hablas como un libro de Marx.

JOVEN: ¿Cómo?

HOMBRE: ¿Dónde estás tú dentro de toda esta patraña? ¿El verdadero ser tuyo?

JOVEN: Estoy al servicio del partido, igual que usted.

HOMBRE: Yo no. Yo me sirvo a mí mismo.

JOVEN: Eso empeora las cosas. La revolución se hace para los pobres, no para satisfacer caprichos de uno mismo.

HOMBRE: (Ríe.) ¡Igual que hizo el ‘Che’ con los indios bolivianos. ¡No seas idiota!

JOVEN: ¿Qué quiere usted? ¡Tenemos necesidades! ¡Hay un pueblo que se muere!

HOMBRE: (Enfático y casi violento.) ¡De hambre! ¡No de ideas!

JOVEN: Yo no sé como sus JEFES permiten que gente mal orientada políticamente, como lo está usted, esté a cargo de algo tan serio como esto.

HOMBRE: (Ríe.) Los JEFES... ¡Ellos está peor que yo!

JOVEN: (Agresivo.) ¡Se equivoca usted! Es gracias a ellos que la victoria es un hecho cierto. De ellos han salido grandes próceres, héroes en todo sentido. ¡Darán no sólo armas, sino ‘todo’ lo que tienen al servicio de la revolución y del partido! El sueño de liberación se convierte en realidad, gracias a la sangre de nuestros héroes, si es necesario morir... ¡Moriremos! (La luz de la escena se oscurece rápidamente.)

ESCENA NOVENA

Se ilumina casi simultáneamente el área escénica que ocupa el VIEJO. Este se encuentra sentado a la mesa con la cara entre las manos. Se escuchan golpes apurados en la puerta de la izquierda. El VIEJO se levanta y va hasta ella.

VIEJO: ¿Quién es?

VOZ DE CORRESPONSAL: El Diablo.

VIEJO: (Abre la puerta y entra la CORRESPONSAL con sus harapos.) ¿Qué pasa?

CORRESPONSAL: ¿Dónde está el chico?

VIEJO: Está con él allá adentro.

CORRESPONSAL: Llámalo. Dile que no haga nada. Hubo problemas.

VIEJO: ¿Qué pasó? ¡Dime!

CORRESPONSAL: ¡Los JEFES cambiaron de idea! Afuera está el camión con las armas verdaderas.

VIEJO: ¿Por qué?

CORRESPONSAL: Hubo líos con el Ejército y la Policía. La cosa está mal. Los JEFES quieren vengarse de una vez.

VIEJO: ¿Vengarse?

CORRESPONSAL: ¡Quieren que las guerrillas se levanten en los próximos días! Ya ni siquiera quieren el dinero. ¡Quieren la victoria! Le han dado su apoyo incondicional a los estudiantes y a los comandos clandestinos.

VIEJO: ¡No entiendo! ¡No entiendo!

CORRESPONSAL: (Muy agitada.) ¡Hubo una bronca grande hace como una hora frente al Palacio Presidencial! Ahora entra y dile que los planes han cambiado, que ya no tiene que matarlo.

VIEJO: Es que yo...

CORRESPONSAL: ¡No podemos perder tiempo!

VIEJO: (Camina hasta la puerta, va a tocar pero se arrepiente.) ¡No voy a decirle eso! ¡No creo en ese cambio de órdenes! ¡No puedo creer en él!

CORRESPONSAL: (Saca unos papeles de su pecho.)

¡Míralo! Está escrito aquí.

VIEJO: Pero... (Pausa.) ¿Por qué no pensaron en nosotros?

CORRESPONSAL: ¡No podemos matar al contacto! ¡Entraré yo!

VIEJO: (Interponiéndose.) Espera. ¿Matarán al dictador?

CORRESPONSAL: Los grupos clandestinos y los estudiantes triplican el número de soldados. Sólo necesitan las armas.

VIEJO: La patria libre... ¡Libre como él quería! ¿Y nosotros?

CORRESPONSAL: (Señalando el sobre de los papeles.) Ahí está su paga, la de ambos. Márchesen del país. Sólo quiero cumplir con mi deber, a mí también me

vigilan. (Toca fuerte en la puerta.) ¡Abre! ¡Abre! ¡No le hagas daño!

ESCENA DÉCIMA

Se ilumina el área del almacén. El JOVEN camina desesperado de un lado para otro. El HOMBRE con desgano y con cierta sorna, le da vueltas al revólver que está sobre la mesa.

JOVEN: ¿Cree usted que no somos capaces de dirigir las masas populares? ¡Estamos preparados intelectualmente para hacerlo! Hemos estudiado todos los errores de antes.

HOMBRE: ¡Para volverlos a cometer ahora!

JOVEN: (Hastiado.) ¡Su formación política es muy escasa y yo no pienso perder mi tiempo enseñándole. (Le extiende la maleta.) Aquí tiene su dinero. ¡Deme ahora las armas!

HOMBRE: (Exasperado y violento toma uno de los revólveres y con la otra mano agarra por el pelo al JOVEN y lo tira de bruces sobre la mesa poniéndole el revólver en la nuca.) ¡Yo voy a decirte un par de cosas, para enseñarte que no debes confiar tanto cuando no hay de qué sostenerse! (Se le acerca al oído.) ¡No hay armas! Son de calamina. A los JEFES no les importa si ustedes mueren o no. A mí tampoco. Y no voy a sentirme culpable de lo que tú pudiste lograr por la patria libre. ¡Estás tan engañado que puedes engañar a otros sin que se den cuenta, pero a mí no!

CORRESPONSAL: (Iluminada de pronto, continúa dando golpes en la puerta.) ¡Abre! ¡Hay un cambio de órdenes! ¡Abre! ¡Hay un cambio órdenes! ¡Abre! ¡No hagas nada! ¡No lo mates!

JOVEN: (Desesperado.) ¡Suélteme! ¡Va a arruinarlo todo! (El HOMBRE lo empuja más contra la mesa.) ¡Reaccionario! ¡Fascista!

HOMBRE: No hijo, no. ¡Sólo que éstos tampoco son tus tiempos! (El HOMBRE dispara su revólver. El cuerpo del JOVEN rueda por el piso con todo y mesa. El eco del disparo se escucha por breves segundos. De un empujón la CORRESPONSAL logra abrir la puerta y se paraliza al ver la escena.)

CORRESPONSAL: ¡Idiota! (Pausa.) Todo está perdido.

HOMBRE: (Gritando.) ¿No era eso lo que quería? (Pausa.) Ya entiendo. ¡Los JEFES hablaron por fin!

VIEJO: (Saca un puñal muy largo de su cinto.) Pero ya es muy tarde. Ahora nos toca a nosotros, con ideales o sin ellos. (La CORRESPONSAL se voltea y antes de emitir palabra alguna, su respiración se corta por la furiosa puñalada del VIEJO sobre su vientre embarazado. El cuerpo de la CORRESPONSAL cae sin vida al piso. El VIEJO suelta el puñal y recoge la maleta.) Ahora vámonos. (El HOMBRE se queda mudo ante el espectáculo.) ¿Qué esperas? ¡Hay hombres esperando afuera! (Se escuchan tres toques en la puerta de la izquierda.) ¡Ven! (Lo hala por el brazo.)

HOMBRE: (Incrédulo.) ¿Qué hiciste?

VIEJO: Lo que habíamos planeado.

HOMBRE: (Violento.) ¡Yo te dije que no! (Golpes en la puerta izquierda.)

VIEJO: ¡No podemos perder tiempo! ¡Ven!

HOMBRE: (Lo sostiene por el brazo.) ¡Ahora soy yo quien dirige la extorsión! (Le quita la maleta.) ¡Esto debe regresar al lugar de donde vino!

VIEJO: ¡Yo me lo he ganado!

HOMBRE: ¡A los pobres no se les puede engañar con ideologías!

VIEJO: ¡A mi que me importan los pobres! (Pausa. El HOMBRE lo mira fijo.) ¿Vienes o no? (Golpes en la puerta.) ¡No voy a dañarlo todo por tí y por tus estúpidas ganas de hacerte el Jesucristo!

HOMBRE: (Tranquilo.) Vete. (El VIEJO lo mira con desprecio, luego con gran tristeza.)

VIEJO: Hasta luego, compañero. (Sale con la maleta. Golpes en la puerta más fuertes aún. El HOMBRE se acerca a la puerta por donde ha salido el VIEJO y lo mira alejarse. Nuevos golpes en la puerta.)

VOCES DE AFUERA: ¡Abran! ¡Abran! ¡O tumbaremos la puerta! (Pausa.)

HOMBRE: (Con gran fuerza interior y con inefable ira.) ¡Viejo! (Levanta el revólver hacia la dirección de salida del VIEJO. Amargado y lloroso.) ¡Eres un idiota! (Dispara una vez. Expectación. Dispara repetidas veces, luego baja su cabeza rendido. Los golpes en la puerta se hacen más violentos y terribles. La luz se desvanece lentamente.)

11 de marzo de 1982

Río Piedras, Puerto Rico

Angel Uriel Perales como Pedro y Tom Pierce como Gabriel en Los 200 No. Universidad de Louisville, Kentucky. 1989.

LOS 200 NO: (1983)

Los 200 no obtuvo Premio de Selección en el Festival de La Nueva Sangre Latinoamericana del Teatro Dúo Theatre de Nueva York en septiembre de 1983 y fue estrenada en el Teatro La Tertulia de Nueva York bajo la dirección de Gloria Celaya.

Luego representada por estudiantes del curso de Dirección Escénica de la Universidad de Puerto Rico en mayo de 1984 bajo la dirección de Frank García en el Teatrito de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras.

Luego en 1987 se estrenó en la República Dominicana en un montaje dirigido por Haffe Serrulle para el Teatro Universitario de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

Su más reciente representación fue el 16 de noviembre de 1989 por el Studio Theatre: Teatro del Departamento de Drama de la Universidad de Louisville, Kentucky, bajo la dirección de Uriel Perales, en una traducción de la Dra. Bonnie H. Reynolds y contó con la actuación de Tom Pierce en el papel de Gabriel.

UN RECUERDO MUY VALORADO…

Una de las más hermosas anécdotas de mi carrera como dramaturgo me sucedió cuando se montó mi obra LOS 200 NO en Louisville, Kentucky, en noviembre de 1989, en el Teatro Universitario de esa prestigiosa Universidad del este. La traducción la había realizado mi queridísima amiga y hermana Bonnie Reynolds, la decana de la crítica dramática puertorriqueña en Estados Unidos, y con la ayuda de algunos estudiantes y profesores puertorriqueños y latinoamericanos, se habían dado a la tarea de montarla bajo la dirección de un aventajado estudiante nuyorrican de nombre Uriel Perales, muy talentoso y muy dinámico.

La semana antes del estreno se había dado en la Universidad un hecho violento, que mantenía en temor a toda la comunidad. Un grupo de skinheads neonazis había violado y golpeado a una estudiante negra, que se encontraba entre la vida y la muerte en el Hospital de esa ciudad.

La producción, de alguna manera que nunca pude enterarme bien -tal vez porque mis amigos no querían asustarme mucho- había recibido varias amenazas de aquel grupo que acusó a la obra de ser propaganda “spík”, escrita por un “spik independentista y comunista que había venido a la Universidad a provocarlos”. Que me fuera de inmediato, sino que me preparara para lo peor.

Al llegar al aeropuerto, mi amiga Bonnie me avisó a medias de algunas de estas cosas pero me dijo que no tenía de qué preocuparme, que nada malo pasaría. Mi preocupación estaba cifrada sobre el estreno, no fuera que estos nazis, hijos de puta, lo fueran a dañar de alguna manera.

Pensaba yo en la bendita mala suerte de esta obra que siempre ha sido censurada cada vez que se quiere

presentar... desde aquella primera censura por el Departamento de Actividades Culturales de la UPR, donde una funcionaria me dijo, con gran preocupación, que las cosas que yo presentaba en esta obra “no pasaban en el recinto”.

Bueno, el asunto es que del aeropuerto fui directo al ensayo a conocer a los actores. Allí me presentaron al que se convertiría en un gran amigo personal, el actor Tom Pierce. Tom era nada más y nada menos que una de las cabezas de la Sección de Louisville del American Indian Movement. Para quienes no sepan que es esto, pues es una de las organizaciones o “la organización” que protege y lucha por los derechos de los nativos americanos en Estados Unidos. Pierce estaba por terminar sus estudios en la Universidad, pero había sido expulsado tantas veces por su actividades políticas con el AIM, que aquel deseado final le parecía muy lejano. Lo cierto es que hablámos mucho sobre este tema y me puso al tanto de cosas que yo no sabía sobre la represión que el FBI mantiene sobre esta comunidad, quienes de hecho, son los verdaderos norteamericanos. Tom estaba intensamente entusiasmado con el personaje de Gabriel porque él entendía que Gabriel hablaba por él, decía que yo había escrito su vida aún sin haberlo conocido. Halago que en ese momento me pareció desmedido, pero simpático. Un dramaturgo nunca sabe cuánto una obra suya puede significar para otra persona. Sobretodo cuando Tom me contó que tuvo un abuelo a quien él ayudó a construir una casa y que luego le abandonó por irse tras una chica a quien embarazó. (Lo mismo que le ocurre a mi personaje.)

La cosa es que en una de las conversaciones, Tom me disparó muy despacio y con gran cautela, el asunto de las amenazas contra la obra y contra mi por parte de los skinheads. Estábamos cenando en algún restaurante cuando le pregunté si debía preocuparme de verdá,

porque si bien no sabía los detalles de las tales amenazas, el ambiente de violencia se sentía a todo momento. No olvidemos que es también un momento de gran agitación en Estados Unidos por las represiones del Gobierno sudafricano y su política del Aparthied -apoyada tácitamente por los Estados Unidos-, contra los ciudadanos negros aprisionados en los ghetos de Soweto. Justo días antes, había habido una matanza en Soweto de la que se hablaba mucho en la prensa. El asunto estaba verdaderamente caliente y los skinheads en Estados Unidos eran tipos de temer, sobretodo porque la estudiante negra violada podía morir en cualquier momento.

Le pregunté a Tom qué podíamos hacer si cualquier cosa pasara pues no quería incomodar a nadie con este asunto, ni provocar otra estupidez de los barbáricos skinheads. Pero Tom me dijo con su franco tono amable, “no te preocupes, tú estás muy bien protegido, nada va pasarte mientras estés aquí”. Me sonreí porque no sabía a qué se refería. Y continuó: “Mira hacia la puerta del restaurante”. Y cuando miré, dos nativos americanos, no recuerdo su tribu, pero me sonaban a Cherokees o algo así, del alto de una palma, vestidos con sus mahones y sus camisas occidentales, normales como ese que pasa por ahí; me miraron y me sonrieron bajando lentamente la cabeza en un saludo generoso que nunca olvidaré. Y el asunto me hizo sentir muy bien; sobretodo seguro, porque el que se metiera con aquellos dos, por mi madre que no la hacía. Tan seguro me sentí, que durante todos los días que estuve en Louisville, dando charlas y conferencias, caminando con Bonnie y con Tom por todo aquello, no hacía mas que mirar hacia atrás y allí estaban aquellos dos hombres espectacularmente fuertes, a quienes nunca conocí por su nombres, protegiéndome desde lejos.

Allí en aquel estreno, hermané para toda la vida con uno de los más importantes dramaturgos mexicanos

contempóraneos, el Maestro Guillermo Schmidhuber, quien a la sazón enseñaba allí, y compartió a mi lado mi estreno, y al verme algo nervioso, con su gracia mexicana me dijo, "tranquilo hermanito, estás bien protegido". Siempre estuvieron allí aquellos dos nativos protectores, en la puerta del teatro, en el salón de conferencias... y me siguieron todo el tiempo hasta mi salida en el aeropuerto. Le dí un abrazo a Tom y le dije, “Gracias, por lo que sea que iba a pasar y no pasó”. Me despedí de ellos con una inclinación de cabeza, ellos me devolvieron una sonrisa y un saludo breve con su manos.

Crucé cartas con Tom durante algún tiempo y con alguna religiosidad me mantuvo al tanto de sus boletines impresos y sus relatos de lo que sucedía entre el FBI y los nativos americanos y los abusos y represiones a la que estos hermanos americanos están sometidos por el Gobierno de los Estados Unidos.

Un día de repente no supe más de Tom, a pesar de haberle escrito varias cartas. Nadie supo decirme nada. No sé qué habrá pasado. Lo último que supe es que en 1992, en una conferencia de prensa, descubrió a un agente del FBI que se hizo pasar por líder de una tribu y creo que la policía gringa lo molió a golpes. Sé que su lucha por los derechos de los nativos americanos sigue todavía, y siento esa lucha tan nuestra,... Aquella experiencia se quedó conmigo para siempre. Sobre todo porque Tom y Gabriel estaban hechos del mismo material, y aquellos nativos americanos me hicieron sentir tan seguro de mí mismo y de mi lugar en ésta o en cualquier otra lucha, que hasta me envalentoné un poco con aquello y algo escribí con alguna arrogancia en algún lugar.

"Los 200 no" guarda ese hermoso recuerdo de mi pasión teatral, de Tom, de aquellos dos nativos y de mis amigos de Louisville, quienes se tomaron el riesgo de llevar a escena esta obra y que gracias a los espíritus a

quienes aquellos buenos indios adoran, fue aplaudida de pie, en una función de éxito tras otra, durante toda su temporada.

Roberto Ramos-Perea 2004

PERSONAJES:

PEDRO, profesor universitario, 38 años

GABRIEL, estudiante universitario, 20 años

Universidad de Puerto Rico. Hoy

DECORADO:

Cámara negra. Un escritorio de oficina y dos sillas. Sobre el escritorio un teléfono, un maletín ejecutivo, un lapicero, un paquete de exámenes, algunos libros, papeles, un cartapacio, un cenicero, cigarillos, encendedor, alguna lata de refresco vacía y un registro de calificaciones.

ACTO ÚNICO

ESCENA PRIMERA

En la oscuridad brota una música sugestiva, algo que suene desconocido y de cierta suavidad misteriosa. Música que a manera de melancolía, estruje violentamente nuestro espíritu. Su volumen aumentará paulatinamente. En su momento climático, resonará como un insulto, el bramido hostil de un teléfono. La escena se ilumina lentamente y aparece PEDRO, de espaldas. Se voltea a contestar el teléfono. PEDRO es el típico profesor universitario que no acepta ponerse viejo y conserva, todavía, en su forma de ser y de vestir ciertos manerismos de adolescente. Lleva bigote profundo y su mirada libidinosa recuerda a un 'dandy' del novecientos. Contesta el teléfono con decisión. Habla de forma pausada y coloquial con alguien que le es muy agradable.

PEDRO: Aló...sabía que eras tú. No, todavía no me voy. Quizá me encuentre con Fuentes, quedamos en darnos unos tragos dentro de media hora... (Ríe.) No, negrita, no... Fuentes no es mi tipo. (Ríe.) Sí negrita, eso sí es seguro...No, no es verdá, no ha pasado tanto tiempo. Qué rápido te olvidas de las cosas. El problema que tengo es...sí, pero oye...(Ríe.) Aún no he acabado de corregir todos los exámenes finales... Me faltan dos secciones y una de ellas es la tuya... Lo tuyo está seguro, no quiero hablar de eso. (En la oscuridad, al fondo de la cámara negra, aparece GABRIEL. Es el típico estudiante universitario con facha de activista político. Lleva una barba bastante desordenada. Tiene grandes ojos que oculta tras sendos vidrios gruesos que le dan aspecto de intelectual. Viste mahones ajustados y deslucidos, botas de obrero y cubriendo su

camiseta negra, una guerrillera verde olivo de grandes bolsillos. Es alto, fornido, de paso firme, como si dentro de su cuerpo se revolviera una violencia de siglos. Como si representara, aunque perdidamente y sin meta fija, toda la confusión de su raza, de nuestra raza. Escucha con atención, como si estuviera tras una puerta. PEDRO sigue hablando normalmente sin percartarse de la presencia de GABRIEL.) Mira Giselita, esas cosas a mí no me gusta hablarlas, mejor imagínate que pasó y ya... (Molesto.) Bueno, te puse 'A'. ¿Qué nota esperabas que te diera? En relación a lo que me dijistes hace un ratito... tendríamos que volver el lunes temprano en la mañana. Tengo que entregar notas antes de las doce. (Convencido.) Okey... pero no voy a quemarme al sol como lo haces tú... mi esposa se daría cuenta y... ya hemos hablado sobre esto... A propósito ¿qué le vas a decir a tu novio? Yo no sé. Ese, honestamente, es tu problema. Dile que... (PEDRO enciende un cigarillo) que vas a ver a tu mamá. Quedamos en eso entonces. El domingo a las diez. Chaíto. Sí, te quiero. (GABRIEL sonríe.) Adiós, cielito. (PEDRO cuelga el teléfono y se pone a recoger sus exámenes y a meterlos en su maletín dispuesto a irse. Entra GABRIEL. Se le acerca con timidez.)

GABRIEL: Profesor... (PEDRO da una breve mirada y sigue su labor.) Profesor, buenas noches...

PEDRO: Me estoy yendo. Son casi las siete.

GABRIEL: Sólo le pido un minuto si no es molestia.

PEDRO: ¿Qué te pasa ahora?

GABRIEL: Sólo quería saber si había considerado lo que le plantié respecto a mi nota, ¿se acuerda?

PEDRO: Mira Gabriel, yo ya no puedo hacer nada más por tí. Tengo que corregir casi doscientos exámenes de cinco sesiones. No tengo tiempo para leer trabajos

especiales sobre marxismo. No era el material de la clase. No tengo tiempo, ¿entiendes?

GABRIEL: (Sentándose súbitamente con voz cortada.) Es que... yo quisiera que usted entendiera lo importante que es para mía, para mi futuro, pasar esta clase. Yo me gradúo ahora y si no la paso tengo que quedarme otro semestre, porque esta clase no la dan en verano.

PEDRO: (Resuelto.) Mira Gabriel, son las siete. Me tengo que ir. (Recoge los papeles.)

GABRIEL: (Interrumpiendo su acción.) Pero escúcheme un momento, ¿qué le cuesta?

PEDRO: (Firme.) Me cuesta tiempo

GABRIEL: Me ofrecieron un trabajo para agosto si conseguía el bachillerato.

PEDRO: (Encuentra el cartapacio.) Mira, aquí esta el trabajo que hiciste. Puede que te sirva de algo más adelante.

GABRIEL: ¿No lo leyó?

PEDRO: ¿Con qué tiempo?

GABRIEL: Estuve semanas preparándolo. (Pensando mucho.) Yo no sé, pero...

PEDRO: ¿Pero qué?

GABRIEL: ¿No me podría dar una 'D'? (Rápido.) Eso sería suficiente para que me concedieran la graduación, aunque el promedio me baje, no me importa. Yo lo que quiero es graduarme.

PEDRO: Mira muchacho, lo más que puedo hacer por tí es darte un incompleto con 'F', y de todas maneras tendrías que removerlo el próximo semestre.

GABRIEL: Podría removerlo durante el verano si usted me dice cómo.

PEDRO: Salgo para Europa el martes y no vuelvo hasta julio.

GABRIEL: ¿No podría darme un examen el lunes en la mañana?

PEDRO: ¿Por qué tengo que hacer concesiones contigo?

GABRIEL: Tengo mañana y el domingo para estudiar.

PEDRO: Yo tengo doscientos exámenes que corregir. Son tres secciones. Doscientos estudiantes que distintos a tí, se han esforzado por completar los requisitos del curso a tiempo.

GABRIEL: Doscientos

PEDRO: Sí, doscientos. (Terminante.) Gabriel, me tengo que ir ya.

GABRIEL: (Rogando.) Por favor, maestro... yo estaba pensando casarme si conseguía ese trabajo.

PEDRO: En vez de historia debiste haber estudiado teatro. Podrías conseguir trabajo en Telemundo con este melodrama.

GABRIEL: Se está burlando de mí.

PEDRO:(Hastiado.) Tú estuviste un semestre entero burlándote de mí. Haciéndome perder el tiempo con tus estúpidas preguntas sobre temas que no tenían que ver nada con el tema de nuestra clase, que no era otro que pura y sencilla historia de Puerto Rico, siglo diecinueve, y punto.

GABRIEL: Sí tenían que ver. Lo que pasa es que yo no estaba de acuerdo con...

PEDRO: Siempre metiendo el maldito comunismo. Tratando de mezclar conceptos marxistas que ni tú mismo entiendes. Ya estaba hasta la coronilla de tener que mandarte a callar cada vez que hablabas de la burguesía y el proletariado. Todo para tí es burgués, el proletariado es lo que sirve. ¡Y para colmo, mezclándolo con la historia de Puerto Rico! ¿No te da vergüenza?

GABRIEL: (Casi vencido.) ¡Yo estaba tratando de establecer una problemática de clases!

PEDRO: La problemática de mi clase es que... (Busca el registro de calificaciones.) sacaste 52 en el primer examen, 40 en el segundo y no cogiste el final en protesta porque la clase se estaba conduciendo de una

manera "elitista y represiva". (Ríe.) Y me echas la culpa a mí. No tienes remedio.

GABRIEL: Deme una oportunidad, yo quiero cambiar y si usted me ayuda yo...

PEDRO: Es tu problema, no mío. Mi responsabilidad es calificarte por tu trabajo. No puedo ayudarte. Yo cumplí, pero tú no cumpliste. (Con sorna y maldad.) Y aunque pudiera, no te lo mereces. Vete de aquí. No puedo hacer nada, ¿me entiendes? Nada. (Suena una campanada.) Son las siete y cuarto. Levántate. (GABRIEL no reacciona. PEDRO lo agarra por el brazo obligándolo a salir.) Levántate, por favor.

GABRIEL: (Con la cabeza baja, mete la mano suavemente en el bolsillo de su guerillera y saca una pistola inmensa y le apunta.) Siéntese.

PEDRO: (Retrocede.) ¿Qué es eso? ¿Qué te pasa?

