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HABLAR DEMASIADO Y DECIR NADA
Escribimos lo que pensamos y hasta pensamos para escribir; es por ello que todo escrito está hecho de pensamientos y todo pensamiento es una cción colectiva o personal ¿ha visto alguien un pensamiento de camino por la calle?. Las neuronas cerebrales, a lo mejor hasta suscitan ideas: pero ¿podría un neurocirujano leer una neurona si llegáse a sostenerla en su mano?.
Si llegásemos a comunicarnos más allá de las palabras, seguramente sentiríamos cada vocablo, previo a decir o hablar; más hemos hecho un hábito el gastar saliva en decir nada; más aún, en una gran mayoría de ocasiones, escribimos mecánicamente, tal vez, por ello, el gasto de papel, se concluye en estudios recientes, que excedió los 400 millones de toneladas anuales a nivel global; además, que el promedio global de uso de papel por persona equivale a 55 kilogramos al año.
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¿Qué sentido hay en que, mientras más habla acontece, menos entendimiento sucede?. La paradoja resulta es que hablamos más y entendemos menos.
La verdad en la mayoría de los casos, es silenciosa; aunque muchas veces encontramos mayor evidencia y veracidad en los gestos, en el vestido o comportamiento ante espontáneas situaciones o hechos que nos resultan inesperados.
Aunque Lao Tsé escribió cinco mil ideogramas para mostrarnos la virtud del silencio; parecería una contradicción ante el juicio del vulgo; pero Lao Tsé no lo hizo por voluntad propia sino Yin Hsi, le puso como condición dejar un testimonio escrito del camino hacia la sabiduría; antes de abrirle la puerta que le permita abandonar el territorio y reino.
La palabra es la forma más usada, versátil y común que usamos la especie humana para comunicarnos; es la herramienta que nos permite ajustar los engranajes del entendimiento; pero también la palabra es un arma de persuasión, manipulación, difusión masiva con que divulgamos los pensamientos.
Hay experiencias tan fenomenales que cuando queremos comunicarlas a través de palabras, nunca encontramos las propicias o adecuadas. Hay hechos imposibles de transmitirlos con palabras; por ello el zen concluye que la losofía es especulativa y el zen es participativo, debido a que el zen se basa en experiencias y sostiene que la mejor forma de aprehensión es sometiéndose a la experiencia en carne propia, porque nadie puede prestarte la experiencia, es por eso que Buda insistía: “Todo cuánto les digo es verdad; pero todo cuánto ustedes escuchan es mentira”,. eso signi ca: Es verdad para mí, porque lo he vivido y me ha pasado; pero para ustedes, solo es un testimonio ajeno que no lo han vivido, ni experimentado.
Ahora, cuando la palabra se hace habla, se hace sonido y el sonido según ciertos cientí cos es un elemento vital en la creación, debido a la energía, frecuencia y vibración que emite, tal como lo diría Nicola Tesla que para descubrir todos los secretos del universo deberíamos pensar en términos de frecuencia, vibración y energía. Michael Tallenger colocó muchas partículas de arena sobre un platillo de metal como los que se usan en el instrumento de percusión musical de las baterías que, al frotarlo por cualquiera de sus extremos, con un arco de violín, se logra visualizar una representación bidimensional de un efecto tridimensional y los granos de arena se mueven en armonía como si fuesen ondulaciones geométricas.
Más tarde, Erick Larson inventó el Cimascopio y bajo la ciencia cinática, que consiste en hacer visibles los sonidos logró hacerlos grá cos o iconográ cos los instrumentos y la voz: pero en el día de hoy se pueden hacer visibles inclusive los pensamientos, debido a que producen ondas vibratorias.
Hay mucho más aún, pues se han realizado experimentos, colocando alimentos en frascos de cristal, sellándolos y luego rotulándolos con palabras, en unos casos positivas y en otros agresivas; pues resulta que aquellos alimentos que fueron rotulados con palabras bondadosas, de amor y agradecimiento duraron el doble de tiempo que aquellos que fueron señalados con mensajes agresivos de quejas o insultos.
La palabra, entonces, resultaría un instrumento sensitivo que impacta en ondas y frecuencias con sus vibraciones magnéticas: por ello las palabras hacen sentir, son una caricia a los oídos y el alma o podrían resultar más hirientes que una bofetada.
Las palabras se quedan vibrando más allá del tiempo y el espacio, por eso es que muchas veces nos llenan de anhelos, sonrisas, ternura, amor no importa si nos movemos o estamos quietos, nos acompañan a todo lado; de la misma manera, aunque en sentido contrario, hay palabras como puñales o dagas que nos hieren en donde estemos y sin límites de reloj o día.
Cabe señalar que los cientí cos Rusos Petrovich Gariaev y Vladimir Poponi han descubierto que el ADN puede ser modi cado mediante el uso de palabras o sonidos que emiten frecuencias; para ello se unieron a lingüistas y genetistas y concluyeron que el ADN fantasma puede sanar, provocar clarividencia e inclusive hacer visible lo que llaman Aura con ondas y frecuencias que inciden directamente en nuestra salud y todos los aspectos de nuestro diario vivir: es decir lo que hablamos y escuchamos crea un campo de energía y comportamiento con resultados que afectan nuestras vidas.
Por más que resulte extraño y hasta mágico han comprobado que podemos hablar con nuestras células y si hablásemos con mensajes esperanzadores y positivos nuestro cuerpo escucharía.
Mientras estemos vivos seguiremos comunicándonos o dejando testimonios a través de las palabras: pero nosotros los humanos somos temporales y limitados; en cambio las palabras han dado muestras de su atemporalidad, de allí que un verso de Omar Khayam o Rumi siguen vigentes después de mil años y Buda o Lao Tsé siguen frescos luego de dos milenios y medio. ¿Será que la literatura es una puerta a la eternidad o será que un día dejaremos de hablar para comunicarnos con pensamientos?; o más aún, ¿será que un remoto día no requeriremos de hablar, ni pensar para entendernos?.