GABRIEL: No me pasa nada. Siéntate.

PEDRO: ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?

GABRIEL: No sé si me doy cuenta pero lo estoy haciendo.

PEDRO: Si se te safa un tiro, en menos de un minuto esto se va a llenar de policías y vas a arruinar tu vida.

GABRIEL: Tú ya la arruinaste hace mucho menos de un minuto. No es lo que se haga, sino quién lo haga, como dicen por ahí. (Pausa.) Además hoy es viernes y son las siete y cuarto. A esta hora, el guardia más cercano a este edificio está por el Decanato y a lo mejor está tan envuelto con el juego de baloncesto que lo menos que va a oír es un disparo. Hoy es el final de la serie entre Quebradillas y Guaynabo. Nadie se perdería ese juego.

PEDRO: Se nota que no conoces nada de los sistemas de defensa de la Universidad.

GABRIEL: (Más firme que violento.) El tipo que trató de violar a aquella muchacha detrás de la biblioteca, tampoco conocía nada de los sistemas de defensa esos

que tú hablas. Si no es porque ella lo mata, el muy hijo de puta se hubiera salido con la suya. (Saboreándose el relato.) El tipo la había amenazado con un cuchillo de cocina. Ella se pugilateó todita y se dejó hacer. El tipo, para poder bregarle a la tipa tuvo que soltar el cuchillo al lado de ella. Entonces, ella muy calladita, mientras el tipo la sobeteaba toda, agarró el hierro y se lo espetó en el centro del pecho una y otra vez y por los ojos y en los huevos y... largo rato pasó hasta que una gente le sacó el cuerpo del tipo de encima. La Guardia Universitaria llegó una hora después preguntando si había heridos. (Pausa.) Yo me cago en los sistemas de defensa de la U.P.R., así que siéntate y no me jodas más.

PEDRO: (Dándose cuenta de que puede tener razón.) Mira Gabriel, cálmate. De todas formas formas podemos aclarar lo que sea por las buenas.

GABRIEL: Ahora tienes todo el tiempo del mundo. (Sonríe irónico.)

PEDRO: (Tratando de salir de la vista del cañon.) No jueges así conmigo.

GABRIEL: ¿Cómo?

PEDRO: ¡Esa pistola es de verdad!

GABRIEL: ¿Qué esperabas? ¿Un tanque de guerra?

PEDRO: Gabriel, por favor.

GABRIEL: No, no es un juguete, mírala. Es una 38. Era de mi abuelo. La usaba para matar mangostas en la finca. Las esperaba que asomaran el hocico y ¡Pá! (Apuntándole a Pedro.) Las mandaba al otro mundo. Después las pelaba y coleccionaba los cueros. Era su juego preferido.

PEDRO: Yo no esperaba una cosa así.

GABRIEL: Pero tú también tienes un juego favorito. Yo también tengo el mío.

PEDRO: Esto no es un juego. Nadie le apunta a uno con una pistola así porque sí.

GABRIEL: Yo juego mi juego como me dé la gana porque mi juego es otra clase de juego. (Violento.) ¿Con cuántas vidas no juegas con los estudiantes que se lo juegan todo por no tener que jugar la vida? ¿Juegas o no juegas con la vida?

PEDRO: ¿La vida? Exageras.

GABRIEL: ¿Acaso no está en tus manos el éxito y el fracaso de seres que se han entregado por completo a una carrera? ¿Su vida, las causas de su suicidio, no dependen de tí? ¿ De tí y tus asquerosos promedios?

PEDRO: (Envalentonándose.) ¡Se ganan su nota! Cada cuál es responsable del trabajo que realiza y mi trabajo es medir esa responsabilidad.

GABRIEL: ¿Medir?

PEDRO: Para eso se inventaron las notas. Para eso alguien se rompió la cabeza inventándose un sistema que fuera justo para todo el mundo.

GABRIEL: (Colérico.) Carajo, ¡claro! El sistema es justo. Justicísimo. Todo depende de quien lo aplique, hermanito. (Pausa) Cada cual lo aplica según su propia idea o concepto del deber. Según, por ejemplo

PEDRO: ¡Siempre he sido justo! Incluso he hecho concesiones con gente que no se lo merecía.

GABRIEL: (Excitado.) ¿Y por qué no la hiciste conmigo? ¿Qué te he hecho yo?

PEDRO: (Violento) Una nota es una evaluación, no un bono de navidad.

GABRIEL: (Amenazándole.) Cálmate. Acuérdate que soy yo quien tengo la sarten por el mango. (Pausa) No. No es un bono de navidad. Es más que eso. (Actuando.) Fulanita tiene "D", pero vamos a darle "C" porque tiene buenas piernas. Sutanito le falta un punto, pero como me trae café y a veces me da pon hasta casa, vamos a dárselo. Pero cuando es gente como yo, este

cabrón ni aunque se muera su madre pasa este curso. Vamos, dale...dime que no es así.

PEDRO: Tú no tienes pruebas de que haya algún prejuicio o favoritismo contra nadie.

GABRIEL: El del prejuicio soy yo. Es obvio. Soy militante de cuanta organización política hay en esta universidad.

PEDRO: Eso no tiene nada que ver. Yo puedo ser del mismo partido que eres tú. Eso a fin de cuentas no importa nada.

GABRIEL: Sí importa porque no lo eres. Eres un jodido lambeojo del sistema. Inclusive has delatado nombres de estudiantes para congraciarte con la administración. Te gusta husmear en las plazas vacantes del Departamento de Historia para recomendar a tus amiguitos y no tienes vergüenza alguna en apoyar las medidas represivas del Rector. (Pausa.) A mí se me sale por los poros la verborrea, la dialéctica y sobre todo la irracionalidad, así le llaman ahora al patriotismo los intelectuales de la burguesía. Yo sudo la violencia y ese sudor a tí, más que apestarte, te da miedo...

PEDRO: Todos ustedes son iguales.

GABRIEL: (Imponiéndole respeto.) Tss...tss, no, jefe, no. Todos no. Este "machito" que está aquí tiene algo especial. Este te acusa con la mirada. Te hostiga en cada clase. Te deslumbra con su persistencia, ¿por qué? Porque sabe que eres débil, vulnerable, que eres cobarde y frágil como el sueño de un bebito. Espero pacientemente el momento en que puedas imponerte cono lo que dices que representas.

PEDRO: ¿Imponerme? ¿Qué quieres decir?

GABRIEL: Soy un tráfala. No valgo mucho y quizá no soy útil para muchas cosas, lo acepto. Soy un número más en la masa revolucionaria de esta universidad. (Enojado.) Pero al lado tuyo, para tí, para este

"playboy" de la década, para este "hombre", -si es que te puede llamar a tí mismo de esa forma-; yo, soy una certera patada en los cojones. (Rápido.) Porque no soy de tu clase, porque al no saber imponerte como lo hago yo, me has dado la clave para no respetarte y mucho menos lamerte el ojo y a esta altura de la cosa no me importa tres carajos; ¿por qué crees que tengo ésto en la mano?

PEDRO: Gabriel escúchame, las cosas no son así. No estás siendo objetivo.

GABRIEL: ¿Objetivo, dijiste? ¿Qué es eso? Tanta historia y no conoces esa viejo chisme de que todo es según del color...

PEDRO: Estas cosas sólo tienen un color.

GABRIEL: ¿Rojo? (Continuando.) La otra prueba. La del favoritismo. Se sienta en primera fila. En el salón 102 del Edificio de Humanidades, en la Sección 2 de Historia de Puerto Rico, segundo semestre. Te invita a su apartamento y en ocasiones, menos cómodas y más desesperadas, se encierra contigo en esta oficina y propicia un reencuentro didáctico entre los recónditos interiores de su falda y tu ansiosa bragueta abierta. He visto esa “dialéctica” miles de veces.

PEDRO: Yo no sé de quién tu hablas.

GABRIEL: (Le da un violento culatazo con la pistola.) ¡Coño, no me lo niegues! (Muy enojado busca el registro de notas y busca con gran desesperación entre las notas. PEDRO, reponiéndose del golpe, se recuesta de su silla y trata de huir. GABRIEL lo ve y le dispara. PEDRO se detiene. GABRIEL jadea con rabia.)

PEDRO: Ahora verás. Debiste habérmelo pegado si querías sacar algo de mí, aunque fuera matarme. Ahora ya no tienes que buscar nada más. Todo terminó.

GABRIEL: (Tratando de serenarse.) Siéntate.

PEDRO: No sacarás nada de mí.

GABRIEL: ¡Siéntate! (PEDRO obedece.)

PEDRO: Esperaremos a que llegue la Guardia Universitaria y se lo contaré todo. Tú te lo buscaste.

GABRIEL: No tengo necesidad de decirte por qué tus amiguitos de la Guardia no van a llegar. Yo sé mucho más que todo lo que ellos saben. Por eso son Guardias, porque no saben. (GABRIEL toma el registro.)

PEDRO: Ese registro es confidencial, ¿qué buscas ahí?

GABRIEL: Algo confidencial. (Se ríe) Vamos a hablar un poquito sobre, ¿cómo se llama? Gisela Díaz. Giselita para sus amiguitos íntimos. (Reacción de PEDRO.) Veamos las calificaciones.

PEDRO: (Desesperado al ver que nadie ha acudido al disparo.) Gabriel, ¿qué esperas sacar de todo esto? (Pausa.) Esto se llama secuestro y por esto dan muchos años de cárcel.

GABRIEL: Secuestro. Privación de libertad. Bueno, podría defenderme argumentando tantas cosas sobre la libertad. Si tú eres lo suficientemente libre para ser secuestrado y cosas por el estilo. Pero vamos, estábamos hablando de Gisela...

PEDRO: Gisela es una muchacha inteligente.

GABRIEL: Primer examen, Gisela Díaz; 28 de 100. Parece que para el primer examen no te habías acostado con ella todavía, ¿verdad? (PEDRO no contesta.) ¡Contéstame! (GABRIEL le propina otro culatazo de pistola.)

PEDRO: No.

GABRIEL: ¡No te oigo!

PEDRO: (Un poco más fuerte.) ¡No!

GABRIEL: (Frenético.) Dilo doscientas veces, una por cada estudiante de la clase. ¡Vamos, dilo! (Otro culatazo.)

PEDRO: (Sin fuerza.) No. (Pausa.)

GABRIEL: ¡Otra vez!

PEDRO: No.

GABRIEL: Fuiste justo, 28 de 100. La brutalidad se paga con un número, la inteligencia también. ¡Otra vez! ¡Gisela Díaz!

PEDRO: ¡No!

GABRIEL: ¡Gisela Díaz!

PEDRO: No, no, no, no.

GABRIEL: ¡Gabriel Alvarado!

PEDRO: (Bajito.) No.

GABRIEL: (Recuperando su aparente normalidad.) Segundo examen, Gisela Díaz, 97 de 100. ¿Qué hizo? ¿Estudio? (Pausa.) ¿O este fue el “make-up” que cogió en tu oficina? ¿Fuiste a su apartamento a dárselo bajo la supervisión directa de tus manos en sus muslos calientes? Vaya, ¡qué espectáculo me estoy imaginando! Pero no quiero dejar correr tu imaginación libidinosa y sucia. Entonces no sería castigo. Gisela Díaz, examen final, no hay nota. Fíjate, sin embargo, aún sin haber corregido los ciento noventainueve examenes restantes, Gisela tiene 'A' como nota semestral. ¿La pusiste antes para que no se olvidara? Vaya, que traviesa es la culpa. ¿Se gradúa ahora?

PEDRO: Creo que sí, en mayo de este año.

GABRIEL: Probrecita cuando consiga trabajo. ¿Dónde pusiste los exámenes?

PEDRO: Ese paquete que está ahí.

GABRIEL: (Lo toma y empieza a buscar. Cuando no es el que interesa lo arroja por el aire.) Me ofrecen un trabajo de ayudante de arqueólogo en el Instituto de Cultura. Me ganaré unos cuatrocientos pesos al mes. ¿Cuánto ganas tú?

PEDRO: Mil trescientos.

GABRIEL: Aquí está Giselita. Ahora lo vamos a corregir tú y yo. Yo hago las preguntas y tú como eres el duro las contestas ¿Okey? (Toma un lápiz y luego lee.) Las Patentes de Corso otorgadas por la Corona Española

fueron las que propiciaron la piratería... (La luz se oscurece lentamente. A lo lejos, víctima de la música, suena otra campanada.)

ESCENA SEGUNDA

Mismo Lugar.

GABRIEL, sentado en el escritorio de PEDRO, termina de corregir el examen de Gisela Díaz.

GABRIEL: Diecisiete de 100, no está mal. (PEDRO sonríe sin remedio.) ¿De qué te ríes? (Sumando el promedio.) 28 más 97 más 17 entre tres da un promedio de...

PEDRO: Gabriel, no voy a ayudarte y tú lo sabes. Sé que sólo quieres hacerme reventar. Pero eso no te va ayudar a pasar la clase. Tu nota es 'F'. Esa fue la que te ganaste. He sido justo e imparcial contigo y aunque pudiera cambiártela bajo amenaza de muerte, no te serviría de nada porque tarde o temprano voy a denunciarte.

GABRIEL: (Cotejando el examen.) Si es que no te mato antes.

PEDRO: Nunca pensé que una cosa así fuera tan importante. Al fin y al cabo la universidad no es el fin del mundo. Hay otras cosas importantes en la vida.

GABRIEL:No. La universidad no es lo más importante. Claro, uno pasa toda una adolescencia con la obligación moral de hacer lo imposible por entrar aquí. Te machacan que si no estudias, no trabajas. Te lavan el cerebro haciéndote creer que si no entras a la universidad eres un mierda, porque aquí es que se es alguien. Luego te pasas cuatro, cinco, seis años en ella tratando de no ser un mierda y cuando vienes a ver un mierda, más mierda que tú, te dice que estar aquí no es importante, que hay otras cosas mejores. No me jodas.

PEDRO: Con esa pistola en la mano te lo estás negando todo. Escúchame por Dios, es mi palabra contra la tuya. Nadie va a creerte.

GABRIEL: ¿Y cuánto vale tu palabra? ¿Una noche contigo en la cama?

PEDRO: (Molesto.) Ya no me importa lo que hagas.

GABRIEL: (Violento, lo agarra por el cuello y le pone la pistola en la boca y lo hace que muerda el cañon.) A mí tampoco me importa berraco, no me importa porque yo sé que no voy a conseguir nada de tí. Porque en ti no hay nada, estás vacío como un cero. Tú no tienes ilusiones, sólo abres tu boca y comes y nos comes... (Le saca la pistola de la boca y se la coloca con agresividad entre las piernas.) ¡Sólo tienes esto! (PEDRO grita de dolor y se encorva.) Y ésta es la vara con que mides el éxito y el fracaso de tus estudiantes. ¡Esta es la vara con que mides al mundo! (Le quita la pistola de los genitales y se la pone en la cara.) Pues esta otra varita que tengo aquí dice que Gisela Díaz tiene promedio de 47 que es 'F', y en tu registro tiene 'A' como nota de semestre. Dime ahora, ¿medí bien o medí mal?

PEDRO: (Vencido.) Mediste bien. (Gabriel lo arroja en una silla. Silencio largo.)

GABRIEL: ¿Qué hora es?

PEDRO: (Mira su reloj.) Las ocho menos veinte.

GABRIEL: ¿Cómo cuánto hace que disparé?

PEDRO: Como veinte minutos.

GABRIEL: Y no llega tu Guardia Universitaria. (Simplón.) Eso también debe ser parte de la crisis y ahora que aumentaron las matrículas más todavía. Resulta interesante la relación proporcional entre crisis institucional y mediocridad administrativa que hay en esta Universidad. Más crisis, mayor es el cagadero de soluciones inventadas. Proyectos de ley improvisados, represión sistematizada, aunque, por cierto, nunca lo

suficientemente efectiva, y miles de otras barbaridades que hoy dejan mucho que desear de la primera casa de estudios del país. Poco les falta para traer el gobernador a Rectoría. Eso te gustaría. Un buen fascista gordito y colorado como el que tenemos ahora sería la solución perfecta. Pero en este país, hasta los fascistas son mediocres. ¿Qué le vamos a hacer?

PEDRO: (Pausa.) ¿Cuántos años tienes?

GABRIEL: Veinte.

PEDRO: Eres un niño.

GABRIEL: Siempre me dicen lo mismo cuando hago algún disparate.

PEDRO: ¿Sabes una cosa? Ya descubrí ese algo especial de que hablabas hace un rato. Algo más profundo que tu mirada acusadora o tu falta de respeto. Te has criado en el odio.

GABRIEL: ¿Qué?

PEDRO: El odio te ha cerrado los ojos de la razón. Tus amigos del partido te enseñan a odiar y a dividir, no a razonar. Tú quizá estés verdaderamente convencido de que esto está mal hecho. Pero te has preguntado alguna vez, ¿por qué lo hice? Te has preguntado si, ¿soy yo el único culpable? ¿No tendrá ella parte de la culpa? Soy humano Gabriel, cometo erores.

GABRIEL: De buena duda me sacas.

PEDRO: Y para arreglar los errores de la gente primero tiene que arreglarse uno, y esto te lo digo por los dos. Es muy difícil comunicarse con una pistola en la mano. Creerás que estas cosas se arreglan a lo macho, pero no...es muy difícil comunicar el odio. Yo lo sé. Yo también protestaba y me arriesgaba a los macanazos, pero llegó el día en que no me quedó más remedio que razonar para salvar mi vida. Salvarme del odio que hace que uno no mire el presente ni el futuro. Hubiera sido más facil si no me hubiera casado, si no hubiera tenido hijos. Mi padre siempre me decía que

no apurara las cosas. Uno cuando joven tiende a desesperarse cuando no tiene cosas firmes, por eso, ahora que lo pienso, no me es extraño nada de lo que dices ni haces.

GABRIEL: Pero ahora, como lo tomas con calma, no te importa nada.

PEDRO: No, no lo tomo con calma. Tengo miedo y tú lo sabes.

GABRIEL: Pero no sientes miedo cuando haces lo que haces.

PEDRO: ¿Miedo? Todo lo contrario. Cuando uno es joven, uno cree que todas las mujeres van a rendirse a tus pies, y más si alguna te dice que eres guapo, o que lo haces bien. (Sonríe.) Pero los años pasan, y aquello que un día te pareció una aventura, se convierte después en un vicio, en una necesidad.

GABRIEL: ¿No te gusta tu mujer.

PEDRO: No. No es eso. Es la costumbre. La jodida costumbre de saber que puedes tenerlo todo aquí. (Cierra su puño.), y dominarlo y usarlo a tu beneficio cuando quieras. Es la ventaja del chantaje. Y sabes que siempre ganarás. El chantaje no conoce la derrota. Y terminarás revolcándote con ella en la cama. ¿Qué importa la nota a fin de cuentas? ¿Qué importa si se gradúa o no? Ella goza, tú gozas, y esa 'A' por la que tanto se preocupó en sus horas de sueño, aparece un día, como saliendo de un monedero.

GABRIEL: ¿Y si ella necesitara realmente esa 'A'?

PEDRO: Entonces, ¿por qué no estudió para ganársela? Sí, yo también quise que el mundo fuera como yo quería. Y luché. Como cualquier otro o hubiera hecho. Pero desperté, gracias a Dios. Con el suficiente tiempo para madurar y poderte decir ahora que esto que estás haciendo es un suicidio.

GABRIEL: Te quedó muy lindo eso, pero para mí no es tan difícil. Estoy lleno de odio, sí porque llevo seis

años tratando de graduarme de esta maldita universidad y ahora que casi lo logro me encuentro que mi futuro y mis esperanzas no están en mis manos, sino en las tuyas.

PEDRO: Yo también fui estudiante.

GABRIEL: Pero hace mucho que se te olvidó.

PEDRO: Trata de mirar el asunto desde otro punto de vista. El sistema está ahí, no puedes irte contra él. Tienes la obligación moral de aceptarlo, gústete o no.

GABRIEL: (Silencio largo.) Gisela Díaz. (Ríe.) Mi abuelo me hecha de la casa porque soy un vago, eso lo acepto. Un guardia me raja la cabeza con su macana porque estaba gritando en una marcha, eso también lo acepto. Lo acepto porque es parte del sistema ese que tú dices. Pero... que una vagina sea más inteligente que yo, no mi hermano, eso no. (Pausa.) ¿Vas a la playa con ella el domingo?

PEDRO: ¿Cómo te enteraste?

GABRIEL: O sea, que el domingo no vas a corregir exámenes. (Prende un cigarillo.)

PEDRO: Claro que sí.

GABRIEL: No. Vas a la playa con Gisela. Salen a las diez de la mañana del domingo y regresarán como a las cuatro de la madrugada del lunes.

PEDRO: No puedo hacer eso. El lunes tengo que entregar las notas.

GABRIEL: Las notas que pusiste a la carrera el sábado porque como hoy es viernes social te encontraste con Fuentes y te fuiste a beber. Te levantas por la mañana con tremendo 'hangover'. Entonces te pones a corregir exámenes. Como a eso de las tres de la tarde ya le cogiste el gusto a la crucecita y a las seis ya estás jugando tín-marín con las notas y loco por irte para la playa porque es la última vez que te vas a tirar a Gisela, pues sales para Europa el martes con tu mujer y tu nene.

PEDRO: Ya está bien.

GABRIEL: (Sin oírlo.) Yo no sé cómo tu mujer no se da cuenta. Bueno, a lo mejor sí, pero como es tan pendeja no te dice nada.

PEDRO: (Iracundo.) ¡Te dije que ya está bien!

GABRIEL: Conozco más tu vida que la mía. Es una vida idiota, malgastada en la rutina del sexo, el dinero, el interés y sería mejor que un día...

PEDRO: Terminemos con esto ya, ¿qué quieres que haga?

GABRIEL: ¿Estás perdiendo la paciencia? Bueno, lo primero que tendrás que hacer es aceptar todo lo dicho como verdad incuestionable.

PEDRO: No te lo he negado.

GABRIEL: Pero tampoco dijiste que sí.

PEDRO: Bueno, no.

GABRIEL: No, ¿qué?

PEDRO: Es que tienes razón, sólo en parte.

GABRIEL: Estoy esperando.

PEDRO: ¿Y qué va a pasar si te dijera que sí, que todo es cierto?

GABRIEL: Quiero que lo escribas en una carta y se la envíes al Rector. Mejor no, yo se la entregaré personalmente.

PEDRO: Estás loco, nadie va a creerte. Sabrán que escribí la carta bajo amenaza de muerte. Es tu palabra contra la mía, ya te lo dije. Soy un catedrático, llevo diez años enseñando en esta universidad. Mi récord está limpio. (Pausa.) Déjame que te ayude.

GABRIEL: ¿Me darás la 'D'?

PEDRO: Ese no es el problema ahora.

GABRIEL: (Con los ojos llorosos.) Sólo te pido una mugrosa 'D' no te pido que te acuestes conmigo por una 'A'. Es una mugrosa 'D', y que aceptes todo lo que te he dicho públicamente.

PEDRO: ¿Crees que voy a terminar con mi carrera de esa forma? ¿Crees que esto se va a quedar así y ya?

GABRIEL: No, eso se hincha. (Grita.) ¡Contéstame!

PEDRO: Está bien, lo acepto todo. Tienes razón. Escribiremos esa carta y te daré tu 'D', hasta una 'A' si quieres.

GABRIEL: (Histérico, gritando, le apunta con la pistola en medio de los ojos.) ¡No quiero 'A', quiero 'D'!

PEDRO: Está bien, 'D', (GABRIEL resopla, silencio embarazoso. GABRIEL lo mira con ojos muy grandes.) ¿Y ahora qué?

GABRIEL: Ahora es que van a empezar a sonar las trompetas.

PEDRO: ¿Cuáles trompetas?

GABRIEL: Las del juicio. O es que te olvidas que me llamo Gabriel. ¿Y tú?

PEDRO: Pedro.

GABRIEL: Pero, tu gallo no ha cantado todavía, (Le apunta.) y ya me has negado dos veces.

PEDRO: (Asustado.) Lo acepté todo, no puedes hacerme daño, mira, te prometo que no diré nada de lo de esta noche a nadie.

GABRIEL: Sabes que estoy solo, que todas tus afirmaciones van dirigidas a negármelo todo, el trabajo, mi matrimonio, todo. Hasta tu mugrosa 'D'. (Enfatizando la 'D'.) Tu 'D' embarrada de toda tu mierda.

PEDRO: ¿Qué me vas a hacer ahora?

GABRIEL: Sientate aquí. (Lleva a PEDRO hasta el escritorio y lo sienta.) ¿Sabes cuánto tiempo estudié para tu primer examen? Dos semanas. ¿Y para el segundo? Dos semanas también. Y fíjate, tú que no has estudiado, tu querido estudiante te tiene preparada una sorpresa. Copia. (Le da lápiz y papel.) Si sacas 'A', te puedes ir a la playa el domingo y puedes denunciarme y acusarme de lo que quieras. Si sacas 'F', seguiremos aquí, en esta oficina tan cómoda con aire acondicionado. Yo humillándote y tú sufriendo.

Humillándote no, torturándote. ¿Sabes lo que hacen en Latinoamérica las juntas militares? Torturan a cientos diariamente. Una de las torturas favoritas es la del cigarillo...(GABRIEL le apaga el cigarillo sobre una mano, PEDRO grita de dolor. GABRIEL ríe.) Primera pregunta y única. (PEDRO copia.) Defina, según el marxismo y el materialismo histórico, las etapas de la lucha de clases y dé una explicación convincente de su manifestación en el proceso colonial de Puerto Rico y su desarrollo histórico hasta nuestros días. Se permite teorizar. (Pausa.) ¿La copiaste toda?

PEDRO: Ibas muy a prisa, no pude entenderla bien.

GABRIEL:Es tu problema. Tienes diez minutos para contestarla.

PEDRO: ¡No puedo contestar esta pregunta en diez minutos!

GABRIEL: Si hubieras leído mi trabajo te aseguro que podrías.

PEDRO: No dudo que tu trabajo haya sido bueno, pero no era eso lo que pedía el curso Gabriel, yo no entiendo mucho sobre estas cosas, seamos justos.

GABRIEL: ¿Justos?

PEDRO: Bueno, sí. De igual a igual.

GABRIEL: (Simple.) Te quedan nueve minutos. (PEDRO comienza, errático, no entiende. GABRIEL lo mira y disfruta la escena. Luego toma el cartapacio y se lo arroja en la cara.) Puedes usarlo. Es sólo una pregunta, vamos. (PEDRO lee y copia.) Estoy seguro de que no sabes la historia de la casa. Mi abuelo estuvo quince años fabricándola. Desde chamaco me encerraba con él en el campo y trabajaba y trabajaba. Era hermoso ver el sudor bajando por la cien caliente y sentir que el trabajo dignificaba al hombre. Pero claro, eso lo pienso ahora, aquí en el aire acondicionado... Cuando entré en la universidad dejé de ayudarlo. Se quedó jodiéndose sólo. Muchas veces me pidió que lo

ayudara, y no lo hice. (PEDRO lo mira y sigue copiando.) Me divertía más perder tiempo en La Placita con la gente del Partido, o con Lucy, allá en su apartamento. Es una buena chica. (Orgulloso.) ¿Sabes que pronto voy a ser papá? (Fuma.) Bueno, el asunto es que el abuelo murío hace un par de meses.

PEDRO: No puedo concentrarme si me hablas.

GABRIEL: (Le propina un culatazo con la pistola.) ¿Qué me importa tu concentración, bestia? ¡Estoy hablándote de mi abuelo!

PEDRO: (Adolorido.) ¡Me las vas a pagar!

GABRIEL: ¡Maricón! (Lo golpea otra vez, pero PEDRO lo agarra y se enfrascan en una lucha violenta por conseguir el dominio de la pistola. Luego de algún desorden, GABRIEL logra dominar a PEDRO y lo encara con el cañon del arma. Grita en su rostro.) ¡Y cuando murió me dijo que me quedara con la casa, la casa que él hizo solo, con sus manos llenas de callos, la casa que él hizo, me la regaló, ¿entiendes lo que estoy tratando de decirte? Ese viejo pendejo me quería demasiado. (Amargo.) ¡Me quería demasiado!

PEDRO: (De repente lo empuja y trata de salir, pero GABRIEL se sobrepone rápidamente y vuelve a apuntarle.)

GABRIEL: ¡Siéntate y sigue! (Silencio largo.) Eres fuerte.

PEDRO: No tanto como tú.

GABRIEL: ¿Por qué lo hiciste?

PEDRO: ¿Hice qué?

GABRIEL: ¿Te buscó ella?

PEDRO: Sí.

GABRIEL: ¿Qué te costaba decirle que no?

PEDRO: Me costaba mi hombría.

GABRIEL: ¿No hubieras sido más hombre si hubieras dicho que no?

PEDRO: En esta época no. En esta época...no.

GABRIEL: ¿Cómo es ella?

PEDRO: Como todas.

GABRIEL: ¿Lo hace bien? (PEDRO hace un gesto de indiferencia.) De todas maneras no me importa, siempre me pareció un poco puta. (Pausa.) ¿Eres feliz?

PEDRO: ¿Cómo?

GABRIEL: Quiero decir...si lograste todo lo que querías en la vida.

PEDRO: Nunca se logra todo. Hay cosas que dan mucho trabajo. Oye, ¿de veras quieres que haga esto? Sabes que no voy a poder, no leí tu trabajo.

GABRIEL: (Toma el examen, lee un poco y lo tira.)

¿Sabes qué? Lo he pensado bien. No vale la pena.

PEDRO: ¿Qué?

GABRIEL: Humillarte. Al fin y al cabo ya no me produce ninguna satisfacción. En un principio sí, cuando me asomé a esta puerta y creía que en mis manos estaba el futuro de una raza entera y yo...estaba dispuesto a lograr su salvación. Enfermé de ese mesianismo histérico que nos arrebata la razón.(Sonríe.) Pero lo que he logrado es humillarme a mí mismo. (Lo mira.)

Sé que eres un cerdo y lo seguirás siendo tan pronto yo me vaya. Dime una cosa, ¿esta es la primera vez que haces esto?

PEDRO: ¿Hacer qué?

GABRIEL: Cambiar una nota por una cama.

PEDRO: (Pausa.) No, no es la primera vez.

GABRIEL: Lo has hecho siempre.

PEDRO: ¿Qué otra cosa querías que hiciera?

GABRIEL: Es una verdadera lástima.

PEDRO: El odio no te deja ver con un poco de razón. Esta situación es realmente penosa, yo...no te pido que me compadezcas, sino que pienses un poco en ti mismo. En lo que pudiste haber hecho por tu futuro.

GABRIEL: ¿Qué importa eso ahora? No trates de que me coja pena a mí mismo. Pienso esto porque sé que de todas formas jodí mi vida. De que en realidad he sido

yo quien te he ayudado a tí, que he hecho lo imposible por hacer que entiendas lo que has hecho. ¿Qué importo yo? Tú, eres tú quien debes sacar lo mejor de esto. Puedo decirte que te he dado lo máximo de mi juventud en esta noche. Pero sé que cuando todo pase vas a denunciarme, y pasaré el resto de mi vida en la cárcel.

PEDRO: ¿Y por qué lo hiciste?

GABRIEL: Lo más triste del caso es que he tenido que hacer esto para convencerme a mí mismo que todos los atropellos que cometes contra los estudiantes, no son una exageración producto de un prejuicio mío. De que es un hecho real, de que tú eres real y de que esto pasa. La prueba está aquí (Toma el registro.) Doscientas negaciones al derecho de ser evaluado sin prejuicio. Doscientos no... al derecho de ejercer la justicia. Lo más amargo es que este podrido sistema universitario permite esto, de que no existe una maldita oficina donde puedas irte a quejar contra algún profesor. La palabra de un revoltoso comunista contra la de un catedrático.

PEDRO: Es el odio, es el odio sin razón el que protesta.

GABRIEL: Es extraño. Es como si fueras en una marcha y levantaras el puño, sólo por la agitación, ¿entiendes? Y de repente, alguien diera un fuerte puñetazo en tu entendimiento, como si todo lo que eres se limpiara de pronto, la infancia, mis padres muertos, mi abuelo, la primera vez que me rompieron los dientes en una pelea callejera, cuando me atreví a besar el cadáver de mi padre, y así con todo eso como una congestión en tu cabeza, vuelves a la verdadera realidad de la marcha de portesta y te quedas callado, mirando a los demás con su cara de ira, protestando y gritando, luego te miras con tu puño en alto, solo, en medio de la calle, con las escopetas de la policía apuntándote al mismo centro de tu pecho, que secretamente se agita con

fuerza buscando una razón que lo haga calmarse, y mientras la macana te golpea te preguntas si era eso lo que querías para tí y para los otros. Si te diste por entero para que alguien hiciera de tí carne de cañon, o estadística. Tu corazón se da cuenta de que no sabía lo que quería, la vida entera se te vuelve tan clara, como vacía. Pero sigues ahí, fijo. Porque sigues dando todo lo que tienes por y para los otros, sin una razón aparente y te preguntas, ¿de qué vale que lo dieras todo por los otros, si al final ellos mismos son los que te han de entregar todas las dudas posibles, ellos quienes te habrán de traicionar con su comportamiento, con su contradicción? Esa horrible contradicción que da la madurez. ¿Por qué lo hago?, y piensas, ingenuamente, que los demás también se cuestionan lo mismo que tú, ¿por qué lo hacen? ¿Por qué, idiotas? Si esto no se puede cambiar...

PEDRO: Tienes que aprender a protestar.

GABRIEL: (Irónico.) Aprender como tú lo has hecho. Aceptando, asimilándote, engordando con el sistema y sumiéndote por entero a la comodidad de un status que va mucho más alla del ser burgués, obrero o intelectual. Has aprendido a protestar llamando 'comunista' a todo lo que no piense o sienta como tú. Es la victoria de la etiqueta. ¿Será esa la forma correcta de imponerse? ¿Necesitamos un nombre, una etiqueta para imponer una idea? ¿Qué es lo que está mal en nosotros? ¿En tí o en mí?

PEDRO: No lo sé. Y tampoco sé si hay remedio. (Se levanta.) Ahora me voy. Voy a denunciarte.

GABRIEL: (En un último esfuerzo silencioso.) ¿No me vas a dar la 'D'?

PEDRO: No puedo. (Suenan ocho largas campanadas.)

GABRIEL: Lo sabía. (Suelta su pistola y ésta queda al alcance de PEDRO. Este la mira con un gesto de sorpresa en su rostro. GABRIEL lo mira. PEDRO se

lanza sobre la pistola en un gesto desesperadamente ridículo de rapidez. GABRIEL sonríe triste.) Ahora tienes las dos varas.

PEDRO: (Apuntándole con desesperación.) Levántate y camina. No tengo más remedio que entregarte a la Guardia.

GABRIEL: (Calmado.) Es asombroso, como en un segundo tu misericordia se convierte en un odio más violento que el mío. Así son ustedes, los que sólo tienen una obligación consigo mismos, ustedes, los que tienen la etiqueta del poder. Así será siempre.

PEDRO: ¡Levántate!

GABRIEL: Tu gallo acaba de cantar, y ya me negaste tres veces. (Se levanta.) Ahora me voy. Pero me voy solo.

PEDRO: No te muevas, no quiero disparar, pero si me obligas...yo te dije que ésto no se quedaba así. (Le apunta para no fallar.) ¡Quédate quieto!

GABRIEL: ¿No serías capaz de olvidarte de todo y comenzar de nuevo? ¿De borrarlo todo de tu memoria?

PEDRO: Nunca podré olvidar las humillaciones que me has hecho pasar esta noche.

GABRIEL: (Iniciando mutis.) Tampoco te olvides de mí, Pedro.

PEDRO: (Desesperado.) Gabriel, por Dios...¡No te vayas!

GABRIEL: Dispara, Pedro... dispara. (Comienza a caminar. PEDRO cierra sus ojos y descarga su pistola sobre GABRIEL. Este emite un grito feroz y cae al suelo. PEDRO suelta la pistola y se agarra su cabeza desesperado. Se escuchan varias personas que se acercan corriendo.)

PEDRO: (A alguien afuera.) Maldita sea, carajo, ¿por qué tardaron tanto? (La escena se oscurece rápidamente.)

OSCURO FINAL

Mayagüez, San Juan. 1982

LA MUECA DE PANDORA

(1982)

LA MUECA DE PANDORA de Roberto Ramos-Perea fue representada por primera vez el 18 de mayo de 1982 en el Teatro Experimental del Ateneo Puertorriqueño bajo la dirección de su autor y contó con la participación de Roberto Vigoreaux como PROMETEO, Freddie de Arce como EPIMETEO y Jasmín Mejías como PANDORA. Decorados de Frank García en una producción de ATTIKA Inc. Junto a LA MUECA DE PANDORA se representó EL LLANTO DE LA PARCA y ESE PUNTO DE VISTA, todas bajo el título de FETORA.

Vuelta estrenar en el Teatro del Ateneo en la 1era Muestra de Jóvenes Directores del Conservatorio de Arte Dramático del Ateneo, en dirección de Ricardo Magriñá, en 2012.

Con la amistad que regala la gloria y el fracaso compartido; al Dr. Edgar Quiles, destacado erudito en teatro y uno de los mejores directores escénicos que sirve a nuestra patria.

PERSONAJES: PANDORA

Cuarentona, viste de satín deslucido. PROMETEO

Neorrican de marcado acento. EPIMETEO

Joven flaco.

LUGAR

Cuarto sucio de un motel en el sector rojo de Santurce, en San Juan, capital de Puerto Rico.

ÉPOCA

Hoy.

ALEGORÍA DE UN DILEMA

Creo firmemente en una Nueva Dramaturgia Puertorriqueña. Creo que es capaz de levantarse, caer, levantarse y prevalecer; creo en las nuevas formas de expresar nuestro sentir respecto al mundo, porque el mundo obviamente cambia y nosotros con él; y creo, por que estoy seguro, que finalmente la nueva alegoría del dilema está descifrándose en la voz de toda esta nueva manifestación.

El dilema todo puertorriqueño lo conoce, es el mismo. Y cada quien busca resolverlo, elegir y afirmarse en las expresiones que su tiempo y su ambiente le permiten. De eso se trata, a fin de cuentas, el teatro puertorriqueño.

Abierto ya el camino a través del teatro romántico y luego el obrero; ya madurado en el glorioso realismo poético del 40 y del 50; sobreponíendose al frío y escapista teatro del absurdo para luego superar la rigidez del teatro propaganda y trascender la estereotipada visión proletaria del teatro populista; le toca el turno a la Nueva

Dramaturgia, y con ella, el turno de todas las preguntas sobre nuestra realidad, la oportunidad y el derecho de cuestionar todos los mitos... y cero alternativas. La Nueva Dramaturgia no tiene que decidir por nadie.

Esta Nueva Dramaturgia no tiene que regirse por las mediocres y anticuadas pautas que quieren imponer las malinchistas y procaces comadrejas del reseñismo teatral periodístico de San Juan.

La Nueva Dramaturgia ahora va, sola y de pie, hacia la pregunta más difícil. Va como aspa asesina con su nueva alegoría de un dilema presto a resolver. Va con un nuevo idioma, con una nueva traducción de lo real. El teatro es el medio, la dramaturgia es la idea. El medio, sin la idea, es una maravillosa perla en el fango de los cerdos.

Roberto Ramos-Perea. 1985.

ACTO ÚNICO

ESCENA I

Tarde en la noche. Una habitación de motel con algunos espejos colocados libidinosamente. La cama, estrecha y pequeña, puesta sobre bloques y pedazos de madera a modo de cuña. Junto a ella, un par de sillas y la obligatoria mesita de noche con un radio-reloj. Al fondo, otra pequeña mesa con licores. Del radio surge el compás estruendoso de la música de ‘salsa’. PANDORA desabrochada, repta entre las sábanas. PROMETEO se pone los pantalones.

PANDORA: (Con voz aguardentosa y ronca.) ¿Ya te vah? (Pausa. PROMETEO no la mira.) Mira, que si ya te vah...

PROMETEO: ¡Shit! (Inicia el mutis.) Voy a compral cigarilloh.

PANDORA: Tráeme algo de comel.

PROMETEO: Come mierda.

PANDORA: Mijo, tú siempre tan pelao.

PROMETEO: Ponte a producir. Ya va pa’ largo el bihnes ehte.

PANDORA: Si no te guhta te pue’ il. Nadie te ehtá amarrando.

PROMETEO: You hold me here, baby.

PANDORA: (Zambulléndose en la almohada.) Pueh, ¿qué ehperah pa’ ilte?

PROMETEO: Ya tú no sabeh ni lo que diceh. (Terminado de vestir, sale.)

PANDORA: (Al salir le tira la almohada contra la puerta y dice bajito.) Maricón. (Se levanta aburrida, se estira, recoge la almohada. Alguien toca la puerta apresurado.)

VOZ DE EPIMETEO: Pandora, ábreme... avanza...

PANDORA: (Sin abrir.) ¿Y a tí que te pasa ahora?

VOZ DE EPIMETEO: Abreme, que me ehtán siguiendo.

PANDORA: (Abre la puerta.) Métete. (Entra y se tira en la cama, trae un regalo, PANDORA se le queda mirando.)

EPIMETEO: Graciah.

PANDORA: ¿Quién te seguía?

EPIMETEO: ¿Tú te creeh que yo iba a mirar pa’ trah?

PANDORA: (Mirando el regalo con que EPIMETEO juega.) ¿De dónde te robahte eso?

EPIMETEO: Pa’ tí. (Le extiende el regalo, ella lo toma y lo coloca en la mesa de los licores.)

PANDORA: Ajá.

EPIMETEO: ¿Qué me diceh?

PANDORA: (Adolorida.) Ya van treh dehde ehta mañana, mijo; me duelen hahta lah entretelah del alma...

EPIMETEO: Ya van doh regaloh con éhte; ¿qué eh lo que te pasa conmigo? (Trata de abrazarla.)

PANDORA: Mira puelco sarnoso, no me vualvah a poner la mano encima polque te pongo el culo de sombrero de una galleta, ¿sabe?

EPIMETEO: No lo cojah tan a pecho. Tú anteh no erah así. La culpa no fue mía si te dejé sola. La situación, la cilcuntancia...(Pausa.) Atlanta no queda en el fin del mundo, ademáh yo tengo máh derecho que ese...

PANDORA: Mira, eso lo decido yo. Tú tuvihte tó el chance que quisihte y lo peldihte, ¿veldá? Pueh también me peldihte a mí. Así que no me vengah con eso ahora que yo sé de la pata que tú cojeah. (Previniéndole.) Ehte se fue a compral cigarrilloh...

EPIMETEO: Ya lo ví. Iba enfogonao. Pelearon, ¿veldá?

PANDORA: Eso a tí no te importa.

EPIMETEO: Ese tipo eh un mamao, tú veráh como se aprovecha de tí y te saca hasta el vivil...

PANDORA: No hableh de lo que no sabeh.

EPIMETEO: Sacalte chavoh eh lo que quiere ese hijo ‘e puta pa’ dehpuéh dejarte podrir por ahí...

PANDORA: Embuhte, que él me quiere.

EPIMETEO: ¿Tú te creeh que si tú le importarah tanto, ehtaríah tirá aquí como una perra sata? El tiene como cincuenta por otro lao y tú lo sabeh.

PANDORA: Vete pa’l carajo, vete de aquí.

EPIMETEO: (Mirando el regalo.) ¿No lo vah a abril?

PANDORA: Dehpuéh, cuando ehté sola.

EPIMETEO: ¿Y el de ayel, te guhtó?

PANDORA: Sí, sí, vete ya...

EPIMETEO: Dehpuéh vengo. Adióh, mi Sol. (PANDORA sonríe cansada. EPIMETEO sale. PANDORA se levanta y va a la mesa de los licores. Se da un trago, lo escupe en el suelo. Se toca suavemente el vientre y emite un dulce quejido de hastío. Entra PROMETEO.)

PROMETEO: Y ese, ¿qué quería?

PANDORA: Un nene que vino a venderme un reló que s ehabía robao.

PROMETEO: (Se quita los zapatos y se rasca los pies.) Lo que dijiste orita no era en serio, verdá?

PANDORA: ¿Qué?

PROMETEO: Que me fuera.

PANDORA: Yo no sé.

PROMETEO: ¿Cómo que no sabeh? Uno no diceh lah cosah pol que sí.

PANDORA: Yo sí.

PROMETEO: Pueh entonceh estah loca. (Pausa.) Tú erah distinta. Me guhtabah máh como erah anteh. Máh dulce, máh buena, tan dulce que daban ganah de relamerte.

PANDORA: ¿Tú me hah ofrecío algo pa’ volver a lo de anteh?

PROMETEO: Seguridá.

PANDORA: Yo me lavo el culo con tu seguridá.

PROMETEO: (Después de una pausa.) Ya te cansahte de mí, ¿verdá?

PANDORA: Ya me cansé de no tenel ná. Yo quiero comel como tó el mundo.

PROMETEO: Por eso estáh tan gorda.

PANDORA: No me jodah...

PROMETEO: Si eh veldá, honey. Mira, si cuando no quiereh trabajar te pasah pidiéndome comida y cuando...

PANDORA: Porque tú ereh tan canalla, que te tragah la que yo me gano.

PROMETEO: ¡Pueh consíguela by yourself! ¿Okey?

PANDORA: Orita no me dijiste eso.

PROMETEO: (Meloso.) Lo que pasa eh que tú me guhtah mucho y me confundo, baby.

PANDORA: Te guhta lo que te doy.

PROMETEO: Hablando de dal... ¿te guhta ese nene?

PANDORA: ¿Qué nene?

PROMETEO: (Le da una nalgada.) Don’t try to fool me, baby. El nene ese que vino a vendelte el reló... ¿tú te creeh que yo me mamo el deo?

PANDORA: Loh deoh son tuyoh. Tú haceh lo que te de la gana con elloh.

PROMETEO: ¿Te guhta?

PANDORA: No.

PROMETEO: ¿Y por qué le coge loh regaloh?

PANDORA: Yo no sé lo que tienen.

PROMETEO: No me guhta que te ehtén trayendo regaloh, ¿okey?

PANDORA: Pueh claro. Polque lo que te guhta son loh chavoh pa’ irte a joder la pita con la chinita esa. Lo que pasa eh que ya lo chuloh pasaron de moda y ahora estáh asorao polque viene otro y me hace regaloh. Y óyeme lo que te voy a decil, a mí no me impolta si te vah o no o si estah celoso. Consígueme un buen cualto y dame de comel porque si no me voy a il pa’l carajo

con otro y no me vah a jallar ni en loh centroh espiritihtah.

PROMETEO: Tú no puedeh vivil sin mí. (La acaricia.)

PANDORA: No puedo vivil sin comel. No puedo dolmil bien en este chinchorro, ¿cómo quiereh que te ayude si cada vez que me acuehto con otro... (Se contiene.) Ademáh me dejah muy sola.

PROMETEO: Déjame vel que yo puedo hacel. By the way... ehta noche vienen doh amigoh míoh, you nou...

PANDORA: ¿Extranjeroh? (PROMETEO asiente.) ¿Cuánto me va tocal?

PROMETEO: Si te poltah bien te traigo el regalo ese. (PANDORA protesta en silencio. PROMETEO ríe y enciende un cigarrillo.)

(OSCURO)

ESCENA II

PANDORA, tirada en la cama, está comiendo pedazos de pollo que saca de una pequeña cajita de cartón grasiento. EPIMETEO, mirando los regalos, se le acerca.

EPIMETEO: No hah abierto ninguno.

PANDORA: (Comiendo vorazmente.) Ehtah papah ehtán fríah...

EPIMETEO: Ya no te voy a hacel mah regaloh...

PANDORA: ...y el pollo estáh salao. ¿No te pudihte robal un cavial o una jodienda desah?

EPIMETEO: No me lo robé. Me puse a pedil... (Le pone la mano en el muslo, ella se la quita tranquilamente y sigue comiendo.)

PANDORA: ¿Y lo regaloh?

EPIMETEO: Esoh me loh robé. (Vuelve a poner la mano, ella se la quita con la misma tranquilidad.

Reventando.) ¡Qué ostia! ¿Tú te creeh que yo soy de palo?

PANDORA: ¿Y a éhte que me le dió?

EPIMETEO: (Pausa.) Peldóname.

PANDORA: La semana pasada me ofrecieron otro regalo y todavía lo ehtoy ehperando, y eso que me polté bien con loh extranjeroh esoh. Ya no se pueh creer en nadie.

EPIMETEO: A tí te guhtan mah lo regaloh que te hace él.

PANDORA: Pendejo, ¿no oye que te digo que no me ha hecho ninguno?

EPIMETEO: Yo te lo dije, que este tipo no te iba a dal ná. Que ná mah te quería pa’ chulealte como a lasotrah. ¿Tú lo quiereh?

PANDORA: Sí. (Eructa.)

EPIMETEO: ¡Pero si él no te da ná!

PANDORA: ¿Y qué?

EPIMETEO: Qué y qué. Yo te he hecho cuatro regaloh dehde que regresé, que he estao a punto de... (Se detiene, iba a decir algo que no debía decir y se inventa algo para salir del paso. En ello deja escapar, sin embargo, algo de sinceridad.)... apunto hahta de il preso y no te he tocao ni un pelo.

PANDORA: Nadie te mandó a ilte.

EPIMETEO: Pero, ¿y lo regaloh?

PANDORA: Esoh no cuentan. (Silencio largo.)

EPIMETEO: ¿Te acueldah de aquel collal?

PANDORA: ¿Cuál?

EPIMETEO: Aquel que te regalé anteh de ilme.

PANDORA: Lo empeñé... de castigo.

EPIMETEO: Se veía tan lindo, parecíah una princesa... me cegaba de mirarlo.

PANDORA: Nunca me dijiste si era de verdá.

EPIMETEO: Claro que era de veldá. Me lo robé en el Viejo San Juan. Y anteh de ese te hice otro montón de regaloh máh.

PANDORA: También loh empeñé.

EPIMETEO: (Se encoge de hombros.) Ehtá bien. ¿Me dejah recohtalme al lao tuyo?

PANDORA: (Cansada.) Hah lo que quierah. (Enciende la radio. Se escucha una canción melosa del cantante puertorriqueño Gilberto Monroig.) ¿Te guhta la música de salsa?

EPIMETEO: Me guhta máh Gilberto Monroig.

PANDORA: El hijo de él también canta cancioneh bonitah, máh modernas.

EPIMETEO: Pero lah del papá saben como a, yo no sé, uno se imagina que eh chamaco lah oye. A mí me guhtaría sel chamaco otra veh.

PANDORA: ¿Y pa’ qué?

EPIMETEO: Pa’ no habel hecho na’ malo nunca. (Tararea la canción.)

PANDORA: (Con una sonrisa maternal.) Tú ereh un romántico, el último romántico. (EPIMETEO deja de cantar.) No me contahte cómo te fué por allá pol Atlanta... ¿Conocihte mucha gente?

EPIMETEO: Uno siempre conoce mucha gente cuando no quiereh ehtal solo.

PANDORA: Solo o acompañao, eh lo mihmo; siempre eh una la que se imagina cosah, y se pone a recordal carah donde no debeh... ¿Y vihte la nieve?

EPIMETEO: No...

PANDORA: (Riendo.) ¡Qué pendejo! Va a Estadosunidoh y no ve la nieve. Yo cuando ehtuve en Nueva Yol; me volvía loca tirándole a loh neneh.

EPIMETEO: No me dejaron verla, fue mejol.

PANDORA: (Pausa larga. Lo mira fijo. El se da cuenta y huye la mirada, camina por el cuarto.) Yo no soy pendeja, ¿sabeh? ¿pol qué fué?

EPIMETEO: No te voy a decil. (Verdaderamente enojado.) No me da la gana. Yo tengo dignidá.

PANDORA: Me lo diche polque sino te arranco loh ojoh de un manotón.

EPIMETEO: ¡Te dije que no!

PANDORA: (Violenta.) ¡Acaba!

EPIMETEO: (Se impresiona por la violencia de PANDORA y se queda en silencio mirándola.) Fue por el collal.

PANDORA: (Se tira en la cama, resoplando, como si no lo creyera.) ¿Y te hicieron eso pol mí?

EPIMETEO: Ya qué impolta. Te dieron buenoh chavoh por él, ¿veldá? Pueh...

PANDORA: (Conmovida de pronto por el silencio de ojos aguados de EPIMETEO.) Ven acá. Siéntate aquí. (El se sienta y ella le acaricia el pelo suavemente. Parecen así, unidos uno y otro, una escultura de piedad y desesperanza.) Entoceh yo te impolto mucho todavía.

EPIMETEO: Me golpeaban casi to loh díah y una noche me quisieron acorralal y yo tuve...

PANDORA: No. No me lo digah. (Lo besa en los labios.) ¿Ve? Ya ehtá. Ya te toqué. Como anteh.

EPIMETEO: ¿No vah a abril loh regaloh?

PANDORA: (Lo besa mientras le va quitando la camisa.) No todavía no. Mañana, que mañana eh otro día.

(OSCURO LENTO.)

ESCENA III

Segundos después se encienden repentinamente las luces. PROMETEO, en la puerta, los mira por encima de sus gafas negras.

PROMETEO: (Tranquilo y ecuánime.) Time’s up. (Hala la pierna a EPIMETEO.) Vamoh, a vestilse.

(EPIMETEO, como un resorte, salta de la cama y se viste.)

PANDORA: (Amodorrada por el sueño.) ¿Y a tí que te pasa ahora?

PROMETEO: Twenty five bucks, baby, come on.

EPIMETEO: (Asustado y sin poder hablar.) Pee... pero...

PANDORA: Mira, yo a él no le cobro, ¿sabeh?

PROMETEO: Ah, come on; si te tengo el tiempo contao, una noche son veinticinco, afloja... (Lo atrae por la camisa.)

PANDORA: Déjalo quieto que él no te ha hecho ná.

PROMETEO: (Le da un empujón.) Métete la lengua en el culo pol cinco minutoh. (A EPIMETEO.) Come on, cocksucker... afloja que ehtoy apurao.

EPIMETEO: (Buscando a PANDORA desesperadamente.) Ehte... eh que yo no tengo chavoh aquí.

PROMETEO: ¿Y qué tú te creeh? ¿Que éhto eh del pueblo de Puelto Rico? (Lo toma por la camisa y lo rebusca.)

PANDORA: Déjalo quieto, pol favol.

EPIMETEO: (Tratando de soltarse.) ¡Que no tengo ná, coño!

PROMETEO: Mira puñeta, no me hableh ehtrujao porque te rompo lah bolah de una patá... (Le da otro golpe contra la pared y lo deja caer. A PANDORA.) ¿Con que éhte eh el pendejito de loh regaloh? ¿Ah? ¿Te lo gozahte, ah, hija ‘e tu puta madre, te lo gozahte?

PANDORA: Sí, sí me lo gozé, polque me quiere y no me pide ná.

EPIMETEO: Lo único que te falta decil eh que se parece a mí. (Ríe.)

PANDORA: Ehtuvo preso pol cuenta mía... tú ni siquiera me traeh comida. (Enfurecida se lanza sobre él para golpearlo. PROMETEO la vuelve a empujar y levanta a EPIMETEO por la camisa.)

PROMETEO: ¿Con que te guhta ehtal preso? ¿Polque yo tengo doh amiguitoh camaroneh que te puen ponel a recoldal loh viejoh tiempoh.

PANDORA: No te atrevah polque te mato.

PROMETEO: Tieneh hahta lah treh pa’ conseguir esoh chavoh; si no esoh panah míoh te van a fabrical un caso que ni Supermán va a poder calgal con el ehpediente. ¡Aquí a la treh! ¿Oíste? (Lo lanza por la puerta. Silencio largo.)

PANDORA: (Se sienta en la cama mirando fijo hacia la puerta.) Ya lo jodihte.

PROMETEO: Se cagó en su madre, por pelao.

PANDORA: ¡Qué fácil eh tó ehto!

PROMETEO: Difícil eh vivil sin joderse. (PANDORA trata de ahogar un pequeño sollozo.) Eso eh pa’ que no se te ocurra hacel trabajoh de gratih, you nou. (Se quita la camisa y se desabrocha el pantalón, luego se tira en la cama.) Come on. (Ella vacila. El dice molesto.) ¡Avanza!

(OSCURO)

ESCENA IV

PANDORA prepara una maleta. Entra PROMETEO.

PROMETEO: No lo dejaron llegal a su casa.

PANDORA: Me lo imaginé.

PROMETEO: Eso eh pa’ que aprenda.

PANDORA: Ya no voy a trabajar máh pa’ tí.

PROMETEO: (Le cierra la maleta muy molesto.) Yo también me lo imaginaba. (Mirándola de reojo la rodea, cínico.) ¿Ya abrihte loh regaloh?

PANDORA: No.

PROMETEO: Podemoh empeñal doh o treh de elloh.

PANDORA: ¡No loh toqueh! Déjaloh ahí.

PROMETEO: ¿Todavía ehtahj ehperando el mío?

PANDORA: Ya no.

PROMETEO: Pueh ya viene por ahí. Lo mandé a buhcal. Me lo van a traer en un cofrecito colol oro que también compré pa’ tí.

PANDORA: ¿Qué eh?

PROMETEO: No te puedo decil. Pa’ mí significa mucho. Significa, you nou, eh como el lazo que noh amarra a tí y a mí. (Se ríe.) Te va a traer muchoh recueldoh.

PANDORA: ¿Un collal?

PROMETEO: No. Algo que tú siempre has querido.

PANDORA: (Sonrisa amarga.) Pendejo.

PROMETEO: Entonces... no vah a trabajar máh pa mí.

PANDORA: No.

PROMETEO: Te vah a quedar bien sola y aburría. No vah a sobrevivil.

PANDORA: (Hace una mueca, mirando al vació.) Pueh...

PROMETEO: Que fea te poneh cuando te poneh trihte.

PANDORA: Vete ya, no me jodah. (Tocan a la puerta.)

PROMETEO: Ese debe sel el regalo. Pero me voy pa’ que lo difruteh sola. Me guhtaría vel la mueca que poneh cuando lo abrah.

PANDORA: No sé si lo voy a abril todavía.

PROMETEO: (Con gran cinismo.) Si no lo abreh se pudre, esah cosah dehpuéh de mueltah se pudren.

PANDORA: ¿Qué tú me quiereh decil con eso?

PROMETEO: I’m giving you a hint, honey. (Pausa.) Como te mata la curiosidá. Pero eso no eh ná malo. Ese regalo te va enseñar que con tipoh como yo no se juega.

PANDORA: (Preocupada, previniendo.) ¿Qué eh?. Dime, ¿qué eh?

PROMETEO: (Va hacia la puerta y recoge el regalo. Mira hacia afuera y hace una señal. Luego cierra.) Aquí ehtá.

PANDORA: (Retrocediendo.) Yo no voy a abril eso.

PROMETEO: (Lo coloca sobre la cama.) Ahí te lo dejo. (Sonríe.) Go ahead, honey.

PANDORA: (Como una animalito acorralado.) Ya te dije que no lo voy a abril.

PROMETEO: Pensándolo bien... me quiero quedal.

PANDORA: (Rogándole.) Dime qué eh, pol favol.

PROMETEO: La curiosidad mató al gato. (Silencio largo.

PANDORA se queda mirando fijamente la caja. Está muy nerviosa. Mira a PROMETEO.) A lo mejol te saca de la pobreza.

PANDORA: (Se acerca al cofre vacilante. Lo mira, lo coge en sus manos y finalmente lo abre. Al hacerlo, emite un grito infernal y desgarrador. Una histeria se apodera de ella y deja caer el cofre sobre la cama. El cofre se vacía en un líquido rojo y gelatinoso que se desparrama por las sábanas. Una cosa amorfa y sangrienta también cae con el cofre. PROMETEO ríe.

PANDORA sigue encogiéndose entre las sábanas gritando alocada y su llanto se ahoga entre las sábanas y las risas de PROMETEO.)

PROMETEO: (Aún riendo, se dirige a la puerta, la abre y habla a los que esperan afuera.) Okey, bro’s... ya pueden entral. Tienen que limpial las sábanas ustedes. Son veinticinco pesos cadah uno, come one; loh extranjeroh primeroh... (Voces de protesta.) ¡Loh extranjeroh primero, dije! (PROMETEO empieza a recoger el dinero mientras se va oscureciendo el cuarto. Su risa y el llanto ahogado y amargo de PANDORA se revuelven con el resto de las voces que, allí mismo, comienzan a salir de la tierra.)

(OSCURO FINAL RÁPIDO)

Agosto de 1981

Río Piedras y Mayagüez, Puerto Rico

Isarel Solla y Melissa Reyes, actores del Conservatorio de Arte Dramático del Ateneo, en La Chica Coca Cola, bajo la dirección de Gina Figueroa Hamilton. 2011.

COMO SOMOS:

Tres piezas breves

LA CHICA COCA-COLA

LA CHICHINFREN

MI CELOSA FAVORITA

(2007)

Puestas en escenas en diversas ocasiones por teatros universitarios y el Conservatorio de Arte Dramático del Ateneo, 2011.

LA CHICA COCA - COLA

PERSONAJES:

Sharyan (18 años.)

Alejandro (32 años.)

Pepe (39 años.)

ESCENA ÚNICA

Sharyan hace ejercicios en una bicicleta estacionaria. Vestida con su atuendo de ejercicios, su ipod, su toalla...

Pedalea con fuerza, envuelta en la música ‘trance’ que podemos escuchar. Sentado en los cojines está Alejandro, que la observa con algo de indiferencia y cinismo, mientras bebe alguna cerveza. Ella sigue pedaleando mientras él habla.

ALEJANDRO: ¿Quién te crees que eres, ah? Lo primero que debes saber es que eres un objeto, una cosa. Aunque las feministas te llenen la cabeza de porquería, eres un objeto. Te usamos para modelar productos que se venden al mejor que los pague. La gente que compra necesita ver mujeres bellas que les muestren las cosas... ¿por qué? Porque el deseo de comprar siempre viene con el deseo del sexo. Y la gente no puede evitar el sexo. Ya hay miles de estudios sobre eso. Es así... Vamos, dale, más duro, no te canses... Y óyeme bien: si quieres triunfar en este medio tienes que morirte en esa bicicleta. MORIRTE, me oyes. Porque la belleza no se regala. Hay que fastidiarse por ella, cuesta, duele... sí duele mucho. ¡Pero paga! La

belleza paga, nena, y contigo yo he ganado y quiero seguir ganando. Tienes que estar flaca, Sharyan, flaca... Tienes que asesinar esas llantas de grasa que te consumen. Mira, cucarachita, una mujer flaca es como un premio de la lotería. No... en los chichitos no es que está el sabor. En los chichos está tu mediocridad. Las mujeres con chichos son mediocres porque por culpa de sus rolletes de grasa, no pueden alcanzar la belleza. Alcanza la belleza, Sharyan. Corre tras ella, dale más duro, muérete por ella. Muérete por ella... (Sharyan se detiene de golpe, agitada, cuando un vómito poderoso le viene de golpe y la obliga a salir de la bicicleta a desahogarse fuera de la vista del público.) ¿Qué comiste hoy?

SHARYAN: Corn flakes.

ALEJANDRO: La leche tiene grasa.

SHARYAN: Ya estoy harta de las ensaladas.

ALEJANDRA: Okey, pues voy a comprarte cinco libras de carne de puerco y tres galones de helado de vainilla. Ya vengo... ahora, cuando llegue, te quiero con la maleta hecha y lista para largarte de mi casa.

SHARYAN: He rebajado cinco libras en una semana.

ALEJANDRO: Ja. Cinco libras las rebajo yo cuando tiro una buena cagada. ¿De qué me estás hablando tú?

SHARYAN: Estoy entrando en forma.

ALEJANDRO: Sí, claro, “redonda” es una forma.

SHARYAN: Se me nota que rebajé.

ALEJANDRO: ¿Sí? ¿Dónde? (La agarra.) Mira estos michelines… cuando pierdas esto, entonces hablamos. Y óyeme bien: te estoy trabajando un comercial de una nueva línea de trajes de baño. Le dieron la cuenta a Pepe y hay que hacer un shooting para el cliente que lo va a ver la semana que viene. Si nos dan esa cuenta, son miles, cucarachita. Así que mira a ver que haces porque tú no me has producido un solo peso en los últimos cuatro meses.

SHARYAN: Okey... ¿Me puedo bañar ya, mi amo?

ALEJANDRO: Vaya. (Ella va a salir.) Sharyan...

SHARYAN: ¿Qué?

ALEJANDRO: Tú eres lo mejor que yo tengo, no me defraudes.

SHARYAN: Y si yo soy lo mejor, ¿por qué me tratas como lo peor?

ALEJANDRO: Porque te amo.

SHARYAN: Yea, right. (Sale. Suena el celular de Alejandro.)

ALEJANDRO: (Al celular.) Aló... vaya corillo, ¿qué es la que hay? ¿Y qué te dijeron? ¿Cuándo? Bueno, okey... sí, ella va a estar lista, tranquilo que ese shooting va. ¿Cuánto es que van a pagar? Coño... ¿Y qué otra modelo va para el shooting? Okey... okey... Ninguna le llega a Sharyan. ¿Y qué tú vas a hacer por mí? ¿Que qué yo voy a hacer por tí? Dime tú... (Reacción compleja.). Pepe... tú siempre pides cosas difíciles. Bueno, deja ver como lo brego, porque la cucarachita está un poco brava. Okey. Okey... (Cuelga.) Fuck.

(Cuando se apaga la escena se prende de seguido el estudio de Pepe, luces de fotógrafo profesional. trípode, cámaras, etc. Sharyan se prepara para el shooting.)

PEPE: Te dejé para último a propósito, para poder dedicarte más tiempo y más calma.

SHARYAN: ¿Por qué se fue Alejandro?

PEPE: Dijo que iba a atender algo, no sé. Mira para acá... muévete, dale. (Tira una foto, otra y otra, mira la cámara.) Trata de ponerte de lado, así...

SHARYAN: ¿Cómo?

PEPE: Así... (Al Pepe tratar de acomodarla, la toca atrevidamente en la cintura, ella se da cuenta y se retira.) ¿Qué pasa?

SHARYAN: Yo... este..

PEPE: Digo, perdona, no sé si es esa ropa que tienes puesta, pero yo te noto un poco gordita, Sharyan.

SHARYAN: ¡No estoy gorda!

PEPE: Bueno, yo solo te digo, porque este es un comercial de trajes de baño y horita cuando te pongas los que tengo allí, yo no quiero tener que hacer ningún milagrito con el “photoshop”.

SHARYAN: Yo no te he pedido nada.

PEPE: Pero Alejandro sí, y las cosas que él me pide...

SHARYAN: ¿Qué?

PEPE: Bueno, que hable bien de ti con el cliente, que te tire las mejores fotos...

SHARYAN: Bueno, para eso te paga.

PEPE: Él no me paga. (Pausa.) ¿No te habló él de lo que yo voy a cobrarle? ¿No te dijo?

SHARYAN: ¿De qué?

PEPE: Vamos, corillo. ¿Te vas a a hacer la nueva conmigo? Baby, tú sabes la que hay. Lo que me pide Alejandro cuesta caro, cucarachita... ¿así es que él te dice, verdá? Ya tú no eres ninguna nena, ya tú debes saber que en este negocio hay cosas que no se pagan con chavos.

(Sharyan, muy nerviosa, siente que viene un vómito de golpe, y corre a desahogarse.)

¿Te sientes bien? ¿Quieres algo, te busco algo?

SHARYAN: (Secándose la boca, llega lívida hasta él y lo mira.) ¿De veras me veo gorda? Dime la verdá. Ahora.

PEPE: (Se encoge de hombros.) Sí. Un poco.

SHARYAN: Un poco, ¿ah? (Pausa.) ¿Cuánto es un poco? Si yo como ensalada con pollo una sola vez al día; y después que lo hago, me meto el dedo hasta la misma boca del estómago para vomitar. Solo tomo agua y encima tengo que correr cinco millas todos los días para sudarla. No duermo bien, me tomo todas las pastillas quemagrasa que hay en el mundo, incluso una que a veces me deja en un viaje que casi no me

acuerdo de quién soy. Tiemblo como una hoja, mira... (Le enseña sus nerviosas manos.) Vomito sin que me lo provoque, más de diez veces al día. Estoy mal. Muy mal... y todo, para que pueda conseguir ese maldito comercial de trajes de baño. Para que él esté feliz y no me tire a la calle como tantas otras veces. Y después de todo esto, tú dices que estoy “un poco gordita”. ¿Eso fue lo que dijiste, verdá?

PEPE: Sharyan, yo no me inventé los requisitos de belleza de este negocio. Tienes que estar flaca, mami... (Se le acerca para tocarla.)

SHARYAN: ¡No me toques! Aléjate de mi... (Pausa.) Dime, ¿estoy “un poco gordita”, ¿sí o no? ¡Dime!

PEPE: Bueno... te dije que sí.

SHARYAN: Pues entonces... este shooting se acabó. (Sale.)

PEPE: ¡Ey, Sharyan! (Se encoge de hombros y sale. Mientras se ilumina la casa de Alejandro, que sale del baño poniéndose una camisa.) Llega Sharyan. Tira su cartera y se le queda mirando.)

ALEJANDRO: ¿Qué pasó?

SHARYAN: ¿Cuándo pensabas decirme que era YO la paga de tu fotógrafo?

ALEJANDRO: Bueno... debiste suponerlo, cucarachita. Con Pepe las cosas son así. Él es el mejor que hay en este negocio y esa es su tarifa, ¿qué le voy a hacer? Eso de verdad no tiene ninguna importancia. (La abraza.) Ya pasó y yo te sigo queriendo igual. Piensa en todo lo que vamos a conseguir tú y yo ahora. Lo que importa ahora es ese contrato, cucarachita... ¿Cómo quedaron las fotos? ¿No me mandó un disco contigo?

SHARYAN: Pepe dijo que yo estaba gorda.

ALEJANDRO: ¿Qué?

SHARYAN: Lo que oíste.

ALEJANDRO: Pues si él lo dice es la pura verdad. Él no me va a engañar.

SHARYAN: Sobretodo si tiene la oportunidad de verme desnuda. Desnuda puede verme las llantas que se me revientan de grasa. Sin ropa puede ver mejor que soy un Mamut jurásico, una ballena regordeta explotando en grasa.

ALEJANDRO: Sharyan, te advierto que yo no voy a perder ese contrato por culpa de tu maldita gordura.

SHARYAN: Una se acostumbra a perder cosas más importantes que un par de libras.

ALEJANDRO: ¿Pero te tomó las fotos, sí o no?

SHARYAN: Ni el photoshop puede resolver esta tremenda gordura que no me deja caminar, mira... las llantas no me dejan moverme (se burla de sí misma) Auxilio, cuando me retraten, mi panza continuará en la próxima foto. ¡Estoy tan gorda que cuando me caigo de la cama, me caigo por los dos lados! Esto es increíble, mira como me rebotan las tetas en el piso. Mira mis nalgas, parecen el globo guareto de la NASA. Mira mi panza, parezco un mashmellow de morcilla... agárrame, agárrame que me caigo, que me reviento de grasa, sálvese quien pueda que aquí viene ¡la albóndiga caminante! ¡Soy la hija de Free Willy! ¡Necesito una liposucción de emergencia!

ALEJANDRO: ¡Sharyan, ya basta, maldita loca!

SHARYAN: Y tú necesitas una liposucción pero en el cerebro, ¡para que te saquen toda la mierda que tienes en la cabeza!

ALEJANDRO: Si pierdo ese contrato por culpa de tu gordura, te vas de patitas a la calle...

SHARYAN: Pues ahora mismo hago las maletas porque YA lo perdiste. 0

ALEJANDRO: ¿Qué? (Toma el celular y marca.) ¿Pepe? ¿Qué pasó con las fotos de Sharyan?

PEPE: (Se ilumina de pronto.) Mira broder, la cucarachita esa está loca pa’l carajo... cuando yo iba a cobrar lo mío, la tipa se frikeó y se fue. Olvídate de ella y búscame otra si quieres de veras entrar en esta jugada. Ah, y que no esté tan gorda como ella. Así son las cosas, pai. (Cuelga.)

ALEJANDRO: (Tratando de calmarse.) Recoge y vete.

SHARYAN: Llevo seis meses viviendo contigo. No tengo casa, ni familia... ¿Qué rayos quieres que haga?

ALEJANDRO: Eso debiste habértelo preguntado cuando empezaste a inflarte como un mamut. Ahora ya es tarde, baby.

SHARYAN: Okey... yo lo brego sola. Siempre lo he hecho. Que no se diga que no traté.

ALEJANDRO: Vete ya, ahora tengo que buscarme a otra modelo a ver si alcanzo ese maldito comercial. Alguien que sepa de qué se trata ser una verdadera modelo. (Sharyan ríe.) Alguien que piense en grande, que sepa dónde está la fama y el dinero. Alguien que no sea un Mamut brontocéfalo como tú.

SHARYAN: Lo que pasa Alejandro que hay gorduras que no se pueden rebajar por más que una mujer quiera. No hay dieta en el mundo que haga a una verse más flaca después que esa llantita santa empieza a crecer. (Le toma la mano.) Mira, este mamutcito no se puede rebajar. Yo traté, pero no se puede.

ALEJANDRO: (Gesto de asco y rabia.) ¿Quién carajo tú te crees que eres?

SHARYAN: ¡Soy la mamut y el mamutcito! (Pausa.) Y el mamutcito tiene un antojo de un galón de helado de chocolate chips.

ALEJANDRO: ¡Te lo sacas!

SHARYAN: (Ríe suave.) Perdóname, pero ahora yo soy Doña Mamut, pesando 700 libras de grasa y pelo... y como todo esto se fastidió, pues ya puedo decidir qué rayos voy a hacer de mi vida.

ALEJANDRO: (La toma con violencia.) Dije que te lo sacas, que yo no voy a mantenerte hijos a ti, ¿me oíste?

SHARYAN: (Se suelta.) Conmigo no te metas porque esta Mamut ya se hartó de recibir órdenes de un fleje como tú. (Coge su cartera.) Yo no te voy a pedir nada, no te preocupes. La corte lo hará.

ALEJANDRO: ¡Maldita cucaracha! (Se toma la cerveza enfurecido.)

SHARYAN: Ahora sí que vas a necesitar muchos contratos, baby. Y entonces cuando este mamutcito nazca, soy yo la que voy a rebajar a mi manera, saludablemente, seré una modelo bien hecha, no uno de esos esqueletos vivientes, sacos de huesos desnutridos que andan por ahí imitando a las flejes de los anuncios de Coca Cola. ¡Y se creen que eso es belleza!

ALEJANDRO: Esto se trata de dinero.

SHARYAN: Claro, por eso es que eres un vulgar chulo.

ALEJANDRO: ¡Y son las flacas las que hacen ese dinero, imbécil!

SHARYAN: ¡Y también son las que más rápido se mueren!

ALEJANDRO: Muertas o vivas, siempre son las más bellas.

SHARYAN: No baby, la verdadera belleza está en la vida y en la libertad. Me tardé mucho en averiguarlo. Pero cuando supe lo que pasaba aquí adentro, lo aprendí enseguida. Y yo voy a vivir para mi mamutcito, y voy hacer dinero para él, para que viva bien y pueda estar siempre libre de “explotadores de la belleza” como tú. (Va a salir.) Ah, y te puedes quedar con la bicicleta, para que sigas rebajando y te quedes en el esqueleto. (Sale.)

ALEJANDRO: ¡Sharyan! ¡Sharyan! (Tira la botella contra el piso.) Oscuro final.

LA CHICHINFREN

PERSONAJES:

Edwin (21 años)

Xiani (22 años)

Armando (23 años)

Eva (19 años)

ESCENA ÚNICA

Bajo una luz cenital, Xiani baila suavemente durante unos segundos. Baila sola, triste, apesadumbrada, moviendo sensualmente una especie de estola por su espalda y su pecho. Luego del baile se queda quieta un instante, de espaldas, la estola cae al suelo; luego mira por encima de su hombro. Camina hacia el fondo, como si necesitara ser vista por alguien, como si necesitara ser tomada en cuenta.

Aparecen bajo otra luz, Edwin y Armando.

EDWIN: Okey. No es que no la quiera. Vamos, como decir que uno quiere a la novia oficial... pues...

ARMANDO: Entonces, no la quieres y punto.

EDWIN: Mano, mira, querer es un asunto muy complicao. Los hombres no estamos pa’ fastidarnos mucho la vida con esto, ¿viste?

ARMANDO: No hables a nombre de todos los hombres.

EDWIN: Okey, pero es la verdad.

ARMANDO: Entonces, ¿por qué la tienes? ¿Por qué la ilusionas?

EDWIN: ¿Yo? Pana, si una mujer te dice que sí... quiere decir que está dispuesta a lo que sea.

ARMANDO: Incluso a que la engañes.

EDWIN: Mano, ¿qué te pasa? ¿Por qué estoy yo aquí discutiendo contigo esto? Es sólo una tipa, broder. Un canto e’ carne y ya.

ARMANDO: No, está bien. Es que pensé que ese “canto e’ carne” tenía sentimientos, ilusiones, ná, esas boberías que le pasan a uno por la cabeza. Y a propósito, ¿cómo te va con tu novia “oficial”?

EDWIN: Eva es demasiado recatada, ella es muy de su casa, y con ella na de na.

ARMANDO: ¿Ná?

EDWN: Nada, nadeichon, ni un cantito. Yo sé que me voy a cansar de ella pronto.

ARMANDO: Si no tienes nada con tu novia y tienes todo con tu amiga...

EDWIN: Yo tengo lo mejor de los dos mundos, pai.

ARMANDO: Y ellas tienen lo peor de ti.

EDWIN: Bueno si a ti tampoco te va bien con tu novia, búscate una que...

ARMANDO: Yo no tengo novia, me gusta una chica, pero estoy solo.

EDWIN: Yo tengo dos, pero no puedo darte ninguna.

ARMANDO: A la chica que me gusta a veces se le pierde la mirada.... se siente muy sola, la he visto llorando en la cafetería. Somos amigos, cogemos clase juntos, pero me da miedo meterme en su vida y molestarla. Me dijeron que ella...

EDWIN: A lo mejor lo que le hace falta es un buen...

ARMANDO: (Sin soportar más.) ¡Chico, si tú tienes novia es para respetarla! Yo quisiera estar con una muchacha que sé que es buena, y ella está toa hecha una porquería esperando por un hombre como tú. Ya me lo dijeron, que ella anda detrás de un tipo que no la respeta, un tipo que tiene novia y que solo la quiere pa’... ah, olvídalo.

EDWIN: Ah, y por eso la coges conmigo. Mira mano, yo brego así, por que conmigo jugaron y estoy pagando con la misma moneda. Las mujeres son pa’ lo que son y ya. ¿Qué te pasa? ¿Se te están virando los cables?

ARMANDO: No, mano, pero creo que en el fondo, el más solo de todos eres tú. (Entra Eva)

EVA: ¿Por qué te vas a quedar solo? (Besa a Armando) Hola chulo... ¿De que hablan?

EDWIN: Armando dice que yo voy a quedarme solo. Que tú me vas a dejar.

EVA: ¿Tú solo, papi? ¿Dejarte yo? Nada que ver. Me tiene a mi. El que estás solo eres tú, Armando. ¿Cuándo te vas a buscar una buena chica que...

ARMANDO: Mira Eva, yo creo que uno no anda por ahí buscando chicas. Las mujeres no son animales de cacería. Una relación es... qué se yo. Las almas que se necesitan, no sé... se encuentran una a la otra, no es un asunto de cazador ni cazado, sino una conexión, algo... mágico. No sé.

ARMANDO: Este tipo se está poniendo tan y tan pende...

EVA: Deja, lo que dice es cierto. Es mágico cuando se ama de verdad. Como yo te amo a ti, papi. (Suena el celular de Armando y lo atiende.) Mira papi, yo estoy en un grupo de informe oral con Armando y con otra chica del salón. Así que...

EDWIN: ¿Por qué no haces eso más tarde y nos vamos para mi apartamento?

EVA: Pero es que...

EDWIN: Chica, tú sabes que tú y yo ya llevamos tiempo y yo te he demostrado que te quiero y eso, y yo quiero que me demuestres tu amor de una manera diferente. ¿Cuántas veces más te lo voy a pedir?

EVA: Tú sabes lo que pienso acerca de eso. Yo quiero que para mi, esa noche se inolvidable.

EDWIN: ¿Y por qué esa noche no puede ser hoy?

EVA: ¿Y dónde está el cura y la Iglesia? ¿Ya hablaste con mi papá? ¿Compraste la casa? ¿No? Pues si tú me quieres sabrás esperar. Y me voy, que tengo que hacer el trabajo.

EDWIN: (Entre dientes) Te crees tú que yo voy a esperar.

EVA: ¿Qué dijiste?

EDWIN: Nada baby, vete a hacer tu trabajo.

ARMANDO: Eva, ya nos está esperando. (Edwin se queda solo un segundo y sale, por otra parte entra Xiani, y seguido Armando y Eva.)

ARMANDO: Perdona, nos tardamos porque...

XIANI: No hay problema, yo estaba adelantando el resumen de mi capítulo.

EVA: Chica, perdona, pero se me olvida tu nombre, porque es como medio raro...

XIANI: Xiani... Xiani. Y tú eres Eva.

EVA: Sí, okey. Bueno Xiani, vamos a empezar esto.

ARMANDO: Yo puedo informar de la parte del internet, del desarrollo del Internet, y esto que el profesor dió aquí...

EVA: Pero esa es la parte más fácil.

XIANI: Yo cojo la parte histórica, me gusta la Historia...

ARMANDO: Okey.

XIANI: (Suena el celular de Xiani) Hola nene, qué pasó.

EDWIN: (Se ilumina Edwin en otro lado del escenario.) Chula, ¿dónde estás?

XIANI: Estoy con unos compañeros haciendo un trabajo.

EDWIN: Deja eso y ven pa’ casa.

XIANI: (A los demás.) Con permiso. (Se levanta y se aleja un poco. Armando la mira con aprehensión.) Estoy ocupada, chico.

EDWIN: Pero mami, es que me tienes a dieta.

XIANI: Ya sabía yo por donde tú venías. ¿Qué, tu novia te tiró bomba hoy?

EDWIN: Bueno... no exactamente. Pero estoy un poco necesitado de... cariñito. Y yo sé que tú también.

XIANI: Tienes que esperar en lo que termino.

EDWIN: Pues que sea rápido, mama.

XIANI: Bye. (Se detiene un poco, pensativa. Hace un gesto de “qué remedio”.) Gente, me van a tener que perdonar pero me tengo que ir, tengo una emergencia en casa.

EDWIN: (Solícito.) ¿Algo malo?

XIANI: No, no. Pero me tengo que ir.

ARMANDO: Dime que necesitas, lo que sea. Xiani, yo... estoy aquí.

XIANI: No te preocupes.

ARMANDO: Sabes que yo hago lo que sea por ayudarte.

XIANI: (Sonríe un poco.) ¿Lo que sea?

ARMANDO: (La mira intensamente.) Cualquier cosa, siempre.

XIANI: (Lo mira.) Okey. Yo te llamo. (Sale.)

EVA: ¿Qué le pasa? Se ve como mal, esa chica.

ARMANDO: Es que... esa chica... nada. No tiene importancia.

EVA: ¿Te gusta?

ARMANDO: Sí. Mucho. Es una chica excelente. Inteligente, cariñosa. Y cuando la veo, cuando la miro a los ojos... wao. Siento que esa conexión... es....

EVA: Mágica. ¿Y por qué no se lo dices?

ARMANDO: No puedo... no puedo.

EVA: Ella se ve que necesita amor del bueno. Dáselo. (Armando sonríe.) Oye, ¿por qué no vamos al apartamento de Edwin a terminar esto allí? Llevamos pizza y eso, dale.

ARMANDO: Allá vamos a charlatanear y no vamos a terminar esto. Y ahora yo tendré que hacer lo de Xiani porque ella, bendito...

EVA: Ya, lo hacemos. Queda tiempo. Vamos.

ARMANDO: Okey...

(Cambio de luz a otra parte de la escena. Xiani, acostada en grandes cojines. Edwin, sentado junto a ella que la mira, saca un condón y se lo enseña.)

EDWIN: Todo bajo control.

XIANI: (Ella lo toma, lo mira y luego lo tira.) ¿Qué soy yo para ti?

EDWIN: Tú lo sabes. Tú y yo estamos claros. ¿Qué te pasa?

XIANI: ¿Cuánto valgo yo para tí?

EDWIN: ¿Qué sé yo, Xiani? ¿Por qué tú me preguntas eso ahora?

XIANI: Quiero saber que sientes tú por mi.

EDWIN: Que bajón de nota, chica. ¿Quieres un trago?

XIANI: No.

EDWIN: Ya yo te he dicho que con Eva es otra cosa... Eva...

XIANI: No me hables de ella, por favor.

EDWIN: Si quieres te miento. A muchas mujeres les encanta que les mientan. Si tú eres de esas, yo sé decir mentiras, me quedan muy bien.

XIANI: ¿Cuál es la mejor que te queda?

EDWIN: Pues, qué se yo...

XIANI: “Tu eres la mujer de mi vida”, por ejemplo. “Contigo es que yo soy feliz, lo que pasa es que no puedo dejarla”. Esa es buena.

EDWIN: ¿Tú prefieres una mentira, o que estemos claros con la verdad?

XIANI: No lo sé. Llevo mucho tiempo confundida. Las mujeres hacemos estupideces cuando estamos confundidas... y solas.

EDWIN: Pues yo prefiero que estemos claros. Tú y yo nos juntamos porque nos gusta el sexo. Bregamos y ya. Sin compromiso, sin preguntas, sin mucha emoción. Todo claro y luego chao, mamita, hasta la próxima calentura. Esa es la verdad. Tú lo aceptase así.

XIANI: Sí.

EDWIN: Entonces, ¿de qué te estás quejando?

XIANI: (Pausa.) ¿Tú sabes cuál es mi color favorito?

EDWIN: ¿Eso que tiene que ver?

XIANI: ¿Sabes cómo se llama mi papá o mi mamá? ¿Sabes en qué trabajan?

EDWIN: No me interesa.

XIANIU: ¿Sabes cuándo es mi cumpleaños?

EDWIN: No.

XIANIU: ¿Sabes cuál es mi segundo apellido?

EDWIN: No me acuerdo.

XIANI: ¿Sabes que sueño con ser una estupenda reportera? Que me encantan las comunicaciones, que me fascina el teatro, me vuelve loca bailar, la música me arrebata.. ¿Sabes cuál es mi cantante favorito?

EDWIN: ¿A qué viene todo esto?

XIANI: ¿Sabes qué cosa me pone triste? Los atardeceres. A veces me voy al Morro y me siento solita a ver el sol caer en el horizonte. Y me disfruto esa tristeza del día que se pierde en la algarabía de la noche, allí, yo, sola, conmigo misma.

EDWIN: Xiani, ya estuvo bueno.

XIANI: A parte de los asuntos de sexo, ¿qué más sabes tú de mi?

EDWIN: Es verdad. No sé mucho de ti.

XIANI: Y si no sabes NADA de mi... ¿por qué te crees con el derecho de invadir lo más sagrado de una persona que es su intimidad, su cuerpo, sus deseos... ?

EDWIN: Tú me lo permitiste. Si los dos estamos aquí ahora es porque tú lo permitiste.

XIANI: ¿Y nunca te preguntaste por qué una mujer acepta algo que sabe que está mal? ¿Qué cosas pasan en su corazón para que ella acepte sufrir, engañarse, creerse que será feliz al lado de un tipo como tú?

EDWIN: (Se le acerca y la abraza.) La única pregunta que a mi me importa entre tú y yo, es ¿cuándo vamos pa’ la cama, mamita?

Entra Eva, con su llave, y tras ella Armando. Se miran los cuatro.

EDWIN: Este... Eva... esto no es lo que tú piensas.

XIANI: Ah, tú eres Eva.

EVA: Edwin... ¿cómo me haces esto?

EDWIN: Mamita, pero es que tú no...

EVA: ¿Yo qué?

EDWIN: Bueno, no me miren así... yo soy un hombre y si una mujer se me ofrece... ¿qué esperan que haga?

EVA: Eso... que seas un hombre y la respetes, y la ayudes a no caer si está herida, esperaría que no te aprovecharas de su soledad, que no le termines de fastidiar la vida si ella no puede bregarla sola. ¡Que no la jodas con tu machismo barato! ¡Esperaría que la protegieras de su debilidad! Eso es lo que hace un hombre.

EDWIN: ¡Ah, sí qué fácil! Si a ella le gusta... (Xiani le somete a una brutal bofetada.)

XIANI: (Se acerca a Eva.) Gracias. Y perdóname.

EVA: (Dolida.) No te preocupes. Yo entiendo. (A Edwin.) Yo... no quiero verte nunca más en mi vida. Ni hablarte, ni estar donde tú estés. ¿Estás claro? Porque yo sí lo estoy. Clarísima. (Sale.)

ARMANDO: Yo... me retiro.

XIANI: Espera... dijiste que harías lo que fuese.

ARMANDO: Sí.

XIANI: Pues entonces... sácame de aquí. (Sale.)

ARMANDO: (Antes de irse.) Sí, ahora tú eres el hombre más solo del mundo.

EDWIN: Siempre aparecerá otra idiota, no te preocupes.

ARMANDO: En eso tienes razón. Tipos como tú, sólo se merecen mujeres idiotas. (Sale. Armando se queda solo, la música sube.)

MI CELOSA FAVORITA

PERSONAJES:

Miguel (20 años.)

Jennifer (18 años.)

ESCENA ÚNICA

Jennifer furiosa, marca un número en el celular, mientras en otro lado de la escena Miguel se da una fría con unos amigos. Le suena el celular.

JENNIFER: ¿Dónde tú estás?

MIGUEL: Hola baby, ¿qué pasó?

JENNIFER: ¿Dónde tú estás?, ¿por qué no me llamaste?, ¿qué tu te crees, ah?, ¿que tú te vas a ir por ahí sin decirme a dónde te m etes y con quién?

MIGUEL: Pérate, baby, son muchas preguntas juntas, ¿cuál quieres que te conteste primero?

JENNIFER: Miguel, hazme caso, tú sabes lo que yo te he dicho, que no me gusta que te vayas por ahí sin yo saber dónde tú estás.

MIGUEL: ¿Baby, cuántos años yo tengo?

JENNIFER: Por mi tienes como cinco, porque ninguna pareja que yo haya tenido me ha hecho pasar los malos ratos que me haces pasar tú. Estoy sufriendo, Miguel, estoy sufriendo. ¿Con quién tú estás ahí?

MIGUEL: Con unos panas del teatro de la Universidad.

JENNIFER: ¿Quiénes son?

MIGUEL: Está Alex, Christian, Jadhi...

JENNIFER: ¿Hay alguna mujer ahí?

MIGUEL: Nena, estoy en el Bar de Cheo, aquí no vienen mujeres solas.

JENNIFER: Ese Alex es un puto malo, se pasa andando con mujeres bien nebulosas, a mi ese tipo no me gusta.

MIGUEL: Nena, no hay ninguna mujer aquí.

JENNIFER: ¿A qué hora tú pensabas llamarme?

MIGUEL: Son las diez de la noche, yo salí de tu casa como a las nueve, pienso llamarte mañana.

JENNIFER: Miguel, yo tengo que saber dónde tú estás a cada momento.

MIGUEL: ¿Por qué?

JENNIFER: Porque es así. Porque ustedes los hombres son todos unos mentirosos. Y yo tengo que vigilar mis intereses. Me llamas por teléfono cuando llegues a tu casa. Mejor yo te llamo. Y vete a dormir ya, que la calle está peligrosa. Y te lo repito, no me gusta el Alex ese, que no esté sonsacándote con las mujerucas esas con las que él anda, ¿me oíste? Bye.

MIGUEL: Te quiero, baby.

JENNIFER: Bay.

MIGUEL: ¿Así, pelao, bay y ya?

JENNIFER: Bay. Llámame. (Cuelga. Miguel hace lo mismo y se une otra vez a sus amigos y sale de escena. Mientras Jennifer comienza a peinarse frente a un espejo.) ¿Qué hora es? Las doce y este no me ha llamado. Pero mira que este tiene... (Marca el celular.) Aló...

MIGUEL: ¿Qué pasó, nena?

JENNIFER: No me llamaste. ¿Dónde estás?

MIGUEL: En casa, durmiendo.

JENNIFER: Mentira; estás en el apartamento del Alex ese. ¿Hay mujeres ahí?

MIGUEL: Nena, bay. Estoy en casa, durmiendo.

JENNIFER: Me estás engañando, Miguel.

MIGUEL: ¿Quieres que te ponga a Mami?

JENNIFER: Sí, pónmela.

MIGUEL: Bye. (Cuelga. Ella vuelve a llamar. Él lo coge.)

JENNIFER: ¿Por qué me colgaste?

MIGUEL: Estoy durmiendo y tengo ganas de mear.

JENNIFER: Vete y mea, yo espero.

MIGUEL: Okey.

(Miguel sale. Ella espera, espera. Cuelga. Vuelve y marca. Espera, espera, no lo coge. Cuelga y se va furiosa a dormir. Penumbra. Miguel y Jennifer estudian.)

JENNIFER: Dijiste que me ibas a hacer esta parte. Yo no la entiendo.

MIGUEL: Nena, tengo examen mañana. Hazla tú, no dependas tanto de mi.

JENNIFER: Para eso eres mi novio, para que me ayudes.

MIGUEL Ayude, nena, AYUDE, no que tenga que pasar tu Universidad por tí. Yo tengo que pasar la mía.

JENNIFER: Tu examen es de teatro, para eso no se estudia. ¿Y por qué tú quieres ser actor?

MIGUEL: Porque me gusta.

JENNIFER: Las mujeres del teatro son... ay, qué se yo.

MIGUEL: Son bien chéveres.

JENNIFER: ¿Ah, sí?

MIGUEL: Tremendas compañeras.

JENNIFER: Claro, si pasas más tiempo con ellas que conmigo.

MIGUEL: Ensayando, mi negra.

JENNIFER: Ensayando ni ensayando.... (Pausa.) Miguel, ¿Tú me quieres?

MIGUEL: Sí, mi chula. Te quiero.

JENNIFER: No me has dicho nada de mi pelo.

MIGUEL: ¿Qué tiene tu pelo?

JENNIFER: Tú no te fijas en nada mío.

MIGUEL: Sí, me fijo.

JENNIFER: Esta noche vamos a Plaza del Sol.

MIGUEL: Tengo ensayo.

JENNIFER: Claro, tus ensayos son más importantes que yo. Sí, ya sé. Como yo no soy de teatro, ¿viste? Óyeme lo que voy a decirte: a mi no me gusta que estés dedicándole tanto al teatro. Tú eres mi novio, tienes que dedicarme tiempo a mi. ¿Cuándo me vas a dedicar tiempo? Estoy sufriendo, Miguel, estoy sufriendo. (Pausa.) Esta noche vamos pa’l cine.

MIGUEL: Te dije que tengo ensayo.

JENNIFER: Pues no vas a ir al ensayo y se acabó. Me vas a llevar al cine.

MIGUEL: ¡No puedo faltar al ensayo! Me botan de la obra.

JENNIFER: ¡No me importa! Si no me llevas al cine, ya verás lo que te va a pasar. Me voy a meter en el ensayo ese y te voy a armar un escándalo, para que las putitas esas de teatro, esas que son las “tremendas compañeras”, se enteren de quién yo soy. (Penumbra, luego luz, cambio de posición.)

MIGUEL: ¿Por qué te pusiste ese traje? Sabes que no me gusta, no te ves bien, pareces una tipa de la calle.

Quítate ese traje.

JENNIFER: Pero es que a mi me gusta.

MIGUEL: Pero a mi no. Quítatelo. Si tú eres mi novia tienes que hacer lo que yo te digo.

JENNIFER: A mi me gusta, Miguel, no me fastidies. No me lo voy a cambiar.

MIGUEL: Ah.. entonces yo tengo que cambiar las cosas que a ti no te gustan de mi, pero tú no puedes cambiar las que no me gustan de ti.

JENNIFER: No es lo mismo.

MIGUEL: ¿Por qué?

JENNIFER: Por que tú eres hombre y yo no confío en ti.

MIGUEL: Y de paso te digo que no me gusta el junte ese que tienes con Eva, ni con Camelia, y si te vuelvo a ver con Susette, la vas a cagar bien duro conmigo.

JENNIFER: ¡Esas son mis amigas de la high!

MIGUEL ¡Pues, lo siento, pero esa es la que hay!

JENNIFER: Me estás pidiendo que deje de ver a mis amigas.

MIGUEL: Tú me vas a dedicar todo tu tiempo a mi y punto.

JENNIFER: Pero Miguel...

MIGUEL: Por tu culpa yo dejé el teatro, deja la obra; dejé a mis panas para complacerte, pues ahora tú vas a dejar tus cosas y vas a hacer lo que yo te digo. Y me haces el favor y te quitas el traje ese que te pusiste, si no, no vas para ninguna parte conmigo. Yo no voy a pasar vergüenzas al lado tuyo. Estoy sufriendo Jennifer, estoy sufriendo, porque tú no me quieres. Además tienes mucho maquillaje, quítatelo.

JENNIFER: Tú estás jodiendo, ¿verdá?

MIGUEL: (Muy serio.) No negrita no, esa es la que, ¿viste? A tí se te olvida quién soy yo. Yo soy tu novio, ¿viste? Tu novio. Y tú eres mi novia. Tú haces lo que yo digo porque en las parejas los hombres son lo que mandan y ya. Ah, y se me olvidaba que no vas pa’ la gira a Mayagüez, esa la de las cheer leaders, caput, baby... ¿okey?

JENNIFER: ¿Qué, qué? ¡Pero si hasta mi mai me dejó ir!

MIGUEL: A mi no me importa lo que diga tu mai, no vas y se acabó.

JENNIFER: Pérate, hasta aquí llegamos tú y yo.

MIGUEL: (Burlón.) ¡Cómo jode!, ¿verdá? Pues ahora piensa como me siento yo.

JENNIFER: ¿Te estabas burlando de mi, verdá?

MIGUEL: No baby, estoy mostrándote cómo de fácil se pierde el respeto de la gente que nos quiere. Yo no soy capaz de prohibirte a ti nada. El que yo te ame no me da ninguna autoridad sobre tí. Yo soy tu novio, no tu carcelero. ¿Lo puedes entender, Jennifer?

JENNIFER: Te estás burlando de mi. Te crees que yo soy una...

MIGUEL: No me creo nada.

JENNIFER: ¡Pues esto se acabó!

MIGUEL: (Pausa, sorprendido) Okey. Pues que te vaya bien, bay.

JENNIFER: Miguel, ven acá ahora.

MIGUEL: ¿Qué te pasa?

JENNIFER: ¿Quién es ella? ¿Cómo se llama?

MIGUEL: ¿Cómo se llama quién?

JENNIFER: Porque si tú me estás dejando es porque tienes otra.

MIGUEL: ¿Yo te estoy dejando?

JENNIFER: ¿Te crees que yo me chupo el deo? ¿Cómo se llama? ¿Es la fleje esa de tu clase de teatro? Por que si ella está en teatro eso es lo único que puede ser. Y me dejas por ella. Tú sí que tienes pantalones. No, si es lo que dice mi mai, todos los hombres son igualitos. ¡Unos embusteros! Cuando se ponen así es porque están escondiendo muchas cosas. Yo sé lo que tú escondes. ¿Te crees que yo no te persigo? ¿Te crees que no sé lo que tú haces cuando no estás conmigo? Ustedes son todos unos mentirosos, ustedes le hacen el cuento a una, cogen lo que quieren y luego de un ratito de dar vueltas se van. Igual que le hizo mi pai a mi mai. Igualito. En ustedes no se puede confiar. Por eso lo mejor es que te vayas. Mejor sola que con un infiel y un machista como tú. (Miguel se va a ir.) Espérate que no he terminado de hablar. (Miguel se detiene. Pausa.) Si te crees que te vas a ir así te equivocaste, nene. Ven acá. Que vengas acá. (Miguel se va a marchar. Ya a punto de la lágrima.) ¡Miguel! (Miguel se detiene.) No me dejes así. (Miguel se voltea y camina hasta ella.)

MIGUEL: ¿Qué clase de noviazgo es este?

JENNIFER: Tú eres un embustero y un farsante.

MIGUEL: Digo, yo entiendo que el amor, el noviazgo es para pasarla bien, para ser felices, para uno probar como va a ser la vida real, ¿viste?

JENNIFER: Pero es que yo no soy feliz contigo, Miguel. Estoy sufriendo. Estoy sufriendo.

MIGUEL: Si sufres, ¿para qué rayetes me quieres al lado tuyo?

JENNIFER: No, si esto se acabó. Olvídate.

MIGUEL: ¿Cuánto tengo que dejar de ser yo para que tú seas feliz? ¿Qué autoridad tienes tú sobre mi para que yo haya tenido que entregarte mis sueños, mi libertad, mis deseos de vivir y de crecer... cuánto de eso tengo que entregarte sólo por estar contigo? ¿Y a cambio de qué? Si lo único que tú me has dado son celos y peleas.

JENNIFER: ¡Pero es que tú me haces sufrir, Miguel! ¡Tú siempre quieres hacer lo que te da la gana con tu vida!

MIGUEL: ¿Y por qué carajo yo no puedo hacer lo que me dé la gana con mi vida?

JENNIFER: ¡Porque tú eres mi novio, por eso!

MIGUEL: ¡Soy tu novio no tu esclavo!

JENNIFER: ¡Tú me perteneces!

MIGUEL: Yo soy yo, ¡yo soy mío!

JENNIFER: ¡NO, Miguel! ¡Tú eres mío!

MIGUEL: ¡YA BASTA DE ESTO! (Pausa, larga. Suave.) Yo no recuerdo un sólo día de este noviazgo en el que no hayamos discutido por alguna estupidez.

JENNIFER: Así es el amor, dolor y sacrificio.

MIGUEL: Yo siempre pensé que el amor era libertad y felicidad.

JENNIFER: Yo soy celosa, lo siento. El que no cela no ama.

MIGUEL: Pues ese amor es una mierda.

JENNIFER: ¿Eso es lo que tú piensas de mi, de nuestra relación?

MIGUEL: Yo pienso que tú estás más preocupada pensando cuándo y por quién te voy dejar, que trabajando para ser una pareja que se respeta, que se ama sanamente, que quiere hacer las cosas unida y feliz.

JENNIFER: Yo quiero eso, pero es que tú eres un embustero. Yo en ti no confío, tú me dices todo eso, me contentas y luego te vas por ahí con las mujeres esas de teatro. Yo sé, yo sé. Mi mai ya me advirtió de tipos como tú.

MIGUEL: Yo creo que deberías aprender lo mejor de tu madre, no lo peor.

JENNIFER: Perdóname, ella sabe porque ya lo vivió; porque mi pai era un cabr...

MIGUEL: ¡No todos los hombres son como tu padre!

JENNIFER: ¡Tú eres mío, Miguel! ¡Tú me perteneces! Y no me importa lo que tú digas, ¡tú eres mío y se acabó!

MIGUEL: Jennifer, tú estas enferma.

JENNIFER: El que está enfermo eres tú. Te tienen ciego...

MIGUEL: Y una persona enferma, llena de heridas, llena de ejemplos de celos y llenas de coraje, no puede amar de verdad, Jennifer.

JENNIFER: Dale, pues déjame, si eso es lo que tú quieres.

MIGUEL: Adiós, Jenni.

JENNIFER: (Pausa.) ¿Qué tengo que hacer para que no me dejes? ¡Yo he hecho todo por tí, Miguel!

MIGUEL: (Pausa. Se voltea.) ¿Podrías tú hacer algo por tí?

(Comienza a sonar una canción.)

JENNIFER: Mira, esa es nuestra canción. (Pausa. Se le acerca.) Miguel, perdóname. (Lo abraza fuerte.) Ya, olvídate, tenía coraje. ¿Me perdonas?

MIGUEL: (La separa con fuerza, sin ser descortés.) No, Jenni, mamita... si te perdono, jamás vas a aprender. Así que ni te perdono, ni sigo contigo. Bye.

JENNIFER: Pero Miguel...

MIGUEL: Haz algo por tí, Jenni. ¡Haz algo por tí! (Miguel sale.)

JENNIFER: ¡Miguel! (Pausa.) ¡Está bien, no voy a la gira de las cheer leaders, si eso es lo que tú quieres! Me quito el maquillaje, me cambio el traje... Me quedo contigo. ¡Miguel! Oye... espérate. ¡Miguel! (Se queda sola mientras sube la música.)

(Apagón.)

ULTIMA PLANA

Pieza en un acto (2004)

Yo no sé si tenía razón o no, mas sé que juntos compartimos las desgracias; él fue mi compañero de cadena, si pierdo a este hombre no tengo deseos de vivir. Es decir que si muere, moriré yo también.

Víctor Hugo Los fusilados.

PERSONAJES: RODOLFO PAQUITO LUISA

Una silla. Un escritorio con teléfono.

ACTO ÚNICO

Música.

Paquito mira al vacío, con una brocha de pegamento en una mano y un cartel político en la otra. Una luz sobre él, de policías. Susto inmenso. Apagón.

RODOLFO: ¿Los golpes? Siete... Fueron siete los macanazos... y un puño brutal en la cara que le hizo sangrar profusamente. (A todos.) Luego de ser arrestado, Paquito Sánchez García fue conducido al Cuartel de la Capital para ser interrogado por la Patrulla de turno. Sánchez García se negó a contestar... (Otro tono.) a los mismos que le propinaron la brutal... no editorialices, carajo. (Otro tono.) Alega que al negarse a hablar fue golpeado nuevamente...

PAQUITO: (Su voz es la de un bobo que a duras penas puede explicar algunas cosas.) Entonces ellos me dijeron que estaba sangrando mucho, yo estaba llorando y les pedí que me llevaran a la sala de emergencia.

RODOLFO: Este reportero tuvo la oportunidad de ver los golpes en su rostro y en el ojo derecho... ¿Qué pasó después, Paquito?

PAQUITO: Yo... ay... ellos me dijeron que si el doctor preguntaba, le dijera que yo me había tirado de la patrulla. Que si no le decía eso... me mataban.

RODOLFO: ¿Por qué te pegaron?

PAQUITO: Yo estaba pasquinando, pa’ la candidata, tú sabes. Digo, eso se puede hacer, uno tiene derechos. (Pausa.) Además me iban a dar veinte pesos. Veinte pesos, chacho... entonces, ellos llegaron y me rompieron las banderas en la espalda y me tiraron con

la lata de pega y me rompieron los carteles encima... y me dieron. Me dieron, chico, me dieron duro. (Llora.)

RODOLFO: (Silencio largo.) No llores, por favor. (Pausa.) El médico se mostró dudoso de la versión de la Policía y Sánchez García, armándose de valor, le dijo la verdad... (Otro tono.) su verdad. ¿Cuál verdad? (Pausa.) Los agentes entonces, según Sánchez García, lo llevaron por la fuerza, y éste estuvo agarrándose de la camilla, gritando, dejando su vida en la garganta, luchando por salvarse de una... de una muerte segura... (Otro tono. Bajito.) imagino... mierda.

PAQUITO: Hasta que llegó mi hermana y me llevaron a mi casa. Guardé la camisa llena de sangre por si no me creen.

RODOLFO: El domingo en la tarde, Paquito Sánchez García se presentó a la Redacción de este su periódico “La Verdad” y este reportero procedió a entrevistar al Joven... Continúa, Paquito.

PAQUITO: No pongas ahí donde yo trabajo porque me pueden botar. Allí son de los azules, ¿viste? Ellos, mientras me daban, hablaban de mi candidata, que si era un puta, que si... chico, que si era una.. uy, a mi me daba mucha vergüenza... no pongas eso ahí, no vaya a parecer que soy yo el que digo eso.

RODOLFO: ¿Cuántos policías?

PAQUITO: Un montón. Yo... yo pensé llamar a la Policía. ¿Pero a quién uno llama cuando le pasan estas cosas?

RODOLFO: (Pausa. Sonríe.) No lo sé.

PAQUITO: (Se levanta su camiseta y enseña severos golpes y marcas.) Estas cosas, ¿viste? (Rodolfo las mira fijamente. Un gesto de vergüenza y rabia se le contiene en la boca.)

Entra Luisa.

LUISA: No sólo tienes que llamar al médico, sino al cuartel, a la candidata y a la hermana.

RODOLFO: Le vi las heridas.

LUISA: Objetividad periodística, querido.

RODOLFO: Mis ojos son mi objetividad.

LUISA: Se nota que eres nuevo.

RODOLFO: La injusticia no envejece.

LUISA: Tienes una fuerte amistad con tus emociones.

RODOLFO: Confío en mi, ¿no debo hacerlo?

LUISA: ¿De veras crees que esta historia es tan importante?

RODOLFO: No lo sé. Dímelo tú.

LUISA: Vale. Llama. Si sale algo sustancioso, te daré la página 35. Saca fotos, por si acaso las palabras no son suficientes. Sale Luisa.

RODOLFO: (Pausa.) En el hospital confirmaron que hubo unos golpes, y que no son de una caída. El doctor siempre está demasiado ocupado para atenderme y los enfermeros no quisieron comprometerse con una declaración, diciendo que “estas cosas pasan aquí todos los días”.

PAQUITO: Habla con la enfermera gorda.

RODOLFO: No puedo preguntar por teléfono por una enfermera gorda.

PAQUITO: Era gorda, con el pelo malo.

RODOLFO: ¿Qué puede decirme ella?

PAQUITO: Ella me... me acarició la cabeza y me limpió la sangre. Buena gente que era.

RODOLFO: No quieren decir nada, Paquito. Pero el doctor me mandó a decir que me devolvería la llamada.

PAQUITO: Ella me ayudó, se me quedó mirando mucho rato. Era gorda, bien gorda, buena gente.

RODOLFO: La segunda llamada fue al Cuartel de esa zona. Pasaron a este reportero por veinte teléfonos y oficiales para que el Teniente Cartagena me dijera, sin siquiera dejarme darle las buenas tardes: “No podemos

dar declaración alguna sobre ese caso”. ¿Qué caso?, pregunté.

PAQUITO: Claro, pendejos no son.

RODOLFO: “Nuestra Oficina de prensa está preparando un comunicado sobre eso que usted está investigando”.

PAQUITO: ¿Qué es un comunicado?

RODOLFO: Un informe oficial que dice lo que pasó.

PAQUITO Según ellos.

RODOLFO: Sí, según ellos.

PAQUITO: ¿Por qué a mi no me han pedido un comunicado de esos?

RODOLFO: Tú no necesitas comunicado, me tienes a mi. Yo soy tu comunicado.

PAQUITO: Ah, bueno.

RODOLFO: A ver, dime, ¿quién te prometió los veinte pesos? ¿Quién estaba encargado de ti esa noche?

PAQUITO: El licenciado... (Saca una tarjetita.) el licenciado... (No sabe leer.)... toma.

RODOLFO: (Al teléfono.) Licenciado Segura, buenas tardes... Rodolfo Bermúdez de “La Verdad”, sobre el incidente de Paquito Sánchez... Sí... Estoy investigando, me interesa. Dígame, ¿qué credibilidad debo darle a la versión del testigo? ¿Cómo? Pero, ¿usted vio las marcas? ¿Qué? Pero y eso...(Pausa. A Paquito.) Dice que fuiste acusado por asalto hace dos años. ¿Es cierto?

PAQUITO: ¿Y eso que tiene que ver?

RODOLFO: Bueno, Paquito eso no es nada fácil de tragar.

PAQUITO: Una pandilla me obligó, yo no hice nada.

RODOLFO: (Al teléfono de nuevo.) ¿Qué padecimiento mental?

PAQUITO: Ahí sale eso de nuevo.

RODOLFO: Bien, pero dígame entonces algo que pueda citar. Lo único que puedo citar de usted es que no quiere que lo cite. Por favor, eso es muy cómodo para usted. ¿Y qué quiere que haga yo? A usted le conviene la historia. Yo no soy un político desesperado por

votos, a mí qué más me da. Yo sólo quiero saber si es cierta. ¿Y usted sabe qué? Le rompieron unas banderas en la cabeza, le viraron la pega de los pasquines por encima y le desbarataron la espalda a macanazos. Entonces no debo creerle. El se queda con los macanazos y su nombre no sale en mi historia. Es genial. Si usted que fue el que lo contrató no se compromete, ¿cómo quiere que lo haga yo? (Cuelga, pausa.)

Las luces de un auto de la policía iluminan la escena como un recordatorio. Rodolfo da algunos pasos, como hipnotizado.

PAQUITO: ¿Qué pasa?

RODOLFO: (Silencio.) Vete a tu casa. Yo te llamo.

PAQUITO: ¿Cómo?

RODOLFO: Te llamo.

PAQUITO:Okey...okey.

Entra Luisa.

LUISA: Me llamó el licenciado Segura. Dice que le faltaste el respeto.

RODOLFO: Es un idiota.

LUISA: Es amigo del Máximo.

RODOLFO: Dice que debo creer la historia con “un grano de sal”.

LUISA: Segura no te mentiría. Créele.

RODOLFO: Mira, yo no sé. Tengo una aversión especial por los abogados racistas.

LUISA: Ponle menos énfasis a ese asunto. Te necesito para otras cosas. Después de todo es sólo una golpiza. Una de tantas, una de las miles que se dan en este país todos los días, querido.

RODOLFO: ¿Y por qué de pronto me duele tanto?

LUISA: Debe ser que te acobarda la sangre.

RODOLFO: Me acobarda lo que no puedo prever.

LUISA: Mira el futuro con los ojos abiertos. Si logras verlo, verás que está lleno de golpizas. No podemos informarlas todas. No daría todo el papel del mundo. ¿Qué le vamos hacer? (Pausa.) No me mires así, yo no inventé las prioridades de la prensa. Sale Luisa.

PAQUITO: ¿Cuándo va a salir la historia?

RODOLFO: No lo sé.

PAQUITO: Todos los días compro el periódico.

RODOLFO: Pero si no sabes leer.

PAQUITO: Mi hermana me lo lee. ¿Sale o no sale?

RODOLFO: No sé. Yo también tengo un Jefe, Paquito. Si él no quiere publicar la historia yo no puedo hacer nada.

PAQUITO: ¿Pero es que no me creen? ¿Por qué no me creen?

RODOLFO: Y yo qué sé. Será porque ya hay mucha gente harta de estas historias.

PAQUITO: ¿Y la Policía qué dijo?

RODOLFO: No te preocupes por eso. Sigue tu vida, yo te llamaré si hay algo. (Paquito sale.) Pero la historia simple de unos golpes no sería publicada por ahora, sobretodo porque nadie la creería. Porque se acabó la sed de verdad y de justicia de este pueblo. Porque de pronto se acabó la sed de todo, punto. Tal vez, Luisa... (Entra Luisa.) Será mejor que nunca más hablemos de estos temas. ¿Qué tal un periódico de buenas noticias? Una nueva escuela, los chicos de mejores notas, una ancianita ciega que bordó un abrigo... ¿Qué te parece eso? Porque también se acabaron los gritos contra la injusticia. La línea fina entre justos e injustos es ya invisible, relativa, imposible de objetivar.

LUISA: Nunca hables de lo que no puedes controlar.

RODOLFO: Todas las noches le pido a Dios que me permita ser responsable.

LUISA: No escribas la palabra Dios, los ateos pueden demandarnos.

RODOLFO: Que me deje ser justo con los pobres...

LUISA: Los ricos protestarán y pedirán tiempo igual.

RODOLFO: Que me deje ser útil a los Hombres.

LUISA: Enfurecerán las mujeres. Imparcialidad, querido. No tienes idea de los líos que puede ahorrarte.

RODOLFO: Que con mis noticias pueda representar a los marginados, los desposeídos, los ultrajados por el poder.

LUISA: Si hablas de hombres se quejan las mujeres, si hablas de mujeres se quejan los hombres, si defiendes a los gays, se quejan los moralistas, si hablas de los blancos se quejan los negros, si hablas de los adultos se quejarán los niños, de uno se queja el otro... tienes que hablar en neutro siempre, no tienes derecho a una definición de la justicia. Tendrías que ser millonario para poder sostenerla.

RODOLFO: Luego de Rodny King toda injusticia provoca injusticias peores.

PAQUITO: (Entrando.) ¿Quién es Rodney King?

RODOLFO: Un negro al que la Policía le dio una paliza, allá, en California.

PAQUITO: Porque era negro le dieron, de seguro...

RODOLFO: La paliza la filmaron con una cámara de vídeo. Y el vídeo estuvo en todos los noticiarios. Todo el mundo la vió. Todo el mundo sintió los golpes. Todo el mundo sintió la injusticia. Gracias a una cámara de video...

PAQUITO: ¿Y los periódicos publicaron la historia?

RODOLFO: Sí. Y esa historia provocó otras historias iguales. Motines, palizas, muertos. Fue terrible, Paquito. Hay mucho odio en el aire... ¿En quién vamos a confiar? Hay mucho riesgo en andar echando culpas por ahí. Hay que cuidarse de la rabia. Es... injusto indignarse.

PAQUITO: ¿De qué tú estás hablando?

RODOLFO: Respeta el orden aunque el orden no te respete a ti. No podemos tomarnos el riesgo de que alguien dude de la Policía.

PAQUITO: ¿Cómo?

RODOLFO: Estoy siendo cínico, no me digas que me has creído.

PAQUITO: ¿Qué es ser cínico?

RODOLFO: Ser cínico es... ¿Y a ti que te importa? Tú nunca lo serás.

Entra Luisa.

LUISA: Un memo del Jefe Máximo para tí.

RODOLFO: Oh, me siento realizado.

LUISA: No escribas sobre ese asunto hasta que no tengas todos los datos. Es todo lo que sé.

RODOLFO: Censura.

LUISA: No, querido. Libertad de prensa. Libertad para no tener que publicar lo que no le conviene a alguien. ¿Entiendes?

RODOLFO: Sí, veo.

LUISA: Nada más que hablar.

RODOLFO: Lo que no entiendo es como no lo ves tú.

LUISA: Tengo bocas que mantener.

RODOLFO: Yo también.

LUISA: (Gesto.) Necesito una historia sobre la plataforma cultural del partido azul.

RODOLFO: Harán talleres comunitarios sobre como aguantar macanazos.

LUISA: Suspende las ironías. Te vuelves afeminado y tonto cuando tienes la razón. Hasta mañana. (Sale.)

RODOLFO: Al otro día por la mañana... un papel color de rosa, de esos de mensajes. Paquito Sánchez García, que lo llame, que averiguó el nombre de la enfermera gorda.

Entra Paquito.

PAQUITO: Tengo los nombres.

RODOLFO: ¿Los nombres de quién?

PAQUITO: De la gorda, la buena gente. Se llama Carmen Pérez. Un amigo mío, que lo arrestaron hace como un mes, me dijo que a él también le pasó lo mismo, yo no sé, mano, pero tú tienes que publicar esto. Esto no se puede quedar así.

RODOLFO: Ya te dije que hay que corroborar tu historia. No me basta creerte. Así son las comunicaciones. La verdad no importa, Paquito.

PAQUITO: ¿La verdad no importa? ¿Y qué rayos importa entonces?

RODOLFO: Lo que importa es quién la dice y quién la cree.

PAQUITO: Yo tengo la verdad pintadita en la espalda.

RODOLFO: El asunto es muy complicado y estamos en año de elecciones, donde tú sabes que todo el mundo está caliente con el gobierno.

PAQUITO: Si no lo pones en el periódico, me van a dar de nuevo.

RODOLFO: Yo no puedo hacer nada si no me lo permiten.

PAQUITO: Yo estoy diciendo la verdad.

RODOLFO: ¿Cuál verdad? ¿No acabas de entender que aquí todos están diciendo la verdad? Todos menos yo.

PAQUITO: La verdad, yo sí la estoy...

RODOLFO: ¡Tu asunto no le importa a nadie!

PAQUITO: Importa si lo pones en el periódico. Los periódicos son como... como los altoparlantes. Si todo el mundo se entera, todos estarán velando que nada malo pase.

RODOLFO: No, Paquito. Eso ya no es así.

PAQUITO: Tú eres mi comunicado, tú me lo dijiste.

RODOLFO: Has confiado demasiado en mí.

PAQUITO: ¡Tú hiciste que yo confiara!

RODOLFO: ¡Pues lo siento! He hecho lo más que he podido.

PAQUITO: Es eso, que soy medio morón, que soy de caserío, que no sé leer. Lo del maldito asalto ese... eso no me ayuda, yo lo sé.

RODOLFO: Olvídalo ya.

PAQUITO: ¡Pero a mi me cogieron de pendejo porque yo soy así, medio...

RODOLFO: Ya, dejémoslo aquí.

PAQUITO: ... claro, pero pa’ pegar esos carteles en las paredes, para eso sí soy bueno. Soy bueno pa’ ir a hacer pendejadas pa’ otro... Qué mierda, socio. Y encima yo creía que tú... ¡alguien tiene que defenderme si yo no puedo!

RODOLFO: No, nadie tiene que defenderte. (Casi en ira.) La prensa no está aquí para defenderte. ¡Estamos aquí para engordar la cuenta bancaria de un magnate! ¿Es que no te das cuenta? “La Verdad” es... dinero. ¡Esto es un negocio, Paquito! Tú eres lo que sobra, lo que no importa, tú y lo que te pasa a ti es sólo... la última plana. ¡La última! (Pausa.) Mira, Paquito, a ti te pasó algo que yo pensé que podía interesarle a alguien, pero ahora resulta que no. Que te baste con eso.

PAQUITO: Pero y...

RODOLFO: ¡Paquito, ya basta! Tengo que hacer.

PAQUITO: Es fácil darle a un morón, porque siempre se quedan daos. Los morones servimos pa’ eso, pa’ que nos den.

RODOLFO: (Le pone la mano sobre el hombro.) No puedo hacer nada, Paquito. Te lo juro. Vete ahora. ¿Sí?

PAQUITO: Uno es de apellido Valle, el otro se llama Vicente y hay uno que le dicen Picholo, esos fueron los que me dieron. Y la enfermera Gorda, se llama...

RODOLFO: Sí, Carmen Pérez. Me lo dijiste ya.

PAQUITO: ¿Y tú, también eres morón?

RODOLFO: No. ¿por qué?

PAQUITO: Porque también te quedaste dao. “La Verdad” también te dió a ti... (Pausa. Paquito se le abraza fuerte, como protegiéndose. Rodolfo lo mira sin abrazarlo, sin saber que hacer; están allí los dos, pegados como uno. Las luces a lo lejos, el aire de la sirena policial, más lejanas. pero tan presentes. Pausa. Paquito se desabraza. Sonríe a Rodolfo y le tiende la mano.) Socio. (Rodolfo tiende la suya. Paquito la toma y la estrecha fuerte.) Socio. (Luego espera.)

RODOLFO: (Suena el teléfono.) ¿Y cómo sucedió todo? ¿Cuántos eran? ¿Sí? ¿Y usted vio cuando el Policía...? Se agarró a la camilla y “no de muy buena forma” querían llevárselo a la corte a presentarle cargos... ¿eso dijeron? Bien. Gracias. Alguien me había dicho ya que era usted muy buena gente. (Cuelga.)

PAQUITO: ¿Y?

RODOLFO: (Sonríe.) ¿Y? Sí, hermanito morón, me dijo que sí... que tienes razón. Que dijiste la verdad. (Sonríen, casi ríen.) Vete a casa. (Paquito Sale.)

Entra Luisa.

LUISA: ¡Cómo eres de terco! Llamaron del cuartel. Quieren que tú vayas a buscar el comunicado allá. Obviamente quieren verte la cara. Ten cuidado.

Sale Luisa.

RODOLFO: Tres mofletudos policías. De gruesos molleros, con gafas, parados ante mí y escoltándome hasta la mismísima Oficina del Teniente Cartagena, se quedaron de pie tras este reportero. El Teniente Cartagena me miró fijamente a los ojos y me dijo estas palabras: “¿Es que no tienes nada más que hacer que andar investigando los embustes de un retrasado?” Le puse la grabadora justo debajo de la nariz. Un

centímetro más y se la hago tragar. Estaba tan cerca que estoy seguro que podía oler la cinta. Mi objetividad, como una manchita gris entre sus ojos y los míos, se me borraba sin poder evitarlo. Maldito cerdo. ¿Por qué no puedo escupirte, devolverte cada macanazo uno por uno?

PAQUITO: Tú eres bueno, como la enfermera gorda. Tú no sabes golpear.

RODOLFO: Pensé tanto en ti en ese instante, Paco. (Pausa.) Teniente Cartagena, dígame, ¿cuál es su versión del caso? Un macanazo sobre el escritorio, me entregó el comunicado y salió.

Entra Luisa.

RODOLFO: Tengo todos los datos. Dame página para mañana.

LUISA: La 43, cuatro párrafos.

RODOLFO: ¿Tan atrás?

LUISA: Tómalo o déjalo.

RODOLFO: Está bien. La historia está terminada y lista. Aquí están las fotos de los golpes de Paquito Sánchez García. Todo esta -según mi modesto parecer- muy bien escrito, objetivo. Todas las versiones, sobretodo la de la Policía que alegó que Paquito Sánchez García violó una vieja Ley Municipal contra el pasquinado y al resistirse al arresto, tuvo que ser sometido a la obediencia. Muy elocuente.

LUISA: ¿Terminaste?

RODOLFO: Sí.

LUISA: El Teniente Cartagena llamó al Máximo. ¿Qué crees?

RODOLFO: También son amigos. De la infancia, de seguro.

LUISA: Dice que le faltaste el respeto. ¿Es que no puedes ser menos emocional? Este fulano, ¿es familia tuya? ¿Qué te pasa?

RODOLFO: Que estoy harto de que la verdad termine por herir demasiado la susceptibilidad del mundo. Estoy harto de que me importen demasiado las cosas.

LUISA: No me culpes a mí, yo no inventé la cobardía.

RODOLFO: ¿Puedo hablar con él?

LUISA: Ni yo puedo hablar con él.

RODOLFO: Se está dejando manipular por unos idiotas.

LUISA: (Cínica.) ¿De veras? Mira quien lo dice.

RODOLFO: Sólo exijo un poco de respeto.

LUISA: Respétate a ti mismo y no seas tonto útil de tus emociones.

RODOLFO: ¿Quién te crees que soy?

LUISA: Tu sabrás.

RODOLFO: ¡Un tonto útil! Por Cristo Luisa, ¿quienes somos tú y yo en medio de esta gran mentira? ¡Somos los más tontos! ¿No entiendes? ¡Para ellos somos los más imbéciles... porque precisamente tú y yo somos los más útiles! Luisa, por favor no seas...

LUISA: Basta, Rodolfo. Es la última vez que me gritas. Soy tu Jefa, ¿por qué te olvidas de cuál es tu lugar?

RODOLFO: ¡Quiero ser honesto!

LUISA: Ya veo que no quieres cooperar. Si es así... pues te quito lo que te doy. Usaré la 43 para una historia sobre la inauguración de un parque. Buenas noticias al fin.

RODOLFO: ¿Qué?

LUISA: Y no insistas. Tampoco es tu culpa. (Sale.)

PAQUITO: ¿Y qué va a pasar?

RODOLFO: No lo sé.

PAQUITO: Tengo que pasquinar esta noche otra vez.

RODOLFO: Pues no puedo hacer nada, Paquito. Lo siento. Me quitaron la página.

PAQUITO: Me golpearán de nuevo.

RODOLFO: No salgas entonces.

PAQUITO: Más duro que la otra vez.

RODOLFO: No salgas, te dije.

PAQUITO: Tengo que hacerlo, me pagan veinte pesos.

RODOLFO: (Saca un billete.) Toma.

PAQUITO: (Sin tomar el dinero. Silencio.) Está bien. Ya entendí.

RODOLFO: No salgas, júramelo.

PAQUITO: ¿Y tú saldrás?

RODOLFO: (Pausa.) No tengo qué temer.

PAQUITO: Ahora tú también eres un morón.

RODOLFO: ¿De veras? ¿Por qué?

PAQUITO: Ahora tú tienes más miedo que yo. (Inicia Mutis.)

RODOLFO: Paquito, te juro que traté. ¡Te lo juro! Tú lo sabes mejor que nadie. Traté de ser responsable, pero no me dieron una página. Traté de comprometerme, pero no puedo hacer nada si no tengo páginas. No puedo defenderte, no puedo defender a nadie sin ellas. No tengo... ¡no puedo ir a escribir mi historia en las paredes! Mira, yo...

PAQUITO: Está bien. Te creo. Te creo. (Sale.)

RODOLFO: Paquito, regresa... escucha...

Pausa larga. La luz policíaca se traga toda la luz del escenario. Rodolfo habla muy despacio. Paquito se le acerca, se coloca junto a él, como ambos en paredón. Al final del parlamento ya ha desaparecido.

RODOLFO: Tardaría demasiado en entender que eras tú mi compañero de filas. Nada político, ya ves. Así me enseñaron este oficio. Con diferencias, o negro o blanco, no hay emociones, me dijeron. No te involucres, no llores, que las lágrimas no te dejarán ver la verdad. Entonces uno a aprende a odiar la lágrima, la risa, a servirte de una supuesta objetividad que no tiene nada que ver contigo. Trabajas en una empresa que no sabe para quién trabaja. Todo se disuelve, los límites se

borran. Un día aparece un muerto que es muy tuyo y te dicen, sólo los datos y sin llorar. Pero ese es tu muerto. Todo tuyo; estuvo de espaldas contigo entre las balas y la pared. ¡Y sin llorar! Sin pena, frío como un médico después de mil operaciones. Esta es la máquina de “La Verdad”, Paquito y estoy tan lejos de ella, como de ti. Sólo puedo vivir si tú vives, pero si tú te mueres esta noche por veinte miserables pesos, ¿qué será de mi?

Luz normal. Entra Luisa.

RODOLFO: Te lo suplico. Es por mi amor propio.

LUISA: Te dije que no.

RODOLFO: ¡Haz algo por mí alguna vez!

LUISA: ¿Y por qué?

RODOLFO: Por Dios, Luisa. Aunque sea una línea. Me arrodillo si eso te convence.

LUISA: ¿Por qué te humillas así?

RODOLFO: No lo sé. Me humilla la culpa.

LUISA: Te doy la 57. Y sólo dos párrafos.

RODOLFO: La última plana. El lugar donde la justicia es la indiferencia.

LUISA: Lo siento. Necesito el resto para la campaña eleccionaria. No me negarás que eso es más importante que... bueno. Prioridades, Rodolfo. Yo no las inventé.

RODOLFO: Parte brevísimo de prensa: “Paquito Sánchez García fue asesinado por una bala perdida la noche misma en que este reportero le notificó que su reportaje sobre la golpiza recibida no saldría publicado. Su cadáver será expuesto en la Funeraria Cruz.” ¿Te parece suficientemente breve o me permites algunos adjetivos?

LUISA: Es una bala perdida. No lo cargues con emociones falsas. Pareces socialista arrepentido. Tendré que editarte. Sólo los hechos.

RODOLFO: Publícalo todo, por favor.

LUISA: No puedo.

RODOLFO: Regálamelo antes de renunciar.

LUISA: ¡No seas idiota! No vas a renunciar por esta estupidez. Tienes una prometedora carrera.

RODOLFO: Sí. Voy a hacerlo.

LUISA: Rodolfo, estás editorializando con tu vida. Si yo publico eso, me botan a mi también.

RODOLFO: Lo haré en tu día libre. No te culparán.

LUISA: Ya, basta, Rodolfo.

RODOLFO: Será mi responsabilidad.

LUISA: ¡Ya, te dije! Se acabó y es una orden. ¿Sabes lo que es una orden?

RODOLFO: No sé si mi corazón lo sabe.

LUISA: No quiero escuchar ni una palabra más sobre este asunto. (Sale.)

RODOLFO: (Leyendo de un periódico.) Fuentes muy bien informadas señalan a tres policías como los autores de una balacera indiscriminada en la que resultó muerto un joven retrasado mental. Paquito Sánchez García se encontraba bajo investigación periodística por un caso de brutalidad policíaca. Este reportero, quien acumulaba información para un reportaje especial sobre este joven...

Entra Luisa. con un periódico. Las luces y las sirenas crecen.

LUISA: ¿Pero qué hiciste?

RODOLFO: (Sigue leyendo.) Fue perseguido por esos tres policías aludidos durante varias noches. Ayer, a las dos de la madrugada a la entrada del Condominio donde vive este reportero...

LUISA: ¡No podías publicar esto sin pruebas, sin declaraciones! Nadie te creerá.

RODOLFO: (Otro tono.) ¿Importa mucho que me crean?

LUISA: ¡No podías publicar esto! ¡Nos demandarán!

RODOLFO: (Furibundo.) ¿Y qué carajo es lo que puede publicarse? ¿Quién lo decide? ¿Quién tiene el sentido común de lo que es justo? ¿Dónde demonios está? ¡Dime! (Silencio largo.) Si te complace, estos son los golpes. (Se levanta la camisa.) ¿Los viste? Bien. (En ira creciente.)

Fueron tres policías, uno llamado Picholo, otro llamado Valle y otro Vicente. En el dispensario médico me atendió una enfermera gorda. Y yo... ¡no recuerdo su nombre!

Música.

Palomar, Mayo 1997-2004

SOBERBIA

Monólogo en cuatro escenas (2004)

Estrenado en mayo de 2005 el Centro de Bellas Artes como parte del espectáculo SIETE VECES SIETE, actuado por Julio Ramos.

PERSONAJE ÚNICO:

SOBERBIA. Viste como rapero y bichote. Tiene una pistola automática y un gran puñal de cacería.

I

Música de Rap. Soberbia apunta al público, juega con la pistola.

SOBERBIA:

No me vengas con tu monguera y túmbame la tiraera

Ya no aguanto tus zarpazos y te meto diez plomazos hijo de puta, cabrón

¿por qué corres, maricón?

(Se adelanta algunos pasos al público)

Ven acá, Bizco párate ahí, ¡que te pares te digo! ¿Tú no oyes, puñeta? (Le apunta. El interlocutor se detiene.) Ah, ahora te paras cuando ves el rotito negro.

¿Ah, Moderfoquerrr?

Mírame bien, Bizco puñetero que te voy a tumbar entero y más vale que te arrodilles pa’ que mis plomos no te pillen. ¡Arrodíllate ¡Me cago en Dios! Me vas a hacer tumbarte seguía... dame un break pa’ joderte un poco, cabrón. Dale Bizco, Mírame, mírame a los ojos... Bizco. Bizco... endereza los ojos y mírame bien. ¡Qué grande se ve Dios desde allá abajo, ¿ah?! Por que yo soy máh grande que Dios, papá. ¡No bajes la manos! ¿Quién carajo tú te crees que eres? Aquí el bichote soy yo. ¿Qué no lo ves, pendejo? Mira, mira la cadena... mírala como brilla. Oro, papá. Podel, lo que tú nunca vas a tener. ¿Cómo eh? (Lo golpea con la pistola.) Mira so mamabicho, un punto es un punto, redondo, así, ¿vihte? De la 26 a la 18 y de la 18 a la 26, tó esto es mío ¡mío! y si no fuera por el cabrón gobierno, todos los puntos hasta el Viejo San Juan y La Perla, serían míos. Porque yo soy el máh grande, el máh bravo, el machíngon.

A mi me temen, a mi me odian, de mi se asustan. polque me gusta la gasolina... la gasolina... Y lo que tú me hiciste, cabrón... ¡Shhh! Cállate, puñeta. Lo que tú me hiciste... No llores, cabrón. ¡Lo que tú me hiciste... ¿peldón de qué, cabrón? Oye Bizco, pero ¿quién tú te crees... ¡pa hacer lo que tú me hiciste hay que ser máh grande que yo! ¡Y tú eres un pendejo! Mira, mamabicho, ¿sabes a cuántos yo me he tumbao ya? Mira, cuéntame las rayas, las tengo marcás en el pecho, (se levanta la camisa y tiene varias marcas en el pecho) Estas no me las hizo Freddy Krugger, ¿vihte?. ¡No bajes la manos que se te acaban los minutos! ¿Estás llorando, cabrón? Yo nunca había visto a un Bizco llorar. Abre la boca... dale, abre la

jodía boca. (Le mete la pistola) Muérdela, dale muérdela... ¿Tú sabes lo que les pasa a los tipos que se creen una jodienda? Siempre se encuentran con una jodienda máh grande. Esa jodienda máh grande soy, y yo quiero sangre, cabrón. Porque ya me jarté de tu nebuleo, si tú me tumbahte ese kilo y lo que querías era matarme, pues ahora eres tú el que te mueres. Nadie se mete con Dios. Y yo aquí, ahora y pa’ siempre, soy Dioh, papá. (Canta.) “Si no me temes te morirás y no vivirás para contarlo” Esto es Babilonia, vivete la paranoia porque tú te estás cagando llorando, meando, suplicando ¡Envidiame! ¡Suplícame!

¡Piiídeme peldón por sel tan glotón! (Le apunta.)

¡No me llores, puñeta, cobarde, ¡maricón! Despídete de Dios, despídete de mi. Okey, te la pongo en medio de los ojos... mírala bizco, qué cool... se te van a salir los ojos... Bizco, te ves bien pendejo bizco... (Le dispara. Sonríe.) Ahí, por el mihmo centro de los ojos... ¿otro más? (Dispara.) y otro... eh que a mi me gusta verlos cuando brincan. (Otro disparo.) ¡Brinca, Bizco, brinca... ¡Brinca! (Otro y otro y otro, mientras él se goza.)

(Intermedio de Luz: con el cuchillo se abre una nueva herida en el pecho, como una condecoración.)

Música de Rap. Soberbia apunta al publico, juega con la pistola.

SOBERBIA: Mira mi Yale, yo te quería a tí de cora, ¿vihte? Pero a ti te guhta mucho la gasolina, mami. Tú eres una dagadicta, mai. Te guhta mucho meter, te guhta la nieve, te guhta mamar... te guhta pasear y perrear... ¡pero también te guhta hablar con cojones!

¡Mami, qué mucho tu jodeh hablando y criticando! Y es que a uthtedes las mujeres se les olvía quiénes somos los hombres. Ehto es un asunto bien fácil. Ustedes lah mujeres no piensan, ¿vihte? Loh que pensamos somos nojotros. En ehta conexión que tú y yo tenemos, tú no piensas. Pienso yo. Tú ehtas aquí pa’ que yo te de pa`bajo cuando me embellaco y ya. Mami, no te encojones, tú sabes que eh verdá. Si las mujeres pensaran, serían hombres. Oye, aprende esto, oye... oye.. (Canta.)

Yo soy el killer, el killer soy yo no me hables tanta mierda come mierda y vamoh a toa mami vamoh a toa no te me hagas la muy inteligente que tú sabes que eres una bicha malagente porque yo sé que eres bien bruta porque tu eres mujel y toas son putas Ríete mami, que ehto eh pa tí.

¿Cómo que si eres tan bruta no te tengo que decirl ná? ¡Mami, lah girlas son toas brutah! Por eso eh que tu tieneh que andar conmigo, mai. No me hables tanta mierda, y canta, “pobre diabla”, canta... y culea, mami, culea... soy de lo mejor de este mundo y si tu no me dah tu joyo inmundo en tu boca sólo habrán moscas vente, mami vamos pa’ la ocho a que te rompa el culo pinocho yale, dale culo, yale, dale culo... y si tú no me obedeces lo que hay pa’ ti es la muerte... puta sin suerte, no quiero verte, yo solo quiero meterte.... Dale, dale, dale...

¡puñeta, baila, puta! (Molesto.) Yale... para, para... a mi no me guhtan las mujeres que piensan. Tú no vas a hablar y ya. Puñeta, pero qué mucho tu jodeh. Qué derecho ni qué mielda, puta... a tí tu derechos te los doy yo cuando tú me hagas venilme siete veces, cabrona, puta, cuero, que tú lo que eres es ¡una dagadicta! Culea... ¡dale, culea, cabrona, que pa esoh es lo, único que tú sirves polque tú eres un canto de carne, coño! Te voy a tener que meter un tiro pa’ que aprendah cual es tu jodío sitio. ¡Pero me cago en Dios, cállate ya! ¿Cuál es el fronte tuyo? Ya me tienes un cojón soneando, cabrona. ¡No me grite mai, que se me trepa el diablo! Mami, tú no tienes oro en esa crica. ¿Quién tú te crees que eres? ¿Tú sabes cuántas girlas me darían toíto por estar conmigo? ¿Tú sabes cuántas mujeres... ¡Es que tú no sabes con quién tú te metiste! ¿Cómo que te vas? Oye, perra, pero quién carajo tú te crees que eres? Parate ahí, puta... (Se adelanta un poco.) ¡Que te pareh ahí te digo, tú no oyes? (Saca la pistola.) ¿Que tú vah a qué? ¿A qué? ¿A la policía? Mai, ¿pero qué te pasa? Si tú haces eso, tú te mueres, eso es de ahí, jodía bicha. ¿Cómo eh? (Se acerca.) ¡Ya me jartahte! Arrodíllate. ¡Arrodíllate.. (Le apunta, como si fuera a la cabeza) sí... sí te mato, puta... te mato, polque tú no vales ná... ¡Ahora lloras! Horita estabas, jode que jode que si yo no respeto a las mujeres que si soy un orgulloso, que si me creo no sé qué mierda... mírame bien, ehto es lo que yo soy, y ehto que yo soy, eh lo máh grande que hay en el mundo entero, puta... dale... bájame el ziper, ¡no llores y sácalo! ¡Sácalo!... Con calma, que te hago otro boquete, pero en la cabeza. Sácamelo, así, suavecito, mira como se me para... dale lengua, mami... y despacio... dale... lenguita... chupa... así.. ¿Vé? Así es que tú aprendes a rehpetar a los hombres... dale, mami, eso...dale suavecito, pero no me lo mojes con lágrimas,

puta... ¡no llores! ¿Qué no te dah cuenta de que yo soy Dioh? (Ella lo muerde.) ¡Ay! ¡Ay! Cabrona... ¡cabrona! (Le dispara una o dos veces. Cae al piso, se atribula un poco, se recompone.) Puñeta, tan fácil que hubiera sido si te hubierah callao la boca. ¿Cuándo lah jodías mujeres entenderán que embellacan máh cuando se callan? Como me decía mi pai- ¡las mujeres hablan cuando lah gallinas mean!, me cago en la ostia. Puñeta... pol poco me arranca una bola... (Se consuela.) Jodíah mujeres, ¡tiene uno que matarlah pa’ que aprendan! (Con el puñal se hace otra marca en el pecho.)

III

Música de Rap. Soberbia disimula ante alguien.

SOBERBIA: (Muy suspicaz) ¿Qué es la que hay? A fueguillo... Eh, eh... eh... Gobierno, no me tire así... que yo no te hecho ná. Yo ehtoy aquí, tranquilo ehperando a unos panas, ¿Vihte? Gobierno, tranquilo. Yo sé que tú fantasmeas por el punto, vihte. Yo sé quién tú eres. (Se ríe.) Tú eres el policía bueno. El bueno... eh que en la películas hay siempre dos gobiernos, uno que eh un cabrón y otro que es el bueno. Pero al final el bueno eh máh cabrón que el cabrón, ¿vihte? Pero yo, tranquilo... “porque a mi me gusta la gasolina...” y síguela por ahí que ehtá la velde, papá... circula, que no me guhta hablal con policías, ¿vihte? Dehpués se calienta uno y no... ¿yo?, Yo no me creo, pai. Yo soy el que soy. (Como si lo empujaran) Pérate pai... no me tieneh que reempujar. ¡Suéltame... suél... (Fuerte) ¡No me mandes a callar, (baja...) ...pai, tú no me conoces... Tú no sabes con quién te ehtás metiendo, gobierno. Esto no es bueno. Relájate y coopera, gobierno. (Pausa.) Mano, pero tú ehtah bien loco, pai... ¿tú me ehtah preguntando a mi quién mato al Bizco? Yo no sé quien mató al Bizco.

Yo ni siquiera sabía que el Bizco ehtaba ya en el hoyo. Eh más, Gobierno, yo no sé quién carajo eh el Bizco. ¿Un tiro en medio de los ojos? ¡Se habrá quedao bizco tratando de mirar la bala! (Ríe) ¿Y después como colador? Coño, parece que algún cabrón le tenía ganas. (Ríe.) Yo no sé, pai. ¿Qué tenía qué conmigo? ¿Conmigo? No. Conmigo no era. No, yo deso no sé. Yo no se ná de punto ni traqueteo, yo ehtoy clin, pai. Bien clin. A fueguillo. Yo no me meto ná, yo no vendo ná. Yo estuve en CREA, pai, yo sé la calle. Mi mai lloró mucho... ¿vihte? Pero yo dejé el vicio en lah manoh del Señor. ¿Vihte? Amén. A fueguillo. ¿Ya ehtás tranquillo? ¿O me vas a arrestar por ser quién soy? (Pausa.) Ah, gobierno, pero tú ehtah picando fuera del hoyo. (Pausa.) ¿Qué sé yo quién mató al cuero ese? Si te dicen que ella andaba conmigo, te ehtán dando cajita de pollo, pai. Yo no sé quien era esa girla. ¿Conmigo? ¿Conmigo? No. Conmigo no era. No. No. No era conmigo. No era. No. ¿Conmigo? No. Yo no ando con putah, pai, vai me pegan alguna mierda de esas. (Pausa.) Oye, gobierno, ¿tú sabes quién soy yo? (“El policía” lo empuja de nuevo.) Ay, papá... cada vez que me rempujas, el pecho me crece... (Ve al Policía que saca una pistola.) Ah, macho, pero ¿me vah a apuntar también? ¿Tú sabes el cuento ese de que quien saca un cañón tiene que usarlo? ¡Pues úsalo cabrón y no me jodas más! (Lo golpean y cae al suelo. Él respira, se contiene su orgullo, se levanta otra vez.) Gobierno, ¿quién tú te crees que tú eres? ¿Tú sabes a quién tú le estás guerrillando? Tu mente está bien atrasada. Tú eres... un animal. No te rías... eres un animal. Y mientras tú andas por el punto hostigando, yo estoy aquí “plantando bandera y mostrando los kilates de mi corona”. Yo no me creo nadie, gobierno, yo soy el que soy. Ya te lo dije. ¿Quién soy? Yo soy un delincuente, ¿vihte? Sí, pana, ese es mi orgullo

boricua. Soy un delincuente ¿y qué carajo pasa? ¿Eh que eres un santo tú? Ya me cansé de tu moder fokin game. De tu envidia. Pai, aquí tos sabemos donde tú vives, quienes son tus hijos, quién eh la verruga esa que tienes por mujer y la otra puta con la que te acuestah en la 18, aquí to sabemos pol que tú eres del barrio... no pai, aquí el loco eres tú, el que se está tirando al solar eres tú. Sí, yo sé que tú eres la Ley, la autoridad... ¿Qué qué te voy a hacer? ¿Qué no tengo cojones pa’ echarme un policía? (Ríe) Ay, pai... tú no sabes quién soy, y yo sé muy bien quién eres tú... (En un giro de su mano, saca una daga larga de su espalda y se la entierra en la barriga a su hostigador.)

No vomites la sangre, cabrón que me dañas la camisa.... (Saca el puñal y se lo vuelve a enterrar.)

Ah... mira, te salió una lágrima, cabrón... tienes lágrimas... (Lo saca y lo mete con fuerza otra vez.)

A nombre de to mi corillo no tuve que jalal el gatillo lo hice como lo hacían antes

pa’ que nadie se me adelante pa’ que tú sepas quien soy. y mires bien lo que te doy...

Estas son las reglas de la calle: Matarás, robarás, mentirás...

Te comerás la crica de la mujer de tu prójimo

Si tu yale no te da culo, se lo partes en dos tapas

Si tu mai y tu pai te joden, pun pun pun (que ya culpa tienen de haberte hecho tan cabrón)

muerte al chota y sin pena y no mates a nadie después de comer pa’ que no chonquees.

Y no seas tierra que el poder nuestro viene del Dios del punto. Amén.

(Intermedio de Luz: Se hace otra raya en el pecho. Mientras lo hace suena un disparo que le entra por la nuca. Cambio repentino de luz. Le falta un poco el aire y luego de un salto vertiginoso cae en otro círculo de luz del escenario. La música es ahora diferente, inconfundible.)

Soberbia habla consigo mismo.

SOBERBIA: Yo te decía que esto lo ví en una película de unos indios de allá de Estados Undios, pai. Cada soldado gringo que se limpiaban, era una rayita que se marcaban en el pecho. Yo ya tengo, una, dos... toas éstas. Son muchas. Ea, ¿qué me pasa, puñeta? ¿Por qué se me borran? (Se baja la camiseta.) ¿Qué está pasando? ¿Y ese tiro de quién fue? ¿Y esta sangre que tengo en la cabeza? ¿Qué está pasando? ¿Me dieron? ¿Quién fue? ¡Guerrilleros! Corillo, ¡hay que patrullar! Pero, ¿y esta sangre? Me dieron... me dieron a traición. (Hay un silencio largo.) ¿Se fue la luz de la calle? ¿Se apagaron los pohtes? ¿Quién está aquí? Estoy solo pero tengo plomo hasta en los cojones, así que el que sea, dese pol muerto, pai. Lo van a encontrar por las moscas. Jelou, corillo... ¿aónde está mi gente? (Se marea y cae de rodillas.) ¿Qué está pasando? Tito, Pinchi, Coyote... aquí, ¡estoy herido! Llévenme al CDT, ¡no me lleves a Centro Médico que me matan allí! (Silencio.) ¿Por qué nadie me contesta? ¿Y este silencio, me cago en Dios? ¿A ónde se fueron? (Silencio.) No jodan. Pero es que yo no me puedo morir... ¡límpienme la sangre, coño! Que esto es un raspazo, que no es mucha sangre ná... que es solo... (Súbita histeria que en medio del paroxismo descubre la inevitable realidad.) Un raspazo, puñeta, un raspazo de bala! Un raspazo na mah, coño, (Asustado) Un raspazo... (Silencio.) ¿Quién está ahí? (Se escuchan

moscas.) ¿Y estas moscas? ¡Se me meten en la boca, puñeta! ¡Llévense las jodías moscas! (Silencio.) ¿Quién me está caminado en la oscuridad sin que yo sepa quién es? ¿Quién carajo se cree el que sea, pa’ meterme en esta oscuridad? ¡Oiganme toítos! ¡Cuando uno eh tan grande, tan cabronamente hijo de puta y grande como yo, uno no pielde tiempo mirando lo pequeños que son los demás! Polque sel grande es cuestión de cuanto tiempo puedes serlo. Y cuando uno eh grande pa’ siempre, lo demás eh mierda. Los de abajo, uno loh espacharra y ya. ¡Yo soy el que soy, puñeta! (silencio). Puñeta. Si ehte es el otro lao, ehte lao de este lao, es ahora mío. ¡Quieto! ¿Quién ehtá ahí? ¿Alguien puede pararme ehte jodío chorro de sangre? ¡Me cago en Dios que me muero! ¡Tanta sangre, puñeta! (Silencio.) ¿Pa’ ehto es que uno vive? ¿Pa’ ehte jodío agujero negro? (Asustado) ¡El cabrón que ehte corriendo cerca de mi sin que yo lo vea, lo voy a coser a balazos! (Silencio largo.) ¿Quién está ahí? Yo soy el que soy. (Muy suave.) “A ella le guhta la gasolina”... (Silencio.) Sepan una cosa, cualquiera que me ehté oyendo... jelou, ¡ehta oscuridad nunca va a ser máh grande que yo! (Muy suave.) “A ella le guhta la gasolina”... Yo soy el que soy, ¿vihte? (Silencio.) Puñeta. Esto eh. Okey... a fueguillo. (La luz se va apagando lentamente sobre él, mientras se toca la sangre de detrás de su cabeza.) No se acaba. No se acaba. (Suave, asustado mira a todos lados.) “A ella le guhta la gasolina”.... “A ella le guhta la gasolina”... (Se escuchan las moscas.)

Oscuro lento.

Palomar. Madrid. Octubre y noviembre. 2004

Círculo de Bellas Artes de Madrid España, lectura teatralizada durante el V Salón del Libro Teatral de la Asociación de Autores de Teatro de España. El autor, Santiago Martín Bermudez y María Medeiro. 2006.

CENIZAS VIVAS

Pieza en un acto (2006)

A mi adorado padre, en eterna gratitud... porque nunca fue este José.

Y a Keka, con todo mi amor.

Estrena el 5 de octubre de 2006 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid España, como parte del V Salón del Libro Teatral de la Asociación de Autores de Teatro de España bajo la dirección de su autor. Con la actuación de Santiago Martín Bermúdez.

Re-estrena en el Teatro General de San Martín de Caracas, Venezuela, en abril de 2007 bajo la dirección de Gustavo Ott.

Reestrena en abril de 2007 en Tokio y Osaka, Japón, como parte de varios simposios de la Asociación de Directores de Escena de Japón (JDA) organizadas por Kunio Jatama y Mistumi Mori. Traducción de Yushiro Furuya.

PERSONAJES:

José, el Padre

Juan, el hijo María, la hija

ACTO ÚNICO

Frente al mar.

Música, siempre música. María mira lontananza. El viento en el pelo. Vestida de blanco, sencilla, sobria, descalza. Mueve la cabeza suavemente de un lado hacia otro tratando de que el viento y el mar se le metan en los ojos... como si en ellos viajara. Luego desaparece.

Entra José, el padre de María; camisa blanca, gabán y corbata negra, suelta. José tendrá sesentaitantos años, es un hombre extraordinariamente vigoroso, fuerte, como salido de cualquier novela de Víctor Hugo. Sin embargo, el pequeño temblor en la mano es notable. Viene del servicio funeral, con la cajita de cenizas entre las manos. Le sigue de cerca Juan, su hijo, vestido igual que su padre, corbata suelta y fuma ansioso.

JOSÉ: (Se acerca un poco torpe a la posible orilla de unas piedras. Tienta el viento.) ¿Estaría bien aquí? (Juan no contesta.) ¿Ah?

JUAN: Sí, donde quieras, viejo, pero date prisa.

JOSÉ: ¿Por qué quieres que me apure? ¿Tienes prisa tú? No me jodas.

JUAN: Ya, haz lo que quieras.

JOSÉ: El viento... está bien. Las cenizas... hacia allá... si no, pues cuando las tire regresan. Así como ahora está bien.

JUAN: Sí, el viento es bueno.

JOSÉ: Ella lo pidió así. Se lo dijo a la amiga esa, ¿cómo se llama?

JUAN: ¿Cuál?

JOSÉ: Esa... la que es media puta, la que se cree más familia de ella que nosotros.

JUAN: Conocí mucha gente hoy, viejo, no sé de quién me estás hablando.

JOSÉ: Por lo menos tenía amigas... (Mira la cajita con soberana pena.) Aquí vengo, mijita. A traer tus cenizas al mar como lo pediste. Juanito y yo solos, tu familia. La única familia que te queda. Yo... (No puede seguir. Las lagrimas lo debilitan. Carraspea.) ¿Qué puedo decir? Hubiera querido

que Padre Benito me hubiera acompañao, pero tú no lo querías mucho. Tú eras un poco... atea. (Sonríe.) Yo ya tampoco creo mucho en Dios, tú lo sabías; pendejadas de los hermanos masones que se le pegan a uno. Entonces pienso que a lo mejor tú necesitabas a Dios... ¿Lo necesitabas? (Pausa.) Dios no te iba a defender de ese... (Pausa.) ¿Por qué siempre pensamos en Dios cuando nos llega la muerte? ¿Acaso pensamos en Dios cuando vamos a matar?

JUAN: Ya, viejo, no te atormentes más. Lo que pasó ya pasó. Suelta esas cenizas y vámonos pa’ casa.

JOSÉ: Mijita... se me acabaron las palabras. (Pausa.) Yo... estoy, como muriéndome también. (Pausa. La imagen de María vuelve a aparecer. Juan se ha retirado un poco. Ella los mira con extraña intensidad.) ¿Pero estás aquí? ¿En las cenizas? (Pone la copa de cenizas en el suelo.) Mira... yo soy medio bruto mi negrita linda, yo no entiendo muchas cosas, y cuando no las entiendo las acomodo a... a mi brutalidad. (Pausa.) Si ese hombre no te quería... ¿por qué seguías con él? ¿Qué carajo les pasa a las mujeres inteligentes que siempre se enamoran de los cabrones? Será que entonces no son tan inteligentes nada. Coño, pero tú lo eras. De cuatro puntos. Buenas notas, buenos modales, tenías hasta cosas de esas del artistaje... te gustaba la poesía y el drama y esas cosas de cantar. Tu madre lo hizo bien contigo. Pero tu madre no te enseñó a querer bien. Y esas son cosas que se tienen que enseñar entre mujeres... yo qué carajo voy a ponerme a hablarte de hombres a ti. Hablar yo de hombres, je... si yo creo que toítos son unos cabrones. (Pausa.) Ese patán con el que te casaste. (Pausa.) Cuernos, golpes, borracheras, drogas, llantenes tuyos, esa vida de telenovela en la que te metiste. No me hizo falta que me contaras de las veces que te pegaba. Yo lo sabía. Ah, pero como tú nunca quisiste que nosotros nos metiéramos en tu vida, ahí tienes, mira lo que pasó. Te peleaste con Juanito, te peleaste conmigo, nos dejaste de hablar, te fuiste de nuestra vida a hacer la tuya... (Pausa.) Desde que tu madre murió nosotros éramos la única familia que te quedaba. Bueno, siempre tuviste a la puta esa... que yo, Dios me perdone, pero yo creo que estaba enamorá de ti. (Pausa.) Y Juanito y yo no

seremos mujeres, no entendemos algunas cosas, pero te queremos mucho, coño; te quisimos como lo que eras, la muñeca de la casa. Con todas mis jodiendas, con mis peleas y mis gritos, tú siempre fuiste la muñeca. Y cuando yo te puse en las manos de ese hijo e’ puta... yo sabía que le estaba dando una prenda... ¡mi prenda, coño! La prenda más quería de un hombre, carajo, que son sus hijos... ¡y ahora mira esto! Mira lo que ese cabrón me devolvió de ti. (Trata de recomponerse. Pausa. Canta muy quedo.) “Muñequita linda... de cabellos de oro... de dientes de perlas... labios de rubí... yo te quiero mucho, mucho mucho mucho... siempre hasta morir” (Pausa. Se calma. María desaparece.) Oye, Juanito... ¿Y a ese cabrón lo soltaron, verdá?

JUAN: Sí. Seguida que salió, se fue a casa de la mai. Allí está todavía.

JOSÉ: Tenía amigos en el cuartel, ¿verdá?

JUAN: Sí. (Pausa.) Y María tenía fama de puta, viejo. ¿Quién va a darnos la razón, ah?

JOSÉ: Que cosa tan jodía tiene este mundo, que cuando una mujer se cansa de un hombre, entonces es una puta. Los hombres podemos tener cien mujeres, y somos bien machos. Los hombres le podemos pegar a las mujeres y somos más machos todavía. Pero viene una mujer... y simplemente se cansa del abuso, y entonces es puta y merece que la maten a puñetazos como se mata un perra. (Pausa.) ¿Y qué vamos a hacer tú y yo?

JUAN: No sé, viejo, dime tú. Si la Policía, que le tiene más de cinco reportes, no le va a hacer un carajo, ¿qué podemos esperar nosotros? Con tenerlo vigilao yo no hago ná. (Pausa.) ¿Terminaste?

JOSÉ: No.

JUAN: Es que me quiero ir.

JOSÉ: ¿Pa’ donde?

JUAN: Puñeta, no sé.

JOSÉ: Donde puedas llorar sin que yo te vea.

JUAN: Los machos no lloran.

JOSÉ: Eso es así. Los machos no lloran.

JUAN: ¿Y qué somos tú y yo ahora?

JOSÉ: ¿Qué?

JUAN: ¿Somos los machos... o somos la familia llorona?

JOSÉ: (Pausa.) No me jodas.

JUAN: ¿Y qué hacemos los machos cuando estamos tan jodíos?

JOSÉ: En mis tiempos...

JUAN: En los míos. ¿Que hago en los míos? ¿Me quedo quieto, callao? ¿No le digo ná a nadie? ¿Pasamos tú y yo por cabrones que no hicimos ná por limpiar el nombre de tu hija, de mi hermana? La pendeja se queda en la boca de tó el mundo como un pellejo que se tiraba cuanto hombre le hablaba bonito.... “Bueno que le pase. Esas cosas no se le hacen a los hombres”. ¿Qué hago en mis tiempos, viejo?

JOSÉ: (Silencio.) ¿Y el tipo ese con quien ella estaba esa noche?

JUAN: No sé quién es. Un tipo que conoció... un escape.

JOSÉ: Pero, ¿cuánto tiempo estuvo con ella?, ¿quién era, coño?

JUAN: No sé, tengo que averiguar. Pero, ¿a ese qué carajo le va a importar? Ese se la tiró y ya. El que me importa es el esposo, el que está allá en la casa de la mai, ese que se siente “vengado” porque mató a la puta que le puso lo cuernos... ¿por qué el no mató al otro tipo? Es lo normal. Tu agarras a un tipo con tu mujer, matas al tipo, no a tu mujer. Pero no, hay que matar a la mujer y dejar irse al tipo como si él no tuviera ná que ver.

JOSÉ: Claro, una mujer no te hace fronte.

JUAN: Eso nos hace cobardes a toditos.

JOSÉ: (Pausa.) Un cuchillo en la garganta, una noche cualquiera de esas en las que salga a beber...

JUAN: ¿Y tú irías conmigo?

JOSÉ: ¿Tú irías conmigo?

JUAN: No sé, viejo. En mis tiempos algunas cosas se piensan más que otras.

JOSÉ: Aquí no hay mucho que pensar, Juanito.

JUAN: Pe... matamos al cabrón y entonces nos cojemos la cárcel los dos. Veinte añitos cada uno, ¿ah? Y viejo, yo no sé si...

JOSÉ: No sabes si tu hermana vale eso, ¿ah?

JUAN: (Pausa.) Viejo, me quiero ir.

JOSÉ: Debe ser que tú tienes cosas por qué vivir.

JUAN: ¿Y tú no?

JOSÉ: Tengo 65 años. Ya la construcción me esprimió la paciencia que me quedaba. En cada bloque que puse, en cada viga que fijé, en cada poste, en cada pared en la que puse mi sudor pa’ que otro se hiciera más rico que yo... a cada golpe de la vida me decía, “paciencia José, algún día te llegará lo tuyo”. Mira lo que me llegó. (Le enseña la caja.) Esta es mi vida ahora. Un montón de cenizas de mi hija muerta a golpes de macho... y un hijo cobarde que no se atreve a limpiar el nombre de su hermana, porque tiene mucho por qué vivir.

JUAN: Coño viejo, no seas injusto. Yo quería a María... mucho. Es verdá que ella no me quería mucho a mi, ella me miraba como te miraba a ti. Y eso me destrozaba... pero....

JOSÉ: ¡Yo soy masón, coño! A mi no me importa como me miren mis hijos, ¡yo siempre soy el Padre!

JUAN: Pero yo sí la quería. Era tan inteligente, tan suave, tan bonita. Ella sólo quería que la quisieran bien... (Llora de golpe, se contiene.)

JOSÉ: ¿Y qué vamos a hacer con tanta lágrima? (Se acerca, lo mira muy fijo.) Llorar no sirve, Juanito. Hay que hacer algo.

JUAN: (Pausa.) ¿Todavía tú crees que los nombres de los muertos se limpian con sangre?

JOSÉ: Bue... Es un disparate, lo sé. Pero estamos en Latinoamérica. Hay mucha gente que vive en mis tiempos todavía y a eso, por más que me espante, no puedo virarle la cara. (Pausa. Música lenta. Juan se despega un poco. María aparece, les habla desde su lejanía.)

MARÍA: El sitio desde donde los miro es muy cálido. Tengo la sensación de que alguien me abraza con mucha ternura. Hay hasta como un placer, algo que se siente muy rico en todo el cuerpo... ¿tengo cuerpo? Podría decirte, papi, que se siente como si fuera el abrazo limpio de un hombre que te quiere mucho. ¿Me quisiste mucho, papi? ¿Cuánto? Ahora que veo desde lejos... se me pierde lo qué es el querer, porque para amar como ustedes nos exigen, hay que estar cerca... ¿Cuán cerca puede una mujer estar de su hermano, de su padre, sin que deje de ser mujer? ¿Pude negarme a ser mujer y aprender las cosas que tenía que aprender de ti, como a llevar una pistola, una navaja, responder a cada golpe con golpe... entonces, si hubiese sido así, no estaría aquí, papi. Estaría él,

te lo juro. Entonces, según tú, todo sería más justo. Todo sería “como debe ser”. Así que mi sentido de la justicia es bueno... sólo si lo heredo de ti.

(La luz sobre ellos.)

JOSÉ: Y si... si consigues alguna droga, un alijo de yerba, un par de bolsas de coca y se la ponemos en el carro... algo así.

JUAN: Viejo... acaba de matar a una mujer y está libre... cualquier cosa abajo de eso es mierda.

JOSÉ: ¿Y si le pagamos a alguien?

JUAN: No es tan fácil. En este país todo el mundo tiene precio. Le pagamos a alguien y después otro le paga más pa’ que diga que fuimos nosotros.

JOSÉ: Le tiro el troc encima, de noche... cuando salga del bar. Me doy a la fuga.

JUAN: ¡Todavía somos una familia decente, viejo!

JOSÉ: Tú y yo ahora somos “la familia”. Cuando te cases con la pendeja esa que tienes por novia y tengas hijos, entonces tu sabrás lo que es “familia”. Cuando tengas que joderte como me jodí yo, como se jodió tu mai, ¿ah?... ¡No todos los padres son unos cabrones que te dan traumas, y te joden la vida! Hay hombres buenos, puñeta. ¡Y yo soy un hombre bueno! ¡Yo los quise a ustedes tanto como puede querer el corazón de un hombre! Y yo dí... ¡Yo dí! Yo estuve ahí. Que ustedes no me hayan querido ver, eso otra cosa. Mil veces pude haberme ido tirando la puerta como hizo tu abuelo conmigo... ¡pero yo no!

JUAN: No te quejes de haber cumplido tu deber.

JOSÉ: ¡Ah! Pero tó el mundo se queja. Tó el mundo se encojona y pelea y grita... ¡yo no! ¡Yo me quedé, soporté, trabajé con el problema!

JUAN: Entonces tener una familia es “un problema”.

JOSÉ: Las veces que tu madre me hartó y me explotó la existencia con sus quejas y su cantaletas, ¡pude haberme largao de tó esto y no lo hice!

JUAN: Tenías a Carmela, viejo.

JOSÉ: (Pausa.) Sí... Carmela fue buena conmigo. Gracias a ella pude... Pero eso es aparte. Yo no dejé a tu madre por ella.

JUAN: Okey.

JOSÉ: ¡Yo no dejé a tu madre! Gritaba, me encojonaba, pero no la dejé. Siempre le dí tó lo que me pidió y nunca le puse una mano encima, coño.

JUAN: Tal vez si la hubieras dejado, algunos días hubiesen sido más felices.

JOSÉ: (Toma la caja de cenizas, y obliga a Juan casi a meter la cara en la caja.) ¡Mira qué felices fueron! ¡Este el pago de la vida por ser un hombre bueno! Este, coño, míralo. ¿Quién me va pagar esto a mi? ¿Ah? ¿Quién?

JUAN: (Se suelta de él, se quita la chaqueta furioso, se sienta en el suelo, fuma.) ¡Yo no sé!

JOSÉ: (Pone las cenizas en el suelo.) ¿Cuánto vale un buen abogado?

JUAN: (Pausa.) No sé.

JOSÉ: Hipotecamos la casa.

JUAN: Mejor hipotécala pa’ que podamos comer bien. Yo necesito un carro pa’ ir a la fábrica. Yo me pienso casar.

JOSÉ: Eso es asunto tuyo. No me metas en eso a mi. Ya te dije que si te casas, te jodes. Conmigo no cuentes.

JUAN: Okey, ya lo sé, me lo has dicho tanto que lo tengo grabao como un tatuaje. Pero si vas a tener chavos, inviértelos en algo que te de tranquilidá en los años que te quedan. (Pausa.) Usa la cabeza, viejo.

JOSÉ: Yo voy a usar la cabeza pa’ hacer lo que hay que hacer, Juanito. No le des más vueltas.

JUAN: Te dije que eso no es fácil.

JOSÉ: No es fácil pa tí. Pa’ mi sí.

JUAN: Pues haz tú lo que te salga de los cojones.

JOSÉ: Pues... entonces... si tú eres tan cobarde, si tú eres tan mujercita... pongo mi pistola yo, lo velo yo, le meto tres tiros yo, y santo y bueno. Me cojo la cárcel yo, me dan comida gratis.... nadie me jode. Eso es lo que voy a hacer yo. ¡Yo! Por los venerables huesos de mi santísima mai, que Dios tenga en su santa gloria. ¿Cómo te cae?

JUAN: Sí, me parece bien. Vamos a ver si me dices lo mismo cuando se te caiga el jabón en el baño del penal.

JOSÉ: (Lo mira con gran furia. Va a la copa que contiene las cenizas y furioso trata de abrirla, pero no puede, la golpea.)

Maldita sea tu vida, carajo, maldita sean los hijos cobardes, los hijos ingratos...

JUAN: (Se cubre la cabeza con las manos.) ¡Ya, así no! Así no... (Pausa. José detiene su arrebato.) ¡No hagas esto más difícil!

JOSÉ: (Aprieta la copa con gran cariño entre su pecho.)Ya, vámonos. Acabemos con esto.

JUAN: No, así no. Ella no se lo merece. Así, no.

JOSÉ: ...(Sobre la voz de él. Al aire.) Mijita, tú sabes que tú fuiste la luz de mis ojos y fuiste la... la fe de mi sonrisa. Yo hubiera querido ser la tuya. Y entonces, cuando me enseñaron tu cuerpo, allí en el hospital, yo le buscaba su sonrisa y no estaba, sólo una cara llena de moretones y de sangre. ¿Tú sabes que fue lo que más me dolió de verte así? Que así fue la última vez que te vi. Lo único que espero es que el olvido te limpie la sangre de tu cara, que el olvido me devuelva tus ojitos lindos, que me traiga tu sonrisa...

JUAN: El olvido sí; no la venganza, viejo.

JOSÉ: (Condescendiente casi.) Hay que vengarse, Juanito. Hay que hacerlo... yo no puedo vivir con esto todos los días en mi cabeza los años que me quedan. Se me va la hombría si me haces dudar. No me lo cuestiones más. Hay que hacerlo.

JUAN: No me arrastres en esto, viejo. Vamos a ir presos.

JOSÉ: Hay palabras que son muy grandes, palabras que con los años se hacen más fuerte en uno, palabras de masones, de gente que sabe lo que es justo y verdadero. Son las palabras que nos quedan, mijito. Dignidad, justicia, respeto, hombría, familia... son palabras que crecen, que llegan al cielo.

JUAN: Y del cielo se caen, por culpa de otros hombres.

JOSÉ: Tú no tienes que ir... yo te entiendo. Hay cosas de hombres pa’ las que tú todavía no estás listo. (María aparece al fondo, mirándolos con gran pena.)

MARÍA: Papi... yo no estoy lista para tenerte aquí a mi lado. Todavía no es tu tiempo, no lo apresures por mi.

JOSÉ: (Sigue sin oírla.) Cosas de hombres, cosas que tú no entiendes porque siempre fuiste muy afaldetao a tu mai.

JUAN: Por eso fue que las entendí mejor que tú.

MARÍA: Dignidad, justicia, respeto, hombría, familia... hombría, familia...

JOSÉ: (Sin oírlo.) Hay que ser hombre en este mundo de salvajes. Mujer no se puede, la mujer -podrá ser tó lo inteligente que tú quieras-, pero es débil. Por más que digan feminismo, lesbianismo, lo que sea que digan... es débil.

JUAN: Ay, viejo...

MARÍA: Hombría, familia... humanidad, familia... ¿Y si no hay familia, papi?

JOSÉ: Porque no hay feminismo que aguante un puño. Y puños es lo que hay aquí siempre. Eso es lo que vemos en la calle, lo que vemos en el sistema de este cabrón que nos gobierna, de esta policía corrupta y mafiosa, de esta politiquería barata, de estos hombres abusadores que se defienden su porquería entre ellos...

MARÍA: ¿Que es una mujer digna, papi?

JOSÉ: Hay que ser hombre, coger la vida por los cojones y proteger lo que es tuyo aunque te cueste la vida. Así me lo enseñó la calle, así lo aprendí.

MARÍA: ¿Cómo nos defendemos de las injusticias, papi?

JUAN: Ay, viejito mío, ¿cómo puedes vivir entre tantas contradicciones?

JOSÉ: ¿Y de cuando acá te preocupa eso?

JUAN: Tú nunca habrás golpeado a mami, pero yo perdí la cuenta de las veces que nos golpeaste a los dos.

MARÍA: No sé las digas. No...

JUAN: Las veces que hiciste de María y de mi el zafacón de tus culpas. Cuando ella llegaba jodida de su trabajo a la casa, a mirar la televisión y a pintarse las uñas en el sofá, y tú le gritabas que parecía una puta, que no fuera vaga, que ayudara a mami, que si era una bruta porque no estudiaba, las veces que me mandaste a perseguirla en las noches cuando salía con las amigas, la vez aquella en que le dijiste al doctor que ella estaba loca, que le diera pastillas, los novios que le espantaste a golpes y gritos, las veces en que la humillaste y la insultaste en frente de sus amigos... la golpeaste, viejo, nos golpeaste tanto con tu “hombría”.

JOSÉ: ¡Un padre tiene que golpear a sus hijos cuando se salen de la raya! No me vengas con esa mierda ahora... ¡Estamos frente a las cenizas de mi hija!

JUAN: Mi hermana... que murió a golpes, no los tuyos, pero con los tuyos a cuestas... y no sigo diciendo todo lo que le hiciste, ¡porque en esa lista puedes encontrar las mismas razones que tuvo el marido para matarla!...

JOSÉ: (En un titánico grito le golpea en el rostro.) ¡Embuste! Maldito embustero..

JUAN: (En el suelo, con la sangre en el labio.) ¡Yo quisiera que todo esto pasara rápido y olvidarlo, y que no me diera esta ira caliente que tengo por dentro... ¡yo también quiero el olvido de todo lo que no puedo entender, viejo! Y yo no te entiendo a ti, y no la entiendo a ella, ¡y no entiendo la cabrona vida que permite que un marido mate a golpes a su mujer... y que el padre de ella tenga que vengarla matando al marido y encima pensar que en eso hay dignidad y justicia, coño!, ¿por que carajo hay que dar golpes para todo? ¡Hasta para ser libre hay que serlo a golpes! ¡Pues no, puñeta, no! ¡No! (Va a tomar la copa de cenizas, el padre la protege.) ¡Dame! (Juan entonces se la quita con inmenso dolor pero con suprema suavidad. José se la deja y lo mira asombrado. Juan abre la copa sin ninguna dificultad y a cada frase, deja ir las cenizas de la palma de sus manos.) Yo te libero, María... así, despacito... que los golpes que todos te dimos se nos perdonen en el tiempo y la distancia... yo te hago libre, hermanita, suavemente, con mi caricia... te hago libre de todo lo que una vez te gritamos para convertirte en otra que no eras tú. Sé como tú quieras... sé como te hubiera gustado ser feliz... que la felicidad es la única palabra que no crece y llega y al cielo, sino que es la palabra pequeñita que guardamos en el corazón escondida de los otros, vete con esa palabra chiquita y brillante, vete con ella.... yo te libero, hermanita... (Ha terminado de esparcir las cenizas, y deja la copa virada en el suelo)

MARÍA: Gracias, familia... (Desaparece suavemente entre el azul del mar. Juan y José están de rodillas en el suelo, mirando lontananza.)

JUAN: Ahora ya nos podemos ir.

JOSÉ: Sí... (Se levanta.) Ya nos podemos ir. Nos vamos. (Pausa.) Tú a tus tiempos, yo a los míos... (Saca de su chaqueta la pistola, la coteja, la cierra.) Te quiero mucho,

Juanito. Si nunca te lo dije, esta vez vale por todas. (Juan se lleva las manos a la cabeza. José sale. Música, siempre música con la luz que se desvanece.)

Fin de “Cenizas vivas” 10 de septiembre de 2006 Palomar, San Juan, Puerto Rico

(Foto © Juanky Álvarez)

Nació en Mayagüez, Puerto Rico, el 13 de agosto de 1959. Dramaturgo, guionista, actor, director de escena, historiador y crítico del teatro y el cine puertorriqueño. Cursó estudios de Dramaturgia y Actuación en el Instituto Nacional de Bellas Artes de México, D.F. y prosiguió esos estudios en la Universidad de Puerto Rico. Es Director General del Archivo Nacional de Teatro y Cine del Ateneo Puertorriqueño. Es además Rector del Conservatorio de Arte Dramático del Ateneo, y Presidente del Instituto Tapia y Rivera. Fue periodista en los diarios El Reportero, El Vocero, El Mundo, Puerto Rico Ilustrado y la Revista VEA y columnista ocasional de El Nuevo Día. Es además profesor de Historia de la Literatura y el Teatro Puertorriqueño en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Ha estrenado y publicado más de cien obras teatrales en Puerto Rico, y en países como Japón, Estados Unidos, España, la República Checa, Polonia, Brasil, Cuba, Venezuela, Argentina, México, Chile, Santo Domingo y sus obras han sido traducidas al inglés, al francés, al checo, al polaco, al portugués y al japonés. Ha dirigido más de un centenar de puestas en escena en Puerto Rico y en el exterior y ha sido premiado por instituciones nacionales e internacionales como Casa de las Américas, el PEN Club de Puerto Rico, el Instituto de Literatura Puertorriqueña y el Ateneo Puertorriqueño.

ROBERTO RAMOS-PEREA

En diciembre de 1992, el Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid, España le otorgó el Premio Tirso de Molina a su obra Miénteme más. El Premio Tirso de Molina es el más alto premio que se le ofrece a un dramaturgo de habla hispana en el mundo. La obra se estrenó y se publicó en España. En ese mismo certamen, su obra Morir de Noche, quedó entre las seis finalistas escogidas para el premio.

Ha dirigido y escrito las películas puertorriqueñas Callando amores (1996), Revolución en el Infierno (2004), Después de la Muerte (2005), Iraq en mi (2007) y La llamarada (2015) así como el largometraje documental Tapia: el primer puertorriqueño (2009). Ha publicado el volumen de cuentos Sangre de niño (1976) y los ensayos Perspectiva de la Nueva Dramaturgia Puertorriqueña (1989), Teatro Puertorriqueño Contemporáneo 1982-2003 (2003) y 4 ensayos jodidos y una obra de teatro (2012).

Publicaciones Gaviota edita su Teatro Escogido en siete volúmenes. Editions Le Provincial publica sus más recientes obras: Bruja de Dios, Puerto Rico Urgente y Gozos de Inquisición, La dama de las camelias/Marianela e Iluminado Negro. Trabaja actualmente en el DICCIONARIO DE LA LITERATURA DRAMATICA PUERTORRIQUEÑA

DEL

SIGLO XIX, el DICCIONARIO DEL CINE PUERTORRIQUEÑO y los estudios casuísticos Historia de la Censura Teatral en Puerto Rico y Apuntes para la Historia de la Pornografía Puertorriqueña. Ya terminó su libro “Los negros no piensan”: Historia de la Intelligentsia puertorriqueña negra.

Ha publicado además, como historiador teatral, Historia de la Nueva Dramaturgia Puertorriqueña; Obras Encontradas de Celedonio Luis Nebot de Padilla; Obras Completas de Manuel María Sama y Literatura Puertorriqueña Negra del siglo XIX escrita por negros. En prensa tiene el tratado biográfico Tapia: el primer puertorriqueño y el libro “Los negros no piensan”: historia de la intelligentsia puertorriqueña negra.

Actualmente vive en San Juan de Puerto Rico y es aficionado al esoterismo y a la astronomía.

ÍNDICE

Teatro

Censurado: El lado oscuro de las arañas………7

Censurado: Ese punto de vista…………………43

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